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Káñina

On-line version ISSN 2215-2636Print version ISSN 0378-0473

Káñina vol.42 n.1 San Pedro de Montes de Oca Jan./Jun. 2018

http://dx.doi.org/10.15517/rk.v42i1.32996 

Artículos

Imaginario étnico y utopía humanista en la obra Trocitos de carbón de Carlos Gagini1

Ethnic imaginary and humanist utopia in the work Trocitos de carbón of Carlos Gagini

Minor Herrera Valenciano1 

1Universidad de Costa Rica. Profesor de la Facultad de Letras de la, Sede de Occidente. Costa Rica. Correo electrónico: minorj2007@hotmail.com

Resumen

Este trabajo aborda el texto Trocitos de Carbón de Carlos Gagini desde dos perspectivas: por una parte, como un texto que muestra el imaginario étnico-cultural existente en torno al “afrodescendiente” durante el siglo XIX en Costa Rica y, por otra parte, como texto que facilita modelos humanos y experiencias iniciales, a partir de las cuales el lector adquiere herramientas conceptuales para aprender a interactuar con los diversos productos culturales y contextuales en los que le corresponderá vivir.

Palabras clave: imaginario; etnia; utopía; humanismo; sociedad

Abstract

This paper addresses the text Trocitos de carbón of Carlos Gagini from two perspectives: on the one hand, as a text that shows the existing ethno-cultural imaginary about the "African descent" during the nineteenth century in Costa Rica and, moreover, as text that facilitates human models and initial experiences, from which the reader acquires conceptual tools to learn to interact with different cultural and contextual products in which it shall live.

Key Words: imaginary; ethnicity; utopia; humanism; society

1. Introducción

En El laberinto de la soledad, Octavio Paz (2004), decía que «luchamos con entidades imaginarias, vestigios del pasado o fantasmas engendrados por nosotros mismos [...]. Esa lucha es aún más dramática por tratarse de una lucha contra una realidad imaginaria, aún más viva que la misma realidad palpable, porque es fantasmagórica, intocable, invisible y que cada hombre lleva en sí mismo» (2004, p. 30). Dichas huellas espectrales pero existentes conforman los imaginarios, una manera por medio de la que es posible catalogar lo sucedido tiempo atrás y justificar el hoy y que, a su vez, componen un mecanismo social para entender el mundo y a sus distintos actores.

Así las cosas, el imaginario, debido a que trasciende todos los niveles de acción del sujeto y de su forma de percibir el mundo, debe ser concebido como un motor de la historia, de toda acción, de todo pensamiento y de toda aventura de conocimiento que, asimismo, marca nuestra relación con el universo, con lo desconocido, con el espacio, las relaciones entre grupos sociales y los individuos.

Traspasado por el imaginario, la obra Trocitos de Carbón de Carlos Gagini se presenta, así, para el lector como un espacio axiológico que le permitirá acceder al descubrimiento de estructuras profundas y esenciales del ser humano (utopías humanistas), estructuras que remiten a dimensiones éticas de la vida individual, familiar o en comunidad.

No obstante, es conveniente realizar un resumen argumentativo general de la obra que permita establecer el punto de partida para su total comprensión. Así, Trocitos de Carbón de Gagini muestra a un grupo de niñas (Adela, Virginia, Clara, Lily y Ada, estas dos últimas, niñas negras) que se encuentran bajo el cuidado de doña Julia, una maestra de cuarenta años.

Al inicio, Adela y Virginia hablan de lo buena gente que es la “niña” Julia y de cuánto las quiere. Hablan de que es 25 de diciembre y cómo sus familiares vendrán por ellas para pasar las vacaciones de fin de año. Estas niñas se preguntan por su compañera Clara y ella aparece, viene triste, pues ha llegado una carta de su padre en la que dice que, por motivos de salud, no podrá ir por ella sino hasta enero. Así las cosas, a Clara no le queda más que permanecer en la casa de la maestra Julia, no obstante, si bien no le incomoda estar ahí, sí le disgusta estar cerca de Lily y Ada, las dos niñas negras, que para ella (Clara) tiznan. Llega el momento de repartir los regalos de Navidad, todas las niñas reciben sus juguetes, menos Clara, porque su padre gastó el poco dinero en medicinas. La niña entristece más, ahora no solo su padre no viene por ella, sino que está enfermo y para empeorar todo, no recibe nada. Lily y Ada ven a su compañera y deciden darle sus juguetes para que no esté triste. Estas dos negritas y las enseñanzas de la niña Julia, le darán una lección a Clara que nunca olvidará y, asimismo, al lector.

Es por lo anterior, que este trabajo aborda el texto Trocitos de Carbón de Carlos Gagini desde dos perspectivas: por una parte, como un texto que muestra el imaginario étnico-cultural existente en torno al “afrodescendiente” durante el siglo XIX en Costa Rica y, por otra parte, como texto que facilita modelos humanos y experiencias iniciales, a partir de las cuales el lector adquiere herramientas conceptuales para aprender a interactuar con los diversos productos culturales y contextuales en los que le corresponderá vivir.

2. Imaginario étnico en Trocitos de Carbón de Carlos Gagini

Sin excepción, las representaciones sociales son, asimismo, elaboraciones de carácter simbólico, de modo que el pensamiento se ve atravesado por la imaginación, o bien, lo que debe ser imaginado o creído, es decir, que la conciencia, desde su misma creación, está poseída por un determinado discurso, cuya posición definirá también la postura del sujeto en relación con diversos temas.

En relación con la «negritud», la cuestión de la identidad está relacionada en gran parte al imaginario de que el blanco es el modelo estético por excelencia, como arquetipo del buen gusto, de la buena conducta y de armonía, al punto de que dicho color en la piel ofrece un estatus superior en relación con los otros matices. Incluso más que el dinero, la blancura encierra más orgullo (Dyer, 2003) y motiva más acciones deleznables como la discriminación y el racismo.

Para Gómez (2006, p. 22) ha cundido por todas partes, como una epidemia, una problemática social planteada en términos de búsqueda y reforzamiento de la identidad cultural, la identidad étnica y la identidad nacional, con premura por deslindarse como "grupo étnico" o proclamarse como "comunidad nacional" o "nación". A tal fin, los promotores resaltan las diferencias (y ocultan las semejanzas); privilegian la diversidad, a costa de la unidad compartida y hacen un uso de la diferencia que no es el mejor (por no decir maléfico) para alimentar la desigualdad. Con esto, el ensalzamiento de la identidad puede traducirse erróneamente y en la práctica, en legitimación del racismo, el etnicismo y la xenofobia.

Lo anterior es justo lo que sucede en el texto Trocitos de carbón en el que es posible distinguir el imaginario existente entorno a las personas de piel oscura, en uno de los personajes principales2.

Desde que se inicia la obra es posible percatarse del cuidado con el que se ha escogido el nombre del personaje principal, en este caso, se trata de una niña a la que su padre no puede ir a visitar el 25 de diciembre, pues se encuentra muy enfermo. Esta niña se llama Clara, el nombre inmediatamente hace referencia a lo que líneas atrás se mencionó como uno de los paradigmas en los que opera el imaginario étnico racial, basado en una postura maniquea en la que lo blanco o lo claro es visto como lo bueno mientras que lo malo, lo detestable es negro.

Clara es una niña orgullosa, no le gusta juntarse con las negritas miss Ada y miss Lily, ese orgullo no se debe al dinero, porque al final Clara es pobre y las negritas son hijas de padres ricos, se debe solo a su color. Esto lo dejan ver las otras compañeras: Virginia y Adela, quienes, además, fungirán como contracanto ante las atroces expresiones racistas de Clara.

Virginia y Adela notan que Clara es orgullosa y lo dejan ver en el siguiente diálogo:

«Virginia: Adela, ¿no te parece que Clara es algo orgullosa?

Adela: Y mucho. El otro día la reprendió la directora porque no quería salir con Lily». (p. 338-339)

Podría pensarse que Clara basa su orgullo en una condición económica solvente, superior a la de las negritas; sin embargo, esto no es así, pues Ada menciona:

«Pero yo no sé en qué fundamenta su orgullo, pues dicen que su papá es pobre y que solo por necesidad la tiene como interna aquí» (p. 339)

Lo anterior permite adelantar una conclusión: Clara no quiere a las negritas por tener la piel oscura, no le gusta juntarse con ellas y aborrece cuando su maestra le pide que lo haga. Estas actitudes tristemente forman parte de la actualidad, pues la modernidad en el mundo occidental ha tenido una piedra angular desde la que se han establecido ciertas reglas, una de ellas ha sido la evaluación jerárquica de los tipos humanos por medio de líneas raciales, y dichas líneas llevan a la construcción de un imaginario étnico-cultural en el que «el tipo más prominente de graduación racializada representa la condición de negro como una condición que debe ser despreciada.» (Taylor, 2003, p. 55-59)

Así las cosas, el dinero no importa en este racismo, lo que importa es ser blanco o negro. Para Clara, Ada y Lily son como trocitos de carbón a los que hay que evitar a toda costa, porque manchan. Con esto es posible ir dilucidando el imaginario de Clara.

Ella es sin duda racista, al respecto Taylor (2003) menciona que, como ideología legitimadora de un estado de las cosas y unas relaciones con supuestos, el racismo ha jugado con los dualismos constitutivos del pensamiento humano, en este caso la oposición blanco-negro.

Dicha oposición blanco-negro queda patente en el siguiente pasaje:

«Clara: Lo único que me disgusta aquí es que están con nosotras esas dos “chumequillas”. Cuando vamos a misa o a paseo, ustedes dos van juntas (se refiere a Virginia y Adela), la maestra con Ada; y yo… con la otra negrilla. ¿Qué dirá la gente?» (p. 340)

En esta cita se observa el imaginario de Clara en plena acción, en primer lugar, los dos calificativos que utiliza la niña para referirse a las compañeras Ada y Lily, pues, las llama chumequillas y negrillas. Para Quesada (2007, p. 129), el costarriqueñismo chumeco, además de poseer un carácter totalmente despectivo, como adjetivo, se refiere a una «persona de color oscuro, del grupo étnico negro.» Dicho calificativo refuerza su significado desdeñoso con el diminutivo -illas, lo cual permite pensar en el gran desprecio que Clara sentía no solo por Ada y Lily, las niñas negras, sino por la etnia, en general. Pero tal manifestación de repudio por los negros no acaba ahí, Clara es más incisiva y manifiesta:

«Clara: Sí, pero yo no les como nada. ¡Me dan un asco los negros! Me parece que tiznan, que son pedazos de carbón» (p. 341)

Y ese racismo se traduce en discriminación cuando la niña le dice a las negritas:

«Ustedes deberían quedarse el año que viene en Limón» (p. 343)

Este tipo de discriminación implica una operación simultánea de separación y jerarquización, el otro racial o étnico es juzgado como diferente y, al mismo tiempo, como inferior en jerarquía, cualidades, posibilidades y derechos (Wade, 1997, p. 14). Esta negación del otro se expresa de distintas maneras entre sujetos y grupos sociales, sea mediante mecanismos simbólicos, como «Me parece que tiznan, que son pedazos de carbón» o acciones cotidianas…«yo no les como nada… deberían quedarse en Limón».

A esa niña, Clara, Gagini le atribuye las actitudes más repudiables de las creencias populares, en torno a los negros, existentes en muchos estamentos de la sociedad de principios de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, pero no lo hace, como se dijo al principio, para maltratar a las personas de dicha etnia, sino para dar una lección moral, que partirá de la postura de las niñas Adela y Virginia, compañeras también, pero que, contrario a Clara, comprenden el valor de la amistad y del compañerismo por encima de los matices de la piel.

Para Virginia; Ada y Lily son muy buenas:

«Virginia: Las dos son muy bien educadas y muy humildes. Y hablan inglés» (p. 340)

Educadas y humildes son calificativos infinitamente más importantes para determinar la valía de una persona, que el color de la piel y estas niñas son capaces de ver más allá, que la corta visión de Clara que no puede traspasar la epidermis de Ada y Lily para ver su esencia.

Por otra parte, a Clara le avergüenza salir con las negritas por el “qué dirá” la gente, pero Adela tiene una respuesta concisa para ella:

«Adela: Pues nada, que somos compañeras de la escuela.

Virginia: Cada semana les mandan tantas cosas buenas de Limón. Frutas, queques, jalea de guayaba…

Adela: Y todo lo reparten con nosotras...» (p. 341)

Más características favorables para Ada y Lily, ellas no son egoístas, comparten todo, son buenas amigas… y no tiznan:

«Virginia: ¡Qué van a tiznar! ¿No ves que traen la blusa siempre limpia y los dientes muy blancos?» (p. 341)

Así las cosas, siempre que Clara manifiesta sus creencias en relación con los negros, encuentra en sus compañeras una serie de refutaciones que la censuran y que implantan, asimismo, la idea de cambio.

En resumen, la Figura 1 manifiesta las dos posturas (la de Clara y la de Adela y Virginia) y lo que se busca es enseñar valores importantes para la convivencia en sociedad:

Figura 1 Imaginario étnico en relación con los negros 

A partir de las enseñanzas que Adela y Virginia dan a Clara, se contemplará otro aspecto importante en el texto, el cual será llamado utopía humanista.

3. Utopía humanista en Trocitos de Carbón de Carlos Gagini

Antes de adentrarse en el análisis del texto Trocitos de Carbón desde la perspectiva utópica humanista conviene delimitar el concepto de discurso utópico humanista y sus funciones.

Bien conocida es la etimología de la palabra utopía (del adverbio griego de negación ‘uo’ pero que se pronuncia ‘u’ y ‘topos’, que significa ‘lugar’, es decir, es resumen: ningún lugar), que en su origen se refería a un espacio dispuesto a sufrir desplazamientos, de tal manera que lo carente de lugar podría tenerlo futuramente o, lo que hoy no es, podría llegar a ser tiempo después. Con esto, se recalcan las señas semánticas que exigen existencia y temporalidad en el significante de la utopía.

Con asiduidad a la utopía se la considera como un proyecto; una imagen futurista realizable en parte, en todo o absolutamente irrealizable, pero lo más interesante es cuando la utopía parte de un desencanto con el presente, que empieza a ser criticado en función de generar un cambio, con el objetivo de mejorar el estado de las cosas, es decir, como paradigma de una sociedad distinta, mejorada en todos los sentidos.

Así las cosas, el discurso utópico, como una forma de producción simbólica, cumple funciones directamente relacionadas con los modos en que los sujetos sociales asumen su propia historicidad. Una de esas funciones características del mensaje utópico es la que podría ser llamada función de ruptura-apertura (Arpino, 2009, p. 14). En ese sentido, una utopía que venga a establecer los posibles ideales en los que toda sociedad debería fundamentar sus imaginarios en relación con la convivencia entre pares sería una utopía humanista. Este tipo no solo se encargaría de definir los ideales de las sociedades, sino la forma en la que unos observan a los otros, es decir, plantearía un ideal de convivencia entre todos los actores sociales, independientemente de su color de piel, su etnia, su cultura, religión y demás elementos identitarios.

Asimismo, Roig (1995), citado por Arpino (2009), afirma que la utopía humanista posee tres funciones claras. La primera de ella es la función crítico-reguladora, la cual arraiga en la conflictividad experimentada por sujetos sociales, sujetos que, a partir de su propia autoafirmación y autovaloración, ponen en ejercicio la sospecha acerca de los códigos vigentes. En otras palabras, la función crítico-reguladora consiste en la decodificación de la racionalidad vigente a partir del reconocimiento de la propia historicidad de sujetos socialmente constituidos. La función liberadora permite reconocer lo que va más allá de las posibilidades de verificación tópica del contenido utópico y la función anticipadora del futuro surge de la experiencia de la propia historicidad, del modo como los seres humanos asumen y enfrentan su propia realidad contingente en el discurso, acentuando no la realidad del actual (topos), sino la posibilidad de una utopía.

Sin duda, el hecho de pensar en algo que es prácticamente irrealizable, o bien, idealista, enriquece las posibilidades de interpretar del presente, expandiéndose a nuevas perspectivas posibles. Todas estas funciones permiten una utopía que se acentúa fuertemente en una perspectiva del futuro ideal, lo deseable, lo perseguible, en función de una vida armónica.

Así las cosas, en la obra Trocitos de carbón de Carlos Gagini, la utopía humanista se hace presente en la ideología de uno de los personajes más significativos: la niña Julia, una maestra de cuarenta años que presentará a sus alumnas el mejor de los futuros posibles, por medio de una serie de enseñanzas, que trascenderán el texto y mostrarán al lector el ideal de una sociedad igualitaria e integradora.

Una ideología integradora es lo que puede determinarse a partir de lo que la maestra Julia enseña a sus alumnas. Para ella no existen diferencias por el color de la piel, ni por la etnia a la que se pertenezca, pues, al final, como ella misma lo menciona, lo que importan son las personas, por su propia condición de seres humanos. Todos somos humanos y eso es lo esencial, lo que debe unir a los actores de las sociedades.

Contrario a la visión racista y discriminadora de Clara, la niña que no quiere juntarse con Ada y Lily por ser negras; la maestra mediante una serie de razonados discursos expone lo esencial que es vivir en comunidad y compartir con todos aquellos a los que se puede considerar amigos.

Así las cosas, ante lo expuesto por Clara, la maestra Julia menciona:

«Así abrazados deberían vivir los hombres de los diversos pueblos y razas, porque todos somos hermanos; todos somos miembros de la gran familia humana» (p. 344)

La cita anterior tiene un significado especial, no solo se trata de una utopía humanista en el sentido unificador (Quesada, 1988), sino que se trata de una lección didáctico-axiológica, en tanto sirve de enseñanza para las niñas, para que cambien, como es el caso de Clara, su forma de pensar en relación con las personas que tienen distinto color o etnia y lo refuerza con la frase «¿Qué importan su color ni su apariencia física?» (p. 344), que hace referencia directa a las niñas negras Ada y Lily, quienes no son apreciadas por Clara.

El carácter integrador del discurso de la maestra Julia, además de elocuente, es de carácter moralizante, plantea la idea, no solo de ser humano, sino de convivencia humana, asimismo, esa actitud moralizante y ética se traduce en lo que ella nombra la nobleza del alma. (p. 345)

Así, en la utopía humanista expuesta por Gagini en voz de la maestra Julia, son las virtudes del amor y el reconocimiento de sí mismo en el otro las que conducirían a un futuro verdaderamente deseable:

«(…) es la nobleza del alma: las virtudes que hacen amables a jóvenes y viejos, a negros y blancos, a hermosos y feos. Sin esas prendas morales, ninguna persona es digna de estimación.» (p. 345)

Pero más que una lección de momento, si se pretende cambiar el mundo, el futuro, se debe tener presente siempre la enseñanza de la vieja maestra y aplicarla para siempre:

«Esta será, pues, la última lección del curso y la primera que ustedes deben tener presente cuando, después de muchos años, se acuerden de su vieja directora” (p. 345)

Como se nota, en los discursos de la maestra Julia se aplican los tres principios de la utopía humanista: critica o evalúa la realidad presente, libera el presente de ideologías que van en contra de lo deseable para una convivencia óptima en sociedad, es decir, la función liberadora, y se anticipa al futuro mediante una propuesta razonada en que todos los seres humanos puedan convivir sin prejuicios por el color, la etnia o cualquier condición determinante o diferenciadora.

Pero no acaba ahí, para la maestra Julia, lo más importante es que las niñas aprendan que son iguales y no debe existir jamás condiciones para sentirse superior a otra por el motivo que sea y finaliza su lección con unos versos que bien pueden aplicarse intemporalmente:

«No importa hoy en el mundo

Tener la tez oscura,

Si el alma es bella y pura

Y blanco el corazón.

No importan los honores,

La gloria, la riqueza:

Importa la nobleza

que da la educación.

¡Que un dulce sentimiento

acerque a los humanos!

¡Que a todos haga hermanos

el lazo del amor!» (p. 350)

4. Conclusiones

Claramente este texto opera en un sentido específico y es que, mediante una oposición binaria, una forma de pensar es cuestionada al punto de cambiarla por la que se considera correcta. Carlos Gagini quiere enseñar con esta pequeña obra de teatro, especialmente al joven lector, que todos los seres humanos somos iguales y que juzgar por el color de la piel, por las costumbres o por las tradiciones solo refleja bajeza de espíritu y pobreza de razón.

Finalmente, en la construcción de una utopía humanista, como la expuesta por la vieja maestra, los sujetos tomarán conciencia de sí y de su propia condición socio-histórica, lo que les permitirá imaginar lo imposible, es decir, la utopía en sí mismos, pero que, además, abre posibilidades para el futuro. Por tales razones, en el grado en que la alocución utópica compone una afirmación subjetiva y una postura en relación con el desarrollo de un conjunto axiológico de la propia existencia del ser humano, es perfectamente posible relacionar el humanismo y el ideal utópico.

Bibliografía

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Wade, P. (1997). “La política cultural de la negritud en Latinoamérica y el Caribe”. Guaraguao, 9 (20). [ Links ]

2No obstante, es importante dejar en claro que al ser este texto de carácter didáctico-moralizante, el uso que se hace de una serie de expresiones racistas no es sino para ejemplificar lo mal que están las personas que piensan de esa manera y ofrecer, posteriormente, una lección de vida.

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Recibido: 02 de Marzo de 2017; Aprobado: 16 de Abril de 2017

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