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Comunicación

On-line version ISSN 1659-3820Print version ISSN 0379-3974

Comunicación vol.33 n.1 Cartago Jan./Jun. 2024

http://dx.doi.org/10.18845/rc.v33i1.7193 

Articles

La música de los Ainur y el problema de la libertad

The music of the Ainur and the problem of freedom

Pedro Humberto Haddad Bernat1 

1Universidad Juárez, Autónoma de Tabasco, México, Sociedad Tolkiendili, México

Resumen:

El determinismo es la tesis que sostiene que en el mundo todo cuanto ocurre está preestablecido por las leyes que gobiernan el cosmos. Tal visión entra en conflicto con la existencia de la libertad y el albedrío, pues toda acción, decisión u obra humana estaría sujeta a las leyes que gobiernan el cosmos y determinan su proceder. De forma ineludible, ello impacta las prácticas de juzgar las acciones de otros y atribuir responsabilidades. Este conflicto es especialmente patente en el caso del mundo secundario de Tolkien, donde Eä es el producto directo de los designios de Dios preestablecidos en la Música de los Ainur. Este trabajo es un modesto repaso de estas cuestiones a propósito de la obra de J.R.R. Tolkien, y aspira a rememorar una concepción contemporánea de la cuestión del determinismo de manera que pase a ser un problema secundario.

Palabras-clave: determinismo; libertad; libre albedrío; responsabilidad

Abstract

Determinism states that everything that happens in the world is previously established in the laws that govern the cosmos. Such a view conflicts with the existence of freedom and free will since every action, decision or human work would be subjected to the laws governing the cosmos, determined by them. This would also inescapably affect our conception of the human practices of judging the actions of others and assigning responsibilities. This conflict seems especially clear in the case of the secondary world of Tolkien, where Eä is explicitly designed by God and his will is set upon the world through the Music of the Ainur. This paper is but a modest review of these issues under the light of J.R.R. Tolkien’s works and aims to recover a contemporary conception of determinism so that it becomes a secondary problem.

Keyword determinism; freedom; free will; responsibility

Como es ampliamente sabido entre lectoras y lectores de El Silmarillion de John Ronald Reuel Tolkien (1977), el mito de la creación conforme a la tradición élfica nos relata que en el principio estaba Ilúvatar2, padre de todo, y que primero creó a los Ainur, los sagrados (p. 3). Estos ejecutaron delante de él una gran música (pp. 3-5) y él la convirtió en una visión,en consecuencia, los Ainur fueron cautivados por la visión que se desarrollaba como una historia que vivía y crecía. Finalmente, Ilúvatar g enerosamente otorgó ser a esta visión, la infundió con la “llama imperecedera”3 y así nación Eä, el Mundo que Es (p. 8).

La Música de los Ainur (Ainulindalë en lengua élfica) se convirtió, entonces, en la historia del mundo habitado por los elfos, los humanos, los enanos, los Hobbits y demás criaturas nacidas en Eä. Se trata de una Música que es “como el destino” (Tolkien, 1977, p. 29).

Deseo colocar en el centro de nuestra atención justamente la idea de la Ainulindalë como destino. Si el desarrollo de todos los grandes acontecimientos en la historia del Eä está circunscrito a lo establecido en la Música ¿son las criaturas de Arda4 libres en verdad? Cuando, por ejemplo, Frodo en el Concilio de Elrond decide hacerse responsable de la carga de llevar el Anillo al Monte del Destino en las entrañas de Mordor ¿elige libremente o solo actúa conforme a los temas ejecutados en la Música?

En el mundo primario5, nuestro mundo, creemos que para cada fenómeno o hecho existe una explicación causal. Si, por ejemplo, todos los aparatos eléctricos de nuestro hogar repentinamente dejaran de funcionar, de manera inmediata pensaríamos que esto es causado por una falla en el suministro de energía eléctrica. “Se fue la luz” quizás especularíamos o diríamos coloquialmente. Pero supongamos bajo este hipotético que salimos a la calle y nos percatamos de que en las casas de los vecinos todo marcha bien por cuanto hace el suministro de energía eléctrica. Pensaríamos, entonces, que la causa del “apagón” en nuestro hogar se debe a algún desperfecto, el cual quizá no se relaciona con la operación de la empresa suministradora. En consecuencia, llamaríamos, a un técnico para que verifique qué está ocurriendo y restaure las cosas al tiempo que nos señale la causa del problema.

Pero imaginemos ahora que el técnico, tras revisar de forma exhaustiva la instalación, nos dijera que no hay causa, que todo está bien con la instalación y su conexión con la fuente de suministro, y que la corriente eléctrica ha dejado de correr en nuestra casa. Adviértase que no hablo de que la identificación de la causa escapa a las destrezas y conocimientos del técnico, sino que simple y efectivamente no existe. El apagón ha ocurrido sin causa. Naturalmente, no estaríamos conformes con este diagnóstico, seguro lo consideraríamos absurdo (ridículo, incluso) y demandaríamos con vehemencia la indicación de una causa. En este mundo −alegaríamos− los apagones no ocurren “porque sí”. Algo debe causar el cese del suministro o paso de la corriente eléctrica en una instalación como la de una casa.

Pues bien, si tenemos ideas como que “en este mundo ni los apagones, ni ningún otro hecho ocurren sin causa”, entonces es razonable afirmar que creemos en algún grado o alguna forma en lo que históricamente la filosofía ha llamado determinismo. No es sencillo ofrecer una definición o concepción de este que satisfaga todos los apetitos intelectuales, pero −a grandes rasgos− es la tesis filosófica que sugiere que para cada efecto existe una causa, que no existen los “efectos incausados”, que para cada acontecimiento hay una explicación causal.

Ahora bien, que la causa sea cognoscible o, incluso, inteligible para los seres humanos es un asunto distinto. El determinismo se compromete con la existencia de la causa, no con que esta pueda ser conocida o comprendida por la inteligencia humana. Por supuesto, una versión más o menos estándar del espíritu científico de nuestros tiempos se sentirá inclinada a decir que, efectivamente, en el terreno de la naturaleza, en el campo de los fenómenos que ocurren dentro del orden y las leyes de esta, para todo hecho o acontecimiento existe una causa, la cual puede explicarse con las herramientas matemáticas y conceptuales que hoy poseemos, o bien, la ciencia de frontera se ocupará eventualmente de suministrarlas.

Engel Castro Richard Nombre de la obra: “La puerta al mundo mágico de J.R.R Tolkien” Técnica: Acrílico y acuarela 

Por lo tanto, en este mundo −creemos− las tazas no se caen de los escritorios porque sí, sino que debe existir una fuerza causante de la caída. Los cuerpos celestes no se mueven porque sí, sino que hay fuerzas (como la gravedad) que provocan su movimiento. Los edificios no se derrumban sin razón, y las personas no se enferman ni mueren sin causa, sino que existen factores tanto internos como externos a sus cuerpos que nos permiten comprender sus condiciones y sus consecuencias. Todo lo que ocurre en el cosmos, en el ámbito de la materia y la energía, tiene una causa y podemos conocerla mediante las herramientas conceptuales que nos ofrece la ciencia. Si no podemos descifrar las causas de un fenómeno, la investigación científica habrá de abocarse a ello y, eventualmente, lo logrará. En este sentido, todo el universo es una gran masa determinística, una gran cadena de causas y efectos, y todo cuanto ocurre en él está prefijado por las leyes de la naturaleza, a cuyo conocimiento y comprensión aspira la labor científica. Como ocurre con el Ainulindalë en Eä. El destino de todas las cosas está determinado y predicho en La Música.

Hasta aquí, más allá de las muchas precisiones filosóficas o científicas que el amable lector o lectora podría aportar para perfeccionar el anterior planteamiento, quizás muchas personas coincidan con la idea de fondo: en el terreno de la naturaleza, tanto el mundo primario (el nuestro) como el secundario (el confeccionado en la obra literaria de Tolkien) funcionan de manera determinista. Sin embargo, la manera en que típicamente la tesis determinista es planteada por la filosofía va más allá del terreno de la naturaleza: se extiende hasta el terreno de la acción y decisión humana, con particular impacto en nociones morales como la de responsabilidad.

La tesis del determinismo no se limita a afirmar que el mundo opera conforme a leyes naturaleza que determinan los acontecimientos mecánicos y químicos, macroscópicos y microscópicos, sino que se extiende, y despierta especial interés, al ámbito de la evaluación moral, así como a la atribución de responsabilidades morales a las personas por las acciones y decisiones que toman. Estas, afirma el determinismo, también son parte de la gran cadena causal y están predichas desde antes de su ocurrencia.

Dicha extensión del determinismo ocurre también el hecho en el mundo secundario, en Eä, donde además sabemos que lo siguiente es verdad:

  1. Existe Ilúvatar, es decir, Dios omnisciente y omnipotente. Él es el autor de La Música, aunque la ejecución la haya dejado en manos de los Ainur, y Él la conoce a plenitud, de principio a fin. Dice El Silmarillion que Ilúvatar habló a los Ainur y dijo:

  2. Ningún tema puede tocarse que no tenga en mí su fuente más profunda, y nadie puede alterar la Música a mi pesar. Y quien lo intente, descubrirá que es sólo mi instrumento para la creación de cosas más maravillosas todavía, que él mismo no ha imaginado. (Tolkien, 1977, p. 5).

  3. Los Ainur existen y, siendo los ejecutores de la Música, la conocen y comprenden más que ninguna otra entidad en el universo creado, pues se les otorgó la comprensión de un fragmento de la mente de Dios (Tolkien, 1977, p. 3). Si bien no son omniscientes (ni omnipotentes), son capaces de prever mejor que cualquiera (con la obvia excepción de Ilúvatar) el destino del mundo. En especial, cuando razonan de forma colegiada y particularmente lo son los Valar, los espíritus más dotados y poderosos de todos los Ainur que se internaron en Eä en los albores del tiempo.

  4. La Música de los Ainur predice el destino no solo de todas las cosas que hay en Eä, sino también de las criaturas, inteligentes o no, que allí habitan

.

En el mundo secundario de Tolkien se da por verdadero la existencia de una voluntad suprema, que sus designios son conocidos en un grado significativo (aunque parcial) y que tanto la historia del mundo como las acciones de todas las personas que lo habitan están sujetas a esos designios. Si la Ainulindalë es el destino de todas las cosas y todas las criaturas en el Mundo que Es ¿existe la libertad en Eä?

El problema es, por supuesto, el de la compatibilidad del determinismo con el albedrío, es decir, con la libre agencia de las personas. De hecho, los dos principales “bandos” en el debate del determinismo en la filosofía contemporánea son precisamente rotulados como “compatibilistas” e “incompatibilistas”. Los segundos piensan que nociones como las de obligación, culpa o responsabilidad moral carecen de aplicación alguna si el determinismo es verdadero. Es decir, el determinismo −afirman− no es compatible con el albedrío y, consecuentemente, “las prácticas de castigo y censura, de expresar condena y aprobación morales, son realmente injustificadas” (Strawson, 1962, p. 1)6. En contraste, los primeros −los compatibilistas− consideran que esas nociones y prácticas no pierden su razón de ser aun si la tesis determinista es verdadera.

Tomás de Aquino en la Suma Teológica7 se pregunta, entre otras muchas cosas, si los seres humanos poseemos albedrío o carecemos de él. Justamente su primera línea argumental consiste en afirmar, con mucho sentido común y en línea compatibilista8, que la ausencia de albedrío haría inútiles “los consejos, las exhortaciones, los preceptos, las prohibiciones, los premios y los castigos” (p. 119). Todas estas son prácticas profundamente enraizadas en las relaciones interpersonales como las conocemos. En el corazón del debate acerca del determinismo −como parece de forma exitosaponer de manifiesto Strawson en su Libertad y resentimiento− no subyace tanto la preocupación acerca de si es verdad la tesis determinista como, en cambio, sí vemos la preocupación por preservar el sentido de esas prácticas, esenciales para la vida social como la comprendemos.

La manera en que comprendemos la evaluación moral y la atribución de responsabilidades a las personas por sus acciones y decisiones tiene en su base un acervo de actitudes reactivas y sentimientos morales. La cuestión es si convencernos de que la verdad del determinismo es capaz de modificar la manera como evaluamos moralmente a las personas y les atribuimos responsabilidades. ¿Es la verdad del determinismo capaz de modificar esa parte de nuestra humanidad constituida por las actitudes reactivas y los sentimientos que subyacen a nuestras formas de evaluación moral o, al menos, capaz de convencernos de que debemos trabajar en cambiarlas?

El resentimiento en contra de quien nos ha hecho el mal, el agradecimiento hacia quien nos ha hecho el bien, el reconocimiento hacia quien hace lo correcto, las prácticas de reprochar y encomiar, de incentivar y amonestar están en las relaciones interpersonales como las entendemos, tanto en el mundo primario como en el secundario. Después de todo, siendo J.R.R. Tolkien un nativo de este mundo primario, y a pesar de su potentísima y acreditada imaginación, no imaginó un mundo en el que la arquitectura de las relaciones interpersonales careciera de esos elementos. Este no es sino otro modo en que el mundo secundario es isomórfico con el primario, y preserva la sensación de coherencia que caracteriza nuestra experiencia de la realidad.

vamos un caso particular de encomio y reconocimiento. Me refiero a la proclamación de los gondorianos en el Campo de Cormallen (a las que con frecuencia se une entre lágrimas los conmovidos y emocionados lectores) 8 Tomás explícitamente defiende en la referida cuestión 83 la compatibilidad del albedrío humano con la “causalidad divina”. cuando dicen cosas como: “¡Alabados sean! ¡Alabados sean los medianos, Frodo y Sam! ¡Alabados sean los portadores del Anillo con grandes alabanzas!” (p. 953). Desde la perspectiva incompatibilista esto es un sinsentido. Si el determinismo es verdad, no hay nada que alabar de las acciones de Frodo y Sam, pues todo cuanto hicieron no era sino lo que debía ocurrir. Pero qué experiencia tan triste y gris sería leer El Señor de los Anillos si lo hacemos desde esa óptica. Precisamente la réplica compatibilista es que tanto para nosotros en el mundo primario, como para los hombres en el Campo de Cormallen en el mundo secundario, las acciones de Frodo y Sam son excepcionales al grado de ser dignas del mayor de los encomios. Aun asumiendo como verdad que ellos actuaron dentro de un gran esquema determinista, en el estado de cosas en ambos mundos es tanto costosísima como materialmente inviable una reconcepción de las relaciones interpersonales en las que no existan tanto el sentimiento moral de admiración que presupone esta alabanza, como la práctica misma de alabar o encomiar grandemente a las personas que creemos han salvado al mundo.

En el mundo secundario de Tolkien el resentimiento, la admiración, el reproche, el encomio, etc. son parte fundamental de la experiencia de la lectora y el lector, son parte sustancial de la materia prima que este autor utiliza para enriquecer la experiencia de lectura. En los mitos y leyendas que conforman su obra literaria observamos castigos, reconocimientos, arrepentimientos, traiciones, lealtades, ternuras y crueldades. Eä está poblada por un sinnúmero de seres cuyas historias experimentamos como las protagonizadas por agentes, esto es, entidades dotadas de voluntad y libertad, en consecuencia, susceptibles de evaluación moral, propensas a ser objeto de nuestras actitudes reactivas (y las de los pobladores de ese mundo, naturalmente). Dichas entidades son grandes y pequeñas: desde las inteligencias más simples, hasta los seres más sabios y majestuosos.

En primer término, constatamos la agencia de los Ainur y, más en específico, los Valar, los poderes del mundo, los cuales se nos manifiestan como genuinas potencias demiúrgicas que ordenan desde las estrellas en los cielos, hasta las rocas, las plantas y los animales en la tierra (McIntosh, 2017, pp. 168-176; Tolkien, 1977, pp. 13- 19). Entre estas potencias destaca la de Melkor, el Vala rebelde, quien originalmente fuera el habitante más poderoso de toda Eä (Tolkien, 1977, p. 63).

En “De Aulë y Yavanna”, segundo capítulo del Quenta Silmarillion (Tolkien, 1977, pp. 31-35), observamos lo que parece un notable ejercicio de la libertad dentro de este mundo secundario: Aulë hace a los enanos. En este pasaje, Aulë es reprendido por Ilúvatar, quien le cuestiona por realizar una acción que sobrepasa la autoridad y el poder que le han sido otorgados. Aulë como entidad creada carece de la llama imperecedera, por consiguiente, del poder para hacer de los enanos algo más que simples muñecos dependientes por completo de él. También observamos a un Aulë humildemente arrepentido que pide el perdón de Ilúvatar, quien, en su amor y misericordia, lo gratifica al infundir la llama imperecedera en estas criaturas y convertirlas en los seres independientes cuyo papel en la historia conocemos a lo largo del resto de la obra de Tolkien. Todo este pasaje (y otros muchos similares), diríamos pesimistamente desde la óptica del incompatibilismo, es carente de sentido toda vez que las acciones del Aulë no son sino parte del gran diseño de Ilúvatar.

También constatamos en los diversos pasajes agencias bastante menos potentes que las de los Valar, como las de los elfos, los seres humanos, los Hobbits y los enanos. En “El principio de los días”, primer capítulo del Quenta Silmarillion (Tolkien, 1977, pp. 23-30), se nos dice que Ilúvatar ama la Tierra y que es su designio que esta sea la morada de Elfos y Hombres. A los primeros los hizo las criaturas más bellas de entre los seres terrenales y las productoras de las mayores bellezas, reciben la mayor bienaventuranza dentro de Arda y el Don de la Inmortalidad que ataría sus almas al mundo, de manera que pueden existir en tanto Arda exista. En contraste, para los Hombres, Ilúvatar quiso que sus corazones buscarán siempre más allá de los confines del mundo y que no encontraran en él reposo. Les concedió, entonces, el Don de la Libertad, el amargo don de la muerte, es decir, la posibilidad de pasar solo brevemente por este mundo y que sus almas en verdad los abandonen cuando mueran sus cuerpos. Los humanos tendrían, se nos dice, la capacidad de modelar sus vidas entre los azares y fuerzas del mundo más allá, incluso, de la Música de los Ainur “que es como el destino para todo lo demás” (p. 29).

A continuación, se nos dice que Ilúvatar sabe perfectamente que los Hombres se equivocarán con frecuencia, confundidos por el torbellino de los poderes del mundo, y no aprovecharán sus dones de forma adecuada, por lo que dijo: “Ellos también descubrirán, llegada la hora, que todo cuanto hagan solo redundará, al fin, en la gloria de mi obra” (Tolkien, 1977, p. 29). Luego, por un lado, se se indica que los seres humanos no están sujetos a la Ainulindalë como el resto de criaturas, pero que igualmente están de forma constitutiva, esto es, por definición, sujetos al gran plan o diseño de Ilúvatar. ¿Significa esto que la Ainulindalë es solo un aspecto o una parte de los designios de Dios y, en concreto uno al que los humanos no están sujetos? Esto resulta un poco oscuro, pues, finalmente, lo que parece constatarse a lo largo de la obra de Tolkien es que los seres humanos también participan de los hechos de la Música (e.g., Frodo y la destrucción del Anillo Regente, seguida de la llegada del Dominio del Hombre en la Tierra Media y la partida de los elfos). La libertad que se les otorga es la de abandonar tras un breve lapso los círculos del mundo. No obstante, ese no es el tipo de libertad que el compatibilista quiere conciliar con el determinismo o que el incompatibilista considera irreconciliable con este. Sin embargo, el que esa libertad se les otorgue supone de la existencia de un designio superior que los sujeta.

Todos estos relatos en los que vemos a Ilúvatar intervenir o señalar sus planes y designios nos recuerdan que, según la Teología Natural, en el paradigma monoteísta propio de tradiciones como el judaísmo, el islam y el cristianismo, hay dos maneras generales en las que Dios9 tiende a obrar en el mundo: los milagros y la providencia. También se suele estimar que, de estas dos formas, Dios acostumbra más obrar mediante la providencia, pues ama la cosas que ha creado y prefiere tanto respetar su naturaleza como perfeccionarla antes que circunvalarla (Kreeft, 2005, p. 54). En otras palabras (y si se me permite la humorística analogía), Dios puede programar y hackear, pero prefiere confiar en la sólida programación antes que en el ingenioso hackeo para asegurarse el funcionamiento de las cosas. Siendo así las cosas ¿cómo puede ser compatible la libertad o albedrío con el Ainulindalë como destino o, en todo caso, la providencia de Ilúvatar como norma de la existencia en Eä?

Me gustaría introducir un tanto caprichosamente una suerte de analogía con el ajedrez. Una partida de ajedrez es un conjunto finito de pares ordenados de movimientos de quienes juegan (su primer componente es siempre el movimiento de las blancas y el segundo el de las negras), conforme a las reglas que brindan identidad a cada una de las 32 piezas utilizadas dentro del tablero de 64 escaques. Esta concluye con los resultados de: a) tablas (empate por acuerdo mutuo, por regla, imposibilidad de hacer más movimientos legales o imposibilidad matemática de realizar un jaque mate) o b) victoria/derrota (por rendición, desistimiento, abandono o por jaque mate). Por supuesto, esas reglas que brindan identidad a cada una de las piezas (i.e., cada pieza es definida no por su nombre o su apariencia, sino por su patrón de movimiento en el tablero) dan lugar a otro conjunto que es bastante más grande que el conjunto finito conformado por una partida de ajedrez, a saber, el conjunto de todos los movimientos posibles, esto es, el de todas las jugadas legales realizables en el tablero. Se calcula que la dimensión de ese conjunto es de aproximadamente un orden de magnitud de 10^120. Esto supera algo así como en 40 órdenes de magnitud la cantidad de átomos que se calcula existen en el universo (Wild, 2022). Esto revela que, por decir lo menos, en una partida hay muchas opciones disponibles para los jugadores. Un ejemplo de una partida muy breve de ajedrez es el siguiente:

e3, f6

f4, g5

Dh5#

Esta partida concluye con un jaque mate de las blancas en tres movimientos. Evidentemente, el segundo movimiento de peón de las negras del escaque inicial a g5 dista de ser la decisión más afortunada en la historia del juego. Era solo uno de al menos 19 movimientos posibles en ese momento inicial del juego, pero resultó ser el peor. La partida claramente era una dentro de un enorme acervo −un conjunto− de partidas posibles. En este sentido, su existencia ya estaba preestablecida de forma matemática y su ocurrencia era una posibilidad plenamente previsible. Las acciones de los jugadores se han ejecutado conforme a las reglas de movimiento de las piezas y fueron condicionadas por las acciones del rival. Pero todas esas acciones −esos movimientos de piezas− están previamente calculados en el gran conjunto de todos los movimientos posibles. No hay ninguna novedad, ninguna creatividad en las acciones de los jugadores. Cuando dos personas juegan ajedrez, experimentan la partida como un hecho novedoso. Por muy experimentado que sea un jugador y sin importar en cuántos miles de partidas haya competido en su vida, cuan prodigiosa sea su memoria y cuántas aperturas similares haya enfrentado, tarde o temprano se topará con un movimiento que abre un microuniverso de variantes nunca antes vistas. Esa ignorancia de lo que pasará, esa incapacidad de calcular todas las posibilidades y conocerlas antes de que se actualicen quizás es parte fundamental de la experiencia de toma de decisiones que emprende cada jugador. Esto porque las partidas se viven como nuevas a pesar de que son cada una la mera actualización de una posibilidad dentro de una finitud de posibilidades matemáticamente preestablecidas que parecen novedosas solo desde nuestra limitada perspectiva.

Pienso en la omnisciencia de Ilúvatar como en el conocimiento cabal de absolutamente todos y cada uno de los millones y millones tanto de movimientos como de partidas que pueden realizarse en el ajedrez. Pienso en la Ainulindalë como destino o la providencia de Ilúvatar como en una selección particular de los movimientos que conformarán una partida de ajedrez en extremoe hermosa. Ilúvatar considera el juego mismo como algo digno de ser jugado y apetecido por su belleza, e invita a los seres por él creados a participar de esta. Naturalmente, él conoce a sus criaturas y sabe con anticipación todos los movimientos que los jugadores de hecho jugarán, y cómo cada una de sus acciones y decisiones serán tributarias tanto de la gloria como de la belleza de la partida al final. Quienes juegan llaman “libertad” a la experiencia de tomar decisiones en el insondable e ininteligible mar de los movimientos posibles, de hacer sus contribuciones a la partida con movimientos que consideran nuevos y creativos, a pesar de que son todos miembros del gran acervo ya predefinido o preestablecido por Dios, uno de los tantos elementos que pertenecen al conjunto enorme −aunque finito y conocido por completo sólo por Ilúvatar− de todos los movimientos posibles. La providencia es la suma de todas las contribuciones, de todas las decisiones.

El orden de magnitud del conjunto de todos los hechos, acciones y decisiones posibles en Eä es, sin más, incalculable para los habitantes del mundo secundario. Sin duda, se trata de un conjunto cuyo número de elementos es de un orden de magnitud apabullantemente superior a los 120 órdenes de magnitud del conjunto de jugadas posibles en ajedrez. La omnisciencia de Ilúvatar consiste en su cabal conocimiento de todos, así como de cada uno de esos hechos, acciones y decisiones posibles. Su providencia, manifestada por medio de la Música, es la gran coordinación de todas las cosas a efecto de que se desarrolle una versión o secuencia concreta, y particularmente bella de todos esos hechos, acciones y decisiones.

Arrojados en el torbellino de este inefable campo de las posibilidades lógicas, los seres y criaturas creados por Ilúvatar experimentan −quizá ilusoriamente− como libertad su incapacidad de prever todas las posibilidades y de advertir cómo sus acciones forman parte del todo. Después de todo, cada uno de estos seres y criaturas no tiene más que una comprensión parcial de la mente de Dios. Algunas entidades la comprenden más, otras menos, pero al final ninguna lo hace en modo mínimamente cercano a su totalidad. Ni siquiera los Valar. Pero, sin importar si los seres y criaturas se encuentran atados a la providencia, las prácticas de sentir resentimiento, manifestar reproche, encomiar, agradecer, y cualesquiera similares y conexas están enraizadas en su experiencia de existir, además, exhiben la naturaleza de tales seres y criaturas, son inherentes a ellos, a sus modos de ser.

Si se admite esto último, entonces quizá pueda aceptarse que es irrelevante si el determinismo es verdad. Si consideramos que las relaciones interpersonales, así como lo que, en su marco, creemos que nos debemos los unos a los otros son elementos precisos y constitutivos de nuestra humanidad tal y como la conocemos y comprendemos, es mínimo el efecto que puede surtir un convencimiento teórico como la verdad del determinismo para cambiar tanto esa concepción de las relaciones interpersonales como las prácticas que se desprenden de estas. Tomaría siglos transformar nuestra forma de vernos a nosotros mismos y a otros agentes, de manera tal que nos desprendamos de la proclividad a sentir resentimiento, agradecimiento, culpa, admiración, etc.

Los seres y criaturas que Ilúvatar creó parecen desde el principio, al menos según relata la tradición élfica, individuos cuyas relaciones suponen esa clase de sentimientos y prácticas, y poseen esa arquitectura. Aunque no es susceptible de duda que todo cuanto ocurre es parte del gran plan de Ilúvatar, no menos cierto es que las relaciones establecidas entre sus creaciones −tal y como son experimentadas y concebidas por ellas mismas− son preciosas y que su belleza es, al fin, tributaria del todo

Referencias bibliográficas

De Aquino, T. (2014). Suma Teológica Mínima. Los pasajes filosóficos esenciales de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino. Madrid: Tecnos. [ Links ]

Kreeft, P.J. (2005). The Philosophy of Tolkien. The Worldview Behind The Lord of the Rings. San Francisco: Ignatus. [ Links ]

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Wild, J. (7 de noviembre de 2022). The Wild Project #155 (Video). Recuperado de https://www.youtube. com/watch?v=oospxoH2BcI [ Links ]

1Profesor Investigador de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Miembro de la Sociedad Tolkiendili de México y del Smial Daenmoth. Administrador del canal en Youtube, Instagram, Facebook y Tiktok de divulgación de la obra de J.R.R. Tolkien Haddadro. Contacto: pedro.haddad.bernat@gmail.com

2 El original en inglés dice así: There was Eru, the One, who in rda is called Ilúvatar; and he made first the Ainur, the Holy Ones, that where the offspring of his thought, and they were with him before aught else was made.

3 También llamada “fuego secreto”, se refiere a la potencia creadora de Ilúvatar, quien es Dios, omnisciente y omnipotente, en estos mitos.

4“Arda” significa literalmente “el reino” y se refiere al sistema solar donde está ubicada La Tierra, el planeta, al que podemos referirnos como Imbar, que literalmente sería “la habitación”. Mientras se refiere al cosmos, el universo donde se encuentran la materia y la energía, Arda remite al espacio dispuesto como hogar de los “Hijos de Ilúvatar”.

5 A partir de aquí recurriré a la dicotomía mundo primario/mundo secundario para distinguir entre la vida real y universo imaginario elaborado por J.R.R. Tolkien a lo largo de su obra literaria, respectivamente.

6Cabe advertirse que Strawson, en su célebre artículo Libertad y resentimiento, no habla de compatibilistas e incompatibilistas, sino de optimistas y pesimistas respecto del determinismo. Sin embargo, la interpretación dominante es que son equivalentes y de esa forma lo manejaré aquí.

7 Parte I, Cuestión 83, Artículo 1.

8Tomás explícitamente defiende en la referida cuestión 83 la compatibilidad del albedrío humano con la “causalidad divina”.

9 Si bien no se ha hecho explícito, es claro que, conceptualmente al menos, Ilúvatar es como el Dios cristiano.

Recibido: 31 de Octubre de 2023; Aprobado: 29 de Abril de 2024

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