Introducción
En el marco de las discusiones académicas sobre filosofía política y geopolítica destaca, en nuestro momento, el tema de la evidente modificación en las relaciones internacionales de poder. Enunciándose como un cambio en la geopolítica predominante hasta el final del siglo XX, la cual fue hegemonizada unipolarmente por Estados Unidos y Europa tras la desarticulación de la Unión Soviética y de los países que conformaban el socialismo histórico, la reflexión actual se centra en el desarrollo y alcance de nuevas relaciones internacionales de carácter multipolar, resultantes de la aparición de nuevos actores geopolíticos tales como China, Rusia e Irán, que rivalizan con el poder occidental.
Se trata así de una reflexión sobre el surgimiento de un nuevo sistema de relaciones emergentes que, de consolidarse, darían lugar a una geopolítica mundial novedosa, pues dejaría atrás las relaciones moderno-contemporáneas de dominio y sometimiento de regiones de interés prioritario para los países predominantes en el actual sistema mundo capitalista y, de países soberanos claves, como Venezuela, Brasil y Panamá dentro de esas mismas regiones.
Debe destacarse que el abordaje del tema se ha dado con un énfasis fenomenológico y descriptivo, aportando sin duda elementos de juicio; pero que no permite una lectura sistémica que, considerando la totalidad de los acontecimientos, nos permita proponer un juicio sólido sobre las características de los procesos y del momento en el que los estamos presenciando. Por ello, necesitamos una lectura diferente, lograda a través de la identificación de los vínculos orgánicos entre los distintos acontecimientos que nos permita delimitar mejor los alcances de ese nuevo perfil de relaciones dentro de nuestro particular y complejo contexto internacional.
Los múltiples acontecimientos que observamos poseen un vínculo profundo. Generado por intereses geopolíticos y las tensiones entre los distintos actores, hegemónicos y emergentes, son esos mismos factores los que nos posibilitan entender mejor el significado de los acontecimientos en esta nueva época. Los acontecimientos internacionales actuales no constituyen hechos aislados, sino que al estar vinculados entre sí conforman escenarios geopolíticos, los cuales, interpretados desde un enfoque de totalidad, nos permiten caracterizar el momento específico que estamos viviendo. La nuestra es una coyuntura liminar, que no alcanza aún a ser una transición firme, como se podría sugerir, pues ninguno de los actores tiene capacidad resolutiva en este contexto ya que estando en disputa tienen una correlación de capacidades e influencias equilibradas.
Esos distintos escenarios actuales, o regiones geográficaseconómicas- simbólicas en disputa, se inscriben dentro de un contexto histórico más complejo aún, un cambio de época. Las características de la contemporaneidad geopolítica desarrollada después de la Segunda Guerra mundial se han modificado sustancialmente. Con esto la contemporaneidad histórica, iniciada con la revolución francesa, quedó atrás con el fin de la guerra fría y la rivalización del poder geopolítico unipolar que le siguió, iniciándose, en los primeros años del siglo XXI, una nueva, la poscontemporaneidad. Esta, caracterizada inicialmente por el cambio geopolítico mundial, contiene además una crisis en la racionalidad occidental moderno-contemporánea, sumada a cambios sustanciales en las formas de vinculación- interacción, identidad y formas de pensar-actuar humanas predominantes en durante el siglo XX.
La integración metodológica de distintos acontecimientos dentro de escenarios nos permite visualizar colateralidades, o campos de tensión no evidentes, que, formando parte del momento actual, no pueden ser dejados de lado para comprender este movimiento aturdidor del complejo mundo actual. La certeza, o no, de nuestra propuesta en todo caso no puede ser teórica, sino solo la de la verdad que se constituye en el terreno de la historia.
El Carácter Liminal De Los Nuevos Escenarios Geopolíticos Mundiales.
A partir de la primera década del siglo XXI vivimos una época vertiginosa de cambios en las relaciones internas del sistema mundo moderno-contemporáneo. Llena de acontecimientos que solo atinamos a atestiguar ante una rapidez que nos aturde, asistimos a un espectáculo complejo que nos invita a sospechar de una nueva relación geopolítica mundial en la cual los viejos actores, que protagonizaron los escenarios del mundo bipolarunipolar, se ven cuestionados, e incluso rivalizados, por actores emergentes que promueven nuevas relaciones de poder internacional y nuevas formas de pensar-actuar.
Ante nuestros ojos se dibuja el boceto de un nuevo sistema mundo.
Es un momento que nos llama la atención ante nuestro usual descuido, pues la mayor parte de nuestra vida la pasamos despreocupados por lo que pasa en el mundo, enfatizando solo lo que pasa en nuestras vidas. Es cuando la dinámica del mundo enturbia nuestra indiferencia por lo diario que se nos hace urgente forjar una opinión. En la turbulencia de nuestros tiempos desarrollamos consciencia de nuestro presente. A través del impacto que nos causan los acontecimientos forjamos un primer criterio sobre la realidad que presenciamos.
Mas todos esos acontecimientos, constituidos por conductas humanas, no pueden comprenderse desde nuestra frívola superficialidad objetiva, pues en su seno destaca el sufrimiento del otro que lo padece, y que es a su vez un nosotros padeciéndolo. Ante el llanto de un niño huérfano por las bombas que acaban de matar a sus padres y destruir su hogar ¿quién puede resistirse a pensar que haría y sentir la ira suficiente para ir a la guerra? Pues quien no arriesga su vida por otro no merece llamarse hombre. Nada nos da más objetividad que la pulsión de nuestras indignaciones. Nada compromete más nuestra voluntad para cambiar el estado de los asuntos que aquello que nos disgusta.
Toda la historia está constituida por los comportamientos de los seres humanos, y es por ello tienen un vínculo íntimo que, en ocasiones, no es evidente, pues, sometidos a una deficitaria racionalidad, se prefiere ocultar la perversión de las pasiones con las que intencionalmente los provocamos nuestros hechos para con ello lograr lo que deseamos sin la banal incomodidad de los juicios y las condenas ajenas. Es justo por esa subjetividad oculta que nuestro juico ligero y objetivo nos resulta incierto. Será solo por la huella que deja tras de sí la escurridiza verdad que nos aboca a la necesaria reflexión, pues solo la reflexión nos permite transformar intuiciones en pensamientos.
Sospechamos del juicio simplón y apresurado, pues algo no encaja. Encontrando por medio de la reflexión detenida esa organicidad no evidente que hace de los acontecimientos dispersos parte de un todo. Bajo la imagen de una multiplicidad desvinculada, las distintas conductas constituyen los acontecimientos; bajo su aparente singularidad, componen escenarios. En cada uno de esos escenarios sus dinámicas se provocan por tensiones generadas a través de intereses de influencia, protagonismo y, dominio de actores predominantes sobre regiones significativas, económicas, políticas o militares. Todos estos contienen conductas intencionadas de poder sobre otro que impulsan sus dinámicas internas y los reúnen en una vinculación recíproca que constituye el momento de la época que vivimos. En la dinámica histórica del sistema mundo moderno-contemporáneo, los múltiples sucesos que conforman escenarios internacionales se caracterizan ya sea por relaciones geopolíticas de consolidación de poder, sometimiento o influencia, o por procesos de decadencia de esas relaciones, tanto como por dinámicas de transición hacia otras relaciones geopolíticas.
Toda época es el trasfondo de la historia. Como tal, contiene esa racionalidad apasionada que, producto de un “adecuado proceder moderno”, correcto y barbárico a la vez, se disfrazada de desligamiento entre hechos.
Es tarea el develar el vínculo entre lo que acontece para entender los escenarios que constituyen, comprendiendo así la época a través de reconocer, en lo que nos aturde, los fundamentos del momento que presenciamos, más allá de lo simplemente satisfactorio, pues en todas y cada una de las épocas, la objetividad del momento la conforman múltiples conductas condicionadas por la incidencia de intereses que configuran los modos de pensar y actuar humanos, como efecto del recurso al poder simbólicoideológico de lo político y lo propagandístico. Toda la objetividad del mundo surge al provocar la subjetividad humana. La objetividad de los acontecimientos se reconoce en la subjetividad de los hechos. Los distintos escenarios actuales nos evidencian un momento liminal, una transición, en la que las rivalidades no poseen aún la suficiente fuerza para resolverlas. Estamos en el intermedio del pasadizo, sin una resolutiva capacidad de continuar o cambiar. Los rivales se encuentran en una correlación balanceada. Es este “estar en el umbral”, la situación liminal, la particularidad de nuestro momento, el primer movimiento de esta época poscontemporánea iniciada con el final de la bipolaridad geopolítica del siglo XX.
La Transición Geopolítica Del Sistema Mundo
El capitalismo del siglo XVII conectó el mundo. Integró las distintas regiones geográficas del orbe en un régimen de traslado de mercancías y zonas de poder, creó un sistema mundo. Este, tras la finalización de la segunda Guerra mundial, el período de posguerra dio lugar a la constitución de una relación geopolítica que caracterizó todas las dinámicas de poder mundial bajo la noción de guerra fría. Se constituyen, por su incidencia, escenarios y sub-escenarios de conflicto, algunos que, como en el caso de Centroamérica, se desarrollaron como guerras de baja intensidad. Esos conflictos fueron presentados como resultado del enfrentamiento este-oeste, al menos así lo pretendió hacer ver la geopolítica estadounidense durante el Gobierno de Ronald Reagan (1981-1989) en lo que denominó su “patio trasero”. La geopolítica bipolar impuso formas de exclusión y persecución de carácter maccartista que provocaron y justificaron la aparición de dictaduras latinoamericanas y grupos paramilitares de extrema derecha. Bajo las dinámicas de bipolaridad se defendió el poder imperialista a través de la represión y persecución de todo actor social que, en aquel momento, propusiera un cambio en una dirección política, sino opuesta al menos alternativa, a los intereses de estadounidenses sobre latinoamericana. La geopolítica bipolar en América Latina implicó constante exclusión, persecución y muerte.
Con la desarticulación del socialismo histórico la noción de guerra fría perdió vigencia y, con ello, las relaciones geopolíticas bipolares perdieron sustentabilidad argumentativa. Abriéndose desde entonces un nuevo período de relaciones internacionales bajo la hegemonía del Occidente capitalista, representado en la OTAN y los Estados Unidos. En cuestión de unos cuantos años la transformación de geopolítica bipolar en unipolar dio a la imagen errónea de final de esa guerra fría como final de la historia2.
Bajo la percepción ideológica de “no rivalidad” internacional el imperialismo estadounidense descentra su mirada de su “patio trasero”, que considera ahora estable, enfatizando su presencia sobre las otras diversas regiones del mundo que, hasta la desarticulación de la Unión Soviética, estaban fuera de su área de influencia consolidada, creando con ello un escenario de emergencia de nuevas relaciones de poder internacional cuyas primeras expresiones fueron las guerras yugoslavas y, por supuesto, la invasión a Irak denominada guerra del Golfo, que 2 Fukuyama, F. El fin de la historia y el último hombre. 1992 permitirán el diseño de un nuevo modelo de guerra conocido como guerras de sexta generación, o guerras holísticas y difusas.
Dentro de este nuevo escenario, la hegemonía unipolar occidental, favorece los procesos de globalización que darán lugar, a partir del 2007, a una redefinición de la racionalidad moderno-contemporánea dominante y la constitución de una nueva percepción del sujeto, lo que se puede denominar el yo contemporáneo predominante.
En el desarrollo de una nueva fase del proceso de globalización tras el final de la guerra fría, lo que fue geopolíticamente un nuevo escenario de consolidación de relaciones de poder unipolar, surgen nuevos actores laterales, las llamadas BRICS, que proponiendo formas de pensar otras y, relaciones económicas favorables a los países del tercer mundo, van a propiciar la aparición de un nuevo escenario geopolítico mundial de relaciones multipolares. La primera expresión de esta ruptura de la incuestionablilidad del poder unipolar la tenemos, a mi juico, en la anexión de Crimea en el 2015.
La multipolaridad ascendente va a provocar a partir de esta primera década del siglo XXI la aparición de acontecimientos históricos que demarcan la reacción a la expansión del poder geopolítico occidental a esas viejas regiones que estaban bajo otra influencia geopolítica. Entre los acontecimientos más destacables debemos considerar los procesos de desdolarización de la economía mundial, la guerra en Ucrania, la tensión en el estrecho de Taiwán, y por supuesto la guerra en Palestina. Bajo esta referencia es posible caracterizar el escenario geopolítico internacional actual como un momento de transición entre la anterior forma de poder unipolar y las nuevas relaciones multipolares.
Una transición que está dando lugar a geopolítica de tensión y de posibles conflictos como manifestación de la decadencia y agotamiento del poder Occidental. Esto tendrá, como alcance máximo, un cambio en la ontología del sistema mundo capitalista, bajo formas de estabilidad relativa en permanente tensión, acompañados de una nueva gnoseología y un nuevo sujeto humano.
Fundamentación Geopolítica De Los Escenarios De TransicióN
Bajo la constitución del sistema mundo capitalista se dio lugar a relaciones de poder internacional que delimitaron la ontología del mundo moderno y contemporáneo. Con base en el desarrollo de rutas comerciales y colonización, Europa impuso, dentro de una lógica capitalista de beneficio propio a través de la explotación de otros, relaciones de influencia, subordinación y dominio de las distintas regiones geográficas, que desembocaron en relaciones imperiales. Bajo esta particularidad la construcción de un sistema mundo contuvo un proyecto de poder geopolítico internacional desarrollado a partir del siglo XVII, es decir en el marco de la modernidad europea. Como proyecto moderno surge la colonización de Asia, África y América. Esa particularidad de contener un proyecto de poder es lo que va a desembocar, como expresión geopolítica superior, en la conferencia de Berlín de 1884 donde África es repartida entre 12 países europeos, Estados Unidos y, el imperio otomano. Las relaciones geopolíticas internacionales se conceptualizan, desde Occidente, como relaciones de hegemonía imperial es sobre las colonias. Por ello, durante toda la época contemporánea, las relaciones geopolíticas internacionales se despliegan bajo asimetrías entre países y regiones.
Surgiendo de un escenario de entendimientos necesarios generados por el interés de un equilibrio de poder que evitara una guerra masiva entre países europeos, el proyecto geopolítico moderno de domino imperial del mundo se vio reflejado en el proyecto filosófico de Kant sobre la paz perpetua3. Para este filósofo tal logro geopolítico solo se materializaría a través de una asociación federativa de naciones europeas que impone un sistema internacional de equilibrios por medio de un régimen jurídico internacional en común. Sustentado antropológicamente en la tesis de una “insociable sociabilidad”, como lo expone hacia 1784 en su obra “Ideas para una historia universal en clave cosmopolita”, será solo un poder internacional único lo que garantice la paz.
La continuación histórica del proyecto de poder geopolítico moderno en la contemporaneidad dio lugar al desarrollo de un modelo de orden internacional que tuvo como característica la bipolaridad durante los años de la guerra fría, configurando, con base en ello, zonas 3 Kant, E. Sobre la paz perpetua. 1795. de influencia exclusión y dominio en el sistema mundo capitalista. Esto es lo que podemos denominar como su ontología fundamental.
Tras el final de ese momento con la desarticulación del socialismo histórico el sistema mundo internacional sufre una transformación que lo lleva de la bipolaridad a la unipolaridad. La unipolaridad geopolítica del final de la época contemporánea dio lugar a relaciones complejas y adaptables, donde las relaciones internacionales se dan como combinación del recurso diplomático y militar. En este sentido, el desarrollo de una nueva fase de la globalización contemporánea durante la primera década del siglo XXI, que da una continuidad remozada al proceso iniciado a mediados del siglo XX, contuvo un nuevo proyecto de poder que suponía un sistema internacional de poder único en el mundo para el siglo 21.
Sin embargo, el poder occidental no percibió el riesgo geopolítico que, en el ámbito de un nuevo orden mundial distendido, favoreció finalmente el desarrollo y posicionamiento de un nuevo bloque económico-político contra hegemónico al que conocemos como las B.R.I.C.S.
En América latina, la desviación del énfasis estadounidense en su patio trasero, que se pensó como imperialismo mundial incuestionable, muy al tenor de su viejo destino manifiesto4, abrió un espacio para la organización y el desarrollo de proyectos políticos progresistas que, en su momento, Tabaré Sánchez denominó el socialismo rosa, o sea, el arribo al poder estatal de la nueva izquierda latinoamericana.
Desde una lógica de fragmentación, el sistema mundo unipolar pretendía imposibilitar la resolución de problemas asociados al ejercicio del poder geopolítico Occidental a través de la integración de los países dominados; sin embargo, a partir del golpe a las torres gemelas, el World Trade Center, el 11 de septiembre del 2001, se abrió una crisis ideológica en la visión del carácter incuestionable del poder unipolar que lo evidencia como vulnerable. Desde este momento se ve, como utopía posible, la constitución de un orden internacional multipolar en respuesta a los problemas que el sometimiento al poder unipolar generó en el mundo entero. La respuesta a esto, por parte de Estados Unidos y Europa fue, y es hasta ahora, el desarrollo de un nuevo modelo de guerra conocida como híbrida o guerra de sexta generación. Se trata de una nueva concepción del recurso a la guerra cómo estrategia holística y difusa, de carácter complejo, militar, diplomático, económico e ideológico simultáneamente. Formulada inicialmente el contexto de la guerra Bosnia- Herzegovina, entre 1992 a 1995, sigue el modelo de Clausewitz de la guerra como imposición de la voluntad propia sobre el enemigo, pero amplía los actores y escenarios implicados más allá de grupos de poder, abarcando todas las áreas sociales, incluso la opinión pública para debilitar el posicionamiento del gobierno nacional, como se ha visto en Latinoamérica con la constante agresión estadounidense contra Venezuela.
Estratégicamente, esta forma de guerra, propia de la geopolítica unipolar, busca afectar los puntos débiles identificables bajo un perfil omnidireccionalidad hacia todas las áreas sociales que se atacan simultáneamente. Con esto se logra que el ejercicio de la invasión militar regular se relegue a un último momento y que incluso llegue a ser innecesario, pues el desarrollo del conflicto se da en sectores de la sociedad civil contra el gobierno. El pueblo, la masa de la población más propiamente, pasa a transformarse en fuerza ofensiva contra su propio país, siendo imposible separar al combatiente del ciudadano, lo que hace que el Estado sea incapaz de enfrentar convencionalmente las amenazas que persiguen su desestabilización.
A partir de la experiencia venezolana, específicamente, con la contraposición al affaire Guaido, 2019 a 2023, se ha podido notar como una confrontación de tipo gramsciana o de guerra de posiciones es efectiva para contrarrestar políticamente los alcances de la guerra híbrida, aunque no así los deterioros económicos que produce. Es gracias a ello que el gobierno del presidente Nicolás Maduro ha logrado recuperar la presidencia del Parlamento, en la V legislatura y, el restablecimiento de relaciones diplomáticas, a partir del 2021, obligando a que aquel figurativo presidente se refugiase en Estados Unidos.
Escenarios Actuales De La Transición Geopolítica
En nuestro momento existen cuatro escenarios donde se evidencia el momento de transición geopolítica que observamos, estos son: el de la desdolarización, el de la guerra en Ucrania, el conflicto en Palestina, y las tensiones en el estrecho de Taiwán.
Todos y cada uno de estos escenarios que delimitan el proceso actual, se conforman tanto por tensiones provocadas desde la influencia de los intereses occidentales sobre países y regiones, cuya soberanía se ve comprometida, como por el ascenso protagónico de nuevos actores significativos como China, Rusia e Irán, en aquellas regiones que resultan ser significativas económica y militarmente para los intereses Occidentales y, cercanos, para estos nuevos actores, a su zona de seguridad geoestratégica y política “natural”. Esto significa que la transición actual se está operando en escenarios constituidos por territorios geográficos y comerciales en disputa, pretendiendo la eliminación efectiva del rival.
Así, si el final de la época contemporánea, tras la desarticulación de la Unión Soviética y el bloque conformado por los países del pacto de Varsovia, inició una nueva época histórica, la poscontemporánea, caracterizada inicialmente por cambios en la ontología del sistema mundo, acompañada de una transformación en la racionalidad hegemónica y, de una redefinición del sujeto humano asociado a esta.
Sin embargo, lejos de una fantasía optimista, se ha hecho evidente que, en el contexto actual, el mundo se ha vuelto más complejo y conflictivo. Se pone así en evidencia que los reacomodos en la geopolítica internacional solo se resolverán a través de la fuerza, pues Occidente no cederá con facilidad los beneficios que ha obtenido de su posición de predomino a lo largo de cuatro siglos. Por ello, las relaciones internacionales de poder que se habían forjado desde su hegemonía, no se pueden transformar sino hasta después de colapso, procediendo en su agonía de un modo más agresivo aún que en su inicio moderno, pues resulta impulsivo, no desapasionado como lo condicionaba la vieja racionalidad occidental ahora decadente.
Desdolarización
Ya desde antes del final de la Segunda Guerra Mundial, a través de los acuerdos de Bretton-Woods, Estados Unidos propone una estrategia económica consistente en desplazar la libra esterlina, transformando al dólar, sustentado en un patrón oro de 35 dólares por onza, en la moneda de reserva mundial.
Favorecido indiscutiblemente por las condiciones de reconstrucción de Europa de posguerra, el dólar ha llegado a representar el 50% de las reservas monetarias a nivel mundial. Será con el Gobierno de Nixon que el patrón oro es abandonado. A través de una negociación entre Estados Unidos y Arabia Saudita hacia 1973, que obliga a la compra de petróleo en dólares, el dólar estadounidense pasa a sustentar su valor en la posición que alcanza dentro del mercado internacional, favoreciendo esto su posición hegemónica de posguerra.
El imperialismo estadounidense a escala mundial, claramente en decadencia, es el resultado geopolítico de las ventajas económicas que se asocian a la posición del dólar a nivel internacional.
El dólar es utilizado como una herramienta geopolítica que presiona a gobiernos soberanos y, permite una amplia corrupción de distintos sectores sociopolíticos fácilmente seducibles dentro de aquellos Estados soberanos que tiene interés de desestabilizar y subordinar.
Con la aparición de nuevos actores contrahegemónicos la geopolítica occidental ha desarrollado, dentro del sistema mundo capitalista, una intención específica: la desdolarización de la economía mundial. Se trata, en todo caso, de una estrategia geopolítica en el contexto de la multipolaridad ascendente que pretende la ruptura hegemónica del dólar y debilitar al imperialismo estadounidense, si el dólar pierde valor ¿Con que podrá corromper a políticos y gobernantes?, ¿Con entradas a Disneyland, tal vez?
en el mercado internacional de dólar como lo fueron: en 1969, los llamados DEG (Derecho Especial de Giro) propuestos por el FMI, o bien, el dinar de oro propuesto por Libia en 1986, lo que provocó el ataque militar estadounidense en abril de ese mismo año.
La desdolarización es una intención geopolítica contrahegemónica que busca mediatizar la capacidad geopolítica estadounidense de comprar conciencias, voluntades y compromisos. Esta iniciativa toma particular relevancia con la incorporación de China a la Organización Mundial de Comercio y la coordinación de intereses entre China y Rusia, constituyendo un escenario más de la transición hacia la multipolaridad. Un proceso que, si bien aún no es concluyente, demuestra un proyecto de largo plazo que no es, desde ningún punto de vista, post-capitalista; sino más bien de un capitalismo no occidental.
Como tal, el interés tras esto sería el de estabilizar el mercado mundial sometido a una inflación constante como resultado de la pérdida del valor del dólar, la variación de reservas internacionales de divisas, y la difícil situación fiscal estadounidense que a duras penas puede ser mediatizado por el tesoro estadounidense a través de la impresión de mayor cantidad de dólares azules. Este proyecto resulta políticamente favorecido por el descrédito de Estados Unidos como imperio occidental y las recurrentes crisis que han paralizado ya en varias ocasiones al Estado mismo de ese país.
Al haberse utilizado el dólar como una herramienta geopolítica de desestabilización bloqueo y, financiamiento de conflictos armados en múltiples países alrededor del mundo, el proyecto de desdolarización se coloca por sí mismo como una propuesta internacional favorecida por multiplicidad de países. En este sentido debe recuperarse la declaración del presidente Lula da Silva, en abril del 2023, referente a la no necesidad de mantener las reservas nacionales en dólares, durante su visita oficial a China.
La desdolarización del mercado internacional se acompaña de una propuesta de intercambio comercial internacional ya sea, en moneda nacional de cada país, o bien, recurriendo a una nueva moneda internacional común, respaldada en el patrón oro y en un sistema descentralizado, que evite la manipulación ejercida por Estados Unidos a través del dólar, como medio internacional de intercambio de mercancías. Cualquier opción que se realice, dentro de algunos años, va a consolidar la multipolaridad sin desarticular las condiciones del mercado internacional capitalista actual, pues detrás de este proceso no se pretende la transformación del actual sistema mundo, sino su reorganización geopolítica divorciada del poder occidental como actor hegemónico.
La posibilidad real de que este proyecto llegue a una conclusión favorable a la multipolaridad se encuentra justamente en las condiciones de reconocimiento recíproco que supone el sistema mundo actual, pues dentro el actual comercio internacional se encuentra sustentado en acuerdos recíprocamente benéficos.
En todo caso, el logro de la desdolarización no es un proyecto inmediato, pues esto implicaría un inmenso costo económico para China que es el principal acreedor de la deuda externa estadounidense, quedando entonces la materialización de esta intención geopolítica a un plazo indefinido que solo concluirá con una nueva moneda internacional según se logren nuevos acuerdos y relanzamientos de iniciativas de integración regional.
Conflicto armado en Ucrania
Si hay un escenario en el cual es más evidente las implicaciones que tiene la resistencia a la transformación multipolar por parte de los Estados Unidos y la OTAN es indudablemente el escenario ucraniano. Esta guerra, sabemos claramente hoy, ha sido provocada por el interés geopolítico occidental de penetrar regiones que Rusia consideraba parte geoestratégica de sus zonas de seguridad militar nacional con el objetivo de debilitar su capacidad de respuesta ante cualquier agresión eventual, colocando a Rusia, como aliado económico, en una posición subordinada y mediatizada.
Pero, el conflicto ha sido utilizado, y favorecido por Estados Unidos e Inglaterra, como un medio para romper los vínculos económicos que Rusia había venido desarrollando con Europa desde hace algunos años. Siendo esto el objetivo profundo detrás de todo el conflicto se puede asegurar que la victoria rusa en Ucrania será, a su vez, una derrota y, un triunfo para Estados Unidos, que ha escindido irremediablemente las relaciones ruso-europeas.
El antecedente político de este escenario resulta ser previo al Euromaidán del 2013. Ucrania había manifestado una apertura a la influencia occidental durante el período del presidente Víctor Yanukovich. Producto de la presión rusa el entonces presidente Yanukovich da marcha atrás en el avance de un acuerdo de libre comercio con la Comunidad Europea. Este da lugar a que, bajo una hipotética influencia5 directa e indirecta, del gobierno alemán, se produzcan manifestaciones en la Plaza de la Independencia en noviembre. Lideradas por los sectores de la derecha y, extrema derecha, estas provocan que el presidente en ejercicio huya, en 2014, a Rusia asumiendo 5 No hay hasta ahora información fehaciente que permita aseverar con certeza esto, por ello lo propongo como hipótesis próxima a los hechos. el gobierno la Rada Suprema ucraniana o parlamento. el gobierno.
Rusia reacciona geopolíticamente anexionándose Crimea y desarrollando acciones militares en la región del Donbass, en Ucrania. A partir de esa fecha, grupos paramilitares ultraderechistas como el Batallón Azov, el Batkivshchyna y Svodan, toman una particular importancia, llegando a constituir un apoyo sólido al nuevo presidente Volodormir Zelenski, quien asume a partir del 2019. Bajo esa correlación política, se abre una situación favorable para los intereses de la OTAN por influenciar a Ucrania que ya habían sido manifestados desde el 2008, y con mayor fuerza desde los acontecimientos del 2014. No en balde el conflicto ucraniano abre un periodo de recuperación interna de la OTAN que se encontraba internamente en conflicto.
La presencia de intereses de la OTAN en Ucrania había sido vista por Rusia como una amenaza directa más aún luego de la incorporación de Polonia, Estonia y, Rumanía a la alianza. En esa situación, y actuando bajo las características de racionalidad occidental moderna, Rusia encuentra inevitable la guerra por razones de su seguridad nacional, mientras que simultáneamente Estados Unidos ve en el conflicto la oportunidad idónea para romper relaciones económicas ruso-europeas. Rusia antes del conflicto exportaba, en un rango superior al 60% de cobertura a Europa, las necesidades de consumo de gas, petróleo y, fertilizantes, lo que obligaba, desde la óptica de los intereses europeos y geopolíticos del Occidente a mediatizar las posibilidades de influencia rusa. En principio, la apuesta occidental fue el apoyo a los grupos de extrema derecha, esto explica justamente que el primer objetivo ruso fuera justamente el neutralizar esos grupos neonazis.
Hasta la fecha, dos años después de iniciado el conflicto, Rusia ha optado, frente a la avalancha de apoyo técnico europeo y estadounidense, por más de 100 mil millones de dólares, por un modelo de guerra de desgaste que hasta ahora le ha sido efectivo, trasladando el alto costo de este modelo de guerra a la OTAN, creando fricciones internas reflejadas en el que cuestionamiento del presidente francés E. Macron a la “muerte cerebral” de la organización y su supeditación a las iniciativas estadounidenses en julio del 2018. El conflicto ucraniano demuestra en toda su amplitud el proceder de la geopolítica occidental pretendiendo mantener aún las prerrogativas de la unipolaridad.
Conflicto armado en Palestina
Al lado del escenario ucraniano, el conflicto armado en Palestina, Gaza en particular, es el más mediáticamente cubierto. Continuos reportajes publicados por cadenas internacionales nos llevan a presenciar el brutal genocidio étnico que el Ejército de Israel, actuando como verdadero continuador de los nazis, está llevando a cabo contra la población de Gaza, no solo contra Hamas. El gobierno sionista ha colocado a la población de Gaza en una esfera del no ser, un eje del mal compuesto por Irán- Hamas y el Hezbollah.
Este conflicto es potenciado por los intereses geopolíticos de Estados Unidos e Inglaterra pues para ambos Israel no solamente es un portaviones en el Medio Oriente sino también ocupa una posición estratégica en cuanto se encuentran ahí enormes arsenales de armas que entrarían en uso ante un posible conflicto contra Rusia e Irán.
Israel ha significado históricamente para Estados Unidos, desde el período de la guerra fría, una posición de contrapeso ante la avanzada de la URSS años atrás, y particularmente de Irán en nuestro momento. Los antecedentes del conflicto, como conflicto étnico6, se encuentran ya desde la primera y segunda Aliyá, entre 1903 y 1914. Organizaciones judías favorables al establecimiento de un estado como lo fueron Irgún y Haganá, pretendían el derecho de herencia sobre un territorio que desde hacía ya muchos siglos estaba ocupado por el pueblo palestino. Es así que, desde 1948, Israel se lanza decididamente a ocupar más territorio que el designado por la resolución 181 de la ONU en 1947, invadiendo para ello territorio palestino y expulsando por la fuerza cuando no asesinando a los pobladores originales de esas zonas.
Israel nació con un claro proyecto de expansión y exterminio étnico siendo que ya, desde 1964, impone la clara convicción de que solo la lucha armada podrá liberar el territorio palestino, de este ideal surge la O.L.P. liderada por Yasser Arafat hasta su muerte en el 2004. Solo hasta la primera Intifada, 1987-1993, se logra, con los acuerdos 6 Lo que Adorno y Horkheimer, en su Dialéctica de la Ilustración (o sea la su crítica racionalidad burguesa europea) denominaron el principio de negatividad, entendiendo por ello la diferenciación del otro por raza, que justifica su extermino. de Oslo, el surgimiento de la Autoridad Palestina. Desafortunadamente, el desacato por parte de Israel provoca la segunda intifada 2000-2005.
Con la muerte de Arafat, la resistencia Palestina pierde unidad, cobrando notoriedad tanto el movimiento de resistencia islámica o Hamás, fundado, en 1987, como el Partido de Dios o Hezbollah, fundado en 1982. Hamás fue visto por Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, como una herramienta o activo israelí para obstaculizar la viabilidad del Estado palestino, parte de una estrategia que separa a los palestinos de Gaza con los de Cisjordania. El respaldo e influencia iraní a Hamás, en una clara avanzada geopolítica que busca posicionar a Irán en el contexto de las naciones árabes del Golfo Pérsico, permite que, bajo la asesoría de militares iraníes entre los que se destacó el general Qasem Soliemani, lanzar su ataque sobre territorio israelí en octubre de este año.
Irán, tras la derrota de Irak y la guerra en Siria, se coloca como el actor geopolítico de mayor peso en el Oriente Medio, actuando como fuerte contrapeso a Israel que representa los intereses geopolíticos de Occidente en la misma área. Desde el 2003 Irán busca la coordinación efectiva entre los estados árabes que conllevaría a la pérdida de influencia los Estados Unidos sobre la región. Es por ello que el conflicto palestino debe ser entendido como un escenario más de la confrontación y tránsito de intereses geopolíticos unipolares-multipolares, en el que Israel actúa bajo una lógica geopolítica unipolar de sometimiento del otro por exterminio, es decir desde una racionalidad necro-política y destructiva; e Irán, por su parte busca la total desarticulación de esas influencias, y la recuperación del protagonismo árabe en el mundo.
Tensión en el estrecho de Taiwán
En cada uno de los escenarios actuales de tensión geopolítica hay actores protagonistas directos e indirectos. En Ucrania, la OTAN y Rusia, en Palestina, Israel y Hamás, y en Oriente, particularmente en el estrecho de Taiwán, China y Taiwán; pero debe destacarse la presencia recurrente de Estados Unidos en todos y cada uno de ellos. Esto evidencia manifiesta el proceder descontrolado que este viejo país imperial en decadencia está desplegando ante la complejidad de un mundo que se le va de las manos. Hoy el estado estadounidense está actuando de manera desarticulada e improvisada abriendo escenarios de conflicto que no puede controlar y, por el contrario, manifiesta su debilidad geopolítica. Es justamente esto lo que lo puede llevar a su total colapso en muy poco tiempo, pues impone la necesaria resolución a favor de lo multipolar de esas iniciativas de transformación geopolítica que se notan en los distintos escenarios que observamos en este momento.
Específicamente, en el escenario del estrecho de Taiwán, se puede entrever lo que, potencialmente, sería el mayor conflicto militar de posguerra. Un enfrentamiento directo, no desarrollado a través de representantes como el caso ucraniano y palestino, sino directamente desarrollado por la presencia militar estadounidense y los países que formarían parte de una tentativa coalición, Japón y Taiwán, en oposición a China y Corea del Norte. Hoy es justamente la necesidad de mediatizar a estos dos actores regionales, por encima de los intereses económicos asociados a la producción de microprocesadores, lo que hace tan tenso y potencialmente explosivo este escenario, al grado de que el Pentágono estadounidense planifica ya para el 2026 una guerra abierta. Este escenario específico es abierto por la necesidad geopolítica estadounidense de contrarrestar a China como objetivo inmediato; pero también acorralar a Corea del Norte, que parece haber abandonado el viejo ideal de la unificación de la península.
Para los estadounidenses, China es en este momento el único país con capacidad equivalente para oponerse a Estados Unidos, según lo declarado por el presidente Biden en 2022, lo que obliga a los intereses estadounidenses a no tener que ceder en un mínimo en ventaja a China, y la expansión de su influencia. Un factor sintomático del enorme riesgo para la estabilidad y paz del mundo entero que posee este escenario específico. Estados Unidos pretende sostener un predominio centralizando en sus manos del poder geopolítico que progresivamente pierde en la región europea y en el Medio Oriente, siendo por tanto la región de Asia un último bastión de poder e influencia. El estrecho de Taiwán es un territorio en disputa que resulta urgente para los estadounidenses. En otro momento, a través del encuentro de Nixon con Mao Tze Dong, se trató por vía diplomática, desafortunadamente un cambio en la diplomacia estadounidense llevó a que, en 1979, el gobierno de Estados Unidos reconociera oficialmente a Taiwán como zona independiente, en oposición a las disposiciones de la ONU.
La actual posición geopolítica estadounidense refleja el intento de reconfigurar integralmente la geopolítica unipolar dentro de un sistema mundo que se aleja de la hegemonía occidental. Lo que busca es mediatizar el crecimiento de la influencia de China y, para ello, recurre a la fuerza, no en balde cuenta con alrededor de 75000 tropas en el territorio, contando las bases en Japón y Filipinas. China, por su parte, lejos de retroceder en sus posiciones más bien las consolida, y esto genera una tensión particular tras la ruptura de los Acuerdos de Beijing, con la llegada al poder entra igual del Partido Progresista Democrático y más particularmente con la visita de Nancy Pelosi.
Más que un interés netamente económico por Taiwán, China pretende un interés simbólico: la recuperación de su integridad soberana sometida a heridas históricas desde la guerra del opio. Así, para la percepción de China ante el mundo, la recuperación de Taiwán evidenciaría una imagen de nación sólida y unificada, que ha superado las experiencias previas provocadas por los actores occidentales, siendo con ello capaz de asumir el liderazgo político y económico del sistema mundo capitalista aún vigente.
El Efecto Colateral De La Transición: Crisis De La Racionalidad Occidental Moderna -Contemporánea
Nuestra comprensión de la historia está condicionada por las representaciones conceptuales que nos hacemos de sus acontecimientos y épocas. Se trata de una forma de pensar la realidad o racionalidad hegemónica que contiene tanto una delimitación gnoseológica como un proceder de argumentación epistémica constituida desde una relación de poder, e impuesta por esa misma, sobre los países y regiones dominados por el Occidente europeo y estadounidense. Durante 400 años, desde su formulación temprana en el siglo XVII, América Latina ha estado sometida a la racionalidad occidental moderna europea, delimitando de modo estricto lo que se acepta como real de lo que se rechaza como ilusorio y, el modo correcto de argumentación-comprensión de la realidad que se vive, esa racionalidad ha provocado la legitimación del dominio imperial geopolítico hasta el final de la época contemporánea.
Hoy, en el inicio de la poscontemporaneidad nos damos cuenta de que una forma de pensar solo colapsa cuando el señorío humano predominante llega a su final, en la transición geopolítica observamos una modificación en la racionalidad que por su extensión temporal a dos épocas distintas debemos considerar como racionalidad occidental moderna- contemporánea. Caracterizada en principio por un racionalismo restrictivo, un pseudo cientificismo argumentativo y, una visión optimista de la historia, esta racionalidad incluyó, desde su inicio, un proyecto de poder que giró en torno a dos criterios civilizatorios, la razón científica y las creencias religiosas cristianas, con lo cual logra constituir una superestructura cultural bajo la cual se legitima el ejercicio del poder imperial.
Si bien podemos afirmar que las épocas cronológicas pasan, su forma de pensar perdura más allá de su tiempo. El pensar moderno del siglo XVII siguió siendo hegemónico hasta el final de la guerra fría y el segundo brío de la globalización capitalista iniciada a mitad del siglo XX. Toda época cronológica contiene una época gnoseológica, un modo específico de representarse la realidad, que da forma a la filosofía de ese momento, es decir a lo que la masa piensa con base en la superestructura cultural vigente. Así, fue solo hasta el colapso político del Renacimiento europeo que se levantó la nueva gnoseología moderna que desplaza las antiguas verdades del neopaganismo hermético imperante durante el siglo XVI. Este fenómeno correspondió a configuraciones políticas como el surgimiento de la monarquía absoluta y la unificación de mercados regionales promovido por el desarrollo el capitalismo manufacturero. Con ello, en pocas décadas, la dinámica de aquel momento dio lugar a una realidad ampliada geopolíticamente.
Aquella racionalidad moderna dio lugar a un nuevo tipo de sujeto, el moderno o individuo, acorralado por la incuestionable razón objetiva y metodológica. Esta nueva forma de argumentar y actuar sobre una realidad representada a través de las segmentaciones provocadas por argumentos objetivos y cientificistas se mantuvo incuestionable hasta que, por primera vez, producto de las crisis económico-políticas de las décadas del 60 y 70 del siglo XX, desde la crisis del petróleo hasta la guerra de Vietnam, dio lugar a otro cuestionamiento que tampoco tuvo, como el anterior desarrollado por Rousseau, Kant, Hegel y Marx, la fuerza suficiente para provocar su cambio.
Es solo hasta ahora, por el peso de un colapso político y geopolítico de una época cronológica, que la racionalidad imperante, que se le asocia, colapsa. Ha sido solo después del final de la guerra fría y el agotamiento de la bipolaridad geopolítica que la racionalidad moderna-contemporánea entra en decadencia y, con ella, su proceder.
La historia es una construcción desde el poder, y como tal Occidente ha escrito la historia “universal” a través de la violencia, forjando, por medio de ella misma, su racionalidad. Europa primero, como “Clímax civilizatorio e imperio de la razón”, Estados Unidos luego, por su “destino manifiesto”, delimitan una racionalidad hegemónica que no es más que una barbarie educada. Por medio de categorías de pensar, actualizar que resultaban antropológicamente individualistas y conductualmente egoístas la argumentación y epistémica cientificista desemboca en una filosofía del poder y del dominio, la de la verdad como resultado de la argumentación racional.
Es bajo el peso de esa racionalidad que se impostura en gestos y comportamientos elegantes representados como conductas civilizadas articulando una separación entre lo real y lo ilusorio que cercena la realidad con el objetivo de hacerla manejable a través de la fría razón, opuesta a las emociones. Nacida en el contexto de la expansión del poder imperial colonial, todos los aspectos que la constituyen solo pueden sostenerse por medio de tensiones dicotómicas funcionales a la legitimación del poder y el dominio, la obsesión por el dinero y la destrucción del medio ambiente.
Esa racionalidad barbárica se encuentra en declive pues no logra provocar conductas centradas dentro de sus parámetros de moralidad y pensamiento. Decae, sin haber entrado en colapso, enfrentándonos a un presente que tiene el rostro de un mundo desencantado por haber sido vaciada de una realidad más rica compleja y en verdad civilizada.
Habiendo posicionado al viejo mundo como culminación de un proceso civilizatorio iniciado con los griegos, lo cual es una autorrepresentación ficticia pues su inicio es el Renacimiento, articula la confianza en la razón con el uso del poder. Por ello, la filosofía de la época moderna y contemporánea expone la racionalidad del poder imperial y del desarrollo del capitalismo, suficiente durante siglos, pero restrictivo hoy. Con la complejización del escenario internacional en la época poscontemporánea, la solidez de las viejas verdades moderno-contemporáneas se opacan, el individuo no puede normar el mundo, sino que, como un nuevo sujeto: el “yo” poscontemporáneo, solo logra normalizar sus desconciertos y excentricidades. Se ha producido un cambio en la concepción de la persona. Su vínculo íntimo continuo con otros se desconoce, pero se figura en la ilusión de las redes. Este nuevo sujeto es solo un personaje, pues nadie sabe quién realmente es, y en ocasiones ni él mismo, preservando así su simpleza ante la desconfianza que le producen los que se vinculan con él en el anonimato. Solo las almas más bajas actúan siempre en imágenes borrosas que se entrevén en la penumbra. Ha desaparecido la certeza y la regularidad de las relaciones de intimación asentadas en el individuo, por ello, en la poscontemporaneidad no existe más que la incógnita del otro y el imperio de la no verdad, ya que esta es la única verdad a la que se puede aspirar en la época de la incertidumbre del otro.
Como resultado de la racionalidad moderna, en América Latina, al ejercicio por medio de la espada de esa filosofía de la época, se le sumó el símbolo espurio de la Cruz, útil para evangelizar a los indígenas por medio del sufrimiento; no porque los curas pretendieran salvar su alma, sino para hacerlos más valiosos en el mercado al transformarlos en esclavos civilizados por el cristianismo, pues para la Iglesia de la época, los indígenas carecían de alma.
A esa racionalidad moderna solo se le puede dar el título de racionalidad en la medida en que delimitó criterios de verdad-falsedad dentro de fronteras simbólicas de realidad- ilusión. Pero es por ello mismo que redujo y excluyó de la verdad a los diversos saberes y religiones prehispánicos, un acto de violencia justificado por su representación como razón. Al colocar la razón por encima de la imaginación la racionalidad occidental moderna solo apagó el furor de las pasiones, no su violencia, por ello es tan efectiva en la guerra pues convoca a una pasión no impulsiva. Occidente ha escrito la historia con sangre, por ello sus mayores acontecimientos han sido guerras y muerte; por ello Estados Unidos tradujo en su momento el clímax civilizatorio europeo como destino manifiesto, desplegando la diplomacia de las cañoneras con las que invadió en 32 ocasiones a los países latinoamericanos, y manteniendo hasta nuestros días el uso complejo de estrategias político-militares para desestabilizar los gobiernos legítimos y progresistas latinoamericanos.
La racionalidad moderna-contemporánea se sostiene solo a través de normatividades, exclusiones y homogeneización esforzadas. Excluyendo e invisibilizando al distinto, trivializa la diferencia como folclórica, considerando que lo más profundo que debe saberse de él es la superficie de su piel. Desde la racionalidad moderna-contemporánea, el otro distinto es un ser incompleto, exótico incluso peligroso, llámese indígena, negro, musulmán o asiático, palestino, migrante. El otro, distinto ontológicamente del occidental, es un no ser humano, por ello tratable solo bajo el poder necesario para dominarlo o matarlo. Tratando el dominado con desprecio y perversión, la racionalidad occidental desacreditó a su juzgado y enalteció al sojuzgador.
La integración del distinto se disimula, con la misma actitud de quien entrando a la casa del pobre, ve el estado de las cosas con asco. Bajo la episteme de la racionalidad moderna-contemporánea el pobre es pobre por su naturaleza, no por una distorsión de la sociedad misma. Así, al haber sido la época contemporánea gnoseológicamente moderna mantuvo, durante toda su cronología, argumentaciones normativas e imperativas de invisibilización, exclusión y violencia educada funcional al capitalismo y al poder geopolítico Occidental. Su mayor déficit fue la delimitación de lugares válidos para la valoración y juicio sobre lo verdadero y aceptable, a esto se debió que sus delimitaciones desembocaran en prejuicios que, pretendiendo erradicar concepciones metafísicas y religiosas previas, solo la sustituyeron por religiosidades cientificistas y objetivistas cómo el positivismo del siglo XIX.
Es solo hasta este momento de transición que se observa una transformación en la concepción filosófica predominante, siendo, por ello mismo, que sus referentes morales conductuales vigentes para la conducta civilizada pierden su carácter imperativo y explícito, relegando el actuar interpersonal a regulaciones implícitas de la figuración en redes que no son más que mediaciones mercadológicas para el impacto en el mercado de influencers y youtubers. Se produce con ello una visualización no normativa que acompaña a nuevos géneros y nuevas normalidades.
Todos estos cambios en la forma de pensar y argumentar anteriormente hegemónica no se provocan por razones de insuficiencia conceptual, sino más bien por razones externas, de carácter político y geopolítico. El desplazamiento, dentro de nuestro momento cronológico, de una racionalidad moderna anterior por una poscontemporánea, diversifica por la integración de lo no occidental y la apertura a los saberes del sur, refleja el tránsito liminal entre el mundo unipolar y el multipolar, pues la racionalidad moderna-contemporáneo hegemónica no fue resultado de una convicción filosófica; sino de una imposición geopolítica que se cuestiona y que ya ha entrado en declive. Es de notar que en América latina este tránsito liminal del momento ha provocado el ascenso de una derecha beligerante y la renovación del discurso de la guerra como confirmación de su poder, o sea da la imposición de su voluntad sobre su enemigo. En todo caso, la constitución de esta nueva época poscontemporánea favorece el paso la multipolaridad como conclusión del proceso de globalización y nos permite ver las insuficiencias de la racionalidad anterior, el carácter transitorio sus verdades, la precariedad de sus definiciones y la multiplicidad de sus carencias. Pero como tal, aquella la racionalidad moderno-contemporánea solo desaparecerá cuando el poder unipolar mundial desaparezca plenamente.
Consideraciónes Finales
El poder geopolítico unipolar se encuentra en decadencia, sin colapsar aún, la ritualización a su predominio es consecuencia de esto y síntoma a su vez de su eventual desplazamiento. Provocado por un cambio en la ontología del sistema mundo actual pues se incluyen ahora nuevos actores económicos políticos y la transformación significativa en la racionalidad hegemónica. Este cambio se ve posibilitado por las características abiertas por la globalización tras el final de la guerra fría.
La época poscontemporánea se inicia con la transformación del poder geopolítico bipolar en unipolar y la consolidación de las B.R.I.C.S. como sujeto constitutivo de un proyecto de multipolaridad geopolítica. Entendido así, se debe destacar que el poder occidental como tal enfrenta una situación particular de rivalización que provoca tensiones internas dentro de la OTAN potenciadas y estimuladas por la supeditación de la Comunidad Europea que participa en el Tratado del Atlántico Norte a los intereses e intenciones geopolíticas y económicas estadounidenses. Estados Unidos e Inglaterra constituyen el polo de mayor peso para las decisiones e iniciativas geopolíticas y militares europeas.
El debilitamiento de la unidad europea provocado por el Brexit y el desgaste que ha del conflicto ucraniano abre la posibilidad de una ruptura del pacto militar. Esta eventual ruptura marcaría el colapso del poder unipolar ya que provocaría la imposibilidad de Occidente para superar a los nuevos actores internacionales que lo rivalizan y recuperar su posicionamiento. Rusia, Irán, y sobre todo China, son en nuestro momento los principales actores en la transición a un nuevo Orden Mundial.
Frente a ello, el poder occidental hoy en declive no puede actuar de otro modo que no sea a través de la respuesta militar. El derecho internacional, desarrollado dentro de los parámetros de la geopolítica occidental, pierde capacidad, al perder su hegemonía el Occidente predominante. El derecho internacional se transforma en un argumento moral vaciado de deber. La fuerza es el único recurso al que se apela como objetivo de destrucción del contrario.
Solo a través de la guerra Occidente sostiene temporalmente la decadencia de su poder antes de precipitarse al colapso. El eventual triunfo ruso en Ucrania, la ampliación del conflicto palestino, y el agravamiento esperable de las tensiones en el estrecho de Taiwán, nos acercan a esta única salida como ruta geopolítica occidental moderno- contemporánea para pretender mantener sus intereses y, las prerrogativas que ha obtenido de la subyugación del mundo a lo largo de todos estos siglos.
Nos queda pues aspirar a la utopía posible de un mundo que, gozando de equilibrios, pueda por fin resolver sus tensiones a través de la negociación, realizando así el viejo ideal de la paz perpetua de un modo verdaderamente universal