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Revista Reflexiones

On-line version ISSN 1659-2859Print version ISSN 1021-1209

Reflexiones vol.96 n.1 San Pedro de Montes de Oca Jan./Jun. 2017

http://dx.doi.org/10.15517/rr.v96i1.30633 

Artículo

Afectividad y dinámicas grupales: una aproximación a los movimientos sociales

Affectivity and group dynamics: an approach to social movements

Ignacio Dobles Oropeza1 

María José Masís Méndez2 

Andrés Cambronero Rodríguez3 

Daniel Fernández Vásquez4 

1Escuela de Psicología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Costa Rica, idobles@yahoo.com

2 Escuela de Psicología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Costa Rica, mariajomasis@gmail.com

3 Escuela de Psicología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Costa Rica, andres.pjc@gmail.com

4 Escuela de Psicología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Costa Rica, dan_kero@hotmail.com

Resumen

La experiencia en el trabajo con grupos pertenecientes a movimientos sociales, ha permitido reconocer un fenómeno importante dentro de su dinámica: la afectividad. Es por esta razón, que en el siguiente artículo se reflexiona en torno a la implicación de activistas en estos movimientos, prestando especial atención al componente afectivo que se despliega al sumarse y mantenerse en los mismos. Además, se explora la funcionalidad del miedo, los chismes, los rumores y el manejo de las diferencias dentro de los grupos. Para lo anterior, se realiza una conceptualización de estos procesos desde distintas teorías, utilizando ejemplos de diferentes experiencias. Los afectos están presentes en diversos momentos de los movimientos sociales, siendo vivenciados tanto individualmente por los miembros, como por el grupo como totalidad. Los diferentes procesos que lo acompañan afectan a quienes son parte en la potenciación de su trabajo, e incluso en su paralización. Por lo que es de vital importancia conocer, comprender y trabajar los procesos afectivos que se presentan en los movimientos sociales.

Palabras clave: Grupos; afectividad; movimiento social; dinámica de grupo; comportamiento de grupo

Abstract

The experience of working with groups that belong to social movements allows us to recognize an important phenomenon operating within their dynamics: affectivity. This article reflects upon the involvement of activists in these movements, by paying close attention to the emotional component that is displayed while deciding to join or remain in them. It also explores how fear, gossip, rumors and the handling of disputes function within these groups. To do this, a conceptualization is made, using different theories and bringing different experiences as examples. Affects are present in different moments within the social movements and are experienced both individually by the different members, as well as collectively by the group as a whole. The different processes that accompany them impact the potentiality of their work and can even lead to a standstill. This is why it is crucial to know, understand and work upon the affective processes that take place within social movements.

Key Words: Groups; Affectivity; social movement; group dynamics; group behavior

Introducción

El trabajo con grupos que forman parte de movimientos sociales, así como diferentes revisiones bibliográficas (Oropeza, 2004; Martin-Baró, 1985; Tarrow, 1994; Vargas, 2013; Trejos, 2008) nos han llevado a identificar en sus dinámicas el componente de la afectividad. Este tiene su influencia tanto a nivel individual como grupal en el momento de tomar decisiones, de enfrentar conflictos, en las relaciones interpersonales y en la misma convicción de continuar resistiendo o no. Es un tema que se encuentra presente en cada reunión o encuentro, pero que pocas veces se trabaja o se estudia, afectando de manera sutil o directa los procesos organizativos.

En el “II Encuentro de comunidades afectadas por proyectos hidroeléctricos”, que se efectuó en mayo del 2014 en la Tigra de San Carlos, Costa Rica, se nos hizo evidente la importancia de trabajar el tema de los afectos. La actividad reunió a unas 60 personas durante tres días y se contó con la participación de compañeros y compañeras de Guatuso y de La Tigra que forman parte de la organización Unión Norte por la Vida (UNOVida), así como de Longo Mai, San Vito de Coto Brus y Buenos Aires, algunas de estas personas integrantes del Movimiento Ríos Vivos de la Zona Sur. Además, participamos docentes y estudiantes de la Universidad de Costa Rica, específicamente de la Escuela de Psicología, Biología y del Programa Kioscos Socio Ambientales para la Organización Comunitaria.

Durante un plenario realizado en el encuentro, se habló de los pensares y sentires que había generado la visita a seis ríos represados. El miedo, la tristeza, la frustración y el descontento fueron algunos de los sentimientos que emergieron al reconocer la afectación a los ríos y ecosistemas tras la construcción de estos megaproyectos. Sin embargo, también la alegría se hizo presente al constatar que existen movimientos y grupos sociales que defienden y luchan por los ríos. Lo anterior nos motivó a indagar en torno a los procesos afectivos en los movimientos sociales. Reflexión que entre otras cosas nos ha llevado a construir el presente escrito, con la intención de aportar y continuar los acercamientos que se puedan hacer a dicho tema, que funcione para la discusión y trabajo tanto en la academia como en los movimientos sociales.

Aproximación al concepto de los afectos

A continuación se centrará la atención en algunos aspectos vitales que conciernen a la afectividad, muchas veces negada o ignorada en el intercambio y el hacer común de los movimientos sociales, y que además tiende a esquivarse desde una mirada académica- profesional que enfatiza la razón en detrimento de las emociones y de lo corporal (Guber, 2011).

Es así como se hace referencia a los afectos, o lo que tal vez se podría llamar pasiones, emociones, o sensaciones que como señala Fernández (2000, p. 20) algo enigmáticamente, “(…) son todos sentimientos, y viceversa en cualquiera de sus combinatorias: todos son todos”. Ponce (citado en Oropeza, 2004) reconoce que las tendencias afectivas son las raíces en común de las emociones, las pasiones y los sentimientos.

Fernández (2000) propone:

Un sentimiento es el aviso de que algo sucede, de alguna manera, en alguna parte, demasiado cerca, definición ésta que también se puede aplicar a lo desconocido. Se puede sentir amor, dolor de muelas, ganas de marcharse, la música, pasos en la azotea, cansancio, que alguien lo está mirando, el olor a café, que el ambiente está tenso, que una idea es equivocada, que el otro ya no lo quiere. Pareciera que “sentir” es el verbo que se emplea para informar que hubo una sacudida de la realidad, la aparición de lo que no se sabe (p. 11).

Las decisiones están impregnadas de afectividad, de esto que sucede con alta significación psicológica, que nos implica y transforma. Al pensar nos vemos afectados y al afectarnos pensamos diferente (LeBreton, citado por Fernández, 2010). Por tanto, las decisiones tomadas por las personas participantes en los movimientos sociales están cargadas de afectividad, de esas “sacudidas” que menciona Fernández (2000). En este mismo sentido, Fals Borda (2013) retoma un concepto planteado por uno de los pescadores con los que trabajó en la costa colombiana, el de sentipensante, que hace alusión a que actuaban con el corazón pero también empleaban la cabeza, de tal manera que se concebían sentipensantes.

Al mismo tiempo, la afectividad está cargada de diferencias. Es decir, eventos distintos producen emociones distintas en diferentes personas. Le Breton (2012, p. 70) afirma que “(…) el individuo interpreta las situaciones a través de su sistema de conocimiento y de valores. La afectividad desplegada es su resultado (…)”, por lo que tomar en cuenta la particularidad es importante. Por ejemplo: ante la noticia de la construcción de una planta hidroeléctrica en un río, una persona que vive lejos de él y cuyo interés por los recursos naturales nunca ha sido mayor, podrá serle indiferente o incluso producirle felicidad esta noticia, ya que se producirá más electricidad. A otra persona, la misma noticia podría causarle enojo y/o preocupación en tanto es consciente de los efectos que trae consigo iniciativas de este tipo.

La afectividad es eso que se siente y mueve o en ocasiones paraliza. En ocasiones toma nombres como miedo, solidaridad, esperanza, ira, frustración. Y siempre se concibe en las relaciones, entre personas, seres y/o cosas. Es desde esta concepción que rescatamos el lugar de los afectos en los diferentes procesos presentes en los movimientos sociales y en las decisiones y dinámicas que se mueven en estos. Al enfrentarse a sistemas de opresión, en los chismes y rumores que se mueven dentro y fuera de las organizaciones, en los acuerdos y los desacuerdos entre otras tantas. No partimos, debemos especificarlo con claridad, de una perspectiva que romantice los afectos, podemos reconocer, basándonos en Spinoza, la necesidad de diferenciar afectos/pasiones, que se vuelven estáticos y desmovilizadores, de afectos/emociones, que conducen más bien a potenciar ánimos de transformación (Sawaia, 2009).

Es por ello que a continuación nos proponemos conceptualizar los movimientos sociales - sin obviar una diversidad existente en estos - y dentro de esta explorar el lugar que se le ha dado a lo afectivo.

Conceptualización de movimientos sociales

Tarrow (1994) define los movimientos sociales como aquellos “(…) desafíos colectivos planteados por personas que comparten objetivos comunes y solidaridad en una interacción mantenida con las élites, los oponentes y las autoridades” (p. 21). Estos buscan una autonomía ante los Estados y Gobiernos (Zibechi, 2003 y Santos, 2001) por medio de acciones auto afirmativas que fortalecen sus formas de organización, cultura y relación con la naturaleza.

Scribano y Artese (2012) argumentan que los movimientos sociales son procesos en que se están produciendo significados por parte de sus miembros, así como- al mismo tiempo- se comunican, negocian y toman decisiones. En línea con esto Cambronero y Fernández (2017 p. 30) definen los movimientos sociales como:

Aquellos grupos en los cuales sus miembros se han identificado a partir de emociones ideologías y “quejas compartidas” creando una vinculación afectiva […], que tienen como objetivo otra sociedad libre de la opresión, pobreza e injusticia, y que para esto se mantienen promulgando su actitud de una sociedad liberada.

Finalmente, se podría agregar que esta “vinculación afectiva” que permite la permanencia de quienes los integran y sin la cual no se podrían mantener, se podría llegar a tornar negativa y por tanto quienes integran estos grupos deben hacerles frente (Oropeza, 2004).

A continuación, se ahonda en torno al lugar de los afectos en los movimientos sociales desde el costado de cómo estos pueden contribuir a la permanencia o disolución de los grupos.

Entre la permanencia y la disolución: el lugar de la afectividad en los movimientos sociales

El trabajo de Vargas (2013) en Costa Rica, visibiliza algunas vivencias negativas de activistas ecologistas en las cuales el miedo, el “terror psicosocial”, las amenazas, el rechazo, las denuncias y la intimidación cobran relevancia. Las mismas - generalmente fomentadas por el poder hegemónico- llegan a producir sentimientos negativos (y consecuencias desastrosas) en sus participantes, por ejemplo: alejamientos, rompimientos, frustración y miedo, entre otros.

Pero así como esas vivencias podrían generar la disolución de los movimientos, se encuentran otras que favorecen su mantenimiento. Vargas (2013), propone que la importancia de los legados y huellas, los anhelos de una realidad mejor, así como los deseos de que más personas se sumen a la lucha son motores para sumarse a diversos movimientos sociales. Sería una especie de “trascendencia simbólica” (Lifton, 1982), concepto que pone el acento en que la permanencia en un grupo brinda gratificaciones que van más allá del beneficio personal directo. Es así como se trabaja por el bien común de “la naturaleza”, “las futuras generaciones”, “la madre tierra”, etc., como se evidenció en el caso de pequeños agricultores organizados en Los Chiles de San Carlos en Costa Rica quienes buscan generar diferentes resistencia ante la expansión de la agroindustria, especialmente el monocultivo de la piña, que no solamente destruye la naturaleza sino también sus formas de vida (Gira de Kioscos Socio ambientales junto a estudiantes del módulo de Psicología y Organización Comunitaria, abril, 2015).

Involucrarse con movimientos sociales implica una inversión de tiempo, de energías y de afectos. La persona prioriza dedicarse a esa causa que lo motiva. Un activista entrevistado por Trejos (2008) lo caracteriza como un martirio en el cual “(…) no hay beneficio económico, solo el placer y el amor a la causa (…)” (p. 58). Al involucrarse con el movimiento, las personas activistas llegan a enfocar ahí su energía, dejando de lado otros intereses personales.

Sin embargo, resultaría incompleto referirse a lo anterior cayendo en lógicas exclusivamente sacrificiales, perfilando a activistas como sacrificados, mártires, apóstoles, etc., porque esto tiene el efecto de alejarles más del resto de seres humanos. Pero también por el hecho que reconocía Martín-Baro (1989), de que los grupos sirven para canalizar intereses compartidos, y, también, intereses individuales. En esa lógica, hay otro tipo de consecuencias en el activismo social, que brinda, también, gratificaciones.

Existen sentires dentro de los movimientos que motivan y hacen que la carga sea más llevadera. Trejos (2008) llega a señalar que al interactuar con personas cuya meta es la misma “(…) se encuentran con los otros miembros del grupo donde obtienen empuje y motivación para gestar redes de trabajo y soporte novedosas, forjando una identidad de muchísima solidaridad, sacrificio y dedicación a la causa grupal” (p. 54). Esta relación de solidaridad permite a la persona involucrada tener apoyo, el cual a nivel emocional llega a ser vital: “(…) contar con otras personas que tienen los mismos intereses de lucha no sólo permite un fortalecimiento a nivel personal sino que se posiciona la esperanza como tema de relevancia en la discusión en torno a la acción colectiva (…)” (Vargas, 2013, p. 175).

Dobles y Leandro (2006), investigando procesos autobiográficos de militantes políticos de izquierda en la Costa Rica de los años 70 y 80, identificaron, en las enseñanzas de vida presentes en los relatos, la búsqueda activa de “núcleos éticos” (Lifton, 1993), con los cuales se intentaba sostener coherencias ético-políticas en medio del remolino de cambios sociales, culturales y políticos. Los “núcleos éticos” sostenidos por activistas en movimientos que enfrentan situaciones que pueden cambiar con gran facilidad, en contextos que implican a su vez transformaciones y peligros, son de una enorme importancia para dar coherencia y continuidad a sus procesos.

Melucci (citado por Scribano y Artese, 2012) describe que en el proceso de creación de la identidad del grupo existe una serie de interacciones densas, donde se intercambian afectos y emociones. Oropeza (2004) considera, por ejemplo, que la gratitud es la acción de reconocimiento de los enlaces que unen a dos personas. El agradecimiento fortalece las relaciones y permite que el grupo se pueda mantener.

Las personas en todas sus relaciones están en constante afectación, de forma recíproca afectan y son afectados (Deleuze, 2002). Esta dinámica tiene como consecuencia apegos que potencian o no la capacidad de trabajo-acción dentro de los grupos. En esta misma línea, Scribano y Artese (2012) reconocen que las emociones y los afectos funcionan también para la constitución de acciones, aunque también pueden generar obstáculos dentro de un movimiento.

En lo que sigue trabajaremos la angustia y el miedo, poderosas emociones que tienen o pueden tener una fuerte incidencia en activistas y en los movimientos. Después intentaremos contribuir a la reflexión sobre otros temas que consideramos importantes, sin pretender ser exhaustivos, como los chismes, los rumores, los estigmas y por últimos los consensos y los disensos.

El miedo y la angustia

Trabajar el tema del miedo y la angustia reviste especial interés para el acompañamiento a movimientos sociales. El asunto no es intentar negarlos como fenómenos, sino leerlos y comprenderlos, para poder procesarlos y elaborarlos. El miedo puede paralizar, pero también se puede convertir en un recurso útil, en tanto puede llevar a apreciar mejor los peligros y las amenazas existentes. Señalaremos algunas discusiones posibles.

En primer lugar, retomamos la distinción hecha por Freud (1925/1997) entre la angustia y el miedo, y los efectos que pueden tener a nivel individual o grupal. La angustia, recordemos, es una especie de “señal”, sin objeto causante definido, mientras que el miedo se asocia con objetos y situaciones determinadas. La angustia es difusa. Puede incluso ser más fácil enfrentar el miedo -en tanto se sabe a qué se enfrenta uno- que vivir la angustia, que crece en sus consecuencias e implicaciones al ser tan indeterminada. Puede, por decirlo así, nutrirse desde tantos lugares y vacíos. Para Lira y Castillo (1991), en el fondo del miedo y de la angustia yace el temor primordial, básico, a la muerte.

Los contextos represivos mayores instalan angustias difusas que resultan ser desequilibrantes, porque se restringen significativamente los espacios para sentirse “seguros”. En contextos dictatoriales y represivos, quienes están excluidos del discurso y la práctica de la “madre patria”-que se ha vuelto hostil y amenazante- no saben por dónde “vendrían los tiros”, hablando figurativamente, en su tensa cotidianidad, inevitablemente trastocada desde que la amenaza política se instala en ese diario vivir. Esto hace pensar en Freud (1919/1997) cuando en su escrito sobre lo siniestro advierte que este concepto se refería no a lo desconocido, sino a lo familiar que se nos vuelve extraño. Encontramos fuertes indicios de esto, por ejemplo, en la Guerra Civil del 48 en nuestro país (Solís, 2013), con un vecindario inmediato polarizado que se tornaba hostil, poblado de relaciones cotidianas peligrosas. ¿Qué más cruel, en nuestro contexto, que el “no le hable, no le compre, no le venda”, que se reproducía en el 48?

A esto se suma el quiebre de lazos sociales, objetivo fundamental de todo proyecto contrainsurgente y represivo. Reconociendo la instalación del miedo o la angustia como la estrategia privilegiada de poderes represores, ya que facilita la impunidad, y su corolario, más violencia.

Podemos tener la situación de que un poder autoritario, dominante, con pretensiones de “poder total”, no se contente con cualquier sumisión, que no acepte “sumisiones razonadas” sino que demande la sumisión per se, como especie de rendición total. Poderes que pretenden ser totalizantes demandan rendiciones incondicionales. Es cierto, por otro lado, que el poder que establece de forma más fluida su dominio es aquel que no se evidencia, que no se ve (Martín-Baro, 1989). La activación de luchas y movimientos sociales (la inconformidad de los “de abajo”), que hacen peligrar factores claves de dominación, tiende a hacer que el poder hegemónico se exprese de forma más directa, y, probablemente, más violenta. Las intermediaciones tienden a desaparecer de la escena cuando el espacio lo ocupan los intereses más básicos, especialmente los de clase (Martín-Baró, 1985).

Cuando el miedo deviene terror se puede generar una situación de pánico, de derrumbamiento de lo que queda de defensas. En el plano psicosocial, puede darse lo que Martín-Baró (1985) denominaba “trauma psicosocial” provocando defensas individuales masivas como la huida, la inscripción en la ambigüedad, la devaluación de la vida humana o un individualismo extremo.

Como señalaba con agudeza Freud en Psicología de las masas y análisis del yo (1920/1997), el derrumbe alcanzado con el pánico no está en función exclusiva de la magnitud o gravedad de una amenaza, sino del sostenimiento o la eliminación de los vínculos libidinales del grupo. Podemos decirlo en otros términos al expresar que lo principal termina siendo la fortaleza interna del grupo, y su capacidad articulada para lidiar con graves dificultades. Recordemos que, en la noción psicoanalítica de trauma, no se trata exclusivamente de vivir eventos externos de gravedad, sino de la capacidad del individuo y el grupo de sostener sus recursos de defensa personales ante la eventualidad estresante.

Identificamos, también, el tema de si la angustia o el miedo se expresan en dimensiones individuales o colectivas. En el plano social, tendríamos las diversas modalidades de construcción de miedos sociales, incluyendo la puesta en escena de imágenes del enemigo amenazante: específicamente la “construcción del enemigo”. También podemos apreciar situaciones paradójicas: como aquella en que sea mayor el miedo anticipado a una situación que el que transcurre cuando se consumen los hechos. Termina siendo efectivamente más una especie de “miedo al miedo”.

Por otro lado, tenemos el tema de las amenazas, y como estas son evaluadas por individuos o colectivos. Ante estas, ¿cuál es la actuación más adecuada, individual o colectiva? Pregunta compleja, ya que se puede responder en clave contra fóbica, como cuando la persona valiente se torna más bien temeraria. En situaciones de este tipo, el asunto no es tener o no tener miedo, aunque a veces aparezcan los discursos “heroicos” que niegan en otros las posibilidades de sentir temor, sino, una vez más, cómo enfrentarlo. El miedo, claro está, no se anula por decreto.

Se trata, entonces, de cómo actuar y qué hacer ante los miedos existentes. La persona temeraria, podrá ignorar amenazas y peligros, y colocarse a sí mismo y a los otros en mayor riesgo. Quizás haga falta, en algunas circunstancias extremas, algo de esta especie de formación contra fóbica, como una manera de enfrentar adversidades y desventajas enormes, pero no es necesariamente la mejor manera de actuar ante los peligros, porque en determinadas circunstancias puede afectar negativamente al grupo o movimiento.

Por último, parece sensato y necesario el examen de eventos específicos, en sus contextos particulares. Es clave analizar cuándo han sido exitosas estas estrategias del miedo inducido y cuándo no. Por ejemplo: más allá de la indignación que produce ¿Qué efectos reales y concretos tuvo, en el contexto del Tratado de Libre Comercio en Costa Rica (TLC), el llamado “Memorándum del Miedo” de Casas y Sánchez? ¿Por qué fracasó la estrategia de miedo que quiso llevar a cabo Pinochet en Chile en el año 1988? Se trata del análisis concreto de la situación concreta, identificando los alcances de estas problemáticas en contextos específicos, y las mejores maneras de enfrentarlas.

Criminalización y estigmas

Hay riesgos, hay represión y amenazas, y, también, una creciente criminalización de la protesta social. Esta implica llevar el asunto a otro nivel: convertir reclamos por situaciones específicas en delito, para que todo pase por cauces judiciales, que, como sabemos, pueden tardar mucho tiempo, y son desgastantes. No es solo la presión y la amenaza de poder ser condenados, y tener que acarrear las consecuencias, sino que el proceso mismo desvía de otras tareas, y en su prolongación, puede crear severas tensiones en la persona, en su entorno y en su grupo. Se presenta la estrategia política de calificar la lucha por los derechos sociales como delito, y a los sectores que la promueven como antisociales y delincuentes (Vargas, 2013).

Esta coacción en contra de las y los activistas no sólo se da de manera directa, existen también otros tipos de ataques; por ejemplo los que sufren quienes pierden su trabajo por estos motivos, como el caso del reciente despido de varios trabajadores y trabajadoras en las bananeras de la provincia de Limón, o las amenazas vertidas en el contexto del referéndum sobre el TLC en el 2007. Se evidencia, por lo general, una desprotección hacia las personas participantes de estos movimientos que enfrentan poderosos factores económicos y políticos (Álvarez citado por Vargas, 2013). Trejos (2008) llevó a cabo entrevistas a diferentes activistas sexodiversos costarricenses que hablaron en algún momento acerca de las percepciones de sus familias sobre su forma de vivir, siendo estas en ocasiones negativas: “para mi familia lo que hago es perder el tiempo” (p. 204). Sin embargo este mismo rechazo - tanto por su activismo como por su homosexualidad - llegó a ser motor de motivación para mantenerse dentro del movimiento.

De esta manera, se puede evidenciar un rechazo, llamémoslo social, que se manifestará en consonancia con las pautas culturales vigentes. En determinados contextos esto puede llevar a la violencia física, en otros puede implicar ser objeto de burla o chota, como cuando se les dice: “revuelca albóndigas”, “desadaptados”, “rebeldes”, “vende patrias”. Esto, en algunos contextos, puede ser muy efectivo para neutralizar la posible influencia que ejerzan los activistas.

Chismes y rumores

Los chismes y los rumores pueden cobrar importancia como estrategias nocivas. Foster (2004) reconoce que el chisme contiene una información de carácter evaluativa. No se tiene idea de dónde nace ni quién lo reproduce, y además la persona que es objeto del chisme, evidentemente, tampoco lo sabe. Wert y Salovey (2004) plantean que el chisme es “(…) una conversación informal y evaluativa acerca de una persona que no se encuentra presente en la misma” (p. 123). Cuando la conducta de una persona parece salirse del ethos de un grupo o sociedad, es posible que sea objeto del chisme, siendo juzgada, discutida e incluso sentenciada. Además, el chisme puede versar sobre sus motivaciones, consecuencias, favorecimientos, etc. La evaluación de un acontecimiento o persona categoriza si esta o su comportamiento es adecuado o no, siendo la moral el parámetro evaluativo (Foster, 2004; Fasano et al, 2009; Tanaka, 2007).

El chisme por su parte, contiene dos características principales: la verosimilitud y su carácter colectivo. Lo que el chisme comunica debe estar en el marco de lo creíble, para generar duda en el receptor, de otra manera será fácilmente refutable. Para comprender la producción colectiva del chisme, puede hacerse alusión al juego “teléfono chocho o descompuesto”, en tanto es en la circulación del mensaje que este va mutando en algún grado. Al punto tal que hay una transformación del mensaje y es así como se refuerza cierto anonimato en el chisme.

Teniendo en cuenta las características del chisme ¿qué funciones podría tener dentro de un movimiento social? Diferentes autores (Foster, 2004; Fasano et al, 2009; Tanaka, 2007; Wert y Salovey, 2004) concuerdan en que una de sus funciones es unir a un grupo. El chisme permite reconocer cuáles son las reglas por las que se rigen, y consolidarlas. Además de esto, fortalece las relaciones entre las personas que están chismeando ya que crean complicidad, aunque al mismo tiempo, como es evidente, funciona como mecanismo de estigmatización y discriminación. Al utilizar el chisme, se forja un vínculo entre quienes lo reproducen, de alguna manera, siendo asunto de “gente como uno” mientras que a otros -objetos de los chismes- se les ubica en una categoría diferente. Ciertamente esto puede ser efímero, pero aunque varíe en intensidad y duración, tiene consecuencias identitarias claras así como efectos en las relaciones interpersonales.

Así mismo el chisme contribuye a evitar el enfrentamiento entre las personas cuando se necesitan evaluar moralmente. Se convierte en un medio para enfrentar conflictos de manera indirecta. Sin embargo, esto puede convertirse en un arma de “doble filo” (Foster, 2004; Fasano et al, 2009; Tanaka, 2007; Wert y Salovey, 2004), ya que dependiendo de la forma en que se maneje puede producir mayores problemas, al punto tal de que como manifiesta un adagio popular la cura resulte peor que la enfermedad.

Desde otro punto de vista, Wert y Salovey (2004) ofrecen una explicación del chisme desde la comparación social. Estos autores argumentan que las personas se sienten motivadas a chismear con la necesidad de compararse con otros y de esta manera podría fortalecerse su identidad. Por medio del chisme se debilita la imagen del otro, lo que puede fortalecer el ego.

El chisme también funciona como medio para crear empatía entre las personas que se encuentran involucradas en un movimiento social (Wert y Salovey, 2004). Ante un acontecimiento que moviliza afectivamente a un grupo, los y las participantes utilizan el chisme para reconocer si los otros u otras sienten lo mismo. De esta manera, encuentran apoyo, seguridad o entendimiento.

Muy cercano al chisme se encuentra el rumor, que intentaremos conceptualizar a continuación. Fernández (2012) plantea que “El rumor es una noticia, que informa y… cubre la necesidad cognitiva de dar explicación o sentido a algo importante que acontece en medio de ciertos niveles de ambigüedad e incertidumbre” (p. 202). La base que genera el rumor es la necesidad de completar la información existente y disminuir la angustia de no saber y que impide controlar la situación en cuestión. Se transmite de forma oral, con efecto de “bola de nieve”, ya que se pueden hacer modificaciones en el camino de su reproducción.

El miedo, la ansiedad, la ambigüedad y la falta de información certera, son los mejores aliados para el rumor, ya que fungen como motores para que las personas estén más propensas a generar ideas de lo que puede suceder (Fernández, 2012). Las ideas fatalistas o fantasiosas son proyectadas, y con estas se completa el rumor. Sin embargo, al igual que el chisme, se mantendrá vigente en cuanto su contenido sea verosímil, con la condición que ni su falsedad ni su veracidad pueden ser confirmadas.

Para comprender el rumor, utilizaremos el siguiente ejemplo: un grupo que organizaba una caminata con miras a la sensibilización en torno a los efectos sociales y ambientales frente a la construcción de un proyecto hidroeléctrico, recibe el rumor de que personas de la comunidad a la que se iba, impedirían el paso en una parte del recorrido. Ante esto quienes conforman el grupo comenzaron a pensar en estrategias para realizar su actividad, entre ellas la posibilidad de quemar llantas.

Los miembros del grupo reflexionaron en torno a qué decisión tomar, ya que no sabían si era cierto ese rumor y no ubicaban la fuente del mismo, de manera que no tenían posibilidad de confirmar o rechazar lo que habían escuchado. El grupo optó por recordar el objetivo de la actividad: habilitar un espacio de encuentro con otras personas, donde prevalecería la algarabía y la alegría en aras de sensibilizar sobre el conflicto socio ambiental, por lo que la violencia no sería su forma de actuar. Además, tomaron diferentes precauciones, como la conformación de una comisión de seguridad para mantener las cosas en calma. En este caso, aunque el rumor no fue cierto, permitió movilizar a las personas del grupo a tomar diferentes medidas y a estar organizadas ante diferentes panoramas. La ambigüedad del rumor hizo necesario tomar acciones, sin embargo, estas debieron ser analizadas para no precipitarse y evitar consecuencias negativas al grupo.

Lo anterior permite pensar en la importancia de “leer”, para luego valorar de qué manera se abordan los chismes y rumores dentro de un grupo. Por un lado, ambos podrían llevar a una desintegración grupal o, al contrario, podrían fortalecerlo. Además, permiten crear distintos panoramas que anteriormente no se habían pensado y movilicen al grupo. La verosimilitud de estos fenómenos los vuelve delicados, por lo que se necesita tratarlos con cautela.

Consensos y disensos en los movimientos sociales

Los grupos se mueven en contextos sociales, culturales, y políticos, determinados. Álvarez (2010) plantea que en Costa Rica se evidencia la construcción de una especie de “mito democrático”. Este se ha visto reforzado por indicadores internacionales, como el Índice de Desarrollo Democrático de América Latina, que sostiene tal argumento, en donde se ubica el tema histórico-cultural de “borrar las diferencias”. Hay temor al conflicto, a las fracturas, a reconocer al otro como diferente, temor a comunicar aquello que no gusta o en lo que no se está de acuerdo. Temor a que no seamos “iguali-ticos”. Esto, tiene una funcionalidad política de sostener la imagen de una Costa Rica mítica en donde el conflicto no ha tenido cabida (Solís, 2006; Solís y González, 1998).

La diferencia o disconformidad ante el “iguali-tico” en el régimen democrático es visto como una amenaza, y la represión es el método para “igualarlos”. Molina (citado en Álvarez, 2010) señala que Yolanda Oreamuno desde 1939 denunciaba que la democracia costarricense aparentaba ser una demoperfectrocracia. Es así como se evidencia la funcionalidad del supuesto consenso para el mantenimiento del status quo (Álvarez, 2010). Entre otras cosas, esta especie de motivo cultural hace difícil que se pueda dialogar sustancialmente, y convierte muchas veces discusiones en asuntos personales. Implica, también, evadir situaciones conflictivas y fomentar actitudes pasivo-agresivas.

Buela (2004) afirma que disentir va más allá de negar un acuerdo, porque lo que interesa es invalidar cualquier vestigio homogenizador de pensares, sentires y saberes. Desde esta perspectiva, con cierto automatismo, se reivindica el disenso, en tanto abre el portillo a la pluralidad y al reconocimiento de la diferencia para acceder a una participación democrática. En ello puede radicar la dimensión y función ético política del disenso, ya que aquellas voces que no se quieren oír, esas voces invisibilizadas, se hacen escuchar.

Pero también, disentir a fondo requiere el planteamiento de una propuesta alternativa frente a aquello que no se legitima y es allí donde se constata su veta liberadora, transformadora, así como su componente propositivo, Buela (2004) plantea “(…) ese, es su sentido más profundo y aquello que lo torna peligroso para los satisfechos del sistema: [el disenso] permite crear teoría crítica sobre el hombre [y la mujer], el mundo y los problemas que lo rodean” (p. 78).

De esta manera partir del consenso como ideal social, como ideal democrático es “miope”, ya que en ese movimiento no se le da cabida al conflicto, se invisibiliza y niega su existencia. Mientras que el disensoposibilita no sólo tomar distancia frente a lo socialmente legitimado, sino que también es desde ahí que se puede articular la conformación de grupos que anhelan “(…) la pretensión de otorgar otro sentido, un sentido diferente, distinto, alternativo, no conformista a lo dado o presente” (Buela, 2004, p. 81).

Hablamos, por ejemplo, de grupos que frente a la construcción de megaproyectos extractivistas luchan por mostrar la contracara de esos intereses que aparentan velar por el desarrollo de todos, pero que benefician a pocas personas. Grupos que no sólo se indignan, sino que también se comprometen con sus luchas. Los mismos que frente a un modelo de desarrollo desigual que los despoja de sus recursos, se organizan y defienden sus ecosistemas, sus ríos, sus manglares, su tierra y la vida en general, y lo hacen con amplia y efectiva participación.

Más que desacuerdos coyunturales, una falta de entendimiento sistemático genera minorías y mayorías más o menos estables, supuestos consensos que realmente no son tales, y que pueden llevar el desacuerdo a un plano más sistemático: el disenso, que tiende a adoptar rápidamente una acepción peyorativa por parte del sector hegemónico, siendo las minorías estigmatizadas o denigradas. Mientras se siga queriendo disputar el mismo espacio, claro. Si se llega al rompimiento, ya no se trata de un problema intergrupal sino de la formación de otros espacios, y la confrontación cobra otras características.

Si bien es cierto que lo anterior permite reflexionar en torno a los disensos frente a lo establecido socialmente y cómo estos podrían fungir como motor para la articulación de un movimiento social, también cierto grado de consenso es necesario para que lo anterior acontezca. Es por ello que a continuación interesa centrar la atención en los consensos y disensos a nivel intragrupal.

Cuando los problemas, chismes o rumores se presentan en el grupo se debe tomar decisiones, que implican negociaciones a lo interno, lo cual traerá acuerdos y desacuerdos. Es un tema sumamente complejo y dinámico, pocas veces resuelto satisfactoriamente en términos democráticos cuando existen contradicciones básicas. Existe, evidentemente, el recurso de la votación, pero la forma y condiciones en que se efectúe pueden generar más problemas que los que resuelve. Tenemos la experiencia histórica del “centralismo democrático” (Dobles y Leandro, 2006), que ciertamente tenía mucho de democrático, pero también de vertical y centralista.

Ante esto, la huida aparece como un mecanismo de defensa que salvaguarda de afectos tales como la tristeza, la ira y la frustración. Sentimientos que se tienden a evitar porque no se sabe muy bien qué hacer con ellos, tanto a nivel intrapersonal como interpersonal. Los consensos y los disensos generan afectos que hacen lazo o no y pueden potenciar o despotenciar movimientos sociales. En ello radica la importancia de reflexionar en torno a ellos.

El espacio para desacuerdos y disensos puede alejar a los grupos y colectivos de algo pernicioso que Martín-Baró (1989) denomina “pensamiento en camarilla”: un grupo de personas que gira constantemente sobre su propio eje, y es incapaz de valorar nuevas situaciones y alternativas con flexibilidad y creatividad. Pero el disenso, también, puede ser manejado estratégicamente, o por la misma fuerza de los hechos, para destruir movimientos y luchas.

Consideramos que los afectos pueden contribuir a catalizar consensos o disensos dentro de un grupo o pueden ser consecuencia de los mismos. De lo anterior se desprende la importancia de dar cabida y poner atención al componente afectivo dentro de los movimientos sociales.

El consenso o cierto grado de consenso es indispensable, tal vez lo nefasto sea desconocer su lugar históricamente asignado, y de esta manera se pueda deconstruir y desmitificar ese ideal del borramiento de las diferencias para dar paso a nuevos espacios de relacionamiento colectivo más democráticos.

Los disensos por su parte pueden contribuir al avance de los grupos, sin embargo, podrían generar ruptura en los mismos. Para que no suceda esto último, deben existir algunos acuerdos dentro del grupo, de lo contrario se vuelven insostenibles. Por lo tanto, se necesita que entre el desacuerdo se exploren alternativas grupales que mantengan sus objetivos y les permita continuar.

Algunas conclusiones

Las presiones mencionadas anteriormente como el miedo, el rechazo, la criminalización e incluso las burlas de las que son objeto los y las activistas, permiten explorar la vivencia subjetiva e intersubjetiva de tales fenómenos dentro de un grupo. Desde la psicología es posible reflexionar sobre las causas y los efectos, así como los modos de intervención ante situaciones de este tipo. Junto a esto, existen dinámicas grupales - chismes, rumores, acuerdos, desacuerdos- que por su impacto pueden dificultar el involucramiento y mantenimiento de las personas en los movimientos sociales, así como la toma de decisiones. Contrario a un fenómeno como la solidaridad que impulsa a quienes participan a continuar.

Los chismes, los rumores, los acuerdos y los desacuerdos, como dinámicas grupales son importantes dentro de los movimientos sociales, ya que influyen tanto en el involucramiento como en el mantenimiento de sus miembros, la toma de decisiones, entre otros.

Finalmente consideramos vital seguir investigando y cuestionando este campo. Entender de mejor manera el papel que juega lo afectivo, cómo es vivido, sentido y experimentado por quienes integran grupos y movimientos.

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Recibido: 17 de Mayo de 2017; Aprobado: 23 de Junio de 2017

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