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Diálogos Revista Electrónica de Historia

On-line version ISSN 1409-469X

Diálogos rev. electr. hist vol.15 n.1 San Pedro Feb./Aug. 2014

 

Historia de Centroamérica

Las políticas de alimentación y de consumo en Nicaragua, 1965-1995*

Food policy and consumption in Nicaragua, 1965-1995

Christiane Berth1 

1Wissenschaftliche Mitarbeiterin. Europainstitut, Universität Basel. Institute for European Global Studies. Gellerstr. 27. Postfach. CH-4020 Basel 0041-61-317 97 59.

Resumen

En este artículo se analizan los debates públicos más significativos relacionados con la independencia alimentaria en Centroamérica y particularmente en Nicaragua; a partir de tres momentos históricos: cambiar el gobierno totalitario por la dictadura de los Somoza, el triunfo de la revolución sandinista y la llegada al poder de un gobierno neoliberal al mando de Violeta Chamorro. Se abordan las iniciativas de los grupos en el poder, la participación de los organismos internacionales y la respuesta de la sociedad civil, en torno a los problemas derivados del hambre y la desnutrición en las clases bajas y las zonas rurales, así como la formación de nuevos hábitos de consumo en las clases media y alta, principalmente en los sectores urbanos. Lo anterior en función de definir los parámetros de una independencia alimentaria en las agendas políticas de la región, a partir de la década de 1980.

La metodología consiste en una investigación bibliográfica y de fuentes periodísticas, así como el análisis de los informes emitidos por instituciones externas de bien social.

Palabras claves: Centroamérica; independencia alimentaria; donaciones internacionales; hábitos de consumo; políticas alimentarias

Abstract

The article analyses the most significant public debates related with food policy and consumption in Nicaragua. It focuses on three specific moments of Nicaraguan history: First, the period of the Somoza dictatorship, second the Sandinista revolution and third the neoliberal government of President Violeta Chamorro. In general, this paper reviews the perspectives of three groups: Nicaraguan governmental institutions and politicians, international organizations, and civil society.

On the one hand, it explains hunger and malnutrition among the urban and rural poor; on the other hand it describes the forming of new consumption habits among the middle classes and elites, mainly in urban areas. The article is based on the reports of Nicaraguan government institutions, newspaper articles and studies of international organizations.

Keywords: Central America; food independence; food aid; consumption habits; food policy

Introdución

“El maíz, nuestra raíz” fue el lema de una campaña que promovió el gobierno nicaragüense en 1981, para fortalecer el consumo del maíz en ese país. Dado que en esa época el gobierno estadounidense había cancelado los créditos para la importación de trigo en Nicaragua, el gobierno sandinista reaccionó con esta campaña.

Fue la primera vez, en la historia nicaragüense, que el estado pretendió cambiar los hábitos de consumo a través de una política de la alimentación. Durante los años posteriores al triunfo de la revolución sandinista, el consumo alimenticio se convirtió en un espacio de intensos debates políticos e ideológicos en el seno de la sociedad nicaragüense.

Históricamente la alimentación siempre ha estado influida por los movimientos de personas y mercancías. Las tradiciones culinarias de las distintas sociedades han ido cambiando a lo largo de la historia, a razón de diversas circunstancias tales como guerras, tratados de comercio e innovaciones de nuevos productos.

Desde el siglo XIX, nuevos medios de transporte y de comunicación aceleraron los cambios en las distintas tradiciones alimenticias en el mundo.

Con la aparición del fenómeno de la comida rápida, muchos investigadores pronosticaron una “McDonalización”, es decir, una constante homogenización de la alimentación mundial, en función de las tradiciones emergentes de consumo alimenticio en occidente, concretamente en Estados Unidos (Ritzer, 2008). Además, otros destacan que los consumidores se apropiaron de los productos importados y los adaptaron a los estilos locales (Stearns, 2006, p. 81).

En este sentido, y en función de dichas discusiones, este artículo pretende abordar los debates en torno a la alimentación, centrándose en el ejemplo histórico de Nicaragua, durante la segunda mitad del siglo XX. En este orden de ideas, se enfoca en la revisión de ciertas políticas de alimentación puestas en práctica en ese país centroamericano y la relación de éstas con los hábitos de consumo predominantes en el período comprendido entre 1965 y 1995. Se parte de la hipótesis de que los consumidores nicaragüenses aceptaron, de manera selectiva, ciertas influencias globales y desecharon otras. Esto es, que mientras algunos productos fueron incorporados rápidamente a la alimentación cotidiana, otros se quedaron abandonados en los estantes de las tiendas.

En la primera parte del texto se revisan brevemente las influencias históricas en la tradición alimenticia de Nicaragua; para luego enfocarse en la situación que prevaleció durante la dictadura de los Somoza a partir de 19601 y que se caracterizó por una gran desigualdad en los patrones alimenticios de la población. Lo anterior, ya que en aquella época, mientras que en las zonas rurales había una grave desnutrición, en las ciudades se promovía el consumo de productos importados para las clases medias y altas. Posteriormente, se revisará el proceso que siguió al triunfo de la revolución sandinista de 1979, cuando las políticas de la alimentación se convierten, por vez primera, en un área de alta prioridad política para el gobierno nicaragüense. Aun así, el régimen no logró cambiar algunas prácticas de consumo ya muy arraigadas.

Al final del artículo se propone un análisis de la situación que se vivió después de la transición, caracterizada por la notable reducción de las políticas alimenticias.

Este contexto derivó en una crisis económica, y, sin embargo, dio pie a una paradoja: mientras que grandes sectores de la población nicaragüense no sabían cómo asegurar su alimentación diaria, se construían nuevos centros comerciales, supermercados y restaurantes de comida rápida, lo que provocó un debate sobre el papel del consumidor en la sociedad nicaragüense.

Las tradiciones culinarias en Nicaragua

En Nicaragua, como en otros países latinoamericanos, el consumo de las élites desde el siglo XIX estuvo orientado a los productos importados. Tanto las élites, como las clases medias, integraron cada vez más en su consumo alimentos importados, y percibían los productos nicaragüenses como mercancías de calidad inferior (Ayerdis, 2004). El historiador Michel Gobat (2005) ha demostrado que el proyecto de un canal interoceánico en Nicaragua evidencia como en este país se heredó la influencia estadounidense de manera mucho más fuerte que en otros pueblos latinoamericanos. Desde el auge económico en 1870, se incrementó el consumo de mercancías importadas y la identificación con aspectos de la vida privada provenientes de Estados Unidos. Por ejemplo, el auge del baseball en las preferencias deportivas de la región, tiene relación con esta situación. Para el caso específico de Nicaragua, las personas que se educaron en Estados Unidos jugaron un papel importante en la transmisión de las costumbres, preferencias y consumo de productos norteamericanos en ese país (p. 5-7, 58-66).

Hay que hacer notar que, en el contexto de esta relación de transmisión cultural desde los Estados Unidos, también fue de suma importancia el periodo de ocupación militar norteamericana que se vivió en ese país centroamericano desde 1912. La presencia estadounidense en Nicaragua provocó múltiples movimientos de resistencia, entre los cuales destacó el que lideraba Augusto César Sandino, desde 1927. Hasta la fecha, sigue pendiente la investigación de cómo y hasta qué punto la presencia militar norteamericana en Nicaragua influyó en los hábitos de consumo de sus habitantes.

Con este telón de fondo, en la década de 1930 se comenzó a plantear en el país un debate sobre la identidad de la gastronomía nicaragüense. La oposición a la influencia extranjera en general, y a la presencia norteamericana en particular, pareció evidenciarse desde diversos ámbitos. Un ejemplo de ello fue un movimiento cultural de vanguardia que buscaba rescatar las tradiciones nicaragüenses2, uno de sus representantes más conocidos fue el escritor José Coronel Urtecho, quien en 1962 publicó su ensayo Elogio de la cocina nicaragüense, en el que caracterizaba la gastronomía de Nicaragua como una “cocina mestiza”, con raíces españolas, indígenas y africanas (p. 30).

Según Coronel Urtecho (1962), los elementos centrales de la comida nicaragüense son el maíz y la carne, siendo el nacatamal la “obra maestra del mestizaje culinario”3. Además, caracterizaba las influencias indígenas y afrocaribeñas en la cocina nicaragüense como elementos “primitivos” o “salvajes” (p. 32). En este sentido, era claro cómo los discursos sobre la cocina nicaragüense también reproducían los estereotipos y prejuicios entre diferentes regiones y grupos de población, para marcar distancia frente al influjo norteamericano.

Jaime Wheelock, Ex-ministro de Desarrollo Agropecuario y de la Reforma Agraria en la época sandinista, publicó en 1998 un libro en el que hacía un recorrido histórico por las tradiciones alimenticias nicaragüenses hasta el siglo XIX.

Coincidiendo con algunas de las consideraciones que aportaba Coronel Urtecho, Wheelock distinguía que en la raíz de la alimentación nicaragüense se encontraban claramente las influencias indígenas, españolas y costeñas. De este modo, el autor describía a la gastronomía de este país como una “mixtura” con “frágiles niveles de integración”, refiriéndose específicamente a la tradición culinaria del Caribe y del Pacífico (p. 264).

Alimentación y consumo bajo el régimen de los Somoza

En 1933 terminó la ocupación militar estadounidense en Nicaragua y poco después, en 1937, Anastasio Somoza García asumió el poder y fundó una dictadura familiar y patrimonial que perduró hasta 1979 con el presidente Anastasio Somoza Debayle. Durante el régimen de los Somoza, la economía nicaragüense estaba orientada predominantemente hacia la exportación de productos como el café, la carne y el algodón. La expansión de la ganadería y del cultivo del algodón provocó una baja en la producción de alimentos básicos cuyo cultivo se trasladó a suelos de menor calidad (Biondi-Morra, 1990, p. 56). A principios de la década de 1960, Luis Somoza Debayle, el segundo de la familia dictatorial, se interesó por el fomento de la inversión extranjera, por lo que varias compañías multinacionales empezaron a trabajar en Nicaragua (Ferrero, 2010, p. 98, 503).

Asimismo, a nivel latinoamericano comenzó a darse, desde la década de 1930, un debate sobre cómo se podría mejorar la situación nutricional a través de políticas sociales (Pernet, s.f.). En Centroamérica este proceso se dio más tarde, y un actor importante fue el Instituto de Nutrición de Centro América y Panamá (INCAP), fundado en 1949. Desde la década de 1970, el INCAP hizo un esfuerzo para establecer políticas de alimentación en la región, pero se enfrentó a la ignorancia, el desinterés o la resistencia de los gobiernos centroamericanos (Béhar, 1988-1975, p. 3-7), (Scrimshaw, 2010, p. 394-396). Esto también aplica para el caso de los gobiernos somocistas, que se distinguieron por su, prácticamente, nulo interés por las políticas de alimentación y por su marcada predilección hacia proyectos financiados con capital internacional, como por ejemplo, la política de nutrición escolar (Rodríguez, 1976, p. 22-27).

Nicaragua se unió al INCAP en 1954. En este mismo año, el gobierno fundó una Unidad de Campo dentro del Ministerio de Salud que se debía hacer cargo de los problemas nutricionales4. De acuerdo con la iniciativa del INCAP, el gobierno nicaragüense estableció una División de Nutrición dentro de la Dirección de Promoción de la Salud, en 1964. Dos años después fundó un Comité Nacional Inter-Ministerial de Nutrición, en el cual participaron representantes de los Ministerios de Salud, de Educación y de Agricultura; y de organizaciones internacionales. Los pocos programas nutricionales estaban dirigidos a la nutrición de niños en edad escolar y fueron coordinados por el Servicio de Educación y Recuperación Nutricional, el cual operaba, en 1975, quince centros locales. Paralelamente a la experiencia del INCAP, hubo algunos otros esfuerzos institucionales por coadyuvar en los problemas derivados de la mala alimentación y nutrición en Centroamérica. Tal fue el caso de la llamada Alianza para el Progreso, una iniciativa del presidente norteamericano John F. Kennedy, para fortalecer el desarrollo en América Latina. Este acuerdo fue suscrito en agosto de 1961 por todos los países miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA), a excepción de Cuba5. Desde la perspectiva de los Estados Unidos, la Alianza para el Progreso era un mecanismo para evitar la expansión del comunismo en América Latina a través de la cooperación para el desarrollo, que se constituyó en una iniciativa para promover el desarrollo económico y social de la región con el apoyo económico norteamericano; el cual inicialmente se planteaba por un monto de unos 20,000 millones de dólares para el periodo de la década de 1960. De estos recursos, Nicaragua recibió poco más de 138 millones de dólares entre 1961 y 1969, en materia de préstamos y otro tipo de apoyos financieros, por parte del gobierno de Estados Unidos (Dosal, 1985, p. 83).

Aunque la Alianza recomendaba reformas sociales dirigidas a una distribución más equilibrada de los ingresos, también es cierto que estos acuerdos no implicaban ningún compromiso político por parte de los gobiernos para llevar a cabo las reformas propuestas. Por lo tanto, como lo afirma el historiador Paul Dosal (1985), en Nicaragua la Alianza fortaleció al Estado somocista y a otros grupos de empresarios involucrados en los proyectos de desarrollo, acelerando de esta manera el proceso de dependencia de la economía nicaragüense (p. 76).

Mientras que en los ámbitos de proyectos energéticos y la construcción de carreteras, la Alianza tenía ciertos éxitos, su impacto para la salud, la educación y la nutrición fue limitado. Contrariamente a sus objetivos iniciales, esta iniciativa no contribuyó mucho en mejorar la situación nutricional de los nicaragüenses. Como ejemplo, Dosal (1985) cita el caso de un proyecto dedicado a fortalecer la producción de granos básicos, cuyo enfoque se centraba en la compra de fertilizantes y pesticidas a empresas estadounidenses. De esta manera, se incrementó la dependencia de insumos norteamericanos, en lugar de fortalecer la producción local.

En otro caso, se apoyó a la empresa Nestlé para establecer una fábrica de leche en polvo en Matagalpa, a través de inversiones en la infraestructura y de exención fiscal. Dado el alto porcentaje de la población que, en ese momento, no tenía acceso a agua potable, dicha inversión no ayudó a mejorar la situación nutricional, pues ante tales condiciones, la leche en polvo se convirtió en un producto inservible (p. 83-89).

Aunado a esto, Michael D. Gambone (2001), por su parte, planteó un análisis crítico sobre el papel de la Alianza para el Progreso. Al revisar fuentes de los archivos estatales de EEUU, Gambone observó que, para el caso de Nicaragua, esta iniciativa fortaleció la concentración del poder de la élite local (los Somoza), que vio en los recursos de la Alianza una posibilidad de conseguir financiamientos externos para fines disímbolos, mediante un discurso con tintes demagógicos en torno al tema del desarrollo (Gambone, 2001, p. 87-88).

Desde principios de la década de 1970, la Alianza fue criticada duramente dentro y fuera de EEUU y dejó de tener importancia a partir de 1969 con la llegada al poder de Richard Nixon. En consecuencia, US-Aid redujo considerablemente su trabajo en Nicaragua a partir de 1971 (Gambone, 2001, p. 235-236).

En 1970, el gobierno nicaragüense firmó un contrato sobre alimentación suplementaria con la agencia católica Caritas (Arce y Morales, 1978, p. 121-135), (Rodríguez, 1978, p. 22-24). Ese mismo año, el Ministro de Salud Roberto Castillo Quant afirmaba, en un discurso para el Primer Congreso Nacional de la Alimentación, que los hábitos tradicionales de la población y la malnutrición eran importantes obstáculos para el desarrollo del país:

El nivel educacional del pueblo en los países más desarrollados hace más fácil la acción del método moderno para la producción, procesamiento y distribución de alimentos. Creencias arraigadas, obstaculizaron el desarrollo y la utilización de evidentes ventajas alimenticias. Más lamentable aún es que la misma mala nutrición ha minado la voluntad para mejorar el estado actual de desarrollo económico y social (Primer Congreso Nacional de Alimentación. Managua, 1970).

Su visión para el desarrollo de Nicaragua tomaba como referencia los países de “primer mundo” y una modernidad basada en la producción industrial de alimentos. En lugar de reconocer la desnutrición como un problema social, le reprochaba a la población en condiciones de pobreza una falta de “voluntad” para contribuir al desarrollo del país. Aun más ignorante era el discurso del presidente Anastasio Somoza Debayle, quien destacaba:

“En Nicaragua siempre ha habido suficiente comida en las cantidades y calidades para desarrollar el cerebro humano. Ejemplos de renombre son los poetas y las muchas habilidades de oradores que tienen los nicaragüenses” (Primer Congreso Nacional de Alimentación. Managua, 1970, p. 15-16).

Negando de esta manera la realidad que en materia de nutrición y alimentación se vivía en su país, Somoza Debayle resaltaba, como uno de sus éxitos, la introducción de semillas de alto rendimiento y fertilizantes para aumentar la producción de alimentos. Aparte de algunas medidas simbólicas con financiamiento externo, el gobierno de Somoza Debayle nunca estableció explícitamente políticas de alimentación, para enfrentar la desnutrición en Nicaragua.

Dos estudios contemporáneos demuestran indicadores fundamentales para entender la situación nutricional de los nicaragüenses durante las décadas de 1960 y 1970. El primero es un informe realizado, entre 1965 y 1967, por el INCAP. En él, un equipo de más de 100 investigadores entrevistó a 3.800 familias en toda la región centroamericana, para obtener información sobre los problemas nutricionales de la población. Para el caso de Nicaragua, llegaron a la conclusión de que la alimentación era inadecuada, en importantes segmentos de la población. Los investigadores constataron deficiencias dramáticas de riboflavina y vitamina A, sobre todo en las zonas rurales del país (INCAP, The Interdepartmental Committee on Nutrition for National Development, 1971, p. 13-15). En sus conclusiones destacan la distribución desigual de los recursos alimenticios:

La cantidad total de alimentos disponibles para el consumo humano en Nicaragua es realmente insuficiente. Desde el punto de vista puramente nutricional, la aparente disponibilidad de proteínas es errónea. En realidad, la distribución de los diferentes tipos de proteína en la población es tan desigual que grandes sectores consumen casi exclusivamente proteínas de muy mala calidad, que son mal utilizados por el organismo (1971, p. 104).

El segundo estudio fue un informe elaborado por la organización US-Aid en el año 1976. Los autores caracterizaron la desnutrición como uno de los problemas socio-económicos más graves que tenía Nicaragua durante esa época (Pyner y Strachan, 1976). Según esta investigación, en 1975, más del 56% de los niños nicaragüenses estaban desnutridos. Mientras que esta cifra indica el promedio nacional, en las zonas rurales del país prevalecían tasas mucho más altas que oscilaban entre el 60% y 80% (1976, p. 11-13). En general, un 57% de la población rural no consumía las calorías necesarias. Los alimentos más demandados durante estos años eran el maíz, el frijol y el arroz (1976, p. 20-23). Fue hasta este momento, posterior a la puesta en marcha de la Alianza para el Progreso, que US-Aid implementó proyectos enfocados específicamente en los hábitos alimenticios y la educación nutricional de los nicaragüenses.

Mientras que la población rural carecía de los alimentos más básicos, el consumo de las élites y de las clases medias urbanas se vio cada vez más influenciado por los patrones estadounidenses. En el periódico La Prensa aparecían con regularidad anuncios de productos como la gaseosa Coca Cola, los restaurantes de pollo rostizado y los supermercados. Con el boom algodonero y la ampliación de la burocracia estatal, creció en Managua una clase media que podía adquirir productos importados. El flujo de las importaciones se había incrementado con la inauguración de la carretera Panamericana y los vuelos directos hacia EE.UU (Whisnant, 1995, p. 119-130), (Ferrero, 2010, p. 46-47). La investigación sobre la historia del consumo en Latinoamérica ha destacado la existencia de la clase media como un factor importante para la expansión del consumo en la región. Mientras que en los grandes países latinoamericanos como Brasil o México, dicho desarrollo había iniciado desde la década de 1920 (Pilcher, 2002, p. 222-239), en Nicaragua ocurrió décadas más tarde. En 1960, la clase media constituía un 11% de la población nicaragüense (González, 2011, p. 161).

En 1956 se inauguró el primer supermercado en la Colonia Mántica de Managua. Testimonios de sus fundadores narran que los consumidores de aquella época no estaban acostumbrados al autoservicio por lo que entraban al establecimiento gritando, a los encargados de la tienda, la lista de los productos que querían comprar. Asimismo, se cuenta que también mostraban resistencia ante la introducción de carne congelada, porque dudaban que estuviera fresca (Lutz, 2011, p. 12).

Desde aquel entonces, el número de supermercados creció lentamente. Además, con la fundación de estos establecimientos, entraron al mercado nicaragüense más productos alimenticios de cadenas extranjeras, como por ejemplo el whisky, el polvo para hornear, los electrodomésticos, los cigarros, entre otros.

Paralelamente se fundan algunas marcas nicaragüenses, tales como la gaseosa Kola Shaler (1904), los helados Eskimo (1942) y la cadena de restaurantes Tip Top (1958). La última empresa intentó divulgar el consumo de pollo rostizado en el país. Su nombre se refiere al dicho estadounidense “tip of the top” que significa “lo mejor de lo mejor”. En su publicidad, la empresa también hacía referencias al estilo estadounidense de autoservicio y a la comida internacional (Nicaragua guía oficial de turismo, 1968, p. 14). A principios de la década de 1970, la empresa anunciaba diariamente sus Menús del Día en el periódico La Prensa. Combinaba el pollo frito con las bebidas locales: por ejemplo, en noviembre de 1971 difundía una oferta especial para un pollo asado con media botella de Ron Flor de Caña (La Prensa, 1971, p. 3). El primer restaurante de la franquicia McDonalds se inauguró en 1975. La historia de la comida rápida en Nicaragua no se ha estudiado de manera sistemática. El caso del “Pollo Campero” en Guatemala indica que las cadenas locales lograron tener más éxito que sus competidores internacionales, por sus conocimientos de los hábitos de consumo específicos. Los clientes guatemaltecos preferían consumir el pollo frito acompañado con una cerveza y papas fritas, lo que el competidor “Kentucky Fried Chicken” no ofrecía (Pérez, 2002, p. 95-98).

Ya en 1962, José Coronel Urtecho (1962) criticaba la creciente influencia norteamericana hacia los hábitos de consumo nicaragüenses y la percibía como un peligro de “desintegración de la cultura”, pues consideraba la industrialización en la producción y su uniformización como un peligro para la sociedad nicaragüense:

El triunfo de la vulgaridad comercial sobre la auténtica elegancia de lo natural, se va extendiendo a todo el territorio de la cocina vernácula con igual rapidez que en las otras manifestaciones de la vida nicaragüense. Lo malo de esto es que representa una desintegración de la cultura. La modernización de los mercados y la progresiva sustitución de las pulperías y bateas ambulantes por ‘groceries’ y supermercados -con la industrialización de productos alimenticios exigida por tales sistemas de ventas- tienden a crear una situación culinaria semejante a la de los Estados Unidos, a los cuales se trata de imitar en esto como en todo (p.34).

El 23 de diciembre de 1972 un fuerte terremoto destruyó gran parte de la ciudad de Managua. La catástrofe provocó una crisis alimenticia. La situación, en sí complicada, se agravó cuando una gran parte de las donaciones de alimentos nunca llegó a la población, sino que fue malversada por funcionarios del gobierno somocista.

Al lugar en el aeropuerto, donde se guardaban las donaciones, se le dio el apodo “Supermercado de Tacho” (como era llamado popularmente el dictador nicaragüense), porque ahí se constituyó un mercado negro de los productos donados (Ferrero, 2010, p. 143-150).

Muchos investigadores coinciden en que la reacción de Anastasio Somoza al terremoto marcó el inicio de su caída. Mientras que la población en la ciudad carecía de alimentos y agua, la situación en el campo comenzó a agravarse. Por una fuerte sequía, la producción de alimentos básicos se vio disminuida considerablemente.

Además, la ciudad de Managua, en especial el Mercado Oriental, tenía una posición clave para el abastecimiento de alimentos hacia todo el país. El terremoto interrumpió el comercio y provocó una crisis de abastecimiento en otras zonas del país (CIERA, UNRISD, 1984, p. 135-137).

Después del terremoto en 1972, la dictadura de los Somoza empezó a erosionarse. En los años siguientes, los movimientos de oposición crecieron hasta que en 1979 estalló la revolución nicaragüense. Durante la última fase de la guerra civil, hubo una fuerte crisis de subasta y muchos negocios se cerraron temporalmente.

La revolución sandinista y las políticas de la alimentación

Después de la revolución sandinista, el nuevo gobierno implementó un programa amplio de reformas sociales para mejorar las condiciones de vida de la población: nacionalizó la propiedad de los Somoza, introdujo programas de salud y empezó una campaña de alfabetización. Las políticas de la alimentación estaban enfocadas en mejorar la nutrición de la población nicaragüense bajo los siguientes criterios: el fomento del cultivo de alimentos básicos, la realización de una reforma agraria, las subvenciones para los precios de alimentos básicos y la creación de una red alternativa de distribución y mercadeo. El gobierno nunca optó por una nacionalización completa de la producción alimenticia, sino que la ubicaba dentro de su concepto de “economía mixta” que combinaba producción estatal, cooperativa y privada. Para la distribución de alimentos, se fundó la institución de comercio estatal ENABAS (Empresa Nacional de Alimentos Básicos) que vendía alimentos básicos a precios fijos (Austin y Fox, 1985, p. 15-40), (Utting, 1992), (Collins, 1986). A la red de distribución pertenecían una serie de nuevos establecimientos, como las “tiendas populares”, los “supermercados del pueblo” y los “expendios populares”; todo con el objetivo de hacer llegar los alimentos básicos hasta las zonas más alejadas y los barrios marginados (1985, p. 29-30).

A principios de la década de 1980 existían once supermercados en Nicaragua, situados en los barrios de clase media y alta. Por iniciativa del gobierno, estos establecimientos ofrecieron un surtido de alimentos básicos a precios fijos, lo que atrajo a nuevos grupos de clientes. A la vez, seguían con sus ofertas dirigidas a las clases medias. Según Rosaura Jerez, vice-ministra de la Corporación Comercial del Pueblo (CORCOP), casi siete millones de personas compraron en los supermercados entre 1980 y 1982, lo que demuestra el éxito de dicha estrategia. Aun así, los expendios de productos básicos (las pulperías) seguían teniendo una clientela en los barrios pobres, porque estaban más cercanos a las viviendas. Como en esta época muy poca gente tenía un refrigerador en su casa, la gente compraba leche y otros alimentos de fácil deterioro en las pulperías (Barricada, 1982, p. 6), (CIERA, UNRISD, 1984, p. 155-159).

En el ámbito de la producción de alimentos, el nuevo gobierno empezó a fomentar el cultivo de maíz, frijol y arroz. Su versión ideal de la producción fue el de un modelo de grandes empresas agroindustriales que aumentaran sus cosechas a través de la utilización de máquinas y fertilizantes químicos (Solá, 2007, p. 73). Aun así, por primera vez en la historia nicaragüense, el gobierno facilitó la concesión de créditos para pequeños y medianos productores. Otro proyecto importante fue la reforma agraria, que redujo la influencia de los grandes propietarios en la agricultura.

Primeramente, se confiscaron las fincas de los Somoza y sus partidarios. Los beneficiados eran sobre todo las cooperativas y las empresas estatales (Solá, 2007, p. 62).

Desde 1980 el gobierno nicaragüense empezó a referirse al concepto de la seguridad alimentaria, promovido desde la década de 1970 por la FAO. Paralelamente, hubo un acercamiento entre esta organización internacional y el gobierno sandinista; lo que llevó a la apertura de una oficina permanente de la FAO en Nicaragua, a partir de 1982. De igual manera, ese año también se llevó a cabo la XVII Conferencia Latinoamericana de la FAO en Managua. En dicho foro se aprobó una resolución para apoyar a la creación de un Consejo Regional de Seguridad Alimentaria.

La propuesta fue presentada por el Ministro nicaragüense de Desarrollo Agropecuario y de la Reforma Agraria, Jaime Wheelock, quién, durante esos años, promovía dicha idea también en la prensa de su país. Con ocasión de la Conferencia de la FAO, Wheelock llamó a poner fin a la dependencia externa de las economías latinoamericanas:

Nosotros estamos hablando incluso del futuro de nuestros pueblos; debemos asumir con toda responsabilidad la solución a ese problema, de otra manera vislumbramos una América Latina que, despojada de su capacidad de alimentarse a sí misma, después de haber sido saqueada de sus materias primas y recursos naturales, tenderá a convertirse en un territorio de seres hambrientos que para sobrevivir tendrán que dedicarse con dramática exclusividad a vender petróleo, tabaco, café, madera, hasta su previsible destrucción (Barricada, 1982, p. 4).

El director de la FAO, Edouard Saouma, prometió, al final de aquel encuentro en Managua, llevar a Roma (sede del organismo) la propuesta para conformar un eventual Consejo Latinoamericano de Seguridad Alimentaria, para su eventual discusión. Es una agenda pendiente para la investigación, conocer la valoración y percepción de esta propuesta en los debates internos de la FAO (si es que los hubo).

En 1983, el Centro de Investigaciones y Estudios para la Reforma Agraria (CIERA), una instancia de investigación creada por el gobierno sandinista, publicó El hambre en los países del tercer mundo, un estudio referente a la seguridad alimentaria.

En él se concibe este concepto como una estrategia global para enfrentar las causas del hambre y promover cambios estructurales en la economía del país, tales como la producción granos básicos, la creación de un nuevo sistema de producción y distribución de productos, así como la redistribución de los ingresos en Nicaragua (CIERA, 1983, p. 40)6. Este texto incluyó también un discurso del director de la FAO, con motivo del Día Mundial de la Alimentación, en 1982, en el cual exaltaba la colaboración estrecha entre la FAO y el PAN (Programa Alimentario Nicaragüense) para fortalecer el cultivo de granos básicos en el territorio nicaragüense.

La relación entre la FAO y el gobierno sandinista, así como el papel activo que Nicaragua tuvo como promotor del concepto de seguridad alimentaria en Latinoamérica

en esos años, son indicadores de que, a partir de la década de 1980, se vivió una transformación, por lo menos en el discurso, de las políticas públicas en torno al tema de la alimentación en ese país centroamericano. Como resultado de este viraje, se lograron mejoras en la alimentación de la población durante los primeros años del proceso revolucionario. El consumo per cápita del maíz aumentó entre 1980 y 1982, pero después volvió a bajar y no alcanzó los niveles de 1976-78.

Asimismo, el consumo per cápita de arroz creció lentamente entre 1980 y 1984. Por último, el consumo de frijol subió hasta 1983, al igual que el consumo de la leche.

Según las estadísticas del PAN, la población nicaragüense consumía en 1982 un promedio de 2395 kcal per cápita (Utting, 1992, p. 195).

Sin embargo, los indicadores de aquella época se tienen que manejar con cuidado. El mismo CIERA destacaba, en un informe de 1983, que el sistema estadístico nicaragüense carecía de datos confiables sobre la producción alimentaria.

Además, los datos de población se referían al censo de 1971, que ya no incluían los efectos del terremoto de 1972; ni la migración interna de la década de 1970 (1983b).

Durante los años ochenta, el manejo de las estadísticas siempre tenía implicaciones políticas: el gobierno quiso demostrar los avances y éxitos de la revolución, por lo que exageraba ciertos datos sobre la desnutrición en la década de 1970 (Garfield y Williams, 1992).

Por lo tanto, las estadísticas existentes sobre aquella época nos indican ciertas tendencias de consumo, pero no proveen una imagen fidedigna de los cambios producidos por la revolución sandinista. Nicaragua producía suficiente arroz y frijol para el autoconsumo, pero seguía dependiendo de las importaciones de maíz, leche y aceite (CIERA, 1983c, p. 31-32). A lo largo de la década de 1980, la producción del maíz aumentó considerablemente, mientras que en el caso del arroz y el frijol, el proceso fue más lento, con algunas bajas en la segunda mitad de la década (Spoor, 1994, p. 517-533).

El gobierno estadounidense observaba con preocupación el éxito de un movimiento revolucionario en Centroamérica. Después de que Ronald Reagan asumió la presidencia en Estados Unidos, las relaciones entre este país y Nicaragua se deterioraron completamente. Una de las primeras medidas del gobierno norteamericano fue la cancelación completa de los créditos para la importación de trigo a Nicaragua. El gobierno nicaragüense reaccionó con la introducción del Programa Alimentario Nicaragüense (PAN) que promovía el cultivo y consumo de productos tradicionales. En su logotipo tenía como símbolo un maíz.

El maíz se utiliza en Nicaragua en diversos tipos de alimentos: tortillas, tamales, bebidas (Pinol, Pinollilo, Tiste), entre otros. Para estimular su consumo, el gobierno sandinista lanzó una campaña que le dio un contenido político a este producto: mientras que el trigo se caracterizaba como un producto extranjero e imperialista, el maíz obtuvo la connotación de un recurso propio que exaltaba los valores de la renovación, que pretendía el nuevo gobierno: nacionalista y antiimperialista.

La revista del Ministerio de Cultura, Nicaráuac, dedicó en 1981 un número especial al maíz. Desde su introducción se puede identificar el perfil militante de su concepción sobre ese alimento: en una página ilustrada con el título del periódico La Barricada, se encuentra la noticia sobre los créditos cancelados por Estados Unidos y un fragmento del discurso de uno de los líderes sandinistas. Además, la revista aborda la emergencia de las llamadas “Ferias del maíz”:

Como respuesta a la agresión imperialista de negarnos el trigo, el pueblo de Nicaragua celebró una grandiosa Feria del Maíz patrocinado por el Ministerio de Cultura y las Juntas Departamentales y Municipales de todo el país.

Se le puso a esta feria el nombre de XILONEM: el nombre de una princesa náhuatl que según un mito de nuestros antepasados se sacrificó a los dioses en un tiempo de sequía y con su muerte produjo el maíz para su pueblo (...) En XILONEM nosotros también vemos a todos aquellos que sacrificaron su vida por el pueblo en esta Revolución (pág. 6).

En este contexto, el pasado náhuatl se relacionaba con los sacrificios heroicos de los guerrilleros nicaragüenses que combatieron en la lucha antisomocista. En la edición de la revista se encuentran más referencias al pasado, tales como las leyendas mesoamericanas sobre el maíz, refranes, iconografía y un texto con el título El maíz guerrillero escrito por Gioconda Belli (1981, p. 75-76), en el que se destaca la importancia de dicho recurso, caracterizándolo como un alimento de los revolucionarios.

Durante 1981 se realizaron varias ferias del maíz en el país. La más grande fue en Masaya, a la cual asistieron 200.000 personas. En dicho evento se organizó un concurso para premiar los mejores platillos hechos a base de maíz. Curiosamente participó en esta actividad una empresa de hamburguesas que presentó una “tortiburguesa”, que sustituyó el pan con tortillas de maíz (Collins, 1986, p. 117).

La presencia de este plato es un indicador de la fuerte influencia de la comida rápida y de las hamburguesas en los hábitos alimenticios de los nicaragüenses. A la vez, nos da un ejemplo de cómo se lleva a cabo la adaptación de productos importados a las costumbres y circunstancias locales.

Para fortalecer el consumo de maíz, el gobierno publicó en 1981 un libro de recetas con el título Nicaragua: Maíz y folklore que también incluyó información sobre su cultivo, leyendas, dichos y usos medicinales relacionados con este producto. Las recetas abarcan: chichas, cereales, bebidas, churros, empanadas, tamales, sopas y otras bebidas a base de maíz (Tapia, 1981). En el libro se presenta la fotografía de un campesino feliz, que demuestra cierta idealización del campo en la campaña, tal y como, también se puede notar en varios murales y carteles de la época. En síntesis, se empieza a dar un sentido ideológico al consumo diario de este grano básico y las ferias del maíz evidencian que el tema movilizó a miles de personas, en los primeros años de la revolución.

En 1981, otro tema que apareció con frecuencia en los debates públicos fue el del autoabastecimiento. Las actividades alrededor del Día Mundial de la Alimentación7 en 1982, tenían el lema: Nicaragua en la lucha por la autosuficiencia alimentaria. El anuncio de estas actividades en Barricada se ilustró con un dibujo en el que se representaba un grupo de personas cargando la cosecha de maíz, frutas y verduras en charolas, sobre sus cabezas, para insistir en la necesidad de abastecerse a través de la producción local (Barricada (b), 1982, p. 9). En este sentido, la fundación de huertos de autoconsumo para cultivar frutas y verduras en espacios vacíos dentro de las ciudades se constituyó en un proyecto importante.

Desde 1981 estalló la guerra civil entre las fuerzas sandinistas y las milicias opositoras (comúnmente denominadas como “La contra”). La guerra afectó sobre todo la producción de alimentos en el norte del país, porque los grupos opositores al sandinismo atacaban desde Honduras. Además de la destrucción selectiva de almacenes, la guerra dañó la infraestructura del país, lo que dificultó el transporte de alimentos. Por lo tanto, el discurso político de aquella época manejaba un vocabulario muy militante: “Impulsar los huertos es derrotar el bloqueo”, escribía Barricada en 1985 (p. 3).

El PAN introdujo un “Programa de Movilización para el Autoabastecimiento” y en 1985 promovió la fundación de huertos regionales e institucionales para abastecer a la población. En dicho año, Barricada publicaba un anuncio con el título “¡Trabajo y defensa… un solo frente de combate!” (1985, p. 8). La publicidad contenía un dibujo que representaba a un grupo de campesinos, portando rifles debajo del brazo y sembrando en un campo; lo que indica el tono cada vez más militante que la propagando gubernamental imprimió al tema de la producción alimenticia.

El programa de movilización formó parte del “Plan Managua”, una estrategia que promovió el cultivo de granos básicos en una superficie de 800 hectáreas, en la periferia de Managua. La idea era que los consumidores urbanos se convirtieran de nuevo en productores de alimentos. A la vez, de esta manera el gobierno quiso poner fin a la urbanización acelerada que vivía Nicaragua en esos años (Barricada (c), 1985)8, (CIERA, 1989, p. 64-79). En 1986, Barricada presentaba a los huertos como “una verdadera solución” a los problemas de abastecimiento constituyendo además “una respuesta de resistencia a la agresión imperialista” y “una actividad indispensable para sobrevivir” (1986, p. 3). Lamentablemente, no hay estudios sobre el impacto de los huertos como respuesta a la situación de emergencia alimentaria que se vivió durante la década de 1980.

Además, más allá de la guerra, varias catástrofes naturales afectaron la producción de alimentos: en 1983 una fuerte crisis derivó de varios meses de sequía y las lluvias posteriores causaron una inundación en el oeste de Nicaragua, como resultado 70.000 personas perdieron sus casas y la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) estimó que los daños materiales producidos por estos desastres rebasaban los 357 millones de dólares. Las inundaciones destruyeron el 60% de la cosecha de maíz y 30% de la producción de otros alimentos básicos (CEPAL, 1982), (Envío, 1982). Por lo tanto, ante tal contingencia, la tradición de las Ferias Nacionales de Maíz se abandonó pronto.

En 1982, los organizadores decidieron pasar la fecha de la actividad de mayo a agosto y así, sincronizarla con la cosecha del grano (Barricada (c), 1982, p. 5).

Sin embargo, esto no pudo llevarse a cabo y solamente quedaron algunas ferias irregulares a nivel regional. En el año 1983 solamente se reporta una feria regional en Totogalpa, en la región de Las Segovias, al norte del país (Barricada, 1983, pág. 9).

Asimismo, aumentar el consumo del maíz en una situación de escasez resultó difícil: en 1982, personas de los sectores populares de Managua consumían en promedio dos libras de maíz al mes y casi 30 unidades de tortillas. Al mismo tiempo, consumían 73 bollos de pan, lo que explica porque Nicaragua seguía importando trigo de otras fuentes, como de la Unión Soviética y de la República Democrática de Alemania. Los productos de trigo ya tenían un fuerte arraigo en los hábitos de consumo de la población. Las estadísticas también indican que el consumo de pan aumentó en el estrato de ingresos más altos, mientras que el consumo de tortilla bajó en el mismo grupo (CIERA, 1983b, p. 54).

Este estudio del CIERA elaborado en 1983, llegó a la conclusión de que la gente en los barrios populares seguía consumiendo galletas, gaseosas y sopas instantáneas, a pesar de que sus precios resultaban caros para la gran mayoría de la población (CIERA, 1983b, p. 13). Desde 1984 el consumo de maíz fue disminuyéndose sostenidamente hasta 1987. Los resultados del estudio nos demuestran que el alto valor simbólico hacia los productos importados sobrevivió a la revolución sandinista. Dicho valor se atribuía, sobre todo, a productos estadounidenses. Desde principios de la década de 1980, Nicaragua importaba más productos del bloque de hegemonía de la Unión Soviética. Además, llegaban cada vez más productos de los países de Europa Oriental, como por ejemplo, sardinas enlatadas; que formaban parte de las donaciones de alimentos que la comunidad internacional hacía al país centroamericano. Sin embargo, a pesar de esta situación, existía mucha gente que buscaba comprar productos estadounidenses a precios exagerados en el mercado negro, así las frutas enlatadas o la carne enlatada, procedentes de países como Bulgaria, se quedaron en los estantes de las tiendas (Kinzer, 1991, p. 152), (Colburn, 1991, p. 30-31), (Barricada, 1984, p. 4)9.

Por lo tanto, en varias publicaciones del gobierno se criticaban las creencias consumistas y los gastos innecesarios en productos de marcas extranjeras. Por ejemplo, en la revista de mujeres Somos, Gladis Salaquette (1982) promovía el consumo de productos nicaragüenses:

Parece increíble que a la hora de realizar un acto tan común y corriente como comprar un jabón, un shampoo, alimento para nuestros hijos, un producto cosmético, podamos poner en juego nuestro patriotismo. Y realmente lo estamos poniendo en juego (...) Poco a poco, sin percibirlo claramente, desde que nacimos nos fuimos acostumbrando a un modo de vida que no se correspondía a la miseria de nuestra economía, ni a las características de nuestro país. Muchos de los alimentos, la ropa, los cosméticos, que las revistas, el cine, la T.V. nos hacían necesitar y desear, correspondían al modo de vida yanqui, y provenían de los Estados Unidos o de filiales de sus empresas instaladas en Centroamérica (p. 2).

La autora concluía que la compra de productos nacionales constituía un acto de “patriotismo” ya que cada compra, decía: “puede convertirse en un pequeño y cotidiano

acto de defensa de la Revolución” (Salaquette, 1982, p. 7). La crítica permanente, en las publicaciones ligadas al oficialismo sandinista, indicaba que el deseo por consumir productos de marcas extranjeras tenía una prevalencia permanente.

El antropólogo Richard Wilk (2001) ha manifestado que el diálogo de mercancías no tenía códigos comunes. Emisor y receptor interpretaron el consumo de ciertos productos, totalmente distintos, de acuerdo con las atribuciones que les habían dado (p. 34-53). El FSLN condenaba el consumo de bienes norteamericanos, mientras que los consumidores buscaban adquirirlos. A lo largo de la década de 1980, el régimen intentó buscar estrategias propagandísticas para convencer a los ciudadanos de consumir productos nacionales, pero los esfuerzos fueron inútiles y la escasez de alimentos socavaba el soporte para la revolución.

Por la falta de divisas, los consumidores se vieron enfrentados con una creciente escasez de productos, como por ejemplo el azúcar, el papel higiénico o los envases. En las tiendas y mercados cada vez había filas más largas y el mercado negro tuvo un auge como nunca antes. El Mercado Oriental en Managua era el eje del comercio ilegal, donde todo lo que hacía falta en otros negocios se podía conseguir a precios exorbitantes. La guerra civil originada por “Los Contras” agravó los problemas de abastecimiento y la crisis económica. Poco a poco, el gobierno dejó sus objetivos ambiciosos en la política alimentaria y pasó a manejar las emergencias.

Por ejemplo, desde 1985, se eliminaron los subsidios para alimentos básicos (Utting, 1989b, p. 158-183), (Utting, 1992, p. 107-131) y las campañas gubernamentales se enfocaron en la lucha contra la especulación, además la promoción de cultivos tradicionales perdió importancia.

En 1986, el gobierno intentó reanimar la tradición de las ferias en el norte del país, en la ciudad de Jalapa, donde se había realizado una Feria Regional del Maíz en 1985. Se decidió realizarla en este lugar porque se ubica en una región que jugaba un papel importante en la producción del grano. Además, Barricada destacó el contexto de la guerra en el norte del país. En septiembre de 1986, el periódico relacionaba la realización de las ferias de maíz con la necesidad de aumentar las cosechas (Barricada, 1986, p. 3).

En Managua se llevó a cabo una feria en 1987. En este evento organizado por la Asociación Sandinista de Trabajadores se ofrecían muestras gastronómicas y se introducía el maíz como “un mago de los vegetales” (Barricada, 1987, p. 12).

Además, en la comunidad de Totogalpa se realizó la quinta Feria del Maíz, con la participación de 17 comunidades de la zona (Barricada (b), 1987, p. 8). En la Feria en Jalapa, realizada en 1988, participaron 4.000 personas y la ciudad fungió este año también como sede del Día Mundial de la Alimentación (Barricada (c), 1987, p. 4).

En general, las ferias, en estos años, combinaron como actividades principales concursos de comida, desfiles de carrozas decoradas con objetos de maíz y la elección

de “reinas del maíz”. Mientras que, a nivel local, se seguían organizando las ferias del maíz, las donaciones de alimentos fueron introduciendo continuamente productos de trigo en Nicaragua. La cantidad aumentó de 55.900 toneladas en 1980 a 94.500 toneladas en 1982. En 1985 y 1986 el nivel de donaciones bajó mucho, para después subir de nuevo a 70.200 toneladas en 1988 (Garst, 1992, cuadro 26).

Más de un 50% de la ayuda alimentaria en Nicaragua provenía de los países del bloque soviético (Garst, 1992, p. 31).

En 1988, hubo una hiperinflación en Nicaragua y los salarios reales cayeron drásticamente. Entre diciembre de 1987 y diciembre de 1988, la inflación excedió el 33.000%. Como consecuencia de esta complicada situación económica, el gobierno redujo sus inversiones en materia de agricultura, lo que afectó la producción de alimentos (Utting, 1989, p. 3-15), (Solá, 2007, p. 101-102). La crisis económica coincidía además con varias catástrofes climáticas, como la sequía de principios de 1988 y el huracán Juana ocurrido el mismo año. Según las estimaciones de la CEPAL, el huracán causó una pérdida económica de 80 millones de dólares a la agricultura nicaragüense; afectó la ganadería, la producción de arroz, frijol y maíz y además destruyó grandes cantidades de semillas (CEPAL, 1988, p. 3). En consecuencia, la disponibilidad anual per cápita de alimentos básicos tuvo en 1988 el nivel más bajo de toda la década de 1980 (Garfield, 1992, p. 205).

Para enfrentar dicha situación, el gobierno empezó, desde 1988, a pagar con alimentos a los trabajadores. Los llamados paquetes AFA (Arroz, Frijol, Azúcar) contenían 10 libras de arroz y azúcar y cinco de frijol; y eran distribuidos a través del ENABAS. En diciembre de 1988, el programa abastecía a 211.000 personas.

Según un estudio nacional realizado por el INEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos), el programa llegaba a un 34% de las familias nicaragüenses (Spoor, 1995, p. 92-93). Solamente unos meses antes, en octubre de 1988, el huracán Juana había destruido las cosechas, afectando sobre todo la costa atlántica de Nicaragua.

Según la CEPAL, como resultado de este desastre natural, existía una seria escasez de alimentos por lo que se recomendaba la importación de más que 36.000 toneladas de maíz, 24.000 toneladas de frijol y 59.000 toneladas de arroz (CEPAL, 1988, p. 10-18).

Así también, en estos años de crisis, se originó una controversia sobre las “diplotiendas” y las inversiones del gobierno en proyectos turísticos. Dichas tiendas se habían fundado en 1982 con la idea de generar divisas. Funcionaban como una suerte de “dollar shops” destinadas al consumo de los extranjeros residentes en Managua. Las tiendas fueron diseñadas como supermercados y ofrecían productos importados que no se encontraban en otros negocios. Los nicaragüenses tenían que solicitar una tarjeta para tener acceso a estos establecimientos y debían justificar en la solicitud, el motivo por el cual tenían acceso a dólares (Kinzer, 1991, p. 159).

El acceso restringido a estos comercios y los planes del Ministro de Turismo para invertir en infraestructura hotelera, mientras que gran parte de la población vivía una crisis de abastecimiento, causaron un interesante debate en 1987. En una entrevista con el Ministro del ramo, Herty Lewites, el periodista de Barricada le formuló cuestionamientos bastante críticos, como por ejemplo: “¿Es correcto que en la Nicaragua sandinista exista una “diplotienda” o tienda internacional en la que los productos se venden en dólares? (…) ¿Es comprensible que en un país en guerra, deteriorado económicamente, se inviertan millones de dólares en la construcción de refinados complejos turísticos?” (Barricada (d), 1987, p. 3).

El ministro defendió la estrategia argumentando, sobre todo, que la generación de divisas era una necesidad fundamental para el país. Un debate similar surgió poco después, cuando el gobierno decidió importar ciertos alimentos como el aceite y el arroz, exclusivamente para los restaurantes. De nuevo, el Ministerio de Turismo justificó tal medida aduciendo la necesidad de aumentar los ingresos de divisas a través del turismo, y destacando el papel que jugaban los restaurantes de lujo en dicho factor (Barricada (e), 1987, p. 1-2), (Barricada (f), 1987, p. 5).

En síntesis, el ejemplo del maíz nos ayuda a darnos cuenta de cómo actuó el gobierno sandinista en la fase crítica de principios de la década de 1980, cuando ya no pudo asegurar la importación de trigo. Lanzó una campaña para estimular el consumo del maíz, que se basaba en referencias al pasado mesoamericano y en la promoción de dicho producto, a través de ferias y recetas. Aun así, persistían otras influencias, como lo demuestra la presencia de una “tortiburguesa” o la demanda de productos comercializados por empresas alimenticias transnacionales.

Por otra parte, las donaciones de alimentos siguieron abasteciendo a Nicaragua con productos de trigo.

Asimismo, se introdujeron nuevos productos al país, que los consumidores aceptaron de manera selectiva. En general, las donaciones fortalecieron la tendencia de consumir alimentos procesados. El ejemplo de Nicaragua demuestra que resulta difícil cambiar los hábitos de consumo a través de campañas políticas, en una situación de crisis de abastecimiento. La escasez, la crisis y las disminuciones en el nivel de vida afectaron cada vez más a la población nicaragüense y socavaron el soporte para la revolución. La combinación de este descontento y el cansancio de la guerra fueron “caldo de cultivo” propicio para que los sandinistas perdieran las elecciones en 1990.

Consumo durante la crisis económica: La fase de transición a principios de los 1990

Durante los años de transición política podemos observar discusiones interesantes sobre la reaparición de ciertas influencias globales hacia el consumo.

A la vez, la población afectada por la crisis económica y la desnutrición alcanzaba más de un 50% de los nicaragüenses. El nuevo gobierno de Violeta Chamorro buscó una reintegración rápida de Nicaragua a la economía mundial, por lo que retomó la cooperación con el FMI y el Banco Mundial. Los primeros años del nuevo gobierno fueron de crisis económica y social.

A finales de 1990 ocurrió una hiperinflación que llevó a las autoridades a introducir una nueva moneda en 1991: el córdoba de oro (Walker, 2003, p. 98-101).

El anuncio respectivo del Banco Central aludía a las oportunidades de consumo relacionadas con la nueva moneda, mostrando imágenes de supermercados y de boletos de avión (La Prensa, 1990, p. 11).

Pero, justamente en esta época, estas oportunidades estaban cada vez más lejos para muchos nicaragüenses. Un periodista bautizó la situación como una “economía de shock” que se había convertido, señalaba, en una auténtica pesadilla para la gran mayoría de los nicaragüenses (La Prensa, 1991, p. 4). En 1990 los salarios reales cayeron a una octava parte de su nivel en 1980 (Conferencia Internacional de Nutrición: Informe de Nicaragua, 1992, p. 15). Por lo tanto, el nivel de desnutrición de los nicaragüenses alcanzó niveles de más del 50%. Organizaciones internacionales donaron, entre 1990 y 2001, 885 millones de toneladas de alimentos a la región centroamericana, la mayoría de ellas a Nicaragua (León, Martínez, Espíndola, Schejtman, 2004, p. 19). En 1993, casi un 20 % de la población vivía en pobreza extrema y un 30,9% en pobreza relativa (Solá, 2007, p. 126-128). En esta situación el PAN realizó un estudio sobre el consumo de los nicaragüenses. Según los autores, la población gastaba en promedio un 68% de sus ingresos para alimentos. El dato más impactante es que el consumo promedio de calorías era de 1808 kcal y no llegaba ni siquiera a los niveles de 1966.

Las personas en extrema pobreza solamente podían consumir 45% de las calorías recomendadas para el consumo diario (Programa Alimentario Nacional, 1992). Debido a los precios altos de carne y leche, muchos hogares redujeron su consumo a los alimentos básicos: arroz, frijoles, aceite y azúcar. En 1994, Nicaragua todavía ocupaba el lugar 83 de 93 países estudiados por el Consejo Mundial sobre Seguridad Alimentaria. Para un 60% de la población no era posible comprar los alimentos recomendados en la Canasta Básica (FAO, 1994, p. 3).

El gobierno de Violeta Chamorro no reaccionó con una política de alimentación estructurada a la crisis, sino solamente con algunos programas de emergencia, como el de distribuir un vaso de leche en las escuelas estatales (Ministerios de la Presidencia, de Educación y de Salud de Nicaragua, 1993). Además, el Ministerio de Salud se enfocó en algunos programas de fomento para la lactancia materna y la yodización de la sal (Comisión Nacional de Nutrición, 1994, p. 2-3). En vista de la ausencia de programas del gobierno, varias ONG comenzaron a llevar a cabo iniciativas para fortalecer el consumo de la soya y de verduras. Estas campañas ya no se enfocaban en el valor simbólico y político de los alimentos, sino que argumentaban y aludían a aspectos relacionados con los beneficios que traerían dichos productos a la salud y a la economía de los consumidores (Linkogle, 1998, p. 98-103), (Arancibia, Gutiérrez, Zelaya, 1991).

A principios de la década de los 90 podemos observar un cambio importante en los hábitos de compra de los nicaragüenses. Durante la revolución seguían existiendo los supermercados bajo la cadena estatal CORCOP. En la época postsandinista, se establecieron nuevas cadenas, CORCOP se privatizó y los periódicos reportaban un vasto flujo de consumidores a los supermercados, porque los precios parecían más accesibles (La Prensa, 1990, p. 14), (La Prensa, 1991, p. 1,12). Sin embargo, cuando el gobierno decidió devaluar el córdoba de oro, apareció la especulación.

En marzo de 1991, en los mercados y pulperías de Managua los precios eran cinco veces más altos que en los supermercados, por lo que el Ministerio de Economía organizó “Convoys pulperos” para controlar los precios de los productos básicos en los barrios (Barricada, 1991, p. 1), (Close, 1998, p. 128-130).

El ascenso de los supermercados fue acompañado por una ofensiva publicitaria que propició un incremento de agencias de mercadotecnia. Se experimentó así una transformación en las representaciones sociales en torno al consumo. Tal situación generó un interesante debate en la sociedad nicaragüense sobre el papel de la publicidad en la adquisición de bienes y servicios. Asimismo, esta discusión se relacionó directamente con el regreso a Managua de muchos nicaragüenses exiliados, a principios de la década de los noventa, quienes establecieron restaurantes y negocios dirigidos a una clientela adinerada. Por lo tanto, se dio un aumento considerable de la importación de bienes de lujo (Babb, 2001, p. 53-67), (Walker, 2003, p. 98-101).

En este contexto, a principios de la década de 1990 se vivió también un auge de la comida rápida norteamericana, que aceleradamente se difundió por el país a precios cada vez más accesibles. En varios lugares de Managua se establecieron vendedores ambulantes que ofrecían hot dogs al precio de 5 córdobas. Según La Prensa, algunos de ellos llegaban a vender hasta 2.000 hot dogs diarios. En un reportaje sobre el tema, los consumidores entrevistados afirmaban que el consumo de este aperitivo tenía ventajas, dado su precio accesible y las condiciones higiénicas en su producción. Algunos de los ingredientes para su elaboración eran importados directamente desde EE.UU. (La Prensa (b), 1991, p. 6)

En el auge de la “fast food norteamericana”, en septiembre de 1991, La Prensa ofreció a sus lectores una comparación entre dos restaurantes de hamburguesas recién abiertos en Managua: uno de la cadena McDonalds y otro de la cadena Sandy’s. En dicho reportaje se afirmó que en ambos el servicio era muy malo y que se podían consumir distintos tipos de hamburguesas cuyos precios oscilaban entre los 5 y los 16 córdobas, y para el caso específico de McDonalds, el autor critica tanto el mal servicio como los precios altos (p. 27 ).

A finales de 1991, el suplemento “Gente”, del periódico prosandinista Barricada, publicó un artículo en el que se analizó de una manera crítica la “llegada de la modernidad” a Nicaragua, a partir del inicio del gobierno neoliberal de Violeta Barrios. En dicho escrito se señalaba el consumo de la “fast food norteamericana”, el uso exagerado de palabras anglosajonas, la reaparición del crédito como eje de las relaciones de consumo y el nuevo estilo “Miamica” (una fusión entre la perspectiva de la vida en Miami y la experiencia de vivirla en Nicaragua).

La Nicaragua moderna, decía el autor del artículo, vive un “look” moderno, una apariencia que trae consigo nuevos estilos de consumo. Pero dicho “look” obviaba que una gran parte de la población no podía participar de las nuevas prácticas de utilización de los recursos económicos, y que los bienes importados dañaban una industria nacional resquebrajada por años de guerra civil. Para el autor, las influencias globales se evidenciaban en la presencia de productos estadounidenses y japoneses, como los cereales Kelloggs y los videojuegos Nintendo, lo que mostraba los gustos de los nicaragüenses que habían regresado luego de sufrir el exilio en Miami. Respecto a la comida, el artículo criticaba el consumo creciente de alimentos enlatados y la llegada de las grandes cadenas de “fast-food” como Domino’s Pizza (Los 10 acontecimientos del año, 1991, p. 8-10). La “invasión del whisky” representó la competencia para el ron nacional y ponía en peligro, de acuerdo con el autor, “la cultura etílica nacional” (p. 11).

Conclusiones

Durante el régimen de los Somoza, las políticas de alimentación quedaron al margen de las prioridades de la agenda del gobierno. Las élites en el poder percibieron la comida tradicional como un impedimento para el desarrollo económico, por lo que promovieron una alimentación basada en productos procesados e importados. Solamente un sector muy limitado tenía acceso a dichos bienes, pero su valor simbólico tenía una influencia más amplia. Con el suministro de alimentos provenientes de otros países, productos procesados como la leche en polvo y los derivados del trigo se consumieron en el país y crearon una demanda cada vez mayor.

Después del triunfo de la revolución en 1979, el régimen sandinista dio una alta prioridad a las políticas de la alimentación. Su objetivo era el abastecimiento de productos básicos para toda la población, por lo que se planteó la producción de granos básicos como una política de Estado. La falta de divisas causó un dilema para el gobierno porque seguía dependiendo de los productos tradicionales de exportación, como el café. Contrariamente al régimen anterior, el gobierno sandinista promovió una alimentación basada en los recursos locales y utilizó referencias al pasado mesoamericano en su propaganda, para alentar el consumo de dichos productos. La alimentación, entonces, se politizó, cuando comenzaron a asignarle cierto sentido ideológico a algunos alimentos, como el maíz y el trigo.

De tal manera, el gobierno alentó el consumo de productos nacionales como una obligación patriótica para la defensa de la revolución.

En este contexto, con la creciente escasez y la guerra contra los grupos opositores a los sandinistas en el poder, surgió una crisis de abastecimiento que socavó el apoyo para la revolución. En esta situación, los proyectos del régimen para generar divisas, como las “diplotiendas”, generaron críticas muy fuertes. A pesar de la crisis y los precios cada vez más altos, los consumidores seguían comprando ciertos productos importados.

La continua propaganda oficial para el consumo de productos nacionales no obtuvo los efectos deseados: cambiar los hábitos de consumo tradicionales y eliminar el valor simbólico de ciertos productos resultó muy difícil. Durante los tiempos de escasez, los nicaragüenses tenían que adaptar su comida diaria en función de los productos que se ofrecían en las tiendas, lo que convergió en la invención de nuevas recetas que integraron, de manera selectiva, los productos donados. Finalmente, estas donaciones internacionales fortalecieron cada vez más el consumo de alimentos procesados.

Después de 1990, siguió el debate político sobre el papel del consumidor, pero bajo otras circunstancias. La crisis económica impidió a la mayoría de la población su participación en las nuevas ofertas de consumo. Aun así, los supermercados ganaron muchos clientes en esta época, porque ofrecieron mayores facilidades para la adquisición de bienes. Además, la oferta de productos importados creció tanto como el espacio de la publicidad, situación que originó una ola de críticas. La política de alimentación perdió su carácter prioritario para los gobiernos postsandinistas, y se limitó estrictamente a la atención de la emergencia alimentaria. En las campañas de las ONG ya no predominó el argumento político para el consumo de alimentos tradicionales, sino que prevalecieron temas de salud y de economía, para alentar el uso de ciertos productos.

Determinar hasta qué grado los nicaragüenses han cambiado sus costumbres alimenticias sigue siendo un tema controvertido. Al respecto, Jaime Wheelock (1998), el exministro de agricultura y de la reforma agraria en la década de 1980, resume que:

Por fortuna para nosotros, el nica sigue comiendo tortillas y plátanos en vez del pan de trigo, y bebe pinolillo y tiste o chicha de maíz cuando otros ya han sucumbido a la Coca Cola. Ningún pancake ha sido capaz hasta ahora de quitarnos el culto al nacatamal dominguero y seguimos preparando nuestros platos criollos con el sabor característico de los Nicaraguas conseguido por la triada insustituible de achiote, tomate y chiltoma (p. 33).

Wheelock rechaza las influencias estadounidenses en la comida cotidiana, pero su percepción de una resistencia cultural exitosa refleja más sus deseos que la realidad que se vivió en aquel contexto de presiones económicas. Siete años después, Soynica, una ONG relacionada con el tema alimenticio, presentó una versión totalmente distinta en el periódico La Prensa:

Nicaragua no cuenta con una buena cultura alimenticia, en parte porque ha ido perdiendo las costumbres de preparación de las comidas caseras y remplazándolas por alimentos industrializados (…) El consumismo nos ha llevado a desprestigiar nuestros propios alimentos naturales, induciéndonos a una cultura de comida rápida, debido a que en nuestro país las políticas públicas de educación nutricional son nulas, en cambio las grandes transnacionales invierten grandes sumas de dólares en publicidad para cambiar las costumbres de consumo (Nosotras, Suplemento Semanal, 2005).

Su crítica se parece a la que Coronel Urtecho hacía durante la década de 1960.

Esto indica que la influencia de alimentos procesados ganó importancia desde dicha época. Además, en la década de 1990, se incrementaron las actividades de empresas transnacionales dedicadas al sector alimenticio.

En la primera década del siglo XXI se retomaron las ferias del maíz, una de las estrategias propagandísticas del gobierno sandinista frente a la crisis de desabastecimiento de trigo, durante la década de 1980. Sin embargo, la revitalización de estas ferias tenía en esta segunda etapa un enfoque más turístico que político, tal y como ocurrió con las ferias de Matagalpa en el 2001 y Niquinohomo en el 2002.

En Jalapa, la tradición se mantiene desde hace 28 años (La Prensa, 2012). Desde que los sandinistas volvieron al gobierno, los lemas retoman ciertos elementos de las campañas de la década de 1980. Por ejemplo, en 2008 el lema era “La gran milpa de Nicaragua” (El Nuevo Diario, 2008), seguido en el 2009 por “Jalapa con su maíz... orgullo de mi país” (El Nuevo diario, 2009). Finalmente, aun con todos estos esfuerzos por reivindicar el maíz, un estudio del Ministerio de Agricultura realizado en 2004, reveló que el azúcar era el producto más usado en los hogares nicaragüenses, seguido por la sal, el arroz, el aceite vegetal y el frijol. En ese año, las tortillas de maíz ocuparon el décimo lugar en la lista de los productos más utilizados por consumidores en Nicaragua (Ministerio Agropecuario y Forestal, Depto. Seguridad Alimentaria, 2004, p. 23-24).

Citas y notas

*Este artículo es uno de los resultados del proyecto de investigación “Recipes for Modernity: The Politics of Food, Development, and Cultural Heritage in the Americas” desarrollado en la Universidad de St. Gallen y financiado por el Fondo Nacional Suizo (SNF), Número del proyecto: PP00P1_123471, solicitado por Prof. Corinne A. Pernet, Universidad de St. Gallen.

1 La familia Somoza controló el poder político en Nicaragua durante más de cuatro décadas. En 1933 Anastacio Somoza García comenzó a dirigir la Guardia Nacional y, desde dicha institución, configuró su plataforma para acceder al poder. En 1936, Somoza destituyó al presidente electo, Juan Bautista Sacasa, y, un año más tarde, se proclamó Presidente de la Repúblicas tras resultar ganador de una contienda electoral de la que siempre se sospechó de su limpieza.

En 1939 Somoza García fue reelegido presidente por la Asamblea Constituyente para el periodo que abarcó hasta 1947. Las elecciones de ese año fueron ganadas por Leonardo Argüello, candidato impuesto por Somoza. El nuevo presidente intentó distanciarse de su antecesor, a través de ciertas medidas que atentaron contra su poder. Frente a este panorama, la Guardia Nacional dio un Golpe de Estado para poner fin a la presidencia de Argüello.

Finalmente, la Asamblea Constituyente nombró a Víctor Román Reyes, tío de Somoza como nuevo presidente. En 1951, Somoza García asumió de nuevo el poder hasta su asesinato en 1956. Le sucedió en el cargo su hijo primogénito, Luis Somoza Debayle. Y en 1963, las elecciones fueron ganadas por René Schick, candidato impuesto por los Somoza. Cuando en 1966, Schick fallece, el poder queda en manos del hijo menor de Somoza García: Anastasio Somoza Debayle, quien controló Nicaragua desde 1967 hasta 1979, cuando renunció al cargo de Presidente de la República. A grandes rasgos, la etapa de control político de los Somoza se distinguió, esencialemente, por cuatro factores: 1) La concentración de poder político y económico desde una perspectiva patrimonialista por parte de la familia Somoza, 2) La constante manipulación de la Constitución y las instituciones políticas para favorecer los intereses de la familia en el poder, 3) El uso de la Guardia Nacional como elemento de control social y dominio político, 4) La filiación política e ideológica a la esfera de control geopolítico de los Estados Unidos. (Walter, 1993), (Rojas, págs. 111-116, 133-136, 148-156).

2 El movimiento se convirtió en una de las tendencias más importantes de la literatura nicaragüense hasta la década de 1960. Buscaron sus referentes en el pasado indígena y la historia campesina de Nicaragua para contrarrestar la influencia estadounidense. Políticamente, el movimiento era bastante inestable y heterogéneo. Algunos miembros apoyaron al fascismo y luego a Anastasio Somoza García, otros terminaron en la oposición hacia la dictadura. (Beverley, J., Zimmerman, M. , 1990, págs. 59-66), (Whisnant, 1995, págs. 152-160).

3 Nacatamales son tamales envueltos en hojas de plátano con un relleno de masa, carne de cerdo, chile dulce y jitomate. (Coronel, 1962, pág. 32).

4 Un equipo del INCAP realizó en 1954 un estudio sobre la situación nutricional en el Municipio de San Isidro, Matagalpa. (Flores, M., Caputti, T., Leytón, Z., 1956, págs. 2-21).

5 En la reunión de la OEA realizada en agosto de 1961 en Punta del Este, Uruguay se debatió el proyecto de la Alianza para el Progreso. Cuba, aún Estado miembro con voz y voto dentro de la OEA, fue el único país que criticó dicha iniciativa a través de su delegado, Ernesto “Che” Guevara. (Taffet, 2007, págs. 35-37).

6 Es importante hacer mención que la FAO había definido el concepto de Seguridad Alimentaria en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de 1974. En aquella ocasión, se definió como una existencia suficiente de alimentos básicos que permitía la expansión de consumo a nivel mundial. Además se afirmaba la necesidad de enfrentar las fluctuaciones entre los precios y la producción de los productos alimenticios. A principios de la década de 1980, la Seguridad Alimentaria fue redefiniéndose para ser entendida como el acceso físico y económico de todas las personas a los alimentos básicos que necesitan. Lo que, en parte, puede interpretarse como una reacción a las teorías de Amartya Sen sobre los orígenes del hambre. (Edelman, 2013, págs. 9-10).

7 El Día Mundial de la Alimentación se estableció por la FAO en 1945 y se celebra cada año el 16 de octubre.

8 En la década de 1980, Nicaragua era el país más urbanizado de Centroamérica. Entre 1972 y 1980, la población de la ciudad había crecido en un 50 %. (CIERA, 1989, págs. 64-79)

9 Una razón para este fenómeno puede ser que en varios casos los alimentos donados se echaron a perder porque sus procedimientos de conservación no fueron los adecuados. En el caso de las donaciones soviéticas los consumidores no podían leer las instrucciones en las cajas lo que generaba cierta inseguridad, por ejemplo, sobre las fechas de caducidad (Barricada, 1984, pág. 4).

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1Dr. Christiane Berth: Wissenschaftliche Mitarbeiterin. Europainstitut, Universität Basel. Institute for European Global Studies. Gellerstr. 27. Postfach. CH-4020 Basel 0041-61-317 97 59.

Recibido: 28 de Agosto de 2013; Aprobado: 12 de Febrero de 2014

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