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Revista Electrónica Educare

On-line version ISSN 1409-4258Print version ISSN 1409-4258

Educare vol.17 n.2 Heredia May./Aug. 2013

 

La intervención pedagógica como un reto de la formación universitaria: Hacia una práctica profesional articulada

Pedagogical intervention as a challenge of university education: towards an articulated practice


Erick José de Padua Quesada Vargas1*

*Dirección para correspondencia:


Resumen

A continuación  se  aborda  la  importancia  que  tiene  el  proceso  de  intervención pedagógica que  realizan los estudiantes y las estudiantes de la carrera  de educación.  Este proceso  se  puede  considerar  como  médula  espinal  de  la confrontación  dialógica  entre  la teoría y la práctica. El principal objetivo es generar  un análisis para reflexionar acerca de las verdaderas  intencionalidades gestadas  no solo desde  cada curso universitario sino, además, valorar la creación de una propuesta articulada que se vea enriquecida e interrelacionada desde cada  nivel académico. La principal intencionalidad  es enriquecer  la formación universitaria partiendo  del planteamiento de interrogantes que permitan valorar de qué manera se articula el proceso, no solo desde  la coordinación  entre los cursos de cada periodo, sino también  en la  relación que debe  existir en la construcción  de un mayor dominio  conceptual, práctico y actitudinal  que se vaya gestando de manera  graduada  y secuencial. Se busca  construir  una alternativa de desarrollo que parta de la coordinación  estrechamente secuenciada y enlazada de los procesos formativos.

Palabras claves. Pedagogía, práctica profesional, intervención pedagógica, formación universitaria, praxis, plan de estudios, malla curricular, habilidades, destrezas, necesidades educativas especiales, currículo universitario.

Abstract

The following addresses the importance of the pedagogical intervention process undertaken by the students  of the Faculty of Education. This process can be considered  as backbone of dialogic confrontation between theory and practice. The main objective is to generate an analysis to reflect on the true intentions that are born not only from each university course, but also to evaluate the creation of  a coordinated  and interrelated  proposal enriched by each grade level. The main intention  is to enrich university education starting from posing questions that allow us to assess how the process is structured, not only from the coordination achieved between courses each period, but also from the relationship that should exist in the construction of conceptual, practical and attitudinal  strengths that are created  both  gradually and sequentially. The construction of an alternative development proposal is seeked; one which starts with the learning processes’ sequenced and linked coordination.

Keywords. Pedagogy, professional practice, educational intervention, university training, curriculum, special education needs, university curriculum.


Sin lugar a dudas, el desarrollo de un profesional en educación  implica una serie de retos amplios y  profundos  a lo largo de su formación  universitaria.  En este  sentido,  son diversas las variables que  interactúan  entre  sí para  lograr espacios  significativos que  le permitan  la construcción de un modelo docente adecuado a las diferentes realidades educativas a las cuales se enfrentará a lo largo de su labor. En este sentido, la formación universitaria procura abarcar tres grandes  dimensiones: la investigación, la docencia  y la extensión, todas ellas canalizadas y desarrolladas  a lo largo de dicha formación.  Estas  tres dimensiones  tienen  como  objetivo primordial generar  un diálogo directo y estrecho  entre  los elementos teóricos, y los ejercicios prácticos a los cuales cada estudiante es confrontado desde los cursos universitarios que recibe durante  su vida estudiantil.

La práctica profesional es conceptualizada  por muchos como la intervención pedagógica a la que se exponen los estudiantes y las estudiantes y resulta ser fundamental en su formación, ya que  como se encuentra establecido  en la malla curricular de las carreras de la División de Educación  Básica  (DEB), del Centro  de  Investigación  y Docencia en  Educación  (CIDE),  de  la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA), los cursos están distribuidos de tal manera que logren desarrollar un equilibrio que permita al estudiantado, además  de las horas teoría recibidas en las aulas universitarias, también  horas de estudio independiente y así mismo horas de carácter práctico. Tomando en consideración lo anterior, se podría pensar que con  esta integración  se debe fortalecer la “praxis” en el estudiantado universitario, una praxis orientada  y enriquecida por el profesorado universitario a cargo de los respectivos cursos.

El profesorado universitario debe generar un análisis profundo que le permita aprovechar al máximo las diferentes situaciones de aprendizaje que se promuevan o establezcan durante el desarrollo de un curso universitario, no visto el curso como una isla separada de un continente formativo, sino relacionado  con el resto de la malla curricular para generar  un enlace que sirva como base para cursos posteriores y de ese modo lograr el desarrollo de diferentes habilidades cognoscitivas, socio-afectivas y psicomotrices. Ahora bien, se corre el riesgo de no lograr siempre esta articulación y, si se carece de espacios en que se reflexione al respecto, podría existir una incoherencia a lo largo de la formación.

Ante esto, la intervención  pedagógica se convierte en la columna vertebral del quehacer universitario  como  principal  gestor  de  aprendizajes   significativos en  su  estudiantado  en formación, ya que este proceso articula, de manera vivencial, todo aquello que el estudiantado logran construir desde las aulas universitarias y lo confrontan con la experiencia vivencial que se desarrolla en las aulas escolares, es decir,  con aquellas  situaciones cotidianas  en las que se encuentra inmersa una institución en el diario quehacer educativo.

Este aspecto  es un foco de atención  primordial por parte  de los docentes universitarios, ya que  de  no  orientarse  de  una  forma  adecuada,  podría  resultar  que  sea  más  fuerte  el modelo  que  reciben los estudiantes universitarios por parte  de sus docentes anfitriones  que la misma  formación  que  pretende  desarrollar  la docencia  universitaria.  Este  punto  remite, automáticamente,  a realizar una  valoración profunda  acerca  del perfil y función que  debe cumplir un docente anfitrión que reciba en sus aulas escolares a un estudiante universitario para que realice la aplicación y desarrollo de sus horas prácticas, de tal modo que se pueda garantizar una coherencia sustancial entre dicha vinculación, que iría desde lo que se analiza y profundiza en el aula universitaria y lo que sucede en la vida escolar diaria.

El punto  anterior  se convierte  en un inmenso  reto de la academia  universitaria, ya que no solo debe aproximar al estudiante universitario a la dimensión  cotidiana de su futura labor profesional, sino que también se convierte en un insumo directo para los profesores que imparten  el curso, ya que constantemente deberían estar retomando aquellas situaciones que generen en el estudiante universitario preguntas, inquietudes, desafíos, situaciones de desequilibrio entre lo que se propone desarrollar y lo que pueden alcanzar realmente.

La metodología  y los criterios de evaluación  que  se establezcan desde  el programa  de un curso determinado deben poseer básicamente tres grandes características: ser funcionales, coherentes y precisos en lo que se quiere lograr, no basta con que el estudiante “haga y haga”, se busca en todo momento que lo que haga tenga significatividad, es decir, debe lograr en el estudiante universitario un objetivo definido y responder al perfil de salida de la carrera; en caso de que carezca de esta condición, se podría estar desarrollando un “activismo irrelevante”.

Quienes  desarrollan  cursos  universitarios  podrían  detenerse a  pensar  y a  tratar  de contestar preguntas básicas y necesarias como las siguientes: ¿Son realmente significativos para el estudiante universitario los trabajos  que se le asignan desde  el curso que imparto?, ¿cuáles serán las principales habilidades que lograrán desarrollar?, ¿en realidad se hace una evaluación integral de los alcances o limitaciones que representó para el estudiante la actividad propuesta?, ¿se retoman  estos aspectos  en las plenarias presenciales  o en la revisión que hace el profesor?, ¿fue pertinente lo que se propuso  y es válido de aplicación para este mismo curso si lo debo impartir en experiencias futuras?, ¿qué actividades o propuestas son necesarias de reformularse, retomarse   o  incorporar  como  nuevas?  Una vez que  los estudiantes  y las estudiantes  han realizado determinada actividad, ¿qué logrará realizar ahora y qué antes no podía por no tenerlo claro? Este tipo de razonamientos podría evitar el caer en prácticas rutinarias, las cuales si no se reflexiona sobre las mismas serían hasta inútiles.

Comprender la formación universitaria resulta un ejercicio amplio, complejo y cauteloso, ya que  no solo  se  centra  en  las actividades  pedagógicas  que  el estudiantado  universitario desarrolla, sino contempla  un sinnúmero de variables de carácter socio-culturales. Por ejemplo, una variable que siempre debe estar presente es la valoración del grado de madurez académica con que cuentan los estudiantes  y las estudiantes universitarios, no es solo posicionarse en una situación de rendimiento académico en el aula universitaria, sino comprender cómo se enfrenta  el estudiante en otros espacios (como el aula en el momento en que asume un grupo escolar). Resulta  vital contemplar  si en  realidad  los estudiantes están  preparados  para  asumir  retos de carácter  profesional, los cuales no solo implican un dominio meramente conceptual, sino también  deben  contemplar  una plataforma intelectual  que sirva como un andamiaje  integral para la aplicación de respuestas pertinentes y atinadas.

Esta  situación  abre  la  puerta   para  valorar  concienzudamente  qué  puede   hacer  un estudiante dependiendo del nivel universitario en que se encuentre. Del mismo modo, remite al personal  docente universitario a replantearse qué  le puede  solicitar a un estudiante en su práctica de acuerdo con lo que la misma formación ha logrado desarrollarle. Si se parte de este punto, se podría determinar que algunos momentos no se encuentran  bien ubicados o que los niveles de intencionalidad sobrepasan  lo que el estudiantado puede lograr.

Esto sería visualizado como una incongruencia formativa, ya que al estudiante se le podría estar  pidiendo  que  realice operaciones  procedimentales  que ni siquiera la misma formación universitaria ha logrado ofrecerle. Por ejemplo, solicitarle a un estudiante que asuma un grupo escolar en el cual se encuentren estudiantes  a los cuales  se les deben  realizar adecuaciones curriculares significativas y que la misma formación específica al respecto no le haya sido brindada  profundamente. Esta inquietud  siempre  ha sido un punto  de reflexión personal, ya que  si se analiza a la luz de la experiencia, quizás la estructura  práctica y aplicativa de las intervenciones pedagógicas podrían no estar bien ubicadas u orientadas  adecuadamente y las exigencias a que es sometido el estudiantado, podrían corresponder a un nivel formativo superior.

Este punto  implicaría, entonces,   por un lado,  una serie de condiciones  anómalas  que afectarían el carácter educativo en los estudiantes y las estudiantes y, de paso, generar abismos secuenciales  que implicarían una descoordinación  entre  los niveles formativos, tal y como  lo indican diversos pedagogos.

A partir de mi experiencia como coordinador  del curso “Construcción pedagógica desde el aula escolar” (División de Educación Básica, Centro de Investigación y Docencia en Educación, Universidad Nacional, s. f.), y luego de haber conocido los espacios o acercamientos que se le propician a los estudiantes y las estudiantes, se generaron en mi persona diferentes inquietudes; sin embargo, una de las que más a menudo recurría a mi mente se relacionaba con responder si la intervención pedagógica que realizan los estudiantes en el nivel de diplomado se encontraba debidamente ubicada  o si, por el contrario, correspondería más bien a una intervención  que deberían ejecutar los estudiantes en un nivel más avanzado. En ello consideraba como un factor determinante el que hubiesen  alcanzado  un mayor nivel de desarrollo  personal  que  se viera reflejado en su vida universitaria. Esto no implica que desaparezca la intervención  pedagógica en el nivel de diplomado, sino más bien reformular qué es lo que el estudiantado debe realizar en este nivel o bien valorar a qué es lo que  puede  enfrentarse como estudiante inicial en su formación universitaria.

Ante lo anterior,  no  cabe  duda  que  el instrumental  teórico-práctico   de  un  nivel de diplomado  es básico y, si bien determina en gran profundidad el perfil de un futuro docente, aún  existe un largo recorrido por alcanzarse, ya que  muchos  estudiantes apenas  comienzan a descubrir la magnitud  y la importancia  que asume  un profesional de educación  en el plano social. Al respecto, replantearse si un estudiante que cursa el nivel de diplomado está en realidad preparado  para realizar en aulas escolares ejercicios prácticos docentes es un tema polémico y de mucha discusión académica.

Ahora bien, para lograr una adecuada intervención pedagógica, gestionada y direccionada desde los cursos universitarios, resulta necesario generar un enlace directo entre lo que establece  el perfil de ingreso y el perfil de salida deseable  para cada especialidad, todo ello, a partir de los objetivos propuestos en cada curso. En este sentido, el manejo y la claridad del personal docente universitario es fundamental, ya que este grupo es el garante  de lo que los estudiantes pueden realizar y que esto sea una construcción  pertinente, es decir, cuáles habilidades  reales son las que han logrado alcanzar durante el desarrollo de cada curso y, posteriormente, que sean esas destrezas o habilidades las que eventualmente les sean evaluadas de manera integral, en donde  no solo se valore el desempeño estudiantil, sino también  la efectividad  de toda la propuesta educativa como tal.

De acuerdo con ello, la coordinación entre los cursos universitarios, ya vista en un mismo ciclo universitario  o entre  diferentes  niveles formativos,  es vital para  procurar  un desarrollo coherente y lógico, el cual debe  partir  de las habilidades  y destrezas  que  va alcanzando  la formación universitaria de una manera procesual.

Para lograr dosificar y generar aprendizajes pertinentes, se debe partir fundamentalmente del perfil de ingreso del estudiantado al iniciar su carrera universitaria. Quizás este sea uno de los aspectos  más importantes por valorar para determinar lo que puedan o no desarrollar en el nivel de diplomado. De acuerdo con lo expresado por algunos docentes  que comparten con esta población, en este nivel formativo se percibe, en una parte representativa, un cierto rezago académico, pues apenas comienzan a establecer nuevos esquemas mentales y procedimentales. Por ejemplo,  en  el  diplomado  se  pueden  detectar serias  deficiencias  formativas,  algunas evaluadas  en  las Pruebas  Nacionales  de  Bachillerato: pésima  ortografía, redacción  confusa, baja expresión  oral, poca oratoria, razonamiento y conocimiento lógico matemático confuso, lectura superficial de textos, incorrecta aplicación de signos de puntuación, baja abstracción de ideas, poco pensamiento crítico, carencia significativa en el hábito de lectura y otras, lo cual se convierte  en todo un reto para los profesores  universitarios, ya que además de retomar  estas deficiencias, paralelamente se debe  lograr la formación del perfil docente  idóneo. Analizados desde  una dimensión  objetiva, estos aspectos  pasan a ser una prioridad formativa para lograr garantizar resultados  integrales, que precisamente le permita, a esta población, enfrentarse de manera satisfactoria y más segura a la labor de aula.

Desde  este  perspectiva,  resulta  fundamental  realizar  algunas  consideraciones  sobre lo que   implica atender un grupo  escolar. El reto  del estudiantado universitario  al momento de enfrentarse a la realidad  educativa  y generar  una  mediación  directa  da como  resultado  un caleidoscopio  vivencial, ya que  asumir un grupo  escolar implica la puesta  en práctica   de diferentes  habilidades y destrezas profesionales, algunas de ellas de mucha atención y con un referente  cognitivo, metodológico  y actitudinal bien desarrollado.

El desarrollo de habilidades comunicativas es quizás la base primordial para que se gesten  procesos educativos  de calidad, partiendo  de una adecuada  impostación  de la voz, en donde intervienen   elementos  fundamentales  como:  entonación,  dicción  correcta  de  las palabras, volumen y proyección de la voz, seguridad expositiva, ordenamiento de ideas, capacidad  para aclarar dudas y para enfrentarse a imprevistos que impliquen un razonamiento  adecuado, una capacidad de respuesta rápida y precisa.

Por otro lado, los estudiantes universitarios y las estudiantes universitarias deben contar con  un abanico  amplio de  estrategias  didácticas  que  fortalezcan  su formación  profesional. Este aspecto  constituye  un eje medular, por cuanto  un docente de primaria debe desarrollar diferentes disciplinas científicas a partir de su mediación pedagógica.

Por lo tanto, esta formación debe ofrecerle una plataforma didáctica que le permita dominar ampliamente cada asignatura por impartir y facilitarle un abordaje metodológico diferenciado; esto  es,    no  se debe  masificar el  desarrollo  de  estrategias  de  una  manera  indiscriminada, pues  este  procedimiento  puede  dar  como  resultado  de  que  los aprendizajes  carezcan  de significatividad. Algo tan vital como cuestionarse  si se debe mantener la ambientación de aula escolar, de la misma manera  cuando se imparten lecciones de una asignatura en específico en contraste  con otras asignaturas. Esto invitaría a la reflexión de cómo generar  mejores espacios escolares  para la construcción  de aprendizajes. En este  sentido, el estudiantado universitario debe valorar en qué circunstancias y de qué forma está compartiendo ideas, datos, inquietudes y sobre todo un diálogo interno que le aproxime al dominio que va alcanzando  en su propia formación profesional. Resulta preciso retomar  y aclarar aspectos  tales como las características actitudinales de la población estudiantil, espacios educativos alternos dentro de la misma aula, la incorporación de recursos tecnológicos, reglas o límites establecidos, el tipo de liderazgo que se ejerce, entre otros aspectos.

Otro elemento que debe obtener  un estudiante universitario en su formación académica es el dominio preciso del planeamiento didáctico. Esto implica una adecuada  planificación de las lecciones, donde  contemple diferentes  aristas de la epistemología, genere  una  adecuada  relación horizontal y vertical en el planeamiento como un todo, proponga una línea secuencial en la cual cada niño y cada niña logre alcanzar el desarrollo de estructuras cognitivas a partir de su estilo y ritmo de aprendizaje y, paralelamente, desarrollar  valores y actitudes que le permitan una aplicabilidad inmediata  en su modo de vida. En este mismo punto, se podría considerar la profundidad de dominio  y de análisis de la evaluación, la cual no se puede  enmarcar  en una simple representación numérica, sino que, por el contrario, se debe  convertir en el reflejo de una experiencia en la cual no solo el estudiante sea evaluado, sino que además se contemplen diferentes aspectos que intervienen directa o indirectamente en dicho momento práctico, tales como variedad, calidad y efectividad de la actividades, pertinencia de los materiales utilizados, calidad de las explicaciones  realizadas,  grado  de involucramiento  o de  apoyo  por parte  del núcleo familiar, condiciones ambientales del aula y de la misma institución educativa: nivel de temperatura imperante, ruido, hacinamiento, presencia de malos olores, ventilación, iluminación y otros.

Por otra  parte, otro  dominio  cognoscitivo  que  deben  desarrollar  los estudiantes y las estudiantes universitarios es el conocer los principales postulados pedagógicos subyacentes en la labor educativa a partir de diferentes autores,  ya que al ser la pedagogía  la ciencia encargada del estudio  profundo  y específico de la educación, deben  poseer  puntos  de comparación  al respecto, por ejemplo, conocer los postulados de autores diferentes e incluso contrapuestos en sus planteamientos.

Otro  aspecto  es  el manejo  y dominio  de  información  relacionada  con  la psicología humana. Básicamente en el desarrollo de aprendizajes es fundamental un dominio que permita una atención  científica a la población  estudiantil  con la cual se trabajará. Al respecto, se debe recurrir nuevamente al conocimiento  y valoración de postulados   tan  importantes como  los establecidos por diferentes teóricos.

Quizás un elemento fundamental que podría pasar desapercibido es el dominio conceptual y científico  de  los  diferentes   tópicos  a  desarrollar  en  el  aula  escolar.    Esto  corresponde necesariamente a la capacidad  de poder  ampliar de manera  precisa y amplia todos  aquellos contenidos  que  se  encuentran  establecidos  en  los Programas  de Estudio  del Ministerio de Educación Pública (MEP, 2005) en las diferentes asignaturas por impartirse. Como es bien sabido, este aspecto  implica que las estudiantes y los estudiantes universitarios logren desarrollar un enriquecimiento cultural amplio, pues no solo deberían poseer nociones básicas o elementales sino conocimientos   amplios,  diversificados  y paralelos  que  les permitan  dar  explicaciones enriquecidas  para  satisfacer la sed de conocimiento  y curiosidad  del estudiantado  en edad escolar. Al respecto, esto no implica que se conviertan en “sabelotodos”, sino que sean capaces de generar en sus estudiantes inquietudes que les permitan y propicien actitudes investigativas, aspecto valioso que el mismo docente desarrolla durante el ejercicio de sus funciones.

Ser docente implica, entre  muchas  otras cosas, ser un conocedor  del referente  histórico social de la humanidad, con un bagaje cultural amplio que le permita generar relaciones socio- políticas que le faciliten la comprensión de cómo las estructuras políticas, ideológicas, religiosas y culturales  influyen de manera  significativa  en la construcción  social existente;  valorar,  así, aspectos  apropiados e inapropiados que han dado como resultado el momento histórico actual, para lo cual necesita  un grado  de objetividad  que  le facilite una lectura crítica de la realidad contemporánea.

Otro reto que surge en la formación académica  es el desarrollo del pensamiento crítico. Probablemente para muchas personas esta es una condición o destreza sencilla de desarrollar; pero,   sin lugar a dudas, implica todo un cuestionamiento y razonamiento  profundo, ya que en la mayoría de los casos consiste en estructurar  y revisar las propias creencias, paradigmas  y cosmovisiones  interiores, las cuales la mayoría de veces han implicado años de construcción, situación que mencionan  diferentes  teóricos. Este reto  representa un análisis de la intrínseca estructura mental, la confrontación de los propios esquemas cognitivos, los cuales podrían estar sustentados en una escala de valores y actitudes  que trascienden  desde los primeros años de infancia. Estos adquieren un elevado nivel de protagonismo en la personalidad, se ven reflejados en la manera  de ver el mundo  y, de hecho, a la hora de educar  para la trasformación  de este. Este tipo de pensamiento es fundamental para comprender  el comportamiento de estructuras  políticas,  económicas  y socio-culturales,  ya que  se convierte  en  el  principal agente de  una educación subversiva que puede comprenderlas desde una perspectiva pro-activa.

Otra  característica  profesional  que  deben  poseer  los  estudiantes  y  las  estudiantes universitarios  es  la  habilidad  de  generar   estrategias  amparadas   en  diferentes   enfoques investigativos. Esta condición es, probablemente, otra de las destrezas más importantes que se debe desarrollar a lo largo de su vivencia universitaria, ya que su labor profesional girará en gran medida en procesos que requieran ser analizados y comprendidos desde una logística científica. La etnografía, precisamente, otorga, a los profesionales  de la educación, un punto  de partida amplio para conocer y reflexionar sobre el comportamiento de los diferentes  grupos  sociales, sus formas de ver el mundo  y cómo dentro  de todas estas culturas interactúan los símbolos y su respectiva  simbología (interaccionismo  simbólico) y cómo  esto determina procedimientos y construcciones  mentales,  las cuales  definen  el proceder  de los sujetos  sociales,  todo  ello, enlazado al momento histórico y situaciones predominantes.

Conocer a ciencia cierta el proceder de un grupo determinado resulta vital para entender el porqué  de sus acciones, sin que necesariamente se justifiquen las mismas; valorar el porqué se brindan  determinados resultados  ante  situaciones  en las cuales quizás no se actuaría de la misma manera. Por ejemplo, en mi caso, no habría logrado  comprender  por qué, en una institución determinada, los estudiantes se llevaban para sus casas las llaves con que se abren los tubos (comúnmente llamadas mariposas) o las tapas de los sentaderos de los servicios sanitarios, hasta que no participé en el año 2000 del Censo Nacional, el cual me correspondió desarrollar en las “Gradas de Cristo Rey”, al sur de la provincia de San José. En una de las viviendas visitadas me encontré con que  no poseían servicio sanitario, sino que  recogían  el excremento en una cubeta de pintura de 5 galones, sobre la cual colocaban una tapa sanitaria. Luego de contener cierta cantidad de contenido fecal, era vaciada en las márgenes del Río María Aguilar. Quizás este sea un ejemplo  duro y escalofriante, curiosamente, fue la respuesta exacta para comprender por qué se llevaban de la institución educativa objetos que no tenían en gran medida un valor económico, sino que poseían características de necesidad  dentro de un carácter de escases en la subsistencia cotidiana, pues representaba una cierta adquisición de un artículo indispensable  para mejorar su condición de vida paupérrima.

La habilidad fundamental de sistematizar información es también  un factor contundente, aquí subyacen diferentes aspectos  de carácter organizativo y estético-funcional, ya que implica el desarrollo de una habilidad administrativa, documental y de archivo formal de la información. Esta  habilidad  les permita  responder a los  procedimientos  administrativos-burocráticos  que la estructura  gubernamental les solicitará de manera bombardeada  a lo largo de su función docente. Al respecto, es importante   reflexionar y retomar  la cantidad de horas  que  invierte un educador  en el desarrollo de funciones  completamente alejadas de su labor pedagógica, realizando informes que lejos de permitirle mayor calidad, se convierten en obstáculos directos que  impiden  la  planificación  didáctica  y  que,  normalmente,  resultan   en  procedimientos estadísticos  que  no sirven para  nada  más que  eso, para  generar  estadísticas  numéricas  que terminan  depositadas   en  informes  de  carácter  neutro   o  transitorio,  nunca  para  ahondar realmente en el mejoramiento de la calidad educativa. Se separa, claro está, el concepto  de “educación” versus “información” de las personas, en donde hasta la información recibida podría cuestionarse  dependiendo del grado o nivel en que se imparta  y los temas  seleccionados. Se podría cuestionar  de qué forma contribuyen  los contenidos  o temas  a desarrollar en la vida social inmediata de cada estudiante comprendido como actor social.

Otra de  las habilidades  necesarias  en  este  estudiante  universitario  es  el dominio  de principios  básicos  de  administración  educativa,  aspecto  relevante  para  poder  cumplir  con requerimientos administrativos tales como: La fórmula 14, la cual es el sumario de las calificaciones finales obtenidas por los estudiantes y las estudiantes escolares luego de cada curso lectivo; el Plan operativo anual, que consiste en una planificación de los proyectos o procesos en que se verá inmersa la institución educativa, con el propósito de mejorar las condiciones de su dinámica administrativa  y curricular;  el Expediente acumulativo  de las estudiantes  y los estudiantes,  el cual resulta un enriquecedor documento que recopila aquellos aspectos  relevantes  que han influenciado de manera positiva o negativa  el rendimiento  escolar; las  Notas o calificaciones, que se envían al hogar como un informe de los avances de cada periodo, estadísticas de ingresos, egresos, traslados, estudiantes con sobre  edad, repitencia, adecuaciones curriculares y otros. Quizás en este  punto  se centra  el mayor distractor  pedagógico  de los  sistemas  educativos, los cuales  en  lugar de propiciar el desarrollo  de condiciones  profesionales  que  fortalezcan la dimensión  didáctica  y pedagógica,  orientan  de  manera  sistemática,  desgastante y mal intencionada el desarrollo de actividades burocráticas, administrativas y poco relevantes. Todas, para poder  justificar datos relacionados  con repitencia y expulsión (la cual es cobijada con el nombre  de deserción, de esa forma los estudiantes son los traidores o desertores  del sistema educativo, el cual se mantiene sacro y benevolente).

Quienes  han  laborado  en  las aulas  escolares, saben  el gran  desgaste  que  implica la dimensión administrativo-burocrática a que  se enfrenta  la labor docente y de  cómo  esto se convierte en un distractor propio de la labor educativa.

El manejo  legal y procedimental  de la aplicación de adecuaciones  curriculares es otro aspecto  clave, ya que adquiere  una dimensión  vital para garantizar  el derecho  y la necesidad de  que  personas  con  necesidades  educativas   especiales  (N.E.E)  puedan   ser  incorporadas integralmente al plano social, con plenos derechos cívicos y ciudadanos, partiendo de la premisa fundamental  de que  son seres  humanos  con igualdad  de derechos  y deberes  en  el plano social, indistintamente de cuáles sean sus condiciones. Para ello, es preciso contar no solo con la respectiva conciencia al respecto, sino también  con el manejo legal de esta dimensión, para proceder de acuerdo con lo que el sentido humanista y la ley rescatan.

Por otro lado, debe poseer un amplio y preciso conocimiento del marco legal relacionado con el sector educativo, esto implica el manejo circunstancial de diferentes  aspectos  de la vida ciudadana  y legal de un país, no únicamente aspectos  específicos, sino valorando  de manera integral todo aquello que atañe a la vida social y sus repercusiones en los miembros de un país.

Inclusive,  tal y como se puede  apreciar, la formación de un profesional en educación  es, sin lugar a dudas, amplia, precisa y compleja, a lo que se le debe agregar, pertinente. Asumir un grupo escolar no es una tarea fácil en la que prive la improvisación o la aplicación de estrategias  sin una adecuada plataforma científica pedagógica. De este principio se parte para considerar que los profesionales  en educación  son científicos sociales y que su papel es quizás uno de los más importantes dentro de la sociedad, ya que procura, desde su dimensión ejecutiva, el desarrollo de habilidades y destrezas que le permitirán a los sujetos un desarrollo armonioso, tanto en el plano intrapersonal, como interpersonal, y los convertirán en agentes proactivos en el plano social.

Lo más importante y curioso de  todo  esto es que  estas  habilidades  y destrezas, entre muchas  otras que deben desarrollar, se alcanzan a lo largo de diversas aproximaciones  en las realidades educativas, no basta, para ello, con un nivel tan importante  y asimismo básico como lo es el diplomado  universitario  y mucho menos  si  se trata  de condiciones  prácticas  en las cuales estas habilidades y destrezas se deben implementar  de manera integral, amparadas, en la mayoría de los casos, desde escenarios totalmente vivenciales.

De acuerdo  con todas estas características  que  va alcanzando  desarrollar un estudiante universitario, se debe valorar el papel que juegan los profesores observadores, llamados también  “profesores  supervisores”.  Este  último título es,  quizás,  el que  mayor temor  o preocupación les genera  a los estudiantes observados, evaluados o medidos. Y es que  si bien este  tipo de acercamientos generan ciertos niveles de tensión en la población estudiantil universitaria, estos mismos no deben convertirse en momentos tortuosos  o estresantes a tal grado que se lleguen a convertir en un mal recuerdo de su vida universitaria. Quizás un concepto amplio y pertinente que se podría utilizar es el de “profesor evaluador”, este concepto no solo estaría direccionado a brindar una representación numérica de los logros del estudiante, sino que haría una valoración precisa de todas aquellas variables que pueden estar afectando  de manera positiva o negativa su desempeño. Aquí se requiere, por lo tanto, de un perfil de profesor evaluador enriquecido en diferentes  áreas, ya que no solo debe ser un profesional que determine aspectos  didácticos o técnicos,  sino que  debe  poseer  el dominio  de  muchas  otras  habilidades,  tales  como  las investigativas  que  le permitan  posicionarse  en los “zapatos”  de cada  estudiante,  ya que  no todos van a poseer  las mismas construcciones y actitudes. Por ejemplo, en muchos  casos se deben valorar aspectos  como: ambiente en el cual se desempeñó el estudiante en sus años de formación escolar y colegial, características socio-económicas  de su núcleo familiar y otros que puedan  determinar con mayor aproximación sus características actitudinales.

Una profesora  o profesor  evaluador  realizaría valoraciones  acerca  de  si el estudiante presenta  déficits formativos originados por un inadecuado  tratamiento pedagógico desde los cursos universitarios que se brindan, aspecto  que normalmente daría como resultado  indagar el grado  de efectividad  que  alcanza la formación universitaria. Este es un asunto  complejo  y delicado,  ya que  se podría llegar a la conclusión  de que  el  estudiante  presenta habilidades desarrolladas  o carencias significativas como resultado de un inadecuado desarrollo formativo en los cursos que previamente a la intervención  pedagógica ha llevado. Es aquí donde  los profesores  universitarios deben generar  espacios reflexivos que les permitan  constantemente evaluar su  desempeño y garantizar, a través de  los diferentes  trabajos  que  los estudiantes desarrollan, su crecimiento intelectual  y procedimental. Con esto no se quiere  expresar  que sea el profesor evaluador un juez de otros profesores, pero sí puede brindar resultados que les permitan  a los profesores  universitarios realizar conversatorios en los cuales se intensifique el análisis de lo que se percibe en la dimensión práctica.

Otro  aspecto   que  podrían  valorar  los  profesores   evaluadores   es  el  análisis  de  las características que posee tanto la institución educativa donde se ubica el estudiante universitario realizando su intervención pedagógica, como al mismo estudiante. Este punto es muy importante de rescatar y profundizar  en selección, ya que cuanto  mayor sea el liderazgo que presente la institución, mayores serán los espacios de acercamiento a diferentes dimensiones de formación integral.  Idealmente,  cada institución educativa  se esfuerza por generar  en  la medida  de lo posible momentos en los cuales los diferentes miembros de la comunidad se puedan involucrar y ampliar sus espacios  educativos  a través de actividades extracurriculares. Por ejemplo, una institución educativa que asuma su participación amplia en actividades extracurriculares como: banda  escolar,  grupos  de bailes  folklóricos, equipos  deportivos, festivales de la creatividad, concursos  de  oratoria, concursos  de  poesía, cuento, dibujo, pintura, mimo, grupos  teatrales, concursos  de robótica y de recursos tecnológicos,   y otros, sin lugar a dudas  se convierte  en un excelente  modelo  de creatividad para la formación de estudiantes que están comenzando a  construir  su  futuro  modelo  profesional.  Esto,  por  cuanto  la riqueza  de  las experiencias aumentaría su percepción de lo que puede  lograr un proceso educativo amplio y diverso. Claro está, una institución con estas características debe poseer un liderazgo evidente  por parte  de la dirección escolar, ya que previamente debe haber  logrado  motivar a los docentes, y a los padres y madres de familia para que apoyen y participen de estas actividades extracurriculares: ha logrado un equilibrio perfecto entre el currículum oficial y otras actividades extracurriculares. Tal y como lo ha indicado el Ministro de Educación, Leonardo Gardnier Rímulo, con la propuesta de Educación subversiva (TEDxPura VidaED, 2012).

Sería enriquecedor que el estudiantado pueda partir del análisis de diferentes instituciones y  modalidades educativas, pues en algunos  casos sus intervenciones se limitan a muy pocas instituciones a lo largo de toda su formación académica. Para ello, la naturaleza  y las temáticas  de los cursos universitarios podrían  determinar si al estudiantado sería conveniente acercarlos a escuelas  unidocentes o multigrado; escuelas  donde  se brinde la modalidad  de aula abierta (estudiantes con sobre edad); instituciones con énfasis científico, artístico, bilingüe, tecnológico, de educación  diferenciada; con alfabetización de adultos; educación  especial y cualquier otro tipo de oferta que enriquezca  su conocimiento  a partir de la confrontación  de los diferentes  contextos  educativos  a los cuales se les pueda  aproximar. Ahora bien, parte  de esta situación implicaría que los docentes  universitarios  asuman  la elaboración  de    propuestas claramente definidas que les permitan a los estudiantes desarrollar habilidades  y destrezas sustentadas en la observación crítica, analítica y reflexiva; que les permitan valorar las situaciones y condiciones desde una perspectiva propositiva.

En este  punto, sería importante generar  discusiones  reflexivas acerca  de la pertinencia de  intervenir  una o pocas  instituciones  con la participación  de  los profesores  que  imparten los cursos y, a partir de esto, generar intervenciones que le permitan a la institución educativa enriquecer  su dinámica  formativa;  perfectamente  se  podría  llegar,  incluso,  a procesos  que inviten,  en  gran  medida,  a  que  las  lecciones  desde   las  aulas  universitarias  se  trasladen  directamente a las instituciones escolares. De ese modo, se podría intervenir de forma directa en situaciones tales como: manejo  de grupo, adecuaciones curriculares, procesos metodológicos, análisis de la pertinencia de estrategias  y materiales y, a partir de ello, la generación de nuevas propuestas,  ambientación  del aula,  mejoramiento  del rendimiento  no solo académico,  sino también  el escolar y un sin número  de valores agregados que podrían resultar de este tipo de intervenciones  pedagógicas.

Además,  es necesario  valorar de  manera  sistemática  algunos  rasgos  de  la institución educativa, se pueden  realizar apreciaciones  objetivas sobre las  características  profesionales y actitudinales   de la persona docente a cargo del grupo escolar y la dinámica pedagógica que desarrolla.  Este  punto  es de gran relevancia,  pues  a partir de estas  valoraciones  se pueden reorientar algunas acciones que complementarán el proceso formativo universitario con mayor armonía.  Valorar  aspectos  tales como:  la relación que  establece  el  estudiantado  que  realiza la intervención  pedagógica con la persona  docente a cargo del grupo  escolar, el manejo  de la disciplina que  se establece  a través los límites permitidos  con el grupo  escolar, el enfoque pedagógico que se utiliza, la experiencia profesional, la formación universitaria, la administración del currículo y otras características que pudiesen interferir con la intencionalidad planteada por parte del estudiantado universitario y que se pueda  ver obstaculizado  por cualesquiera  de los puntos  anteriores.

Al respecto, un ejemplo sencillo: Un estudiante universitario se encuentra ubicado en un tercer  grado  y el profesor  evaluador  le indica la necesidad  de trabajar  en ciertas asignaturas en sub-grupos; sin embargo, cuando el estudiante pone  en práctica dicha sugerencia  el caos impera en su intención,  ya que el grupo  ha  venido trabajando  desde primer grado en filas y en todas  las asignaturas.  En un caso hipotético  como  el  anterior, no se le podría achacar al estudiante el fracaso de lo acontecido, ya que  primero  que  nada  sus  intervenciones  son esporádicas  con el grupo y, quizás, ese tipo de estrategias  requieran  de una mayor intensidad, lo cual implica horas de práctica y, en segundo plano, el grupo desarrolla dinámicas a partir de lo que la docente titular implemente o no. Se genera, así, una cultura grupal que no se puede  modificar de la noche a la mañana. Ahora bien, si un ejercicio como el anterior se realizara con la intención no solo de otorgar una calificación numérica, sino como un espacio de reflexión para  que  el estudiante  proponga  posibles  causas  de tal situación,  la experiencia alcanzaría dimensiones distintas, es decir, en lugar de ser un espacio para resaltar el error reflejado en una calificación baja, se centraría  en un análisis pedagógico profundo  y significativo a partir de la práctica real para proponer, de manera  natural, diferentes  estrategias para solventar  aquellos aspectos determinados como carentes. Tal y como se puede contemplar, el profesor evaluador debe ser hábilmente cuidadoso y certero en sus apreciaciones e intervenciones.

Asimismo, surge entonces  la valoración que debe  hacer  el personal docente  anfitrión, ya que no puede tomarse  a la ligera su perfil. En círculos de discusión académica  se proponen preguntas tales como: ¿Qué resulta más efectivo, la formación que  se brinda  desde  las aulas universitarias  o el modelo  que  ejerce  el docente  anfitrión  con  que  se ubica  el estudiante universitario?  Interrogante de gran importancia, ya que el docente anfitrión se llega a convertir en un coformador de gran relevancia.

Quienes han estado a cargo de la orientación profesional del estudiantado universitario, incluido el autor de este artículo, sin lugar a dudas  coinciden  en que  el perfil profesional  del docente  anfitrión termina  siendo un pilar fundamental con su modelaje  y, en muchos casos, inconscientemente el estudiante universitario termina ejecutando y reproduciendo prácticas sin percatarse. Algunas de estas, en ciertos casos, resultan poco pertinentes para la  formación humana, pero, son funcionales para lograr implementar  una disciplina amparada en la sumisión o el adoctrinamiento; fortalecen un ambiente en donde priva el temor hacia el adulto, el “orden” y hasta la excelencia académica del grupo escolar, la cual, erróneamente, podría estar sustentada en un reflejo ficticio de carácter numérico.

En relación con este último punto, no se quiere decir que las expresiones numéricas sean malas, quizás el punto preocupante estaría en los criterios que se utilizan para determinar dicha expresión numérica y, si en realidad, son un claro reflejo de una dinámica humanista, racionalista y constructivista. Estos tres pilares de la educación costarricense  resultan  vulnerables  ante  un ejercicio profesional desenfocado  del principal interés de la educación: la autorrealización  del individuo a partir de una educación  integral  amparada en valores. Por qué  se puede afirmar que son vulnerables, bueno, porque  en muchos casos el personal docente  los pierde de vista y centra su atención en una expresión numérica que pasa a engrosar la papelería burocrática.

Esto mismo vendría a suceder con la calificación brindada al estudiantado universitario,  ya que si bien se evalúan aspectos meramente conceptuales o teóricos, resulta de vital importancia  valorar también  lo actitudinal, esto es, su interés, disposición y actitud  positiva ante  los retos de su vida universitaria. El aspecto  actitudinal en muchos casos podría encontrarse supeditado a  otras  dimensiones de  carácter  personal, familiar y social. Las  vivencias emanadas de  la intervención  pedagógica deben  convertirse  en un manantial  de información que le permita al cuerpo  docente  universitario  conocer,  con la mayor profundidad  posible,  todos  aquellos aspectos  que pudiesen interferir en la construcción de aprendizajes por parte de cada uno de los estudiantes universitarios. Las sesiones de reunión en donde se valore el seguimiento que se les debe brindar, deben ser espacios para formular el trabajo en equipo, el apoyo individual y la aclaración de un panorama que les acerque de forma amplia y precisa a la labor profesional que van a desarrollar por varios años.

Como  se  ha  venido  analizando,  la  formación  de  las    estudiantes  y los  estudiantes universitarios no es sencilla, ni pronta e inacabable, ya que requiere de la aplicación de múltiples estrategias educativas, cuyas principales características deben ser la adecuada  direccionalidad entre sí y su integración, de tal manera que logren el fortalecimiento o desarrollo de habilidades que les permitan enfrentar, de la mejor forma todos aquellos retos que la labor educativa implica.

Si se parte de lo anterior, resulta fundamental valorar la pertinencia de que los estudiantes realicen, en su nivel de diplomado  universitario, intervenciones  profundas  en las que asuman uno o varios grupos escolares. Quizás se podría pensar que no está del todo mal; sin embargo, los niveles de desarrollo profesional alcanzados en este nivel son básicos y escasos, sobre todo en cuanto  a instrumental pedagógico y didáctico se refiere. Es ahí donde  surge la pertinente necesidad  de  valorar  si más  bien  las estudiantes  y los estudiantes  universitarios  deberían enfrentar  a los grupos escolares asumiendo una mediación  directa o intervención  pedagógica hasta que se encuentren concluyendo su nivel de bachillerato.

De acuerdo con la experiencia de quien escribe este artículo, es una situación importante de valorar, ya que los acercamientos con la población estudiantil se deben implementar y llevar a cabo desde las horas prácticas de cada curso universitario, tal y como se encuentra debidamente distribuido en la carga académica de los cursos. La formulación de un curso universitario implica el planificar qué  tipo de trabajos  y experiencias realizarán los estudiantes y las estudiantes y cómo eso se distribuirá entre los diferentes momentos educativos a los cuales se enfrente, tanto desde el desarrollo de las clases presenciales en las aulas universitarias como en la vivencia en las aulas escolares.

Es decir,  todo  profesor y profesora  universitaria  debe  establecer  diferentes  estrategias prácticas en las que el estudiante confronte  argumentos teóricos con la experiencia o realidad práctica; el aula universitaria se convertiría en un enriquecedor escenario en el cual se reconstruyan  ese tipo de momentos; se dará paso a un diálogo permanente entre discursos a veces hipotéticos  y las diferentes realidades existentes. Esto hace que el mismo profesor universitario valore cuán acertado  está su discurso académico  de acuerdo  con lo que  los estudiantes y las estudiantes expresan  de sus resultados  y estime  si lo que  podrían ser meramente “discursos ideales” son funcionales según lo que cada contexto puede demarcar.

Al respecto, en diversas ocasiones  los estudiantes y las estudiantes han  expresado  que paradójicamente  es más intensa  la práctica  de  diplomado  que  la de  bachillerato, situación contradictoria porque se podría estar afectando  un adecuado tratamiento formativo dentro de la lógica epistémica de la formación universitaria, ya que a menor formación mayor rigurosidad o complejidad  en  los procesos  experimentados. Ahora bien, no cabe  duda  alguna  de que esto podría generar  aprendizajes  valiosos; el punto  sería valorar a qué  costo y si en realidad estas  experiencias surgen  de una  intencionalidad  educativa  o son, sencillamente, azares  del destino que ni siquiera son retomados, posteriormente, y que pueden quedarse  como lagunas formativas. No es que se dude  de la capacidad  que tienen los estudiantes al respecto, ya que podrían reaccionar otorgando respuestas  impresionantes  y efectivas, aquí lo importante sería generar, de manera  articulada y gradual, procesos  armoniosos  que  enriquezcan intencional  y positivamente el perfil de salida formativo que se desea alcanzar.

Todo  curso  universitario   plantea   objetivos  correspondientes  a   intencionalidades   y finalidades previamente coordinadas  con lo establecido  para cada nivel universitario. Debido a esto, es fundamental un análisis desde  cada uno de estos niveles para determinar cuáles son las habilidades  y destrezas  cognoscitivas,  socio-afectivas y psicomotrices  que  deben  lograr los estudiantes a partir del tiempo  de horas prácticas de cada curso. Quizás así se lograría, de forma sistémica, que la intervención  pedagógica no se establezca  como momento terminal de un nivel determinado, sino que se visualice como una cadena  procedimental articulada que se iría construyendo  eslabón  por eslabón. Por eso mismo, se deber partir desde el primer curso y  hasta  el último que  reciba la población  estudiantil  para visualizar la mayor efectividad  y aprovechamiento de la formación brindada.

El personal docente universitario como profesional  responsable del curso que imparte debe certificar lo que la población estudiantil  ha logrado alcanzar; es decir, hacer mención tanto  de las  áreas fuertes   como de los aspectos  vitales por retomar  en cada uno de sus estudiantes. Ahora bien, la valoración que se les realice a los estudiantes y las estudiantes al terminar un nivel académico debería estar, entonces, centrada en lo que el profesor del curso certifica, pero no debería servir únicamente para valorar el desempeño estudiantil, sino que también  debe ser una  fuente directa  que contemple,  tal y como  se ha venido comentando,  si en  realidad  el proceso  como  tal se encuentra  debidamente articulado. Este ejercicio podría brindar información que ayude a determinar todos aquellos ajustes y enriquecería  la proyección futura de los cursos.

Existe un criterio representativo y compartido, respaldado por comentarios de estudiantes de nivel de licenciatura, un sector representativo de docentes anfitrionas, profesores evaluadores  e  inclusive  otros  compañeros  profesionales  universitarios,  respecto   a  que  la  intervención pedagógica que se realiza en diplomado debería trasladarse a un nivel de bachillerato, ya que la base formativa y la misma construcción académica sería más amplia y enriquecida.

Como se ha analizado, ubicar estudiantes en instituciones educativas para que realicen sus aproximaciones profesionales no se puede  tomar a la ligera. No debe ser un proceso mecánico, debe  ser considerada  como  la  espina  dorsal de la formación que se les brinda,  además  de convertirse con mayor fuerza en el gran reto de egresar profesionales con plataformas cognitivas eficientes que en realidad faciliten y promuevan, en el sistema educativo, mejores procesos de formación humana. La modalidad  que se ofrezca, la intensidad,  intencionalidad,  pertinencia y gradualidad  de estos procesos  son aspectos  indispensables  a considerar, para satisfacer las demandas de  una  sociedad  compleja  que  es transformada  a partir de  la incorporación  de nuevas y futuras generaciones.

Para  finalizar y  como  un  espacio  de  reflexión,  se  dejan  planteadas  las  siguientes interrogantes: ¿Se puede  garantizar  que los procesos  de acercamiento a la realidad educativa se encuentran  debidamente  organizados  y enfocados  hacia  el mejoramiento  del quehacer  educativo?,  ¿son en  realidad  procesos  secuenciales  articulados  en  un  desarrollo gradual  de habilidades  y destrezas  profesionales  y personales?,  ¿son  las experiencias  compartidas  por los estudiantes universitarios  un espacio  para la reflexión académica  y para la revalorización del  discurso  teórico?,  ¿se  ajustan  los  procesos  evaluativos  universitarios  a  la construcción cognitiva que han alcanzado los estudiantes de acuerdo con su vivencia y madurez académica?, ¿resultan  ser estos  procesos  naturales, enriquecedores, diversos  y bien  orientados  para  una transformación positiva de la sociedad?, ¿es compatible  el modelaje profesional de las docentes anfitrionas con la línea formativa que tiene la unidad académica?, ¿se abarcan inmediatamente desde la formación universitaria aquellos incidentes críticos que desestabilizan  la intervención pedagógica?



Referencias

División de Educación Básica, Centro de Investigación y Docencia en Educación, Universidad Nacional. (s. f.). Curso de construcción pedagógica desde el aula escolar (DBJ-2012). Heredia, Costa Rica: Autor.         [ Links ]

Ministerio de Educación  Pública.   (2005). Programas  de Estudio  del Ministerio de Educación
Pública. San José, Costa Rica:  Autor.         [ Links ]

TEDxPura VidaED. (Productor). (2012). Educación subversiva [Video]. Recuperado de http://www. youtube.com/watch?v=C_ddnoHNbvQ.         [ Links ]

*Correspondencia:
Erick José de Padua Quesada Vargas: División de Educación Básica, Centro de Investigación y Docencia en Educación. Universidad Nacional Heredia, Costa Rica. Magíster en Educación con énfasis en Docencia Universitaria (2004), bachiller y licenciado en educación  con énfasis en Educación Rural I  y II  ciclos (2003), licenciado  en Administración Educativa (2006), todos  títulos otorgados  por  la Universidad  Nacional. Actualmente  académico  propietario de  la División de  Educación Básica del Centro de Investigación y Docencia en Educación de la Universidad Nacional. Además, desde  el 2005 profesor de cursos del Plan 200 del Ministerio de Educación Pública-Instituto de Desarrollo Profesional Uladislado Gámez. Experiencia profesional de 16 años como docente de I y II ciclos y director de instituciones de educación primaria, tanto en instituciones de carácter público como privado. erickdepadua07@gmail.com
1. División de Educación Básica, Centro de Investigación y Docencia en Educación. Universidad Nacional Heredia, Costa Rica. Magíster en Educación con énfasis en Docencia Universitaria (2004), bachiller y licenciado en educación  con énfasis en Educación Rural I  y II  ciclos (2003), licenciado  en Administración Educativa (2006), todos  títulos otorgados  por  la Universidad  Nacional. Actualmente  académico  propietario de  la División de  Educación Básica del Centro de Investigación y Docencia en Educación de la Universidad Nacional. Además, desde  el 2005 profesor de cursos del Plan 200 del Ministerio de Educación Pública-Instituto de Desarrollo Profesional Uladislado Gámez. Experiencia profesional de 16 años como docente de I y II ciclos y director de instituciones de educación primaria, tanto en instituciones de carácter público como privado. erickdepadua07@gmail.com

 Recibido 21 de marzo de 2013 • Corregido 28 de abril de 2013 • Aceptado 29 de abril de 2013

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