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Revistas de Ciencias Administrativas y Financieras de la Seguridad Social

Print version ISSN 1409-1259

Rev. cienc. adm. financ. segur. soc vol.8 n.1 San José Jan. 2000

 

Liberalización, educación y evolución de los
mercados de trabajo en el nuevo
entorno económico mundial
 

Sergio Solano Rojas,
Administrador Público UCR
Docente


Resumen

Los procesos de globalización han afectado u transformado profundamente las características del empleo en el mundo, así como la organización y estructura de los mercados de trabajo, que se transforman de acuerdo con los movimientos económicos y de liberación de mercados. En este sentido la formación,  capacitación y actualización en servicio de los recursos humanos necesarios para esta fase del desarrollo capitalista, enfrenta retos que podrán resolverse haciendo uso de las modernas tecnologías de la información y la comunicación, pero principalmente, por medio de una nueva concepción que propicie amplias transformaciones en la organización, los procesos y estructura de la educación actual, así como en los diferentes actores del proceso.
 

Implicaciones del nuevo orden económico mundial

Actualmente es corriente hablar de los procesos de globalización y hasta el mismo término (que va cambiando al más moderno de “mundialización”), se ha vuelto incluso vulgar. Con éstos nos referimos corrientemente a los procesos de liberación de mercados, principalmente de mercancías, pero también se incluye en este proceso de liberalización. (o sea de libre transacción) la transferencia de capitales e industrias, ya sea dentro de las llamadas área de libre comercio o bien de acuerdo con los tratados firmados entre países o regiones, por ejemplo NAFTA, MERCOSUR. Las posibilidades de trabajo y empleo se mueven acordes con tales evoluciones y esto ha marcado en consecuencia la internacionalización de los mercados de trabajo, algunas de cuyas características se pretende exponer brevemente en este artículo.

El disponer alrededor del mundo de gobiernos “democráticos” que provean condiciones de seguridad para tales transacciones, basadas en inversiones o movimientos de capital, además de infraestructuras adecuadas que permitan rápidos y mayores retornos al capital, ha sido uno de los principales intereses que han movido a las potencias occidentales, a los organismos mundiales a ellas asociados y a los bloques de poder económico, a la búsqueda de los mecanismos de “democratización globalizada” de los países subdesarrollados, esto porque las antiguas dictaduras que servían tiempo atrás a tales propósitos, se encuentran ampliamente desacreditadas en todo el mundo. Así pues, deben buscarse mecanismos más sutiles para la implementación de los mecanismos de dominación económica. Mucho más evolucionados y perfeccionados, que superen los toscos mecanismos de los enclaves de explotación agrícola de vieja tradición colonialista.

La implementación de tales políticas ha permitido a los inversionistas y comerciantes amasar fortunas desproporcinadas, gracias a las posibilidades de establecer bajo situaciones de gran seguridad y estabilidad política, condiciones que han venido mejorando con infraestructura y beneficios de todo tipo, en la medida en que las mismas empresas han sabido promoverse como elementos positivos para la promoción del desarrollo de los posibles países en los que, de acuerdo con los beneficios que les otorguen, decidan finalmente instalarse.

Ya que el valor agregado por la industria y el comercio en sus diferentes ramos tiende  a desequilibrarse cada vez más hacia el polo compuesto por el desarrollo de las aplicaciones tecnológicas, (un sector igualmente promocionado en el ámbito internacional), uno de los componentes fundamentales inherentes a tales procesos lo constituye la amplia disponibilidad de capital humano a bajo costo y bajo condiciones de acceso de gran flexibilidad, que permita a las corporaciones una operación con gran capacidad de adaptación frente a los vaivenes de la producción y el comercio internacionales.

Es en estas circunstancias que comienzan a evidenciarse los resultados de tales políticas y sus diferentes procesos: acumulación acelerada de capitales, consecuente crecimiento explosivo de la pobreza y de grandes masas de población  bajo condiciones de vida deplorables, intensificación de las desigualdades y de las brechas entre pobres y ricos; en síntesis, gran iniquidad, con sus consecuentes secuelas: crecimiento del desempleo y subempleo, deterioro de las condiciones de salud y persistentes restricciones para el acceso generalizado a la educación, en todos sus niveles, así como a los servicios básicos de salud y continuado deterioro del medio; con todo lo cual se confirma que “la ley hobbesiana del más fuerte sigue siendo la pauta que mantiene los procesos de gobernabilidad mundial”; (Ordónez, 1999: 15A).
 

El deterioro de las condiciones de trabajo

Es a la luz de estas condiciones globalizantes impuestas y pautadas desde y en respuesta a los requerimientos y la omnipotencia del poderío económico mundial, que se ha evidenciado cómo las condiciones del trabajo atraviesan por un proceso de severa crisis estructural alrededor del mundo; ya que, los mercados de trabajo han debido sumarse, más o menos rápidamente, a esta corriente de liberalización de mercados, propulsando consigo nuevos y más dinámicos procesos de formación y educación, tema que se incorporará al trabajo más adelante.

Estos elementos inherentes al desarrollo capitalista se veían en los procesos socioeconómicos, tal como lo manifiestan ya desde los albores del final del siglo, los estudiosos de la economía política occidental. Agletta; (1979:338), es enfático al indicar que el nuevo modo de cohesión de las relaciones de producción capitalista ha permitido un enorme desenvolvimiento de la acumulación después de la Segunda Guerra Mundial. para este autor, el fundamento de dicho auge ha sido la disminución a largo plazo del coste social de reproducción de la fuerza de trabajo, que ha dado lugar a una creciente capacidad de acumulación y suscitado una gran extensión del trabajo asalariado.

Aglietta indica que las relaciones de producción capitalista se han generalizado gracias a la interacción de dos elementos determinantes de la transformación de las condiciones de existencia del trabajo asalariado: por un lado, la organización social del trabajo ha desarrollado y profundizado el principio mecánico; por el otro, se ha constituido y estructurado un modo de consumo típicamente capitalista, de acuerdo con una producción masiva de mercancías, ambos elementos importantes se incorporan al desarrollo contemporáneo, a la par de la destellante expansión del componente tecnológico incorporado a las mercancías y a los procesos de producción actuales.

Uno de los ejemplos de lo que ha estado ocurriendo con el empleo en el entorno mundial, lo presenta Japón país en donde al trabajo se asociaban y correspondían amplias implicaciones y connotaciones culturales y sociales de larga tradición y en donde era costumbre que el empleado se identificara desde temprana edad en su vida laboral, con una corporación o empresa determinada, bajo la premisa de que tal unión se constituía prácticamente en su ámbito de ocupación y desarrollo para toda una vida, por lo que a la empresa se le rendía, además de identificación, fidelidad y dedicación, entre otras cualidades.

Fueron, entre otras, estas condiciones de trabajo basadas en la alta identificación entre empleador y empleado, aunadas a las tradiciones japonesas relacionadas con el aprecio al trabajo, las que hicieron posible el increíble logro del desarrollo japonés de posguerra. Evidentemente esas condiciones del entorno laboral han variado, y el cambio continúa.

La sociedad japonesa inició una “conversión” o adaptación filosófica, administrativa y pragmática centradas en la producción y el trabajo, de tinte “americano”, bajo la influencia occidental impuesta primero por el equipo de ocupación dirigido por Douglas MacArthur, y comparada más tarde a quienes entonces eran prácticamente desconocidos, pero que destacarían luego como “estrellas” en el firmamento de las nuevas filosofías y técnicas administrativas occidentales: los doctores Edward Demming y Joseph Duran; lo cual ha implicado transformaciones sustanciales, culturales y del estilo de vida japonés, para hacer frente a los procesos cada vez más modernos de flexibilización del trabajo, en consonancia con la búsqueda de la calidad en la fuente y el mejoramiento y optimización de los índices de productividad, iniciados el Japón alrededor de 1949, esos que hoy prácticamente se veneran en todas partes alrededor del mundo empresarial, pues solo ellos permiten enfrentar eficazmente la competencia y apertura internacionales y particularmente en el caso del Japón, enfrentan también la valoración actual de su moneda frente al dólar; paradójica situación producto del acelerado crecimiento tecnológico, industrial y manufacturero y de la consecuente ampliación de sus exportaciones.

Es conveniente recordar que el caso de Japón no es el de una situación aislada, una situación similar ha estado sacudiendo diversas economías de los países del sudeste de Asia y de otros lugares del mundo, con sus consecuentes secuelas de crisis.
 

Regulación y flexibilización

En América Latina, los profundos cambios que las economías han sufrido y están experimentando, reportan una importante influencia sobre los procesos de la regulación/desregulación (Infante, 1995:67) y flexibilización de los mercados de trabajo (CINDE, 1994); los que se instauran como mecanismos economizadores de recursos y costos de transacción, y en donde los grupos defensores de las fuerzas de trabajo ejercen tales procesos como mecanismos legislativos; en donde la base de acción es la presunción de que el Estado intervendría sistemáticamente a favor de la parte más débil-el trabajador-, esto a pesar  de la prolongada experiencia que pone en evidencia el avance de los intereses circunstanciales de los grupos de poder, por sobre los de la clase trabajadora.

En general, estos mecanismos yacían incorporados en forma latente en la continua búsqueda del desarrollo de los procesos eficientistas experimentados primero e implementados después, por las economías occidentales, en la búsqueda de la optimización de los procesos de desarrollo económico-industrial, los cuales fueron trasladados desde los procesos de trabajo asociados al crecimiento industrial y sus correspondientes posiciones teóricas ejemplificadas por Taylor prolongadas por Ford y sus continuadores.

A estos procesos de globalización de índole eficientista se ¿plegaron, adheridos como rémoras, la liberalización de mercados (incluyendo los de trabajo) y los procesos de flexibilización del trabajo, término que puede tener muchas y disímiles implicaciones, de acuerdo con el entorno de que se trate.

Por ejemplo, en las economías desarrolladas puede entenderse como la liberalización de controles y horarios tradicionalmente regulados, permitiendo que los empleados desarrollen sus labores en los horarios que mejor convengan a ambas partes, lo que permite incluso, gracias a las facilidades que ofrecen las tecnologías de información y comunicación actuales, que los empleados no necesiten ir a las oficinas de sus corporaciones sino solo ocasionalmente, realizando la mayor parte de su gestión por medios electrónicos, desde si casa o en sitios diferentes a los de su empresa. Evidentemente este tipo de desregulación tiene una aplicación limitada a algunos tipos de trabajo de oficina, escritorio o consultoría.

 Podemos hablar entonces de diferentes tipos de flexibilización, que se vinculan con el tipo de estrategia que sigue el llamado proceso de reestructuración productiva. En la mayoría de los casos el énfasis es puesto en diferentes formas de la llamada “flexibilidad interna”, formas que se apoyan en una mayor participación del trabajador en las transformaciones, generalmente sujetas o asociadas a una estrategia de cambio tecnológico, alrededor del cual se asienta una nueva estructura de ocupaciones que inududablemente privilegia a aquellos de mayor calificación y que puedan adaptarse flexiblemente a las demandas cambiantes de la tecnología, pudiendo moverse entre diferentes ocupaciones.

Este tipo de flexibilización implica la concepción de un trabajador polivalente o multifuncional, a la vez que una diferenciación importante entre los componentes de la fuerza de trabajo, a la vez que una reducción de las opciones de empleo para una buena parte de ella.

Otros casos presentan características de lo que comúnmente se ha denominado “flexibilización externa”, aunque algunos autores (Infante, 1995:67), han utilizados términos más duros como “desregulación subterránea” o “flexibilización del mercado de trabajo por medio de prácticas flexibles de contratación y despidos, y de la reducción de los niveles salariales y de las garantías sociales. En consecuencia la estructura ocupacional se transforma, privilegiándose los empleos de tiempo parcial, a domicilio, por contrato, por tarea y otras diversas formas de subcontratación. Estas prácticas conducen inevitablemente a una fragilidad e inseguridad del empleo, una más baja retribución por el trabajo y en síntesis, a una mayor desprotección del trabajador.

Un ejemplo de flexibilización de los procesos de organización del trabajo, del que también puede tomarse como referencia la experiencia de Japón, es bien conocido en el caso de los grupos o equipos de trabajo tales como se reflejan actualmente en el llamado “modelo gerencial japonés” que se evidencia en procesos como el Total Quality Control (TQC), just In time (JIT) y los Círculos de Control de Calidad (CCC).

Algunas condiciones para el éxito japonés tienen que ver también con otros tantos aspectos o valores o actitudes culturales típicamente japonesas como pueden ser la aceptación del valor del trabajo, el trabajo en equipo, el concepto japonés de empresa: la empresa somos todos unidos; el papel del gerente: es uno más del equipo de trabajo, el involucramiento del trabajador en la toma de decisiones, la evaluación de la carrera en la empresa, y la orientación grupal, en Japón lo más importante es el grupo, entre otros, aunados a valores tradicionales tales como el patriotismo, la frugalidad, el espíritu de ahorro y la lealtad, etc. (Ramírez A; 1994: 19-25).

Sin embargo la concepción y tradición cultural japonesa hacia el trabajo en grupo, ha sido un parámetro de difícil equiparación y logro en la organización de trabajo de las economías occidentales y solo gracias a la implementación de novedosas técnicas administrativas generadas al calor de las necesidades de la liberalización ha empezado a calar en la empresas occidentales públicas y privadas, tradicionalmente movidas más por las aptitudes, actitudes, reconocimiento y hasta competencia individuales, consecuentes con las justas y naturales aspiraciones de los individuos, las que no raramente terminan degenerando en la  posesión y disfrute personal y egoísta, de sesgo claramente consumista.

En general este tipo de iniciativas, propuestas técnicas, filosofías y sistemas, incorporadas en diferente grado y forma por las corporaciones y empresas alrededor del mundo, en el fondo tratan de comprometer al trabajador directamente con su nivel de logros en el empleo, con los de su grupo de trabajo y con los de la empresa, en claro provecho de la misma; a la vez que se le concede un mayor acercamiento y acceso a los procesos de toma de decisiones, con los que puede estar directamente relacionado: se habla entonces de achatamiento de la pirámides jerárquicas y se dan casos en que éstas prácticamente desaparecen, de la misma forma que desaparecen en menor o mayor medida, puestos intermedios de jefatura, trasladando en diferente medida, tales responsabilidades directamente a los grupos de trabajo o a los individuos.

Este tipo de políticas puede llegar a incluir, como aliciente, la participación de los trabajadores en los dividendos y ganancias de la empresa, tal como ocurre con la práctica de los llamados “bonos de particiapación”.

De esta manera va tomando forma la celebración de tales prácticas, que modifican ampliamente las condiciones y los mercados de trabajo, parecen señalar el camino hacia una mayor polarización en los puestos y las ocupaciones: por un lado los de mayor nivel y preparación profesional y por otro los puestos que utilizan la mano de obra intensiva, considerados de baja categoría, dedicados a las labores manuales, típicamente de ensamble y con pocas prestaciones sociales mínimas.

Así por ejemplo en la región latinoamericana las condiciones que moldean las propuestas de una economía globalizada, han creado algunas oportunidades de trabajo basadas en la integración productiva, pero que en mayor medida se concentran en industrias de “maquila”, en donde generalmente las condiciones de trabajo no resultan nada provechosas para los contratos. Un ejemplo particular lo constituye el caso México-USA, en donde se constata por ejemplo que 57 de las 500 mayores empresas estadounidenses tienen plantas maquiladoras en México, incluyendo las tres grandes de la industria automotriz: Crysler, Ford y General Motors” y en donde se señala que a pesar de que los efectos de esta integración productiva no parecen ser del todo claros, reflejan más bien un empeoramiento en las condiciones laborales de diversos grupos sociales a uno y otro lado de la frontera; (Canales, 1999:4-7).

Son contados los casos en que se exigen altos niveles de formación y calificación profesional y estos se refieren a industrias típicamente transnacionales asociadas al sector de la informática y de las telecomunicaciones, que han trasladado sus interese a América Latina en busca de ampliar los mercados para sus productos, al tiempo que encuentran condiciones favorables en los mercados laborales nacionales, como es el caso de INTEL, en Costa Rica. Por otra parte esta situación también genera alguna pérdida de puestos de trabajo para los trabajadores de los países en desarrollo, a los que las transnacionales les contratan con salarios y condiciones de trabajo inferiores. El caso de INTEL es un ejemplo claro de esta situación.

Dichas empresas han encontrado además un excedente de capital humano altamente calificado con formación superior, profesionales y técnicos a quienes se pueden pagar salarios relativamente altos para las condiciones del país de origen pero más bajos en relación con los estándares internacionales, quienes en caso de descollar son trasladados a las casas matrices. En el caso de Costa Rica, (Solano, 1999:6A), actualmente este grupo sufre una tasa de desempleo abierto de un 2 por ciento, lo que quiere decir que cerca de 3.250 técnicos y profesionales están desempleados. A ello se suman 411 directores, gerentes y administradores. Precisamente este último grupo se mueve en un mercado que a criterio del Director Nacional de Empleo del Ministerio de Trabajo, está ya saturado. Por lo anterior no es de extrañar que estas circunstancia aunada a las condiciones económicas impuestas por el nuevo entorno globalizado, constituyan el caldo de cultivo ideal para la generación de condiciones de subempleo, empleo informal u migración.

La migración de profesionales latinoamericanos de primera línea a las zonas de alto desarrollo tecnológico que buscan tanto mejores condiciones de trabajo y realización, así como mejores ingresos es igualmente una situación de sobra conocida En Costa Rica, la existencia de esta situación ha sido expuesta en múltiples formas y momentos. (Zeledón, 1999:15 A)

Este excedente de capital humano, que se extiende incluso al área técnica y que se da a todo lo largo y ancho del continente americano, al sur de río Bravo, es resultado también de la implementación de estrategias de desarrollo económico que han conducido generalmente a la conformación de mercados de trabajo altamente segmentados, en los cuales los sectores modernos de la economía resultan igualmente intensivos en capital, de acuerdo con patrones tecnológicos importados y promovidos por las políticas y las prácticas de los procesos de liberalización y los organismos internaciones. En este sentido cabe recordar que la formación de técnicas y profesionales ha implicado una inversión económica importante a cargo del Estado.

Aquí de nuevo la ola de la globalización y las políticas económicas y financieras impulsadas por los organismos internacionales que han debido seguir los gobiernos  nacionales, han demostrado ser condiciones importantes que se suman a las dificultades estructurales que han imposibilitado atender adecuadamente el desarrollo de una pequeña y mediana industria competitiva, que se plantee como alternativa nacional para la creación de empleo, cuya manifestación más evidente e importante la constituye el continuo crecimiento del sector informal más que el desempleo abierto. (Gamus, 1997).

Sin embargo, en un contexto más amplio ha empezado a generarse una creciente ola de desempleo, subempleo e informalización del mismo, a la vez que crece la pobreza y el desmejoramiento de las condiciones de vida de las clases más desposeídas y consecuentemente más dependientes del empleo.

De esta forma, es posible constatar que el empleo alrededor de todo el mundo ha venido sufriendo un proceso de deterioro: cada vez resulta más difícil obtener un puesto de trabajo estable y de tiempo completo y la evidencia demuestra que es necesario trabajar más; en consecuencia, el empleo resulta decididamente inestable, se encuentra menos vinculado a una organización productiva y más a las posibilidades de auto-generación.

En Costa Rica, de acuerdo con lo que manifiesta Leitón (2000:27-A) hay más de 300.000 personas que tienen trabajo, pero no tanto como desearían, o bien ganan menos del mínimo; igualmente manifiesta que el desempleo no disminuyó en 1999, más bien pasó de 5.6 a 6 por ciento y tampoco en el subempleo se lograron avances, a pesar del crecimietno de la economía, exponiendo que para poder satisfacer las necesidades del subempleo en Costa Rica, sería necesario crear alrededor de 65.855 empleos completos lo que significa que se ocuparía crear casi 5 empleos por cada 100 trabajadores (un 4.6 por ciento). En síntesis, estas cifras confirman que los modelos de desarrollo impuestos o condicionados internacionalmente, si bien posibilitan acceder al crecimiento económico, esto no necesariamente implica un mejoramiento en las condiciones generales de vida de la población tales como la pobreza, el desempleo y el subempleo.

 De esta manera es posible señalar  que se está produciendo un proceso cada vez mayor de creación de diferentes formas de empleos en las zonas fronterizas de las organizaciones, públicas y privadas, que toma forma en procesos de subcontratación y contratación temporaria; abarcando incluso a las organizaciones públicas. Para poner un ejemplo cercano, el caso de la Universidad de Costa Rica resulta ilustrador; aquí, más del 50% de los profesores son contratados en forma interina y temporaria, (57,45% en el primer semestre del año 98); (UCR, 1999: 10).
 

Educación, transformación productiva y mercados de trabajo
 

 En el contexto en que se ha venido desarrollando este trabajo caben entonces múltiples y hondas consideraciones sobre los extensos vínculos que es posible entrever y establecer entre los procesos de liberalización, la educación y la evolución de los mercados de trabajo particularmente en relación con los retos que plantea en los albores del nuevo siglo la educación, -y los diferentes procesos de formación y actualización a ella asociados-frente al empleo, con el desarrollo de un amplio consenso, basado en muchos casos en evidencias; en cuanto al papel cada vez más trascendental de la educación y quizá más específicamente del conocimiento, y hasta de las llamadas “competencias” en un mundo que se asemeja cada vez más a la aldea global propuesta por McLuhan (1975:27), con sus consecuencias de alta liberalización y extrema competitividad, tal como se manifiesta en la sección editorial del diario La Nación, es uno de los artículos dedicado a exponer los retos nacionales (La Nación, 2000:13A):estudio tras estudio lo han dicho y ejemplo tras ejemplo lo han confirmado: la educación es un factor esencial en el desarrollo individual y colectivo. Sin su extensión, calidad, pertinencia y oportunidad, dificilmente se  podrá alcanzar y mantener un proceso sostenido, menos aún lograr una sociedad más justa, con oportunidades para todos. Sobre estas bases se asienta la discusión sobre el tipo de educación y formación que se requiere para el próximo siglo, en vista del papel cada vez más estratégico-y al mismo tiempo paradójicamente obsolescente- del conocimiento en todos los ámbitos de la vida.

 Este es un aspecto al que en la región latinoamericana parece habérsele dedicado más bien poca atención y cuidado; a pesar del consenso, formulado incluso en los cónclaves internacionales, en cuanto a la aceptación de la educación como uno, sino el más importante, de los factores estratégicos, relacionado con las posibilidades de crecimiento y desarrollo de nuestros países, y como factor de amplio impacto en los procesos de reducción de las brechas sociales, en economías que imperiosamente deben volverse cada vez más abiertas y competitivas y donde los procesos productivos y los servicios se asientan cada vez más en el adelanto tecnológico y el desarrollo de capacidades y destrezas para su mejor utilización.

 Es en este contexto en donde resulta obligado, hoy más que nunca, considerar el papel fundamental que tiene la educación en relación con el desarrollo del empleo en la región latinoamericana. Es un hecho que, en contraste con los países desarrollados, en la mayoría de los países de la región, si no en todos, en cuanto se refiere a educación básica y media, aún falta mucho camino por recorrer para alcanzar niveles de cobertura y rendimiento aceptables, mientras que al nivel de la educación superior, esta ha ido pasando, al menos cuantitativamente, a manos de la empresa privada.

En el contexto educativo, en el que Costa Rica ha mantenido una situación privilegiada en la región, los logros resultan más bien exiguos, así por ejemplo solo el 17% de los estudiantes que se presentaron en 1998 a los exámenes de noveno año, aprobaron todas las materias, (La Nación; 8/11/98:14A), en primaria, la deserción llegó en el año 98 a 5,1% que representa un total de 25.181 niños, (Batista, 1999:3) y en secundaria solo el 48,9% pasan el año, (Barahona, 1994:A); a pesar de que solo cerca de la mitad de los que deberían asistir a clases lo hacen, (Leitón, 1999:4A); persistiendo severas diferencias en la oferta y calidad educativa entre las zonas urbanas y la srurales y periféricas.

Otra carencia importante en la región, la constituye el hecho de que en muchos de sus países, aún no se establecen programas permanentes que atiendan adecuadamente la capacitación de la gran cantidad de jóvenes que desertan o no logran alcanzar la educación secundaria y cuyo destino lo constituye básicamente el sector informal, cuando no el mundo violento de las drogas, el narcotráfico o la criminalidad en sus múltiples formas. En Costa Rica, la existencia del Instituto Nacional de Aprendizaje (INA), así como diversas organizaciones no gubernamentales (ONGs), que utilizan la capacitación para el trabajo incluso como medio terapéutico y de ajuste social, constituyen un tipo de respuesta y una alternativa importante a esta situación.
 

Educación para el trabajo
 

A pesar de que puede resultar más bien excesiva la cantidad de publicaciones y trabajos que tratan y profetizan acerca de los llamados cambios organizacionales, económicos y administrativos en el nuevo contexto liberalizado, sin embargo se ha escrito y discutido más bien poco sobre la determinación e influencia que estos cambios ejercen ya y ejercerán en el futuro desarrollo del empleo en los diferentes tipos de organizaciones.

Fundamentalmente hay que considerar que para trabajar en la organizaciones públicas y privadas que estamos viendo nacer, con estructuras más amplias y flexibles, muy descentralizadas, relativamente participativas, en extremo funcionales y caracterizadas por el uso extensivo y/o intensivo de las tecnologías de la información y comunicación digitales, el trabajador ha de llenar una serie de calificaciones muy diferentes a las que le han servido para ubicarse laboralmente hasta el presente, incluyendo nuevas y diferentes actitudes y comportamientos de los que en mucho dependerá su realización, adaptación y permanencia en el empleo, herramientas que han de permitirle enfrentar con solvencia el clima de alta complejidad y de cambios constantes que ya se experimenta actualmente en las organizaciones de ay se experimenta actualmente en las organizaciones de avanzada, sin mencionar los conocimientos y la constante actualización que de los mismos habrá menester si desea tener alguna seguridad de dominio de su puesto de trabajo. Por estos resulta igualmente necesario comprender que la educación jugará igualmente un papel básico en la información de los individuos, que les permita desenvolverse óptimamente frente a una cantidad creciente de actividades ya no solamente circunscritas al ámbito estrictamente productivo, sino más bien a toda una gama de servicios impulsados por las nuevas tecnologías que sin duda constituirán parte integral de la vida cotidiana del siglo que empieza.

La calidad de las transformaciones que tienen lugar en la esfera productiva y consecuentemente en el empleo sugieren, tal como igualmente lo proponen los organismos internacionales y lo confirma la evidencia, que a estas alturas del desarrollo mundial, tanto por razones de equidad como por otras de equilibrio y bienestar social, resulta impostergable garantizar a la población una educación básica equitativa y de cierta calidad, que conjuguen tanto la formación científica y académica general, como la formación y orientación para el trabajo.

De igual manera resulta indispensable el mantenimiento de un sistema educativo que brinde opciones más amplias de las que ofrece el sistema de educación formal y que ofrezca alternativamente una diversificación de las oportunidades de estudio, tal como se manifiesta en un editorial de la Nación va citado (La Nación, 2000:13A):”si se abren opciones alternativas más allá de los bachilleratos académicos... si logramos una educación que realmente sea útil para los jóvenes”, además de opciones reales de formación, aprendizaje y capacitación para el trabajo, especialmente, pero no solo, para los jóvenes que no logran superar la educación básica, o que no puedan acceder a la superior. Al mismo tiempo debe establecer un sistema de acreditación y mejoramiento de las capacidades originadas por la experiencia en el trabajo, en un esfuerzo que combine las necesidades e intereses del desarrollo nacional con las del sector privado, tal como ocurre en Costa Rica con la propuesta del INA.

Para Latinoamérica, luego de lograr el sueño del acceso equitativo a la educación básica, otra meta importante la puede constituir la verdadera democratización del acceso a la educación superior, hasta ahora principalmente relegado a una élite en extremo selecta, (Montiel y otros, 1997). La expansión acelerada de la educación superior privada, ante la incapacidad general del Estado para atender las demandas de la población y el desmejoramiento de la calidad de la educación debe indicarse al pago de salarios-, serios limitantes para la provisión de una educación pública equitativa de buena calidad, apta para enfrentar con solvencia los retos del desarrollo actual.

En Costa Rica en particular, ya que en el transcurso de más de 20 años, el Estado (representado en este caso por la universidades estatales y sus diferentes organismos de coordinación así como por las autoridades de educación pública), no ha manifestado una clara voluntad para detener o controlar la multiplicación  acelerada de instituciones de educación superior privada, que actualmente se encuentran en razón de más de 11 a 1 con las del sector público, resulta urgente que el Estado asuma la responsabilidad de vigilar por la calidad educativa y docente de las mismas. Es de destacar que las diferentes autoridades si bien se manifiestan públicamente en pro de un mejoramiento cualitativo y de una supervisión de la educación superior por medio de mecanismos tales como el Sistema Nacional de Acreditación de la Educación Superior (SINAES), no parecen generar propuestas, iniciativas que apoyen en la práctica esas declaraciones.

Debido a la rápida obsolescencia de los conocimientos es necesario que la educación, concebida como sistema, se dedique, desde la escuela, en mayor medida a la formación de actitudes tales como: la autonomía, la responsabilidad individual, la capacidad para el trabajo en equipo, la apertura al cambio, la creatividad, la capacidad de comunicación, la capacidad de identificar y resolver problemas, vinculado a una actitud creativa e innovadora. (Gamus, 1997).

Otro autor ya citado (Solano, 1996:6A), luego de consultar a diferentes empresas, asociaciones e instituciones, sugiere la siguiente esquematización de condiciones deseables en el “nuevo profesional”: Conocimientos: debe abarcar varias disciplinas (multidisciplinario), conocimiento básico de legislación laboral; valores y cualidades: deseo de dar su mayor rendimiento, disposición a innovar, apertura a la cultura universal, que su desempeño se base en la excelencia y los valores que la sociedad acepta; herramientas: una buena preparación (no necesariamente universitaria), dominio de un segundo idioma (sobre todo inglés), manejo de computadoras y, principalmente, de Internet.

En resumen, es importante subrayar cómo las nuevas formas de organización del trabajo propician una mayor integración de funciones que promueven una imagen en extremo flexible, polivalente y multifuncional del trabajador, imagen en la que empiezan a desaparecer o desdibujarse las actuales divisiones existentes entre los diferentes tipos o clases de trabajo, (Gamus, 1999), (representados en la anticuada concepción de la dicotomía intelectual-manual). Por estas razones es que la formación debe enfocarse hacia una cultura general, combinando los contenidos humanísticos, con los vocacionales, los técnicos y  los estrictamente tecnológicos.

En cuanto a la institución y la organización educativa, ésta representa por supuesto el eje fundamental a partir del cual deben emprenderse y operarse transformaciones profundas. En este aspecto hay coincidencia internacional en cuanto a la necesidad e reformular los procesos organizativos y administrativos bajo los que, en la mayoría de los casos, han descansado tradicionalmente los procesos educativos a cargo del Estado hasta llegar al grado de inoperatividad actual que los caracteriza, especialmente en el contexto latinoamericano. En Costa Rica, como bien señala el editorialista de La Nación, (2000:13A), desarrollar estas tareas difícilmente podrá hacerse sin cambios en la estructura del sistema. La organización del Ministerio de Educación y de las universidades públicas, la acreditación y supervisión de las privadas, las prioridades de financiamiento de la enseñanza primaria, secundaria y superior, los sistemas de contratación y promoción del personal docente y el involucramiento de las comunidades en el control de  las escuelas y colegios, son parte del conjunto de factores que deben analizarse y mejorarse, para tener un sistema que sea flexible, ágil y práctico, pero también riguroso, transparente y relevante.

En este sentido algunas tentativas y transformaciones de muy diverso tipo se han estado ensayando en diferentes países de América Latina y del mundo. Algunos de ellos con excelentes resultados en campos como gestión de los recursos humanos, optimización de los recursos procesos, establecimiento de sistemas de evaluación  y promoción de la calidad, mejoramiento de los logros y cobertura, entre otros. En Costa Rica, a pesar de la existencia de las pruebas de secundaria y primaria y de la constancia de resultados tan pobres, no se han implementado a la fecha mecanismos eficaces para atacar tan compleja problemática, como sí se ha hecho, en diferentes medidas, por ejemplo en Argentina, Chile (Muñoz y Jensen, 1997) y en México, (Calvo, 1997).

La reforma administrativa del sector educativo público ha de constituir la base que permita brindar una nueva concepción y orientación al sistema educativo nacional, a fin de que se provea al individuo con las herramientas necesarias para desenvolverse adecuadamente en la nueva sociedad que se encuentra en procesos de construcción y de la cual, servicios como los que brindan las redes digitales son solo una parte, debiendo garantizarse a la persona una formación tal que permita a cada cual desarrollar, expandir y utilizar sus potencialidades personales en entornos laborales que resultan cada vez más cambinantes, dinámicos, complejos y flexibles. Antes este pano-rama resulta obvio que entre las serias carencias de la educación actual ocupa lugar preponderante su excesiva formalidad e inflexibilidad, así como su alejamiento de las realidades cotidianas del estudiante, en particular del mundo del trabajo, dificultades que, en el caso costarricense, pueden asociarse directamente con el desinterés, los pobres logros y la alta deserción del sistema.

Ante esta problemática, una de las posibilidades reales que puede evaluarse frente a la formalidad de grados o niveles del sistema actual, es la que propone la llamada “escuela sin grados”, en donde el alumno avanza a su propio ritmo y de acuerdo con sus propias posibilidades, materia por materia, sin importar en qué grado o año se encuentra, sino, más bien, si ha logrado aprobar una materia para continuar con la siguiente, tal como se procede normalmente en la educación superior. No parecen existir razones de peso que impidan la adopción de un sistema semejante en la educación en esos niveles, y esa es básicamente la opción que, de alguna manera ofrecen los llamados “institutos”, hacia los que emigra una población importante- e insatisfecha y defraudada- de la educación secundaria.

En este sentido, en el caso costarricense la falta de interés, empeño y creatividad de los diferentes involucrados en la compleja problemática educativa nacional, así como la complejidad administrativa y burocrática tradicionales, parecen ser los principales escollos que deberá enfrentar la educación del nuevo siglo, ante lo que el autor propone la urgencia de la revitalización y conjunción de esfuerzos por medio de un verdadero proceso nacional de concertación, que es posiblemente el más urgente a realizarse en el país.

Otras opciones que deben evaluarse con seriedad en el campo educativo, a todos los niveles, es la amplitud de posibilidades que brindan las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, tales como las que utilizan los usuarios de Internet y el correo electrónico, las cuales posibilitan una amplia gama de interacciones. Una repetida llamada de atención hacia una diversificación instrumental, ha sido emitida incluso por diversos organismos internacionales, ante las crecientes dificultades de los sistemas públicos para lograr, con recursos cada vez más estrechos, una ampliación de la cobertura con calidad, lo cual por ejemplo podría lograrse por medio de las redes satelitales, tal como lo proponen los entusiastas de la informática. Una propuesta en este sentido es la que formula uno de los fundadores y directores del Laboratorio de Medios del Instituto Tecnológico de Massachusetts, (Negroponte, 1998:65), para utilizar satélites de Baja Órbita Terrestre (LEOs, por sus siglas en inglés) para llegar, vía Internet, a la escuelas más apartadas y menos favorecidas de las zonas rurales del mundo.

Es necesario destacar que las tecnologías actuales permiten desde hace varios años, principalmente en Norteamérica y Europa, la matrícula, seguimiento y graduación a distancia y por medios virtuales, de forma tal que los procesos de formación continua están igualmente obtenido provecho y generando amplia experiencia con tales posibilidades.

A estas alturas del desarrollo humano resulta claro que el proceso educativo y formativo debe concebirse como un proceso continuo y permanente, sin fecha de término ni edad de retiro, por lo que debe incorporarse naturalmente a los procesos de la vida y del trabajo, razón por la cual los sistemas y tecnologías mencionados están constituyendo los mecanismos de acceso por excelencia, y en este sentido la educación pública debe dedicar una visión prospectiva seria y acelerada, a la evaluación y utilización y utilización de tales tecnologías.

En cuanto a los contenidos de la educación, hay coincidencia en las propuestas orientadas a fortalecer la formación general en sus componentes humanísticos y científico-técnológicos, sin relegar por supuesto la formación para el trabajo y la formación de actitudes acordes al óptimo desenvolvimiento y realización del individuo, tanto en el mundo del trabajo como en su vida personal.

La educación deberá atender igualmente contenidos relacionados con conocimientos y actitudes en otra área de primer orden en el mundo actual; la ética y la formación para la participación ciudadana, proporcionando al individuo de herramientas eficaces para el ejercicio de su participación responsable en los procesos de toma de decisiones que han de volverse cada vez más cercanos a los ciudadanos, conforme avanza la implementación de las políticas de traslado de competencias, descentralización y desconcentración de las funciones del Estado.

Acorde con estos razonamientos cabe la introducción de métodos y metodologías interactivas de enseñanza, ya sean presenciales, virtuales o a distancia, que propicien el interés y la capacidad de investigar, el ejercicio del razonamiento, las estrategias de resolución de problemas, la práctica del trabajo en equipo y consecuentemente la disposición para la participación y la discusión respetuosa, entre otras.

En la educación superior es importante contrarrestar decididamente la persistente y heredada tendencia a la compartimentación de los conocimientos, a favor de  la adopción de procesos de resolución de problemas de creciente complejidad que con seguridad enfrentará el mundo del trabajo en el futuro inmediato.

De igual manera, la vinculación más estrecha de las universidades con el mundo del trabajo y las necesidades sociales, es otro fuerte reto educativo cuya atención redundará además en un mejoramiento cualitativo de la docencia y la enseñanza y a optimizar la gestión interna de las dependencias universitarias, promoviendo los procesos de investigación consustanciales para el desarrollo.

El constante decrecimiento del empleo hace necesario que, dentro de la formación universitaria y de los programas de formación continua, se incluyan prioritariamente competencias, actitudes y herramientas para la gestión gerencial y empresarial, de índole administrativa y financiera, necesarias tanto para la generación y el desarrollo del empleo por cuenta propia, como para desempeñarse en el mundo cada vez más competitivo. Por la misma la razón, resulta urgente y necesario que las universidades establezcan, ya sea por su cuenta, en acuerdo con las empresas, públicas o privadas, los gremios o los colegios profesionales u otros, programas de formación continua acordes con las presentes necesidades de actualización.
 

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