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Revista de Estudios Históricos de la Masonería Latinoamericana y Caribeña

On-line version ISSN 1659-4223

REHMLAC vol.10 n.2 San Pedro, Montes de Oca Jan./Apr. 2019

http://dx.doi.org/10.15517/rehmlac.v10i2.35683 

Reseña

Storia della massoneria in Italia. Dal 1717 al 2018. Tre secoli di un Ordine iniziatic de Aldo A. Mola. 1 1 .

André Combes1 

1Institut d’Etudes et de Recherche maçonnique, Francia, andre.combes@neuf.fr

El profesor Aldo A. Mola, historiador contemporáneo, autor de libros sobre la vida política italiana -principalmente, una biografía de Giolitti-, es el mejor especialista sobre la masonería italiana. En sus obras, artículos y coloquios -que ha organizado con o sin el apoyo de las dos obediencias nacionales- ha trabajado los tres últimos siglos de la mencionada organización. De hecho, en las 800 páginas de la Storia della Massoneria in Italia nos ofrece un estudio amplio, profundo y objetivo en torno al pasado y a la actualidad de la vida de los hijos de Hiram en la península italiana. Su recorrido abarca desde el siglo de las Luces hasta el 2018. Una puesta a punto que es bienvenida en un momento en el que nuestra hermana latina es víctima de la hostilidad de los medios católicos. La mencionada postura es sostenida por las condenas pontificias y por los partidos políticos que la estigmatizan en tanto que sociedad secreta. Y, de ahí, aparece su sospecha de posibles lazos de las logias con la mafia…

Una historia accidentada y dramática de la que, apoyándose en una rica documentación, Aldo A. Mola nos narra las peripecias. En este sentido, y aunque es verosímil que una primera logia se constituyera en Gianfalco de Calabria en 1723, las primeras fundaciones confirmadas se sitúan en Florencia durante 1731 -gracias al barón prusiano Von Stosch, acusado de ser un libertino sin religión- y en Roma en 1734, de la mano de los refugiados estuardistas. Por tanto, la Iglesia se alarma. El cardenal Firrao exige la pena de muerte para los masones, la confiscación de sus bienes y la demolición de sus templos. El Papa Clemente XII los excomulga en 1738 y el poeta florentino Tomaso Crudeli de Poppi será la primera víctima masónica de la Inquisición. Por tanto, la masonería que se implanta a continuación en los diversos estados -sea de origen francés, inglés o alemán- apenas influye en los italianos. Más bien se trata de una «masonería en Italia» que de una «masonería italiana».

La primera edad de oro de la entidad -según Aldo Mola- resulta de la conquista de Italia por parte de las tropas napoleónicas. Las logias jacobinas formadas en el Piamonte por los partidarios de la Revolución Francesa desaparecen, pero en 1805 se constituye en Milán un Supremo Consejo del REAA y un Gran Oriente de Italia (GOI) en torno a Eugenio de Beauharnais. En 1808 se establece un Gran Oriente de Nápoles, bajo la Gran Maestría de José Bonaparte y, posteriormente, de Luciano Murat. Notables civiles y militares -e, incluso, eclesiásticos- integran una centena de logias, algunas de las cuales dependen del GODF. De ahí, la cuestión abordada por el autor: ¿en qué medida los masones han contribuido a la evolución de las mentalidades y han favorecido la unidad italiana? Un éxito efímero que no puede sobrevivir al hundimiento del Imperio. De hecho, cuando se desarrolla el carbonarismo primero y la Joven Italia de Mazzini después, la masonería -acusada de ser subversiva- se difumina hasta su despertar en el Piamonte en 1859.

El legítimo orgullo de la masonería italiana es su contribución al Risorgimento, que concluye en el combate de la Porta Pia-siempre celebrada por los masones- y por la anexión de Roma en 1870. En el origen está la logia Ausonia en Turín, que multiplica las iniciaciones después de una asamblea constituyente, con 26 participantes, en diciembre de 1861. Ella confirma el nombramiento de Constantino Nigra -antiguo embajador en Paris- como Gran Maestre, proclama que Garibaldi es el primer masón italiano, reconoce a Víctor Manuel I como rey de Italia y vota los primeros reglamentos generales. Al declinar Nigra este honor, Filippo Cordova es el preferido por Garibaldi durante la asamblea constituyente de marzo 1862. La cuarta asamblea reunida en Florencia en 1864 elige a Garibaldi como Gran Maestre por 45 sufragios sobre 50 votantes. Poco después dimite a petición del Supremo Consejo de Palermo, que él preside, ante la imposibilidad de reunir a todos los masones italianos. De esta forma, se manifiestan las dificultades de la cohabitación entre ciudades y regiones de la península y entre patriotas monárquicos y republicanos.

Después, el Gran Oriente de Italia es dirigido por antiguos mazzinianos, como Ludovico Frapolli (1867-1870), Giuseppe Mazzoni (1870-1880), Giuseppe Petroni (1880-1885) o, sobre todo, Adriano Lemmi de 1877 (cuando llega a ser Gran Maestre adjunto) hasta 1896. Bajo su dirección -explica Aldo Mola- el GOI, que reagrupa a 5.000 miembros, es reorganizado sobre la base de la libertad de ritos y tiende a convertirse “en la espina dorsal de la nueva Italia”, a través de un reclutamiento elitista de periodistas, artistas y grandes propietarios. Especialmente, la entidad apoya al gobierno en su acercamiento a las potencias centrales y combate la presencia francesa en Túnez. Dirigentes del primer plan son masones, entre los que se encontraban los presidentes del Consejo de ministros: Agostino Depretis, Francesco Crispi, Giuseppe Zanardelli o Michaele Coppino d’Istria. Además, el GOI protagoniza la batalla a reformas sociales, como la implantación del derecho a la cremación o la supresión de la pena de muerte.

Las siguientes presidencias de Ernesto Nathan (18961904, 1917-1919) y del escultor Ettore Ferrari (1904-1917), autor del monumento romano a Giordano Bruno, se traducen en una gran independencia del poder, de ahí la ausencia del GOI -en tanto que asociación no reconocida- en los funerales del soberano Humberto I, asesinado en 1900. Nathan, futuro alcalde de Roma (1907-1913), para quien la masonería es una asociación patriótica que debe contribuir a la educación del pueblo sin ser por ello política, es republicano. Sin embargo, no compromete al GOI en este terreno, a pesar de sostener, en contra del gobierno, el proyecto de asociación entre el capital y el trabajo. En cualquier caso, la entidad permanece prudente en la cuestión religiosa. Un posicionamiento que explica la escisión de una corriente próxima al GODF, que acabó fundando en 1897 un Gran Oriente italiano presidido por Cristoforis. Ferrari, igualmente radical, es más rígido. Llama a los masones a luchar contra la corrupción y a comprometerse en las luchas políticas y sociales, así como por el sufragio universal. Y, además, quiere excluir a los diputados que no votan la enmienda del socialista Bissolati prohibiendo la enseñanza religiosa en la escuela elemental.

Esta politización, junto con el proyecto de fusionar a los masones del rito simbólico con los del rito escocés, provoca la escisión en 1908 de una fracción del Supremo Consejo, creada en torno al pastor Severia Fera, quien recibe el apoyo de los Supremos Consejos de los Estados Unidos. Esta división termina con la creación de una Gran Logia de Italia. El GOI, cuyos efectivos -a causa de su activismo- progresan hasta alcanzar los 17.000 miembros, es combatido por el Partido Católico -debido a su programa laico-, por el nuevo Partido Nacionalista -que le reprocha su pacifismo y su progresismo-, por los republicanos más intransigentes y por el Partido Socialista, el cual, tras haber expulsado a los reformistas -a menudo, masones-, se endurece bajo la presión de Mussolini, que los expulsa con una aplastante mayoría en el congreso de Ancona de 1914.

El GOI, a diferencia de la Gran Logia de Italia, estará en 1914-1915 a la vanguardia de la corriente intervencionista, al lado de la Francia democrática y en contra las potencias centrales. Ferrari llama a “coronar” el Risorgimento con la adquisición de las tierras “irredentas” y a combatir la propaganda “antinacional” de los neutrales. Sin embargo, deberá abandonar sus funciones por no haber defendido suficientemente las ambiciones italianas en el congreso masónico internacional que tuvo lugar en París en 1917. Será reemplazado por Nathan y, después, en 1919, por Domizio Torrigiani, un abogado republicano que afirma que la masonería es revolucionaria. Aprueba, al igual que la Gran Logia dirigida por Raúl Palermi, la marcha de los fascistas sobre Roma. Recordemos que los primeros fascistas son republicanos, anticlericales y antimarxistas, de ahí la presencia en sus filas -a pesar de su violencia- de masones, sobre todo de la Gran Logia. El primer gobierno formado por Mussolini, como en otros precedentes dirigidos por liberales, existen varios ministros iniciados: Aldo Finzi, en Interior; el almirante Thaon de Revel, en la Marina; o Giacomo Acerbo, subsecretario de Estado en la presidencia del Consejo. Sin embargo, una fracción de la masonería es hostil al Partido Nacional Fascista (PNF) y lo combatirá, creando la Liga Italiana de los Derechos del Hombre.

La fusión en febrero de 1923 del Partido Nacionalista -violentamente antimasón- y del PNF, mientras que Mussolini se acercaba a la Iglesia, conduce al Gran Consejo Fascista a votar la prohibición de la doble pertenencia al PNF y a una logia. Los squadristi atacan a los masones y saquean sus templos. El diputado teósofo y liberal Giovanni Amendola es una de sus víctimas. Torrigiani se convierte en opositor y será deportado a raíz de un intento de atentado contra el Duce, mientras Palermi espera -en vano- que su obediencia sea perdonada. El GOI tiene su última sesión el 11 septiembre 1925 bajo el mallete de Torrigiani. Poco después, en noviembre de 1925, la Ley Rocco sobre asociaciones será definitivamente adoptada. En la misma se prohíben las logias. Empero, algunos masones continúan reuniéndose clandestinamente, mientras que otros fundan en Francia un Gran Oriente en el exilio. Entre sus dirigentes: Giuseppe Leti, el exministro Eugenio Chiesa, el antiguo alcalde socialista de Nápoles Arturo Labriola y Alessandro Tedeschi. Hay masones que participan en la Concentración antifascista, así como en el movimiento clandestino Justicia y Libertad, en la guerra de España, en la que el hermano Rondolfo Pacciardi manda la brigada Garibaldi. Después de estos años negros, la vida masónica reemprende actividad, pero la confusión y los conflictos internos o interobedenciales continúan hasta 2016, año en el que los dos Grandes Maestres se reencontraron a iniciativa del autor.

La masonería ha sido siempre combatida, explica Aldo Mola en los capítulos consagrados a las diversas formas de antimasonería (religiosa, política, esotérica y masónica, lo que incluye la conducta penosa de una Gran Maestre). Denuncia la parcialidad de las investigaciones parlamentarias. La última presidida por la demócrata cristiana Rosy Rindi, que concluyó que la masonería, siendo “sostanzialmente segreta”, podía ser acusada de colusión e infiltración, debido a su opacidad. Entre los hechos a destacar concernientes al GOI: la ruptura perjudicial con el GODF, de la que estuvo muy próxima, exigida por las obediencias llamadas regulares bajo el mandato del Gran Maestre, el obispo gnóstico Giornado Gamberini; así como el “affaire” -manipulado por la prensa- de la logia P2, bajo el de Lino Salvini, los dos expulsados por su sucesor Armando Corona. En relación con la Gran Logia de Italia, que padeció escisiones, el hecho más notable es el paso a la mixticidad bajo la iniciativa de Giovanni Ghinazzi.

Por tanto, estamos ante un relato apasionante, ante una obra enriquecida con una cronología detallada, una documentación juiciosamente escogida y diversas ilustraciones.

1Traducido del francés al español por José Antonio Ferrer Benimeli.

Recibido: 25 de Octubre de 2018; Aprobado: 18 de Noviembre de 2018

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