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Revista de Estudios Históricos de la Masonería Latinoamericana y Caribeña

On-line version ISSN 1659-4223

REHMLAC vol.9 n.2 San Pedro, Montes de Oca Jan./Apr. 2018

http://dx.doi.org/10.15517/rehmlac.v9i2.31721 

Reseña

Masones y masonería en la Costa Rica de los albores de la Modernidad (1865-1899) de Ricardo Martínez Esquivel

Felipe SantiagodelSolar1 

1Universidad París Diderot-París 7, Francia, fdelsolar@hotmail.com

El libro que nos entrega Ricardo Martínez Esquivel, director de la REHMLAC+, es fruto de una tesis de maestría defendida en la Universidad de Costa Rica y constituye un aporte sustancial para el conocimiento de la Orden masónica en Centroamérica.

La investigación, da cuenta de un sinnúmero de características comunes que tuvo la masonería en el continente, pero igualmente, nos muestra numerosas particularidades muy bien documentadas las cuales, si bien no desmienten el patrón común que asumió el proceso de implantación de la masonería en América Latina, sí dan cuenta de la complejidad del proceso.

El trabajo destaca por su innovación metodológica. A través de un estudio prosopográfico de los miembros de las diferentes logias que hubo en Costa Rica desde 1865 hasta 1899 (649 en total), va dando cuenta de las trayectorias vitales de los masones y de su participación efectiva en procesos políticos, económicos y culturales. Igualmente, a través de un análisis de redes sociales, analiza los vínculos existentes entre los hermanos de logia, de donde destacan los lazos familiares, ideológicos y sociales.

En términos conceptuales, el trabajo se sitúa en el proceso de construcción de la esfera pública y da cuenta del papel que jugó la Orden en el ingreso de Costa Rica a la modernidad. Por último, el autor combina equilibradamente la cuantificación de datos (siempre bienvenida) con una narración amena, que sin dejar de lado la complejidad del fenómeno, permite una lectura fluida.

De este modo, el autor nos permite “conocer a los masones como personas y en su quehacer como grupo” de tal manera de ubicar el fenómeno “adecuadamente en su contexto” y entenderlo “como un producto de su época”.

Estamos en presencia de una obra relevante para la historiografía costarricense y latinoamericana en general, que se sitúa teórica y metodológicamente dentro de las investigaciones de punta a nivel internacional, aportando nuevo conocimiento a la historia de las elites decimonónicas y de la masonería en particular.

El libro está dividido en cinco capítulos a través de los cuales el autor nos entrega una propuesta de investigación global que luego aplica al espacio costarricense. En el primer capítulo, Martínez desarrolla los orígenes de la masonería europea y su evolución desde los gremios de albañiles medievales hasta el siglo XVIII. Si bien se trata de una introducción general, le sirve al autor como marco referencial para su estudio.

En el capítulo II, desarrolla el ingreso de Costa Rica a la modernidad y como se inserta la masonería en dicho proceso, dando cuenta de los conflictos que enfrentó con la Iglesia católica y las dificultades que tuvo para su consolidación. En el capítulo III, disminuye la escala de observación y analiza las características sociales de los masones, identificando su distribución geográfica, su pertenencia socioeconómica y sus filiaciones políticas. En el capítulo IV, analiza el rol de la masonería en la expansión de la esfera pública costarricense, principalmente en aquellas áreas que le fueron cercanas, como la educación, la beneficencia y la prensa. En el capítulo V, por último, desarrolla el papel de los masones en política, analizando los cargos que tuvieron en los diferentes poderes de la República y su descenso en la dirección del Estado hacia fines de siglo.

Así, la estructura de la obra da cuenta de un esquema analítico que rompe con las típicas narraciones cronológicas y que ofrece, en cambio, cinco capítulos articulados sobre la base de problemas historiográficos. En primer lugar, describe su objeto de estudio y elige una perspectiva de análisis; luego, delimita espacialmente su problema; posteriormente, cuantifica y analiza a su población objetiva; y por último, observa y explica su vinculación en el medio social y político.

A continuación quisiera referirme a algunos aspectos que me parecieron relevantes del libro y sintetizar algunos de los problemas que el autor desarrolla. En primer lugar, quisiera referirme a la relación de la Iglesia católica con la masonería, y subrayar aquellos aspectos particulares que tuvo el fenómeno costarricense; en segundo lugar, voy a referirme a la relación de los masones con la política.

En el primer tema, resulta sorprendente el hecho de que la masonería costarricense haya sido fundada por un sacerdote ¡grado 33!, Francisco Calvo, quien además era canónigo de la iglesia Catedral Metropolitana. Además de Calvo, participaron en las logias cinco presbíteros, lo que es completamente atípico para la época. Si bien conocemos otros casos como los de Colombia y Brasil, lo cierto es que la presencia de sacerdotes masones durante la segunda mitad del siglo XIX, no fue la norma.

El autor nos explica este hecho debido a que “el Estado costarricense fue confesional, y estaba alineado con las políticas vaticanas y sus intereses”, por ende, “la modernidad convivía con la religión católica”. A esto habría que sumarle la existencia de sectores “liberales” o “modernos” entre las jerarquías eclesiásticas, que ayudaron a “suavizar en el imaginario social la condena pontificia”. Vale decir, una parte del clero compartía los delirios antimasónicos de Pío IX y León XIII, y otra no.

A pesar de ello, al parecer las tendencias ultramontanas tuvieron mayor peso entre las autoridades religiosas ya que, al igual que en toda América Latina, recién implantada la masonería comenzó la campaña en su contra, primero a través del pulpito y luego por medio de la prensa. Además, el presbítero Calvo tuvo que renunciar a la Orden en 1876, producto de las presiones eclesiásticas.

En sentido contrario, las elites civiles, entre las que existían masones, impulsaron una política secularizadora de gran intensidad. Así, en 1884 “se decretó el matrimonio civil, el divorcio civil y la educación laica; se secularizaron los cementerios; se derogó el concordato; se prohibieron las órdenes monásticas, las procesiones y el cobro de limosnas y por inhumación de cadáveres por parte de los sacerdotes católicos; y se expulsó al obispo Bernardo Augusto Thiel y a la Compañía de Jesús”.

Como vemos, a pesar de la convivencia entre masones y sacerdotes católicos (liberales), lo que marca cierta excepcionalidad en el caso costarricense, el desenlace tendió a ser más o menos el mismo que en todo el continente: una Iglesia católica que se resistía a la modernidad y a la pérdida de sus atribuciones políticas heredadas del antiguo régimen, y una elite liberal que impulsó políticas secularizadoras con la finalidad de modernizar el Estado. Los masones, desde luego, estuvieron entre los últimos, sin ser los únicos y quizás, como señala Martínez, sin ser los más importantes.

Esto demuestra la complejidad que tuvieron los procesos de secularización. Por una parte, no todo el clero fue ultramontano y por lo tanto no compartía la política pontificia contraria a la modernidad, al liberalismo y desde luego a la masonería. En el caso de los masones, sus miembros no fueron ateos. Como bien describe Martínez, en el caso costarricense eran particularmente creyentes (lo que no es la norma en la época), pero esto no significaba someterse a los designios papales en materia asociativa ni política.

El segundo tema que quisiera desarrollar es el de masonería y política. Tal como mencionamos, Martínez trabajó con un universo de 649 masones. Sin embargo, de estos el 61 por ciento eran extranjeros, vale decir, solo 256 criollos formaron parte de la masonería costarricense en un periodo de 34 años. Como vemos, se trata de un grupo sumamente acotado, el que se restringiría aun más si nos limitáramos a los miembros de la capital del país.

Aquí el autor realiza un ejercicio de desmitificación similar al que ocupó para desacreditar las diatribas eclesiásticas contra los masones. En general, los miembros de la Orden suelen difundir escritos apologéticos que maximizan su papel en procesos sociales y se atribuyen cierto protagonismo que no necesariamente tuvieron. Existe un lenguaje megalómano a la hora de reivindicar sus obras. Sin embargo, sometidos los discursos a la evidencia empírica, los resultados suelen ser bastante más sutiles. Así sucede en el caso de Costa Rica.

Al respecto, el autor sostiene que la masonería fue “un fenómeno burgués, liberal y urbano”, una consecuencia de la modernidad y no una causa. Y efectivamente, así fue.

Costa Rica durante el siglo XIX era un país eminentemente agrario el cual gracias al auge de la industria cafetera logró cierto nivel de desarrollo y se convirtió en un destino atractivo para la migración europea, por ese entonces en expansión. La producción de café fue la fuente de riqueza más importante del país y la base del poder de las elites locales.

En América Latina la masonería se implantó gracias a los procesos migratorios que la importaron y por la acogida favorable que encontró entre las elites locales. Costa Rica en ese sentido no fue la excepción. Los masones extranjeros eran fundamentalmente personas vinculadas al comercio y entre los criollos primaban las profesiones liberales, en particular abogados, usualmente vinculadas el poder político.

Así, la masonería sirvió a los migrantes para insertarse en sociedad local, y a los costarricenses como símbolo de estatus y distinción, lo que les permitía considerarse como “civilizado, culto o moderno”.

Esto explica, probablemente, el impresionante éxito que tuvo en sus primeros años de vida institucionalizada. Así, vemos que entre 1865 y 1868, se asociaron a la primera logia costarricense (Caridad) “el presidente de la República, el presidente del Congreso, el presidente de la Corte Suprema de Justicia, uno de dos ministros, entre el 14 y el 42 por ciento de los diputados, tres de los seis magistrados, el rector de la Universidad de Santo Tomás y todo el Consejo de Gobierno”.

A pesar de que el autor racionaliza estas cifras y las pondera de forma ecuánime, en el sentido de que no representan necesariamente una hegemonía al interior del Estado, aun así, son impresionantes. Agrupar a dicha cantidad de políticos en el poder, independiente de que no actúen al unísono, les brinda una red relacional tremenda. El solo hecho de conocerse o poder interactuar en un ámbito privado con las principales autoridades públicas significa un capital social inmenso para quienes no pertenecían a dichos círculos. Si a eso le sumamos las cifras totales que Martínez posteriormente nos entrega para su periodo de estudio (69 diputados, 16 magistrados, 19 ministros, cuatro presidentes de la República), estamos en presencia de una masonería con una presencia más que significativa en las esferas de poder.

Aun así, y a pesar de lo impresionante de las cifras, el autor destaca que la masonería no logró ser una vanguardia en Costa Rica durante el siglo XIX debido a la inestabilidad política de la época, los conflictos internos y enfrentamientos entre masones, quienes tenían participación en diferentes corrientes ideológicas, y el desencanto que terminó por hacer de la Orden un lugar poco atractivo para las elites políticas, lugar que fue ocupado por los sectores migrantes que terminaron por fundar la Gran Logia de Costa Rica a fines del siglo XIX.

En términos sociales, el autor pondera la presencia efectiva de los masones en tres ámbitos: filantropía, prensa y educación. Al respecto, coincide su análisis con el peso real que tuvieron los masones en política, vale decir, los hermanos participaron en acciones filantrópicas, que es la forma secularizada de la caridad, igualmente tuvieron presencia en la prensa y en la educación, pero esta no fue masiva ni decisiva.

Sin embargo, vale la pena detenerse en uno de dichos ámbitos, la educación, ya que las cifras nuevamente son importantes. De los nueve ministros que hubo en la época, cinco fueron masones, y de los ocho rectores de la Universidad Santo Tomas, la más importante de Costa Rica, seis fueron masones. Inclusive, hubo algunos casos, como los de José María Castro Madriz y Lorenzo Montúfar que fueron tanto ministros como rectores.

Como vemos, el trabajo de Ricardo Martínez Esquivel nos entrega un panorama sumamente interesante de lo que fue la masonería en Costa Rica y cómo esta se vinculó con el medio social y político.

Como toda investigación, cuando es bien realizada, nos deja una seria de interrogantes que serían interesantes de dilucidar. Por ejemplo, ¿cómo fueron las relaciones masónicas internacionales entre Costa Rica, las masonerías vecinas y los grandes centros de poder (Estados Unidos, Francia e Inglaterra)? Si bien el autor nos menciona que en general estuvieron bajo la órbita anglosajona, ¿cómo se explica entonces que la masonería costarricense se comportara como una típica masonería latina (liberal y secularizante)? Igualmente, si el rito más practicado fue el escocés antiguo y aceptado, que por Inglaterra era sumamente mal visto, ¿cómo se explica dicha influencia? Y aún más, ¿cómo se dieron las relaciones entre católicos y protestantes? O si se quiere, entre ingleses y norteamericanos quienes no eran muy favorables hacia los católicos.

En fin, el trabajo que hemos reseñado aporta una perspectiva sugerente respecto a las relaciones de la masonería con la sociedad. Sirve igualmente como modelo de análisis, ya que permite cuantificar y desmitificar cierto tipo de verdades institucionalizadas a través de los discursos.

A pesar de que en Costa Rica la masonería no fue un actor decisivo en los procesos de modernización, sino más bien, hizo suyas las ideas liberales y se sumó al proyecto de secularización, estuvo presente en aquellos ámbitos que apelaban al cambio, y aunque su aporte haya sido modesto, se alineó con la modernidad.

Si bien la masonería costarricense tuvo un sinnúmero de particularidades, en términos generales, respondió a las mismas dinámicas que se dieron en América Latina: se desarrolló desde mediados del siglo XIX, su implantación se logró durante los procesos de construcción nacional, bajo regímenes liberales y con una importante presencia de extranjeros, encontró una descarnada resistencia por parte de las iglesias locales y asumió las banderas de lucha de la masonería latina: republicanismo, laicismo, separación de la Iglesia católica y el Estado, libertad, igualdad y fraternidad.

Recibido: 05 de Octubre de 2017; Aprobado: 22 de Noviembre de 2017

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