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Comunicación

On-line version ISSN 1659-3820Print version ISSN 0379-3974

Comunicación vol.32 n.2 Cartago Jul./Dec. 2023

 

Articles

Corregir lo ambiguo: discursos sobre la ambigüedad en los científicos del género y en los grupos conservadores

Correcting the Ambiguous. Discourses on Ambiguity in Gender Scientists and Conservative Groups

Paula Sequeira Rovira1 

1Universidad Nacional.

Resumen

El presente artículo busca llamar la atención sobre la importancia de volver la mirada hacia la ambigüedad como un concepto que ha servido para producir la categoría de género, para rehabilitar a quienes se alejan de estándares dicotómicos o para reclamar la eliminación de la perspectiva de género. El documento analiza las ideas sobre lo ambiguo manejadas por los primeros científicos que teorizaron sobre el género y las contrasta con las utilizadas por grupos conservadores cristianos para referirse a la ideología de género. Los documentos revisados parten del análisis crítico del discurso (ACD). El artículo tratará de mostrar cómo el discurso médico y el conservador han planteado lo ambiguo como la razón para normalizar los cuerpos y las subjetividades de las personas. Si bien pareciera que son dos corrientes de pensamiento muy separadas, presentan muchas similitudes porque se sustentan en la creencia de que es necesario corregir la ambigüedad para calzar en patrones dicotómicos de normalidad. En las conclusiones se retoma la figura del zombi como una metáfora que puede utilizarse para unir los dos pensamientos en relación con sus ideas de normalidad y naturaleza.

Palabras-clave: Género; cuerpo; subjetividades; feminismo; sexualidad; medicina; conservadurismo

Abstract

This article aims to highlight the importance of looking at ambiguity as a concept that has been used to produce the gender category, to restore those who move away from dichotomous standards, or to demand the elimination of the gender perspective. The paper analyzes the ideas about ambiguity that early scientists theorized about gender and contrasts them with those used by conservative Christian groups to refer to gender ideology. The reviewed documents are based on critical discourse analysis (CDA). The article will try to demonstrate how medical and conservative discourse has proposed ambiguity as the reason for normalizing people’s bodies and subjectivities. Although they appear to be two separate schools of thought, both have many similarities because they are based on the belief that it is necessary to correct ambiguity to fit into dichotomous patterns of normality. The figure of the zombie appears again in the conclusions as a metaphor that can be used to link the two thoughts concerning their ideas of normality and nature.

Keyword: gender; body; subjectivities; feminism; sexuality; medicine; conservatism

Introducción

La ambigüedad es un tema consustancial al estudio del género. Independientemente de la atención que este concepto haya recibido por parte del feminismo, esto no debería impedir recordar los discursos producido por quienes, por medio de la psiquiatría o la psicología, buscaron atender, describir o rehabilitar aquellos cuerpos y mentes que fueron asociados a características de indeterminación. Figuras como John Money, Robert Stoller o Harold Garfinkel se comprometieron mediante sus reflexiones a normalizar a quienes se distanciaron de una presentación en apariencia clara sobre su sexualidad, su sexo o su género. Aquellas personas que controlaron bajo la mirada analítica y que llamaron a sus consultorios o a sus centros de investigación eran, no por casualidad, homosexuales, hermafroditas, transexuales o travestis. En sus diagnósticos se mostraron especialmente interesados en proponer medidas correctivas para cuerpos que viraron el ángulo recto prometido por la ciencia para el desarrollo de cualquier individuo normal.

Si bien ha habido sectores del feminismo interesados en los problemas de lo ambiguo como un concepto que problematiza el género (Bornstein, 2016; Butler, 2011; Halberstam, 2008; Preciado, 2006), el acento que le otorgaron muchas teóricas al estudio de esta categoría no vio la indeterminación como centro medular de cuestionamiento o de introspección. Por mucho tiempo, la mirada de reflexión estuvo más ligada a las maniobras restringidas que delimitaban la vida de las mujeres en temas de sexualidad, subjetividad, familia o economía (Lagarde, 2015; Friedan, 2009; Millett, 2010; Pateman,1995). Curiosamente, aunque el género fue producido mediante el reflejo de la anormalidad y por tanto de lo ambiguo, con el tiempo estas ideas fueron difuminándose de muchos relatos feministas. De hecho, no faltan textos que, olvidando esa historia medicalizada, propongan que la invención del género fue producto del propio movimiento feminista (Cobo-Bedia, 2018; Connell y Pearse, 2018; Gómez-Grijalva, 2014).

Y aunque puede ser oportuno analizar los diferentes significados de la palabra ambigüedad dentro del feminismo o los diálogos que esta propuesta teórica ha tenido con Money o Stoller (Ciccia, 2022), lo cierto es que las reflexiones del presente documento se desarrollarán en otro sentido. Este artículo intenta, conectar dos pensamientos que a primera vista no parecen tener relación alguna, pero que acogen lo ambiguo como el centro de sus discursos, tales como el expresado desde la segunda parte del siglo XX por los científicos que produjeron los primeros significados sobre el género y, por otra parte, las ideas formuladas por los grupos conservadores ligadas a la “ideología de género”. De esta manera, el objetivo teórico del presente artículo es analizar y contrastar los significados asociados al concepto de ambigüedad por ambos sectores. Como se verá más adelante, las visiones que han manejado unos y otros poseen más semejanzas que diferencias, precisamente porque los dos defienden un interés por lo ambiguo y por la normalidad. Así, este trabajo trata de mostrar cómo las ideas iniciales y las actuales sobre lo ambiguo no deben ser olvidadas ni menospreciadas por quienes se interesan en la categoría de género, ya que muestran, no solo la razón de su origen, sino también las justificaciones de su eliminación. En la parte final se recurrirá a la figura del zombi como un mediador entre ambos discursos, pero sobre todo como una metáfora para trascender la lógica dicotómica que mira a la ambigüedad como un problema al que hay que intervenir para “enderezarlo”. De hecho, el sujeto ambiguo y el zombi comparten no sólo características de indeterminación, una mirada de ambos como monstruosos sino también algunos comentarios que han producido teóricos de uno y otro espectro para aludir a diversos problemas.

Metodología

La metodología de este artículo se basó en el análisis crítico del discurso (ACD) de algunos de los textos que otorgaron realce a la noción de ambigüedad dentro del campo médico posterior a la segunda mitad del siglo XX y otros documentos más actuales escritos por ciertos grupos conservadores sobre la ideología de género. Para ello, se entiende que este recurso es “una perspectiva, crítica, sobre la realización del saber” (Van Dijk, 2003, p. 144), la cual posibilita el cuestionamiento de las prácticas discursivas presentes en las sociedades. Más que plantear la existencia de discursos verdaderos o falsos, el ACD examina la producción de estos conocimientos, así como las relaciones que se tratan de establecer por medio de ellos. Además, plantea que la creación de sentidos no se hace nunca en el vacío, sino que responde a una configuración particular de poderes (Foucault, 2005; Jäger, 2003; Van Dijk, 2003).

Para la investigación, se revisaron algunos textos escritos por John Money y Robert Stoller, quienes, por primera vez, utilizaron las nociones de rol de género e identidad de género, respectivamente. En dichos documentos, se enfatizaron las referencias a la ambigüedad de sus “pacientes”, quienes buscaron su apoyo o que fueron remitidos por sus familiares. Puesto que el análisis crítico de discurso está interesado en comunicaciones verbales, escritas y de otro tipo de materiales (Van Dijk, 2003), se revisaron y describieron algunas fotografías que aparecieron en los libros de John Money sobre los sujetos bizarros, las cuales evidenciaban las correcciones realizadas o aquellas que debían producirse para conseguir estándares de normalidad definidos por el cuerpo médico. La elección de estos autores no es casual, sino que se dio porque ellos iniciaron las teorizaciones sobre la categoría de género retomadas luego por el movimiento feminista.

En el caso de los textos revisados y que proponen una línea cristiana conservadora, se trató de clasificar las formas en que más comúnmente han planteado la asociación del género con un influjo de ambigüedad. Se utilizó el término de “científicos del género” para agrupar a los médicos, psiquiatras, psicólogos o sociólogos como John Money, Robert Stoller o Harold Garfinkel, que teorizaron sobre esta categoría desde la década de 1950. En el otro caso, se agruparon las visiones pronunciadas sobre la ideología de género en “grupos conservadores” o “sectores conservadores”. Este documento trata de responder a las siguientes preguntas: ¿por qué es importante recordar las alianzas entre el género y la ambigüedad?, ¿bajo qué características de la personalidad, del cuerpo o de otra situación particular es que ambas perspectivas fundamentan el influjo de lo ambiguo sobre las personas?, ¿cómo explicar el interés de las dos corrientes teóricas sobre la ambigüedad?, ¿qué recomendaciones propusieron ambos grupos para aminorar los rasgos de aquello considerado como indeterminado?

La ambigüedad para la medicina y la teorización del genero

Los científicos que propusieron el concepto de género como una noción importante a tomar en cuenta tuvieron siempre presente el tema de lo ambiguo. Esto, por supuesto, no fue una casualidad. Su mirada estuvo fijada sobre el sujeto bizarro, que les proveyó seguridad para incrustar la ansiada “normalidad”, la cual se sintieron en absoluta responsabilidad de proteger. Sus hallazgos no dejaron nunca de traer a colación a estos individuos a los que se les debía enderezar. Es más, se les propuso una y otra vez como el espejo que se debía mirar para evitar su imitación y para, luego de una serie de procedimientos correctivos, lograr reflejar el camino equilibrado de lo saludable.

En realidad, sucedió que su incursión a las discusiones sobre roles e identidades supuso una serie de hipótesis que fomentaron la vigilancia, el examen y la fiscalización constante de la otredad bizarra. Todo esto avivó la protección de los cuerpos y las subjetividades normales desde la aprobación de la mirada médica. Es decir, de aquellos sujetos que mantuvieron una clara distinción de la apariencia concordante con los caracteres sexuales secundarios y primarios, y que a la vez cumplieron roles más o menos similares: maternidad y gusto monogámico hacia los hombres para las mujeres, en contraposición de varones heterosexuales, sexualmente activos y proveedores de las necesidades materiales del hogar.

El psicólogo John Money, uno de los padres de los significados del género (posteriormente retomados por la teoría feminista), comprendió a la perfección el papel de la ambigüedad en la construcción de este concepto. No es casual que la indeterminación apareciera de forma recurrente en sus escritos. Asimismo, algunos de sus textos apelaron a dibujos o fotografías de cuerpos que se apartaron de las diferencias naturales entre lo que se reconocía como un hombre o una mujer (Money, 2002; Money y Ehrhardt, 1982). Money y los diversos colegas con quienes coescribió varios de sus libros no se cansaron de presentar ilustraciones de lo que consideraron eran, literalmente, “errores sexuales” (Money, 2002). De esta manera, las fotografías de los humanos que aparecieron en sus obras fueron de dos tipos. Por una parte, estaban las que mostraban acercamientos de los genitales con leyendas explicativas que alertaban sobre detalles discordantes o que acentuaban el papel del médico y/o psicólogo con el fin de iniciar un proceso somáticocorrectivo. Así, la lente de la cámara fijó su atención en mostrar “anomalías” o descripciones de un inventario de vocablos como “micropene”, “agrandamiento clitorideo”, “demasiado corto”, “pene hipospádico muy pequeño”, “malformación congénita”, “masculinización incompleta”, entre otras clasificaciones patológicas o que dieron cuenta de la irregularidad de la dicotomía estandarizada. En ocasiones, el énfasis de las láminas se hizo con dedos anónimos que abrieron la piel de sujetos bizarros/monstruosos para destacar la anomalía genital. Muchas de las fotografías fueron de adultos, aunque también existieron otras que correspondieron a bebés o infantes.

Un segundo grupo de retratos incluyó los que mostraron el cuerpo entero o medio cuerpo de personas desnudas. Usualmente, fueron tomados detrás de cuadrículas con centímetros que mostraron a niños, niñas y adultos con sus manos extendidas y alejadas del cuerpo. Un círculo negro que se posaba sobre el rostro se utilizó para conferir anonimato a aquellos individuos que se habían acercado a consultar sobre síndromes congénitos, hemafroditismo o quienes siendo trans habían recurrido a operaciones y uso de hormonas para modificar su aspecto físico. Todas las imágenes fueron publicadas en blanco y negro, y los textos nunca referenciaron si estas personas habían consentido aparecer en las publicaciones que posteriormente se distribuyeron, al menos, en los idiomas de inglés y castellano. Otros documentos de Money, si bien no mostraron fotografías, también se interesaron por hacer descripciones o detallar sobre diversas parafilias (Money, Wainwright and Hingsburger, 1991; Money and Tucker, 1976).

Para el caso de este psicólogo, la imprecisión del género o del sexo estuvo muy presente también en las crónicas reflexivas que realizó a lo largo de su vida profesional. En los años setenta recalcó la necesidad de establecer líneas sociales claras que debían marcar un rumbo ordenado para todas las personas. Así, Money supuso la urgencia de una sociedad en la que los modelos de conducta no fueran “demasiado rígidos”, pero tampoco “amorfos”, pues esto último supondría que no podrían generar “los medios necesarios de cooperación y pronto se desmoronaría” (Money and Tucker, 1976, p. 10). Aunque lo indefinido se convirtió en la especificidad de la población hermafrodita, esto también fue una metáfora de la experiencia de la vida confusa y sin límites de la que debían apartarse. En la descripción de los casos de dos sujetos con genitales ambiguos, determinó que la reasignación del sexo exitosa se llevó a cabo con más facilidad precisamente porque “habían mantenido ambiguas sus identidades de género a lo largo del período crítico” en el que dichas identidades se habían conformado (Money and Tucker, 1976, p. 107). Aunque pueda sonar extraño, en estas situaciones tanto la ambigüedad corporal como la ambigüedad psicológica ligada a la masculinidad o a la feminidad fueron determinantes para regular un camino dicotómico conocido y avalado por la ciencia médica.

Para “ayudar” a estos sujetos cuyas fronteras no estaban completamente delimitadas, los científicos del género construyeron espacios asépticos de análisis y reorientación, en los que el Dr. Money era un pionero: “Si nunca ha oído de una clínica de identidad de género, usted no está solo” (Money and Tucker, 1976, p. 14). Como él mismo lo mencionó en diversas ocasiones, el que se hubiera abierto la primera de esas clínicas en 1966, de la mano del Hospital John Hopkins, había tenido lugar gracias a que él era uno de sus cofundadores. Dentro de la clínica, en la Unidad de Investigación Psicohormonal, era donde “niños con defectos de los órganos sexuales y homosexuales”, y los “transexuales y travestis eran tratados”, (Money and Tucker, 1976, p. 14). A partir de esa fecha, espacios similares comenzaron a multiplicarse por Estados Unidos y el mundo (Money and Tucker, 1976), esto sugiere un interés creciente en la investigación sobre la ambivalencia corporal y psíquica por parte de una estructura médica internacional. Todo un conjunto de sujetos “raros” y desadaptados cruzaban la puerta de estas clínicas, solos, o de la mano de padres, madres o cuidadores con la esperanza de encajar en la sociedad y poder encauzar de la mejor forma sus vidas. Los sujetos ambiguos, desadaptados, bizarros y anómalos fueron diseccionados por la maquinaria racional médica y psicológica para tratar de corregir sus cuerpos monstruosos, al sugerirles un sexo y un género concordante. De acuerdo con Repo (2013), aunque existían prácticas quirúrgicas correctivas para sujetos ambiguos desde la década de 1930, estas se hacían considerando principalmente “el sexo genético” (2013, p. 233). Sin embargo, Money propuso que esta normalización del cuerpo y la sexualidad de estos infantes también debía considerar el género (2013, p. 233).

Otro de los médicos que estuvo profundamente vinculado a este tipo de análisis fue el psiquiatra Robert Stoller, quien utilizó por primera vez el término de identidad de género en los años sesenta. Stoller también puso su atención en buscar corregir a las personas que no cumplieron de forma cabal con el ideal de la dicotomía sexual o de género. En uno de sus textos, contó cómo llegó a interesarse por este campo de estudio en la Universidad de California. Como él mismo lo confirmó, el tema de lo trans “me parecía poco interesante” y, refiriéndose a un sujeto que conoció y que gustaba ponerse ropas femeninas, señaló que simplemente “no lo encontré más que como un pervertido” (Stoller, 1985, p. 3). Sin embargo, cuando junto a él apareció un individuo con “apariencia natural” (Stoller, 1985, p. 4), este psiquiatra quedó impactado por no poder advertir que ese hombre alguna vez había sido asignado y criado como mujer. Este caso y otro de un “pseudohermafrodita masculino” (Stoller, 1985, p. 4) hicieron que él dedicara su vida a estudiar a sujetos ambiguos, con lo cual se convirtió en otro de los importantes referentes en el inicio de los estudios del género.

La estructuración dicotómica estandarizada de los cuerpos hizo que Stoller utilizara descripciones como personas severamente aberrantes (Stoller, 1985, p. 1), “extrañeza” (bizarreness) (Stoller, 1985, p. 4), “severas anormalidades de masculinidad y feminidad” (Stoller, 1985, p. 5), “chicas género-aberrantes” (Stoller, 1985, p. 6), “niños género-aberrantes” (Stoller, 1985, p. 26), “apariencia ambigua” (Stoller, 1984, p. 32), entre un largo etcétera de terminología similar. Sus conclusiones sobre estos sujetos (entre los que incluyó a un variado espectro trans, personas homosexuales o fetichistas) le sirvió no solo para teorizar sobre los individuos abyectos, sino también para sacar conclusiones hacia el género de cualquiera: “Estudiando a estas personas, vi como las relaciones tempranas madre-infante contribuyen a parte de la masculinidad y feminidad original en todos nosotros” (Stoller, 1985, p. 28). Es decir, la abyección no fue simplemente una anormalidad que corregir. Fue más bien el centro de atención que reflejó y dio forma a lo normal. El género aberrante fue el foco que iluminó el género normal y otorgó las pautas de lo que terminó por convertirse en lo correcto, lo completo o lo estándar. Para este psiquiatra, otra forma usual de teorizar sobre la ambigüedad se produjo a través de la vivencia de la sexualidad. En uno de sus escritos y bajo las referencias teóricas de Freud, Stoller se interesó por diferenciar entre la “bisexualidad biológica” y la “bisexualidad psicológica”. La primera fue producto de sus estudios con personas intersexuales, y que lo avalaron a hablar de “pene normal”, “clítoris normal”, o “cantidad apropiada de andrógeno”, etc. (Stoller, 1974, p. 345). En el caso de la segunda, se basó en sus vivencias con pacientes transexuales, travestis u homosexuales, quienes habían desviado su camino debido a influencias de los deseos confusos de sus progenitores. Sin embargo, el acento principal se dio hacia la madre de estos sujetos, quien fue asociada en muchos aspectos con características masculinas o ambivalentes. En su argumentación, Stoller entendió que la identificación por parte de los hombres con la masculinidad y las mujeres con la feminidad no era una tarea sencilla. De hecho, ponía el acento en “lo complicado y ambiguo que es este proceso de desarrollo” identitario (Stoller, 1974, p. 355).

Para Stoller, la ambigüedad era la causante de todo tipo de confusiones. No solo referidas al orden somático, sino también al orden de lo psicológico de los “pacientes sin anormalidades biológicas” (Stoller, 1984, p. 87). De hecho, esta fue la clasificación que él mismo propuso para su famoso texto Sex and Gender: en el orden de su libro, hizo una separación entre quienes tenían “defectos” corporales congénitos y quienes no. En el primer grupo estaban los casos que presentaban anomalías como el hermafroditismo o quienes mostraron síndromes cromosómicos. Allí, la ambigüedad fue parte fundamental de la forma de definirles y la razón por la que estos individuos o sus familias buscaron asesoramiento especializado en estas clínicas de género. En el segundo grupo, Stoller definió que era un cierto tipo de ambigüedad la que había causado a los sujetos homosexuales, travestis o trans. En ellos, Stoller recalcó el problema que supuestamente experimentaron los niños varones criados por madres masculinas y bisexuales, quienes vestían a sus hijos con ropas femeninas, que alentaron en ellos conductas no masculinas y que los estrujaron todo el día contra sus cuerpos. A menos que fuera demasiado tarde y que quien consultaba fuera un adulto, el tratamiento diseñado por estos especialistas para iniciar cuanto antes buscó eliminar todo rastro de esta ambigüedad y lograr que el niño pudiera cortar el vínculo estrecho con la madre, que el padre pudiera estar más presente y que el infante lograra desear aquello que estaba relacionado con la masculinidad tradicional.

Tanto Money, Stoller y el mismo Garfinkel fueron creyentes de la existencia de solo dos sexos (Garfinkel, 2006; Money, 2002; Stoller, 1984). Así, la medicina, la psiquiatría, la psicología y hasta la sociología contribuyeron a fomentar el temor hacia cuerpos o psiquis que no fueran absolutamente claros en los esperados estándares de la dicotomía. Aunque con el pasar del tiempo, el pensamiento conservador trató de alejarse lo más posible de aquello que consideró proveniente de la teoría de género, su distanciamiento es solo relativo. Sus preocupaciones por la supuesta confusión psicosomática causada por la llamada ideología de género han propuesto una alarma sobre las nefastas consecuencias provocadas por la perpetuación de la ambigüedad. Seguidamente, se retomarán algunos de estos presupuestos.

El conservadurismo cristiano revive la ambigüedad

Como se mencionó, la ambigüedad, tan importante para los científicos del género y que justificó la modificación de los cuerpos y las mentes de aquellas personas consideradas como anormales, continuó siendo el soporte central para criticar el propio género y para buscar estándares de comportamientos dicotómicos en términos de masculinidad y feminidad. No es un detalle menor que décadas posteriores a que Money y Stoller pusieran sus ojos sobre el género bizarro, otro tipo de sectores ligados al conservadurismo cristiano posicionaron con fuerza las alertas por las nefastas implicaciones que podrían alterar la mente de las personas y que supuestamente se desprendía del mismo género. Como aclaración para iniciar esta sección, el presente texto no considera que los documentos conservadores reaccionen a los científicos del género como una especie de linealidad argumentativa entre ambas posiciones. Es más, los ataques hacia las posturas progresistas proponen sobre todo al feminismo como uno de los pilares de producción de sociedades ambiguas. Sin embargo, suelen referirse a un feminismo particular ligado al marxismo y centrado en discursos que cuestionan la dicotomía entre el sexo y el género (Márquez y Laje, 2016) y que en los años noventa, también se le llamó de forma peyorativa como “feministas de género” (Sommers, 1995) a quienes proponían como medular este concepto. Esta sección busca recalcar que tanto los científicos del género como los grupos conservadores han tenido como centro importante de reflexión a la ambigüedad. Y aunque en principio parezca que su visión sobre el género sea contrapuesta, como se verá más adelante, ambos sectores muestran similitudes interesantes de analizar.

Cuando en los años noventa los discursos del género establecieron su popularidad y fueron adscritos por organismos internacionales, diversos colectivos conservadores comenzaron a asociar este término con la imposición de ideas perjudiciales que intentaban desestabilizar la naturaleza humana y orquestar una sociedad sin límites morales y sexuales (Sequeira-Rovira, 2019). El libro ampliamente citado de Dale O’Leary (2007), y que fue escrito a finales de la década de 1990, es un buen ejemplo de ello. Sus narrativas se fueron construyendo en torno a la idea de que sectores poderosos estaban interesados en instaurar una inestabilidad in crescendo de conductas nocivas que afectarían a cualquiera, pero que se ensañaría con mayor dureza sobre las personas menores de edad. La batalla del bien contra el mal propuesto por los conservadores cristianos presentó la ambigüedad como una lacra de la que se debía separar a las personas lo más pronto posible, apoyados por el resguardo de valores cristianos y las visiones que la ciencia había establecido sobre la naturaleza humana.

Aquí, el término preferido para condensar estas asociaciones es el efectivo recurso retórico de la ideología de género, que bajo su asociación ha permitido abrazar la incorporación de casi cualquier conducta que se considere como retorcida dentro de la escena pública o privada. No está de más decir que este tipo de expresiones se encuentra cada vez con más frecuencia en diversos escenarios que han trascendido los espacios religiosos, por ejemplo, las discusiones sobre la educación sexual, las políticas públicas o los planteamientos realizados por líderes políticos electos de forma democrática en muchos países americanos y europeos (Faur y Viveros-Vigoya, 2020). Tan significativa resulta la ambigüedad para estos colectivos que el texto de más de mil páginas titulado Lexicón. Términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas (Consejo Pontificio para la Familia, 2007) ha sido editado varias veces. Este recoge y explica más de cien palabras, que supuestamente contienen la imprecisión para buscar confundir a la ciudadanía. En el documento se analizan conceptos tales como uniones de hecho, naturaleza humana, educación sexual, homofobia, interrupción voluntaria del embarazo, familia ampliada, homoparentalidad, discriminación de la mujer, eutanasia, salud reproductiva, sexo seguro y, por supuesto, género.

La premisa de Lexicón gira alrededor de la necesidad de combatir el hipotético propósito internacional que se produjo al tratar de desorientar a las personas mediante términos poco claros. Bajo este contexto, se supone que corrientes como la feminista tienen la finalidad de generar un camuflaje de la verdad que se base en, por lo menos, tres acciones: en primer lugar, “evitar lo sorprendente”, en segundo lugar “endulzar la expresión” y finalmente “evitar un rechazo casi instintivo” (LópezTrujillo, 2007, p. 7). Así, el texto considera que los términos ambiguos se presentan ante la ciudadanía como más adecuados, como propulsores de los derechos humanos y como no discriminatorios, aunque esto sea todo un engaño. Supone, además, que el ardid hacia las personas se produce gracias a su ignorancia, su falta de malicia o la poca educación que han recibido.

Existen varios tipos de ambigüedad que les llaman la atención y que de cierta manera relacionan con el género. Una primera forma está concentrada en la ambivalencia somática, que, aunque no es tan importante como lo fue para los científicos reseñados, sí les es útil para asegurar la existencia de una dicotomía sexual pensada como natural. Sin embargo, pocos documentos retoman con detalle las descripciones de personas intersexuales o con síndromes como el de Klinefelter o el de Turner, que estuvieron entre lo trabajado por Money y Stoller. Quizá esto se debe a que quienes los escriben no son cercanos a esta terminología médica o porque no interesa cuestionar la diversidad de posibilidades en cuanto a genitales, hormonas o cromosomas que puedan lograr un debilitamiento en los conceptos de “hombre” y de “mujer”. A pesar de ello, un texto que sí lo retoma se encuentra en el documento titulado “Bases biológicas de la identidad sexual” (Vélez-Fraga, 2021). Como también lo hicieron Money y Stoller, el artículo establece la máxima que abarca toda la redacción del texto: “La humanidad está conformada por hombres y por mujeres” (Vélez-Fraga, 2021, p. 21). Así, lleva a sus lectores a navegar entre conceptos como sexo, identidad o disforia de género. El documento no desconoce a John Money4 , de hecho, es parte de las referencias que recoge como uno de los interesados por resaltar “las distintas alteraciones del dimorfismo sexual” (Vélez-Fraga, 2021, p. 22) y por haberse interesado por modificar el sexo de las personas desde los años sesenta.

Sin embargo, por su apego a la “biología”, Vélez-Fraga estableció (como lo hicieron los científicos Stoller y Money) algunas alteraciones sexuales, entre las que resaltó los genitales ambiguos (Vélez-Fraga, 2021, p. 35). Para estas situaciones, la autora, quien también es médica, recomendó que: “Este tipo de síndrome requiere un adecuado diagnóstico y tratamiento de las distintas esferas afectadas” (Vélez-Fraga, 2021, p. 34). Asimismo, el documento planteó que, ante las situaciones denominadas en términos patológicos como disforia de género, la “reasignación del sexo” no es “la opción más adecuada” (Vélez-Fraga, 2021, p. 36). Lo anterior se justifica toda vez que consideró que quien busca un procedimiento como el anterior, en realidad, posee una “alteración cerebral”, la cual es la verdadera causante de su solicitud (Vélez-Fraga, 2021, p. 36).

Un segundo tipo de ambigüedad se relaciona con el lenguaje que propone la perspectiva de género. Desde estas visiones, el feminismo, grupos de izquierda o diversos organismos internacionales están interesados por proponer un mundo con coordenadas de indeterminación absoluta. Parte de esto se pretende lograr a través de los términos que se vuelven populares en las sociedades actuales. En palabras de la teóloga Jutta Burggraf: “Utilizan un lenguaje ambiguo que hace parecer razonables los nuevos propuestos éticos” (Burggraf, 2004, p. 12). Así, una idea recurrente está ligada a la producción de un sistema nebuloso que obscurece la verdadera constitución de las personas, lo que hace posibles comportamientos desligados de la moral cristiana: “Cualquier actividad sexual resultaría justificable” (Burggraf, 2004, pp. 10-11). Desde esta perspectiva, la ambigüedad que supuestamente se buscaba imponer termina por convertirse en la norma cultural para validar cualquier conducta o práctica.

De esta manera, se supone que, bajo alegatos propuestos a la ciudadanía mediante artimañas engañosas, sectores feministas, de izquierda u organismos poderosos con influencia internacional buscan legitimar todo tipo de posibilidades, que antes estaban establecidas de forma clara como nefastas, delictivas, pecaminosas o antinaturales. Esta legitimación supuestamente se hace bajo “un lenguaje edulcorado con eufemismos estudiados y ambigüedad deliberada” (Neville, 2007, p. 706). Lo anterior refleja la misma lógica detrás del Lexicón (Consejo Pontificio para la Familia, 2007), que estableció lo inadecuado de ciertas expresiones desarrolladas por “la ideología del progreso” y con la hipotética intención de crear una “ingeniería del lenguaje” para confundir a las personas (Neville, 2007, p. 706).

Una tercera forma de ambigüedad remite a aquella que puso su atención en alterar la psiquis de cualquier individuo, en especial, la de las personas menores de edad. Esta inquietud implica una confusión mental que potencialmente desencadenaría conductas sexuales variadas y que hoy son contenidas por la religión, la moral, la jurisprudencia, la recriminación social, etc. En este sentido, existe un interés, tal y como les sucedió a los científicos del género, por resaltar las aberraciones (Alzamora-Revoredo, 2007, p. 604) de todo tipo y que muchas veces ligan a las vivencias y prácticas de la comunidad LGBTQI. Suponen que desde los estados hasta los grupos particulares están interesados en promover una educación sexual que favorezca “la sexualización de niños y adolescentes” (Kuby, 2017, p. 183). Así, especulan que el género o, en sus palabras, la ideología de género provoca modificaciones significativas en la forma de valorar las conductas sexuales. De acuerdo con Neville (2007), existe un “ambicioso proyecto” por legitimar, mediante la categoría de derechos, todo tipo de entornos con la aceptación de “comportamientos sexuales licenciosos y desinhibidos” (Neville, 2007, p. 706), multiplicidad de familias o aborto libre para cualquier mujer. Desde sus perspectivas, esto generaría una confusión mental severa sin garantías de poder regresar a los valores asociados a la moral cristiana.

Una cuarta ambigüedad se relaciona con la posibilidad de un manejo indistintamente intercambiable entre los roles masculinos o femeninos. Si se supone que la naturaleza intrínseca de los hombres y las mujeres determina sus acciones, entonces las profesiones que se buscan, y los intereses de unos y otras también estarían ligados a lo que proviene por influjo del nacimiento. Estas perspectivas plantean que la ideología de género estaría interesada en provocar una modificación antinatural de dichas expresiones. Así, especulan que grupos feministas, de izquierda o similares “tienen la esperanza” de provocar sociedades donde las actuaciones que realicen los individuos sean “‘andróginas’, por lo que la distribución del trabajo será igual y neutral desde el punto de vista del género” (Vollmer, 2007, p. 838). Estas son unas de las razones por las cuales se teme a este tipo de posturas: porque aparentemente proponen discursos que se alejan de los principios cristianos de verdad y porque desvían el camino de la naturaleza humana, con lo que provocan alteraciones insospechadas de un mundo indeterminado.

La ambigüedad a la balanza

Habiendo visto las problematizaciones señaladas, no se puede alegar que las ambigüedades planteadas por los científicos del género o los sectores conservadores sean las mismas, pero tampoco que son absolutamente separadas. Si el género rige la centralidad de sus argumentaciones, las preocupaciones por lo ambivalente no es realmente una sorpresa. En esta revisión se puede hablar de algunas semejanzas entre ambos sectores analizados. Primero, para unos y para otros la ambigüedad fue producida como un problema central en la reafirmación de la normalidad. Sin embargo, mientras que para los científicos del género esta tenía matices dependiendo de si era psicológica o corporal, en el caso de los grupos conservadores es mucho más relevante la ambigüedad psicológica, la que proviene del lenguaje y la que no ofrece seguridad sobre los roles, trabajos o acciones que plantean como propios de los hombres o de las mujeres. En segundo lugar, ambos establecen la existencia de solo dos sexos. A pesar de que la ambigüedad sexual podía poner en duda la dicotomía absoluta que suponía la existencia de solo hombres o mujeres, esta situación reafirmó la diferencia que se leyó con bases biológicas.

En tercer lugar, el género fue pensado por ambos sectores como un hecho con raíces biológicas. A diferencia de las posturas feministas que a partir de los años setenta expresaron la diferencia entre sexo y género, los científicos del género hablaban de una “fuerza biológica” que explicaba ciertos aspectos de la identidad de género (Stoller, 1984). Algo similar sucede con los grupos conservadores no solo cuando sugieren que “el problema surge cuando se desprecia la biología” (Trillo-Figueroa, 2021, p. 68), sino cuando en ocasiones se trata de explicar qué se entiende por género, y siempre terminan volviendo la mirada a una supuesta masculinidad y la feminidad natural (Varela, 2016). En cuarto lugar, otra semejanza es el protagonismo que ambos le dan a las madres y a los padres de familia en aras de limitar cualquier ambigüedad subjetiva. Los científicos del género como Money y Stoller plantearon que una de las razones principales por las cuales un hombre se podía sentir atraído por otros hombres, o la explicación del porqué podía usar ropajes femeninos o solicitara un cambio de sexo era la relación enfermiza con las madres sobreprotectoras, y el abandono físico y emocional de los padres ausentes (Stoller, 1984). Si bien los grupos conservadores han afirmado lo nefasto que resulta la poca claridad del rol del padre (varón) para los hijos (Calvo-Charro, 2021, p. 122; Kuby, 2017, p. 396), lo cierto es que la familia (nuclear) se presenta como el centro de protección de las personas menores de edad ante las influencias perniciosas de quienes siguen el género como ideología.

En quinto lugar, ambos sectores intentaron poner el acento en la descripción de casos ambiguos y extraños. Los ejemplos descritos por los científicos del género colocaban en primer plano a personas bizarras que debían corregir. Uno de los casos más llamativos fue el de la señora G, quien fue tratada por años por Stoller para convencerla de que el pene interno que creía poseer era en realidad un engaño de su cabeza (Stoller, 1997). Por otro lado, para los sectores conservadores ha sido importante resaltar las consecuencias de la ideología de género mediante ejemplos que hacen sobresalir la existencia de personas que se consideran a ellas mismas como un perro o desean tener aletas de pescado implantadas en el cuerpo (Fernández-De la Cigoña, 2021, p. 55), o eventos de matrimonio de un hombre con una perra (Márquez, 2016, p. 202). Una última semejanza es que ambos grupos han creído que los varones son más sensibles a las influencias de la ambigüedad. Debido a que los científicos del género atendían de forma mayoritaria a “hombres” no masculinos, estos fueron retratados como psicológicamente más débiles que las mujeres. Por ejemplo, Money consideró que esta debilidad se explicaba porque para la naturaleza era más difícil crear a un hombre que a una mujer (Money y Ehrhardt, 1982, p. 146). Para Stoller (1984), el que sus madres los criaran tanto tiempo, así como las modificaciones históricas (tal y como la Revolución Industrial) habían tornado más confusa su importancia en la sociedad. Curiosamente, la misma referencia a la influencia producto de los cambios acaecidos posterior a la Revolución Industrial fue parte de las explicaciones utilizadas por un autor conservador para plantear la existencia de una mayor cantidad de hombres homosexuales (Varela, 2016). Otros autores también conservadores han propuesto la ausencia del padre como una de las explicaciones de la presencia de la población gay masculina (Calvo-Charro, 2017; Varela, 2016).

Lo anterior no significa que no existan diferencias entre ambos grupos. Por ejemplo, mientras que para sectores conservadores hacer una separación entre la cultura y la naturaleza es casi imposible, toda vez que las dos “están entrelazadas, desde el principio, muy estrechamente” (Burggraf, 2007, p. 521), para los científicos del género, la correspondencia entre ambas categorías “no es una regla universal” (Money, 2002, p. 32), además, “no están necesariamente relacionadas” (Stoller, 1985, p. 11). Asimismo, mientras que para autores como Money y Stoller, se debía corregir la ambigüedad genital y las conductas no dicotómicas entre las personas hermafroditas, en el caso de quienes presentaban anormalidades psicológicas, se podía intentar tratamientos con terapia, pero se suponía que, cuanto más pronto llegara el infante a la terapia, era más fácil poder corregir su confusión. En el caso de los grupos conservadores, el acercamiento a grupos cristianos terapéuticos (Varela, 2016) o el poder de la familia (Kuby, 2017) resultan fundamentales para tratar o aminorar los daños que supuestamente produce la ideología de género.

Conclusiones: el imperio de los zombis contraataque

Con los párrafos anteriores se ha buscado presentar parte de una compleja problemática que ha tenido implicaciones para la normalización de todos los individuos y la perpetuación del dimorfismo sexual mediante argumentos que, según sea el caso, se cubren de científicos, naturales o religiosos. Frente a esas explicaciones queda claro que tanto la ciencia médica como la “ideología de género” han planteado al sujeto ambiguo (en cualquiera de sus posibilidades) como problemático. Una forma de resistir a esto está en traer a colación ciertas ideas que se desprenden de la mirada especulativa feminista, la cual se interesa por proponer “mundos alternativos” que puedan plantear “trasformaciones políticas de gran alcance” (Braidotti, 2022, p. 240 y 241). En esta ocasión, quizá resulte prometedor volver la mirada a un personaje como el zombi, que funciona como aglutinador de los discursos reseñados y es un recurso analítico al que el feminismo no debe renunciar5 . Este protagonista de muchos trabajos de la ciencia ficción representa a criaturas sedientas de sangre que vagan por las calles de las ciudades o pueblos que están infestados por ellos. De hecho, pocos personajes son tan ambiguos, pues no están ni muertos ni vivos. Lo que queda, y puede apreciarse por sus cuerpos andrajosos, son los vestigios de sujetos normales quienes transmutaron hacia un horizonte del que no se regresa. Al zombi no le interesa la reproducción, la formación de una familia, la religión, el género, pagar sus impuestos o dar el diezmo. Lo que asusta de los zombis no es tanto su aspecto desagradable y repulsivo, sino que quieran convertir a otros para que sean como ellos. Como todo el mundo sabe, cuando se ha pasado esta linea, nunca se puede volver atrás. Además, por si esto fuera poco, es difícil que estas criaturas sufran una segunda muerte. Hay que atacar una parte muy específica de su maltrecho cuerpo: su cerebro, que ya no sirve para producir el razonamiento que le aparte del salvajismo, ino solamente para mantenerle con un aliento inexplicable de una existencia vacía. ¿Existe una relación entre zombis, ambigüedad y género? A finales de la década de 1950, cuando los científicos del género empezaban a posicionarse y legitimarse montados sobre la lógica de una ciencia normalizadora, apareció un cuento de ciencia ficción en Estados Unidos que se tituló “Todos ustedes, los zombies…” (Heinlein, 2018). El relato se abocaba a pensar los viajes en el tiempo, pero no por casualidad allí se trataron temas como el cambio de sexo y las intervenciones quirúrgicas sobre las personas intersexuales. Asimismo, en el cuento, Heinlein hizo referencias directas a Christine Jorgensen o a Roberta Cowell (ambas fueron famosas mujeres trans de aquellos años que habían causado sensación por haber sido asignadas como hombres y que luego escogieron la representación que las ligó al mundo femenino). Curiosamente, también Money utilizó esta metáfora para posicionarse contra ciertos grupos conservadores, al reportar que estos últimos se sentían temerosos de las modificaciones surgidas de las conductas ligadas a la feminidad y a la masculinidad. Lo anterior se daba al mortificarse por la capacidad de “destruir las preciosas diferencias entre los sexos” y que todas las personas fueran transformadas en “zombis asexuados o acróbatas ambisexuales” (Money y Tucker, 1976, p. 8). Money no veía que él también fortaleció la lógica de esta separación entre criaturas “raras” o ambiguas y sujetos “normales”. Sin duda, el recurso metafórico que toma como bandera a estos personajes de ciencia ficción resulta ser muy pertinente en el contexto actual.

Tal y como lo avizoraba Money, las metáforas de los zombis son perfectas para acercarse al mundo de perdición del que siempre advierten los grupos conservadores. De hecho, hacen uso de ellas para comunicar sus angustias. En uno de esos textos, se dice que a la ideología de género le interesa “preparar a las futuras generaciones a la perversidad y las aberraciones naturales”, con el fin de “que los jóvenes sientan el interés y hasta la obligación de experimentar sexo con personas del mismo sexo, que los valores morales se pierdan, para crear una sociedad de zombis aberrados” (Baute, 2019, pp. 25-26). Así, los muertos vivientes son una aberración en sí misma: una anomalía que ni la ciencia ni la religión pueden curar. Por ello, se debe ser tan cauteloso con aquello que supuestamente produce esta ideología perversa. De tal manera, el zombi se convierte en una metáfora efectiva en un mundo plagado de ese tipo de referencias cinematográficas y televisivas. Quien está, al mismo tiempo, muerto y vivo no puede recurrir a la ayuda del pastor/sacerdote/psiquiatra para que le oriente y le saque del abismo de la indeterminación que experimenta. Como lo dice el Cardenal Robert Sarah, “la revolución del género” tiene la intención de transformar “al individuo en un “zombi” (2017, p. 278). De alguien que toma sus propias decisiones apoyadas bajo el manto de la moral cristiana, a aquel que ha perdido el recuerdo de los valores que inculcaba la iglesia, la patria o la familia, el sujeto vuelto zombi se convierte en alguien altamente peligroso.

El zombi del que hablan estas personas, o más bien, la zombificación que se produce de forma hipotética es aquella que recuerda la supuesta eliminación de lo natural, de la que tanto hacen referencia quienes utilizan las metáforas de la ideología de género. Así, la idea de la naturaleza, aquello que se supone está allí para no ser modificado, es un elemento que ha sido altamente valorado, tanto por los sectores conservadores como por los científicos del género. No es un detalle menor que la ciencia médica y psiquiátrica fueran las productoras de la certeza de que existían subjetividades que se debían corregir y, con ello, promovió la creencia en unos monstruos (¿zombis?) a los cuales había que enjaular (Preciado, 2020), con esto se inventó toda una terminología para encauzar los cuerpos y las subjetividades. Desde la perspectiva de Preciado (2020), los monstruos no son solo aquello considerado anomalía, sino también cualquier otra categoría que produjo una identidad. En este sentido, la categoría de género de Money y Stoller asentó la aberración de lo ambiguo como la estrategia disciplinaria que se debía aplicar al inspeccionar los cuerpos y las mentes de todas las personas.

Como se ha detallado, existen múltiples coincidencias entre el pensamiento de los primeros teóricos del género y el que manejan los grupos conservadores. La figura del zombi es solo un vínculo, pero hay muchas otras conexiones. Por un lado, el sector conservador no pudo desligar su mirada de la ambigüedad, por otro, los científicos del género buscaron en este término el contundente recordatorio de la veracidad de los cuerpos que suponían como naturalmente dicotómicos. Para ambos, el centro neurálgico de sus discusiones ha sido la ambigüedad relacionada con el género; ya sea para “corregirla” mediante tratamientos médicos, psiquiátricos, religiosos o familiares, o para denunciar a sectores o individuos quienes supuestamente la impulsan. Su matrimonio con lo ambiguo deja entrever una angustia por modificaciones de diversa índole que se produjeron sin parar desde la segunda mitad del siglo XX. Cuanto más han intentado alejarse de lo andrógino psíquico y somático, tanto más se acercaron a girar de forma constante dentro de la espiral de lo ambiguo. A diferencia de los cyborgs, “criaturas que son simultáneamente animal y máquina, que viven en mundos ambiguamente naturales y artificiales” (Haraway, 1995, p. 253), esta metáfora no es usada de igual forma como la del zombi en los relatos de grupos conservadores o de un científico de género como Money.

Si bien en un principio, la medicina concibió que el género era aquel concepto de expresión de la subjetividad que daba estabilidad al sujeto y que explicaba la no concordancia de conductas y actitudes dicotómicas entre las personas, con el pasar del tiempo fue concebido como una garantía de inestabilidad por parte de los sectores conservadores. Es curioso pensar que aunque exista un malestar tan grande hacia los científicos del género, en especial hacia John Money al que se le tilda de “fraude” (Scala, 2010, p. 91), haya tantas coincidencias entre ambos grupos y su forma de acercarse a lo indeterminado. En otras palabras, el género ha retornado y se ha fortalecido como un concepto confuso no solo para los seguidores de la normalización corporal, sino también para quienes creen en la existencia de las nefastas consecuencias de la ideología de género. Si la representación de la ambigüedad es el zombi o el monstruo, ambos sectores han ayudado a producirlo a través de sus prácticas y de sus discursos: son fuertes y resistentes a las críticas en tanto existan, imaginen o produzcan a los sujetos normales y aquellos que se aparten de la naturaleza human.

Ya sea que se considere que la anormalidad corporal o psíquica puede ser producida por madres sobreprotectoras, por un “defecto” congénito o por grupos progresistas que confunden a la ciudadanía, la mirada hacia el sujeto bizarro que se debía rehabilitar estuvo delimitada bajo diversas lógicas conservadoras. Como lo recuerda Jemina Repo: “El control científico de la posguerra sobre el sexo ambiguo coincidió con una reacción conservadora contra los logros socioeconómicos y políticos de la igualdad entre mujeres y hombres” (Repo, 2013, p. 240). Por ello mismo, al recordar los complejos inicios del género, esta misma autora advirtió que dicho concepto se convirtió en “un nuevo aparato para la regulación de la vida de la especie” (2013, p. 240). Por otra parte, también es interesante tener en cuenta los argumentos de Melinda Cooper (2022) quien estudió la hermandad producida por los grupos conservadores y sectores neoliberales en Estados Unidos posterior a la Segunda Guerra Mundial al proponer “la necesidad de restablecer la familia como pilar del orden económico y social” (2022, p. 54). Así, tanto los científicos del género como los grupos conservadores idearon una estrategia para plantear la necesidad de una familia nuclear heterosexual tradicional, para convertirse en la base que producía sujetos normales y donde las madres (femeninas y maternales) debían desempeñar un papel protagónico como cuidadoras de las personas menores de edad. Por otro lado, los padres (proveedores y con una masculinidad que brindaba la seguridad de un “orden” moral cristiano) debían comprometerse a ser figuras visibles en el proceso de crianza.

Para terminar, si el zombi/monstruo/engendro es un sujeto ambiguo y el género es un producto de la reflexión naturalizada de esa ambigüedad, se podría decir, volviendo a la referencia del cuento de ciencia ficción de Heinlein, que todos nosotros somos, de cierta manera, zombis aprisionados dentro de una serie de categorías normalizadoras. Su creación fue posible gracias a un complejo proceso de discursos sobre medicalización, igualdad, ciencia, naturaleza y temor por la indeterminación. Aunque la ciencia ficción y las posturas conservadoras han planteado el contraataque de los zombis como un problema para la destrucción del mundo, el zombi (que personifica al sujeto ambiguo por excelencia) y la sospecha de haberse convertido en uno de estos seres es parte de la marca que caracteriza a las personas en el siglo XXI.

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Recibido: 01 de Junio de 2023; Aprobado: 13 de Noviembre de 2023

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