Introducción
El rol preponderante que desempeñó Estados Unidos durante la Guerra Fría en Centroamérica, eclipsó las relaciones que los países del Istmo mantuvieron con el resto de la región latinoamericana, muchas de las cuales permiten comprender aspectos clave de la represión estatal contrainsurgente en América Central.
El presente artículo centra su atención en las relaciones entre dos actores cruciales de los procesos represivos latinoamericanos durante la segunda parte del siglo XX: los militares guatemaltecos y argentinos. Los primeros fueron quienes llevaron adelante un genocidio en el marco de un conflicto interno (1960-1996) que dejó un saldo en muertos y desaparecidos que llegó a más de doscientas mil personas (CEH, 1999). El caso guatemalteco fue, hasta ahora, el único caso en América Latina juzgado por tribunales locales con la calificación de genocidio2. Los segundos desarrollaron un plan sistemático de desaparición forzada que tuvo el triste reconocimiento de haber alcanzado la victoria contra la “subversión” en muy poco tiempo.
El texto indaga en las redes que tendieron los militares argentinos y guatemaltecos en el marco del proceso de transnacionalización de la violencia política característico de la Guerra Fría (Spenser, 2004; Armony, 2004). La idea de transnacionalización remite, en este caso, a la creación de un espacio político transnacional contrarrevolucionario -como contraparte de las redes trasnacionales revolucionarias- donde confluyeron aparatos estatales, élites domésticas y regionales, grupos económicos, organizaciones de la sociedad civil, entre otros. Este espacio, más que geográfico, es un espacio de intercambio y circulación de ideas, vínculos y recursos. El concepto de transnacionalización, como sostiene Ariel Armony (2004), permite salir de la concepción bipolar de la Guerra Fría -concepción hegemónica que postula su origen en el antagonismo bilateral, ideológico, de las dos superpotencias- y otorgar a la misma una dinámica más compleja, tanto territorial como organizativa e ideológicamente. La crisis de América Central -cuyo epicentro lo constituyeron la victoria Sandinista en 1979 y las guerras y conflictos internos desatados en la región- fue un claro ejemplo de ese proceso de transnacionalización. Allí intervinieron y se combinaron fuerzas anticomunistas locales con actores internacionales, actores estatales, empresas y organizaciones contrarrevolucionarias de diversas latitudes. Las Fuerzas Armadas argentinas fueron uno de los tantos actores que jugaron en Centroamérica para impedir los procesos de cambio impulsados por los actores revolucionario, esto mediante el establecimiento de vínculos concretos con Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala (tema sobre lo que poco se conoce).
Ahora bien, los orígenes y consecuencias de estos vínculos no fueron uniformes, automáticos, ni similares en todos los países donde se establecieron, sino que se desarrollaron a partir de las peculiaridades propias de cada caso nacional y de los intereses de los actores locales que intervinieron. La mayoría de las investigaciones acerca del tema, como afirma Julieta Rostica (2016), se enfocan en la participación argentina durante la lucha contrarrevolucionaria contra Nicaragua -cuya base de operaciones se ubicó en Honduras- sin atender a esas particularidades históricas. Por su parte, el trabajo pionero sobre las relaciones de Argentina con Centroamérica fue el de Ariel Armony (1999), quien se propuso mostrar que la última dictadura argentina (1976-1983) decidió “ocupar el lugar de los Estados Unidos en la lucha hemisférica contra el comunismo” cuando la subversión ya no se percibió como una amenaza en el ámbito interno. Armony afirma que los perpetradores de la “guerra sucia” trasladaron a fines de los años setenta y comienzos de los ochenta su modelo de represión masiva a América Central. Es por esto, que su investigación se centra especialmente en Nicaragua3. Varios trabajos periodísticos basados en la desclasificación de documentos del Departamento de Estado estadounidense y en los “archivos del horror” de Paraguay, aportan datos sobre la participación de los militares argentinos -entre 1978 y 1984- en el entrenamiento de los llamados “contras” (algunos de estos trabajos con sus respectivas fechas son los siguientes: Guerrero, 7/3/05; Seoane, 24/3/06; Baron, 24/3/06; Santero, 24/3/06; Godoy, 30/1/08; O’Donnell, 7/3/10; Calloni, 2001). La investigación de Patrice McSherry (2009) sobre la Operación Cóndor, argumenta que el Cóndor se trasladó a Centroamérica4. Según la autora “la estrategia contrarrevolucionaria multinacional pidió a Honduras proporcionar la base de operaciones, a los Estados Unidos el financiamiento y la dirección y a la Argentina los instructores para la ‘guerra sucia’” (McSherry, 2009, pág. 271).
Todos estos trabajos indagan en la colaboración técnica represiva de los argentinos en la crisis centroamericana, específicamente la técnica de desaparición forzada, de tortura y extracción de información a través de asesorías y del Grupo de Tareas Exterior (GTE), quien reportaba directamente a Carlos Guillermo Suárez Mason, jefe del Estado Mayor de la última dictadura argentina (1976-1983). Recientemente, los trabajos de Julieta Rostica (2013; 2015; 2016) abrieron una puerta a los estudios que abordan la relación de los argentinos con los diversos países centroamericanos a partir de indagar en las particularidades socio-históricas de cada caso.
Este artículo busca abordar las relaciones entre las Fuerzas Armadas argentinas y guatemaltecas, focalizando los aspectos ideológicos y doctrinarios, en los “saberes” contrasubversivos compartidos, saberes que, forman parte ineludible de las condiciones de posibilidad de las prácticas de terror implementadas por los militares y sus aliados en sus respectivos países.
Con lo anterior en mente, se buscar centrar la atención en los cursos de formación y las conferencias sobre diversos aspectos de la “lucha contrasubversiva” recibidos por los militares guatemaltecos por parte de las Fuerzas Armadas argentinas. El artículo se enfocará, especialmente, en el Curso de Inteligencia para Oficiales Extranjeros (COE-600) del Ejército Argentino, el cual se denominó a partir de 1979 Curso de Inteligencia para Oficiales de Ejércitos de Países Amigos (CIOEPA) y en una serie de Conferencias secretas dictadas por argentinos en bases militares guatemaltecas en 1981.
¿Cuáles fueron los saberes que circularon en esos cursos y conferencias? O más bien, ¿De cuáles saberes se (re)apropiaron los militares guatemaltecos en esas instancias formativas? Hablar de (re)apropiación implica un trabajo de asimilación crítica de los saberes puestos en juego en esos cursos. Los guatemaltecos no recibieron mecánicamente lo que los argentinos buscaron transmitir. Hay un desafío interpretativo que es a la vez creación, y que involucra el contexto socio-histórico en el que esas relaciones se llevaron a cabo y los intereses de los propios guatemaltecos en la participación en esos espacios. De ahí que el texto se centre, más que en los aspectos tratados por los argentinos, en las (re)apropiaciones de los propios militares guatemaltecos.
El artículo se enmarca dentro de una de las hipótesis de mi tesis doctoral, según la cual, la colaboración de la última dictadura argentina (1976-1983) a la lucha contrainsurgente guatemalteca (circa 1977-1983) implicó la transferencia de saberes doctrinarios y operativos que coadyuvaron a la reconfiguración del proceso represivo en Guatemala (1978-1985)5.
Poco se sabe de esos espacios de formación, circulación de ideas y establecimiento de relaciones entre las dictaduras latinoamericanas. Tanto así, que no se han podido hallar aún los programas de los cursos y mucho menos de las conferencias que, al parecer, tuvieron carácter de “secretas”. No obstante, acorde a las preguntas de investigación, se logró una aproximación a los saberes que circularon en esos espacios a partir de las interpretaciones de los militares guatemaltecos. Las fuentes principales que constituyen el corpus de este trabajo son entrevistas realizadas a ex oficiales del Ejército de Guatemala durante el año 2016 en la Ciudad de Guatemala. Todos los militares entrevistados participaron de cursos y/o conferencias dictados por argentinos6.
El texto se organiza en cuatro apartados. En los dos primeros “Los militares guatemaltecos ante el auge revolucionario” e “Intercambiar experiencias con Argentina. Los cursos y conferencias en cuestión” se busca dar cuenta del contexto de recepción de las ideas desplegadas por los argentinos en los cursos y conferencias, a tal fin abordan brevemente el contexto revolucionario guatemalteco y centroamericano de fines de la década del setenta y la posición de los militares en ese entramado social. Asimismo, muestran el enfriamiento de las relaciones de los militares guatemaltecos con Estados Unidos y el establecimiento de relaciones con Argentina en el marco dentro de las cuales se establecen los cursos. El tercer apartado Los saberes contrasubversivos de los militares argentinos hace un breve repaso sobre la formación doctrinaria argentina. Por su parte, el cuarto apartado “Los saberes contrasubversivos (re)apropiados por los guatemaltecos”, se aboca a los saberes puestos en juego en los cursos y conferencias, e identifica las (re)apropiaciones que llevaron adelante los oficiales guatemaltecos a partir de tres ejes que dan nombre a los subapartados en que se divide esta sección: “Conocer al enemigo”, “La ‘población’, la ‘penetración ideológica’ y la ‘guerra integral’”, y “El Operativo Independencia: ejemplo de combate”. Finalmente, se destacan algunas reflexiones finales.
Los militares guatemaltecos ante El auge revolucionario
Durante la primera parte de la década del setenta, como resultado del fracaso de las acciones armadas de los primeros intentos guerrilleros del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) y las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), surgieron dos nuevas organizaciones político-militares: el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) y la Organización del Pueblo en Armas (ORPA). A diferencia de la línea sustentada durante el primer ciclo guerrillero, estas organizaciones apostaron a la estrategia de la guerra popular prolongada, donde las masas indígenas pasaban a ocupar un lugar fundamental en la insurrección popular y en la articulación entre la guerra de guerrillas y el movimiento (Rostica, 2009, p. 127). Luego de un fuerte trabajo de penetración territorial las nuevas organizaciones salieron a la luz pública en junio de 1975 y septiembre de 1979 respectivamente7.
Según el coronel retirado del Ejército de Guatemala, Mario Mérida: “[...] nadie pensó que pudiera constituirse de nuevo una guerrilla en Guatemala. De hecho, era chiste decir que se estaba fraguando un movimiento guerrillero”8. Algunos oficiales del Ejército guatemalteco, como Mérida, afirman que la irrupción pública de las nuevas organizaciones político-militares fue una no grata sorpresa para las armas. Otros niegan la novedad pero reconocen que el Ejército no hizo nada para evitarlo. En esta línea, arguye el General retirado Víctor Manuel Ventura Arellano (2015), “El ejército no fue sorprendido, pero tampoco se adelantó para evitar el desarrollo del movimiento insurgente como era lo debido, limitado por las circunstancias políticas imperantes” (p. 38). Sorpresa o inacción, la cuestión central radica en que el surgimiento intempestivo de la segunda generación guerrillera generó una alerta importante en las Fuerzas Armadas.
A los ojos de los militares, el peligro no se reducía a la existencia de las organizaciones armadas. Paralelamente al auge guerrillero se produjo una reorganización popular excepcional que confluyó con las organizaciones político-militares en las postrimerías de la década del setenta. En la ciudad, el movimiento sindical tuvo un repunte vertiginoso, emergieron y se multiplicaron los sindicatos y se llevaron adelante numerosos conflictos obrero-patronales; se aceleró la organización de trajadores del Estado; se extendió y radicalizó rápidamente la organización estudiantil universitaria y media, y emergieron nuevos sectores organizados. Se asistió, asimismo, a la recomposición del movimiento campesino con reivindicaciones de tierra, pero también en el plano de la contradicción indio-ladino. En marzo de 1976, un centenar de organizaciones sindicales constituyeron el Consejo Nacional de Unidad Sindical (CNUS) en el que convergieron sindicatos independientes con otros influidos por las organizaciones armadas, con el objetivo de llevar adelante “programas de acción y reivindicaciones comunes” y, en diciembre de ese mismo año, se creó el Comité de Emergencia de los Servidores Públicos (CESPU).
Además, se llevaron a cabo movilizaciones de masas de magnitudes inéditas, como la marcha de los mineros en Ixtahuacán hacia la capital, con una presencia de más cien mil personas en noviembre de 1977, la huelga General de empleados públicos en 1978 y la huelga de treinta mil trabajadores agrícolas en la costa sur en febrero de 1980. En esta huelga participó el Comité de Unidad Campesina (CUC) conformado el 15 de abril de 1978.
La convergencia entre un movimiento popular organizado, diverso y fuerte, y las nuevas organizaciones político-militares dio forma al segundo ciclo revolucionario en el país. Según Megan Thomas (2013), esta coincidencia generó la “coyuntura revolucionaria” de los años 1978, 1980 y 1982. A partir de 1978 el movimiento revolucionario aceleró sus procesos. Con el triunfo Sandinista en 1979 y la intensificación de las acciones de la insurgencia en El Salvador, los guerrilleros guatemaltecos visualizaron un escenario próximo de triunfo, en lo que sería el mayor repunte insurgente de la historia de Guatemala9.
Así, hacia fines de la década del setenta, la revolución era una posibilidad concreta y próxima para la mirada de los revolucionarios, pero también para el Ejército guatemalteco y sus aliados. Según el General retirado y ex- Ministro de Defensa de Guatemala, Julio Balconi:
En ese momento, le estoy hablando del 80. Nosotros teníamos un problema serio aquí en el área [...] en El Salvador, que es un país vecino, la guerrilla había lanzado una ofensiva final para la toma del poder. Y Nicaragua había sido tomada por los sandinistas, ¿verdad? Un año tenían los sandinistas de estar en Nicaragua. Y parecía como que El Salvador iba después y después Guatemala, ¿verdad?10
La apreciación de la situación a fines de la década del setenta por parte de un sector de los militares guatemaltecos era clara: si no se cambiaba la estrategia, Guatemala caería en manos del comunismo. Desde 1970, fecha de creación del Centro de Estudios Militares (CEM) y de la consecuente introducción de los estudios al nivel de comando y estado mayor, la reflexión estratégica del Ejército Guatemalteco había comenzado a adquirir mayor complejidad y sofisticación (Aguilera Peralta, 1994; 2012). En el marco de la crisis centroamericana y la crisis política que sacudió al país a fines de la década del setenta, cobró protagonismo un sector de las fuerzas armadas, el “sector estratégico”, compuesto en su mayoría por oficiales jóvenes formados en el CEM y en el exterior, el cual comenzó a plantear la necesidad de complejizar la respuesta a la guerrilla (Sala, 2017). Estos oficiales consideraban necesario incorporar otras dimensiones a la estrategia contrainsurgente so pena de caer en manos del comunismo internacional. Así, comenzó un proceso de reflexión interno a las Fuerzas Armadas que dio lugar a una reformulación de sus aspectos doctrinarios y de la estrategia militar. Estos cambios se plasman a partir del golpe de estado de 1982 que posiciona Efraín Ríos Montt en la presidencia de facto del país (Schirmer, 1999; Rosada Granados, 2011 [1998]; Sala, 2017). En los inicios de ese proceso de reformulación que atraviesa la institución armada guatemalteca -proceso que dará lugar, a la vez, a un genocidio y a un proceso de transición al régimen democrático- cobraron relevancia las relaciones establecidas con la última dictadura argentina.
“Intercambiar experiencias” con Argentina. Los cursos y conferencias en cuestión
La irrupción de la crisis centroamericana coincidió con la llegada de James Carter a la presidencia de Estados Unidos (1977-1981). La política exterior del demócrata apuntaba a dejar de lado el apoyo incondicional a los militares latinoamericanos aliados y buscaba diferenciarse de las dictaduras que Estados Unidos previamente había apoyado. Carter distendió los lazos con Guatemala (desde 1978) y con Argentina (desde 1977) por ser estados récord en violaciones a los derechos humanos. Redujo significativamente la asistencia formal a Guatemala en asuntos de seguridad. Por su parte, el régimen del General Kjell Laugerud (1974-1978) rechazó unilateralmente la ayuda militar norteamericana vinculada con medidas de protección de los derechos humanos, calificándola como una intromisión externa en los asuntos internos de Guatemala (Armony, 1999, p. 145).
Este alejamiento de su histórica influencia, condujo a los guatemaltecos a buscar ayuda militar, de armamento y formación, en otros lugares del planeta. En ese contexto, las Fuerzas Armadas guatemaltecas profundizaron las relaciones con los países sudamericanos. Según el General retirado Julio Balconi:
[…] a nosotros nos interesaba sobremanera la región centroamericana y el continente. Entonces, se miraban especialmente aquellos países que tenían conflicto armado enfrente nuestro. Entonces, nosotros mirábamos […] porque al final, casi todos los países de América del Sur tuvieron. Pero, Argentina, Uruguay, Bolivia, eran los más afectados en esos tiempos. Y Colombia, por supuesto. Entonces, eran los países a los que más interés les poníamos en el análisis11.
Argentina, por su parte, como muestra Ariel Armony (1999), estaba interesada en ocupar el lugar dejado por Estados Unidos y exportar su “método represivo” a toda la región latinoamericana. En la XIII Conferencia de Ejércitos Americanos (Bogotá, 1979), el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas argentinas (con el asesoramiento de civiles) formuló la llamada “Doctrina Viola”, la cual formalizó el supuesto derecho de los ejércitos latinoamericanos a actuar independiente o colectivamente en todo aquel país de la región donde se produjeran movimientos revolucionarios por la inacción de Estados Unidos. Guatemala era uno de esos países. Las investigaciones de Julieta Rostica con base en el Archivo Histórico de la Cancillería Argentina mostraron que, desde mediados de la década del setenta, este ministerio pedía informes sobre las actividades políticas en General y sobre las consideradas subversivas en Guatemala. Después del triunfo sandinista y de la masacre de la embajada de España (1980), el embajador argentino comenzó a enviar cables diariamente con reportes de lo que sucedía en Guatemala (Rostica, 2016, p. 105).
En ese marco de relaciones, se establecieron los diversos espacios de formación contrasubversivos en los que se relacionaron los militares guatemaltecos y argentinos. Desde 1978, los oficiales guatemaltecos comenzaron a participar en el Curso de Inteligencia para Oficiales Extranjeros (COE-600) dictado por el Ejército Argentino e inaugurado ese mismo año (Rostica, 2016). El objetivo del curso era “proporcionar conocimientos técnicos profesionales, especialmente relacionados con la LCS”12 y estaba dirigido a 14 oficiales subalternos de países invitados y 2 oficiales del ejército argentino13. A partir de 1979 las plazas se duplicaron14. Según surge de los Boletines Reservados del Ejército Argentino, hasta 1980, se registra la participación de dos oficiales guatemaltecos por año. En 1980, el número crece.
Entre los profesores del COE-600, según recuerda el coronel retirado Mario Mérida quien realizó el COE-600 en 1981:
[…] había algunos militares, pero no todos eran militares. Había economistas, por ejemplo, que eran los que más manejaban el tema del marxismo. Había psicólogos, digamos. Manejaban el tema de las operaciones psicológicas15.
Además del COE-600, algunos militares guatemaltecos afirmaron haber participado en un Curso de Inteligencia Estratégica impartido por la ex Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE). El General retirado Julio Balconi, quien realizó ese curso en 1981, confirma que se trataba de “asuntos eminentemente de inteligencia de Estado”. Según el ex Ministro de Defensa signatario de los Acuerdos de Paz, “[…] la inteligencia de Estado tiene que ver con asuntos estratégicos del país. Entre esos está el militar. Pero está el social, el político y el económico. Esas 4 áreas son las que las personas se capacitan en inteligencia de Estado”16.
Durante el mes de abril de 1981, según expresó Alberto, un ex oficial del área de operaciones del Ejército guatemalteco, militares y civiles argentinos impartieron un “ciclo de conferencias” en las distintas bases militares de Guatemala. No se ha encontrado ningún registro oficial de estas conferencias, las cuales, según el oficial de operaciones entrevistado, fueron “secretas”. En 1981, supone este oficial, el General Lucas, “[…] hizo algún tipo de invitación al Ejército argentino para que viniera acá [a Guatemala] a dar un ciclo de conferencias y un ciclo de intercambiar experiencias en el campo de la lucha contrainsurgente”17. Según este ex oficial, que afirma haber participado de esas conferencias en la base militar de Puerto Barrios, los conferencistas fueron agentes de inteligencia en nombre de las Fuerzas Armadas argentinas. La mayoría “eran militares en servicio activo pero casi en su mayoría de entes de inteligencia, más no así gentes uniformadas”, expresó.18 Si bien no hay registro de estas conferencias, se sabe -a partir de documentos del Archivo Histórico de la Policía Nacional (AHPN) de Guatemala- que una misión militar argentina en Guatemala finalizó el 30 de abril de 1981, fecha en la que se registra la salida del país de los argentinos junto a una misión estadounidense en un mismo avión de la Fuerza Aérea Argentina 19. La misma no consta en las memorias oficiales de ninguna cancillería. Un mes antes, en marzo de 1981, otra misión militar argentina había desembarcado en el país centroamericano. En esta viajaron el Jefe del Estado Mayor del Ejército el General José Vaquero, el General Héctor N. Iglesias, el Coronel Pedro Corabella y el Mayor José C. Hilgert20. Sobre esta última, en Guatemala, existe evidencia en el AHPN. Allí se consigna el ingreso al país de los funcionarios argentinos, la visita de Vaquero junto a López Fuentes a Antigua Guatemala, quien fue Jefe del Estado Mayor del Ejército durante la dictadura encabezada por Ríos Montt21. Estos datos otorgan veracidad a las declaraciones del oficial de operaciones entrevistado respecto del ciclo de conferencias dictadas por argentinos en las bases militares de Guatemala.
Los cursos y conferencias parecen haber sido aprovechados por los guatemaltecos que, para ese entonces, buscaban ampliar sus conocimientos en guerra contrainsurgente acudiendo a la experiencia de los países de Sudamérica y otros países como Israel: “[…] cuando veníamos hacíamos un informe de cuáles eran los beneficios que nos había dejado el curso [...]”, afirmó el coronel retirado Mario Mérida. Esta afirmación da cuenta de una apropiación crítica de los guatemaltecos y no una asimilación sin más. Como se indicó en la introducción, los guatemaltecos se apropiaron de los saberes que consideraron pertinentes para el contexto que debían enfrentar de escalada revolucionaria en su país y la región. Ahora bien, ¿cuáles fueron esos saberes?
Los saberes contrasubversivos de los militares argentinos
El Ejército argentino introdujo tempranamente en su formación las teorías sobre las nuevas formas de guerra emergentes en el marco de la Guerra Fría22. Desde el derrocamiento del General Perón, en septiembre de 1955, mientras llevaba adelante un profundo proceso de “desperonización”, el sector “liberal” del Ejército comenzó a interesarse por la Guerra Revolucionaria teorizada por los militares franceses23. La influencia francesa se transformó en dominante durante el período 1957-1962. En 1957, se instaló una misión militar francesa en la Escuela Superior de Guerra argentina con el objetivo de asesorar en la nueva forma de guerra, aprendida y teorizada por los franceses en función de sus experiencias en Vietnam (1946-1954) y Argelia (1954-1962)24. Durante esta etapa, además, Francia se constituyó en el principal destino de los oficiales argentinos que se capacitaron en el exterior (Mazzei, 2002, p. 106). Un hecho significativo de la temprana adopción de la doctrina de la Guerra Revolucionaria por los argentinos, fue la organización en Buenos Aires en 1961 del Primer Curso Interamericano de Guerra Contrarrevolucionaria del que participaron oficiales de catorce países del continente, entre ellos, Guatemala y Estados Unidos. Los argentinos aprendieron de los franceses que las nuevas formas de guerra no se basaban en fronteras territoriales, sino en “fronteras ideológicas”, que el mundo estaba dividido en dos partes: el “mundo comunista” y el “mundo libre”, y que, en la guerra revolucionaria, el enemigo había dejado de ser un ejército opositor para constituirse en un “enemigo interno” infiltrado en la “población”.
Melisa Slatman (2010) señala que el grado de generalidad con el que los franceses formularon estos conceptos y la falta de referentes empíricos permitieron a los militares argentinos su aplicación a los conflictos sociales que se vivían en su país derivados de la proscripción del peronismo (p. 435). Antes de que surjan las organizaciones armadas revolucionarias, los militares argentinos sostenían que Argentina estaba viviendo una “guerra”.
Como no existían ejércitos de combatientes que enfrentasen a las Fuerzas Armadas, la argumentación militar ponía énfasis en destacar que no se trataba de una guerra clásica, sino que en esta nueva forma de guerra, era crucial la propaganda y la acción psicológica que buscaba alterar “el alma” del pueblo” (Tcach, 2015, p. 153). Con posterioridad a la Revolución Cubana y al surgimiento de los movimientos revolucionarios en Argentina, los conceptos generales apropiados de los franceses se encarnarían en nuevos referentes empíricos, ahora sí, armados.
Estados Unidos fue otro canal de formación contrasubversiva para los argentinos. Durante las décadas del sesenta y setenta, cientos de militares argentinos - y latinoamericanos- pasaron por escuelas de capacitación en los Estados Unidos y el Canal de Panamá. Mientras la corriente francesa hacía hincapié en un enfoque ideológico y global del fenómeno de la insurgencia, la influencia de Estados Unidos ejercía como justificación racional de la intervención militar en la seguridad y el desarrollo internos y subrayaba la necesidad de una defensa colectiva del hemisferio occidental contra el expansionismo comunista (Armony, 1999, p. 35). Leslie Gil (2005) señala, por su parte, que la formación norteamericana se centró en la capacitación en técnicas represivas, el uso de tecnología y la enseñanza de los valores del American Way of Life. Otro de los objetivos de la Escuela norteamericana era establecer redes de solidaridad entre los militares latinoamericanos.
Las influencias extranjeras recibidas aunadas a la propia experiencia local, en términos prácticos y teóricos, hicieron de los militares argentinos buenos conocedores del arte de la “guerra contrasubversiva”. Las ideas y las experiencias acumuladas en este campo fueron plasmadas tanto en revistas militares como en reglamentos y manuales que dieron vida a una doctrina propia25. Ana Jemio (2013) argumenta en torno a la configuración de dos grandes conjuntos doctrinales configurados a partir de 1955. El primero está compuesto por 12 reglamentos aprobados entre 1965 y 1974 y el segundo por 4 manuales que datan del período 1975-1977. Estos últimos no rompen radicalmente con las líneas doctrinarias precedentes, sino que las renuevan y actualizan en función de las transformaciones producidas en el contexto y la experiencia acumulada entre 1969 y 1975.
En la perspectiva de los uniformados argentinos, la “guerra sucia” era una guerra total, global, en la cual estaba en juego el mantenimiento del orden social, de la civilización “occidental y cristiana”. La lucha contra la subversión adquirió un aspecto religioso y apocalíptico, una lucha frontal y decisiva del “mundo libre, católico y occidental” contra la “subversión, atea y comunista”. En gran parte, ello se debe a que el adoctrinamiento en las nuevas formas de guerra en lo militar fue acompañado por el adoctrinamiento católico en lo moral-espiritual (Verbitsky, 2009; 2008; 2010; Ranalletti, 2009; Robin, 2014). Numerosos intelectuales católicos se dedicaron a producir justificaciones ideológicas para combatir al “comunismo ateo” y alentar moralmente a las Fuerzas Armadas en su empresa genocida26.
Los saberes contrasubversivos (RE)apropiados por los guatemaltecos. Conocer al enemigo
Alberto, el ex militar del área de operaciones entrevistado, quien participó de una de las conferencias dictadas por argentinos en la base militar de Puerto Barrios en 1981, sostuvo: “Es ahí [en la conferencia] donde entonces se observa, llamémosle, la crisis que existía en Latinoamérica en función de los movimientos revolucionarios de ese entonces”27. Por su parte, el Coronel retirado Mario Mérida, quien integró la comitiva guatemalteca que participó del COE 600 en 1981, sostuvo que “[en el COE-600] entendimos también el tema del ingrediente que le dio la revolución de Castro a los movimientos armados en América Latina”28.
En los cursos y conferencias, se observaron no sólo las características de las fuerzas insurgentes argentinas, si no que se evaluaron los movimientos revolucionarios en la región latinoamericana, la revolución cubana y su influencia, y la “crisis” que estos factores habían generado en el orden social latinoamericano. Las guerrillas en cada país representaban una manifestación local de un fenómeno que atravesaba toda la región y que presentaba características peculiares. Según Alberto, en los años ochenta los ejércitos latinoamericanos tenían una concepción del conflicto focalizada en la “idiosincrasia latinoamericana” de las fuerzas revolucionarias, lo cual los diferenciaba de la perspectiva planteada por Estados Unidos previamente:
Yo creo que la concepción misma de los diferentes conflictos armados de ese entonces es muy diferente a lo que manejaba Estados Unidos. […] Porque la experiencia estadounidense va muy vinculada principalmente al conflicto de la guerra de Vietnam. Y si bien, los aspectos básicos sí tienen una relación, más la idiosincrasia latinoamericana difiere mucho del concepto asiático. Entonces, si bien es cierto: los principios básicos son los mismos, pero la forma de actuar y la forma de accionar son diferente […] Siempre utilizaban los principios básicos tácticos. Más ya el principio de cómo percibir el conflicto como tal en el actuar, eso es otra cosa […] En función de concebir el conflicto de los ejércitos latinoamericanos, estaban mucho más orientados a nuestra idiosincrasia latina, más que a los principios de lucha contrainsurgente estadounidense29.
Los guatemaltecos construyeron en esos cursos y conferencias la idea de la especificidad de los movimientos revolucionarios latinoamericanos y su peligro. Los movimientos revolucionarios a pesar de “responder al comunismo internacional”, tenían características distintivas relacionadas a su lugar de origen que era necesario conocer. Así, para el Coronel Mérida, hombre clave de la inteligencia estatal en los años ochenta y noventa:
[…] lo más productivo de Argentina fue entender primero el tema del marxismo. El otro tema importante en Argentina fue entender la teología de la liberación. Porque había tantos curas involucrados en apoyo, digamos, de formación ideológica de las masas en favor de la guerrilla30.
“Conocer al enemigo” fue entonces, desde la perspectiva de los guatemaltecos, una de las cuestiones centrales tratadas en los cursos y conferencias. Conocerlo en su especificidad, dado que las guerrillas y los movimientos revolucionarios latinoamericanos no podían pensarse en los mismos términos que los insurgentes de otras latitudes.
Desde tiempos remotos las organizaciones militares saben que no se gana una guerra sin conocer al enemigo. Esta es la piedra angular de todo sistema de inteligencia. En Argentina, desde el golpe de estado de 1955 y a medida que la hipótesis del “enemigo interno” cobraba centralidad para explicar la gran conflictividad social desatada con posterioridad al golpe, los servicios de inteligencia castrenses comenzaron un rápido proceso de profesionalización y cobraron un lugar estratégico dentro de la estructura militar. En 1968, durante la dictadura del General Juan Carlos Onganía (1966-1970), el Ejército dispuso una “Reestructuración Orgánica del Área de Inteligencia”, y creó el Batallón de Inteligencia Militar 60131. Pero fue en 1975, mediante la Directiva 404/75 (Lucha contra la subversión), que se definió la función que debía cumplir el mismo en el marco de la entonces llamada “lucha contra la subversión”32. A partir de entonces, el “Batallón 601” centralizó la información y la inteligencia de todo el país y fue el órgano ejecutivo de la Jefatura II del Estado Mayor General del Ejército. Desde allí se estructuró un sistema completo de red de información nacional por el cual -desde las zonas, subzonas y áreas en que fue dividido el país- se conformaron “comunidades informativas” que cumplieron las necesidades propias de cada región y, a su vez, aportaron información a la Central de Reunión del Batallón de Inteligencia 601 (Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, 2015). El carácter sistemático y clandestino del terrorismo de estado durante los años de la última dictadura, hizo de los organismos de inteligencia las piezas claves en la “guerra sucia”. En el período que transcurre entre los golpes de estado de 1955 y de 1976, la actividad de todos los organismos de inteligencia del Estado se volcó con énfasis a estudiar e investigar a militantes y organizaciones políticas, gremiales y sociales considerados “subversivos”33. Cuando las Fuerzas Armadas derrocan al gobierno peronista en 1976, los organismos de inteligencia habían desarrollado un extenso trabajo sobre estas organizaciones y, especialmente, sobre las diversas organizaciones armadas surgidas a fines de la década del sesenta. En el primer anexo de la Directiva del Comandante General del Ejército N° 404/75 (Lucha contra la subversión), referido a Inteligencia, se hace un análisis de lo que llama “guerra revolucionaria marxista”, donde se traza una particular interpretación de las organizaciones Montoneros y PRT-ERP, en la que se advierte un profuso conocimiento de las cuestiones internas de estas organizaciones.
Es probable que, además de apropiarse de la máxima de “conocer al enemigo en su especificidad”, los guatemaltecos hayan aprendido en esos cursos y conferencias aspectos técnicos en torno a cómo hacerlo. En esa dirección puede interpretarse la afirmación del coronel retirado Mario Mérida, quien resume el programa del COE-600 de la siguiente manera: “[…] el esfuerzo fue por esa parte de la filosofía de los movimientos armados, y la parte central fue el ciclo de inteligencia con sus 4 pasos”34.
Manolo Vela (2002) y otros estudiosos del genocidio en Guatemala han subrayado que el periodo de auge y consolidación de la inteligencia estatal de este país del Istmo centroamericano se ubica entre 1979 y 1984. La interpretación del coronel retirado Mario Mérida va en la misma dirección:
[…] el ejército de Guatemala comienza a generar inteligencia formal, por decirle de alguna manera, a partir de los años 82, 83. Pero, ¿por qué te digo esto? Aquí es cuando se establece la importancia del análisis formal de los movimientos armados. Es decir, qué áreas ocupan, por qué ocupan esas áreas, por qué vemos reportes de 2 o 3 guerrilleros permanentemente. Estos son correos, son logísticos, son proveedores. Entonces, el desgaste también del ejército es menor. Aunque también es cierto que fue la época en que mayores bajas tuvieron el ejército35.
En ese período, la inteligencia fue la pieza clave y decisiva para cambiar el rumbo del enfrentamiento con las fuerzas revolucionarias tanto en los ámbitos urbanos como rurales. Un proceso claro que torció el rumbo de la organización guerrillera en la capital guatemalteca fue el desbaratamiento de las casas de seguridad de las organizaciones revolucionarias a mediados de 1981. El Ejército guatemalteco diseñó y llevó a cabo una campaña altamente represiva que combinó métodos de tortura e inteligencia militar más sofisticados, con el objetivo de descabezar la dirigencia revolucionaria y de paso desbaratar la infraestructura logística que se estaba acumulando aceleradamente en la perspectiva de una gran ofensiva guerrillera. En pocos meses, el Ejército destruyó las casas de seguridad de la ciudad capital, especialmente de ORPA, con demostración de fuerza y alarde publicitario. Cada casa que caía abría la puerta al Ejército para continuar la cacería. Los documentos y la información recolectada, así como los combatientes capturados eran sujetos de información que alimentaba la maquinaria contrainsurgente. Los usos de métodos novedosos de inteligencia y el “interrogatorio” a los prisioneros era una de las formas de alimentar el circuito informativo. Según el escritor, fundador y miembro de la Dirección Nacional del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), Mario Payeras, la experiencia acumulada por los sionistas israelíes contra los palestinos y “la fría doctrina de la eficacia en que basaron las matanzas de revolucionarios los militares argentinos, fueron los principales modelos del tenebroso mecanismo” (Payeras, 1987).
A principios de 1980, el trabajo de inteligencia en Guatemala lo realizaban múltiples agencias de seguridad del Estado -como la Policía Militar Ambulante, la Policía Nacional o la Guardia de Hacienda. Con el objeto de coordinar y controlar esta labor y para flexibilizar y hacer más eficientes las operaciones de contrainsurgencia urbana, por medio de una acción más coordinada de las agencias de seguridad, nació el Centro de Reunión de Información y Operaciones (CRIO) (PDH, 2009, p. 146). El CRIO comandado por el Ejército se consolidó como el puesto de mando de las operaciones contrainsurgentes. El proceso de profesionalización de la inteligencia continuó con el golpe de Estado de 1982 que colocó en la presidencia de facto a Ríos Montt. Las Fuerzas Armadas se propusieron, además de reencausar el proceso político, remodelar el Ejército y los aparatos de inteligencia para convertirlos en instituciones jerárquicas y disciplinadas.
Este proceso dio lugar a una sofisticación en su accionar que permitió a la institución armada, mediante el genocidio, frenar el accionar insurgente. Un ex comandante de las FAR, dio cuenta -en una entrevista personal- de esta transformación:
Los [militares] guatemaltecos hacían las cosas ya hasta por cansancio, por rutina, pero de un momento a otro, todo cambió. Ya lo hicieron de otra manera, fueron más ordenados, fueron más disciplinados, incluso tomaban en cuenta […] caían en las casas y sacaban elementos que antes ni siquiera le servían. Ya estaban utilizando técnicas y procedimientos incluso policíacos, de inteligencia, etcétera36.
La “población”, la “penetración ideológica” y la “guerra integral”
La “importancia de la población” y la “penetración ideológica” de las organizaciones armadas en la población son otros de los puntos que los militares guatemaltecos afirman haber trabajado en los cursos de inteligencia realizados en Argentina y en las conferencias impartidas por argentinos en Guatemala en 1981. En estas últimas, según Alberto, se abordaron “tres aspectos fundamentales”:
La primera fue directamente el grado de ideologización que tenían los grupos revolucionarios dentro de las sociedades latinoamericanas. Luego, otro aspecto importante e interesante, diría yo, fue el grado de penetración de sus acciones en el campo operativo. Me refiero específicamente a los movimientos revolucionarios. Y ellos ponían, ellos ponían mucho el ejemplo del extremo de que había llegado a penetrar el grado de ideologización y adoctrinamiento de los movimientos revolucionarios en la sociedad, en la sociedad latinoamericana. Pero, particularmente, el caso de Argentina. Ellos ponían como ejemplo el caso del General Aramburu. ¿Aramburu? En el cual su hija, siendo miembro de la… ellos decían, no me consta, que ella era particípe más vinculada con movimientos revolucionarios argentinos. Y, manifestaban ellos que ella, la hija, se había encargado de asesinar a su propio padre, a su familia, que le puso una bomba37.
El ejemplo de Aramburu, más allá de su veracidad, sirve para ilustrar la idea que quedó instalada en esas conferencias: “el grado de penetración ideológica de los subversivos en la sociedad”, a tal punto que una hija puede matar a su padre. Por su lado, el coronel retirado Mario Mérida, dijo respecto del Curso COE-600 que “lo más productivo”, además de entender el “tema del marxismo” y “la teología de la liberación”, fue “conocer la importancia, digamos, de consolidar la base de población”38.
Desde la incorporación de la doctrina de la Guerra Revolucionaria, para los argentinos, la “población”, más específicamente, la “mente de la población” era el terreno de batalla en una guerra no convencional. En 1960, el entonces teniente coronel del Ejército, Tomás Sánchez de Bustamante, escribía que en la Guerra Revolucionaria “[…] el campo de batalla son las “mentes” y ‘el espíritu de los hombres’” (Sánchez de Bustamante, 1960, pág. 602).
En los términos de la Guerra Revolucionaria teorizada por los franceses, el enemigo se infiltra en la población, se oculta en ella y busca manipularla ideológicamente. En la población es donde el enemigo extrae su fuerza y se reproduce. La frase de Mao Tse-Tung “la población es para la subversión lo que el agua para el pez”, fue el eje a partir del cual se estructuró la teoría francesa39. De ahí que el objetivo principal es conquistar a “los hombres, sus cuerpos y mentes”. La población aparece como una fuerza maleable, campo de infiltración del enemigo y, por ende, terreno de batalla de la guerra. Se tratará, entonces, de destruir el terreno o de conquistarlo.
Esta concepción de la población otorga las características principales a la interpretación militar de la “guerra revolucionaria”. Las consecuencias inmediatas de esta construcción ideológica radican en la conversión de la población en un enemigo potencial y en objeto de sospecha permanente. El General francés Robert Bentresque, uno de los asesores militares enviados a la Argentina a fines de los años cincuenta, explica que a los argentinos les explicó la guerra subversiva “[…] diciéndoles que el enemigo puede ser ese muchacho con el que tomamos whisky […]” (Robin, 2014, pág. 196). La diferencia entre beligerantes y población civil desaparece. Al extenderse el estado de sospecha a toda la sociedad, se hacía necesario ampliar los servicios de informaciones y redireccionar su accionar hacia la nueva hipótesis de conflicto guiada por la presencia del “enemigo interno” infiltrado en la población. Como se vio previamente, esto condujo a un proceso de profesionalización y a un crecimiento exponencial de las estructuras de inteligencia.
De la centralidad que adquiere la población, surge, asimismo, la necesidad de involucrar otro tipo de “armas” no militares en la guerra, y hacer de ésta una “guerra integral”, combinando estrechamente, como lo establece el Tomo III del Reglamento RC-8-2,
Operaciones contra fuerzas irregulares”, […] acciones políticas, sociales, sicológicas, económicas y eventualmente acciones violentas y operaciones militares. Estas últimas serán solamente un medio para la conquista de la población” (Ejército Argentino, 1969, pág. 1)40.
En 1979, cuando la guerrilla había sido ya aniquilada, el entonces Jefe de Estado Mayor General del Ejército, el General Carlos Guillermo Suárez Mason, afirmó: “Ante el avance de una acción total por parte del marxismo es preciso tener una respuesta integral del Estado. Sería absurdo suponer que hemos ganado la guerra contra la subversión porque hemos eliminado su peligro armado” (Clarín y La Prensa, 1979 citado en CELS, 1984, p. 19).
De todas las áreas no militares que debían involucrarse en la guerra, fueron las psicológicas las que tuvieron un protagonismo claro en la “guerra sucia” argentina. El objetivo: controlar ideológicamente a la población. Distintas declaraciones e informes gubernamentales coincidían en que para fines de 1976 se había conseguido “la victoria total” en el plano militar, pero que la “batalla decisiva” se libraría en otro terreno porque el objetivo básico de la “subversión alienante es la conquista de las mentes”.
Por esa razón, la victoria definitiva sólo podría conseguirse desarrollando un sistema capaz de incidir, como afirmó el General Roberto Viola, sobre “la mente humana, el sistema interno de convicciones de cada hombre”41. Esta interpretación tiene su correlato en la forma de concebir al enemigo en la actualización doctrinaria que sirvió de base al autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”. Como señala Ana Jemio, en los reglamentos militares de la subversión ya no se limita al “enemigo comunista” armado, si no que se erige como todo lo opuesto al “ser nacional”, “occidental y cristiano”. Según el Reglamento RC-9-1 “Operaciones contra elementos subversivos”, aprobado en 1976, la subversión “implica la ‘acción de subvertir’, y esto es trastornar, revolver, destruir, derribar (el orden), con sentido que hace más a lo moral” (Ejército Argentino, 1977, pág. IV)42. Una vez eliminado el peligro de los movimientos armados, era imperioso lograr el “control de las mentes de la población” porque sólo eso permitiría profundizar el consenso social en torno al orden que se pensaba “reorganizar”, y limitar, así, las posibilidades de subversión en la población.
De ahí que, junto con la ampliación de la comunidad informativa, adquirió un desarrollo particular el área de la acción o guerra psicológica. Un hombre clave en esta materia fue el Coronel Jorge Heriberto Poli quien se desempeñó como asesor en la Secretaría de Información Pública (SIP) durante la dictadura43. En 1958, Poli define a la acción psicológica (AS) como “el recurso de conducción que regula el empleo planeado de todos los medios que influyen sobre determinadas mentes sociales, a través de los más variados métodos y procedimientos, coadyuvando con los esfuerzos físicos en el logro de los objetivos establecidos” (Poli, 1958, pág. 24). Lo sustantivo de esta definición permanecerá inalterable en el Reglamento RC 5-1 “Operaciones Psicológicas” aprobado en 1968, vigente durante todo el período de la última dictadura44. Según este Manual, los objetivos de los métodos de acción psicológica son “crear, afirmar o modificar conductas y actitudes en los públicos, que respectivamente no tengan, tengan o sean desfavorables para los fines establecidos” (Ejército Argentino, 1968, pág. 14). Los métodos de la AS pueden ser persuasivos, sugestivos o compulsivos. Se trata, como analiza León Rozitchner, de acciones que distinguen tres niveles de inserción (y por lo tanto de resistencia) en el aparato psíquico del sujeto: consciente, subconsciente e inconsciente. El nivel consciente (persuasivo) que acude a apelaciones racionales, y “actuará sobre las opiniones, lo intelectual y lo consciente” está destinado a “la ruptura de las inercias”. Sirve para “inducir un cambio de conductas y actitudes o para crearlas”. Este método tendrá su acción más efectiva en la educación e instrucción. El segundo método, de acción sugestiva, actuará sobre las emociones y sentimientos, lo efectivo y lo subconsciente. La base de este método se halla en la existencia de imágenes previas, ya existentes, y sobre ese enlace que el sujeto mismo ha creado como fruto de su propia experiencia se trata de crear otro, no ya propio, sino sugerido, al que la segunda imagen quedaría enlazada por “asociación afectiva”. Se trata de inducir una especie de juicio afectivo sin que lo acompañe un razonamiento: este “impacto afectivo” es como una descarga sobre el sujeto que tiene un resultado: la movilización psicológica por la influencia (imperceptible) de una asociación afectiva.
Este método, según Rozitchner, se utiliza con el público cuya mentalidad es “más simple y menos evolucionada”. El tercero, el más directo y certero en alcanzar su blanco es aquel que recibe el nombre de “acción compulsiva”. Se apela a lo instintivo, atraviesa toda la dimensión de lo psíquico para despertar reacciones tales que barran con la densidad y la complejidad que la experiencia social, la ética y los valores han estructurado en la persona como sujeto autónomo (Rozitchner, 1990).
La propaganda es el campo de influencia más inmediato, directo y habitual de la Acción psicológica y en tanto tal tuvo un lugar preponderante durante la dictadura argentina45. El RC 5-1 identifica, además, otros “procedimientos” de AS como conducción, instrucción, educación y relaciones públicas. A lo largo del gobierno de la dictadura, la SIP impulsó una serie de campañas nacionales que fueron ampliamente difundidas por los medios masivos de comunicación: “Campaña Nacional Derechos y Obligaciones”, “Campaña por la familia”, entre otras. En 1978 a la campaña impulsada para contrarrestar la denominada “campaña antiargentina” se sumó la del Mundial de Fútbol. Más conocida fue la difusión de una calcomanía con la frase “Los argentinos somos derechos y humanos” (1978). A las campañas producidas directamente por el gobierno militar se sumaron las campañas de publicistas “colaboradores” y las emitidas por los propios medios de comunicación46.
En los cursos de inteligencia para oficiales extranjeros, los argentinos hicieron énfasis, según los comentarios del Coronel retirado Mario Mérida, en una de esas campañas: “que decía ´padre argentino sabe qué está haciendo tu hijo en este momento´ […]”. Este ex militar afirma haber tenido: “un excelente profesor en guerra psicológica […] un tipazo, dominaba el tema de Freud y ese tipo de cosas... así que yo llegué de capitán ahí. Yo venía admirado del tema”47. Según Mérida, los psicólogos que dictaban clase en el COE-600 enseñaron “la importancia de escribir un mensaje para la población”. En esos cursos, continuó Mérida, los oficiales aprendieron “el valor de las operaciones psicológicas”, y agregó que:
De hecho, en alguna parte aquí en Guatemala, por ejemplo, nosotros sacamos un volante que era únicamente visual donde aparecía un indígena entregando un fusil galil, y recibiendo del oficial unos billetes así, digamos. Ese, digamos, fue un muy buen impacto. Porque incluso muchos de las bases de apoyo de defensa local, iban a entregar un fusil. Entonces, se recuperó una gran cantidad de fusiles. No sabemos si se desactivó realmente a esa gente, pero sí se recogió bastante armamento, a través de esa campaña. Tratando de acudir a la parte visual (...)48.
Los argentinos también mostraron a los guatemaltecos la película “Ganamos la paz” producida en 1977 con libro de Gabriel Raymbaud. Este documental de propaganda, “[…] era uno de la parte introductoria. Una parte introductoria que hacían en sus conferencias [dictadas por los argentinos en las bases militares de Guatemala en1981]”, sostiene Alberto, el ex oficial de operaciones entrevistado49.
En ese documental de propaganda las Fuerzas Armadas argentinas muestran su visión de la historia del país desde el derrocamiento de Perón en 1955 hasta el golpe de Estado de 1976. El film presenta una argentina próspera y en armonía hasta la llegada del “comunismo internacional”:
En la argentina se vivía en paz. Pero en el mundo se expande el cáncer de la violencia ideológica, contamina nuestra América y busca a la Argentina como blanco del terrorismo internacional. (…) Ese movimiento se infiltró en nuestra sociedad, sembró armas en América pacífica, engañó a jóvenes y adultos. Enseñó a matar. Así se asesinó, se copó aviones civiles, y con frases hechas y arteros procederes, confundieron las mentes (Fragmento de “Ganamos la paz”).
La explicación central del origen de la “guerra sucia” que las Fuerzas Armadas plantean en “Ganamos la paz” radica en la infiltración del comunismo internacional en las mentes de la “población”. De esa manera la subversión instaló el caos y el terror en la sociedad, “engañando” a la población. Según la visión plasmada en esta propaganda, mediante el golpe de Estado de marzo de 1976, las Fuerzas Armadas “lograron la paz”, aunque no entra en detalle de cómo lo hicieron.
Las acciones que pueden entenderse dentro de la “guerra psicológica” no eran desconocidas en Guatemala. La invasión y el golpe a Jacobo Árbenz en 1954 fueron precedidos y acompañados por una extendida y exitosa campaña de acción psicológica ideada en Estados Unidos. Uno de los cerebros detrás de esa campaña fue el teórico de la propaganda moderna Edward Bernays50. No obstante, las Fuerzas Armadas comienzan a darle una importancia crucial para combatir en una guerra contrainsurgente a partir de fines de los años ochenta en el contexto local y regional de escalada revolucionaria y fuerte agitación social. En ese proceso tuvo relevancia, entre otras, la colaboración argentina. El Coronel Mérida, ex Director de inteligencia, afirma que, en Argentina, “(...) terminamos de entender que la respuesta, digamos, no era militar. La respuesta al problema era de carácter ideológico pero sustentado en el bienestar social”51.
En abril de 1982, con el golpe de Estado que protagonizaron las Fuerzas Armadas como institución, se consolidó en la institución armada y en el mando político del país la perspectiva del sector estratégico del Ejército en cuyo centro se asienta la nueva estrategia de guerra basada en la idea de “quitarle el agua al pez”, fórmula con la que se entendía que era imperioso separar a la “población” de la insurgencia (Schirmer, 1999). El coronel retirado Mérida conecta de manera directa los cursos en Argentina con la nueva forma en que se plantea “el problema de la guerrilla en Guatemala”:
Y es que a partir de la salida del General Lucas [el golpe de 1982], se replantea entonces el enfoque de cómo tratar el problema de la guerrilla en Guatemala. Y entonces, tú ahí ves lo importante, digamos, que fueron en parte primero, entender ese fenómeno como se planteó en esas pláticas [en el COE-600]. Estoy hablando del 81, y del 8352.
El operativo independencia: ejemplo de combate.
El Operativo Independencia, nombrado por Alberto, uno de los oficiales entrevistados, como “el caso de la resolución de conflicto que habían tenido en la provincia de Tucumán”, fue utilizado por los argentinos como ejemplo de contrasubversión: “[…] cómo lo habían resuelto y qué aspectos de inteligencia habían utilizado para resolver ese caso. Lo ponían de ejemplo”, afirma el ex uniformado respecto a las Conferencias dictadas en abril de 1981. Lo mismo comenta el Coronel Mérida respecto al Cursos COE 601. El Operativo independencia era usado como ejemplo en la lucha contrasubversiva. El curso incluía, incluso, una visita a Tucumán. Mérida recuerda: “La visita a Tucumán, creo que se llamaba ciudad Urbina, por el subteniente Urbina. Que incluso, como parte de las operaciones psicológicas, nos hablaron de una campaña de sellos postales que hicieron en la Argentina en esa época”53.
El caso de Tucumán, el “Operativo Independencia”, es conocido como la operación que inaugura la práctica sistemática de desaparición forzada en Argentina. Pero, como han señalado estudios recientes, este Operativo no se redujo a prácticas represivas. Censos poblacionales, controles de la circulación de los cuerpos y las mercancías, actos cívicos militares, torneos deportivos, campañas de vacunación, reparación de escuelas y hospitales fueron algunas de las muchas medidas implementadas durante el Operativo en la zona sur (Jemio, 2015). El caso del “Operativo Independencia” presentaba como singularidad el hecho de que allí́ se utilizaron, por primera vez y como un conjunto sistemático, los elementos programáticos de la doctrina “contrasubversiva”, esto es acción represiva, cívica y psicológica. Porque no se trataba sólo de aniquilar toda forma de oposición al poder militar, sino también de ganar las mentes de la población para construir una sociedad ordenada, disciplinada, silenciosa y obediente al orden que se buscaba reafirmar.
Reflexiones finales
Los guatemaltecos se (re)apropiaron de varios aspectos centrales de la doctrina militar argentina para incorporar a sus estrategias contrasubversivas: la importancia de conocer al enemigo en su especificidad; la centralidad de la “población” en una guerra revolucionaria y la idea de “guerra integral”. Es probable que los entrevistados hayan omitido en sus contestaciones y comentarios sobre los cursos y conferencias otros aspectos tratados allí, especialmente aquellos de carácter “técnico”, dado el contexto de avance de los juicios de lesa humanidad en ambos países y la posibilidad de comprometerse con sus declaraciones. No obstante, se considera de absoluta relevancia lo que los militares entrevistados quisieron dar a conocer. Hay un aspecto clave que atraviesa la interpretación de los oficiales consultados que refiere más que al ejercicio de la represión violenta directa y destructiva, a la magnitud de la importancia de los aspectos ideológicos en la estrategia contrasubversiva.
Este aspecto de la contrainsurgencia está ligado a las facetas productivas del ejercicio del poder, a la capacidad de construcción de identidades y consensos sociales. Los procesos represivos no trataron sólo de aniquilar. Se buscó destruir y matar, pero en un movimiento que a la vez produjera legitimidad, sociedad y subjetividad. El proceso genocida guatemalteco ha sido estudiado fundamentalmente en sus aspectos de aniquilamiento, represión y terror. No obstante, la magnitud de la matanza y particularmente sus efectos sociales y culturales requieren incorporar otras dimensiones entre las que destacan las prácticas ideológicas que acompañaron el aniquilamiento.
Por otro lado, de acuerdo a las entrevistas realizadas y a los documentos consultados, es posible afirmar -de manera incipiente- que las (re)apropiaciones que llevaron adelante los guatemaltecos, unidas a las influencias de otros actores y a la propia experiencia guatemalteca, habilitaron o actuaron como condiciones de posibilidad de la reformulación de las estrategias de guerra que el Ejército guatemalteco puso en práctica a fines de los años setenta y consolidó a partir de 1982.
Esta constatación sirve de sustento para insistir en la importancia -de cara a comprender los procesos represivos de la segunda mitad del Siglo XX- de continuar la indagación en torno a las relaciones que establecieron las Fuerzas Armadas y los actores contrainsurgentes de los países latinoamericanos entre sí. Poner entre paréntesis la centralidad norteamericana por un momento y observar otros condicionantes de la acción puede proporcionar elementos hasta ahora invisibilizados para profundizar la comprensión de las matanzas que ensangrentaron la historia latinoamericana. Además, el camino propuesto puede ayudar a repensar la propia concepción de la Guerra Fría en la ruta ya trazada por varios estudiosos hacia interpretaciones que complejizan territorial, social, ideológica y organizativamente ese proceso socio-histórico que marcó profundamente nuestras sociedades.