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Revista Costarricense de Cardiología

Print version ISSN 1409-4142

Rev. costarric. cardiol vol.5 n.1 San José Apr. 2003

 

Editorial
 
 El cliclo renovador
 
 
Dr. Juan Carlos Ansín *
 
Que la vida es un acto complejo, no necesita demostración alguna, basta simplemente con vivirla a conciencia. Para la biología la vida humana es una sucesión de fenómenos que transcurre en distintas etapas: fecundación, desarrollo fetal, nacimiento, crecimiento, reproducción, vejez y muerte. En realidad esto es bastante más complejo que la mera enunciación de estos períodos pues todos se encuentran entrelazados entre sí y algunos no llegan a cumplir esa secuencia.

Mecanismos delicadamente intrincados y todavía misteriosos, son los que generan este proceso. Los filósofos de la antigüedad nos habían enseñado mucho antes que se inventara el microscopio o se desarrollara la bioquímica molecular o la genética, que nosotros no somos, materialmente, los mismos que fuimos ayer. Nuestras células podrán parecer igual pero su constitución y su modo de funcionar no es idéntico. Ellas se van reponiendo al compás de una sinfonía tan exquisita como intrigante.

Sabemos que las células y los tejidos del organismo se reponen tratando de lograr un equilibrio natural entre mitosis (división) y apoptosis (muerte celular programada). Hecho que nunca logra una reproducción idéntica. El factor tiempo juega aquí un papel fundamental y es, en sí mismo el actor principal de este ciclo renovador. El tiempo transcurrido cobra su precio por medio del envejecimiento. Ese período que algunos lo han definido -tal vez con demasiada arrogancia- como una etapa humillante. Pero este sentimiento, bastante extendido, nos revela una autoestima sobrevaluada. El envejecimiento como la vida no es una mera condición biológica, sino una actitud psicológica ante el reto de vivir y el deber de tener que hacerlo bien. Un hecho que no ha sido totalmente dilucidado y mucho menos discutido es el de la clonación reproductiva, en ella el embrión generado tiene la misma edad genética que la del donante del núcleo transplantado, dando así lugar a niños con posibles enfermedades propias de la vejez, como la osteoporosis, los reumatismos, la aterosclerosis, etc.

La vida humana implica también mucho más que el cumplimiento de un ciclo. Para nosotros los creyentes, es un pacto tácito entre Dios y el Hombre, entre el Creador y su criatura que al mismo tiempo que nos ofrece el don más preciado nos exige una responsabilidad suprema: vivir para hacer vivir más y mejor, en armonía con los demás seres y con el mundo que habitamos; ya sea en la biosfera de Theillard de Chardin o en la eikoumené de Toynbee.

Heráclito de Éfeso, un filósofo presocrático al que apodaban El Oscuro, en contraposición con la permanencia e inmutabilidad que los milecios atribuían a las cosas, afirmaba que el movimiento es el secreto de la vida. La mutabilidad y el cambio son su esencia. No es posible bañarse dos veces en el mismo río. El agua que fluye no es la misma. Borges se deleitaba en ello. No se equivocaron, al menos desde el punto de vista biológico. La pregunta que sigue es: ¿tampoco somos iguales o permanentes desde el punto de vista psicológico? Intuyo que los psicoanalistas, ya sean antiguos freudianos o actualizados lacanianos pueden tener una respuesta que desconozco. Ya Ortega y Gasset decía que soy yo y mi circunstancia, implicando en ello que tendremos tan variadas opiniones como alternativas circunstanciales haya. Este constante  fluir, esta transitoriedad de la vida y de sus aláteres más abstractos como la felicidad, el amor y la gloria, acompañaron el  pensamiento de numerosos filósofos y literatos. La influyente dialéctica de Hegel se ha nutrido de ella. Del mismo modo que Hörderlin, Goethe le rindió tributo en Sufrimientos del joven Werther y en su Fausto. Pero fue el creador del Eterno Retorno, Nieztche quien confiesa que no hay en Heráclito una sola frase que él no haya incorporado a su filosofía. Bergson, quien junto a Nieztche quizá hayan sido los filósofos vitalistas más importantes, admitió un tiempo físico que se mide en segundos, minutos y horas al que llamó tiempo espacial o espacio temporal, la cuarta dimensión del espacio. Hace la diferencia con el concepto de tiempo como duración lo cual se puede ejemplificar de la siguiente manera: durante un coma transitorio o mientras leemos una novela o asistimos a una obra de teatro, perdemos la noción del tiempo lineal o físico, en ese momento el pasado, el presente y el futuro existen al unísono pero sin conciencia, allí se crea el concepto de duración, cuyo atributo es la memoria. En la memoria humana se guarda pues, el concepto de tiempo, sin ella nada dura ni perdura. Los que sufren la enfermedad de Alzheimer al perder gradualmente la memoria pierden también la sensación de duración o de tiempo transcurrido e incluso el tiempo se les hace inexistente, razón por la cual pueden, en su mente, coexistir personas de diferentes épocas o ya fallecidas.

El gran historiador de las religiones, el rumano Mircea Eliade (1907-1986), asume que lo sagrado es el principal objeto de culto y la fuente de poder de la religiosidad humana y que lo sagrado se manifiesta (hierofanía) a través de rituales, mitos o símbolos. Cualquier entidad fenomenológica es una hierofanía potencial y puede darnos acceso a un tiempo ahistórico (illud tempore -aquel tiempo- en sentido arcaico). La percepción de ese tiempo sagrado es el hallazgo constitutivo esencial de la humanidad en su aspecto religioso. También dice que uno de los grandes dramas que padece el hombre moderno es el de carecer de una mitología tal y como la gozaba el hombre primitivo. Un hombre que la modernidad ha mirado siempre con desdén, por sobre el hombro, pero que concebía la vida no como un derecho o un simple acto biológico ocurrido por la caprichosa unión de dos gametos, sino como un don divino cuyo merecimiento personal le costaba comprender y que en su pureza de pensamiento nada lo diferenciaba de su entorno, con quienes compartía humildemente ese hecho trascendente que es la vida. No existe religión ni teología alguna que niegue esta percepción fundamental, la de la genuina alegría de sabernos escogidos o tocados por el don de la vida y de tener que compartirla, respetuosamente, con otros seres distintos, ya sea por su constitución biológica, su bagaje cultural, su credo religioso o por su modo de pensar o de ser.

Tener el valor de renovarnos física y espiritualmente ante cada caída, sea ella motivada por una debilidad de carácter, una adicción o por una penosa enfermedad o una pérdida irreparable y hasta por el advenimiento cercano de la última etapa del ciclo vital, es uno de los pocos dones que como seres humanos nos acercan a Dios: la única Verdad absoluta posible.

 


* Consultorios Médicos Paitilla, Ciudad de Panamá, Panamá.
icansinl@pananet.com

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