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Revista Costarricense de Cardiología

Print version ISSN 1409-4142

Rev. costarric. cardiol vol.2 n.2 San José Aug. 2000

 

 
EDITORIAL

Anomalías congénitas del corazón: algunos comentarios

 

Aldo Castañeda. Md., PhD.*


 



El 26 de Agosto de 1938 el Dr. Robert E. Gross logró hacer la primera corrección de un defecto cardiovascular congénito (DCVC), o sea la interrupción de un conducto arterioso permeable. Esta intervención pionera inició la era de la cirugía cardiovascular y además tuvo una influencia importante en el desarrollo de la cardiología pediátrica- Un avance aún más dramático se obtuvo al iniciarse la cirugía de corazón abierto, incluyendo la época de la circulación cruzada controlada en la Universidad de Minnesota, esfuerzo encabezado por Lillehei y Varco en 1953 y, por supuesto, el uso de un corazón-pulmón artificial usado por primera vez con éxito por Gibbon en Philadelphia en 1954 y luego perfeccionado y simplificado por Lillehei-DeWall en la Universidad de Minnesota y por Kirklin en la Clínica Mayo (1955) – ambas instituciones en el Estado de Minnesota y a sólo 90 millas de distancia.

Inicialmente la cirugía de corazón abierto fue aplicada exclusivamente a lesiones congénitas. Paralelamente a los avances quirúrgicos se desarrollaron técnicas cada vez más sofisticadas de diagnóstico durante el Cateterismo cardíaco; luego apareció la ecocardiografía y, más recientemente, nuestros colegas cardiólogos se transformaron en semi-cirujanos al llevar a cabo procedimientos terapéuticos en el laboratorio de cateterismo, abriendo o cerrando lesiones intracardíacas o pulmonares, identificando lesiones arritmogénicas, y logrando, además, la ablación de estos focos en el laboratorio electrofisiológico.

Con respecto a la cirugía de DCVC, vale mencionar la evolución hacia una política terapéutica más agresiva de corrección quirúrgica lo más temprano posible, idealmente en el neonato, como también la introducción de técnicas que permiten intervenir DCVC extremadamente complejos como por ejemplo el síndrome de hipoplasia del corazón izquierdo y otras formas de ventrículos únicos. Miles de vidas se están salvando anualmente – y con poco riesgo – en instituciones especializadas. Por ejemplo, la transposición de las grandes arterias se corrige actualmente anatómicamente con una mortalidad de no más del 1% (en centros del primer mundo) y la sobrevivencia a los 12 años es del 96%.

Para obtener este tipo de excelentes resultados se requiere, más que en cualquier otra especialización, una colaboración armoniosa entre cardiólogos, cirujanos, intensivistas, anestesiólogos, técnicos de bomba y enfermeras. El funcionamiento de este trabajo de equipo requiere además un ambiente de respeto mutuo entre todos los integrantes del equipo, logrando un vector intelectual común, un verdadero "esprit de corps". Consiguientemente los resultados quirúrgicos no sólo reflejan la habilidad y el juicio quirúrgicos, sino también la calidad de todos los componentes del equipo humano.

Tanto en Costa Rica como en Guatemala existe ya una Unidad Cardiovascular Pediátrica y, aunque falta alcanzar niveles comparables a instituciones de vanguardia en el extranjero, mucho se ha adelantado y se sigue adelantando. Tengo entendido que el resto de la Repúblicas Centroamericanas y Panamá se encuentran en varias fases de organizar sus propios centros. No estoy del todo seguro que, dado el relativo bajo número de población, el estado financiero de la mayoría de nuestros países y el significado del costo de montar y mantener un centro de excelencia, sea necesario o aconsejable que cada República persiga la creación de un centro nacional.

Se calcula que de cada millón de habitantes nacen aproximadamente 100 niños con malformaciones congénitas del corazón. Consiguientemente en Centroamérica y Panamá deberían nacer aproximadamente 3,500 niños cardiópatas por año. El 40% de ellos, o sea 1,400, requieren tratamiento durante los primeros meses de vida por la complejidad de sus defectos. Dos o, máxime, tres centros serían suficientes para adecuadamente cubrir las necesidades de estos niños.

Parece que, por múltiples razones, la posibilidad de regionalizar este esfuerzo en Centroamérica y Panamá resultaría sumamente difícil si no imposible. No obstante, cabe considerar que las severas limitaciones económicas de la región y algunas experiencias con la globalización a nivel industrial y comercial en el área puedan eventualmente convencer a los gobiernos que la ventaja económica de regionalizar servicios médicos muy especializados, como son los DCVC, sería considerable y también que los resultados clínicos de centros que manejan un mayor número de pacientes con malformaciones complejas son superiores a centros de bajo volumen.

En 1968 los seis Estados de Nueva Inglaterra decidieron regionalizar el diagnóstico y tratamiento de niños nacidos con DCVC. La eficacia económica y el éxito terapéutico de esa experiencia es bien conocida internacionalmente. Al concentrar el manejo en una institución –en el caso de Nueva Inglaterra en el Hospital de Niños de Boston– logramos forjar un equipo eficiente y sobresaliente, produciendo no sólo resultados clínicos de vanguardia, sino esta gran concentración de pacientes nos ofreció la oportunidad de entrenar una élite profesional y, además, iniciar y mantener un programa de investigación clínica y de laboratorio muy productivo e innovador.

La tarea de entrenar a la siguiente generación de médicos y cirujanos es parte de nuestra misión. En nuestro medio esta obligación se dificulta por la inadecuada preparación de muchos de los integrantes del equipo. Me refiero no solamente a la deficiente preparación científica, sino también al bajo nivel de cultura humanística. Entre las grandes diferencias que percibo entre las Univesidades del primer y el tercer mundo es el insuficiente énfasis en ciencia en éste último, con la consiguiente formación científica deficiente de los médicos, como también la falta de una carrera académica para el profesorado y una dedicación a tiempo completo de los facultativos. Me parece que este bajo nivel científico es, por lo menos en buena parte, responsable de la poca curiosidad intelectual en muchos de los colegas jóvenes.

El proceso mental, la metodología, la disciplina intelectual y el ambiente científico amplían el horizonte profesional y retan la mente tanto del estudiante como del docente. Además se trascienden con más facilidad las barreras artificiales impuestas por disciplinas tradicionales. La investigación obliga a pensar independientemente y a contribuir ideas originales. La ciencia no se presta a diletantismos o improvisaciones. Ya es tiempo que la medicina latinoamericana comience a participar más en engendrar nuevas ideas, en producir avances; de lo contrario nuestros países serán siempre relegados a un papel de inferiores, de parásitos intelectuales, dependientes y, por ende dominados.

Los impresionantes adelantos en la cardiología molecular, en ingeniería tisular y genética, en inmunobiología, particularmente el potencial de la xenotransplantación, la cirugía fetal, la neurobiología, en relación con la protección del cerebro durante la cirugía de corazón abierto, y la biofísica ya están y seguirán revolucionando la parte clínica. Me temo que si la enseñanza de la ciencias biológicas no se profundiza más en nuestras escuelas de medicina, las generaciones venideras de médicos serán relegadas a un analfabetismo médico-científico.

Hemos sido criticados por el esfuerzo de crear un centro cardiovascular pediátrico en Guatemala, un país donde las infecciones, las infestaciones parasitarias y carencia plurinutricional son las causas principales de la elevada mortalidad infantil. Se calcula que en Latinoamérica 500,000 niños mueren anualmente por las causas arriba mencionadas. Aún siendo enfermedades médicas en última instancia, las causas primarias de esta macabra e inaceptable estadística son primordialmente problemas sociales y, por ende, políticos. La salud de un pueblo depende no sólo de valores y esfuerzos en el campo biológico, sino también de compromisos morales de los que lo gobiernan, independientemente del sistema u orientación política.

Aunque los niños nacidos con un DCVC representan, en comparación con las afecciones adquiridas arriba mencionadas, una pequeña minoría, se trata no obstante de una minoría substancial. La gran mayoría de los DCVC ahora pueden ser corregidos y otro número menor puede ser ayudado considerablemente. Un país, una sociedad, tiene la obligación de preocuparse por su juventud, incluyendo a los menos afortunados: es un compromiso imperativo moral.

Además, una unidad cardiovascular pediátrica bien organizada y competente tiende a elevar el nivel médico general dondequiera se encuentre. Pronto se convierte en una atractiva fuente de inspiración para estudiantes, enfermeras y médicos. Sin duda, nuestra especialidad, tanto la rama médica como la quirúrgica, continúa teniendo un gran y prometedor futuro y seguirá atrayendo aplicantes sobresalientes. Nuestros enfermos gozarán cada vez más de las innovaciones que se están introduciendo a un ritmo acelerado, y podrán disfrutar cada vez más de una expectativa de vida normal, tanto cuantitativa como cualitativa. Nuestra profesión ofrece muchas satisfacciones: poder contribuir al bienestar de los pequeños pacientes es un privilegio.


* Cirujano cardiovascular Pediatra, UNICAR, Cuidad Guatemala,  Guatemala.

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