Introducción
Con la llegada del COVID-19, la mayoría de las universidades en todo el mundo se han visto obligadas a cancelar sus clases presenciales y acudir a entornos virtuales, en muchos casos convirtiendo las sesiones de aula en videoconferencias. Los profesores han vivido el cambio con grandes dudas: ¿Cómo conseguir que mis alumnos asistan a las sesiones de videoconferencia? ¿Cómo hacer un examen sin que se copien? ¿Cómo evaluar? (García-Peñalvo, 2020).
¿Y qué piensan los estudiantes? Un estudio interno de una importante universidad latinoamericana recogía las opiniones de los estudiantes:
El 83% de los alumnos habían quedado descontentos con las clases a distancia.
El 92% consideraban que el cambio había afectado (negativamente) a su desarrollo académico.
El 94% consideraban que su participación en las clases había disminuido al trasladarlas al entorno virtual.
Es posible especular con múltiples causas: lo súbito del cambio, la falta de preparación del profesorado, las dificultades para acceder a la tecnología, tanto a la red como a equipos preparados… Pero un diálogo en profundidad con los profesores implicados muestra una explicación más sencilla: el personal docente ha intentado hacer en un entorno mediatizado lo mismo que hacían en sus sesiones presenciales. Y esto, simplemente, no es posible, porque al cambiar el entorno en que se produce el proceso de enseñanza-aprendizaje, se ha cambiado también de paradigma.
EL CAMBIO DEL PARADIGMA COMUNICATIVO: DE LA COMUNICACIÓN VERTICAL A LA HORIZONTAL
La mayor parte de las clases presenciales en las universidades en todo el mundo siguen un modelo magistral, en el que la comunicación fluye verticalmente, de arriba abajo. Incluso los docentes que permiten o potencian la participación de los estudiantes, lo hacen desde esa perspectiva. Son muy pocas las aulas en las que encontramos un diálogo horizontal. Y buena prueba de ello es la disposición de los asientos: todos los estudiantes orientados hacia la posición del profesor, el cual, en muchos casos, ocupa también una posición más elevada.
Pero en la red, en una videoconferencia, la situación cambia. Incluso si el sistema no permite la comunicación horizontal, la red sí lo hace. Los estudiantes no están “abajo” escuchando al profesor, sino que se encuentran a su altura y, simultáneamente, generan comunicaciones horizontales entre ellos a través de múltiples herramientas (WhatsApp, Facebook, …), incluso públicas (Twitter). El profesor en el aula controla la comunicación, decidiendo cuándo y quien puede generar mensajes. En la red, el profesor no posee ese control. Y esto quiere decir que necesitará cambiar sus estrategias comunicativas para adaptarse a este nuevo modelo, en el que el flujo de la información ha perdido la verticalidad de la autoridad académica. No se trata de si está de acuerdo o no con este cambio, se trata de que se ha cambiado de entorno y han cambiado las reglas. El profesor ha perdido el privilegio de “mi casa, mis reglas” porque ya no está en su casa, está en la red que es la casa de todos, para lo bueno y para lo malo.
EL CAMBIO DEL PARADIGMA EDUCATIVO: DE TRANSMISIÓN DEL CONOCIMIENTO AL APRENDIZAJE PARTICIPATIVO
La misma concepción magistral de la enseñanza presencial en la universidad está en la base del paradigma educativo dominante: el profesor posee el conocimiento, y el diseño educativo se basa en cómo
mejor transmitirlo. Incluso cuando los docentes proponen actividades para sus estudiantes, lo hacen partiendo de estas reglas: es el profesor el que sabe qué necesita aprender el estudiante y cómo lo hará.
Pero en la red la situación es diferente. Todos, profesores incluidos, se ha enfrentado cada día a continuos desafíos, cambios que requieren el aprendizaje de nuevas destrezas o el desarrollo de competencias no poseídas. Para ello, se acude a la red en busca de respuestas, de orientación. Pero no se hace acudiendo al experto, asumiendo disciplinadamente lo que diga. Acudimos a varias fuentes, contrastamos, discutimos con nuestros pares y, finalmente, escogemos la alternativa que parece más adecuada, quizás no la misma que ha escogido el vecino, quizás no la misma que se seleccionó unos días antes.
EL CAMBIO DE PARADIGMA AGRUPACIONAL: DE LA COMUNIDAD A LA RED
Este “aprendizaje participativo” se realiza en red. No se hace en un grupo estable, siempre el mismo, formado por miembros razonablemente fijos, con reglas definidas en su interior, y con un liderazgo consensuado. Es decir, no se hace en comunidad. Los grupos de estudiantes en un aula universitaria son, o deberían convertirse, en auténticas comunidades de aprendizaje. Pero en el nuevo entorno la situación es diferente: no se crean comunidades sino redes, múltiples redes en las que saltamos de una a otra según las necesidades, con fronteras borrosas sobre quien pertenece o no a una red, con reglas cambiantes que establece la propia red sobre la marcha y con liderazgos también cambiantes.
En una plataforma como WhatsApp se pueden crear comunidades. Pero se está continuamente creando redes: nos apuntan a una lista, nos borramos, generamos nuevos grupos, …
Muchos, ¿la mayoría?, educadores son conscientes de la importancia del trabajo cooperativo y colaborativo, pero lo interpretan con la perspectiva de comunidades, de grupos definidos. Quizás deberían pensar en redes.
EL CAMBIO DE PARADIGMA ESTRUCTURAL: DE ENSEÑAR A GRUPOS O A INDIVIDUOS
Con la llegada de la escuela pública y la educación obligatoria, el sistema educativo se vio obligado a estructurar los centros mediante grupos: imposibilitados de ofrecer a cada estudiante un tutor que le atendiera individualmente, agruparon a los estudiantes y los nivelaron en grados. No importa si son grupos de 10, 20, 50 o 100 alumnos, el problema es el mismo: dentro del grupo los estudiantes tienen diferentes necesidades, diferentes intereses, diferentes habilidades, diferentes culturas familiares, diferentes estilos cognitivos y diferentes estilos de aprendizaje. Pero todos se ven obligados a escuchar lo mismo, leer lo mismo, ver lo mismo, hacer las mismas actividades, para tratar de alcanzar los mismos objetivos, para lo que son evaluados con idénticos criterios y del mismo modo.
Pero en la red, cada individuo sigue su propio camino buscando respuestas a sus necesidades de aprendizaje, sea para cocinar un plato, reparar un aparato o curar una herida. Algunos preferirán ciertos vídeos y otros optan por páginas de texto con o sin imágenes, algunos eligen un estilo coloquial y otros buscan algo más riguroso. Algunos pueden seguir minuciosas instrucciones sobre cómo proceder mientras los más creativos preferirán que sólo les indiquen los aspectos clave del proceso. Y mientras alguno mirará y revisará varias veces el mismo documento, su compañero apenas echará un vistazo superficial.
Los Campus Virtuales son apreciados por gestores educativos, quizás porque controlan tanto a profesores como a alumnos y limitan el acceso de visitantes no deseados. Funcionan sobre plataformas como Blackboard® o Moodle, tecnologías del siglo pasado basados en pedagogías de hace dos siglos.
En Internet, cada navegante escoge sus marcadores, sus herramientas, sus lugares preferidos, sus redes. Pero el campus virtual retorna al viejo concepto de aula y todos los alumnos de la misma asignatura acceden al mismo entorno, para allí escuchar lo mismo, leer lo mismo …
EL CAMBIO DE PARADIGMA LABORAL: DE MEDIR POR TIEMPO EMPLEADO O POR OBJETIVOS
El ultimo cambio de paradigma afecta especialmente al mundo laboral. Las empresas que han enviado a las personas colaboradoras a trabajar en sus hogares se han encontrado que resultaba difícil medir su contribución. Empresas acostumbradas a valorar el trabajo del empleado por el número de horas que “pasaba” en la empresa, descubren que ese valor deja de ser significativo. Tratan, por supuesto, de desarrollar sistemas de control. Pero han descubierto que es casi imposible. Y es que, en el teletrabajo soportado en red, la contribución se mide por el logro de objetivos.
También en Educación muchos profesores acostumbrados a exigir a sus estudiantes la presencia física en sus clases, han querido comprobar que sus alumnos les seguían en la videoconferencia. Pero han descubierto (o lo van a descubrir) que eso no es posible. Pueden ver un nombre en la lista de asistentes, incluso en una cámara, pero cuando imparten esa clase en Zoom® o BBCollaborate® deben recordar que quizás la mitad de sus estudiantes están haciendo otras cosas y no los escuchan.
QUÉ HACER EN LA PRÁCTICA
Últimamente han aparecido varios estudios recogiendo la experiencia de estos meses y proporcionando respuestas a las dudas de los profesores (De Vincenzi, 2020). Pero si profesores y gestores universitarios no son conscientes de estos cambios paradigmáticos, lo único que conseguirán será alargar la catástrofe. Porque la pandemia sólo ha puesto en evidencia el desfase entre una sociedad en red y una universidad arrastrando hábitos y estructuras medievales. Esta disfunción hace años que se ha puesto de manifiesto (Bartolomé, 2011), pero la respuesta ha sido en muchos casos, cambios superficiales en las técnicas docentes cuando no un mero incremento del uso de tecnología, como si el problema estuviera en utilizar las máquinas y no en cambiar el modo de enseñar.
Son cambios complicados: el profesorado de las universidades ha aprendido y utilizado durante muchos años los viejos modelos. Las soluciones requieren en muchos casos de más investigación y deben depurarse. Y, sobre todo, es necesario romper hábitos y costumbres en los que profesores y alumnos se encuentran confortablemente instalados. Este corto texto no permite extenderse más. Pero quizás sea la extensión de la pandemia la que, finalmente, permita comprender la necesidad del cambio.