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Káñina

On-line version ISSN 2215-2636Print version ISSN 0378-0473

Káñina vol.48 n.2 San Pedro de Montes de Oca May./Aug. 2024

http://dx.doi.org/10.15517/rk.v48i2.60976 

Artículo

La frontera, el «no-lugar» recurrente en la literatura mexicana reciente. Un breve recorrido desde los márgenes

The border, the recurring “non-place” in recent Mexican literature. A brief journey from the margins

Gerardo Castillo-Carrillo1 
http://orcid.org/0000-0002-8167-1169

1Universidad Iberoamericana-Puebla, Puebla, México. Profesor del Departamento de Humanidades. Doctor en Literatura Hispanoamericana. Correo electrónico: gerardocastilloc@hotmail.com

Resumen

El presente artículo se centra en analizar algunas obras clave de la literatura mexicana contemporánea, en las que la frontera geográfica sur o norte de México es representada como un espacio contrahegemónico, violento y geopolíticamente vulnerable. Para tal propósito, se revisarán de manera particular las novelas 2666 (2004), de Roberto Bolaño; Al otro lado (2008), de Heriberto Yépez; Las tierras arrasadas (2015), de Emiliano Monge, así como el poemario testimonial El libro centroamericano de los muertos (2018), de Balam Rodrigo. En estos textos la frontera es configurada como un territorio de múltiples relaciones socioculturales y transacciones económicas, en los que los valores e intereses particulares están condicionados por las leyes del mercado. En cada una de estas obras está presente de manera directa o indirecta el narcotráfico, el cual controla, administra o elimina todo aquello que le parece inservible.

Palabras clave: frontera; heterotopía; periferia; migración; violencia

Abstract

This article focuses on the analysis of some contemporary Mexican literary works, in which the southern or northern geographical border of Mexico is represented as a counterhegemonic, violent, and geopolitically vulnerable space. For this purpose, the novels 2666 (2004), by Roberto Bolaño To the other side (2008), by Heriberto Yépez; The Scorched Lands (2015), by Emiliano Monge, and the testimonial collection of poems The Central American Book of the Dead (2018), by Balam Rodrigo will be reviewed in particular. In these texts, the border is configured as a territory of multiple sociocultural relations and economic transactions, in which particular values ​​and interests are conditioned by the laws of the market. In each of these texts, drug trafficking is present directly or indirectly, who controls, manages, or eliminates everything that seems useless.

Keywords: border; heterotopia; periphery; migration; violence

Introducción

El espacio geográfico en la literatura se construye a partir de lugares reales o desde la imaginación. En los géneros narrativos conforma una unidad con el componente temporal. El propio Mijail Bajtín (1989) propone la noción de cronotopo para referirse a la disposiciones espacio-temporales manifiestas en la novela y considera que es un centro organizador de los acontecimientos narrativos. No obstante, el espacio también puede ser un mecanismo que expresa una realidad socioeconómica concreta, una zona de territorialización, o bien un lugar de poder y control. En consecuencia, en el presente estudio se demostrará que, desde la literatura, existe una clara identidad territorial articulada con una intención específica. Por tal motivo, en los textos que a continuación analizo, la frontera es configurada como un territorio de múltiples relaciones socioculturales y transacciones económicas, en los que los valores e intereses particulares están condicionados por las leyes del crimen organizado.

El espacio literario, de acuerdo con Araújo y Picallo (2013), es una construcción verbal a través de elementos retórico-estilísticos. En esta dirección, Iuri Lotman (1973) considera que es un principio de ordenación y distribución de los personajes, en la que se establece una configuración del topos mediante estructuras supratextuales y lingüísticas que producen una «imagen del mundo», así como relaciones espaciales. Luz Aurora Pimentel (2001), al respecto, apunta que los espacios representados en la ficción pueden ser «reconocibles» con una clara referencialidad, o bien estar distorsionados, como parte de una percepción personal o estética del autor: «el contrato de inteligibilidad implica no sólo modelos de conducta social e individual sino “modelos de espacialidad” que interactúan para producir la significación narrativa, como los lugares del mundo real» (p. 10).

En este orden, Michael Foucault (1967), en su conferencia titulada «De los espacios otros», plantea que existen espacios que rompen con la lógica de la normalidad, precisamente porque alteran los mecanismos de comportamiento; en otras palabras, son áreas territoriales diferentes, contrapuestas a las zonas hegemónicas que están bajo la regulación de las instituciones de poder. Foucault (2010) un año antes formuló el concepto de heterotopía para explicar la presencia de lugares inclasificables que eluden el control, de esta manera el cementerio, el prostíbulo o el teatro, según el filósofo francés, serán espacios que cumplen con estas características. A pesar de ser la contraparte, estos lugares son localizables de manera física, pero suelen variar, transformarse y en ocasiones ser discordantes; en síntesis, pueden constituir una mutación hacia la alteridad.

A partir de este panorama, se puede observar, por ejemplo, que el espacio representado en la narrativa sicaresca está situado en las comunas, zonas marginales que contrastan con los barrios residenciales de la ciudad de Medellín. De manera semejante, estos rasgos también se cumplen en la novela villera, la cual tiene como escenario los suburbios de Buenos Aires, vecindarios con una infraestructura de vivienda desorganizada y escasos servicios básicos, pero que coexisten con los barrios tradicionales de la urbe. Del mismo modo sucede con las favelas, territorios precarios situados dentro del área metropolitana de Río de Janeiro o San Paulo. Asimismo, la zona fronteriza de México (norte-sur) es un espacio conflictivo por el que transita un alto índice de migración en el que además se comercia todo tipo de mercancía (droga, sexo, mujeres, órganos humanos, entre otros), convirtiéndolo en un área de excepción y diferenciándolo del resto del territorio del país.

La frontera es un espacio con múltiples prácticas sociales, generalmente transitada por sujetos marginados, víctimas de la desigualdad económica1. Geopolíticamente es una línea divisoria que delimita un territorio específico y, a su vez, se puede dividir como una zona segura e insegura, dependiendo de la posición en que se esté. Gloria Anzaldúa (1999) considera que es un espacio ambiguo, indeterminado y en constante transición, habitado por personas «prohibidas»: migrantes deportados, indigentes, drogadictos, traficantes, etcétera. En palabras de Manuel Delgado (1999), esta área no tiene propietario, es un lugar vacío, propicio para los encuentros, los intercambios y los contrabandeos. Sin duda, la frontera en el imaginario colectivo es un lugar simbólico que produce un sinfín de significados y, en palabras de Pierre Bourdieu (1999), genera subalternidades bajo una dialéctica del conflicto.

Líneas antes expuse algunos planteamientos sobre el concepto de heterotopía propuesto por Michel Foucault (2010). La frontera, bajo esta perspectiva, se puede considerar un espacio alterno, un lugar de desviación; es decir, una zona que rompe con lo socialmente establecido y todo aquello que es inclasificable, fuera del orden político, convirtiéndose bajo estas condiciones en un lugar heterotópico, donde los sujetos no deseados pueden transitar porque han sido excluidos por las dinámicas que las élites y el capitalismo global imponen. De alguna u otra forma, el territorio fronterizo constituye un escenario de desorganización que produce todo tipo de comercio clandestino (narcotráfico, prostitución, extorsión). En consecuencia, estos «no-lugares» surgen como el anverso de aquellos espacios ideales, ordenados y regulados bajo los marcos de las clases hegemónicas e institucionales; no obstante, siempre será necesaria la yuxtaposición de lugares que presentan resistencia a la norma.

2. La frontera: una constante en la literatura mexicana

En la literatura mexicana, la frontera ha sido un espacio geográfico frecuente, en principio como un destino trágico, tal como se puede observar en Murieron a mitad del río (1962) de Luis Spota; después, como una zona de constaste crimen y violencia, como ejemplo podemos mencionar las novelas Sueños de frontera (1989) de Paco Ignacio Taibo II, Juan Justino Judicial (1996) de Gerardo Cornejo, Tijuana dream (1998) de Juan Hernández Luna o La frontera de cristal (1995) de Carlos Fuentes. En conjunto estas obras plantean el debilitamiento y la decadencia del orden estatal, como parte de la globalización económica y del alto flujo migratorio. La narrativa mexicana abordará esta problemática desde distintos ángulos, tratando de analizar la compleja realidad que representa transitar el territorio fronterizo.

De esta manera, la frontera, para los escritores, se convierte en una temática atractiva y desconcertante a su vez por las múltiples interacciones o paradojas que representa su escenario, elementos que se ven reflejados en obras como Instrucciones para cruzar la frontera (2002), de Luis Humberto Crosthwaite; 2666 (2004), de Roberto Bolaño; La Mara (2004), de Rafael Ramírez Heredia; El ejército iluminado (2007), de David Toscana, Al otro lado (2008); de Heriberto Yépez; Señales que precederán el fin del mundo (2009), de Yuri Herrera; La fila india (2013); de Antonio Ortuño2, Las tierras arrasadas (2015) de Emiliano Monge, entre otras. De forma conjunta, estas novelas abordan el problema de la migración masiva bajo el dominio del crimen organizado, evidenciando el debilitamiento y complicidad de las instituciones gubernamentales en un contexto de alta vulnerabilidad para la población civil.

Como antecedente inmediato a las obras antes mencionadas, se puede citar La frontera de cristal de Carlos Fuentes, publicada en 1995 bajo el sello de la editorial Alfaguara. La novela está estructurada en nueve cuentos o apartados que se entrelazan a través de los personajes, quienes exponen distintos conflictos de la realidad bicultural en la frontera entre Estados Unidos y México. En la mayor parte de los relatos los desplazamientos sociales de los personajes se plantean desde una posición de subalternidad: inmigrantes, obreros, indocumentados, sirvientas, entre otros, los cuales se caracterizan por padecer históricamente una opresión política-económica por parte del norteamericano, y esta condicionante es referida no solo a nivel temático, sino también en el plano espacial, pues la frontera representa el territorio de exclusión de esta clase social marginada.

En La frontera de cristal todos los personajes están situados en la periferia, pues al estar relegados de los patrones económicos son ubicados espacialmente (Ciudad Juárez) como seres marginados. Dentro del relato, el territorio fronterizo (Estados Unidos) que los personajes desean sobrepasar y que nunca lo consiguen, se torna simbólicamente en un elemento de conflicto entre el individuo y el sitio anhelado. De este modo, una vez más la antinomia centro-periferia vuelve a aparecer como un mecanismo que configura la visión y el espacio narrativo. Desde la perspectiva de Foucault (2010), la Unión Americana representa, para los personajes de la novela, el lugar utópico, que proyecta una idea de sociedad perfecta, pero a su vez también es el reverso de esa sociedad que oscila entre las dos fronteras.

Sin duda, uno de los textos que con más acierto ha abordado la temática fronteriza en Ciudad Juárez es «La parte de los crímenes» de la novela 2666 de Roberto Bolaño. Santa Teresa se convierte en el espacio ficcional para relatar los cruentos e incontables feminicidios, bajo un escenario compuesto de migrantes, trabajadoras de maquila, sexoservidoras y traficantes. Todos estos sujetos están subordinados a las normas que impone la globalización económica, convirtiendo principalmente a las mujeres en los seres más vulnerables, pues sus asesinatos son consecuencia de una violencia simbólica y sistemática que se perpetra desde las fuerzas policiacas y que además el propio Estado con su desinterés silencia.

Cabe destacar que en «La parte de los crímenes» de 2666, otro elemento que evidencia la condición de subalternidad en el que se encuentra las mujeres es el lugar o la zona donde son hallados sus cuerpos: el desierto, los basureros o las alcantarillas. Esto demuestra el nivel de cosificación al que son reducidas por los homicidas:

Esto ocurrió en 1993. En enero de 1993. A partir de esta muerta comenzaron a contarse los asesinatos de mujeres. Pero es probable que antes hubiera otras. La primera muerta se llamaba Esperanza Gómez Saldaña y tenía trece años. Pero es probable que no fuera la primera muerta. Tal vez por comodidad, por ser la primera asesinada en el año 1993, ella encabezaba la lista. Aunque seguramente en 1992 murieron otras. Otras que quedaron fuera de la lista o que jamás nadie las encontró, enterradas en fosas comunes en el desierto o esparcidas sus cenizas en medio de la noche, cuando ni el que siembra sabe en dónde, en qué lugar se encuentra. (Bolaño, 2004, p. 444)

El fragmento antes citado demuestra que las mujeres asesinadas quedan reducidas a nada, desaparecidas del mapa y silenciadas. En este sentido, Judith Butler (2010), en su texto Marcos de guerra, apunta que, en el contexto de una guerra, las víctimas o muertos no son considerados dignos de duelo porque son vistos como población sustituible debido a que hay una política del desecho. De manera semejante sucede con las muertas en la novela 2666: sus cuerpos, al ser depositados en basureros o en fosas clandestinas, son hallados en calidad de cadáveres anónimos e inservibles3, los cuales no pueden ser llorados por sus familiares porque siempre estarán bajo el signo de la incertidumbre ante su desaparición.

De este modo, la Santa Teresa ficcional, que evidentemente tiene como punto de referencia a Ciudad Juárez, comparte las mismas características de las metrópolis fronterizas del país: migración excesiva, insuficiencia laboral, corrupción policiaca, altos índices de marginación y el predominio del crimen organizado. Estas condiciones de alta vulnerabilidad, en la población más pobre, solo es propiciada por la inexistencia del Estado, de instituciones de justicia débiles, así como una vorágine de violencia y horror. Por consiguiente, Santa Teresa en la novela constituye, retomando a Anzaldúa (1999), un lugar inseguro, oscuro, un espacio netamente fronterizo que marca una línea divisoria a través del desierto y que conlleva un límite entre un territorio seguro o positivo y «otro no lugar» que representa todo lo contrario.

De este modo, también se convierte en un espacio degradado cuyos múltiples feminicidios registrados, en el plano social, pasan inadvertidos. En términos de Marc Augé, se convierte en un «no lugar», un territorio anónimo que manifiesta decadencia moral:

A mediados de febrero, en un callejón del centro de Santa Teresa, unos basureros encontraron a otra mujer muerta. Tenía alrededor de treinta años y vestía una falda negra y una blusa blanca, escotada. Había sido asesinada a cuchilladas, aunque en el rostro y el abdomen se apreciaron las contusiones de numerosos golpes. En el bolso se halló un billete de autobús para Tucson, que salía esa mañana a las nueve y que la mujer ya no iba a tomar. (Bolaño, 2004, p. 446)

De acuerdo con los planteamientos de Foucault (2010), Santa Teresa, en tanto ciudad fronteriza, se identifica como una heterotopía de desviación debido a que sus habitantes se comportan de manera retorcida y, excluyen toda clase de normas jurídicas y comportamiento social. Bajo estas condiciones, en el mismo territorio surgen múltiples espacios que en sí mismos resultan incompatibles.

De igual manera, en la novela Al otro lado, el relato está ubicado en un lugar ficticio llamado Ciudad de Paso. De manera semejante a 2666, la frontera es representada como un territorio contradictorio, heterogéneo y conformado de múltiples zonas, así como de una discontinuidad económica en permanente crisis, la cual genera sujetos marginales como Tiburón, personaje central de la historia, quien es adicto al phoco (una sustancia compuesta de restos de cocaína y raticida). Esta Ciudad de Paso habitada de niños drogadictos, polleros narquillos y migrantes representa un espacio inseguro e inestable:

Ciudad de Paso estaba cambiando de mando. El cartel tomaba control absoluto de las calles. Todos se sentían amenazados. Cada colonia era una zona de guerra; y cada casa, una fortaleza. Los nuevos jefes de El Matamorros no querían extraños chingando, y este balazo, tan preciso como indiferente de su blanco específico, era uno de los tantos avisos del giro general de la jefatura. Tiburón no era el único bajo la noche del phoco. Había otros. Otros más poderosos. Cada cerro tenía propietario. Cada esquina. Cada barrio. Tiburón debía regresar a su propio terreno (Yépez, 2008, p. 21)

Acorde con la cita anterior, esta ciudad fronteriza está articulada como un espacio peligroso e intransigente, habitado por sujetos subalternos que generan lugares específicos de control y comercio. Así, esquinas, calles, lotes baldíos o casas son esas otras orillas de la frontera que se resignifican a partir de sus usuarios y prácticas. Estos sitios están yuxtapuestos a otros tantos territorios ubicados en la propia Ciudad de Paso, la cual presenta las mismas características y problemáticas que otras metrópolis fronterizas (Ciudad Juárez, Tijuana, Matamoros), pero a su vez producen otros espacios ambivalentes que rompen con la lógica de la urbe.

En la narrativa mexicana reciente que tiene como temática la frontera, de alguna manera, se comparte la misma visión sobre esta zona: límite, separación, diferencia, barrera, confrontación, fisura, etcétera. Todos estos elementos forman parte de una inconclusa y contradictoria discusión que Heriberto Yépez (2008) en la novela Al otro lado aborda a partir de la migración. En el texto, Tiburón y su hermano se dedican a trasladar personas de manera clandestina hacia Estados Unidos; como «polleros» promocionan un cruce seguro «al otro lado». Por supuesto, en el texto subyace una idealización por parte de los personajes (drogadictos, polleros, migrantes) de la vida en Norteamérica: «En su sueño, Tiburón, tocaba una puerta más. Y esperaba que se le abrieran. Era una puerta de color café oscuro, de madera esmaltada. La tocaba insistentemente. Esperaba entrar al otro lado» (Yépez, 2008, p. 94). Esta alegoría onírica de hallarse al otro lado representa el deseo de colocarse en una alteridad espacial diferente, un lugar alterno como Sunny City, donde se puede encontrar resguardo y escapar del territorio violento y hostil el que vive.

A propósito de la novela Al otro lado, Silvia Ruzzi (2014) considera que la intención de la obra, más allá de las referencias geográficas a Tijuana y San Diego, es hallar un espacio liminal «entre los sueños y la pesadilla, el amor y el odio, la realidad y la imaginación y lo material y lo etéreo» (p. 118). Es decir, apunta Ruzzi, persiste un anhelo por crear un contra-espacio, situado entre el linde mental y personal que busca quebrantar el lugar, la frontera, el límite territorial. En consecuencia, estas fronteras geográficas o simbólicas son puntos de fuga para producir «no-lugares» alternativos con un propósito de revitalización, refugio o transgresión. En términos de Michel Foucault (1967), este tipo de escenarios rompen con las fuerzas de poder implantadas desde la institucionalidad, son zonas de resistencia en las que se genera una dialéctica sobre las condiciones y circunstancias particulares del territorio.

Del mismo modo que en 2666 y Al otro lado, en Las tierras arrasadas el espacio geográfico es ficticio (Ojo de Hierba). La historia se organiza en tres secciones: El libro de Epitafio, El libro de Estela y El libro de los Chicos de la Selva. Los dos personajes centrales, Epitafio y Estela, se dedican a secuestrar y extorsionar migrantes desde Centroamérica hasta la frontera norte de México. Bajo el entendido de cruzarlos a Estados Unidos, engañan a sus víctimas haciéndolas caminar por la selva y el desierto, pero al llegar a un lugar denominado el «Tiradero», los migrantes son asesinados para ser despojados de sus pertenencias:

Cuando todos los presentes han ocupado ya sus nuevas posiciones, Estela chifla por primera vez y es así que le entrega a sus muchachos su nueva orden. Estalla entonces la primera ráfaga de fuego y los que llevan varios días andando caen al suelo, vomitando unas palabras que sus bocas lanzan crudas. (Monge, 2015, p. 18)

En principio, la selva se vuelve una zona agreste que simbólicamente aniquila a los migrantes y los vuelve un remanente sin rastro. Además, representa tal como lo plantea Gloria Anzaldúa (1999), el «lugar inseguro», ese espacio indeterminado por el que transitan sujetos oscuros, peligrosos o prohibidos, todos aquellos que trasgreden los límites de lo socialmente permitido. En esta borderland, Epitafio y Estela abusan de la buena voluntad de los migrantes centroamericanos que, con la ilusión de llegar a Estados Unidos, confían en la palabra de estos dos criminales y asesinos, quienes valiéndose de la marginación de estos sectores los secuestran, asaltan y matan. La frontera norte solo es un espejismo que nunca logran alcanzar, pues la selva, de manera alegórica, se los traga, condenándolos al olvido perpetuo. No obstante, en toda la novela se intercalan distintas voces y testimonios de migrantes con el propósito de no borrar su existencia.

Los distintos testimonios, intercalados a lo largo de la novela, comparten la misma visión pesimista, así como un evidente desaliento por la violencia y las circunstancias adversas que padecen en su trayecto por cruzar la frontera. Paradójicamente, Epitafio y Estela, estos dos criminales que asaltan y extorsionan migrantes, en su infancia sufrieron situaciones de maltrato y abandono, semejantes a las de sus víctimas:

No debí haberlo intentado… no debí nunca haberme ido… y pensar que yo creía que sí podría… por pendejo… por no creer que no se puede… que uno sale siempre derrotado… que lo derrota a uno este sitio… que lo derrotan siempre a uno estas gentes… convirtiéndolo en perro… un animal pues solamente. (Monge, 2015, p. 54)

De alguna manera, dichas voces funcionan como conciencia colectiva y como denuncia del abandono social, económico y de seguridad que se ha ejercido contra las poblaciones más desfavorecidas de los países centroamericanos. Estos testimonios tienen como propósito dejar rastro, dejar constancia de su existencia, porque el olvido es aún más perjudicial que la propia exclusión. En consecuencia, Las tierras arrasadas es una alegoría de territorios contrahegemónicos y complejos en constante tensión a causa de las reglas que dicta el mercado criminal.

Dichas zonas son un lugar transitorio donde se producen múltiples relaciones, razón por la cual el poemario testimonial El libro centroamericano de los muertos4, escrito por el poeta chiapaneco Balam Rodrigo, se centra en explorar las diversas caras de la migración centroamericana, en la frontera entre Guatemala y México, a través del registro de diversas voces. Los poemas reflejan una profunda visión realista sobre la pobreza, la violencia y la muerte que padece la población que por necesidad económica se moviliza del sur hacia el norte, con el propósito de llegar a los Estados Unidos.

Dentro del poemario, Balam Rodrigo establece una red intertextual con el libro Brevísima relación de la destruición de las Indias de Fray Bartolomé de las Casas, cuyo tratado expone de manera crítica la barbarie y violencia que padecieron los indígenas durante la Conquista. Bajo esta premisa, el autor trata de equiparar el terror político y criminal que sufren los migrantes centroamericanos en su recorrido por la frontera sur mexicana, con el maltrato que padecieron los indígenas durante la Conquista. Por tal motivo, no es fortuito que el poemario lleve como subtítulo: Brevísima relación de la destruición de los migrantes de Centroamérica, colegida por el autor, de la orden de los escribidores de poesía, año de MMXI, a través del cual se establece una abierta denuncia contra la violencia estructural perpetrada desde el poder político, las fuerzas policiacas y agudizada por la delincuencia organizada.

Desde el punto de vista geográfico, México comparte la frontera sur con Guatemala y Belice. Este territorio es una zona de abundante vegetación, conformada por selva, ríos y volcanes. Dichas características naturales son resaltadas y descritas en el poema titulado «14°53,37.0 N 92°14’49.0» «W» (Tapachula, Chiapas):

El Río Suchiate nace en el Volcán Tacana en la Sierra madre centroamericana - lugar de tránsito y tráfico ilegal de indocumentados -; durante su trayecto se convierte en una frontera natural entre México y Guatemala, y recorre 8 kilómetros para desembocar en el Océano Pacífico. Divide los poblados de Tecún Umán, Guatemala, y Ciudad Hidalgo, México. (Balam Rodrigo, 2018, p. 34)

El primer filtro que deben pasar los migrantes centroamericanos, en su destino hacia los Estados Unidos, justo es Ciudad Hidalgo, Chiapas, colindante con el Río Suchiate y Tecún Umán, Guatemala. Este territorio fronterizo registra un constante flujo y movimiento, en el que circulan sujetos que solo están de paso. Dicho espacio cumple con los elementos que Marc Augé (1993) denomina como un «no lugar», caracterizado por presentar rasgos locales y a su vez globales, pero ante todo por ser un escenario de estricta movilidad, fugacidad y efímero para los visitantes (p.83). Estos «no-lugares» manifiestan una experiencia propia y única para aquellas personas que los transitan. Se puede afirmar que son regiones que producen una cultura particular, cambiante e intransigente y que además propician el anonimato involuntario de los individuos.

Los rasgos antes expuestos de los «no-lugares» se pueden observar en ciudades fronterizas como Ciudad Hidalgo, Tapachula, Tijuana, Nogales y Matamoros, por ejemplo. Otras características que se presentan en este tipo de espacios son la ambigüedad cultural y una identidad imprecisa que propicia una ausencia de la historia, aspecto que, en consecuencia, motiva el anonimato social de infinidad de migrantes asesinados que son olvidados, borrados de los registros oficiales:

[...] tirados a un lado en los caminos de extravío, mordidos por alambradas, destrozados por manos muertas, atropellados por trenes que gritan en medio del vacío como pájaros despedazados por mandíbulas de óxido, lo que antes fueron pantalones, zapatos, blusas, tela, son ropas e hilachos sin cuerpo, rastrojo, recientes formas sin carne, piezas hormadas por la muerte extendiendo su cordón umbilical de suciedad y trapos desde el río Suchiate hasta el no Bravo [...] como el rastro de sangre que deja el animal herido por los tajos del machete, así las huellas, los músculos, los muñones regados a los lados de las vías del tren por las que pasa La Bestia con su parvada de guadañas: rieles, escaleras de acero cosidas al dorso de México, columna vertebral de un país completamente desmembrado [...]. (Balam, 2018, p. 41)

Bauman (2005), a propósito de los migrantes, apunta que la marginación provoca que haya una infinidad de excluidos que no tienen cabida en el sistema económico, político y social y que sobreviven en condiciones denigrantes, generando una «cultura de los residuos humanos» en la que los entes financieros controlan e imponen una agenda global (p. 35). Estas premias de Bauman, sin duda, están presentes en los testimonios de las múltiples voces que aparecen en El libro centroamericano de los muertos. En este contexto, es necesario considerar que en Centroamérica, debido a sus frecuentes revueltas sociales y escaso desarrollo económico, se ha agudizado la pobreza en las clases marginadas, lo que propicia que las élites financieras, así como el crimen organizado, hagan más vulnerables a sectores excluidos como los migrantes, los cuales son visualizados como mercancía, pues en su condición de subalternidad son extorsionados o sujetos de explotación sexual o laboral, lo que los convierte en moneda de cambio para intereses políticos o delictivos.

Ahora bien, se debe considerar que la frontera generalmente elude los marcos normativos y legales que la regulan debido a la serie de prácticas ilícitas que se producen. Al respecto Foucault (1967) asevera que este tipo de espacios, al evadir la lógica institucional, se convierten en «no-lugares» a causa de estar en conflicto constante entre el poder y la resistencia social, aspecto que, por ejemplo, los migrantes sobrellevan en su tránsito por esta zona. Asimismo, subraya que este tipo de regiones, como la frontera, son fragmentos geográficos aislados que generan nuevas narrativas espaciales.

Los planteamientos de Foucault (2010) permiten observar que la visión y los marcos de referencia sobre la frontera mexicana son distintos al resto de la geografía mexicana. El espacio fronterizo es un territorio caracterizado por la violencia, el narcotráfico, la explotación sexual y laboral, generando con ello una cultura de la muerte y el desecho humano, aspectos que Balam Rodrigo destaca como leitmotiv del poemario. En contraste con esta idea, dentro del texto hay cinco secciones con el título «Álbum familiar centroamericano». A partir de esta sección se incorporan fotografías en las que aparece el poeta con sus padres, sus hermanos y migrantes que fueron albergados en la casa del autor; con ello evidencia que en este tipo de espacios prevalece, de acuerdo con Foucault (2010), un entorno heterogéneo que propicia una red de encuentros con la diversidad, lugares donde se encuentran distintas perspectivas e intereses. De esta manera, el hogar de Balam Rodrigo ante tanto caos representa una zona de resguardo, yuxtapuesta a otros tantos territorios en sí mismos incompatibles y contradictorios.

III. Conclusión

La complejidad de relaciones que representa la migración provoca un sinfín de conflictos sociales. La frontera, bajo esta lógica, genera una dinámica del desecho en la que las personas son remplazables, convirtiéndose en simple mercancía para los grupos criminales. De acuerdo con los planteamientos anteriores, en los textos analizados se puede observar que la delincuencia organizada es la fuerza que controla y administra la frontera. En este espacio se genera un comercio global, en el que el narcotráfico y los migrantes son bastante redituables para las bandas criminales. Esta economía subterránea funciona, como ya se apuntó, bajo una lógica del desecho. De este modo, la máquina capitalista opera su territorio de forma desorganizada, caótica e irracional, incorpora otros sistemas que no puede controlar, se apropia de ellos y los hace parte de su propio orden. Se conduce, en términos de Deleuze y Guattari (1985), como una entidad esquizofrénica que bloquea o interrumpe cualquier movimiento de territorialización.

Bajo este contexto, la frontera como espacio heterotópico donde se confronta lo conocido y lo extraño, queda fragmentada, descentrada. Ante estas condiciones, el territorio se convierte en un laberinto en el que confluyen diversos lugares que aparentemente no representan ningún peligro, pero que sí son una amenaza constante por el control que ejercen sobre las sociedades actuales y la negación de alguna posible salida de este yugo capitalista. En este sentido Achille Mbembe (2011) asevera que el Estado no reconoce ninguna autoridad que le sea superior en el interior de sus fronteras. Por otro lado, el Estado emprende la tarea de «civilizar» las formas de asesinar y de atribuir objetivos racionales al acto mismo de matar. Bajo esta premisa, entonces, la función del Estado consiste en administrar la muerte, contraviniendo el principio de seguridad y protección que debe proporcionar a los ciudadanos; en consecuencia, el territorio fronterizo, tal como lo plantea Foucault (2010), se transforma en un espacio fracturado y contradictorio donde se subvierte el orden jurídico, generando así la presencia del «no-lugar».

Las obras analizadas comparten una misma visión: la frontera es un territorio compuesto de múltiples puntos geográficos, un espacio de conflicto en constante disputa, controlado por los carteles de narcotráfico y distintas bandas criminales, bajo la complicidad de policías, agentes migratorios y la omisión del Estado. Sin embargo, la frontera se convierte para los migrantes, pese al evidente peligro, en un lugar dialéctico que provee esperanza y porvenir. Sin duda, estos nómadas que recorren más de cuatro mil kilómetros de sur a norte construyen una nueva lógica geográfica, y quizá en la apropiación del espacio a través de la resistencia social.

Referencias bibliográficas

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1 A partir del actual acuerdo migratorio entre México y Estados Unidos, las ciudades fronterizas han decidido poner restricciones y deportar a sus países de origen (Venezuela, Brasil, Nicaragua, Colombia y Cuba) a las más de 8000 personas que diariamente intentan llegar a Norteamérica. La deportación tiene como finalidad evitar la extorsión, la explotación sexual, muerte o secuestro de migrantes en el espacio fronterizo compartido por ambas naciones. No obstante, este alto flujo, según el Instituto Nacional de Migración, está impulsado por los propios contrabandistas, quienes operan organizadamente en la franja fronteriza sur y norte de México. Cfr. Secretaría de Gobernación. (2021). Estadísticas migratorias. Síntesis 2020. Unidad de Política Migratoria, Registro e Identidad de Personas.

2Si bien es cierto que novelas como La Mara, Fila india o Señales que precederán el fin del mundo tratan sobre la frontera, el objeto narrativo de estas obras se concentra, respectivamente, en las pandillas criminales, en funcionarios migratorios y en una cosmovisión mítica-alegórica de México. Por tal motivo, he considerado analizar solo aquellos textos literarios donde la frontera es visualizada como un dispositivo del capitalismo neoliberal y donde el crimen organizado ejerce pleno dominio geopolítico sobre este territorio.

3Zygmunt Bauman (1999), en su texto Vidas desperdiciadas, reflexiona sobre la concepción de los «residuos humanos» que produce la modernidad. Para el autor, los migrantes, refugiados y sectores marginales en conjunto son una «población superflua» e inútil para el sistema capitalista. En el mundo, apunta Bauman, se propaga una política de invisibilizar o desaparecer de la escena pública a estos grupos sociales, debido a la alta inseguridad que en cierto momento pueden representar, así como su inoperancia para consumir o generar economía.

4Previo a este texto, Balam Rodrigo publica en el año 2017 Marabunta, poemario en el que también se aborda el tema de los migrantes y su transitar por distinto lugares de Centroamérica. En este libro se subraya la miseria y las condiciones de exclusión que padecen en sus distintos países estos grupos sociales. De igual modo, se analiza el concepto de frontera y sus implicaciones de legalidad e ilegalidad. Para el propio autor, Marabunta es un testimonio familiar y colectivo, en él está presente su infancia, sus hermanos, amigos, experiencias, entre otros. He considerado centrarme en El libro centroamericano de los muertos por la exploración directa que se hace de la violencia y la muerte. Véase Balam Rodrigo, (2017). Marabunta. Editorial Libros Invisibles.

Recibido: 01 de Noviembre de 2023; Aprobado: 06 de Diciembre de 2023

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