I. Introducción
En el siglo XIX, la conformación de las sociedades de América Latina fue compleja. Por ejemplo, no todas las personas eran consideradas ciudadanos. Los intelectuales de la época, al igual que los soldados independentistas, transmitían una serie de concepciones o representaciones sobre ciudadanía y esclavitud (Bonilla, 2001) que se revelan a través del vocabulario empleado. En los hechos, los criollos y los blancos tenían claro quiénes eran esclavos o quienes constituían la servidumbre2. Así, los negros traídos del África o los indígenas autóctonos con los que se topaban y subordinaban, y los hijos de estos, eran tratados y asumidos como objetos o instrumentos de control, poder y dominación. En el plano linguístico-discursivo, la voz esclavo, que fue usada en procesos históricos anteriores, como en la Grecia Clásica, en el Imperio egipcio o en el Imperio romano, se trasladó al escenario de América Latina, en donde su uso construyó sujetos mejor percibidos que otros, cuyas apreciaciones se cruzaron no solo con concepciones religiosas3, -pues quienes eran bendecidos por Dios o favorecidos por su mandatos, eran considerados ciudadanos-, sino también con ideologías de raza y etnia: si no eran blancos, todo estaba perdido, sea hombre, mujer o niño. El negro y el indígena fueron vistos como inferiores, sobre todo el negro, porque este era considerado un sujeto exógeno a América Latina. Según O'Phelan (2011), por ejemplo, en el debate de «ciudadanía» para el indígena y el negro en las Cortes de Cádiz, los negros generaban mayor rechazo que los indígenas por proceder del continente africano, mientras que los otros, por ser asociados o invocados en relación con el imperio incaico, eran relativamente más aceptados.
En general, los llamados «esclavos» fueron desprestigiados en el discurso social, académico, político y militar, lo que repercutió en la conformación de las sociedades y el entorno regional. Fue difícil que un negro llegara a ser general militar, por ejemplo. Casos como los de Manuel Piar (Gil, 2017) y José Padilla4 (Zapata, 2000), o el de los milicianos de color que integraron las compañías de pardos libres y más tarde el Batallón de Infantes de la Patria en Chile (Contreras, 2011) fueron escasos. Los «esclavos» eran despreciados por sus amos y la población criolla, muchas veces justificados bajo los discursos de la Ilustración. A la población negra, o afrodescendiente, para entonces, no se le permitía llegar a escalas políticas superiores como la presidencia de un país y si lo lograban, no solía ser tolerado por las castas o grupos de poder blanco.
Simón Bolívar es uno de los personajes que reforzaba los significados que habían cobrado las voces «ciudadano» y «esclavo». Su lenguaje está lleno de léxicos que congelan la historia y revelan la configuración social y política del tiempo (Hildebrandt, 2001). El libertador es uno de los casos que muestra un discurso jerárquico que, se puede afirmar, es racista (Helg, 2004; Lasso, 2007), al igual que otros hombres del momento en el proceso de las independencias, donde se puede localizar las variadas formas de pensar, en ocasiones, prejuiciosas (Helg, 1999; Helg, 2001). Por tanto, resulta importante estudiar las concepciones que Bolívar transmitía en su época a través del empleo de voces estereotipadas y raciales en sus discursos, sobre todo escritos y, particularmente, en sus cartas, ya que sus comunicaciones personales revelan sentimientos y apreciaciones íntimos e ideas que permanecen a través del tiempo. Un ejemplo de ello es que gracias a sus escritos (como proclamas y discursos), se puede conocer que sus formas de pensar y organizar la vida republicana proceden de lo que él conoció sobre la Revolución Francesa: «En ellos Bolívar aparece como el actor que quiere subyugar a las masas y llamar la atención del mundo sobre América» (Masur, 2008, p. 470).
Ahora bien, diversos estudios interdisciplinarios entre historia y linguística han permitido comprender con mayor profundidad diversos fenómenos sociales, así como la relectura de textos o fuentes. Los historiadores franceses por ejemplo se preocuparon por el análisis del discurso y la manera de revelar las distintas ideologías que se encontraban y transmitían en ellos de forma subyacente (Ceamanos, 2002). Los estudios entre linguística e historia han llevado a pensar en la conexión empírica que ocurre entre el discurso y la realidad, lo que ha conducido a examinar la manera en que los actores sociales disponen de palabras para establecer conceptos que repercuten en la vida y que se anclan en la historia (Guilhaumou, 2004). Así, en estos estudios interdisciplinarios interesa el análisis en los discursos históricos de la semántica y lexicometría de las palabras, la sintaxis de los enunciados, la producción e intención discursiva, así como las representaciones ideológicas (Guilhaumou, 1974).
De ahí que el presente trabajo tiene por objetivo responder cuáles fueron las concepciones que tuvo Simón Bolívar sobre los ciudadanos y los esclavos a través de vocablos como «ciudadano» y «esclavo» en sus cartas escritas entre 1814 ay1825. Consideramos necesario realizar un examen de estas voces porque revelan un proceso de significaciones y resemantizaciones vinculadas con etnia y raza en momentos de inestabilidad política, pues América Latina se veía afectada por la invasión española, se iniciaban los procesos de independencias de la corona y se daban proyectos propios en la región, tales como el federalismo, el centralismo, la revolución de castas, etc. Además, muestran el periodo hacia su viaje al Perú, uno de los escenarios importantes de considerar en la liberación de las repúblicas. Por lo tanto, el artículo se ordena de la siguiente manera: se presenta como marco conceptual-referencial el contexto histórico, la vida de Bolívar y sus cartas; luego, se presenta la metodología, y, después, se realiza el análisis de las voces étnico-raciales, para finalmente, mostrar nuestras conclusiones.
2. Contexto, historia y lenguaje
Antes de proseguir con la metodología y el análisis de la investigación, se desarrolla el marco referencial.
2.1. Contexto histórico-social
América se encontraba por muchos siglos en el eje de Europa. El antiguo régimen se constituyó por el control de una persona en el poder y se caracterizó por su centralismo y proteccionismo económico. Dicho régimen se caracterizaba por sus formas de gobiernos autoritarias y absolutistas, en los que los derechos recaían en las clases más privilegiadas. Con la Ilustración, se pensó en una división de poderes, en la que el Estado no interviniera en asuntos económicos, y en una democracia sostenida en la soberanía, lo que a su vez promovía los derechos sin distinción social para todos. El pensamiento ilustrado repercutió en la América española también, sobre todo en la sociedad letrada, pues tanto la acefalia del poder español en América como la búsqueda por la libertad gestada por la agudización de la crisis monárquica promovieron una conciencia americana y una opinión pública sobre la representación y la soberanía (Viáfara, 2016).
Los ideales de libertad llevaron a pensar en sociedades dinámicas, pero aun organizadas en castas. Los privilegios de unos no desaparecieron a inicios del siglo XIX ni en los inicios de las repúblicas. Las sociedades americanas se enfrentaron a cuestionamientos y reestructuraciones. Por ejemplo, Venezuela afrontó las vicisitudes del pasado colonial y de los diversos sectores raciales y sociales para sentar las bases de una nación pacificada e integrada (Pino Iturrieta, 2018). El Perú republicano también se gestó en el enfrentamiento, y muchas veces en el sostén, de los rezagos de la Colonia. El nuevo ciudadano (de las ahora repúblicas), descendiente generalmente de conquistadores y que ocupaba importantes cargos políticos, estuvo sujeto a un proceso de cambios, sin alejarse siempre de las costumbres y valores tradicionales (Viáfara, 2016). La nueva y naciente América se vio así envuelta en jerarquías y servidumbres. La nobleza criolla fue destinada a ocupar cargos políticos, pues se afianzaba el orden social tradicional de siglos de dominación imperial. Para el caso de Venezuela, Pino Iturrieta (2006) señala que «tenemos la alternativa de suponer que los ''hijos de la patria'' no son todos los venezolanos, sino sólo aquellos que en el pasado tuvieron fueros y privilegios» (p. 44).
La revolución americana aun así impulsó la liberación del poderío español. Las clases dominantes de los países libertados se debatieron entre el continuismo y la nueva propuesta. Bolívar, como otros independentistas, luchó por un nuevo régimen. Las conexiones con la revolución francesa y la estadounidense influyeron en la visión de la sociedad latinoamericana. Por ejemplo, basándose en la manera en los derechos del hombre y los derechos individuales, los esclavos haitianos realizaron una revolución que impactó a Europa y toda América y generaron que se reorganicen los estados y den paso a una identidad americana nueva (Rinke, 2011). No obstante, Núñez (1989) sostiene que la
influencia (de la revolución francesa) no fue tan decisiva, y que la independencia de nuestros países, fue sustancialmente el resultado de una larga crisis colonial y de una creciente toma de conciencia de los pueblos latinoamericanos respecto de su destino histórico. (párr. 1)
No obstante, los nuevos ideales promovieron la independencia de América y con ello se condujo a la caída del antiguo régimen. Desde América, los focos revolucionarios lograron la separación de España y sus sistemas, aunque culturalmente la ruptura es lenta y borrosa. En términos sociales e históricos, se entiende, entonces, la configuración compleja de la sociedad americana, en la cual diversas voces o palabras mostraban la carga semántica heredada o resemantizada conforme los cambios que afectaron a las excolonias. Los libertadores que arribaban a sus destinos llevaban consigo sus concepciones y muchas veces aun sin llegar al lugar aprendían, manejaban o reproducían prejuicios sobre las poblaciones, los territorios o «lo ajeno», sobre todo cuando estos no sumaban a la causa de la independencia y a la conformación de las nuevas repúblicas.
2.2. Simón Bolívar: vida y pensamiento
El 24 de julio de 1783 nació Simón Bolívar en Caracas, hijo de una familia vasca posicionada social y económicamente desde finales del siglo XVI en Venezuela. No obstante, a temprana edad, quedó huérfano de madre y padre en su infancia, por lo que fue criado por tutores. De acuerdo con Key Ayala (2017), tuvo excelentes maestros. Fue instruido para ser súbdito leal del rey de España. Bolívar formó su ideario político sobre la base de la Ilustración y del empirismo. Cuando estuvo en París entró en contacto con las ideas propias de la Revolución francesa y terminó por conocer a Humboldt y Napoleón. Además, fue cercano a la ciencia, la vida militar y los reinados europeos (O'leary, 1879-1888).
Trujillo (2012) se pregunta cómo era Bolívar para sus contemporáneosy se responde a sí mismo citando el texto de Gil para indicar que era bien parecido físicamente y muy destacado por sus cualidades morales y cognitivas. Estos rasgos son muy destacados por los historiadores, como se cita:
no obstante su estatura mediana, era de continente airoso, y aunque de andar inquieto y rápido, cruzaba con frecuencia los brazos y tomaba actitudes esculturales en los momentos solemnes. A su maestro Simón Rodríguez debemos la siguiente imagen: «hombre perspicaz y sensible, intrépido y prudente a propósito, generoso al exceso, magnánimo, recto, dócil a la razón, ingenioso, activo, infatigable: por tanto, capaz de grandes empresas (Trujillo, 2012, p. 18)
Bolívar se dedicó principalmente al ejercicio de las armas. Y casi a los 14 años se convirtió en cadete en el Batallón de Milicias de Blancos de los Valles de Aragua en 1797. En 1979 se destacó con la aplicación de sobresaliente en su ascenso a subteniente. Su adiestramiento militar lo llevó a interesarse por materias castrenses (física, dibujo topográfico, matemáticas).
Posteriormente, se convirtió en uno de los líderes más trascendentales en el contexto de la independencia de varias colonias hispanoamericanas (Grases, 1983). Se afilió a la masonería donde profundizó en las ideas liberales. En Roma, en 1805, prometió liberar a Venezuela de la dominación de los españoles. Asimismo, suministró al movimiento de la independencia una base ideológica por medio de sus propios discursos y escritos (O'Phelan, 2019). Fue él quien aseguró la independencia de Venezuela5 en la batalla de Carabobo (1821) cuando derrotó a los españoles, así como el resto de las independencias que don José Martín no culminó. Es interesante ver la apreciación de Key Ayala (2017) al respecto:
Llega triunfador a Caracas. Restablece la patria. Sus compatriotas, llenos de asombro y entusiasmo, lo aclaman Libertador. Se le da el título que acompañará siempre su nombre y definirá su papel histórico. Libertador por antonomasia. Ya no es el joven exaltado que da sus primeros pasos. Se ha revelado como gran político. Se ha revelado como general. Ya es Bolívar. Es el Libertador. (p. 24)
Inspirado en el modelo de Estados Unidos, concibió la idea de una confederación que uniese a las colonias antiguas españolas americanas. Por ello, después de liberar Venezuela, su proyecto fue independizar a otras ciudades importantes. Atravesó los Andes y derrotó a los realistas en la batalla de Boyacá (1819), lo que permitió la liberación del Virreinato de Nueva Granada. En la batalla de Pichincha (1822), junto con Antonio José de Sucre, emancipó la Audiencia de Quito (Quintero, 2006).
En el Congreso en Angostura de 1819 presentó una constitución en la que propuso la unificación de Colombia, Venezuela, Ecuador en lo que llamaría la Gran Colombia. Dicho Estado apareció en el Congreso de Cúcuta de 1821, con una constitución nacional que reglamentó e implementó su creación. Esta unión optó por un sistema político-administrativo centralista y unitario. Y fue él el elegido como presidente de esta confederación. Posteriormente, se puso al frente de la insurrección del Perú. Participó en la derrota de los realistas en Junín y en la batalla de Ayacucho, la cual determinó la culminación de la presencia de los españoles Sudamérica y, por su puesto, el Perú. En 1825, batalló contra los focos realistas del Alto Perú restantes y creó allí la República de Bolívar, la actual Bolivia. Para Quintero (2006), la situación histórica en la que se encontraba Bolívar se enmarcó en la búsqueda por un orden, dado que no hay ninguno perdurable en el momento. Para 1826, el libertador abandona el Perú. Se embarcó secretamente en el bergantín Congreso en el Callao, luego de haber estado 3 años en el país, donde alcanzó la cúspide de su gloria. «Paradójcamente, también el principio del fin» (Bacacorzo, 1983, p. 25).
Sin embargo, por su estilo dictatorial tuvo detractores. También por concebir una Hispanoamérica unida terminó afectó sentimientos particularistas, por lo que muchos oligarcas locales buscaron separadamente sus independencias políticas. Busaniche (1960) indica que para Daniel Florencio O'Leary, edecán de Bolívar, el libertador era excéntrico; para José de San Martín, era muy ambicioso y codicioso: «la opinión pública lo acusaba de una desmedida ambición y de una sed ardiente de mando» y que «él se ha encargado de justificar plenamente ese reproche» (p. 114); para Guillermo Miller, oficial de San Martín, era fiero, arrogante y opresivo: «La expresión de su semblante es cautelosa y triste, y algunas veces, de fiereza. Su carácter, viciado por la adulación, es arrogante y caprichoso» (p. 130). Y añade que «sus opiniones con respecto a los hombres y las cosas son variables y tiene casi una propensión a insultar, pero favorece demasiado a los que se humillan y con éstos no guarda ningún resentimiento» (p. 130); para Rudecindo Alvarado, era ofensivo: «así he de pisotear la República Argentina» (p. 173)6.
Para Quintero (2002), Bolívar ha sido visto como autoritario y en ocasiones como dictador cuando se enfrentaba a los asuntos de igualdad y democracia. Por otro lado, por sus afanes integracionistas y antiimperialista, ha sido considerado como demócrata y defensor de la igualdad, con lo cual se le ha atribuido ser la encarnación del pensamiento revolucionario. De esta manera, muchos países sudamericanos han creído ver en Bolívar en un ideólogo o bien de derecha o bien de izquierda. Sin embargo, como indica la autora, «fue un hombre que actuó y respondió a las exigencias de su tiempo» (Quintero, 2002, p. 91). Bolívar, siguiendo a Quintero, respondía a su creatividad para responder a las diversas circunstancias políticas. Para Aure (2006), Bolívar buscó siempre la gloria, es decir, el reconocimiento de sus acciones.
Liévano Aguirre (1983) apunta que Bolívar estuvo respaldado por los pueblos en sus decisiones por lo que se mostraba optimista. Según Caro García (1983), «La acción revolucionaria de Bolívar (...) se sintetiza en sus proyectos sociales a favor de los sectores populares y en su sueño por la unidad del Continente Americano» (p. 543). Bernard (2008) considera que los proyectos de nación para América Latina de Bolívar se relacionaban con el poder moral, dado que la ética, la justicia social y la educación confluyen, con miras a modificar la sociedad colonial. Según el libertador, el Estado era el que debía encaminar la educación del pueblo, en especial del ilustrado y virtuoso (Durán, 2017).
Morales (2021) señala que Bolívar persiguió una república mayor que uniera las repúblicas americanas. Sin embargo, su ideal continentalista se basó en la construcción de un «nosotros» criollo, pues no se evidenció una postulación por lo mestizo, dado que se encontraba en los momentos de la gesta independentista, que tardó en comprender y aceptar la imagen mestiza. Por eso, el autor indica que se pensó en una ciudadanía restringida:
El continentalismo de Bolívar es hispanófobo, ilustrado, desconfiado de la soberanía popular y la ciudadanía universal, con un ideal de gobierno cuasi aristócrata. Su nosotros americano se identifica con los criollos o españoles nacidos en América frente a los españoles peninsulares que la habitan y gobiernan. Además de ese otro exterior, el nosotros bolivariano también se funda en la diferencia con otro interno: los mestizos, los indígenas, los mulatos u otros descendientes africanos en América. Todos ellos están excluidos de la «americanidad. (p. 619-620)
Su desconfianza se reveló en diversos momentos. Por ejemplo, en su relación con la élite, especialmente criolla limeña, hizo que se decidiera por el proceso independentista, dado que se mostró ambigua e indeterminada (Pérez et al., 2021).
Cabe señalar que Bolívar plasmó todos estos pensamientos en sus escritos, donde sus palabras revelan la carga semántica de la época. Dicho de otro modo, sus voces constituyen un ejemplo de representaciones sociales o ideológicas de lo que considera o describe. Como los diversos independentistas, también sus concepciones revelan juicios y prejuicios histórico-sociales.
2.3. Correspondencias y lenguaje
Se han realizado estudios de Bolívar desde sus correspondencias7. Hasta ahora, hay más cartas encontradas de él que de cualquier otro general y emancipador. Para contrastar, las cartas de San Martín y las de Sucre ni siquiera superan las correspondencias bolivarianas ni en cantidad ni en contenido. Según Trujillo (1983):
Bolívar es, en punto a letras, lo más alto de su época en lengua de Castilla. Con Bolívar se realiza la revolución de independencia en las letras castellanas o, para no salir de casa, en las letras americanas. Fue también en literatura el Libertador. Lo atestiguan sus cartas, donde recorre el diapasón de los afectos, desde la plácida amistad hasta el odio encendido, hasta la tristeza salomónica; sus proclamas, fulgurantes de poesía épica; sus discursos persuasivos, sus documentos, a menudo de una armonía admirable entre la sobriedad del estilo y la altitud mental. Cuando es pensador, como en el Congreso de Angostura, la expresión gana en profundidad lo que pierde en brillo. En las cimas muy elevadas no se produce la vegetación frondosa de las tibias laderas y de los valles calientes. (p. 236).
A Bolívar se le reconoce como un escritor asiduo. A diario escribía cartas. Por su producción es probable que escribiera entre dos o seis cartas por semana:
Bolívar dedicaba todos los días horas enteras a su correspondencia, según consta de O'Leary y de otros contemporáneos; y como esa costumbre fue de toda su vida, por cuanto la correspondencia le servía de actuación política o era menester para los asuntos del servicio, se comprenderá fácilmente que lo que la posteridad conserva de las cartas bolivianas es bien poco, una porción mínima. (Trujillo, 1983, p. 244)8
Los primeros escritos de Bolívar están llenos de pasión, desenfreno, armonía. Presenta un lenguaje vivaz y en el que se revela sus energías por los proyectos que se plantea. Esos ánimos, posteriormente, conforme se cruza con una serie de acontecimientos que lo decepcionan, mermarán y serán mostrados también en sus correspondencias. Así, Trujillo demuestra que, si bien al principio fue prolijo, después ya no:
Conciso no siempre lo fue, sobre todo al principio. Entonces la pasión desbordaba en su alma, y la pasión de la libertad, como una llama, encendía su prosa: los adjetivos, las imágenes, los tropos, todo sale borbotan do de su pluma, cual rusiente lava de cráter. Después fue depurándose aquel lenguaje titánico hasta 1825, en que alcanza la belleza que le prestaba otra exaltación: la exaltación dionisíaca del triunfo, de la fuerza. Más tarde, a partir de 1828, es la tristeza la que mueve aquella pluma y apesadumbra aquel espíritu: el estilo es arrebatado y doliente; se oyen como trenos de profeta hebraico; se ve el orgullo sangrando; los desengaños imperan. Asistimos al drama de un grande espíritu vencido por la vida, ya sin esperanzas, despechado, impotente. ¡Qué mayor pena que la de un gran iluso carente de ilusiones! Lo que faltó siempre en su estilo y en su vida fue la serenidad, la placidez, la calma. (Trujillo, 1983, p. 236).
Era escritor, pero sobre todo soldado. Y las acciones militares afectaban más sus ánimos que los ánimos de ser escritor. En sus memorias y cartas fue reconocido como poeta vivaz, un maestro de la palabra (Masur, 2008). Para Bolívar, la escritura era una herramienta útil para transmitir mensajes, comunicaciones, exhortaciones. Era el medio para intercambiar opiniones y dar a conocer sus decisiones en una región donde la comunicación no era totalmente inmediata y fácil. Recordemos que muchas de las cartas tuvieron que cruzar los Andes, un territorio agreste y complicado de dominar: «La palabra era para él una herramienta, y un medio, como la guerra, para llegar a un fin, además de ser indispensable en una región del mundo que sus habitantes llaman el continente de la palabra» (Masur, 2008, p. 236). En sus últimos años, se muestra desganado, con el corazón decepcionado, y contestatario a sus opositores y críticos. Para Trujillo (1983), en sus cartas del año 28 y 29 se percibe a un Bolívar desilusionado por las calumnias que recibió.
A pesar de las decepciones demostradas, el conjunto de las cartas de Bolívar muestra su pensamiento político y su liderazgo, sobre todo su lucha por los patriotas americanos. Según Trujillo (1983), «la gloria del Libertador permanece viva en sus obras. En sus cartas, discursos o proclamas se condensa su pensamiento político». (p. 578). Para Goldman (2008, p. 35), el análisis de los conceptos de las palabras devela claves para comprender las razones que hacen fracasar, por ejemplo, proyectos de organización nacional, como el sucedido en el Río de la Plata y, a la vez, para entender la resemantización de estos en la elaboración de nuevas argumentaciones que se crean en la formación de los estados-nación, como sucedió con Argentina. La autora ejemplifica que la voz «nación» a mediados del siglo XVIII presentaba distintos significados y usos:
Por un lado, hacía referencia al lugar de nacimiento, empleo ya registrado en el ámbito de las universidades y los concilios eclesiásticos medievales. Por otro lado era empleada para distinguir a una población caracterizada por una serie de rasgos étnicos o culturales como lengua, religión o costumbres. Finalmente era utilizada para designar a poblaciones que compartían unas mismas leyes o debían obediencia a un mismo poder, acepción política que había comenzado a difundirse desde principios del setecientos. (Goldman, 2008, p. 83).
Según la autora, amerita realizar un examen de las voces con significaciones sociales e históricas que se iban incluso resemantizando en la concepción de los sujetos discursivos. Más aun, es necesario realizar un estudio de las palabras (Austin, 1990), pues con estas se pueden pedir una orden o negar a una persona o un grupo étnico-racial. En este sentido, explorar algunos de los vocablos de Bolívar ayudará a comprender el pensamiento del libertador y del tiempo en que se circunscribe.
3. Metodología
Hemos decidido estudiar las cartas de Bolívar desde la linguística, en tanto son una fuente de conocimiento histórico (Mestre, 2000), pero también linguístico. Los especialistas del lenguaje y discurso encuentran importante analizar el lenguaje en relación con la raza y los estereotipos (Yalta et al., 2022). Flores y Rosa (2015) proponen que por medio del uso del lenguaje se construyen concepciones raciales y la raza influye asimismo en el lenguaje. Los epistolarios abren horizontes para la investigación linguística, filológica, histórica y antropológica. Como documentos de investigación, dan noticia de los discursos de los diversos actores sociales, como son los héroes de la independencia americana. Y revelan, a través del análisis de los discursos, las ideologías que dichos actores producen, mantienen y difunden en un marco temporal y espacial determinado.
La correspondencia privada es muy reveladora de las formas de pensar de la época, pues bajo las maneras de comunicarse se despliegan argumentaciones, ideas y conceptos que se comparten en confianza con ese otro destinatario, que se asume como igual. Las cartas, en general, se han escrito hacia alguien al que se le tiene respeto y amistad, pero también han servido para mostrar autoridad. Han sido dirigidas para dar órdenes, precisiones, indicaciones y objeciones. Por ello, las cartas son un medio para estudiar el encuentro y las relaciones entre lenguaje y raza. Las cartas de recomendación, por ejemplo, producen sesgos que generan prejuicios raciales y de género (Akos, 2016). Los análisis linguísticos de los géneros de cartas contribuyen a interpretar los contenidos que se plasman en ellas (Ciapuscio, 2021; Castillo, 2002). Así, examinar cartas permiten, por ejemplo, analizar como los emisores se describen de manera positiva, mientras que los demás son definidos negativamente, estableciendo así ideologías en la sociedad (Karimi y Heidari, 2015).
Como ya se ha comentado, Bolívar fue un experto en la comunicación escrita de las variadas modalidades de carta. Por lo tanto, para la conformación del corpus por analizar se se ha recurrido principalmente a revisar las misivas originales publicadas en diversos textos, que son citados en el análisis, y que fueron corroboradas en el libro del Ministerio de Educación Nacional de los Estados Unidos de Venezuela (1990). Esta fuente es de suma importancia, porque recoge con certeza la escritura de Bolívar. En los documentos citados, no se han alterado sus palabras y sus contenidos. Ahora bien, ya que nos interesa analizar las voces «ciudadano» y «esclavo» no como conceptos totalmente estáticos, sino en un proceso de construcción del discurso, hemos procedido a recolectar las cartas en las que aparecen estos vocablos en los años más relevantes de su vida y campaña. El periodo comprendido es de 1814 a 1825, años que corresponde a su vida en Venezuela, su estancia en Haití, sus viajes a Sudamérica, especialmente el Perú, y la culminación del proceso de independencia de la metrópoli. Creemos que esta manera de proceder permite ver ampliamente sus formas de pensar, de saber si se mantuvieron o cambiaron. Estos años se corresponden con los siguientes sucesos históricos:
1814: Retiro a Jamaica después de ser derrotado. Escribe la Carta de Jamaica.
1821: Obtención del triunfo definitivo en la batalla de Carabobo, que asegura la independencia de Venezuela.
1824: Victoria sobre el ejército realista del Perú en Junín. Además, Sucre vence a los realistas en la batalla de Ayacucho.
1825: Sello de la última independencia. Las provincias del Alto Perú se constituyen en República Bolívar.
Para el análisis, se han marcado con negrita los vocablos «ciudadano» y «esclavo» conforme a su lugar de aparición o ubicación. Adicionalmente, analizamos el vocablo «pardo» e «indio» por estar relacionado con los dos. También, indicamos el año y lugar donde aparece la correspondencia.
4. Análisis
A continuación, se presenta el análisis cualitativo realizado en el examen de las voces consideradas estereotipadas y raciales en los discursos epistolares de Simón Bolívar.
4.1. Las voces «esclavos» y «blancos» en la Venezuela esclavista
En junio de 1814, Bolívar escribe una carta en la que advierte el temor que se debe tener hacia los esclavos libertos. Trata de advertir que representan un riesgo para la élite criolla. Para él, son un peligro para las mujeres, los ancianos y los niños, como se ve a continuación:
(1) Caracas, junio 17 de 1814
(...)Nuestros enemigos no han perdonado medio alguno por infame y horrible que sea para llevar al cabo su empresa favorita. Han dado la libertad a nuestros pacíficos esclavos y puesto en fermentación las clases menos cultas de nuestros pueblos para que asesinen individualmente a nuestras mujeres y a nuestros tiernos hijos, al anciano respetable y al niño que aún no sabe saludar.
(...) El ejemplo fatal de los esclavos y el odio del hombre de color contra el blanco, promovido y fomentado por nuestros enemigos, van a contagiar todas las Colonias Inglesas, si tiempo no toman la parte que corresponde para atacar semejantes desórdenes. (Bolívar, 1814, citado en Sociedad Bolivariana de Venezuela, 1964, p. 350)
En esta carta, Bolívar usa los vocablos «esclavo» y «blanco» como términos con los que se puede identificar dos polos totalmente opuestos. La voz «esclavo», a pesar de estar acompañada del adjetivo «pacíficos», tiene un matiz negativo, pues en el mismo enunciado los asocia con «clases menos cultas», es decir, los infravalora (Bolívar et al., 2007). Para Bolívar, son considerados sujetos inferiores. Él considera que la clase más culta son los criollos, a los que denomina «pueblo». Adicionalmente, los «esclavos» son representados como «asesinos». El darles libertad para Bolívar representa darles permiso para asesinar. El libertador los acusa, además, de racistas. En otro sentido, la víctima no es el esclavo negro, aunque explícitamente no usa la voz «negro», pues se cuida en este discurso, sino más bien el ciudadano blanco, quien vive en orden y se aleja del caos, atribuido al esclavo.
Debe señalarse que, con la finalidad de emplear la mano de obra aborigen, y dada que esta era escasa, la inserción de esclavos del África inicia a partir de 1528 hacia Venezuela (Maracaibo, La Guaira y la Isla de Margarita), donde se desarrollaron actividades económicas de explotación del café, del cacao, de la caña de azúcar, así como la pesca de perlas y la minería. Su productividad aumentó durante el siglo XVII por lo que se incrementó el reclutamiento de esclavos. Hacia el siglo XVII y también el XVIII fueron llevados grandes cantidades de esclavos, quienes fueron distribuidos entre los diferentes hacendados en el territorio. Para entonces, la demanda de esclavitud era alta, por lo que los negros también fueron llevados a Coro, Cumaná, Maracaibo como contrabando por parte de piratas ingleses y franceses. Esa fue la sociedad en que vivió Bolívar: él no solo percibió la esclavitud, sino que también formó parte del sistema que nació con mano de obra esclava. Su familia tenía esclavos. Sus vecinos también. En ningún momento fue contra el status quo. Esa realidad será trasladada a sus formas de pensar y organizar la realidad, la cual se ve en sus cartas.
4.2. Las voces «esclavos», «siervo» y «ricos» en la imagen hacia el Perú
En 1815, Bolívar escribe una carta en la que expresa sus inquietudes hacia el Perú. De acuerdo con él, el virreinato del Perú, a diferencia de Chile, es más difícil de ser libre de la Corona española. Ello se debe a que los virreyes, e incluso la población, apaciguaron cualquier intento de oposición hacia la Corona. Para Bolívar, incluso, Perú ha sido protegida por la ambición del oro y su mano de obra, dos elementos que hicieron que el virreinato fuera más organizado y seguro ante cualquier invasión. Veamos la carta:
(2) Carta de Jamaica, 1815
(…) El virreinato del Perú, cuya población asciende a millón y medio de habitantes, es sin duda el más sumiso y al que más sacrificios se le han arrancado para la causa del rey
(…) Chile puede ser libre. El Perú, por el contrario, encierra dos elementos enemigos de todo género justo y liberal: oro y esclavos. El primero lo corrompe todo; el segundo está corrompido por sí mismo. El alma de un siervo rara vez alcanza a apreciar la sana libertad; se enfurece en los tumultos o se humilla en las cadenas. (…) Supongo que en Lima no tolerarán los ricos la democracia. (Bolívar, 1815, citado en Bolívar, 2015, pp. 303 y 316).
En esta carta, Bolívar hace notar que los «esclavos» constituyen uno de los motores principales de la economía. No solo es el oro, sino los «esclavos» que llaman la atención del español y el criollo. Recordemos que Perú y Bolivia eran los centros desde donde se extraía oro y plata respectivamente. Y para la extracción de los minerales necesitaron mano de obra forzada. En los Andes se reclutó generalmente a indios e indígenas antes que negros o mulatos, quienes más bien sirvieron para otros oficios, sobre todo en la zona costa, particularmente en plantaciones de azúcar. Sin embargo, Bolívar aún no había visitado el Perú. Esa proyección de sociedad esclavista y relacionada con el oro responde a su Venezuela esclavista y a la explotación minera de Colombia. A pesar de ello, Bolívar los asocia con corrupción: el oro corrompe y el esclavo está corrompido. Su representación de los «esclavos» se sustenta en que poseen alma de «siervo», es decir, de subordinado o de dependiente; por ello, opina que para ellos es casi imposible obtener libertad, pues ellos o bien solo amotinan pero no luchan a más para alterar el status quo o bien se humillan bajo el mando-obediencia del español o el criollo que es generalmente paternalista. Es curioso que el libertador equipare «democracia» con «esclavos». Su libertad implica valores democráticos, que los ciudadanos españoles y criollos, asociados con «riquezas», obstaculizan, pues la libertad les quita control y poder. Cabe señalar que en su misiva usa explícitamente el verbo de duda «supongo», con lo que se revela que sus afirmaciones también descansaban en prejuicios.
Como se dijo, Bolívar no conocía el Perú cuando empezó a escribir sobre el territorio y su población. Hildebrandt (1961) señala que:
Aunque el Perú aparece tempranamente y con frecuencia en los escritos del Libertador, es solo durante la campaña que culmina en Junín y Ayacucho cuando la realidad peruana se hace presente en su lenguaje. La nueva tierra y sus problemas se le ofrece en palabras y expresiones también nuevas que irrumpen en los textos de decretos y órdenes. (p. 563)
Como se evidencia, escribió del Perú sin conocerlo; es más, parece que cuando hizo referencia al país, traspuso la imagen de Colombia en el Perú, como veremos más abajo. Recién en sus últimos años en Perú, conoció el lugar y a las personas. Según Hildebrandt (1961), tuvo una concepción incluso ambigua:
Bolívar tiene del Perú un concepto ambivalente. De su anverso y reverso resultan, a veces, juicios contradictorios. Por el lado negativo, el godismo y la inercia del agonizante primer virreinato lo exasperan y le arrancan duras expresiones sobre ese Perú presente que le toca vivir y conducir, y que él ya había adivinado difícil en los días proféticos de Jamaica. Pero, al mismo tiempo, el Imperio de los Incas, visto -a través del dolido velo del Inca Garcilaso- como una «creación social de que no tiene idea, ni modelo, ni copia», le da en proyección ideal la imagen de una América fuerte y grande idéntica a sí misma y dueña de su destino histórico. (p. 563)
Morote (2007) indica que Bolívar tuvo una pésima opinión sobre los peruanos, pues, basándose en fuentes colombianas y sus prejuicios, mostró su rechazo hacia las tropas peruanas, por ejemplo, y «La mala opinión que Bolívar tenía de los peruanos no sólo la difundía entre los colombianos, también la daba a cualquier extranjero que se le acercase» (p. 54). Para este autor, sus formas de pensar no eran distintas a los prejuicios colonialistas que terminan por afectar al Perú.
4.3. La voz «pardo» y el fantasma de Haití
En Bolívar se siente ese miedo a los pardos, nunca considerados por él como «ciudadanos». En la carta de 1821, Bolívar hace una crítica al proyecto libertario. Él siente que todo el peso está en él, que lo perciben como un «todista», tanto como dirigente, como militar. Al mismo tiempo, se reconoce como un justiciero, pues a veces, tal como él señala, tuvo que tomar decisiones imparciales con el fin de llevar a cabo la meta propuesta, en medio de un mar de individuos con posiciones sociales distintas y poderosas:
(3) Barinas, 21 de abril de 1821
Por consiguiente, por los abusos, las negligencias y la carencia de todo elemento orgánico, es inevitablemente el efecto de aquellos principios que no ha estado en mi poder corregir, por muchas razones: la primera, porque un hombre en muy poco tiempo, y escaso de conocimientos generales, no puede hacerlo todo, ni bien ni mal; segunda, porque me he dedicado exclusivamente a expulsar a nuestros enemigos; tercera, porque hay muchas consideraciones que guardar en este caos asombroso de patriotas, godos, egoístas, blancos, pardos, venezolanos, cundinamarquenses, federalistas, centralistas, republicanos, aristócratas, buenos y malos; ...de suerte que, amigo, yo he tenido muchas veces que ser injusto por política, y no he podido ser justo impunemente. (Bolívar, 1821, citado en Mijares, 2007, p. 545.)
En esta carta, Bolívar hace una mención a los «pardos», y los distingue como un grupo social distinto. Para él es como si no tuvieran nacionalidad. No los llama venezolanos ni cundinamarquenses, tampoco los ve como defensores del centralismo o el federalismo, ni como republicanos ni aristócratas. los ve como un grupo específico por sus intereses específicos, percibido como «caótico». Recordemos que Bolívar tenía miedo de que después de la guerra contra la metrópoli apareciera una «guerra de colores». A raíz de los acontecimientos de Haití, Bolívar creyó que los negros y mulatos querían rebelarse y destruir a la clase aristocrática criolla, sobre todo blanca. El libertador los vio como problemáticos. El rumor se propaló por todo el Caribe y las costas de la Gran Colombia. En esta carta, para Bolívar los «pardos» y los otros grupos mencionados constituyen un peligro para él. Así, entre los pardos que mandó a ejecutar o aislar estuvieron Piar, e incluso Morillo.
Los negros siempre fueron temidos y rechazados9. El 7 de abril de 1825 Bolívar le advirtió al vicepresidente Santander del peligro que podían representar los negros. Según el libertador, no podía haber igualdad absoluta porque eso podía implicar la desaparición de los criollos:
la igualdad legal no es bastante por el espíritu que tiene el pueblo, que quiere que haya igualdad absoluta, tanto en lo público como en lo doméstico; y después querrá la pardocracia, que es su inclinación natural y única, para exterminio después de la clase privilegiada. (Bolívar, 1825, citado en Bolívar, 2016, p. 114)
El temor estaba en dar mayor legitimidad a los negros y mulatos. Bolívar no los consideraba «ciudadanos». Les negaba el derecho de sobresalir y hasta de existir. Esas maneras de construir al Otro como negativo se verán en sus correspondencias. El temor se encontraba desde Haití:
El temor a la guerra de colores y los rumores sobre conspiraciones de negros y mulatos eran una constante en las costas del Caribe. La era de la revolución había dado inicio a un fantasma racial, y ese fantasma era Haití, una nación negra e independiente construida por exesclavos gracias a la destrucción de la clase terrateniente blanca. Desde el comienzo de la Revolución haitiana, el Gobierno español se había preocupado por su influencia entre los negros y mulatos de la región. Las autoridades republicanas heredaron esta preocupación y se mostraron tan intranquilas, o más, que los españoles. (Lasso, 2007, pp. 132-133)
El temor y la discriminación se mantendrán por años. Lasso (2007) indica también que en los tiempos de la primera república de Cartagena, los pardos fueron representados negativamente como una vil facción acusados de saqueos y asesinatos. Se les acusaba de que la república solo traía desorden e inmoralidad. Con el tiempo, fueron vistos como clases marginadas que necesitaban ser educados bajo un proyecto pedagógico que les diera modernidad. El temor hacia los pardos según la autora se sitúa en lo siguiente: se pensaba que una vez acabada la guerra con los españoles se iba a tener otra contra los negros. Era el temor de Bolívar y otros generales, sobre todo de las élites locales. Algunos rumores se situaron en Honda, Mompox y Cartagena. El miedo era constante en las costas del Caribe. El fantasma racial era Haití, una nación negra e independiente construida por exesclavos gracias a la destrucción de la clase terrateniente blanca. La guerra de colores también fue un temor de los pardos que se enteraban de Haití gracias a sus contactos con marineros haitianos. Por eso, fueron encerrados y perseguidos. En ese sentido, los casos criminales contra los pardos acusados revelan mecanismos mediante los cuales las autoridades locales inscribieron la expresión de injusticia racial.
4.4. La voz «ciudadano» desde Guanare
En 1821, Bolívar escribió una carta en la que manifiesta su incomodidad por no haberse aprobado la constitución que propuso para Colombia, la que le daba a él y otros la condición de «ciudadanos». Para él, un buen Estado colombiano debía tener una constitución que garantice sus plenos derechos. A continuación, veremos la carta:
(4) Guanare, 25 de mayo de 1821
Sobre negocios extranjeros, de hacienda, de justicia y de interior no espere Vd. que yo me mezcle en nada. Si algo indico es como un simple ciudadano estando resuelto a no mandar mas un Estado en que todo va contra mi sentir y en que hasta los hombres más ilustrados obran como el señor Zea. Estoy como se dice aburrido con lo que se habla, piensa, escribe y hace. Con esto he dicho a Vd. todo. No puedo ser ciudadano de Colombia, con cuyas leyes no me conformo. He presentado un proyecto de constitución que no se aprobó. Aquel proyecto era mi condición para ser ciudadano de Colombia. No habiéndose adoptado estoy cierto de que no habrá estabilidad política ni social; y añado que aquel mismo proyecto no contiene todo lo que yo pienso que se requiere para asegurar nuestra existencia. (Bolívar, 1821, citado en Zuluaga, 2021, p. 138)
En esta carta, Bolívar reflexiona sobre la condición de «ciudadano», garantizada por la constitución: una que brinda estabilidad política y social, la cual no se encuentra en plena construcción de la nación grancolombina. Ser «ciudadano» es ser reconocido por el elemento legal que es la constitución. Es curioso que en esta carta «ciudadano» se reduzca a los criollos. Él no habla de negros, mulatos o indígenas. Él se autoidentifica como ciudadano porque está haciendo referencia a gente como él: criollo, educado, militar, bien hablado del español, aceptado socialmente por su clase social. En este reclamo, implícitamente excluye a los Otros.
Cabe señalar que «ciudadano» se refería a persona con privilegios, derechos, cargos y deberes en una comunidad política y fue una voz que alternó en términos de significado con la de «vecino», la cual perdió su relación con lo local para indicar su vínculo con la nación. Así, la lealtad del ciudadano moderno será con la nación; en contraste con la lealtad del vasallo que era hacia el rey (Fernández Sebastián, 2009). «Ciudadano», por tanto, no era cualquier sujeto: refería al poseedor de privilegios y deberes para el tipo de nación que se construía, y en la que no todos tenían dicha condición.
4.5. Las voces «indios» y «blancos» y la asociación con la traición
En 1824, Bolívar hace una crítica hacia las personas que pueden traicionarlo. Él le escribe a Santander para manifestarle su preocupación por los iquiteños y peruanos. A ambos los desprecia por considerarlos adversos a sus causas o de poca confiabilidad:
(5) Trujillo, 21 de diciembre 1824
Yo creo que he dicho a Vd., antes de ahora, que los quiteños son los peores colombianos. El hecho es que siempre lo he pensado. Los venezolanos son unos santos en comparación de esos malvados. Los quiteños y los peruanos son la misma cosa: viciosos hasta la infamia y bajos hasta el extremo. Los blancos tienen el carácter de los indios, y los indios son todos truchimanes, todos ladrones, todos embusteros, todos falsos, sin ningún principio moral que los guíe. (Bolívar, 1824, citado en Lecuna, 1929, pp. 12-13)
En esta carta, ante la demora de Colombia para enviar más tropas, Bolívar escribe a Santander expresando que los quiteños son vistos como lo peor en contraste con los venezolanos quienes son muy apreciados por él, quien sentía un amor por Venezuela. Para Bolívar, los quiteños son como los peruanos: viciosos y bajos. Es decir, están corrompidos, son mañosos, son traicioneros. Por eso, su desconfianza hacia ellos lo hizo dudar de la prosperidad de su proyecto o le sirvió para alejarse de ellos en la búsqueda de su meta y negociaciones. En esta carta resulta interesante que mencione que los blancos (quizás se refiere tanto a iquiteños y peruanos) sean como «indios». En otro sentido, los ve como viles, ladrones, embusteros, falsos y sin principios morales. Busca criticarlos, hacerlos ver que son un peligro.
Esa forma de apreciar a los pastusos e iquiteños puede explicarse porque eran realistas. Esta condición política se entrecruzó con la cuestión étnica. Quien propiciara el fidelismo al realismo era visto como un obstáculo que era preferible purgar. Y verlos como indios facilitaba su rechazo y eliminación por ser asumidos como inferiores. El pensamiento ilustrado heredado en los hombres americanos se guia por esa mirada de ver a «la raza roja» como inútil e incivilizados, como así lo pensó Immanuel Kant (Hering, 2007).
Cadelo (2019) indica que la exaltación de Bolívar siempre fue de la mano con los esfuerzos genealógicos de pertenecer a la raza blanca europea. En este sentido, el proceso de independencia fue presentado como una faceta de la misión «civilizadora», que reproducía el proceso se había iniciado desde la conquista de España a América. Para esta autora, la heroización de Bolívar «llevaba ínsito un desprecio por el pasado prehispánico y un desconocimiento de toda historia previa a 1492, así como una representación denigratoria de sus contemporáneos» (p. 1).
Bolívar no conocía a los indios10. Tenía una imagen estereotipada de los iquiteños. Los indios siempre habían sido vistos como inferiores frente a los criollos. Y a pesar del tiempo de convivencia en la región, fueron bastante rechazados11. Sobre todo, en el ámbito privado se maltrató al indio. Bolívar, por ejemplo, creyó que no podían desarrollar una conciencia política. Así, él afirmaba: «Porque ha de saber ud. que los pastusos… son los demonios más demonios que han salido de los infiernos…»12 (Bolívar, 1823, citado en Lecuna, 1929, p. 140). También, expresa lo siguiente: «De todos los países, es tal vez Sudamérica el menos apropósito para los gobiernos republicanos, porque su población la forman indios y negros, más ignorantes que la raza vil de los españoles, de la que acabamos de emanciparnos»13 (Bolívar, 1823', citado en Cervera, 2018, párr. 5). Bolívar tenía una mala imagen del indio, a quienes consideraba como «esclavos». Simón Bolívar cabalgó por naciones donde predominaban las elites blancas y condenó a las repúblicas nacientes al dejarlas como naciones blancas después de haber pasado por ellas (Favre, 1986, p. 17).
4.6. La voz «ciudadano» y la Ilustración
En 1825, Bolívar le escribe una carta a Manuelita Sáenz para exponer los reparos que tiene hacia Santander, quien no lo entiende o ha empezado a oponerse. Según Bolívar, le escribirá a él desde su condición de «ciudadano», pues es la manera en hacerle notar qué piensa, y hacerlo es estar a la altura de esa condición «civilizada», antes de las armas y las intrigas. Veamos la carta:
(6) Cuartel General en el Cuzco, 10 de julio de 1825
Benevolente y hermosa Manuelita: Ahora todo tiene significado en la grandiosidad de ser libres, transformándose en gloria con sabor a triunfo. He tomado muy en cuenta tu estimación sobre las apreciaciones que tiene Santander sobre mí, y le he escrito con mi acervo de propiedad y cultura, ampliando su concepto que de mí se lleva: mi cultura adquirida por el contacto con mis ilustres amistades, por el permanente saber en las inagotables fuentes de valiosos libros, y la inteligencia con que la Divina Providencia me ha distinguido. Te remito copia de la misma, por considerarla ilustre dentro de mi modestia; pues no tengo blanduras con nadie y menos con Santander. En lo que respecta a mi condición e integridad de ciudadano y hombre libre, él lo sabe. (Bolívar, 1825 citado en Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia, 2010, p. 60)
En la carta, Bolívar se llama «ciudadano», pero qué es serlo: es ser un hombre libre, culto, inteligente, abrazado por la divinidad religiosa, lector, íntegro. Es decir, los rasgos de «ciudadano» se reducían a capacidades cognitivas, a cuestiones sagradas y a consideraciones sobre literacidad (Lovón, 2020). El ser letrado otorgaba la condición de ciudadano (Ernst, 2013). Además, ser buen ciudadano es ser un sujeto moral. Bolívar menciona que no tiene blanduras para enfrentarse a Santander de forma directa y sin rodeos. Es interesante ver que en esta carta «ciudadano» se equipara con «libertad». Aquí la libertad no se refiere a esclavos libertos, por ejemplo. Se valora la «libertad» por el tipo de ciudadano: el criollo. Así, Bolívar fue un personaje ilustrado, por recibir influencia del tiempo, como por sus conductas y procedimientos. Según Hildebrandt (1961, p. 8),
Bolívar se educó dentro de la cultura de la Ilustración y tenía seis años cuando se encendió esa luz que iba después a orientar toda su vida: la Revolución Francesa. Y fue ella, su terminología política y militar, la que dio un acento nuevo a su mundo expresivo.
Al respecto, es revelador lo que dice Masur (2008). Para este autor, Bolívar estuvo muy guiado por las ideas ilustradas. Recibía y asimilaba rápido las ideas y conceptos, y hasta preceptos, de la Ilustración. Como estos procedían de personajes y autoridades racionales, era lógico pensar que para él esas ideas eran correctas. Las ideas que tenía de los «ciudadanos» y los «esclavos», así como otras relacionadas como «progreso», se racionalizaban bajo criterios de «civilización»:
El resultado positivo de todas estas lecturas fue una adhesión completa a las ideas ilustradas de los siglos XVII y XVIII, así como la firme creencia en los derechos del hombre; en la libertad, en la razón, en la dignidad, en la humanidad. Bolívar, que era hombre de acción, no puso a prueba estas nuevas formas de pensar y sin más las aceptó, dejando que lo dominaran (...). Entonces se convirtió, desde un punto de vista filosófico, en un racionalista, ni radical ni irrealista, sino creyente convencido en los elevados conceptos que triunfaron en las revoluciones de Inglaterra, Francia y Norteamérica. Esto queda bien claro si se estudia el vocabulario que utilizaba en sus discursos, notas, cartas y folletos, inflamados todos con sus ideas de independencia, soberanía popular, progreso y civilización (Masur, 2008, p. 58).
4.7. La voz «ciudadanos» y su relación con la conspiración
En 1826, Bolívar escribe otra carta a Manuelita Sáenz para hacerle ver que Santander, es decir Francisco de Paula Santander, está conspirando contra él. Y lo hace buscando «ciudadanos» que se opongan a sus ambiciones. Como se ve en la siguiente carta:
(7) Bogotá, a 22 de noviembre de 1826
Mi adorada Manuelita: Sólo en ti encuentro esa amistad y finura que me son tan queridas; ya que no hay nadie que guarde el respeto a su Libertador y Presidente, y quien no sienta repulsión por el manejo del Gobierno; tanto yo mismo, he tenido que enfrentarme a la desverguenza de algunos de mis oficiales, como del coronel Ortega; por su irresponsable administración en la Intendencia de Fontabón.
Te comentaré, que llegué con ánimos exaltados a Bogotá, y supe que Santander se aprestaba a desconocerme, no sin antes haber preparado ciudadanos en mi contra, con el fin de rechazar la reprimenda que le llevaba por sorpresa. (Bolívar, 1826, citado en Álvarez, 2005, p. 156).
En esta carta, Bolívar advierte que le iba a dar una reprimenda a Santander, pero este muy astuto organizó una oposición contra él, buscando «ciudadanos» que no sigan sus caprichos. Para él, esos hombres no son amigables, finos o dignos de confianza, a diferencia de la dama a quien escribe. No son respetuosos de que fue el libertador y presidente. Sus oficiales, quienes han cometido problemas administrativos, también son poco de fiar, porque él les reclamó. Advierte su temor. Sin embargo, es curioso que a pesar de ese distanciamiento los siga llamando «ciudadanos». Si bien ellos lo están traicionando, más allá de esa actitud, los percibe en condición de ciudadanía, a diferencia de los mulatos o indígenas que pudieron ser sus aliados u obedientes a sus causas, pero que finalmente no los percibe como «ciudadanos».
Bolívar usa mucho el término «ciudadano» durante la primera parte de su vida pública. El Manifiesto de Cartagena, de 1812, está dirigido a los ciudadanos de la Nueva Granada, y en el texto del Discurso de Angostura «ciudadano» y «conciudadano» aparecen unas veinte veces (Hildebrandt, 1961). Tenía un sentido positivo sobre el vocablo. Incluso, él mismo en una ocasión sostuvo: «Prefiero el título de ciudadano al de Libertador, porque este emana de la guerra, aquel emana de las leyes. Cambiadme, Señor, todos mis dictados por el de buen ciudadano» (Bolívar, 1821, p.43). Prefería, entonces, ser llamado «ciudadano» antes que «libertador».
Y ser buen «ciudadano» era mostrar la «fidelidad nacional». Irurozqui (2005) señala lo siguiente:
… la educación era el medio fundamental a través del que el individuo conocía mejor su 'dignidad, se acostumbraba a las comodidades, aumentaba sus necesidades y estas le estimulaban a trabajar para satisfacerlas'. En consecuencia, mientras la vecindad actuaba como categoría integradora que hacía ubicables y reconocibles a los individuos sin que resultara relevante en el ejercicio de la representación la heterogeneidad que pudieran representar, ya que lo que primaba era el principio de fama u opinión que se tenía de una persona, la ciudadanía exigía un cierto grado de uniformización de los sujetos en lo relativo a la fidelidad nacional. (p. 474)
5. Conclusiones y reflexiones
Teniendo en cuenta el análisis linguístico presente, se ha podido explorar que Simón Bolívar produjo y reprodujo representaciones discursivas del Otro principalmente a través de voces raciales y estereotipadas. Conceptualizó las palabras «ciudadano» y «esclavo» de distintas maneras. Para él, «ciudadano» tiene un matiz positivo, relacionado con cultura, orden, raza blanca, mientras que el vocablo «esclavo» tiene un matiz negativo, vinculado con caos y no blanco, es decir se refería a colores, negro, mulato o indígena; aunque no siempre lo explicita, siempre hacía referencia a algo distinto de lo blanco. Estas concepciones van cambiando o reforzándose conforme Bolívar realiza sus viajes, conoce a más grupos sociales y culturales, conoce los sucesos y forma parte de la guerra de la independencia española, pues entonces piensa en su temor a la pardocracia. Sin embargo, no deja de revelar las ideologías linguísticas coloniales sobre raza. Las voces y concepciones raciales en sus escritos no son gratuitas, sino que deja constancia de sus percepciones hacia lo Otro inferiorizado. Sobre este caso, se debe apuntar que el lenguaje y el racismo se entrecruzan entre sí (Flores y Rosa, 2015).
A Bolívar con sus cartas se le puede conocer como uno de los personajes más influyentes del pensamiento ilustrado en América Latina, pues formó por un lado opinión pública, pero también conciencia patriótica. En este contexto, muchos de sus pensares, como hemos visto, específicamente a través de las voces «ciudadano» y «esclavo», encerraban concepciones vinculadas con raza y discriminación. Se le reconoce su valor «enciclopedista» en su actuación y escritura hacia la liberación de la corona española:
Es más: esas proclamas, como los discursos, arengas y cartas de Bolívar, fueron, a menudo, en las tinieblas coloniales, cátedra de derecho, lección de política, plantel de ciudadanos. Esos documentos crearon opinión pública, que no había, a favor de la independencia, y una conciencia nacional. A Bolívar le tocó representar el papel de los enciclopedistas, de la Convención y de Bonaparte. (Trujillo, 1983, p. 252)
No obstante, también hay que situar ese valor desde una concepción crítica étnico-racial, porque, por ejemplo, dicha liberación no fue pensada para toda la población americana, sino para unos cuantos privilegiados que fueron favorecidos en el discurso de la época, que el mismo Bolívar asimiló y abogó, sea de forma consciente o no:
Se deduce por sus cartas que Bolívar no entendía por «liberación» el simple rompimiento de las cadenas políticas. Bolívar sintió la fecundidad del mundo americano, el indio, el negro, el mestizo, la selva y la montaña eran para él los elementos de su trágico parto. De este plasma continental vio emerger una nueva raza. Y cuando dijo que más que ría ser el libertador que el César, daba a entender que libertaría estas potencias turbulentas, dejándolas horras para que al fin pudiesen nacer. (Trujillo, 1983, p. 425)
Sin embargo, dejó embarcado al indio, al mulato y demás, menos al criollo. Estos grupos sociales serán tratados posteriormente en la república como ciudadanos de segunda (Lovón y Palomino, 2022).
Cabe señalar que los estudios que interrelacionan lenguaje, etnia, política, poder e historia son importantes, puesto que permiten entender las maneras en que se conducen las mujeres y hombres en el devenir histórico (Skinner, 2007, Pocock, 1989, Chiaramonti, 2004). Aunque el español americano para el siglo XIX busca legitimar su emancipación (Belaunde, 1983), este no se despoja de los discursos referidos a la Otredad (Appleby, 1985; Stoetzer; 1962; Stoetzer, 1966). A pesar de las ideas liberales, se continuó manteniendo un régimen esclavista (Zeuske, 2011), no solo a nivel conceptual, pues fue ejecutado. Para O'Phelan (2002), por ejemplo, los diputados reunidos en las Cortes de Cádiz, de 1810 a 1814, tuvieron la oportunidad de que los indios fueran considerados ciudadanos. No obstante, «a pesar de su declarada tendencia liberal, no pudieron desprenderse de los prejuicios raciales que arrastraban a partir de la experiencia colonial, donde indios y 'castas' habían sido sistemáticamente postergados de una representación política alturada» (O'Phelan, 2002, p. 165). La etnicidad no tenía un rol central en los discursos y accionarios políticos en el siglo XIX. En relación con Bolívar, si bien se han realizado estudios sobre sus cartas y voces desde el análisis de los historiadores (Helg, 1999; Helg, 2001), se requieren también hacer investigaciones desde el punto de vista linguístico, para así favorecer la compresión semántico-discursiva del libertador.
Finalmente, considerando este estudio de aproximación, sugerimos realizar un examen completo de las concepciones linguístico-raciales que tuvo el libertador en cada una de sus cartas, no para situarlo como sujeto racista por la época necesariamente, sino para entender el proceso de resemantizaciones que tuvo uno de los generales de la independencia, con el fin de saber cómo el proceso histórico repercutió también en el proceso discursivo y en la búsqueda de nuevas identidades (García, 2017), considerando que ha sido un hombre cuyos pensamientos y actuaciones han servido a idearios y conductas de gobernantes actuales en Sudamérica en países como Venezuela por ejemplo (Pino Iturrieta, 2003). Las concepciones raciales del siglo XIX han sido heredadas en siglos posteriores y se han enraizado y naturalizado en los diversos grupos sociales, y hasta militares y académicos, en América Latina (Bisbe, 2009). Los sentidos de las palabras mantienen su vitalidad en el imaginario político contemporáneo (Aljovín de Losada y Velásquez, 2017). La lucha contra la discriminación y descolonización del pensamiento intentan deconstruir discursos en que la etnicidad se sigue representando y asumiendo como problema. Después de los 200 años de la República del Perú, es importante reconocer que Simón Bolívar jugó un papel necesario en la independencia, pero también en la promoción y difusión de discursos de superioridad y racismo. El estudio y legitimación de la imagen del héroe en la construcción de una nación debe evaluar no solo el lado romántico, sino también sus lados abyectos, sobre todo si repercutieron en la configuración histórica del pensamiento y la ideología americana. La historia tiene que cuestionarse y también lo histórico que cada actor lo ha sido (Koselleck, 1993).