La aparición de un libro que aborda la relación entre política y religión en cualquiera de nuestros países latinoamericanos es motivo de celebración dada la incomprensible e injustificable posición marginal que este importante tema ocupa en las agendas de investigación de las ciencias sociales en nuestra región. Digo incomprensible e injustificable, porque la premisa de la secularidad que consciente o inconscientemente ha orientado el grueso de la producción intelectual en nuestras ciencias sociales -considérese, por ejemplo, la ausencia de la religiosidad latinoamericana en la abundante literatura sobre las llamadas “transiciones democráticas” o sobre el “neoliberalismo”- no tiene ningún asidero en sociedades que, como las nuestras, operan dentro de marcos normativos claramente condicionados por ideas y hasta dogmas religiosos.
Cuando aparece un libro que rompe con esta tendencia y que, además lo hace con la rigurosidad analítica, la atención a los detalles y el sólido vocabulario conceptual que ofrece Llamados a señorear, la celebración es mayor. En este libro, Andrey Pineda Sancho contrarresta el uso de premisas que, como el de la separación entre lo sagrado y la política, se derivan de aguas históricas de las que nosotros, en América Latina, no bebemos. Nuestro autor también abre caminos para que nuestras ciencias sociales se enraícen en la realidad religiosa y socio-emocional de nuestros pueblos, prestando de Europa y de los Estados Unidos solamente aquello que puede servirnos para entender lo que somos y lo que podemos llegar a ser. En este sentido, Andrey nos convida a reconocer la cultura religiosa que condiciona nuestra cultura política -si es que estas son dos culturas y no una sola-, evitando de esta manera que nuestras ciencias sociales sigamos haciendo lo del avestruz, ignorando la centralidad de las ideas de Dios en nuestras sociedades o tratándolas como “especies en vías de extinción.”
La relación entre política y religión
En un recorrido de doscientas setenta y cinco páginas, Andrey Pineda Sancho nos obliga a sacar la cabeza de la arena y ver cómo, desde los tiempos de la Colonia, la relación entre política y religión ha sido “una constante en la historia costarricense, primero, para el catolicismo de corte clerical y, más recientemente, para el evangelicalismo de orientación fundamentalista ” (3). En la actualidad, la relación entre política y religión en Costa Rica está condicionada por la influencia de una Iglesia Católica disminuida y por movimientos evangélicos cuya naturaleza, propuestas, y organización son descritas y analizadas por nuestro autor dentro de una lúcida y bien estructurada narrativa. En este fascinante recorrido, Andrey trasciende los límites que imponen los enfoques institucionales-burocráticos que con frecuencia se utilizan para estudiar las relaciones entre Iglesia y Estado. Andrey examina la relación entre estas dos instituciones a partir de sus estructuras y funciones, pero también a partir de las formas de dominación -disciplinamiento cognitivo- que ejercen sobre la población costarricense. Esto le permite a Andrey identificar las congruencias e incongruencias que marcan el desarrollo entre ambas dimensiones -la formal y la subjetiva- a lo largo de una historia que no es ni linear ni predeterminada.
En Llamados a señorear, por ejemplo, podemos observar como la designación constitucional del Estado costarricense como un Estado confesional choca con tendencias que, para Andrey, se “ orientan de forma manifiesta y decidida hacia la ruta del pluralismo y de la autonomía moral” (236). Este señalamiento resulta especialmente significativo para un nicaragüense como yo, porque en mi país la laicidad del Estado que se consolidó constitucionalmente hace más de un siglo durante el régimen de José Santos Zelaya (1893-1909), está lejos de representar los valores y la cultura religiosa de los/las nicaragüenses, como puede verse en el explícito discurso religioso que utilizan nuestros gobernantes para legitimar las políticas del Estado. Para muestra, un botón: En el 2006, el Estado nicaragüense, formalmente secular, criminalizó el aborto -incluyendo el aborto terapéutico- en Nicaragua. Esta fue la justificación de esta medida ofrecida por la vicepresidenta Rosario Murillo: " Somos enfáticos: No al aborto, sí a la vida. Sí a las creencias religiosas; sí a la fe; sí a la búsqueda de Dios, que es lo que nos fortalece todos los días para reemprender el camino ".
El contexto socio-institucional
Para entender las congruencias, tensiones y contradicciones entre la dimensión formal y la subjetiva de la relación entre política y religión, Llamados a señorear muestra como esta relación se desarrolla dentro de un contexto socio-institucional -nacional e internacional- que la condiciona, al mismo tiempo que es condicionado por ella. Así pues, el régimen colonial, las condiciones creadas por la independencia, la inserción económica de Costa Rica en el mercado mundial, el desarrollismo y el neoliberalismo de los siglos XX y XXI crearon marcos de posibilidades y limitaciones históricas que explican, por ejemplo, la fuerza del catolicismo como apoyo ideológico de la España Imperial, el papel de la Iglesia Católica como marco normativo y sostén del orden durante la institucionalización del naciente Estado costarricense, el aparecimiento del protestantismo junto con la inmigración europea y, finalmente, el desarrollo del pentecostalismo y del neo-pentecostalismo que Andrey asocia con las crisis sociales resultantes de la modernización del país a lo largo de los últimos cien años. En particular, el análisis que ofrece Andrey del protestantismo, pentecostalismo y neopentecostalismo costarricense -análisis que constituye el núcleo de Llamados a señorear- es contextual ya que, como se analiza en Llamados a Señorear, detrás de las “ ofertas religiosas” de estos movimientos “subyacen condiciones sociohistóricas que transcienden ampliamente las particularidades (de las mismas) ” (107).
Así pues, el enfoque contextual que se utiliza en Llamados a señorear es congruente con el principio fenomenológico de la “cognición encarnada” de Maurice Merleau-Ponty, quien señala que la mente con la que pensamos la realidad, es una mente que habita un cuerpo que se nutre del mundo en que opera al mismo tiempo que condiciona su entorno. Desde esta perspectiva, ampliamente confirmada por las ciencias cognitivas durante las últimas seis décadas, las cosmovisiones político-religiosas que estudia Andrey en su libro no son tratadas simplemente productos mentales sino también fenómenos socio-históricos y materiales.
El contexto socio-cognitivo y el papel de la educación
Uno de los aspectos de Llamados a señorear que más me llamó la atención es el reconocimiento que este libro hace del papel de la educación en la modulación de la relación entre política y religión. Andrey, por ejemplo, resalta la importancia de las reformas educativas introducidas por el gobierno de Tomás Guardia y el impacto social de la Ley General de Instrucción Pública (1885) y la Ley General del Educación Común (1886). Estas reformas y leyes, nos dice, “ procuraron sentar las bases de una religiosidad de corte civil; y con ella, los principios de un espíritu ciudadano más afín a la vida republicana (que se afianza en paralelo) al declive de la estructuración religiosa de la vida social ” (28).
Nuevamente, la relevancia que le otorga Llamados a señorear al contexto socio-cognitivo de la relación entre política y religión ayuda a entender la especificidad del caso costarricense cuando este se compara, nuevamente, con el nicaragüense. Nadie podría decir hoy, como dice Andrey de Costa Rica, que Nicaragua se “ orienta de forma manifiesta y decidida hacia la ruta del pluralismo y de la autonomía moral ” -a pesar de que el mismo autor reconoce la presencia de partidos políticos costarricenses que son portadores de un discurso religioso “ intransigente y francamente violent(o) ” (236; 203). Por el contrario, la colonización religiosa de la cultura política nicaragüense hoy tiende a acentuarse entre la elite gobernante, las organizaciones opositoras al régimen actual y el pueblo en general. ¿Qué puede explicar esta tendencia en un país con un Estado oficialmente laico que menos de medio siglo atrás proclamaba las virtudes del “ateísmo científico” y “rezaba” a Lenin y Marx?
Sin lugar a dudas, el papel de la educación deberá ser un elemento central en cualquier respuesta que se articule a esta pregunta. Más concretamente, el atraso de la educación en Nicaragua -en todos los niveles- con relación a Costa Rica ayuda a explicar la diferencia entre los niveles de secularidad alcanzados por ambos países.
Llamados a las ciencias sociales y a los políticos
En las últimas páginas de su libro, Andrey identifica áreas de investigación sobre política y religión en Costa Rica y hace un llamado para que las ciencias sociales amplíen y profundicen los temas por él estudiados. Además, invita a la clase política costarricense para que, reconociendo la presencia del fenómeno religioso en Costa Rica, promueva el desarrollo de modelos de convivencia que permitan a las personas creyentes expresar sus ideas “a través de una gramática democrática”, al mismo tiempo que estos modelos posibiliten a “ las personas ubicadas en posiciones más laicas” contribuir a la articulación de consensos con “una actitud de mayor escucha y empatía ante las razones de las personas creyentes” (234). Ambas peticiones son urgentes y necesarias para que la paz democrática que Costa Rica ha logrado mantener durante casi un siglo siga siendo modelo y esperanza para el resto de América Latina.