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Diálogos Revista Electrónica de Historia

versão On-line ISSN 1409-469X

Diálogos rev. electr. hist vol.14 no.1 San Pedro Fev./Ago. 2013

 

Acerca de la historia, sus  secuestros, retos y pasiones. Comentario a dos libros de Ricardo García Cárcel

About history, kidnappings, challenges and passions. Review of two books of Ricardo García Carcel

David Díaz Arias1*

*Dirección para correspondencia:

El objetivo de este pequeño ensayo es comentar dos libros del historiador español  Ricardo García Cárcel, a saber: La herencia del pasado: las memorias históricas de España y El sueño de la nación indomable.1 Hay temáticas comunes en estos dos libros que merecen una discusión profunda. Mi cometido es aspirar a provocar esa discusión a partir de algunos comentarios tanto teóricos como metodológicos que permitan -aprovechando el amplio análisis de García Cárcel sobre las experiencias españolas-, ampliar el debate hasta incidir en la discusión historio- gráfica latinoamericana y, especialmente, costarricense. Para hacerlo, concentraré estas  breves motivaciones en cinco grandes temas: la Historia como disciplina, la experiencia  histórica como objeto de análisis, la memoria histórica, el juego objetividad-subjetividad en nuestro oficio y, finalmente, la relación entre los historiadores y su presente a la hora de enfrentar el análisis del pasado.

Primero, algunas  palabras  sobre  nuestra  disciplina,  aunque  de  ella  nos ocupamos a lo largo de todo el comentario, a la luz de los dos libros que discutimos, pero inicialmente lo que quiero es referirme al concepto de Historia que se presenta en estos dos libros. Hay una confesión, en realidad varias, en el prólogo de La herencia del pasado: las memorias históricas de España. En la confesión que quiero recuperar, García Cárcel habla de cómo, a lo largo de su carrera como historiador, ha mirado pasar las modas historiográficas impactar en diferentes momentos y formas hasta llegar a una especie de presentismo en la visión del pasado. Eso es lo que él visualiza como un secuestro, uno más, de Clío. Apunta el autor: “…este libro tiene un primer objetivo: dejar bien claro que la memoria histórica es ante todo larga y plural, que la historia es una sucesión de presentes que van generando representaciones y relatos distintos de su pasado, que los intentos de secuestro de Clío han sido múltiples a lo largo del tiempo” (p. 31). Y luego, dice el autor: “Hoy, el presente lo invade todo, lo explica todo” (p. 15).

En el otro libro, El sueño de la nación indomable, García Cárcel asegura: “La historia crítica, pese a sus buenas intenciones, siempre es selectiva. Se ejerce beligerante contra los ídolos de los otros y es extremadamente benévola hacia los que se sienten como propios” (p. 23). Por eso, en ese libro este historiador nos revela su visión del oficio que se practica en esta disciplina: “La intención de este libro es rescatar la auténtica realidad histórica del esfuerzo constructivista del papel histórico que construyeron los hombres de aquella  época y de la manipulación sectaria ulterior. En estas páginas se confrontan las memorias personales con la realidad histórica pura  y dura, larga y ancha. Se intenta descubrir el trasfondo de los relatos tendenciosos, se busca recuperar el guión histórico objetivo que se esconde tras los papeles que representaron los actores políticos de aquella generación apasionante que fue la de 1808” (p. 23).

He querido hacer estas citas, porque a través de ellas se revela la posición del autor sobre este oficio. Creo que para García Cárcel, la voluntad de explorar la historia puramente a partir de representaciones, discursos, memorias e invenciones, ha convertido a la disciplina en una llana amalgama de exposiciones de lo discursivo y ha dejado de lado parte de su vocación principal, para lo que está hecha, es decir, para historiar. He recordado mucho a MarchBloch y su Apología para la Historia, al tratar de auscultar a García Cárcel. Ya en ese texto que ahora es septuagenario, Bloch advertía: “Robespierristas, antirobespierristas, os supli- camos gracia: por piedad, decidnos sencillamente, quién fue Robespierre”.2  Así, Bloch reclamaba la voluntad del historiador como investigador de lo ido, de sus experiencias, de sus hechos, de sus actores, de sus estructuras y mentalidades y de sus diferentes esferas de acción. Bloch, obviamente, no concebía a la historia como una exposición de discursos de representación, sino, como se admira en la cita, como la aventura de encontrar la verdad del pasado. Su clamor, ahora, puede ser advertido en el grito de García Cárcel porque la historia deje de ser una simple exposición de las representaciones del presente, o el presente cercano, en las formas en que los historiadores construyeron en el pasado su oficio. Sería como romper la camisa del análisis del discurso, tan insistentemente reclamada como la moda del presente en nuestro taller. La historia es una práctica, una ciencia como se solía decir, que, en palabras del mismo Bloch, se encarga de estudiar al ser humano3 y, en ese sentido, no solo sus discursos. Esta reflexión me lleva a una anécdota que Pierre Vilar recuerda en su ensayo “Pensar históricamente”. Relata Vilar: “Permítanme otro recuerdo personal (ya saben ustedes que las personas mayores los prodigan). Me lleva a Atenas, en los años 60. Eran ya las dos o las tres de la mañana. Desde las nueve de la noche anterior, un debate sin descanso tenía lugar entre“intelectuales” griegos y franceses. Ya no recuerdo qué es lo que yo había dicho cuando de pronto Nikos Poulantzas, a quien me acababan de presentar, tendiendo hacia mí un índice acusador, me interpeló con voz tronante: ‘¡Pero cae usted en el historicismo!’ ‘¿Que caigo en el historicismo?’, exclamé un poco  humorísticamente. ¿Cómo podría
‘caer’ en él? Yo nado en él, vivo en él, respiro en él. ¡Pensar al margen de la historia me resultaría tan imposible como a un pez vivir fuera del agua!”.4  Creo que Vilar refería en esa anécdota a algo que estaba claro para los historiadores hace cincuenta o cuarenta años; es decir, que la historia sitúa temporalmente y al hacerlo intenta, como puede, revelar el pasado y no solo volverlo representación.

Esto me lleva al segundo punto, el de la experiencia. El sueño de la nación indomable es un libro empeñado en explorar la experiencia histórica y no solo los textos y los pretextos, que tampoco descuida, pero quedan en un nivel de exposición en la creación de los mitos y no en el de su historización. Al enfrentarse a Godoy, a Napoleón, a Fernando VII, a José Bonaparte, a la guerrilla, a los sitios de las ciudades, etc., García Cárcel lo hace como historiador interesado en develar a esos actores como mitos, pero especialmente como seres humanos con su propia historia y es esto último lo que más interesa. En otro tiempo, dice García Cárcel en La herencia del pasado: las memorias históricas de España, “repetíamos a nuestros alumnos que la historia es el estudio del pasado para la comprensión y explicación del presente y la previsión o transformación del futuro. Ha pasado mucha agua por el río de la historia en poco tiempo, y esta ha perdido por el camino sus buenas intenciones,  diagnósticas  del  presente  y  pronosticas  del  futuro.  Ha  muerto el historiador-profeta y, en cambio, goza de muy buena salud el político-historiador que instrumentaliza la historia en función de sus paradigmas presentes. El presente ya no es el legado de la historia sino su motor, y para muchos su única razón de ser. Hoy solo parece concebirse  la  historia como la proyección del pasado, en función de las expectativas y ansiedades de nuestro presente. Vivimos tiempos de capitalización exclusiva del pasado por un presente contemporáneo, con todas las implicaciones político-sociales que se derivan del uso público de los recuerdos, la centralidad del presente en la reconstrucción del pasado. Tiempos de secuestro de Clío, de manipulación interesada del pasado” (p. 30).

Hay evidentemente muchos problemas con la historia como un simple llama- miento de cuentas al pasado desde el presente. En alguna medida, como explora García Cárcel, el problema tiene que ver con una visión de historiar solamente lo cercano, caer en el adanismo y con eso pecar de creer lo contemporáneo como lo nuevo y novedoso. Pero el otro problema es que la politización del presente hacia el pasado cercano es más fácil de que ocurra y con eso se borre la experiencia histórica de los sujetos de ese pasado en aras de juzgarlos bajo los parámetros políticos del presente en que vivimos y con intereses creados desde ese presente.

Pasemos al tercer punto, ya presente en lo explorado hasta ahora, es decir, el asunto de la memoria histórica y su relación con nuestra disciplina. El problema no es en absoluto que hagamos historia de las memorias, que en ese grado se parece mucho a la relación historia y verdad de la que hablaba Adam Schaff,5 como algunos hemos hecho, sino en la manera en que nos enfrentamos con esas memorias y para qué las usamos. Aquí citaré una vez más a García Cárcel, probablemente la cita más polémica de las que he hecho y seguramente de las que he leído sobre la relación historia-memoria. Dice García Cárcel en La herencia del pasado: “A través de la historia los perdedores suelen tener una segunda oportunidad. La conmiseración afectiva con éstos ha lastrado demasiadas veces la objetividad de los historiadores en nuestro país (España]. Siempre ha habido una memoria sentimental de los derrotados de la historia, sin llegar muchas veces a penetrar en la propia lógica de
 
la victoria o derrota. En  el  largo plazo, la venganza de la historia sobre los ganadores de la política es evidente. La ventaja del perdedor histórico ha radicado en su capacidad de seducción victimista” (p. 644).

Realmente, esta posición puede despertar la protesta y la ira de casi todos -sino todos- los movimientos que reclaman luchas políticas sobre el pasado cercano tanto en casos de heridas provocadas por dictaduras como en otros en que se levantan nuevos altares a nuevos héroes de esos pasados cuya característica principal fue su posición política y su amargo final.6 García Cárcel va contra la corriente con esta cita. ¿Pero es la corriente realmente lo que nos importa? La verdad no; en primera instancia, nuestro oficio es lo que nos debería preocupar si lo que queremos es ser historiadores (la historia es diferente para los activistas y para los políticos) y por eso en su construcción debería imperar como norma un acercamiento al pasado que le brinde posibilidades de análisis similares a los que detentaron el poder de los que no, a los victimarios y a las víctimas, a los que ganaron y a los que perdieron. La redención del pasado no vendría por una re-victimización del ayer, sino por su análisis concreto y profundo, sin instancias ideológicas marcándonos el paso del camino.

Esto me devuelve a Marc Bloch y me lleva al cuarto elemento por discutir: el de la subjetividad-objetividad. Otra vez en su Apología para la historia, Bloch diestramente retrató parte del problema de analizar el pasado con nuestros propios intereses cargados en esa inspección. Bloch construyó la siguiente reflexión: “Existen dos maneras de ser imparcial: la del sabio y la del juez. Tienen una raíz común, que es la honrada sumisión a la verdad. El sabio registra, o, aun mejor, provoca la experiencia que tal vez arruine sus más caras teorías. Sea cual sea el secreto anhelo de su corazón, el buen juez interroga a los testigos sin otra preocupación que la de conocer los hechos tal como fueron. Eso es, de ambos lados, una obligación de conciencia que no se discute. Sin embargo, llega un momento en que ambos caminos se separan. Cuando el sabio ha observado y explicado su tarea acaba. Al juez, en cambio, le falta todavía dictar sentencia. (...) Durante mucho tiempo el historiador pasó por ser una especie de juez de los Infiernos, encargado de distribuir elogios o censuras a los héroes muertos”.7

Bloch y García Cárcel argumentan en favor de una posición central en la investigación del pasado: la de evitar, como empresa fundamental, la idealización de un grupo a favor de su dimensión del pasado. La cita de García Cárcel lo recalca y es polémica justamente porque devuelve la acción del posicionamiento al historiador y le pregunta si tomar el lugar de la víctima y su reclamo es suficiente para la Historia como oficio o lo es políticamente correcto para una causa específica. Es realmente una invitación a la discusión, que no deja de ser enteramente central, especialmente para los que hacen historia de la memoria e historia del presente. ¿Basta con ser políticamente adepto a las causas de la izquierda y de la víctima en el pasado para hacer una historia crítica en el presente? ¿O sacrificamos en el altar de la ideología nuestro compromiso con el estudio del pasado?

La pregunta no dista de tener reacciones encontradas porque como nos recuerda García Cárcel: “Hay muchos historiadores con vocación de inquisidores o de comisarios policiales, lamentablemente, y que, además, en horas libres ejercen como tales” (p. 16). Muchos de ellos, políticamente correctos (lo cual no está mal como posición ideológica en el presente) se encargan de garantizar una sola visión del pasado que no admite críticas y que no asume las posibilidades de la evaluación del pasado sin que medie el interés de rescatar la memoria correcta. Se encargan de desenterrar a los muertos, pero no como detectives de la historia, sino como jueces interesados y evaluadores del presente. Si habláramos de la derecha, posiblemente todos coincidiríamos en tirar las piedras a esos inquisidores, pero García Cárcel afloja la mano, estira la llaga y, creo que con valentía, visualiza este asunto como un grave problema de los historiadores de izquierda o de aquellos que tienen un compromiso específico con las víctimas.

¿Cómo proceder entonces? Esta es la problemática del quinto y último punto de estas breves notas reflexivas. Aquí, me he identificado, una vez más, con esta posición que construye García Cárcel en El sueño de la nación indomable : “Detrás de toda esta historia hay mucha sangre derramada, ilusiones rotas, fracasos políticos, biografías atormentadas, que exigen respeto por parte de los historiadores. Pero el respeto no exime de la necesidad de desvelar las legitimaciones —verdaderas y falsas— en las que los mitos se fundamentan, ni de exorcizar las servidumbres sentimentales o las devociones irracionales a los mismos. Y ello desde la reivindicación de la complejidad, de la exigencia de matices, como vacuna necesaria contra las interpretaciones reduccionistas o sectarias” (p. 17). Creo que esta cita devuelve, como una especie de círculo, a la incitación que hacían las primeras citas y que advierten sobre la discusión de qué es nuestra disciplina y qué debería producir. El viaje de la modernidad y la posmodernidad ha tenido impactos en Clío y la han transformado de diferentes maneras. Pero, ¿hay una base para producirla?

¿Estamos de acuerdo con algunos elementos básicos a los que no se puede renunciar sin correr el riesgo de renunciar al oficio mismo de historiador? La Historia, en mayúscula, clama porque sus practicantes renueven su convicción en ella. Creo que ese es el reto en que ha incurrido García Cárcel al escribir estos dos libros.


Citas y notas

1 García Cárcel, Ricardo, La herencia del pasado: las memorias históricas de España. Barcelona: Galaxia Gutenberg: Círculo de lectores, 2011; ídem, El sueño de la nación indomable: los mitos de la Guerra de la Independencia. Madrid: Temas de Hoy, 2007.

2  Bloch, March, Apología para la historia: o el oficio de historiador. México: Instituto
Nacional de Antropología e Historia; FCE, 2001.

3 Recordando la bonita oración de Bloch: “El buen historiador se parece al ogro de la leyenda.Ahí donde olfatea carne humana, ahí sabe que está su presa”. Bloch, Apología para la historia, p. 57.

4 Vilar, Pierre, “Pensar históricamente”, en: ídem, Memoria, historia e historiadores. Granada: Universidad de Granada, 2004,p. 69.

5 Schaff, Adam, Historia y verdad. México, D.F.: Editorial Grijalbo, 1984.

6 Esimportante, al respecto, revisar la discusiónsobre el “militante  de  la  memoria” en: Henry Rousso, The haunting Past: History, Memory, and Justice in Contemporary France. Philadelphia,University of Pennsylvania Press, 2002;ídem, The Vichy Syndrome: History and Memory in France since 1944. Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1991.

7 Bloch, Apología para la historia.

*Correspondencia: David Díaz Arias: Director de posgrado del Centro de Investigaciones Históricas de América Central. Docente de la Escuela de Historia de la Universidad de Costa Rica. Doctorado en Historia de Indiana University.

1. Director de posgrado del Centro de Investigaciones Históricas de América Central. Docente de la Escuela de Historia de la Universidad de Costa Rica. Doctorado en Historia de Indiana University.

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