Introducción
En Irán y Venezuela ocurren durante el siglo XX una serie de fenómenos que definen su política doméstica y exterior: (1) el descubrimiento de yacimientos de petróleo; (2) el interés de multinacionales estadounidenses e inglesas, quienes dictan las normas del negocio (Blasier, 1985); por ende, (3) el nacimiento local de un nuevo nacionalismo petrolero (Berrios et al., 2011) sensible ante la riqueza del recurso; (4) y la explosión de un proceso revolucionario que acaba por radicalizar la política interior y exterior (Colgan, 2014), dadas las constantes eclosiones críticas de los fenómenos anteriores. Las cuatro fases las cumplen Irán y Venezuela diacrónicamente, empero, termina por haber una convergencia ideológica entre 1999 y 2013 desafiantes al Sistema Internacional Liberal (SIL) (Dodson & Manochehr, 2008).
El marco temporal abarcado (1999-2023) se ajusta a la interacción diplomática de las revoluciones de Venezuela e Irán. Aunque el proceso revolucionario iraní se dio al final de la década de los setenta, el ámbito e interés de este estudio es analizar la fase en que coinciden Venezuela e Irán, de revisionismo diplomático y realismo periférico de cara al SIL, para analizar la evolución posterior hacia una diplomacia resiliente como última vía de supervivencia.
Se podría observar la naturaleza de esta relación simplemente como una ''alianza roja y verde entre el socialismo de Hugo Chávez y el islamismo del régimen iraní'' en el ámbito de la dinamización de las políticas exteriores conjuntas de los países llamados del ''Sur'' (Brun, 2008, p. 20). Sin embargo, yendo más allá de la lógica de las relaciones Sur-Sur ¿Irán y Venezuela, por este compás más o menos coincidente, logran la construcción de una agenda diplomática -primero rebelde y luego resiliente- porque fatalmente sus condiciones históricas así lo dictaron? El institucionalismo histórico plantea que las secuelas en una ''coyuntura crítica'' desencadenan sistemas de retroalimentación que vigorizan la recurrencia de un patrón distintivo en el futuro (Pierson & Skocpol, 2008).
Los estudios sobre política exterior y diplomacia tienden a cimentar su análisis sobre dimensiones tradicionales, porque hay resistencias académicas a ampliar el espectro analítico (Schenoni & Escudé, 2016). No obstante, con la evolución de aquellos estudios, ha habido aportaciones sobre lo subnacional (Duchacek, 1984; Giraudy et al., 2019), la paradiplomacia (Cornago, 2018) y la agenda internacional de otros actores no estatales (Kuznetsov, 2015; Schmidl, 2015).
A pesar del rótulo de ''rogue states'' (Tanter, 1998), en esta oportunidad, teniendo como caso de estudio la relación entre Venezuela e Irán, lo establecido no es suficiente para configurar un marco analítico preciso sobre Caracas y Teherán. Por situaciones particulares de régimen político y, específicamente, por su condición de petroestados (Mijares, 2003) y socios fundadores de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Irán y Venezuela han estado al margen de los regímenes internacionales cuando así lo han requerido (Vásquez-Ger, 2014) por la misma naturaleza geoeconómica del negocio petrolero. Más tarde, impulsados por la comunión revolucionaria antiestadounidense (desde 1999) han operado fuera de los cánones de la gobernanza global, en una estrecha relación binaria de gran envergadura.
Proponemos denominar la relación entre Venezuela e Irán como una diplomacia rebelde que, una vez que empieza a pagar por su desafío global, debe transitar para su conservación hacia una fase resiliente, gracias a la capacidad de adaptación de ambos Estados revolucionarios, frente al SIL liderado por Estados Unidos como agente perturbador y; al mismo tiempo, creador de situaciones adversas como sanciones económicas y presión diplomática. El emplazamiento hacia una diplomacia resiliente no implica pasividad, como quedará demostrado en el desarrollo del artículo. Caracas y Teherán están dinamizando una serie de lineamientos no pasivos, empero, menos desafiantes en el ecosistema diplomático que inevitablemente cohabita dentro del SIL (Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Organismo Internacional de Energía Atómica y los foros regionales, donde ambos Estados aún conviven e interactúan).
Mientras los rogue states son menos eficientes, porque son menos legítimos en el sistema y sociedad internacionales (Earle, 1986), la agenda exterior de la diplomacia resiliente es beneficiosa para ellos, pues posee aparatos de propaganda y organizaciones internacionales que los legitiman en el ámbito de un diálogo del sur global, revisionista y crítico, y con ejes de resistencia diplomática como las relaciones con China, potencia que, por lo demás, ha planteado su agenda de ''civilización global'', donde la resiliencia diplomática encuentra espacios y usufructúa las nuevas oportunidades.
Pocas organizaciones internacionales y prensa liberal apoyan, por dar un ejemplo, al Gobierno sirio en sus proyectos, pero el lobby contra las sanciones de Washington sobre Venezuela tiene otra dimensión. Los países de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), han buscado ampliar sus relaciones con Irán, pues este último, durante 2007, en el ámbito de la Cumbre del Movimiento de Países No Alineados, pidió, formalmente, su membresía como observador del ALBA donde hubo una comunión de doxas rebeldes. Esta dinámica coadyuva a una inserción legítima en espacios alternativos más reconocidos y aceptados globalmente por potencias como China y Rusia, críticos de la política exterior estadounidense y de sus sistemas de alianza con Europa Occidental como la OTAN. Cumpliendo el principio del realismo periférico, al momento de retar a los países ''forjadores de normas'' y, en menor medida, a los ''tomadores de normas'', mejor hacerlo en el ámbito de la resiliencia diplomática antes que pagar -de forma aislada- las consecuencias del desafío (Escudé, 2012).
La retórica solidaria es clave. Entre Caracas y Teherán hay cerca de doce mil kilómetros de distancia, situación que no impide que haya cercanías en lo estratégico e ideológico con un proyecto común. Por ejemplo, la aerolínea privada iraní, Mahan Air restableció un vuelo directo a Caracas en abril de 2019. El hecho se presentó burlando las sanciones occidentales sobre las operaciones de la empresa, poniendo a Venezuela como el único destino en América. Sin embargo, estas dinámicas han propiciado situaciones perturbadoras en, incluso, aliados circunstanciales de Caracas en la región, como Buenos Aires, cuando un avión con bandera venezolana, pero con tripulantes iraníes allegados a la Guardia Revolucionaria iraní, obligó a la autoridad aeronáutica argentina ''inmovilizar'' la nave en el aeropuerto de Ezeiza. La sospecha sobre la carga del avión se vincula con el tráfico de armas de guerra (Perfil, 2022).
Esta agenda pos-realista periférica entre Venezuela e Irán está atravesada por dos grandes dimensiones. Una está determinada en la configuración simbiótica de convertirse en proveedores mutuos, para hacer frente a las sanciones internacionales de cada cual. La otra, en la afinidad de identificar a Washington como el enemigo común. En ese sentido, la relación se basa en la autoconservación compartida que resignifica el papel de ambos en el SIL.
De tal manera, la presión internacional sobre ambos regímenes ha producido una reconducción estratégica en términos diplomáticos y de política exterior. La priorización de cuestiones domésticas para la supervivencia de cada uno pasa por la formación de alianzas y cooperación, en aras de obtener recursos vitales que sostienen el régimen político (Barnett & Levy, 1991). Así, la resiliencia en esta alianza proporciona a un régimen ayuda financiera y recursos militares y energéticos de su otro socio externo, quien no podría obtenerlos fácilmente por sí mismo (Chang, 2021); en contraste, también se obtiene influencia si los aliados tienen una reputación ideológica convergente (Colmenares, 2011). Lo anterior se materializa con una suerte de soberanía energética compartida, a medida que la dependencia del apoyo de Teherán compensa la debilidad del régimen de Caracas y satisface los intereses de una élite revolucionaria. En últimas, la resiliencia diplomática proporciona una oportunidad pragmática de supervivencia y una evasión a la gobernanza global.
Esta dimensión posee un centro de gravedad asociado a la postura antiestadounidense y antioccidental. En efecto, el espíritu de dicha asociación es reactivo y alterno como mecanismo funcional de supervivencia de regímenes. Así Irán le permite a Venezuela sostener una válvula de oxígeno para su política exterior y los campos compartidos para el sostenimiento del régimen, a través de agendas económicas, energéticas y militares (Gordon & Talley, 2020).
La animadversión de Irán y Venezuela hacia el orden liberal, así como su naturaleza asimétrica, son los comunes denominadores que, paradójicamente, impulsan sus relaciones estrechas. El espíritu de su alianza (primero rebelde y luego resiliente) recae en el pragmatismo del interés compartido de evadir las sanciones internacionales. La historia petrolera paralela del siglo XX permitió que Teherán y Caracas se reconocieran mutuamente en sus diplomacias más radicales, hasta un punto en que Venezuela, desde 2018, presta mayor atención a su relación con Irán que con cualquier otro socio regional suramericano, aún más durante la caída de los precios del petróleo y el aislamiento regional al gobierno de Nicolás Maduro (Gallegos, 2019).
Como socios antiimperialistas, Venezuela se concentra en la obtención de una ventaja posicional frente a Washington en América Latina, capitaliza insumos energéticos y tecnología petrolera estratégica de Irán. Por su lado, Irán obtiene prestigio y reconocimiento internacional como un actor no aislado al lograr ciertas acciones en el hemisferio occidental, como maniobras y ejercicios conjuntos militares con otras potencias resilientes, como Rusia y con la ahora desafiante China (C. Hunter, 2020).
Según un análisis basado en la premisa del institucionalismo histórico, se pueden comprender las coyunturas críticas en los procesos de largo plazo de Irán y Venezuela. Para ello, empleamos una técnica de Web Scraping para analizar los discursos del expresidente venezolano Hugo Chávez y sus homólogos iraníes. De esta manera, se demuestra cómo la diplomacia resiliente se convierte en la siguiente fase del realismo periférico.
Este artículo se divide en varias secciones. En primer lugar, se abordan las coyunturas críticas del periodo comprendido entre 1946 y 1979, en el que la OPEP se convierte en un asunto estratégico en la relación entre Caracas y Teherán. En segundo lugar, se analiza la tracción Irán-Venezuela durante la época de la revolución, desde el enfoque del realismo periférico. Posteriormente, se examina la aplicación del realismo periférico durante el periodo de 2000 a 2013, y se muestra la fase diplomática resiliente entre 2013 y 2023. Finalmente, se presentan algunas conclusiones y se proponen nuevas líneas de investigación en política exterior.
Aproximación teórica
Para efectos de este artículo, esta investigación asume al realismo periférico como marco para la comprensión de las estrategias de supervivencia de Venezuela e Irán. Así, el realismo periférico se asume como una apuesta teórica que nace desde una noción bonaerense, a partir de 1990 (Escudé, 2015). El realismo periférico se centra en las consecuencias de una asimetría extrema relevante y no en las relaciones entre países periféricos frente a un hegemón (Escudé, 2012, 2015).
La propuesta teórica explica las formas cómo los mecanismos de política exterior de Estados periféricos y opuestos, muestran la estructura del sistema internacional. De hecho, Escudé (2015, p. 46) y Schenoni y Escudé (2016), analizan el marco con base en la relación entre Argentina e Irán. Aquella visión se inspira en el realismo político al pretender corregirla e impugnar la noción neorrealista de que la estructura del sistema internacional es ''anárquica'' (Waltz, 1979). Escudé (2015) sostiene que se trata de una ''jerarquía'' imperfecta e incipiente (p. 45).
De acuerdo con lo anterior, se formula la propuesta analítica de la diplomacia resiliente. Entonces, la diplomacia resiliente se presenta como el punto de inflexión en el cual los actores periféricos trascienden el umbral de la marginación exclusiva, logrando así sortear los desafíos derivados de su posición en el sistema internacional contemporáneo (Zebrowski, 2015). La resiliencia, en términos de política exterior y de diplomacia, permite la adaptabilidad y la supervivencia a los embates de las restricciones sistémicas (Baba & Önsoy, 2021).
1. Desde la coyuntura crítica hacia un patrón particular en el futuro (1946-1979)
Venezuela modificó la geoeconomía petrolera en 1946 cuando logró el acuerdo del ''50-50'' o Fifty-Fifty, una nueva relación de renta con las compañías petroleras. El gobierno de Caracas envió emisarios a Medio Oriente en una misión de lobby para que el Fifty-Fifty fuera adoptado por aquellos países, con el fin de evitar competencia en una situación tributaria desventajosa (Egaña, 1990).
En 1951, el presidente nacionalista iraní Mohammad Mosaddeq, no logró este tipo de acuerdo, como el de Venezuela y Arabia Saudita, y nacionalizó la Anglo-Iranian Oil Company (AIOC), terminó con la concesión petrolera y expropió sus activos. El gobierno británico desplegó un bloqueo de facto, amenazó con iniciar acciones legales contra los clientes del petróleo nacionalizado apalancándose en el monopolio de las Siete Hermanas -las petroleras anglosajonas que monopolizaban el crudo en la posguerra- para bloquear lo que pudiera refinarse en la industria nacionalizada. Había comenzado la crisis de Abadan (Louis, 2004).
Mosaddeq fue derrocado en 1953, mismo año en que Irán y Venezuela alcanzaron nuevos descubrimientos de yacimientos de crudo. Las multinacionales previeron que el monopolio petrolero estaba por acabar: nuevos relatos nacionalistas reclamaban la propiedad del petróleo, su explotación, su comercio y la soberanía energética. Venezuela entraba también en esta espiral, aupada por los antecedentes ideológicos de centro izquierda nacionalista del partido Acción Democrática y quedaba encuadrada en la diagonal de la naciente cultura política petrolera, similar a sus pares árabes y persas, pero enclavada en las Américas.
En la década de 1930 surgió en ambas naciones una prolífica actividad ideológica contra las políticas 'entreguistas'. Como la dinastía Qajar en Irán, que condujo al acuerdo petrolero firmado por Reza Shah en 1933, favorecedor a la Anglo-Iranian Oil Company (Cleveland, 2016), idénticamente en Venezuela contra la dictadura de Juan Vicente Gómez entre 1908 y 1935, cuando el Gobierno fue señalado por sectores nacionalistas y comunistas como un régimen aquiescente de las empresas petroleras estadounidenses (Córdova, 1973, p. 75).
La cultura política del petróleo se torna universal en tanto se reproduce, de forma semejante, donde este recurso es la única fuente de riqueza. Es posible forjar una idiosincrasia, una cultura política e incluso un paisaje petrolero, un petroleumscape: ''parte de una narrativa nacional que celebra el crecimiento industrial y la independencia petrolera'' (Hein & Sedighi, 2016).
El petroleumscape, ese paisaje socio-industrial que forja el negocio del crudo, suma otro punto de aproximación, sus reservas de crudo que determinan ambas políticas exteriores. La tercera afinidad es la convergencia revolucionaria, la revolución ayatolá (1979) termina compenetrándose en las relaciones entre Irán y Venezuela por la vía de la revolución chavista veinte años más tarde (1999). Ambos son relatos antiimperialistas unidos por el petróleo, por su rebeldía contra EE. UU., que acaba derivando en una predisposición desafiante al SIL.
La OPEP llegó a ser el cartel más influyente en los mercados energéticos donde, en paralelo, sus miembros fundacionales, al organizarse, crearon queriéndolo o no, una suerte de cartel rebelde o poco obediente, pues las multinacionales tendrían cada vez menos control sobre el recurso, y las crisis petroleras fueron eventualmente un arma geoeconómica para los relatos árabes antiestadounidenses, antiisraelíes y antieuropeos: ''¡Es la venganza de Portiers!'' gritaban los árabes durante la primera crisis de los precios del crudo en 1973 (Tertrais, 2019).
EE. UU. lideró en 1974 la cruzada contra la OPEP, cuya primera iniciativa fue la creación de la Agencia Internacional de Energía (AIE) en 1974. Salvo Francia, las potencias más importantes demandantes de petróleo, fueron miembros de este nuevo anti-cartel de compañías petroleras, que entre sus principales objetivos estuvo crear un excedente energético con una combinación variada de estrategias y medios (Amirahmadi, 1993, p. 144).
De esta coyuntura crítica (Pierson & Skocpol, 2008), era solo cuestión de tiempo que en Venezuela, por la contradicción de sus instituciones políticas con las crisis socioeconómicas inherentes a los petroestados democráticos, convergiera una espiral revolucionaria antiestadounidense, aduciendo, en su plena posmodernidad político-energética, la misma tesis nacionalista petrolera de los años treinta del siglo pasado: la pobreza venezolana es producto del imperio estadounidense que se ha llevado el petróleo sin pagar su precio justo con la venia de una oligarquía local: ''hacían lo que decían los gringos, habían aceptado que esto no era petróleo sino bitumen'', aseveraría Chávez para revalorizar geopolíticamente el crudo extrapesado venezolano (Chávez, 2008).
Esta tesis del aparente orden mundial oligárquico de la gobernanza global unirá a Irán y a Venezuela en dos fases, una de rebeldía (Chávez-Ahmadineyad) y otra de resiliencia (Maduro-Raisi). Inclusive, en el marco histórico-discursivo habrá argumentos similares de la revolución iraní contra el Sah Reza Pahlavi, que la revolución bolivariana replicará contra el sistema democrático que derrocó.
1.1 La OPEP
La OPEP nace entre 1960 y 1970. Irán y Venezuela fueron países fundadores destacados. La organización se vino instituyendo mientras diseñaba su Secretaría (1964) y gestaba su cuerpo legal de resoluciones, en paralelo renegociaba nuevas condiciones con las empresas petroleras occidentales e incrementaba su nómina de países asociados.
Teherán y Caracas tuvieron coincidencias remarcables en su devenir político: nacionalismo petrolero, autocracias que se acercan y se alejan a conveniencia de EE.UU. y Occidente, como fueron la monarquía de Reza Pahlavi y la dictadura de Pérez Jiménez (Amirahmadi, 1993; Amir-arjomand, 1988; Cooper, 2011; Pérez, 1955; Salcedo, 2012; Vivas, 1999), e incluso, ambos autócratas, a pesar de haber sido aliados de EE.UU., terminaron por culparlo de sus respectivos derrocamientos (Blanco, 1983; Reza-Pahlavi, 1980).
Entre un lustro -Reza Pahlavi y Pérez Jiménez- o dos décadas - Ahmadineyad y Chávez- de diferencia, ambos países terminan por compartir percepciones similares, hasta llegar a la eclosión final de las agendas de la revolución islámica y la revolución bolivariana.
En 1959 se dio el primer Congreso Petrolero Árabe en El Cairo, donde Venezuela fue el único país presente del hemisferio occidental. Este evento antecede directamente a la OPEP, donde se discutió soberanía nacional sobre los recursos energéticos, estabilización de precios del crudo, la conservación de esta riqueza y su comercio mundial (Azzam, 1963). Casi un lustro antes (1955) se había llevado a cabo en Bandung la conferencia afroasiática que visibilizó al Tercer Mundo y su búsqueda de un espacio en los asuntos globales (Hunter, 2020). La OPEP, por ende, será una concepción geoeconómica desafiante durante los tiempos de incertidumbre de la Guerra Fría y animó a las potencias del SIL a tomar medidas alternativas contra el nuevo cártel, como la AIE.
Animado por este nuevo contexto geoeconómico petrolero, Irán estrechó lazos con Venezuela. En esta etapa diplomática Reza Pehlevi visitó Venezuela (1975) y Carlos Andrés Pérez, presidente venezolano, hizo una gira por Irán en 1977 (Camacho, 2019).
Eventos puntuales como la posición de Arabia Saudita (1973) contra Israel, condujo al embargo petrolero de la OPEP demostrando lo funcional de esta herramienta geoeconómica y las potencialidades del contrapeso. Asimismo, el proceso de nacionalización de la industria petrolera en Venezuela (1976), junto a todas las acciones anteriores, fueron posibles a pesar de la suspicacia de EE. UU., gracias a este comportamiento antitético sobre las posibilidades, las libertades de maniobra internacional (Escudé, 2012, p. 531), del poder que otorgaba el crudo. El petróleo ayuda a los rebeldes.
2. Realismo periférico en la tracción Teherán-Caracas en tiempos de revolución
El proceso histórico de la estrecha relación entre Teherán y Caracas tiene un acápite especial en los modelos autócratas de Ahmadineyad y Chávez. El realismo periférico propuso, en la década de 1990, una visión para, y desde América Latina (Escudé, 2015). Se trata de concederle una identidad particular a los movimientos periféricos sobre agendas tradicionales. Escudé, más realista que el propio realismo (Schenoni & Escudé, 2016), alimentó su propuesta teórica por medio de estudios historiográficos que mostraron los costos, para los países latinoamericanos, de las confrontaciones políticas con EE. UU. Desde esa perspectiva, el realismo periférico sostiene que los actores periféricos se encuentran en una posición de desventaja respecto a los centrales; por lo tanto, deben adoptar una estrategia diplomática que les permita maximizar sus intereses (Escudé, 2015, p. 48).
Los trabajos de Escudé (2009, 2012, 2015) definieron una dinámica particular sobre los Estados que padecen los costos de la anarquía clásica del orden internacional. En efecto, es la pervivencia, el desarrollo y la estrategia por la no confrontación directa con las potencias, porque la idea del interés nacional de los periféricos es débil o inexistente (Acharya, 2015). El foco del realismo periférico está en las consecuencias de una asimetría extrema entre las potencias liberales y los países periféricos (Escudé, 2015). Las particularidades sistémicas se representan en actores que asumen roles de la siguiente manera: 1) Los forjadores de normas, 2) los tomadores de normas y 3) los rebeldes (Escudé, 2012). Así Venezuela, precisamente con Chávez, hizo parte de los rebeldes junto con Ahmadineyad y, posteriormente Maduro con Raisi, demuestran la posibilidad de añadir una cuarta categoría, que serán los resilientes.
Los costos se pagan, como dicta la tesis del realismo periférico, pues Irán está sancionado y aislado por el desarrollo de su programa nuclear y, sin embargo, se ha vuelto resiliente, al punto que su plan persiste sin mayores consecuencias y ha obtenido alguna ganancia simbólica dentro de las normas del SIL, como una sentencia de la Corte Internacional de Justicia de marzo de 2023, parcialmente a favor de Irán respecto a un litigio con EE.UU., de unos fondos congelados1 del Banco Markazi por un tribunal de Nueva York (Corte Internacional de Justicia, 2023).
Su momento más débil fue condicionarse a las potencias del P5+1 y al Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), donde no obtuvo, en 2015, mayores ventajas; por ende, ensayó vías alternativas con otros socios, también castigados por las normas del SIL y hoy Irán ha llegado a enriquecer uranio al 84 % de pureza en su instalación nuclear de Natanz (Euronews, 2022) y alcanzó un nuevo acuerdo con el OIEA en 2023 para continuar su programa, aunque sometiéndose a la verificación internacional, empero, sin detenerse, y obteniendo algunas ganancias como la posible devolución de activos congelados en EE. UU.
En ese mismo sentido, Chávez pudo inaugurar una política exterior independiente que rechazó la cooperación con grandes potencias occidentales y emuló discursos para lograr un liderazgo regional donde alentó a otros periféricos a seguirlo. Chávez lideró el discurso de la izquierda suramericana y la lucha árabe y persa contra Israel, en contraposición a las instituciones, reglas y regímenes occidentales (Chang, 2021).
En el ámbito del relanzamiento de la OPEP, con el renovado liderazgo de Chávez y su búsqueda de apoyo en Medio Oriente, hubo un incremento en la relación bilateral que iba a acelerarse con los años. Entre 2000 y 2005 hubo seis encuentros entre el líder venezolano y el iraní. Uno de los momentos emblemáticos de la diplomacia rebelde fue en 2005: Chávez manifestó su admiración y apoyo al programa nuclear de Irán, fue el único que votó en contra de la resolución de la OIEA (Goforth, 2012). Bajo su paraguas Chávez animó a sus homólogos de Bolivia, Ecuador, Brasil y Nicaragua a que sostuvieran encuentros de alto nivel con Teherán (Kourliandsky, 2013).
Venezuela pagaría los costos en el ámbito del realismo periférico con sanciones económicas y un robusto bloqueo de operaciones financieras internacionales del país desde 2015, por lo cual asumió una agenda internacional resiliente que mantuvo a salvo al presidente Maduro de las consecuencias de las sanciones de EE.UU. y de buena parte del SIL (que apoyaba a un gobierno paralelo opositor), todo y para que, finalmente, el Departamento del Tesoro y el Departamento de Estado de EE. UU. Permitiera, en 2022, a la segunda empresa petrolera estadounidense, Chevron, reabrir operaciones en Venezuela junto a otras cuatro (DW, 2022), y esta oportunidad fue posible aprovecharla por la cooperación técnica de Irán, quien ayudó a reactivar los sistemas internos de la industria petrolera venezolana (Wei et al., 2023).
3. Fase del realismo periférico (2000-2013)
Desde el principio de la Revolución Bolivariana, en abril de 1999, en el seno de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas en Ginebra, Chávez demostraba su intención de construir una agenda desafiante al votar a favor de Cuba, China e Irán, y en contra de EE. UU., para promover una condena asamblearia por violaciones a los Derechos Humanos (López, 2020). En julio de 1999, Chávez había enviado a los países OPEP una misión liderada por su viceministro de Relaciones Exteriores, para invitarlos a la cumbre petrolera en Caracas.
Chávez iniciaría en el 2000 la gira por diez países miembros OPEP: Arabia Saudita, Kuwait, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Irak, Indonesia, Libia, Nigeria y Argelia, para invitar personalmente a sus jefes de Estado, fortalecer la unidad de la organización y estabilizar los precios del crudo. Haciendo caso omiso a los costos asociados por esa iniciativa, Chávez desafiaba a los países forjadores de normas: incluyó a Irak en su gira, cuyo presidente estaba aislado, sancionado y bloqueado por el SIL desde la primera guerra del golfo Pérsico (1990-1991).
La inclusión de Irak en la gira OPEP de Chávez puso a prueba al SIL. Richard Boucher, portavoz del Departamento de Estado criticó duramente la visita de Chávez ''es una distinción dudosa la de ser el primer jefe de Estado electo democráticamente que va a entrevistarse con el dictador de Irak y estamos verdaderamente preocupados'' (Vinogradoff, 2016). Chávez fue el primer presidente que visitó a Hussein desde la guerra del Golfo en 1991, llegó a Bagdad el 8 agosto de 2000 para invitar al dictador a Caracas, durante los días 27 y 28 de septiembre. En Bagdad conversó con Hussein sobre el compromiso para respetar las cuotas de producción, la creación del Banco OPEP y la Universidad de la OPEP (Chávez, 2000b).
Quien hizo posible el transporte de Chávez hasta Bagdad fue el presidente iraní, cuando facilitó el avión oficial de la presidencia para lograr volar hasta Bagdad, pues el país, por las sanciones internacionales, tenía bloqueado su espacio aéreo: ''Sin el apoyo de los dos gobiernos, el de Irán y el de Irak, no hubiésemos podido llegar a Bagdad'' (Chávez, 2000a).
En Irán, Jatamí y Chávez pidieron a los miembros de la OPEP que se mostraran unidos como cartel frente a las ''presiones externas''. Insistían en la perentoria necesidad de una evolución simétrica de la relación bilateral. Jatamí habló de las coincidencias estratégicas entre Irán y Venezuela en el seno de la OPEP, ambos presidentes entendían cuál era el papel de este cartel en una política exterior rebelde, gracias a las condiciones energéticas de un mundo demandante de petróleo (López, 2020). En 2000 se suscribieron rápidamente acuerdos entre Irán y Venezuela, como la supresión del trámite de visados en los pasaportes diplomáticos y de servicios.
Venezuela sería la sede de la segunda cumbre de jefes de Estado que celebraba la organización en 25 años, a la que Jatamí asistió, vio en ella una oportunidad geopolítica: la primera y única reunión, a ese nivel, se realizó en Argelia en 1975. Como represalia diplomática, Caracas había sido excluida de la gira suramericana de la secretaria de Estado estadounidense Madeleine Albright, itinerario que emprendió una semana después de la polémica visita de Chávez a las tres capitales rebeldes del mundo petrolero: Teherán, Bagdad y Trípoli.
3.1 Ahmadineyad y Chávez
El presidente iraní Ahmadineyad fue quien mejor comprendió la oportunidad de una diplomacia rebelde con Chávez, ambos aceleraron las relaciones iraníes con América Latina, en los espacios multilaterales auspiciados por la revolución bolivariana en la región ALBA. Durante la administración anterior de Jatamí, la presencia de Irán se dio en el ámbito de la OPEP y el foro Grupo de los 15. El siguiente nivel, realmente desafiante, lo asumiría Ahmadineyad (Colmenares, 2011).
Este acercamiento, desde 2005, derivó en un ''eje de resistencia'' diplomática (Ayatollahi Tabaar, 2021). En 2008, los diplomáticos de Ahmadineyad declaraban que la ampliación de sus relaciones con los Estados ''latinoamericanos revolucionarios'' era un plan prioritario de su política exterior (Caro & Rodríguez, 2009). Ahmadineyad declaró que Israel debería ser borrado del mapa (EFE, 2005), asimismo, Chávez acusó a Israel (2010) de patrocinar el terrorismo, y maldijo al Estado de Israel (Vinogradoff, 2016).
Esta relación era para Chávez una herramienta ante la opinión pública occidental. Durante una entrevista en 2005 en la BBC World TV, le inquirían por qué apoyaba a Irán y el premier venezolano respondió abiertamente sobre la entrañable amistad con Ahmadineyad y la calidad sensiblemente estratégica de su alianza (Chávez, 2005). Le preguntaron sobre la preocupación de EE. UU. y Europa acerca del programa de armamento nuclear iraní, Chávez argumentó que ese era un derecho soberano de los pueblos (Chávez, 2005).
El 2 de diciembre de 2005 le prometía Chávez al embajador iraní en Caracas, Ahmad Sobhani, y al viceministro de economía iraní Moutash Mohamed Rheza, que ''Este siglo enterraremos al imperio norteamericano'' (Chávez, 2005). Estaban reunidos en Caracas durante el acto de clausura de la III Comisión Mixta Venezuela-Irán, donde el presidente venezolano explicaba que el actual SIL, liderado por EE. UU., excluía a países como Venezuela e Irán de sus proyectos de desarrollo y de su tecnología, por sus ansias ''imperialistas'' de dominación global. La misma razón respondía a la negación de Washington de permitir que Irán desarrollara tecnología nuclear para usos pacíficos, y, por ello, las sanciones.
En 2006 Chávez recibía al recién electo presidente de Bolivia, Evo Morales, quien se transformaría en parte del eje de resistencia de la diplomacia rebelde de Caracas y Teherán. En su primera visita de Morales a Venezuela Chávez hizo de canal diplomático entre Bolivia e Irán por una llamada telefónica televisada en vivo y directo (Chávez, 2006c).
En el 2006 Chávez hizo una provocación diplomática al notificar su intención de venderle a Irán la flota venezolana de 21 aviones de combate estadounidense F-16 (AftabNews, 2006), pues EE. UU. había prohibido proveerle la tecnología de mantenimiento de las aeronaves a su gobierno, por la escasa colaboración de Caracas en la lucha contra el terrorismo y su cercanía a las autocracias del Medio Oriente.
Chávez le concedió a Jatamí la Orden Libertador en primera clase (2005), la máxima condecoración que otorga Venezuela. Ahmadineyad condecoró a Chávez (2006) con la Orden de la República Islámica de Irán, máxima distinción que -hasta hoy- solo se le ha dado a Chávez, al presidente sirio Bashar Al-Asad y a David Nieves en 2021, el embajador de Venezuela en Irán. Lo anterior describe la naturaleza de la asociación rebelde entre Irán y Venezuela hasta 2013. Durante la ceremonia en 2006, Chávez arengó en el anfiteatro Tailar Alameh Amino de la Universidad de Teherán ''¡Derrotaremos al imperio norteamericano y salvaremos al mundo!'' (Chávez, 2006a).
La fase diplomática rebelde era abiertamente expositiva: En Damasco, diría Chávez (2006): ''Ahmadineyad en un debate arrastraría por el piso al presidente de los Estados Unidos'' (Chávez, 2006b). El Banco Binacional Irán-Venezuela, uno de los proyectos más ambiciosos de esta alianza se fundó, en palabras de su director ejecutivo, Kurosh Parvisian: ''Con un capital de más de 1.2 mil millones de dólares'' (Chávez, 2009). En diversas áreas, especialmente la petrolera, se firmaron milmillonarios convenios, sin embargo, el desafío tecnológico petrolero vendrá después de la muerte de Chávez, cuando Maduro usufrutuará el esquema diplomático Irán-Venezuela, pero rectificado el rumbo hacia el algoritmo resiliente.
El 22 de junio de 2012 fue el último encuentro de A Ahmadineyad con Chávez2, el premier iraní venía, precisamente, de cumplir el itinerario de una gira por la Suramérica bolivariana: acababa de visitar Brasil, para participar en la altermundista Cumbre de la Tierra, y de Bolivia, donde se reunió con Morales; en enero de ese mismo año había estado en Ecuador con el presidente Correa, también de la égida diplomática bolivariana (Chávez, 2012a).
Irán sabía que la alianza con Chávez era un paso de influencia en América Latina, que socorría, relativamente, al régimen iraní de su aislamiento, pero, indudablemente, Ahmadineyad se sentía identificado con el mandatario venezolano, llevando la alianza a niveles subjetivos, aseverando ''el presidente comandante Chávez (es) el campeón de lucha contra el imperialismo y la dependencia'' (Chávez, 2012b). Durante los actos fúnebres de Chávez, Ahmadineyad se refirió al presidente como un ''mártir'' que regresará acompañado de Cristo y de Mahdi, el redentor chiita (BBC, 2013).
4. Fase diplomática resiliente (2013-2023)
La diplomacia resiliente se configura como el punto de inflexión donde los actores periféricos pasan el umbral de la exclusiva marginación para sortear los embates de su posición en el sistema. Se materializa en los mecanismos y modos de adaptación para la pervivencia y evitar las vulnerabilidades (Zebrowski, 2015). ''Nos estamos ayudando unos a otros (...) Creo que la experiencia iraní nos ayudará a reforzar nuestra capacidad de gestión'' (Reuters, 2020), aseveró Maduro en marzo de 2020, cuando se incrementaba la crisis en Venezuela, producto del deterioro tecnológico de la industria petrolera y las sanciones estadounidenses. Como plantea el realismo periférico, a partir de 2013 es cuando Venezuela empieza a pagar las consecuencias de su desafío a EE. UU. Dos décadas más tarde el país petrolero está sancionado, bloqueado y su industria colapsa. Es cuando comienza la resiliencia diplomática Irán-Venezuela, evitando la inflexión crítica en la nomenclatura del chavismo, pues ha germinado una razón histórica que hace creer tanto en Teherán como en Caracas, que EE. UU. y los hacedores de normas son sorteables: ahora ''Washington debe jugar el juego largo en Venezuela'' (Shifter, 2023).
Irán ha intentado reflotar la industria petrolera venezolana arruinada, en una medida por las sanciones de EE. UU., pero, fundamentalmente, por la desinversión y la corrupción. El último recurso de auxilio es el envío de buques tanqueros desde Irán para paliar la crisis de combustibles en Venezuela, así como ingenieros y técnicos iraníes para reparar las grandes refinerías de crudo venezolano.
Maduro ha hecho evidente la nueva fase de la alianza con Irán al decir que debe guardar ''silencio (sobre estos convenios) ya que estamos en una guerra'' (Reuters, 2020). Craig Faller, del Comando Sur de EE. UU., denunció en diciembre de 2020 que Irán, además de vender armas a Venezuela, ha enviado miembros de su Fuerza Quds para mantener a Maduro en el poder (Walsh, 2020).
Entre 2020 y 2021, Washington ha lanzado severas sanciones destinadas a aplacar esta nueva fase entre Teherán y Caracas. La pasada administración de Donald Trump castigó a Maduro por sabotear un embargo de armas global contra Irán y trató de estrangular -sin efecto- los cargueros de gasolina de Irán a Venezuela en octubre de 2020.
En 2021, coinciden dos escenarios de radicalización revolucionaria en Irán como en Venezuela. Raisi es un hombre ganado a la nezam (''el sistema''), congrega a su favor al Consejo de Guardianes, al Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica y al líder supremo. En Irán, históricamente, ha habido una pugna entre los sectores conservadores y los aleros de la revolución que se consideran liberales o cercanos a la izquierda. Raisi encarna el anhelo de un consejo teocrático unido con el presidente electo (Ayatollahi Tabaar, 2021). La situación no puede ser más similar con Maduro, quien, a pesar de las apariencias, encarna un tipo político conservador, incluso místico orientalista -fue un devoto seguidor del gurú Sathya Sai Baba (EFE, 2019; Placer, 2019)-, más afín con los relatos teocráticos místico-subjetivos que con las izquierdas progresistas y seculares occidentales. En junio de 2021 Maduro dijo ante los medios de comunicación: ''Sostuve una conversación telefónica con Seyed Ebrahim Raisi, presidente electo de la República Islámica de Irán. Acordamos fortalecer nuestros lazos de hermandad y cooperación para avanzar en la lucha conjunta frente a las agresiones imperiales en contra de nuestros pueblos'' (EFE, 2021). La clave discursiva ya no se antoja rebelde, sino de resiliencia y conservación.
Este eje de resiliencia se refuerza con la gira del presidente venezolano a Irán en junio de 2022. Maduro rindió un homenaje a Qassem Soleimani, el jefe de la Fuerza Quds, quien murió a principios de 2020 por el ataque de un dron estadounidense. El venezolano expresó de Soleimani ''Yo no lo conocía, no sabía lo grande que era'' (Infobae, 2022). Acordaron Raisi y Maduro, reunidos en el Palacio Saadabad, un plan de 20 años de cooperación binacional. Raisi elogió la visión estratégica de su aliado, cuando afirmó que ''Venezuela ha mostrado una resistencia ejemplar contra las sanciones y amenazas de enemigos e imperialistas'' (EFE, 2021) y se comprometió en aportar la experiencia tecnológica iraní para reparar refinerías venezolanas. Por otro lado, el ayatola Khamenei dejó en claro la naturaleza de esta diplomacia, al afirmarle a Maduro que ''Los dos países no tienen vínculos tan estrechos con ningún otro país, e Irán ha demostrado que se arriesga en tiempos de peligro y toma las manos de sus amigos'' (Reuters, 2022). El venezolano asintió las palabras de Khamenei al afirmarle que ''Viniste en nuestra ayuda cuando la situación en Venezuela era muy difícil y ningún país nos ayudaba'' (Reuters, 2022).
En este encuentro queda planteada la cooperación estratégica con la entrega a Venezuela del segundo barco petrolero (de los cuatro acordados) del tipo Aframax, con capacidad de 800 000 barriles. Asimismo, la Corporación Nacional de Ingeniería y Construcción de Petróleo de Irán firmó un contrato de 110 millones de euros para reparar la refinería venezolana El Palito, donde Venezuela cede soberanía operativa y gerencial a otro país, pues tras la visita del ministro de petróleo iraní, Javad Owji, los trabajadores venezolanos menos indispensables fueron ''suspendidos temporalmente'' de sus labores por la nueva gerencia iraní. En paralelo atracaba en costas venezolanas otro buque petrolero con un millón de barriles de petróleo iraní para su refino (Coordinadora Primer Informe, 2022).
La fase de resiliencia también se demuestra cuando Irán retoma el acuerdo con la AOI o cuando Maduro, por ejemplo, permite, en 2021, que se instale una oficina permanente de la Corte Penal Internacional (CPI) en Caracas para desarrollar una investigación sobre presuntos crímenes de lesa humanidad en Venezuela. Karim Khan, el actual fiscal de la CPI, ha visitado dos veces Caracas y se ha reunido con Maduro, circunstancias impensables e inviables durante el mandato de Chávez (Taraciuk, 2022).
Conclusión
Esta etapa resiliente tiene un episodio reciente con la navegación de los llamados buques fantasmas (Reuters, 2021), tanqueros con gasolina iraní que navegan desde el mar Arábigo hasta costas venezolanas con los sistemas de geolocalización desactivados para intentar eludir los controles del Departamento de Justicia de EE. UU. y así abastecer el precario mercado de carburantes venezolano. Estas operaciones se pagan con el llamado ''oro de sangre'' venezolano. En 2019, unas 73.2 toneladas de lingotes de oro venezolano salieron, al margen de las regulaciones nacionales e internacionales, con destino a Eurasia (Meléndez & Boon , 2019; The Sentry, 2020). La línea aérea iraní Mahan Air ha enviado aviones desde 2020 a Venezuela para transportar a Teherán cerca de 9 toneladas de oro, unos 500 millones de dólares (Laya & Bartenstein, 2020).
Tanto Irán como Venezuela sufren las sanciones de Washington, que han producido un efecto, en cada país, de victimización y aislamiento, y no han debilitado a los gobiernos de las dos revoluciones. Tanto Raisi como Maduro, defenderán el nacionalismo iraní y venezolano para ensanchar su base de apoyo popular en el nivel nacional, al tiempo que seguirán asentando su legitimidad política en las ideologías convergentes antiimperialistas, con el fin de proyectar el poder en el nivel regional y seguir conservando el poder.
Esta correspondencia Teherán-Caracas fue forjada por una realidad taxativa que era el petróleo, riqueza que condujo a un relato nacionalista primero, y luego a una geoeconomía y una diplomacia, en el mejor de los casos desobediente (OPEP), donde se agotó la lógica del realismo periférico y lo que dio paso a la actitud resiliente de Raisi y Maduro. Esto último ayuda a comprender el resultado de las nuevas convergencias geopolíticas: la posición indócil de Arabia Saudita frente a las peticiones estadounidenses de aumentar las cuotas de producción de crudo y a la nueva aquiescencia saudita con China, como interlocutora para el diálogo entre Teherán y la Riad. Es decir, ante la posibilidad de que EE. UU., tenga menos influencia en el Medio Oriente, Irán aprovecha la ventana que abre China y actúa en una clave menos desafiante para usufrutuar el daño a largo plazo de la política exterior de EE. UU. en la región pérsica, pues tiene la experiencia de que así mismo funcionó en América Latina -con Venezuela, Nicaragua y Cuba-, más resiliencia diplomática y menos desafío geopolítico conlleva a la supervivencia, sin alterar tanto la gran estrategia de conservación autoritaria de los revisionistas del SIL. Eventualmente habrá nuevos socios que aprecien y premien la diplomacia resiliente de Caracas y Teherán, como lo ha sido China y, posiblemente, lo haga el Brasil de Da Silva o el México de López Obrador. Venezuela, mientras tanto, aprovechará el contexto energético global desatado por la guerra de Ucrania y Rusia, ofreciendo su reactivación petrolera para estabilizar los precios del crudo con el plácet de EE. UU.
A pesar de que, como dicta el realismo periférico, los países débiles acaban por pagar sus desafíos a los forjadores de normas, este nuevo capítulo propone el paso siguiente que es, por un lado, la conservación autoritaria que se internacionaliza entre pares con la solidaridad, asistencia y auxilio, donde, por otro lado, se acaban legitimando espacios alternativos de supervivencia política, más seguros -para estos regímenes- que el sendero abiertamente rebelde y, al mismo tiempo, puede ofrecer un peso específico en el mismo SIL, una vez que este, por coyuntura -necesidad- o erosión, decide enervar la presión sobre los rebeldes y estos enarbolan ciertos gestos de condescendencia (AOI, CPI): lo que pudo significar una derrota para Teherán y Caracas, acabó por ser una lección de supervivencia y otra oportunidad