Introducción
Inesperada e inmediata. Estos son los dos adjetivos que probablemente mejor definen la situación que la pandemia ha provocado en la educación en todo el mundo. Inesperada porque nunca nadie hubiese imaginado que todos los centros escolares iban a tener que cerrar sus puertas simultáneamente en todo el mundo, dejando a millones de alumnos y alumnas sin la posibilidad de asistir a sus escuelas. Nunca en la historia reciente había sucedido una cosa así, y no era predictible que fuese a suceder. Inmediata, porque no hubo preaviso. De un día para otro, sin solución de continuidad, alumnado y profesorado debían quedarse en sus casas imaginando cómo podían retomar su vínculo para que el proceso educativo de unos y el acompañamiento de otros no se viese interrumpido.
Los análisis que se van haciendo, sobre la marcha, del impacto de la pandemia en el ámbito educativo son considerables. Y aunque es evidente que ese impacto puede quedar más suavizado en algunos países que en otros, la mayoría de estos estudios concuerda en señalar tres grandes afectaciones: el tiempo de aprendizaje que muchos alumnos han perdido y que puede ser difícil de recuperar; las posibles deserciones en los estudios que un período tan prolongado de inasistencia a la escuela puede provocar (CEPAL-UNESCO, 2020); y el coste social y económico que todo lo anterior puede suponer a medio y largo plazo (Burgess & Sievertsen, 2020).
En esta situación crítica apareció, de nuevo, como ya había sucedido en otras ocasiones, la opción de la educación a distancia, como la fórmula para hacer llegar la escuela al alumno cuando el alumno no puede legar a la escuela. Solo que en esta ocasión, esta educación que supera la adversidad y las constricciones derivadas de la coincidencia en el espacio y en el tiempo, se adapta a la era digital en que vivimos, y encontramos una potencial aliada en la educación digital u online.
Efectivamente, muchos autores y organismos públicos han destacado la importancia de desarrollar la alfabetización digital como instrumento para empoderar a los ciudadanos de esta era (Carretero, Vuorikari & Punie, 2017; EU Commission, 2016; UNESCO, 2011). Sin un dominio suficiente de la competencia digital seguiremos generando ciudadanos de segunda o tercera categoría (Guitert, Romeu & Baztán, 2017).
La educación online era, pues, la única salida posible para esta situación que, como ya hemos dicho antes, fue inesperada e inmediata. Y por supuesto, no estábamos suficientemente preparados para ello. Años de advertir, sin resolver, de la existencia de la brecha digital, de menoscabar el valor de la educación online ante la educación presencial como la única posible y deseable, y cuando nos encontramos en la situación más crítica, resulta que esa imposible y no deseable es la única factible y los que no creían se encuentran ante el reto de utilizarla, pero, además, de tener que utilizarla bien. Por supuesto, el reto era mayúsculo y no todos consiguieron superarlo.
La pandemia ha puesto de manifiesto desigualdades y falta de competencia por igual, que ya existían antes de aplicar la docencia remota online. Que, como nos informan algunos de los estudios citados, muchos jóvenes no tuvieron acceso a conexiones de Internet o a los dispositivos necesarios, es cierto. Que muchos docentes, alumnos y familias no tenían las competencias necesarias para superar una situación de docencia y aprendizaje completamente online, también. La conclusión a la que algunos llegan en estos momentos es que la educación online no funciona -puesto que a ellos no les ha funcionado, aunque quizás fuere porque no la aplicaron bien-, y que tenemos que volver, sí o sí, a las aulas y a la educación presencial al cien por cien.
Sin embargo, ¿Es esto lo que debemos hacer? ¿Debemos volver a la escuela presencial tradicional, o estamos ante la oportunidad de introducir cambios en nuestro sistema educativo que lo mejoren y modernicen y, sobre todo, que pueda estar mejor preparado por si se repite una situación como la que hemos vivido ahora?
La reacción post-pandemia: mirando al futuro con cautela
El análisis de lo que nos ha sucedido, y aún nos sucede, nos deja claro que nuestros sistemas educativos deben evolucionar, dado que no solo no han estado a la altura para superar las dificultades creadas por la pandemia, sino porque cualquier sociedad que se precie no puede basar su sistema educativo en el pasado, ni siquiera en el presente, sino que tiene que proyectarlo hacia el futuro, y para ello es necesario avanzar y explorar nuevos modelos, más adecuados a las necesidades tanto de la sociedad como de las personas que la componen.
La tecnología va estar ahí, en ese futuro, nos guste más o menos, pero va a estar ahí. Como decíamos, nuestra sociedad es cada vez más digital, con sus beneficios y con sus riesgos también. A continuación, tres líneas de trabajo que deberán ser centrales en la evolución de los sistemas educativos post-pandemia.
Modelos híbridos 360º, que sostengan la discontinuidad
Las soluciones aplicadas durante la pandemia han tenido muchas limitaciones, de recursos, pero también de concepto. La docencia remota de emergencia nos encontró de forma inesperada, sin planificación, y sin formación suficiente como para enfrentarnos a esa situación. Por eso no podemos evaluar, ni siquiera valorar, lo que se ha hecho con los parámetros con los que evaluaríamos un modelo de educación online.
No podemos limitarnos a replicar, con pantalla de por medio, lo que hacíamos en el aula, sino que tenemos que cambiar de mirada. Una mirada desde el verdadero potencial que tiene un sistema educativo online, fomentando el trabajo colaborativo, y creando dinámicas de interacción activa, combinando la sincronía y la asincronía, de manera de rompamos no el tratamiento tradicional del tiempo para que ganemos flexibilidad, todo ello en un entorno virtual. Cuando hacemos esto adecuadamente, estamos diseñando un verdadero modelo híbrido. Porque la necesaria evolución pasará, con toda probabilidad por el diseño y aplicación de modelos híbridos que nos permitan transitar con fluidez entre los momentos presenciales y los momentos no presenciales.
No hablo de modelos híbridos que, en el fondo solo repliquen o trasladen lo presencial a casa (Beatty, 2020), sino de modelos que alternen la presencialidad de forma discontinua en función de las necesidades de cada situación. En este modelo, lo presencial no es superior a lo virtual, ni lo virtual es superior a lo presencial. Cada momento usa los mecanismos más apropiados porque se ha diseñado para que puedan ser permanentemente reversibles.
Porque si no lo hacemos así, ¿cómo garantizaremos el derecho a la educación a aquellos alumnos que va a tener que pasar períodos de confinamiento en su casa? ¿Cómo podremos evitar la interrupción de la educación en una situación de presencialidad intermitente?
Tenemos que considerar un nuevo contexto para el desarrollo educativo, que tenga en cuenta todos los escenarios en que un alumno o alumna pueda llevar a cabo su aprendizaje: un contexto de 360º. Y, de la misma forma que consideramos todas las opciones que nos ofrece el entorno físico de nuestros alumnos (museos, asociaciones, etc.), deberemos considerar el entorno virtual, puesto que forma también parte indiscutible de la realidad de nuestros niños, niñas y jóvenes. Tenemos que conseguir que ese entorno, que a menudo solo es utilizado para comunicarse y jugar, sea un elemento más de su contexto educativo, porque ese es el mundo real en que van a crecer y en el que actuarán como adultos. El futuro tenderá a modelos híbridos: cuanto antes nos preparemos, mejor llegaremos a ese futuro.
Liderazgo para la educación digital
Cualquier situación de crisis exige que exista una capacidad de liderazgo que aporte serenidad y seguridad ante la incertidumbre. El entorno educativo escolar, además, necesita el liderazgo educativo de todos sus actores para alcanzar los objetivos que tiene planteados.
En este sentido, es necesario un liderazgo claro, positivo, respecto a la evolución de la educación: conservar los valores sociales, de desarrollo y empoderamiento que tiene la educación, a la vez que se abrazan los métodos y técnicas innovadores que nos permiten llevar a cabo una educación de calidad e inclusiva. La situación que estamos viviendo pone aún más en evidencia la necesidad de considerar la dimensión digital en el liderazgo educativo (Digital Education Leadership) (Brown et al., 2016).
Esta dimensión digital de liderazgo puede ayudar a los equipos directivos y también a los equipos docentes a tomar consciencia de las oportunidades y los riesgos que la tecnología lleva incorporados cuando su aplicación debe darse en un contexto educativo. A su vez, esa tecnología va a facilitar la incorporación de prácticas educativas diferentes, basadas en proyectos, actividades, casos, retos, para convertirlas en más interdisciplinares y aprovechar mejor los recursos de que disponen los centros. No es que la tecnología traiga la innovación, ni mucho menos. Es que, al mirar el proceso educativo desde esa otra mirada que hemos comentado antes, las posibilidades que nos da la tecnología nos permiten una mayor creatividad y flexibilidad en nuestros diseños. Confiar en el potencial de la educación online no significa dejar de creer en la presencialidad, pero nos posiciona estratégicamente mucho mejor para otras eventualidades.
El liderazgo, además, debe servir para cohesionar a todos los actores de la comunidad educativa en este objetivo común, y en particular debe hacerlo con las familias. Ellas no han experimentado el aprendizaje online en su tiempo, y ahora son reticentes a aceptarlo, porque no lo conocen y las noticias que reciben no son alentadoras. Cabe integrarlas en el proceso de observación y análisis para que puedan comprobar por las mismas el avance que se lleva a cabo. Por otro lado, la existencia de modelos híbridos, probablemente exigirá, también, una redefinición de los roles docentes. En este sentido, es importante explorar las posibilidades de los modelos de co-docencia (Baeten & Simons, 2014), para que distintos maestros y maestras colaboren en una misma práctica educativa, desde perspectivas diferentes.
Experimentar lo digital en la formación inicial de maestros
El sistema educativo debe estar preparado para desarrollar y asumir un modelo de presencialidad discontinua o intermitente, que saque el máximo provecho del uso de las herramientas digitales y los entornos virtuales, y no como se ha hecho ahora, de manera limitada, para superar una situación puntual de emergencia. Estar preparados significa tener preparados a todos los actores, pero en particular a los docentes. La formación de los docentes debe estar vinculada a la realidad.
Esta crisis ha puesto de manifiesto, que la formación de maestros necesita profundizar en escenarios como este (Darling-Hammond, 2010), donde el dominio del mundo digital es francamente inexcusable, y la mejor manera de hacerlo es sumergiéndolos también en entornos virtuales en su proceso de formación inicial (Keefe, 2020). Así, la formación de los futuros docentes debería incorporar más competencia digital y la práctica en la docencia en entornos online e híbridos. Integrar la docencia online como metodología de la formación docente es un reto insoslayable en estos momentos.
Conclusiones
La pandemia ha tenido un alto impacto en el proceso educativo de millones de alumnos en todo el mundo. La reacción inicial, ante la inmediatez de la necesidad de respuesta e improvisación, paró el golpe, pero no es suficiente para resolver los problemas de inequidad que los sistemas educativos ya tenían antes de la emergencia educativa.
La escuela no puede volver al trabajo y continuar como si nada hubiera pasado. Estamos ante un momento ideal para reformular los modelos educativos actuales que no cubren las necesidades antes citadas, y que tampoco son capaces de incorporar los avances tecnológicos más allá de reproducir meras réplicas de la educación tradicional y presencial.
Los modelos híbridos basados en la presencialidad discontinua pueden aportar la necesaria fluidez al tránsito entre momentos presenciales y momentos no presenciales, especialmente si estos no están programados, sino que son debidos a motivos extrínsecos a la propia docencia.
La escuela tiene que expandirse más allá de sus paredes, y de la misma forma que busca la colaboración con otros agentes del entorno, debe asumir que el contexto digital también forma parte de ese entorno. Una escuela integral e inclusiva tiene que abarcar todas las realidades de la sociedad en la que habitan sus alumnos. En este sentido, el concepto de ecologías de aprendizaje, puede ser un interesante marco de análisis para docentes y centros educativos (Sangrà, Raffaghelli & Guitert, 2019; González-Sanmamed et al., 2018). Es el momento de transformar la educación.