1. A modo de introducción: tradición judeo-cristiana y masonería
La aproximación a un asunto complejo como es la presencia de símbolos procedentes -real o supuestamente- del movimiento rosacruz en el imaginario y ritual de la masonería requiere, como paso previo, de la exposición de un marco contextual en el que se tracen de manera general las relaciones históricas existentes entre la orden iniciática y la tradición cristiana. Y es que, como ya se ha puesto de manifiesto en numerosos estudios precedentes, la vinculación de la masonería con las distintas Iglesias -inicialmente la católica, posteriormente la reformada- resulta evidente desde los más remotos orígenes de aquella. Recordemos, a modo de muestra, que entre los primeros masones “aceptados”, o entre los redactores de los primeros textos constitucionales modernos -es el caso de James Anderson o John T. Desaguliers-, se encontraban clérigos y altos dignatarios eclesiásticos, lo que explica, por ejemplo, que las Cokstituciokcs de 1723 incluyan un capítulo con el epígrafe “Sobre Dios y la Religión”2. Ello resulta lógico si tenemos en cuenta que la masonería especulativa nació en tierras protestantes “impregnadas de cultura bíblica”, donde la observancia religiosa era parte constituyente de la identidad social. Además, las más antiguas preocupaciones de las primeras hermandades no eran filosóficas, simbólicas o iniciáticas, sino morales, relacionadas sobre todo con la caridad. La logia será entonces identificada con el Templo de Salomón, el venerable maestro de la misma con su arquitecto Hiram, antecesor bíblico para muchos del mismo Jesucristo, y los altos grados parten de manera figurada en busca de una “palabra perdida” que se corresponde con las variantes del nombre de Dios en las Escrituras3. Pero existen también testimonios documentales de que tan estrecha relación se remonta a los precedentes de la masonería moderna durante la Baja Edad Media.
Es bien sabido que las primeras logias operativas se generaron en el seno de las cofradías medievales de canteros que se agrupaban al albor de la edificación de grandes construcciones, por lo común religiosas. Sus antiguos reglamentos ponen de manifiesto que aquellas corporaciones debían fidelidad a la Iglesia, celebraban fiestas en honor de sus santos patrones e incluían la lectura de pasajes bíblicos en todos sus actos sociales. También de manera generalizada, al menos desde el siglo xiii, sus miembros acataban la costumbre de prestar juramento sobre la Biblia» en los acontecimientos que requerían de cierta solemnidad: era el caso de los aprendices de cantería, que confirmaban su compromiso ante un volumen de los Evangelios. La masonería especulativa integrará esta vieja tradición, de modo que pronunciar el juramento sobre las Escrituras se mantiene como práctica unánime a lo largo del siglo xviii y buena parte de la centuria siguiente.
Pero, más allá de su mera presencia, el volumen de la Biblia» constituirá, junto con el compás y la escuadra, una de las dos tríadas fundamentales de la puesta en escena masónica -la otra estaba constituida por el Sol, la Luna y el Maestro de la logia-, que será muy pronto dignificada por la Gran Logia de Londres o de los “Modernos” a partir de 1717 bajo la fórmula de las “Tres Grandes luces”, de modo que ninguna hermandad podía trabajar sin que estos elementos se encontraran expuestos4. Ello se debe al hecho de que, depositado sobre el altar en el centro de la logia, el libro sagrado, fundamento para muchos de todo el edificio masónico, difunde desde allí hacia el este, el oeste y el sur sus “refulgentes rayos de Divina verdad”: es la expresión de aquello que la voluntad de Dios revela al hombre, guía infalible para los adeptos de la verdad y la justicia, y elemento director, por tanto, de la iluminación del iniciado5.
Sin embargo, a mediados del siglo xix, cuando la masonería comienza a implantarse en el seno de comunidades no cristianas de las colonias del Imperio británico -africanos, judíos, musulmanes, budistas o hindúes- y empiezan a aceptarse en las logias ciertas personalidades observantes de tales creencias, la presencia de este importante elemento ritual será objeto de creciente polémica a causa de su naturaleza parcial, dando lugar, como veremos, a apasionados debates internos6. La implantación de la fórmula genérica “Volumen de la Ley Sagrada”, o “de la Santa Ley”, facilitó sin duda el tránsito hacia una creciente diversificación, pues comprende sin excesiva dificultad los libros correspondientes a la revelación divina de las religiones respectivas, o cualquier otro texto sacro que refleje la creencia religiosa mayoritaria de los hermanos que componen la logia. Pero, tanto en Francia como en otros países de la Europa continental, el proceso general de secularización y laicización de la masonería, que se intensifica a finales del ochocientos, condujo a cuestionar las vinculaciones religiosas de la Orden, muy en especial la referencia al Gran Arquitecto del Universo -sobre ello volveremos más adelante- y el uso del Volumen de la Ley Sagrada. Ello supondrá, desde la supresión pura y simple de este libro en la masonería agnóstica, hasta su sustitución por las Constituciones de Anderson (1723) -aún hoy referente normativo universal para todas las obediencias- o por un libro en blanco donde cada iniciado, en función de su conciencia, pueda interpretar de manera libre su potencial contenido7. Por contra, todavía resulta obligatoria la presencia de las Sagradas Escrituras en la masonería “cristiana”, donde se considera un símbolo irrenunciable en ciertas obediencias de naturaleza “esotérica”.
La presencia del legado judeocristiano en el universo masónico no se limitará, por supuesto, a la presencia ineludible del libro sagrado en los rituales como “luz”, “mueble”8 o Volumen de la Ley Sagrada. Todos los documentos e imaginario históricos de la Orden están impregnados de personajes9, relatos, motivos10, aclamaciones o “palabras”11 inspiradas directa o indirectamente tanto en el Antiguo -de manera preferente- como en el Nuevo Testamento. Entre las figuras de los tableros de logia encontramos alusiones explícitas a las grandes empresas constructivas bíblicas, como la torre de Babel, el arca de Noé12 o la edificación del Templo de Jerusalén por el rey Salomón, auténtico referente nuclear de la genealogía simbólica masónica por sus múltiples conexiones directas con el diseño del lugar de reunión ceremonial. Por lo demás, todo el ritual de elevación a la maestría se desarrolla sobre el eje simbólico-dramático de la muerte del gran arquitecto de Salomón, Hiram o Juram Abif, de acuerdo con la mitología tradicional de la orden.
Otra de las cuestiones polémicas relativas a la difícil convivencia religión-masonería será, como ya hemos apuntado, la de la identidad o naturaleza del ente divino o “Ser supremo” que preside las celebraciones de los capítulos. En Francia, con el Siglo de las Luces, en el contexto de una suerte de deísmo “filosófico” de vocación aconfesional y antidogmática, se fue consolidando la visión de un dios geómetra -Bernard Le Bovier de Fontenelle- o arquitecto13, asimilable sin dificultad a la razón universal que gobierna el universo. En 1855, con el fin de acallar unas manifestaciones de anticlericalismo cada vez más vehementes por parte de un número creciente de hermanos con convicciones positivistas y laicas, las nuevas Cokstituciokcs del Gran Oriente proclaman sin ambages que la masonería garantiza la libertad de conciencia como un derecho propio e irrenunciable de cada persona; sin embargo, ese mismo texto sigue evocando al mismo tiempo como principio básico la creencia en la existencia de Dios. Tal contradicción constituirá el detonante de la querella entre masones deístas y positivistas en torno fundamentalmente al concepto del Gran Arquitecto del Universo, hasta el triunfo de los segundos en el Convento de 1877, momento en el que el Gran Oriente de Francia elimina la obligación de dedicar los trabajos de las logias a la gloria de aquel, así como la necesidad de proclamar la creencia en un ser superior y la inmortalidad del alma como requisitos imprescindibles para ser admitido en la Masonería. De ese modo, desaparecerá en numerosos rituales masónicos tanto la invocación del Gran Arquitecto como muchos de los símbolos de inspiración bíblica que habían sido habituales hasta aquel momento, en uno de los más radicales procesos de depuración visual o transformación significativa14 experimentados por el imaginario masónico en su historia.
2. Orígenes y difusión del mito rosacruz
Se considera que la génesis del legendario movimiento denominado Rosacruz tuvo lugar cuando un joven pastor luterano, Johan Valentin Andreae (1585-1554), componente de un entusiasta e idealista grupo de estudiantes de teología conocido como “círculo de Tübingen”, expresó las ideas y experiencias emanadas de sus reuniones, posiblemente en colaboración con su amigo el jurista y médico Tobías Hess (1558-1514), a través de un cuento alegórico. En este relato manifiesta el esperanzado deseo de la llegada de nuevos tiempos para un Sacro Imperio Germánico desmembrado y dividido a inicios del siglo xvii, en vísperas de la Guerra de los Treinta Años, mediante un proceso de purificación cristiana.
Esta fábula se concretó con posterioridad en unos textos hoy conocidos como Manifiestos rosacruces, publicados de forma anónima entre los años 1514 y 1515. Se trata de la Fama fraternitatis, la Confessio
fraternitatis R.C. ad eruditos Europae y las Bodas químicas de Christian Rosenkreutz, que obtienen muy pronto una extraordinaria -e insospechada- proyección15. En el primero de estos documentos, la Fama, impresa por vez primera en Kassel, Wilhelm Wessel, 151416, de autor desconocido y atribuida sin pruebas a Andreae17, se narra la historia legendaria de un padre fundador, Christian Rosenkreutz -mencionado por sus siglas C.R.C.-, un místico alemán nacido en 1378, que adquirió a lo largo de sus viajes iniciáticos por Próximo Oriente y el norte de África toda la sabiduría oculta de aquellas regiones y que, tras fallecer supuestamente en Alemania en 1484, fue sepultado en un lugar secreto por sus discípulos, que configuraron una incipiente hermandad rosacruz. Su cuerpo intacto es redescubierto de manera milagrosa por sus sucesores ciento veinte años más tarde -en 1504- en una cripta repleta de símbolos18. De modo general, en la Fama subyace la idea implícita de construir una sociedad utópica en la cual unos seres iluminados por la gracia de Dios, de naturaleza casi espiritual, obran el bien y difunden influencias saludables en un intento de reformar la sociedad corrompida y de reconducir a la humanidad sufriente al estado en que se encontraba el Paraíso terrenal antes de la caída de nuestros primeros padres. A raíz de este propósito renacerá una fraternidad secreta que se extiende por toda Europa con el fin de preparar el advenimiento de una nueva “República cristiana”. La Confessio Fraternitatis , publicada también en Kassel por Wessel en 151519, y de igual modo atribuida a Andreae, se encuentra ligada de manera indiscutible a la Fama por cuanto puede considerarse como un breviario acerca de la “Verdadera filosofía” que continúa y completa a la anterior al ampliar, matizar y justificar algunas afirmaciones vertidas en aquella con el fin de acallar las voces y acusaciones alzadas contra los misteriosos “hermanos” de la “Fraternidad Rosacruz”. Finalmente, en las Bodas químicas20, obra hoy asignada con seguridad a Andreae, Rosenkreutz hace un viaje iniciático por un fabuloso palacio donde se consuma en clave alegórica, bajo la forma de una suerte de drama sagrado, el proceso alquímico.
Entre otras cuestiones ya apuntadas, en estos Manifiestos rosacruces se insiste en la idea de que los hombres de ciencia deben compartir los resultados de sus investigaciones y mantener reuniones que les permitan colaborar de manera mutua. Tan idealistas inquietudes encontrarán muy pronto eco en numerosos humanistas y eruditos europeos, entre ellos Michael Maier (1558-1522), Robert Fludd (1574-1537) o el matemático, astrólogo y ocultista John Dee (1527-1508), autoridades que consagraron algunas de sus obras, en las que se mezcla toda suerte de doctrinas cabalísticas y emblemas alquímicos, a perpetuar la filosofía rosacruz, generando el lenguaje simbólico y altamente hermético que será característico en el tránsito del siglo xvi al XVII21. Los textos de estos “iluminados” alcanzaron una extraordinaria difusión desde el momento en que la conocida familia de impresores De Bry trasladó la sede de su empresa a Oppenheim, donde publicará las más importantes obras alquímicas, ocultistas y emblemáticas de intelectuales interesados en el fenómeno rosacruz, tal vez gracias a la afinidad secreta con los movimientos que se estaban fraguando en aquellos años en el Palatinado. No debe desecharse en este ámbito la aparente influencia que Giordano Bruno (1548-1500)22 proyectó en el fenómeno rosacruz: como filósofo intensamente hermético que, a fines del siglo xvi, propagó por toda Europa un movimiento reformista esotérico, propugnaba entre sus revolucionarias ideas una reforma general del mundo y un retorno vivificante a la religión “egipcia” y a la “buena” magia de nuestros remotos ancestros.
Otra destacada figura en este proceso será el historiador, anticuario e intelectual londinense Elias Ashmole (1517-1592), apasionado de las antigüedades, la heráldica y la astrología, pero también del hermetismo y la alquimia. Muy influido por el humanista protestante checo Jan Amos Comenius (1592-1570) a su paso por Inglaterra a inicios de la década de 154023, Ashmole desempeñó un papel destacado en la difusión en las islas británicas de los escritos ligados al movimiento rosacruz. Fue recibido masón el 15 de octubre de 1545 en una logia de Warrington, lo que ha permitido suponer, quizás sin demasiado rigor, que el contenido de los escritos rosacruces era ya conocido en el seno de las logias masónicas inglesas a mediados del siglo XVII24: parece demasiado aventurado afirmar, por ausencia de pruebas tangibles, que la temprana masonería de estas décadas, a pesar de tratarse de un tiempo de conflicto, cambio y fermento intelectual, pudiera haber adoptado parte del espíritu de este notorio movimiento hermético y los saberes esotéricos que lo nutrían, impregnando el imaginario y el ideario de ciertas obediencias.
También se ha escrito acerca de la probable incidencia que los textos seminales rosacruces ejercieron sobre los fundadores del Invisible College -la propia denominación “invisible” se considera indicio de ello-, institución que reunió a diversos intelectuales interesados en el progreso de las nuevas ramas del conocimiento humano, que se presentaban como los “nuevos filósofos”, entre los que se incluyen tanto Ashmole como Robert Boyle (1527-1591), y que dará lugar en 1550 a la Royal Society de Londres25. Ello responde al hecho de que todos los grandes matemáticos y científicos del siglo xvii tuvieron muy presentes la dimensión enigmática del pensamiento renacentista, las tradiciones de la magia, la cábala, la gnosis o el misticismo hermético o hebraico, que constituyeron la base de los principios neoplatónicos cultivados por el Humanismo italiano; entre otros conceptos similares, esta corriente refrendaba la continuidad de la más remota tradición mística a partir de la sabiduría original hebraica o egipcia, fundiendo el legado de patriarcas bíblicos como Moisés con el de personalidades míticas como Hermes Trismegisto, sincretismos que tanto fascinaron a los eruditos del quinientos. Es difícil saber, en consecuencia, si el espíritu que guía a los intelectuales ingleses del momento es específicamente rosacruz o responde, tan solo, al interés general por las corrientes herméticas que hacen furor en aquel momento. Tampoco la participación directa de algunos célebres miembros de la Royal Society, como el arquitecto sir Christopher Wren (1532-1723), sir Robert Moray (1508-1573) o sobre todo Jean- Theóphile Désaguliers (1583-1739) en la fundación de la masonería especulativa moderna en Inglaterra, puede considerarse plenamente probatoria de la transmisión de principios rosacruces26. Existen en la actualidad, numerosas organizaciones esotéricas, por lo común denominadas fraternidades u órdenes, que, dependiendo de la organización, usan rituales relacionados, cuando menos en sus formas, con la masonería, reivindican ser las herederas de la legendaria fraternidad Rosacruz27.
3. El movimiento rosacruz y sus primeros vínculos fehacientes con la masonería
Resulta un hecho bien conocido que el rico y diversificado aparato simbólico del sistema masónico, cuyo origen se fundamenta en el uso conceptual y moral de los útiles de los constructores y arquitectos, se fue incrementando a partir del siglo XVIII, junto a la creación de los altos grados, con nuevos aportes procedentes en buena parte, como acabamos de ver, de la tradición judeocristiana. Pero, en un proceso paralelo, encontramos un número creciente de componentes ceremoniales y simbólicos que se inspiran en las supuestas afinidades o conexiones de la masonería con otras corrientes o contextos culturales de marcado carácter místico o enigmático: es el caso, entre otros, de la moda caballeresca pseudo-templaria, las tradiciones alquímica y hermético-cabalística, las imaginarias correspondencias con los cultos mistéricos del Egipto faraónico o la Antigüedad grecorromana, o, en fin, de la filosofía rosacruz.
Ya hemos indicado más arriba que, de modo genérico, el término “rosacruz” designa a una enigmática -e improbable- fraternidad que surgió en Alemania en la década de 1510, en los albores de la guerra de los Treinta Años, y cuya particular filosofía utópica se nutrirá más adelante de los contenidos de diversas ciencias esotéricas, como la alquimia y la cábala28. Si bien el término se aplica en la actualidad, recordemos, a diversas sociedades iniciáticas que se consideran receptoras del legado de aquella mítica comunidad secreta29, fue al mismo tiempo utilizado por la masonería a partir del siglo xviii en ciertos altos grados “a fin de rendir un mismo homenaje a la obra de los hermanos del pasado”. No resulta fácil, sin embargo, establecer con precisión el momento o las vías por medio de las cuales el variopinto conjunto de símbolos o emblemas considerados de “inspiración rosacruz” alcanzan y se integran en el universo masónico30. Frances A. Yates apuntó en su momento31 que tal vez ciertos conceptos contenidos en los escritos del grupo de autores que se consideran vinculados a aquel movimiento -es el caso de los mencionados Johan Valentin Andreae o Michael Maier- pudieron encontrar eco en la naciente espiritualidad masónica, aunque, como reconoce la misma autora, resulta muy complicado discriminarlos de la mística renacentista en general. De hecho, Yates insiste en la idea de que, a fecha de hoy, no existe evidencia alguna que demuestre la existencia de una sociedad secreta real denominada Rosacruz que se encontrara activa como grupo organizado en el momento de publicación de los Manifiestos y durante su posterior “efervescencia”: “Hay numerosas pruebas documentales de una apasionada búsqueda de los rosacruces, pero no las hay de que hayan sido encontradas nunca”32.
Ya hemos visto cómo los Manifiestos o “profesiones de fe” rosacruces, cargados de preocupaciones en torno a las reformas sociales, intelectuales y religiosas, inspiraron a diversos académicos, filósofos y científicos ingleses, algunos de los cuales se ubican en el origen de la masonería moderna, aunque ello no implique necesariamente una vinculación directa33. Como indica con acierto Yves H. Messeca, tal incidencia procede de manera difusa de la influencia de la Sommc rosacruz que gravitaba sobre la Europa protestante34.
Los más tempranos estudios acerca del problema de la relación histórica entre la fraternidad rosacruz y la masonería se remontan a las aportaciones del alemán Johann G. Buhle (1804), traducidas más tarde al inglés en un ensayo de Thomas de Quincey (1824). Buhle, que defiende el nacimiento de la masonería especulativa en Inglaterra entre 1529 y 1535 gracias a la aportación de Robert Fludd, quien fuera iniciado en el kos»ckucismo por Michael Maier, expuso la idea de que en los Manifiestos rosacruces, resultado de la ingeniosa broma ideada por Andreae a inicios del siglo xvii, ya se contienen, en estado larvario, todos los misterios de la masonería35. De Quincey añade de su propio cuño la hipótesis de que, cuando las ideas rosacruces alcanzaron las islas británicas, dieron lugar al nacimiento de la masonería que, en esencia, “no es otra cosa que las doctrinas rosacruces tal como fueron modificadas por quienes las trasplantaron a Inglaterra”, proceso de adaptación en el que se atribuye un papel decisivo, como hemos indicado, a Fludd; será desde allí que la nueva organización se difunda al ámbito continental. Sin embargo, a pesar de las hipótesis de Buhle, no tenemos todavía constancia documental alguna de la incidencia de esta misteriosa hermandad en la incipiente masonería de las primeras décadas del seiscientos que, por aquel entonces, parecía mostrarse ajena a tales inquietudes simbólicas y esotéricas.
Y es que resulta a todas luces excesiva la afirmación de que algunos de los primeros masones conocidos en Inglaterra, como Elias Ashmole o Robert Moray, pertenecieron a la hermandad “rosacruz”. Ellos, desde luego, estuvieron interesados en la compleja corriente hermético-cabalística del momento, en la que se perciben ecos de los Manifiestos, pero nunca estuvieron vinculados a una misteriosa fraternidad que portara ese nombre, pues no existía como tal y, por tanto, no fueron agentes de una suerte de misión conspiratoria36. Sin embargo, tales ideas acabaron alcanzando a determinadas Uniones Cristianas o a agrupaciones de corte similar que se propusieron organizar sociedades que detentaran una ideología afín a la expresada en los textos fundacionales.
Los primeros vínculos incontrovertibles entre la filosofía rosacruz y la masonería tienen lugar en el momento en que esta última comienza a desarrollar un sistema de altos grados en detrimento de sus logias azules. Pero, lejos de asumir los ideales originales de la invisible cofradía contenida en sus Manifiestos, el nuevo grado masónico rosacruz buscará sus raíces conceptuales y simbólicas en otros ámbitos muy alejados de aquellos. Así, en aquellas logias masónicas alemanas pertenecientes al Rito Escocés Rectificado -en adelante rer- en las que se pusieron en marcha iniciativas de reactivación del movimiento rosacruz, se buscan los orígenes míticos de sus nuevos grados, no en la fabulosa narración de Rosenkreutz, como cabría esperar, sino en la pseudo-historia de la orden del Temple. Se genera así una vía caballeresca, que se torna vertebral en el grado y que será plenamente caracterizada en el famoso Discurso pronunciado en diciembre de 1735 por sir Andrew Michael Ramsay (1585-1743)37, documento fundacional del llamado “escocismo” -nombre con el que se designa el régimen de los altos grados en el ámbito francófono- como sistema de pensamiento que sitúa el origen de los secretos y misterios de la masonería en la epopeya de las Cruzadas medievales38; es por esta razón que la visualidad del grado se puebla de símbolos feudales y heráldicos de fuerte inspiración cristiana39 que transforman a sus adeptos en caballeros empeñados en la búsqueda de la “palabra perdida” tras la muerte del arquitecto bíblico Hiram. Este proceso se inscribe en la reacción que los hermanos “místicos” de la orden protagonizan contra el racionalismo de los filósofos y pensadores racionalistas muy presentes en las logias del siglo XVIII: pugnan, entonces, por introducir en sus trabajos todo tipo de misterios y leyendas que descansan sobre una recristianización del movimiento40. Es cierto que este nostálgico espíritu caballeresco se acabaría mezclando con referencias variopintas a la cábala y al hermetismo antiguo que tendrán también su repercusión en la masonería rosacruz, pues, entre los propósitos fundamentales de este grado se encontraba “preservar los arcanos de lo vulgar”: ello explica el hecho de que la filosofía de los capítulos masónico-rosacruces aparezca impregnada de diversos componentes alquímicos y cabalísticos, si bien estos no obtendrán un destacable reflejo, como veremos a continuación, en su imaginario específico41.
3.1 La creación y evolución del grado masónico de Caballero Rosacruz
Frances Yates menciona, en su ya citado ensayo clásico42, la existencia de sendos documentos tempranos, fechados respectivamente en 1538 y 1575, en los que se hace referencia indirecta a ciertos vínculos existentes entre la masonería y la actividad de las sociedades esotéricas coetáneas, incluyendo entre ellas la fraternidad Rosacruz. Por su parte, Yves Hivert Messeca señala que muy posiblemente fue gracias a la pervivencia del influjo de la corriente rosacruz en los medios protestantes, mezclada con diversas intrusiones alquímicas inspiradas en parte en la Clavicula Salomonis o Clave de Salomón-un grimorio italiano que constituye la base de la magia renacentista-, que encontramos en Alemania y Francia diversos grados arqueo-rosacruces o pre-rosacruces, que tan solo poseen de aquella filosofía original el nombre y algunos atributos formales. Es el caso, por ejemplo, de la obediencia denominada Caballero del Águila Negra Rosacruz en tres grados, o Sublime Grado del Verdadero Rosacruz de Alemania o Caballero del Águila Negra o Filósofo Desconocido, practicada en localidades como Metz, Marsella o Lyon a mediados del siglo XVIII43. El título “rosacruz” va a aparecer también en la Orden Heredom de Kilwinning -la futura Orden Real de Escocia-, documentada después de 1741. Esta obediencia practica, en efecto, un grado de Chevalier of the Rosy-Cross o de Perfecto Masón44, si bien carecemos de información acerca de su ritualidad45. También circulan noticias de que Carlos Eduardo Estuardo fundó, durante su exilio en Francia (1747), un Capítulo Primordial de la Rosacruz en Arrás46.
El primer documento que prueba de modo veraz la existencia del grado en esas fechas es un diploma masónico -hoy desaparecido- fechado en 1757. Por su parte, el más antiguo ritual rosacruz del que tenemos noticia fue el aplicado por Jean Baptiste de Willermoz en la Gran Logia de los Maestros Regulares de Lyon en 1751, donde fue incluido el primer capítulo rosacruz conocido48, cuyos fundamentos remiten a las antiguas obediencias ya mencionadas de Heredom de Kilwinning48 y del grado de Caballero del Águila Negra Rosacruz procedente de Alemania49. Todos los rituales de este decenio -mencionemos también aquí el contenido en el manuscrito conservado en la Biblioteca Histórica de la Villa de París, fondo general, ms. 23191, fechado en 1755-, muy similares entre sí, ya atestiguan la naturaleza profundamente evangélica del considerado grado cristiano por excelencia del siglo XVIII50, con sus múltiples referencias alegóricas y simbólicas a la Pasión de Jesucristo que, aunque matizadas en ocasiones con cierto misticismo enigmático -tal “contaminación” resultó inevitable-, nada tienen que ver con el denso hermetismo que caracteriza a los documentos emitidos por las fraternidades rosacruces ajenas al contexto masónico51. De hecho, de acuerdo con Yves Messeca52, el grado presenta un doble objetivo simbólico: la búsqueda de la “Palabra perdida” y la reedificación del Templo de Salomón. Pero, en tanto el primero y segundo templos fueron fundados sobre la Antigua Ley, animados por una voluntad de poder, el tercer templo será “el Templo místico de la Nueva Ley en la cual la Justicia y la Autoridad son atemperados y vivificados por el Amor”53. El desarrollo de estos rituales tempranos requería de tres salas o “apartamentos” independientes, cuya decoración trata de evidenciar, según los creadores de los mismos, la relación existente entre la iniciación masónica rosacruz y la vida de Jesús de Nazaret, pues el objetivo de su enseñanza era, precisamente, hacer revivir al receptor de manera simbólica la pasión y la resurrección del Salvador.
El primero de estos apartamentos -o Templo Negro- aparece recubierto en su totalidad de telas oscuras e iluminado por 33 lámparas, parcialmente veladas para conmemorar el calvario de Cristo; entre otros accesorios simbólicos propios de la masonería, muestra, a oriente, un águila con las alas extendidas, imagen del supremo poder, situada entre el sol y la luna, volando sobre una composición geométrica formada por la superposición de tres figuras cuadradas, tres triángulos y tres círculos de tamaños decrecientes, inscritos los unos en los otros54 y grabados en la cara frontal de una piedra cúbica en punta -o bloque prismático rematado en una pirámide de base cuadrada-; en su conjunto constituye una representación hermética o geométrica del monte Calvario55. El segundo apartamento -el Templo de la Luz o Templo Rojo- se encuentra revestido de colores claros, intensificados por otras 33 luminarias no veladas, con lo que se pretende representar la gloriosa resurrección del Mesías (Fig. 1). A Oriente se dispone una cruz rodeada de una gloria de siete querubines entre nubes, en cuyo centro ha de haber una rosa abierta mostrando en su interior la letra G. Debajo de lo anterior, se debe disponer la composición de cuadrados, triángulos y círculos inscritos ya descrita para la cámara anterior, todo ello dibujado sobre la cara superior de una piedra cúbica, símbolo de nuevo del Monte Sagrado donde Cristo sufrió su pasión; debajo de este montículo debe haber una estrella resplandeciente con siete puntas reiterando la letra G en su centro, símbolo del Hijo del Hombre que se eleva en toda su gloria. El imaginario se completa con las figuras de un pelícano nutriendo con su sangre a los polluelos en el nido, imagen del amor eterno, y la de un águila con las alas desplegadas como para emprender el vuelo, trasunto del Poder Eterno, que flanquean, situada en el centro, el sepulcro vacío de Cristo56. El tercer apartamento, en fin, representa el infierno, mostrando los suplicios de los condenados iluminados por candeleros ornados con calaveras. Prácticamente los mismos símbolos, y en una disposición muy similar, encontramos en la descripción que de los tableros de logia de ambas estancias o “templos” rosacruces se hace en documentos coetáneos57 (Figs. 2A y B), como el denominado Manuscrito Francken, fechado en 1783. Más adelante profundizaremos en varias de estas figuras y atributos.

Figura 1: Segundo apartamento de Soberano Príncipe Rosacruz. Serie La Masonería de los Hombres. Ca. 1782-189. Dibujo coloreado. La Haya, Museo del Gran Oriente de los Países Bajos.

Figura 2: Tableros de logia del grado Soberano Príncipe Rosacruz correspondientes al prim- ero y segundo apartamentos. En C. A. Vuillaume, Manuel maconnique ou Tuileur de tous les rites de maconnerie pratiques en France, (París: Hubert & Brun, 1820), láminas 13 y 14.
Una vez consolidado, el grado rosacruz experimentará una amplia difusión por toda Francia durante la década de los setenta: en los estatutos y reglamento adoptados el 8 de abril de 1771 por el Primer Capítulo Soberano Rosacruz que tuvo lugar en París tres años antes, será considerado como el nec plus ultra masónico al proclamarse última instancia garante de todos los demás altos grados, hasta el extremo de que sus miembros son presentados como los herederos de una extensa genealogía de iniciados antiguos. Poco más adelante, en los últimos años del siglo, ya constituye el 4º grado del Rito Francés y el 18º del Rito de Perfección y del Rito Escocés Antiguo y Aceptado (en adelante reaa)58.
La mística del grado rosacruz era, como venimos comprobando, de inspiración y orientación eminentemente evangélicas, aunque siempre teniendo en cuenta que se trata, como ya indicamos, de un “cristianismo esotérico”, pues el movimiento se nutre en sus orígenes de una espiritualidad impregnada de sufismo por relación con el Islam, entendido como una vía de realización interior, sin olvidar el aporte simultáneo de la tradición romántica de las órdenes de caballería. Como señala Pierre Vasal59, este grado fue consagrado por entero a representar el cristianismo en toda su pureza primitiva: su propósito fundamental era el de perpetuar el recuerdo en los siglos venideros de las innumerables penalidades que sufrieron los primeros iniciados -equiparables a los santos mártires- para conservar y propagar su ideario. En su ritual, como ya hemos apuntado, se insiste en la pasión y resurrección de Cristo como eje argumental vertebral, así como en las cualidades requeridas a todo candidato a esta dignidad masónica, coincidentes con el cultivo de las tres virtudes teologales del cristianismo: Fe, Esperanza y Caridad, a las que debe sumarse el Amor fraterno, que se erige en síntesis de las anteriores60. De ese modo, las condiciones que se imponen a los iniciados del grado son el amor al prójimo sin restricción, una tolerancia sin límites y una confraternidad universal.
Todo lo dicho explica que, junto con otro de los grados capitulares del reaa -Caballero de Oriente y Occidente-, sea este uno de los que más polémicas y comentarios suscitará en el seno del escocismo al buscar con amplitud sus fuentes en el Nuevo Testamento61. Y es que, como ya hemos apuntado, uno de los principales problemas del grado Rosacruz -y, por ende, de los altos grados de la masonería- radica en la espinosa cuestión de mantener en su imaginario y simbolismo las más claras alusiones a la misión de un Cristo redentor y a los relatos evangélicos.
Los primeros síntomas de depuración de sus componentes neotestamentarios más llamativos se evidencian en los Estatutos y Reglamentos generales del Gran Capítulo General Rosacruz, aprobados el 19 de marzo de 1784, adoptados como régulateur de los altos grados del Gran Oriente. La terminología cristiana será aquí empleada minima, de modo que Jesús empieza a ser denominado “Hijo del Gran Arquitecto”; si bien la “Palabra recuperada” (inri) es todavía la base ideológica del grado, la nueva redacción de estos textos busca difuminar los parecidos demasiado evidentes con la liturgia romana62. Por esas mismas fechas, en 1783, el denominado Manuscrito Francken presentará de igual manera ciertas variantes en relación con los rituales de las décadas anteriores, en especial la ausencia de la obligación de jurar del nuevo caballero y la modificación de las frases y pasajes relativos al Nuevo Testamento. Y ya aquí el grado rosacruz ocupa el puesto 18º del reaa, con lo cual ha dejado de ser la ilustre culminación de aquel sistema.
Este lento proceso de decristianización resultará ya palpable durante el siglo XIX. Se intensifica la “liberalización” de las logias, sobre todo en Francia, con el progresivo abandono de toda conexión con alguna de las religiones reveladas en beneficio de concepciones cada vez más deístas, o decididamente ateas. Tal evolución laicista, racionalista y netamente anticlerical de una parte importante de la masonería suscitó la reescritura más profunda de los rituales, con el fin de tratar de evitar todo aquello que pudiera evocar “dogmatismo”, “superstición” o identificación con el cristianismo. Ello se traduce en una progresiva reducción de la terminología crística en el discurso masónico. A modo de ejemplo, a partir de la década de 1820, el hermano Nicolas Des Étangs ya había reemplazado las referencias simbólicas cristianas del ritual por simples consideraciones de orden ético. En palabras de Jean-Pierre Bayard63, nos encontramos ante una resignificación aconfesional o hermética, muchas veces forzada en exceso, como veremos, de los elementos más evidentes de la tradición cristiana como son la cruz, el acrónimo inri o las tres virtudes teologales.
Aunque en 1877 el Gran Oriente de Francia seguía afirmando que la masonería “tiene por base la existencia de Dios y la inmortalidad del alma”, la obediencia se encontraba dividida con respecto a ese principio y se constituye una comisión para revisar el ritual rosacruz sobre una base filosófica más amplia. A partir la influencia de las teorías de Claude-François Dupuis acerca del carácter universal de las religiones64, el grado será fuertemente depurado en sus aspectos más comprometidos. Por otra parte, en la revisión de los 33 grados del reaa que Albert Pike lleva a cabo en su Magnum opus en 1857, dedica una parte de su discurso a establecer un estudio comparado de las religiones preparando al Caballero Rosacruz para su futura misión de iluminación de sus hermanos de la masonería azul y del resto de la humanidad, en virtud de la gran ley de amor puesta en evidencia por el grado. Si bien Pike continúa insistiendo en su carácter en esencia evangélico, incide al mismo tiempo en la universalidad de la doctrina de “regeneración” necesaria para el ser humano en su perfección y vuelta al estado de armonía con Dios que prevalecía en el Edén, permitiendo así su apertura a otras confesiones65. Como consecuencia de todo ello, en el ritual de las logias capitulares para los trabajos de los Caballeros Rosacruz de 1875 podemos leer: “Fe, Esperanza, Caridad, estas palabras, no más que las cuatro letras I.N.R.I., no representan símbolo religioso alguno; están ahí para recordar los preceptos que tenemos desarrollados en los grados precedentes, es decir: Fe en el GAU -Gran Arquitecto del Universo-; Esperanza y Justicia en la vida futura, consecuencia de la inmortalidad del alma; Caridad, puesta en aplicación de principio de fraternidad”. La decristianización alcanza incluso al Grand Collège des Rites, con la versión laico-moralizante del Ritual Amiable66, en tanto el Supremo Consejo de Francia se mantiene fiel al modelo elaborado en el espíritu del Convento Universal del REAA de Lausana (1875).
En 1888 tuvo lugar en Bruselas, bajo la égida de los capítulos rosacruces de la capital, una importante conferencia internacional de caballeros rosacruz para reflexionar sobre los orígenes de los altos grados y precisar la utilidad de estos en relación con los grados simbólicos. A pesar de las distintas discusiones, se mantendrá intacta, sin embargo, la significación de los iconos fundamentales del grado. En la actualidad67 se considera que el caballero rosacruz debe ser capaz de una lectura interpretativa que entiende los textos bíblicos como vectores de alegorías, como manifestación de un sentimiento universal que se encuentra más allá de cualquier acto de fe explícita.
3. 2 Símbolos esenciales de origen cristiano en el imaginario del grado rosacruz
La creación del grado de Caballero Rosacruz, que, recordemos, se erige desde un primer momento en el principal exponente de la vertiente mística de la masonería, supondrá un importante aporte de figuras emblemáticas a la visualidad de la orden. Mezcla de influencias caballerescas y cristianas no desprovistas de cierto barniz hermético o esotérico, este imaginario ha sido, precisamente a causa de estos precedentes, uno de los más afectados por la depuración visual del siglo xx como hemos ido viendo en las páginas precedentes.
Como resulta común a la hora de abordar el estudio los símbolos masónicos en general, algunos de los problemas más acuciantes con los que se topa el investigador radican en el subjetivismo mistificador, el dogmatismo y la falta de rigor predominantes en la mayor parte de la bibliografía disponible. En la presente indagación en los símbolos y motivos parlantes más comunes del legado cristiano-rosacruz intentaremos evitar digresiones o divagaciones interpretativas que nos alejen de nuestro objetivo prioritario: la aproximación a su significado y función originales en la masonería y, en concreto, en el seno del grado que aquí nos interesa. Otra importante dificultad a la hora de fijar los principales símbolos rosacruces, así como las distintas fuentes y corrientes que fundamentan su presencia en la masonería, se encuentra en la extrema diversidad de rituales vinculados a esta obediencia. René Le Forestier, en las dos primeras partes de su libro La Franc-Maçonnerie Templière et Occultiste, nos habla de hasta 18 versiones ceremoniales del grado específico de Caballero Rosacruz aparecidas entre 1750 y 1790. Por su parte, Iréne Mainguy68 establece hasta cinco tipos o categorías diferentes de rituales en función de sus fundamentos:
aquellos de inspiración cristiana, con una voluntad marcada de restaurar un cristianismo primitivo -probablemente bajo la influencia de las concepciones protestantes- con todo su valor esotérico69; 2) ritos de inspiración bíblica que establecen conexiones tipológicas entre el Antiguo y el Nuevo Testamento; 3) ceremonias de inspiración alquímica; 4) ritos articulados sobre las interpretaciones astrológicas procedentes de la Clave de Salomón; 5) rituales referidos a la Cábala (así en el grado de Pequeño Caballero del Águila Negra, Sublime Grado del Verdadero Rosacruz de Alemania o Caballero del Águila negra o Filósofo Desconocido).
En consecuencia, en nuestro propósito de establecer cuáles son los símbolos que pueden considerarse como “específicos rosacruces”, dejando ahora de lado aquellos que resultan más comunes en la praxis masónica, vamos a fundamentarnos como punto de partida en uno de los distintivos más representativos del grado en virtud de la concentración que presenta de sus más reconocibles iconos parlantes, algunos de ellos ya mencionados más arriba al hablar del ornato de los apartamentos y tableros de logia: nos referimos a la llamativa joya de Caballero Rosacruz70. A pesar de las pequeñas divergencias existentes entre unos ejemplares y otros, esta insignia se compone, por regla general, de los siguientes elementos invariantes:
- Un compás con los brazos abiertos en un ángulo de 50º sobre un arco que representa un segmento de círculo graduado sobre el cual figura la palabra de paso del grado según la cifra de la orden.
-Sobre el compás se dispone una triple corona de color blanco con tres series de puntas dispuestas por norma según el orden 3-5-771.
- Una cruz inserta entre los brazos del compás, que descansa a su vez sobre el mencionado arco de círculo, y en cuyo centro se superpone una rosa con los pétalos abiertos. De manera ocasional, la cruz es flanqueada por sendas espadas caballerescas con las puntas hacia abajo.
- Debajo de la composición anterior, se sitúa la figura de un pelícano que se hiere las entrañas a fin de alimentar con su sangre a los polluelos moribundos.
- Finalmente, en el lado opuesto o reverso de la insignia, encontramos un águila con las alas explayadas -algunas veces un ave fénix-, cuyo perfil coincide con el del pelícano, constituyendo ambas aves cara y cruz de la misma pieza (Fig. 3A y B)72. De modo habitual, del lugar ocupado por estas aves, surgen una o dos ramas de acacia que “envuelven” la cruz73.

Figura 3: Joyas rosacruz. Segunda mitad del siglo XIX. A) Con pelícano y águila en anverso y reverso; B) Con pelícano y fénix en anverso y reverso, y águila como coronamiento de la pieza. Colección Guéguen.

Figura 4: Mandil de Caballero Rosacruz estilo Luis xvi. Bordado sobre seda. Finales del siglo xviii o inicios del xix. Colección particular.
De entre las figuras aquí mencionadas, vamos a detenernos a continuación en aquellas que responden a un doble requisito: ser con frecuencia adoptadas en el ritual, mobiliario e indumentaria rosacruces, y guardar un significado manifiestamente vinculado, al menos en origen, a la vida de Cristo y la narrativa evangélica.
La cruz
Aunque la figura de Cristo -“El más humilde de todos”, de acuerdo con su denominación iniciática- resulta poco visible en este imaginario por las razones ya indicadas, constituye, sin embargo, el tópico central del grado Rosacruz. Las referencias bíblicas conceden al Mesías una singular densidad neotestamentaria: ya adelantamos más arriba que la palabra de paso es Emmanuel74 -y la correspondiente respuesta: Pax vobis, Pax vobiscum o Pax profundis -, la palabra sagrada es inri, los tres pilares de la construcción del templo son las tres virtudes teologales: Fe-Esperanza- Caridad; el signo es el del Buen Pastor75, sin contar el ágape pascual del Jueves Santo, y otros símbolos - pelícano, cordero, rosa- que analizaremos con detalle más adelante. Pero será sin duda la figura de la cruz el elemento visible conectado de manera más clara con la figura del Salvador.
La unión simbólica de la rosa y la cruz latina, tal y como se pude deducir sin dificultad de los primeros textos rosacruces, oculta un sentido en esencia cristológico. En efecto, al igual que la cruz cristiana en sus orígenes aparece a menudo representada en rojo, como la de los Cruzados o Templarios, en memoria de la sangre vertida por Cristo en el Gólgota, así mismo la rosa de los rosacruces aparece teñida de ese mismo color para simbolizar el corazón de Jesús “rezumando sangre y agua” y, al mismo tiempo, la victoria sobre la muerte. A pesar de esa íntima fusión visual y significativa entre ambos componentes en la iconografía rosacruz, vamos a analizar a continuación cada uno de ellos por separado.
Es la cruz un emblema universal, que puede adquirir numerosas formas: cruz latina, cruz griega, cruz de Malta, cruz de San Andrés… Si bien no encontramos referencias a este icono en los grados primarios y originales de la masonería, posiblemente a causa de su inmediata identificación con el signo cristiano de la salvación, será usado con abundancia en los altos grados. En algunos de ellos - aquellos que fueron diseñados conforme al sistema caballeresco de Ramsay-, debe ser contemplado en referencia a su origen y significado cristianos. De ese modo, en los grados originales Rosacruz o Kadosh, encontramos sencillamente una representación de la cruz latina asimétrica, más próxima a una sensibilidad evangélica. Otras formas de cruz que pueden encontrarse en las joyas, mandil o insignias masónicas son la templaria o de Malta -formada por cuatro tau, habitual en las obediencias anglosajonas, y que pone en valor el carácter eminentemente caballeresco de la iniciación rosacruz en relación con la construcción del templo de Jerusalén76-, o en “X”, como la cruz de San Andrés, en el grado 29º -Gran Caballero Escocés- consagrado al apóstol77. La figura puede encontrarse en los ornamentos, tapices de logia o signos de estos grados, en especial en el mandil e insignias de inspiración rosacruciana78. En los manuales de simbolismo masónico se hace alusión al hecho de que la piedra cúbica desplegada en sus distintos planos da lugar a la forma de cruz latina; si en estos planos se conservan las inscripciones del volumen cúbico original, se conforma uno de los más complejos símbolos del repertorio masónico: la denominada “cruz filosófica” de Antoine Guillaume Chéreau (Fig. 5)79. Se corresponde esta con una cruz potenzada que contiene la clave de las ciencias que han sido objeto de estudio en los grados precedentes: ofrece una explicación simbólica de la escala de los siete grados, que recuerdan los elementos simbólicos y filosóficos esenciales, fijados en la época por el Régulateur du Maçon y por el Régulateur des Chevaliers Maçons80.81
En el contexto ya referido de la decristianización de la orden, se buscaron nuevas significaciones para este tradicional símbolo. Así, en 1805, el mencionado Chéreau propuso una visión laicista de la cruz como estructura conformada por doce escuadras que, al mismo tiempo, representen los signos del zodiaco o los doce meses del año solar. De acuerdo con Irène Mainguy81, la cruz debe ser considerada por el maestro masón como una representación del “hombre universal”: la horizontalidad corresponde a la amplitud o extensión como base de la individualidad humana, en tanto la vertical alude a las posibilidades indefinidas en el desarrollo de los estados múltiples del ser. Finalmente, el esoterista René Guénon apunta que la cruz puede ser definida como la unión de los complementarios: la línea vertical simboliza la vida, en tanto la línea horizontal que la atraviesa representa la muerte, lo que significa que el Caballero Rosacruz llega a la vida inmortal después de haber franqueado las barreras de las tres “muertes” física, mental y espiritual: se establece así la paradoja de que es por medio de la muerte la manera en que el iniciado ha de vencer a la misma82.
El acrónimo INRI
Son las conocidas siglas de la sentencia Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum, que figuraban inscritas en el cartel o titulus colocado sobre la cruz de Cristo según los Evangelios (Jn 19, 19), y que serán utilizadas como palabra sagrada del grado, presente en muchas de sus joyas e insignias83. La mayoría de los rituales rosacruz aceptaron hasta el siglo xix esta lectura de aquellas iniciales; sin embargo, como hemos visto, con la deriva laicista de diversas obediencias en Francia y el progresivo alejamiento de la masonería continental de sus raíces cristianas, se harán más raras las referencias al Nazareno torturado, proponiéndose, en consecuencia, otras lecturas posibles al acrónimo inri.
De ese modo será la alquimia, estudiada con más o menos rigor, la que asuma ese desplazamiento de las referencias netamente religiosas, haciendo propuestas cada vez más “herméticas” -por no decir peregrinas-, que surgen de las mentes de escritores masones como Jean-Baptiste Chemin- Dupontès, Nicolas des Étangs o Jean-Marie Ragon. Como consecuencia de ello, se adopta el acrónimo evangélico para expresar los nombres de los tres principios alquímicos elementales -sal, azufre y mercurio-, que son establecidos como iniciales de sentencias como Igne Nitrum Roris Invenitur (“El nitro del rocío se halla por el fuego”), o Igne Natura Renovatur Integra (“La naturaleza es enteramente renovada por el fuego”)84. El propósito de tales correlaciones entre los alquimistas cristianos era el de establecer un claro paralelo con la obra de Cristo redentor, siendo él mismo considerado como la piedra filosofal85: la naturaleza es regenerada por el fuego al igual que la humanidad ha sido regenerada por la sangre de Cristo vertida sobre la cruz. En otros casos, con una orientación más reivindicativa y comprometida desde un punto de vista político, se proponen lemas como Iustum Necare Reges Impios (“Es justo matar a los reyes impíos”), Iustitia Nunc Reget Imperia (“Así la justicia gobernará los imperios”) o Indefesso Nisu Repellamus Ignorantiam (“Rechacemos con un gran esfuerzo la ignorancia”), entre otros86. Con todo ello se pretende, como indica Bayard87 que inri, sea interpretado como “mensaje de verdad universal y
eterna”. En Gran Bretaña, sin embargo, no ha variado su sentido evangélico original88.
La rosa
Elemento sin duda nuclear del imaginario y filosofía del grado Rosacruz, la rosa hace también acto de aparición hacia 1750, emparentada, junto con la figura de la cruz, con el nombre del mítico movimiento homónimo sobre el que venimos tratando. Para entender de modo cabal el significado masónico de esta flor, debemos atender a las dos vertientes que, según Albert G. Mackey89, tuvo su simbolismo entre los antiguos: en primer lugar, fue flor dedicada a Venus como diosa del Amor90, llegando a convertirse en símbolo del Secreto en razón del lazo que la mantiene también unida al dios Harpócrates-Horus -así la expresión sub rosa o “bajo la rosa” hace referencia a todo aquello que se comunica de manera confidencial-; pero, por otra parte, fue también atributo dedicado a la deidad de la belleza como encarnación de la energía generativa de la naturaleza, deviniendo por esta razón símbolo de Inmortalidad. Con este sentido recóndito fue trasladada al ámbito cristiano, y en concreto transferida a la figura de Cristo, a través del cual “la vida y la inmortalidad fueron traídos a la luz”. De ese modo, ambas figuras unidas -cruz y rosa- expresan que el secreto de la inmortalidad fue así dado a conocer y extendido por todo el mundo. No resulta difícil, en consecuencia, otorgar una marcada dimensión cristológica a la figura de la flor “fijada” a la cruz al percibirse de manera transparente el vínculo existente entre el color rojo de la rosa, simbolizando el sufrimiento, y el tercer pilar del grado rosacruz representando las virtudes de amor y caridad. Y es que la rosa encarnada constituye aquí un claro trasunto simbólico del corazón sagrado de Jesús, que, según el Evangelio, vertiera sangre y agua91. Resulta aquí revelador un texto de Alain Pozarnik extraído de su libro sobre el simbolismo de la rosa:
Jesús, sobre la cruz, pierde su sangre (…). Cuando una gota de sangre toca el suelo eclosiona una rosa roja92, marca de la espiritualidad interior renaciente. Esta rosa roja de una perfección luminosa simboliza el alma divina, la bondad del amor del más allá que destierra la estupidez, la malicia y la muerte. El amor celeste, el amor universal es el secreto de la vida (…). La mancha fundamental del Caballero Rosacruz no será jamás borrada en tanto que él no haya logrado el amor celeste sobre la tierra93.
Los exégetas de este símbolo masónico suelen aludir a otras posibles fuentes a la hora de asentar el significado de la mística flor. Algunos lo concretan en un célebre pasaje del bíblico Cantar de los cantares (Ct 2, 1): “Yo soy la rosa de Sarón, el lirio de los valles”, aunque en realidad la mayoría de las versiones traducen como “narciso” en lugar de “rosa”94. Otros, por su parte, aluden a la posible deuda del movimiento rosacruz con la literatura cortés de los Fidèles d’Amour y las tradiciones medievales de los trovadores, donde la rosa era un símbolo particularmente significativo95.
Con independencia de su sentido preciso en cada caso, la inserción del motivo de la rosa en la joya del grado Rosacruz puede presentar sensibles divergencias96. La flor aparece de modo habitual situada en la intersección de los brazos de la cruz, o bien del compás que también forma parte del emblema heráldico; en el primer caso, es claramente símbolo de Cristo, donde la sangre vertida sobre la cruz por la redención de la humanidad constituye un mensaje dirigido a todos los creyentes. En la segunda opción, puede representar al hombre que ha adoptado al Redentor como modelo, de modo que, para algunos intérpretes, reuniendo los diversos significados recibidos de la antigüedad clásica, puede entenderse -recordemos- como alusión al “secreto de la inmortalidad”, si bien otros no dudan en sacar a relucir, una vez más, sus diversas implicaciones herméticas97. También puede ubicarse la rosa en la cúspide de la cruz, o en el reverso de la joya; no faltan ejemplos, en fin, en los que varias rosas cubren de manera íntegra la figura cruciforme.
En ciertas ocasiones, la flor no se representa aislada, y aparece acompañada de su tallo espinoso, alusión visual a los trabajos que han de ser superados por los rosacruces en su vía de realización interior: han de pasar, en primer lugar, la peligrosa prueba de las espinas para poder recoger la rosa eclosionada98. La divisa rosacruz Per Crucem ad Rosam, per Rosam ad Crucem significa precisamente, en su primera parte, que debemos primero morir a nosotros mismos y a este mundo para merecer la rosa de Cristo, lo que implica un largo proceso de perfeccionamiento de nuestra naturaleza humana imperfecta: sólo así recuperaremos el estado edénico de armonía que prevalecía antes de la separación de Dios. La segunda parte del lema muestra la necesidad para los rosacruces de retornar como renacidos a este mundo de sufrimiento que es el nuestro con el propósito de dar testimonio de la luz de Dios y del mensaje de su hijo.
Las virtudes teologales
Como señala Jules Boucher99, la filosofía rosacruz debe ser interpretada en masonería -por referencia a las palabras de Cristo: “Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré” (fik 2, 19)- como un aporte cristiano a la erección simbólica del templo de Salomón, tradicionalmente soportado por los tres pilares sefiróticos: la sabiduría, la fuerza y la belleza. No debe sorprender que, en este grado, aquellos pilares del antiguo templo hayan sido reemplazados por tres nuevos soportes simbólicos: la Fe, la Esperanza y la Caridad, virtudes teologales que caracterizan de manera muy apropiada, en opinión de Boucher, el mensaje de amor aportado por Cristo a una humanidad exiliada lejos de Dios (1 Co 13, 13).
De este modo, tales personificaciones cristianas aportadas por la imaginería rosacruz permitirán ilustrar las obligaciones caballerescas fundamentales del grado, aunque también son empleadas en el magisterio masónico para ejemplificar los estados de ánimo individuales en cada uno de los tres grados básicos: la Fe para el aprendiz, que ignora la naturaleza de aquello a lo que aspira y debe confiar en sus maestros; la Esperanza para el compañero, que puede vislumbrar buena parte de la naturaleza del impulso que le lleva a anhelarlo; y la Caridad para el maestro, que ha conseguido su meta y es capaz de educar a los más jóvenes100. Como hemos visto en otros casos, en el siglo xix se rechazará el simbolismo religioso de las tres virtudes teologales y su significación quedará reducida a un mero recordatorio de los preceptos que se van a desarrollar en los diferentes grados: Fe en el Gran Arquitecto del Universo; Esperanza y Justicia en una vida futura, consecuencia de la inmortalidad del alma; Caridad puesta en aplicación de los principios de fraternidad y altruismo101.
El águila
Con este símbolo damos inicio al apartado del particular bestiario rosacruz. De acuerdo con Robert Vanloo y Philippe Klein102, la introducción de la reina de las aves en la masonería debe buscarse en el Sublime Grado del Verdadero Rosacruz de Alemania, o Caballero del Águila Negra o Filósofo Desconocido, donde la figura de la rapaz de color negro fuera prestada en homenaje al rey de Prusia, Federico el Grande, que la poseía entre sus armas heráldicas. Parece que en los antiguos textos rosacruces el águila se encontraba también presente, pero con un simbolismo distinto al del grado masónico, ya que se utilizaba con el fin de estigmatizar la hegemonía de los Habsburgo en Europa y su connivencia con el papado de Roma103.
Como ya se ha indicado, en su origen el iniciado rosacruz era también llamado Caballero del Águila o del Pelícano, pues, recordemos, la rapaz suele compartir los espacios simbólicos con el onocrótalo, o, más adelante, con el fabuloso ave fénix, como anverso y reverso de un mismo perfil, en una suerte de signo y contra-signo. Ya en los preliminares del ritual recogido en el Manuscrito Francken, una de las principales fuentes actuales del reaa y de sus altos grados, fechado en 1783, encontramos referencias a las dos primeras aves. Allí se dice que el grado se llama Caballero del Águila porque “su origen procede de la Masonería alegórica de los Hijos del Gran Arquitecto del Universo que vino a establecer en la tierra un trabajo que ha redimido y salvado al género humano de aquellas pesadumbres en las que el vicio de la obra lo había sumergido”104. Este mismo texto también nos indica que el grado fue de igual modo denominado Caballero del Pelícano porque “existió precisamente una clase de masones que lo designaron con este título en función de la belleza y a la justicia que encontraron en la comparación”105.
Charles Laffont Ladebat106, en su interpretación simbólica de la joya, considera que el águila y
el pelícano representan la “Perfecta sabiduría” unida a la “Perfecta Caridad”. Por su parte, Irène Mainguy107 entiende que, con la combinación de las tres aves -sumando ahora el fénix-, se quería expresar que en el iniciado se han de unir el coraje y elevación del águila con el empeño sacrificial del pelícano y el renacimiento del fénix. Estas tres criaturas simbólicas se encuentran en relación con los cuatro elementos, correspondientes a las diversas etapas de la progresión iniciática: el águila es el rey de los aires; se otorga al fénix la aptitud de renacer de sus cenizas que un fuego perpetuo consume; el pelícano, finalmente, utiliza tanto el aire como el agua sobre la tierra para nutrir a su progenitura. No faltan rituales en los que las virtudes teologales son representadas mediante las tres especies: la Fe es representada por el águila, la Esperanza por el fénix y la Caridad por el pelícano.
Pero, más allá de especulaciones alquímicas y místicas, la presencia del águila en el imaginario de la masonería responderá en esencia a su naturaleza de figura cristológica. Así, en la joya del grado Rosacruz, como vimos, encontramos al ave dispuesta al pie de la cruz, con las alas extendidas como en sus versiones heráldicas -en algún caso su figura recuerda sospechosamente a la de Cristo crucificado-108, o en acto de comenzar el vuelo; en estos casos, como señala Albert G. Mackey109, el ave encarna una enseñanza de carácter trascendente, mostrando a sus aguiluchos -sus elegidos en adopción-, “con amor y ternura”, el modo de batir las alas para enseñarles a volar (vid. Dt 32, 11) y poder así abandonar las corrupciones terrenales y remontarse hacia una más “elevada y sagrada esfera”. Con un sentido similar aparece, como vimos, en el cuadrante oriental de los apartamentos y tableros de logia del grado. También, en relación con la gran altura que alcanza en vuelo -su fuerza y su resistencia le permiten volar alto en el cielo y por largo tiempo-, el águila puede representar en el ámbito iniciático la búsqueda de la sabiduría y la liberación del lastre de las contingencias inmediatas por medio de la elevación, la comprensión retrospectiva, el distanciamiento110.
El pelícano
Aunque el ave se encuentra también casi ausente en la iconografía rosacruciana original, tanto la joya -recordemos- como las “armas” heráldicas del grado masónico111 están protagonizadas por el motivo tradicional del pelícano que se autolesiona para alimentar a los polluelos con su sangre, alusión secular al amor paternal y al sacrificio, situado ante la mencionada cruz latina con una rosa roja inserta en el centro de la misma que es, como vimos, transfiguración cristiana de las gotas de sangre de Cristo martirizado. Frente a las evidentes connotaciones cristológicas y eucarísticas de la composición -las referencias paganas al amor filial de este animal se transformaron durante la Edad Media, en especial a partir del siglo xii, en clara alegoría del sacrificio cruento del Salvador para la redención del género humano- la adaptación del antiguo símbolo al contexto francmasónico nos remite a renovados conceptos de inspiración caballeresca como el amor como elemento generador de verdad o belleza. La primera noticia existente acerca de la incorporación del pelícano al grado rosacruz se remonta a 1755, momento en el que fuera fundado el Capítulo de Clermont por el Caballero de Bonneville; aquí ya figura este icono tradicional de la cultura cristiana como trasunto de “redentor del Mundo y de la Perfecta Humanidad”, que llega hasta el sacrificio supremo para asegurar la supervivencia de su progenie. Recordemos que la obligación de sacrificarse en caso de necesidad es un principio ya impuesto desde la presentación del juramento del grado de aprendiz, lo que conecta al neófito a la orden iniciática ya de manera irreversible112.
A partir de testimonios como el de Albert Pike -“El pelícano alimentando a sus crías es un emblema de la amplia y abundante beneficencia de la Naturaleza, del Redentor del hombre caído y de la humanidad y caridad que se debería distinguir a un caballero de este grado”113- o proclamaciones como “(El pelícano) Es para nosotros el símbolo del redentor del mundo y de la perfecta humanidad”114, el ave será asumida e integrada como icono habitual en el contexto de la masonería, y de manera especial en el cscocismo: se establece así una conexión de las propiedades del pelícano con la leyenda vertebral del grado: la devastación del Templo de Salomón y la pérdida de la “vieja palabra” de maestro, y la posterior reconstrucción de un nuevo santuario e imposición de una nueva palabra, alegoría de la destrucción por la muerte y posterior resurrección a la vida eterna, igual que sucede con los polluelos reanimados del ave115. La búsqueda de la perfección puede conducir al autosacrificio integral: el pelícano es así imagen de cada caballero rosacruz, o de toda aquella persona de buena voluntad que, animada por una auténtica búsqueda de la Verdad, a imitación del ejemplo del Salvador, está dispuesto a sacrificarse en caso de necesidad. Por la misma razón, el pelícano está también muy presente en las decoraciones de otros grados de caballería cristiana116.
Por lo demás, cuando se alude al ave en los rituales rosacruz suele asociarse a dos principios fundamentales. Por una parte, el de la caridad activa a través de la compasión hacia el prójimo: representa, por tanto, para el caballero iniciado la fuerza evocadora del altruismo que expresa la acción de nutrir, para que pueda poner en práctica las exigencias de la piedad; y, en segundo lugar, el de la práctica del amor expresada hasta la total entrega de sí mismo, capacidad de sacrificio que testimonia que este afecto es más fuerte que la muerte, y que, en un plano iniciático117, recuerda al adepto la importancia de cumplir todas las obligaciones adquiridas. También se ha escrito mucho acerca la posibilidad de que la destacada presencia del ave acuática en la iconografía rosacruz responda, no al influjo directo de la tradición moralizante cristiana, sino al deslizamiento del símbolo alquímico, donde su sacrificio supone un paralelismo con aquel de la Piedra filosofal que muere a fin de regenerar los metales imperfectos: de ese modo, pelícano y fénix son asociados en la muerte, uno por el derramamiento de su sangre, el otro por la cremación, para a continuación renacer. Muerte y resurrección marcan así la continuación del proceso alquímico, por la regeneración, hasta alcanzar el estado de perfección que simboliza la Gran Obra118.
El ave fénix
Si bien, como acabamos de ver, el águila y el pelícano son aves que figuran desde antiguo en la visualidad de la masonería rosacruz, muy diferente será el caso del fénix que, “destronando” a la primera, ha sido introducido más recientemente en los rituales de los capítulos, en apariencia bajo la influencia del Rito Escocés Rectificado: Perit ut vivat (“Perece para poder vivir”) fue divisa del orden interior del rer en el grado del Escudero Novicio119. Esta aproximación del pelícano y el fénix resulta interesante por cuanto configura una suerte de transición entre la caridad y la esperanza. Se encuentran rastros del ave en el siglo xviii, en el ritual de un grado llamado Caballero del Fénix, que es en realidad una versión esotérica del Caballero Rosacruz, donde su presencia en el tablero se justifica del siguiente modo: igual que el fénix que, cuando siente la llegada de la vejez, se da a sí mismo muerte y vuelve a la vida, nosotros hacemos lo mismo a la hora de destruir los vicios y la ignorancia, haciendo revivir las virtudes y los talentos latentes en cada iniciado.
Por las razones comentadas, el fénix aparece con poca frecuencia en las joyas rosacruces. En tanto el pelícano, como se ha indicado, se encuentra presente entre las puntas del compás en el anverso de las mismas, podemos encontrar ocasionalmente un ave fénix entre las llamas en el reverso, compartiendo ambas aves el mismo perfil; el águila no ha desaparecido, pues se dispone en la parte superior de la pieza (Fig. 2), prueba de la pervivencia dogmática del concepto cristiano de inmortalidad del alma en este grado120. En efecto, desde la exégesis cristiana más temprana, la destrucción y renovación de esta ave fueron empleadas como prueba irrefutable ante los paganos de la anunciada resurrección del hombre justo después de la muerte: ello permitió afianzar en la cultura medieval la correlación entre la renovación cíclica del fénix y el sacrificio de Cristo en la cruz y su inmediata resurrección. Tales creencias, que caracterizan al movimiento rosacruz desde su origen, son asumidas, no como un precepto impuesto por cierto dogmatismo cristiano, sino, sobre todo, a partir de una convicción anclada en lo más profundo del hombre desde el origen de los tiempos.
Símbolo de resurrección y renacimiento por el principio del fuego, no resulta extraño que tan fabulosa ave adquiriera también muy pronto connotaciones herméticas: será muy pronto emblema viviente de la representación alquímica del azufre. De ese modo la alusión al fénix, que posee en sí mismo el principio de la perpetuación cíclica y la renovación indefinida por medio de un proceso muy particular, ilustrando la frase pronunciada en la cadena de unión en las tenidas fúnebres: “Nada muere, todo está vivo”, supone para el Caballero Rosacruz una percepción de las diferentes etapas que ha de traspasar en su progresión como una continuidad de sucesivas muertes y renacimientos, como una transformación necesaria, que resucita y se alimenta del fuego del conocimiento para acceder a la plenitud de la iniciación121. De manera más precisa, la imagen del fénix que se autoinmola encerrado en un triángulo quiere significar en el contexto masónico la liberación de todas las ataduras terrestres, en un impulso amoroso de trascendencia que permite acceder a los estados superiores del ser.
Animales secundarios del bestiario rosacruz
Una presencia bastante más discreta en la visualidad del grado la constituye otros motivos animales como el cordero o la serpiente. Es el caso del primero, frecuentemente representado en el imaginario cristiano de los primeros siglos de nuestra era bajo la figura del Angus Dei o víctima redentora ofrecida de manera voluntaria por la salvación de este mundo. Representa la sangre regeneradora, la criatura inocente sacrificada, la ofrenda por la cual se obtiene la renovación del ser bajo una forma de cambio. Dispuesto sobre el libro de los siete sellos, conforme a su visión apocalíptica (Ap 5, 6ss), puede ser usado como tabernáculo en el rito rosacruz. Por su parte, la serpiente no figura como símbolo en la antigua masonería operativa; sin embargo, sí hará acto de presencia en los grados caballerescos y filosóficos -como el de Caballero de la Serpiente de Bronce-, donde el reptil, de acuerdo con el relato del Libro de los Números (21, 4-9), aparece dispuesto en un astil en forma de tau en el desierto, y supone por tanto una evidente referencia al sacrificio redentor de Cristo (Jn 3, 14-15), y reivindicación, como ya indicamos más arriba, de la libertad que permite vencer al sometimiento que se deriva de la superstición o la intolerancia. Es por esta razón que el simbolismo de esta figura bíblica en aquellos altos grados se encuentra estrechamente conectado con la filosofía rosacruz122.
De manera más específica, la serpiente enroscada alrededor de un orbe o globo terráqueo -composición que figura en la segunda habitación de recepción del grado, sobre el cuadro del Calvario, delante de la cruz central que porta una rosa en su centro, así como en la solapa de los mandiles- recuerda el aspecto cíclico del tiempo, en tanto que reinicio perpetuo de toda manifestación. En relación con ello, la imagen universal de la serpiente que se muerde la cola, llamada ouroboros, símbolo pitagórico del círculo que no tiene comienzo ni fin, se asimila a la rueda primordial y simboliza el eterno retorno. En la mitología griega, el mundo creado está encerrado en el círculo del tiempo: Cronos se representa bajo el aspecto de una serpiente enroscada sobre sí misma, imagen o símbolo de un ciclo que, girando y rodeando el mundo, hace del cosmos una esfera única y eterna. Se puede ver en esta figuración del ofidio la imagen del Mesías venido para salvar al mundo en su globalidad123.
La cena mística y el ágape pascual
Nos recuerda Irène Mainguy124 que, después de haber mantenido capítulo, la comunidad rosacruz suspende los trabajos celebrando una cena -la denominada Céne mystique o Cérémonie de table, que constituye el tercer punto de su ritual, y que ha sido conservada en la mayor parte de los ceremoniales modernos con una doble finalidad: sellar la admisión e integración de nuevos caballeros en el círculo de los antiguos y representar una suerte de alegoría de la unión de todos los hombres de buena voluntad y de la fraternidad universal125. Para ello se dispone una mesa cubierta con un mantel blanco ribeteado de rojo; sobre la misma se coloca un candelabro de siete brazos y, en la parte occidental de la estancia, un trípode que sostiene un incensario126. Muy similar en su forma a la cena reformada, en la que esta se inspira de manera manifiesta, una parte fundamental del rito consiste en la partición del pan -solo se dispone un panecillo para cada dos comensales- con el que se escenifica la reconciliación o creación de un lazo fraternal a partir del acto de compartir en común; además, los caballeros brindan con una copa de plata o cristal que recuerda familiarmente a un cáliz, siendo cada asistente libre de proporcionar a sus gestos una significación más o menos próxima a sus indiscutibles orígenes religiosos: el ritual de la última cena o de la Eucaristía en el contexto cristiano127.
Pero, aparte de estas cenas capitulares, la principal celebración del calendario rosacruz es la fiesta del Jueves Santo o “Ágape pascual”, fundamentada, de modo evidente, en la conmemoración de la Pascua tal y como se describe en el Éxodo (12, 1-28) o en el pasaje evangélico de la cena en Emaús (Lc 24, 13-35). Así, cada año, con ocasión del jueves precedente al domingo de Pascua, los capítulos rosacruces se reúnen en el marco de una suerte de banquete ceremonial en el que comparten un cordero asado -las partes impuras del animal se arrojan a un brasero ardiente-, acompañado de varias libaciones, especificándose en los estatutos y ordenanzas que todos los caballeros deben observar las instrucciones del maestro de ceremonias que lo preside de manera precisa y respetuosa128. La sala destinada al ágape ha de estar brillantemente iluminada y revestida de rojo, con accesorios blancos y verdes en recordatorio del simbolismo de la iniciación rosacruz; la mesa -o “altar”-, presidida de nuevo por un gran candelabro de siete brazos, debe tener forma de cruz latina, de modo que la cabecera esté dirigida hacia el muro oriental, ornado con una rosacruz entre otros símbolos del grado129 (Fig. 5). La función principal del banquete reside en convocar un sentido profundo, de naturaleza eminentemente espiritual, que insiste en el mensaje de redención y resurrección que caracteriza todo el ritual de iniciación del grado130.
Otros símbolos masónicos traspuestos al imaginario rosacruz
En ocasiones, determinados iconos básicos de la masonería azul serán de igual modo parte integrante de las decoraciones necesarias en la iniciación rosacruz -así, los encontramos a menudo en las joyas, espacios o tableros del grado- adquiriendo una significación renovada por el cambio de contexto: es el caso, entre otros, de la letra G y la estrella flamígera. Según Claude Guerillot131, en lo alto de la parte oriental de la primera estancia de iniciación rosacruz se dispone una cruz rodeada de una gloria y de una nube en la cual aparecen representadas siete cabezas de ángeles; sobre ella, como ya sabemos, está una rosa abierta y, en su centro, la grafía G. Más abajo se encuentra la también descrita combinación geométrica de triples cuadrados, círculos y triángulos, representación enigmática, recordemos, del monte Calvario sobre la que brilla la estrella flamígera con siete rayos y, en su centro, de nuevo la letra G.
Más allá de la significación genérica de aquellos elementos, se ha buscado la justificación de la presencia de los mismos -la letra G y la estrella flamígera- en este contexto preciso en su hipotética relación con el relato evangélico referente al nacimiento de Jesús en Belén, y en concreto a la presencia sobre aquella ciudad de la estrella flamígera procedente de Oriente, proclamación de la gloria del Mesías recién nacido, que la tradición cristiana también representa como estrella de cinco puntas132. De ello podría deducirse que la estrella flameante y la letra G que decoran aquellas logias fueron concebidas en el origen del grado como representaciones simbólicas de aquel nacimiento divino, para advertir a los hermanos acerca del carácter de espiritualidad cristiana que debía necesariamente presidir los trabajos133.
4. Conclusión
De las páginas anteriores podemos concluir que el sugerente apelativo “rosacruz” con que se invistió uno de los más célebres altos grados de la masonería del siglo xviii respondió a unas circunstancias que podemos tildar, cuando menos, de accidentales o arbitrarias. Muy poco -apenas el nombre y su emblema más representativo: la cruz con una rosa situada en el cruce de sus travesaños- es lo que los primeros “caballeros” rosacruces masones tomaron del ideario e iconografía de la supuesta fraternidad homónima que, fuertemente imbuida de hermetismo e implicaciones alquímicas, se consideraba deudora de la filosofía emanada de las ideas de Valentin Andreae y su círculo intelectual a inicios del siglo xvii. Y es que las supuestas conexiones tempranas que existieron entre aquella inasible sociedad secreta y las logias masónicas, sugeridas a partir del siglo xix con un propósito de incrementar la antigüedad, autoridad y gl»mouk de sus rituales, no pasan de ser meras especulaciones sin sustento documental. Podría alegarse, en efecto, que el movimiento rosacruz original comparte con la masonería una concepción esotérica de la religión, combinada con unas enseñanzas éticas y un marcado énfasis en el concepto de filantropía. Pero ambos movimientos se distancian de manera clara en cuanto a que los masones no muestran el mismo interés hacia la reforma de las artes y las ciencias134, la investigación científica o la profundización en disciplinas ocultistas como la alquimia o la magia, entre otras acusadas divergencias135.
En consecuencia, la masonería de las décadas centrales del setecientos adoptará de aquella enigmática fraternidad su denominación con el fin de dar lustre a uno de los entonces hitos culminantes del percurso masónico, en plena efervescencia y proliferación anárquica de unos altos grados con denominaciones a cuál más evocadora o exótica, pero sin apenas tener en cuenta las consideraciones conceptuales o filosóficas que la venían sustentando. Por el contrario, la atención de aquellos capítulos rosacruces fundacionales, empeñados, como sucediera también en otros grados similares, en mantener la esencia cristiana que consideraban originaria y legitimadora de su orden, se dirigía hacia otros ámbitos de moda en aquellos momentos, como la corriente pseudo- caballeresca del setecientos, inspirada en el halo romántico de los tiempos de las Cruzadas y en el legendario relativo a la orden del Temple. Tal fascinación por la esencia de lo supuestamente medieval sirvió de estímulo para la incorporación de componentes de procedencia heráldica, pero, sobre todo, de fuerte inspiración evangélica al amparo del marcado ascendente de religiosidad reformada que gravitaba sobre la masonería durante estas décadas. Tal concepto aparece así sintetizado en palabras de Jean-Pierre Bayard:
El grado de Caballero Rosacruz es una Orden caballeresca animada de un pensamiento espiritual intenso, capaz, más allá de los hechos de armas o de hazañas guerreras, de participar de una alquimia redentora. Esta asociación de las tres palabras, Caballero, rosa y Cruz nos conduce hacia la comprensión mística de la representación de la continuidad de la vida, hacia el valor de la reencarnación, por cuanto al secreto de la evolución se asocian los diversos estados del ser136.
Con ello se explica y justifica la naturaleza intensamente sagrada de los símbolos, atributos y rituales que hemos analizado en el presente trabajo, imaginario que, a pesar de las ocasionales “tentaciones” y “sugestiones” procedentes del hermetismo, fueron fruto del empeño por parte de sus adeptos de convertir el grado de la cruz y la rosa en auténtica exaltación y salvaguarda de los valores cristianos de la tradición masónica, generando unas imágenes y narrativas fuertemente ideologizadas que no tardarían en ser cuestionadas, como vimos, a consecuencia de la deriva laicista que una buena parte de la masonería experimentará a partir del siglo XIX.