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Káñina

On-line version ISSN 2215-2636Print version ISSN 0378-0473

Káñina vol.48 n.2 San Pedro de Montes de Oca May./Aug. 2024

http://dx.doi.org/10.15517/rk.v48i2.61461 

Reseña

Diálogos entre botánica y literatura: el caso de Verde bestiario. Microrrelatos vegetales (2023), de Rafael Ángel Herra

Dialogues between Botany and Literature: The case of Green bestiary. Vegetable micro-stories (2023), by Rafael Ángel Herra

Kimberly Huertas Arredondo1 
http://orcid.org/0000-0001-9020-2623

1Universidad de Costa Rica. San José, Costa Rica. Bachiller en la Enseñanza del Castellano y la Literatura. Estudiante avanzada del máster en Literatura Latinoamericana, Programa de Posgrado en Literatura. Estudiante del Bachillerato y Licenciatura en Archivística en la misma universidad. Correo electrónico: kimberly.huertas@ucr.ac.cr.

Resumen

En este trabajo se reseña el libro Verde bestiario. Microrrelatos vegetales (2023), de Rafael Ángel Herra. Primero, se muestra una síntesis sobre algunos de los elementos formales y discursivos que componen dicha obra. Luego, se ofrece un breve análisis de algunos de los microrrelatos de esta colección para señalar la suerte de convergencia y diálogo con el giro crítico de los estudios culturales acerca de las plantas, así como el pensamiento e inteligencia vegetal. Finalmente, se concluye que este libro contribuye a un renovado interés acerca de la literatura (ficcional) sobre las plantas y el «giro botánico», como respuesta a la necesidad de plantear nuevas narrativas que se atreven a propiciar espacios dialécticos y desafiar la «ceguera vegetal» (Wandersee y Schussler, 1999). Este panorama crítico nos permite defender que este libro es una de las formas no-antropocéntricas de textualización más evocativas, impactantes y conmovedoras que apuntan a revalorizar con frescura e ingenio el pensamiento y la sensibilidad no humana/vegetal, como proyección de la literatura no mimética latinoamericana contemporánea.

Palabras clave: literatura costarricense; diálogos; literatura latinoamericana; mundo vegetal; monstruos

Abstract

This paper reviews the book Green bestiary. Vegetable micro-stories (2023), by Rafael Ángel Herra. First, a synthesis of some of the formal, discursive and thematic elements that make up the work is presented. Then, a brief analysis of some of the micro-stories in this collection is offered to point out the kind of convergence and dialogue with the critical turn of cultural studies about plants, as well as plant thought and intelligence. Finally, it is concluded that this book contributes to a renewed interest in (fictional) literature about plants and the «botanical turn», as a response to the need for new narratives that dare to propitiate dialectical spaces and challenge «plant blindness» (Wandersee and Schussler, 1999). This critical overview allows us to defend that this book is one of the most suggestive, shocking and moving forms of non-anthropocentric textualization that aims to revalue with freshness and ingenuity the non-human/vegetable thought and sensibility, as a projection of contemporary Latin American non-mimetic literature.

Keywords: Costa Rican literature; dialogues; Latin American literature; plant world; monsters

El mundo vegetal constituye la mayor proporción ecosistémica no humana de nuestro planeta, porque las plantas predominan cuasi-totalmente en la biomasa terrestre (Mancuso y Viola, 2015; Ponce de León, 2023). A pesar de que la naturaleza-vegetal es fundamental para nuestra vitalidad y supervivencia, como para el resto de los ecosistemas no-humanos, paradójicamente, a las plantas no se les tomado la importancia que realmente merecen, mientras son «pensadas» desde una absoluta e inefable diferencia (Hallé, 2002; Marzec, 2020), dentro de las lógicas de la modernidad epistémica.

Esta «otredad vegetal» trae consigo un completo destierro y represión del mundo vegetal, mientras solo se les reconoce a través de su función mecanicistas como proveedoras de recursos y sus productos y, por consiguiente, como plácidas, simples decorados ornamentales, utilitarias e instrumentales para el placer humano. Al ver y notarlas desde este imaginario hegemónico, según Ponce de León (2023), basado en las ideas Aloi (2018) y Moore (2016), se imaginan como «ontológicamente separadas de nuestros mundos humanos y naturalizadas como objetos para ser explotados, consumidos o administrados» (p. 50). Esta problemática se sostiene porque «[...] medimos la existencia vegetal a partir de la vida animal» (Nascimento, 2023, p. 63) por nuestra arrogancia y necesidad de superioridad que tanto nos ha empujado a diferenciarnos y ocultar la herencia ancestral no humana de nuestro pasado evolutivo que nos precede.

Al hacerlo, la atención, reconocimiento y, por ende, la reconexión de lo humano con el reino vegetal ha sido puesto en su organicidad autótrofa en relación con el conocimiento vegetal y botánico; es decir, en su «función alimentaria para las especies animales o como fijadoras de dióxido de carbono y libertadoras de oxígeno» (Nascimento, 2023, p. 61). De esta incapacidad de reconocimiento y aceptación del importante rol ecológico, su sentido y valor existente, hoy en día todavía se identifican y sostienen una serie de prejuicios metafísicos que han reproducido y considerado esta forma de vida como seres aparentemente sésiles (carentes de movimiento), inertes, pasivos, vegetativos, puesto que «las plantas suelen narrarse en términos colectivos y neutrales, y su existencia se revela como culturalmente relevante en tanto esté en relación con el uso o consumo humano -bosques, paisajes, cultivos o agricultura-» (Ponce de León, 2023, p. 51).

Detrás dela ignorancia, olvido, violencia y marginalidad contra la vida de las plantas, dada su aparente ausencia de inteligencia racional y sensibilidad (agencia, comunicación, movilidad, inteligencia, etc.), se oculta sobre todo el imaginario cultural moderno que hay detrás de la violencia epistémica e invisibilización contra las plantas y que configuran lo que Wandersee y Schussler (1999) han denominado como «plant blindness» (p. 82) (ceguera vegetal),1 que aborda la incapacidad de ver, prestar la atención (pensar) el mundo vegetal por la preferencia y escogencia esencialista del mundo antropocéntrico y mundo zoocéntrico; así como la tendencia a inferiorizar su existencia frente a otras formas de vida no humanas; la incapacidad o falta de destrezas desde el ámbito científico-botánico para reconocer y distinguir sus verdaderas singularidades orgánicas.

Como respuesta a esta postura antropocéntrica y zoocentrista, dada la incesante necesidad y urgencia medioambiental, han aparecido o proliferado, dentro del marco crítico del giro no-humano en los estudios culturales, el auge de los estudios ecocríticos, la apropiación del pensamiento foucoultiano acerca de la biopolítica, los acercamientos teóricos de Deleuze y Guattari sobre el rizoma (metáfora vegetal), así como el apogeo de las investigaciones sobre las vidas precarias (animales). Asimismo, han surgido los saberes sobre la corporalidad y género, el ecofeminismo y el poshumanismo, entre otros, que han aportado no solo encuentros transversales e interdisciplinarios, sino también nuevas herramientas para repensar o redefinir las relaciones jerárquicas entre lo humano y el mundo más-que-humano, no animal.

En la actualidad reverberan prácticas significantes (literarias), productos culturales, proyectos botánicos, neurobiología, estética, instalaciones performáticas, exposiciones de artistas y colectivos, y estudios visuales relativos al arte contemporáneo, entre otros, en correspondencia con lo que a lo largo de las últimas dos décadas se ha venido desarrollando y que hoy se entiende como el «giro vegetal» (Cielemęcka y Szczygielska, 2019; Morilla, 2023; Lemos, 2020) en las ciencias sociales y humanidades, también apellidado algunas veces como «el giro botánico», los «estudios críticos sobre las plantas» y «el giro hacia la vida vegetal» (Ponce de León, 2023, p. 52) o bien una «vegetalization» (Lindqvist, 2017, p.4).

A partir de este giro hacia la botánica y la vida de las plantas, se apunta a un compromiso total hacia el reino vegetal, en procura de deconstruir la excepcionalidad de lo humano y su relación con sus otros más-que-humanos, (animal no-humano y con lo vegetal), como reconocimiento y revalorización del entrelazamiento íntimo de un pasado vegetal en la vida humana y derrocamiento de la superiodad humana que «limita las maneras de atender y cuidar de aquellas presencias que posibilitan la supervivencia colectiva ancestral» (Ponce de León, 2023, p. 51). A partir de un análisis del lenguaje de las plantas/expresión dentro de la investigación científica, filosófica y literaria, los pensadores del giro botánico toman en sus dialógicas propuestas las innovadoras premisas entre filósofos y expertos en botánica sobre el campo emergente del «pensamiento vegetal».

Este giro crítico hacia el mundo vegetal, como señala Ponce de León (2023), quien se alimenta de las nociones Lyons (2020), Hernández y Rueda (2020) y Rosa (2019), ha venido siendo parte importante inicialmente en el ámbito del norte global, extendiéndose a los estudios culturales de América Latina. Si bien es cierto que su apogeo es reciente, según Ponce de León (2013), bajo las premisas de Heffes (2013) y Wylie (2020), el pensamiento botánico no es una postura nueva, al ser una apuesta recurrente en el plano cultural hispanoamericano que transgrede barreras históricas y espacios geográficos. Se nutre de una tradición de larga envergadura con aportes de los estudios ecocríticos, el ensayo clásico de Jorge Marcone (1998) sobre Ciro Alegría, la «novela de la selva» y los estudios sobre el paisaje de Andermann (2018).

Destacan los estudios centrales The Language of Plants: Science, Philosophy, Literature (2017), de John Ryan y Patrícia Vieira (2017), Plant Kin: A Multispecies Ethnography in Indigenous Brazil (2019), de Theresa Miller; The Poetics of Plants in Spanish American Literature (2020), de Lesley Wylie. A ellos podemos añadir las valiosas investigaciones del filósofo brasileño Evando Nacimento, tanto literario como teórico con su propuesta ensayista «La literatura, las artes y las plantas: por un otro humanismo» (2019) y El pensamiento vegetal. La literatura y las plantas (2023), entre muchos otros.

Podemos rastrear y contextualizar este panorama crítico del giro botánico desde el ámbito literario, en donde un caso sobresaliente que demuestra el alcance y los contornos de estos debates en el corpus de la literatura latinoamericana contemporánea es Verde bestiario. Microrrelatos vegetales, publicado en 2023 en España (Esdrújula Ediciones), del destacado escritor costarricense Rafael Ángel Herra; se trata de un conjunto de microrrelatos que posee un diálogo y continuidad con las conversaciones de este giro botánico presentes en las propuestas académicas y literarias de pensadores como Evando Nascimento, Stefano Mancuso, Michael Marder, Emanuele Coccia, Karen Houle, Eduardo Kohn, Roberto Esposito, Lisa Blackmore, Gisela Heffes, Pinheiro Dias, Alejandro Ponce de León, Isabel Kranz, Patrícia Vieira, Joni Adamson, Catriona Sandilands, Erin James, Monica Gagliano, John Ryan, Patrick Blanc, Theresa Miller, Lesley Wylie; por citar unos cuantos críticos que han buscado imaginar y reconocer los vestigios no pensados de la interrelación e inmanencia de lo vegetal en la vida humana, desde una postura posmetafísica y posantropocéntrica.

Para avalar estas premisas introductorias, hay que recurrir, en primera instancia, a los elementos formales que acompañan al texto. De entrada, se trata de un libro que axiomáticamente se ocupa en su totalidad con y en medio por el pensamiento vegetal; no en vano el autor, como parte de su compromiso e implicaciones éticas y su vínculo solidario con las fuerzas vegetales, le dedica el texto a las plantas y sus partes: «A ellos, a las raíces» (p.10), otorgándoles una voz cultural y ecológica que bien podríamos vincular, metafóricamente, con la activa e incesante lucha por reivindicarlas y aceptar nuestra ancestral herencia con lo vegetal desde un mirar antropodescentralizado.

De hecho, en el exordio titulado «Monstruos y ternura», queda comprobado por completo la convergencia con el modo/saber que, según filósofos y científicos contemporáneos han abordado en las últimas décadas: la intencionalidad, inteligencia y comportamiento de las plantas. Se estable una relación atenta, respetuosa, comunicativa y amable con las ecologías vegetales, la cual activa y programa el sentido metaficcional, pues el narrador apela al lector o lectora a una concientización sobre las plantas, a prestarles atención y dignificar su ontología con «amor y ternura» para provocar nuevos encuentros sostenibles, percepciones epistemológicas contra el imaginario moderno de la «ceguera vegetal».:

Estos microrrelatos podrían sumar un compendio de monstruos y ternura. ¿Lo verás así, desocupado lector? Confío en tu benevolencia, pues las plantas no necesitamos a los monstruos, ni mucho menos a sus cofrades jardineros, que siempre andan con la podadora a cuestas. Los narradores tampoco nos salvan del infortunio: fuera de toda norma, se las arreglan para que cualquier bicho invada los huertos y nos convierta en verdes bestias. Quedas invitado a leer e imaginar, solo eso, y si quieres ayuda, no acudas a psilocibes ni a mandrágoras, ni a plantas carnívoras, no llames a nadie, excepto a la cicuta. En el fondo las plantas somos ingenuas porque dejamos que nuestras desventuras las cuenten otros. Si no me crees, no leas lo que sigue. (Herra, 2023, p. 13; el destacado es mío)

A este respecto, llama la atención desde los paratextos: el título y la sugerente ilustración de la portada del libro, a saber, la xilografía de una orquídea araña del artista costarricense Alberto Murillo, los cuales siembran la semilla del interés a los receptores del libro. A todo ello, esta obra está compuesta de 101 páginas, incluyendo, la presentación y el colofón: «El adiós de los narradores», en donde se teje una suerte de diálogo entorno al lenguaje vegetal dentro del saber científico, filosófico y literario que exige rehacer, reevaluar las estrechas taxonomías de la metafísica occidental. La obra está organizada en dos capítulos, en los cuales se tejen las sesenta y nueve narraciones brevísimas que permiten al lector identificarse con las «desventuras» por las que pasan los personajes botánicos que no aparecen como personajes menores, sino como principales.2

En la primera parte que vertebra la obra «Cuando la vida se cuenta de una manera» (pp.15-66), el autor costarricense aglutina la mayor cantidad de los microrrelatos, cincuenta de las sesenta y nueve que componen esta colección. En la segunda parte «Cuando las vidas se cuentan de varias maneras» (pp. 69-101), incluye otro tipo de microficciones en cuanto a estructura y extensión se trata, tal cual lo afirma la reconocida crítica argentina Rosalba Campra en la contraportada del texto, muchos de ellos están más cercanos a la «microdramaturgia» y, en algunos casos, al «poema en prosa». Este aspecto establece un problema genérico en relación con la definición del género literario al que pertenece la obra que aquí reseñamos. Según nuestra propuesta, son microrrelatos, aunque, no en su sentido estricto, como parte del estilo posmoderno, de hibridez experimental que caracteriza a cada uno de los textos que componen este texto.3

Hay que mencionar el gran repertorio de motivos vegetales que el libro ofrece. En total se hallan 350 referencias vegetales que permiten reconocer y aprender sobre un mundo vegetal diverso, constituido por órganos y partes de plantas, frutos comestibles, hortalizas y productos de origen vegetal; todas ellas de procedencias disímiles, algunas de ellas conocidas en la tradición botánica, por ejemplo, la cicuta, el loto, la vid, los narcisos, alcachofas, bellotas, trébol, lavanda; otras no son tan célebres en la literatura y las artes, tales como el tacaco, el aguacate, la yuca, el matapalo, la ortiga, la papaya, la guanábana, la piña, entre otros para reconocer, sentir, conocer, aprender, y reconectarnos con el «lenguaje botánico» que no han sido escuchado históricamente a lo largo de la metafísica occidental.

Lo anterior evidencia la rigurosa labor investigativa que realiza Herra, en procura de revalorizar el peso de la botánica en el ámbito académico/literario, perdido o despojado por la episteme antropocéntrica, porque, como asegura el filósofo Marder (2013), «if animals have suffered marginalization throughout the history of Western thought, then non-human, non-animal living beings, such as plants, have populated the margin of the margin, the zone of absolute obscurity undetectable on the radars of our conceptualities» (p. 2).

En cuanto a los modelos estructurales de esta colección de microrrelatos vegetales, estos se enmarcan en la tradición de los bestiarios. Sin embargo, no se trata de un manual sobre bestias/zoología fantástica, un manual taxonómico botánico, sino como su título lo anticipa, proyecta todo un bestiario que nos propone imaginarios alternos para aceptar la otredad vegetal constitutiva en la ontología humana a través de nuestra monstruosidad connatural. A esto deben agregarse que, con esta nueva producción narrativa, Herra consigue alejarse de los fantasmas o espectros realistas que han marcado gran parte del proyecto historiográfico de la literatura costarricense.

El autor ha desarrollado la presencia de formas de existencia no humanas (vivientes y no vivientes)4 en las dos publicaciones que componen esta trilogía o anteceden a su más reciente producción narrativa. Dicho esto, estamos ante una obra que consigue instalarse en variantes de lo maravilloso, a través de códigos propios de la literatura no mimética, el autor añade como peculiaridad a la hiperbolización y ampliación de la inteligencia y sensibilidad de las plantas y nuestra relación con estas.

Al representarlas, precisamente, como bestias, se difuminan las fronteras entre reinos, especies y géneros, a partir de la fusión de lo humano, animal no-humano y lo monstruoso, rasgos propios o constantes en sus procesos o ejercicios de escritura creativa. No por casualidad son «bestias botánicas», al prosopopeyizar formas de ser y actuar humanas; es decir, son plantas que imitan el comportamiento humano para alegorizar el pasado evolutivo no-humano/vegetal en la subjetividad humana y el «yo» monstruoso humano.5 Además, la construcción narrativa de los personajes nos señala otra cuestión que es la de evidenciar nuestro pasado más salvaje, irracional, reprimido.

Sin embargo, conviene advertir que el lector de Verde bestiario. Microrrelatos vegetales, se enfrentará a «verdes bestias» (p.13) sensibles que no figuran como monstrificaciones botánicas hórridas, a pesar de proyectar rasgos e intenciones ontológicas supuestamente connaturales de lo animal humano a motivos vegetales, no despiertan o crean un efecto estético que abrume, inquiete o perturbe a nivel intratextual (personajes, narradores) como extratextual (lectores), en tanto el público lector acepta con naturalidad esa proximidad e inmanencia entre la vida humana y vegetal.

Para lograr tal efecto estético, este autor, en su nueva producción de microrrelatos, despliega de manera magistral todo un rizoma de narradores, usualmente todos irónicos, como es de suponer dentro de las lógicas del microrrelato posmoderno, provenientes del reino vegetal que cuentan sus experiencias, ya sea como testigos o protagonistas de las historias, muchas de ellas tan irrisorias como humanas. El lector deberá estar muy atento para poder determinar si quien está hablando es el narrador, los personajes vegetales (ej. «El rosal trepador y la gardenia»). Según consideraciones propias, Herra hace uso de dichos elementos retóricos como isotopía de ruptura para desarticular aquellas «narrativas modernas que representan el silencio como la incapacidad expresiva de aquellos seres retóricamente carentes» (Ponce de León, 2023, pp. 55-56).

Rafal Ángel Herra se une a una extensa lista de escritores contemporáneos o no, de la talla de E. Viveiros de Castro, Reinaldo Soto Esquivel, Francis Ponge, Fernando Pessoa (heterónimo Alberto Caeiro), Clarice Lispector, Ana Martins Marques, Leonardo Fróes, Carlos Drummond, Guimarães Rosa, Eduardo Lizalde, Cecilia Meireles, João Cabral, Manuel Bandeira, Adelia Prado, Herberto Helde y otros que conceptualizaron el lenguaje botánico en algunos de sus textos literarios, desde una posición propia del giro botánico contemporáneo, aspecto que demuestra una vez más el compromiso y universalidad que desprende la producción literaria de este autor costarricense.

Mediante imágenes sumamente impactantes, conmovedoras y provocadoras, Herra atribuye a las flores y plantas en general rasgos que no poseen en la realidad aceptada convencionalmente, pues no pueden hablar y moverse en un sentido figurado, ya que la memoria, la comunicación, inteligencia, movilidad en las plantas se produce literalmente en sus órganos: hojas, tallos y el ápice de las raíces (Marder, 2014; Mancuso y Viola, 2015). Estas capacidades se amplían y, así, se hiperboliza nuestro estrecho vínculo con las plantas, mientras retoma el pensamiento y sensibilidad vegetal. Es interesante notar al respecto cómo las plantas que imagina Herra en sus narraciones, conversan y discuten entre toda su especie, exhiben su expresión vegetal con sus virtudes y defectos.

Y, al hacerlo, aporta una semilla a las discusiones sobre el retorno de las plantas en las humanidades y ciencias sociales, pues, como apunta Ponce de León (2023), los «participantes especulan, atienden, interrumpen y recomponen los enredos entre humanos y no-humanos a través de una amplia gama de prácticas las cuales van desde encuentros artísticos con subjetividades no-humanas» (p. 56).

A través de prosopeyizaciones y metáforas, los motivos vegetales se convierten en bestias capaces de sentir emociones: tenemos plantas tristes, envidiosas, angustiadas, orgullosas, egoístas, vanidosas, soñadoras, solitarias, existencialistas, entre otros, desde donde no solo se desprenden temas recurrentes en el proceso escritural de Herra, sino que entrelaza los comportamientos humanos a las plantas con nociones como la inteligencia, la sensibilidad y la memoria.

Desde las primeras instancias narrativas, podemos vislumbrar los intereses de Herra, quien recurre a figuras retóricas, entre ellos, las metáforas y personificaciones, la metaficción, la intertextualidad de tipo correspondencia y como fuerte de intencionalidad paródica, el humor negro, la ironía, tonos filosóficos -existencialistas, absurdistas-,6 que no podrían faltar en una narrativa tan experimental, rizomática, posmoderna, antropodescentrada (presencia de criaturas vegetales incategorizables) y su difícil clasificación genérico-literaria (hibridez), de uno de los escritores que más ha renovado el canon de la literatura costarricense.

Para establecer juegos con el lector con estrategias sugerentes y sentidas en busca difuminar y repensar los límites de la razón y la realidad narrada comúnmente bajo un mirar científico y humanista hegemónico para reposar en la incomodidad de la fantasía, con el propósito de deconstruir la episteme moderna heredada de la metafísica occidental. Sirvan como prueba el notable microrrelato «La dormilona», en donde este motivo vegetal nos muestra, mediante recursos como el humor, una visión radicalmente diferente en nuestra relación con lo vegetal, pues esta anhela que la acaricien, como una manera de atender y cuidar, de reconocer su importancia, de apreciar sus rasgos estéticos y biológicos: «[...] Soy sensible, me gusta el contacto físico. Quisiera sentir caricias a toda hora, hasta el fin de los tiempos, y gozar el paisaje, pero es imposible: cada vez que me tocan, me duermo» (Herra, 2023, p.32).

En este texto, es notable cómo Herra teje un discurso de niega el abismo y diferencia entre nosotros y las plantas, mediante sus capacidades sensitivas, entrelaza de forma exponencial las conductas humanas a los vegetales, dando lugar a una «división ontoepistémica entre lo botánico y lo humano se empieza a deshacer: lo humano no solo se hace un poco más planta, sino que las plantas también empiezan a definir lo que es humano» (Ponce de León, 2023, p. 60).

Desde el plano metaliterario tenemos notables ejemplos en los cuales el escritor costarricense utiliza elementos como la intertextualidad y la metaficción, en su vertiente irónica, humorística, paródica de algunas narrativas (históricas y literarias) clásicas que promueven una transgresión con la retórica ecofóbica, permitiendo criticar desde la materialidad misma de lo literario, la discursividad científica y los productos culturales. Por cuestiones didácticas me referiré a algunos ejemplos concretos que sobresalen en la colección, por ejemplos, el microrrelato «El manzano infeliz»:

El manzano está harto: ¿por qué tanta insistencia en asociar sus frutos con el pecado, con el mal, con la guerra. No es su culpa; es culpa de los mentirosos [...]. Engaños, lujuria, envenenamientos, destierros, muertes, exageraciones a cuenta de la manzana, que merece mejor suerte. ¿Cómo no protestar? (Herra, 2023, p. 53; el destacado es mío)

Este texto es un ejemplo directo de lo que podrá encontrar el lector a la hora de adentrarse en Verde bestiario. Microrrelatos vegetales. Por medio de una exaltación de la existencia vegetal, el autor apunta a sobresalir, entresacar a las plantas del fondo instrumental y decorativo al que habían sido relegadas en distintas tradiciones culturales, religión, mitología, el folclore (literarias y no narrativizantes previas), a modo de protesta (¿ecopolítica?) contra las imágenes sesgadas que reproducen, desde una retórica de la modernidad el «mito de superioridad» antropocéntrica en el que tradicionalmente se narran bajo parámetros modernos, racionalistas, logocéntricos y antropocéntricos. Por eso el manzano está cansado, infeliz, harto de las narraciones absurdas, sesgadas y prejuiciosas que se basan en la incapacidad del humano para distinguir su naturaleza vegetal y que salpican a las de todo su reino.

A través de nuevas lecturas o interpretaciones sobre las historias más legitimadas del mundo cultural por las cuales la «manzana» se convierte en la fruta del pecado, de la discordia, del mal, del engaño y en general atravesada por una carga simbólica negativa, Herra, con una intención, específicamente metaficcional (consciente/autorreferencial), genera una reflexión sobre su faceta estética para cuestionar el aparato artístico-poético de aquellas «prácticas ontoepistémicas que oscurecen o distorsionan la capacidad de la vida vegetal para expresarse en sus propios términos» (Ponce de León, 2023, p. 54). Por ejemplo, la literatura bucólica, pastoril, la novela romántica, inclusive, la literatura no mimética previa, en donde muchas veces la naturaleza relativa a las plantas son un objeto para el placer humano.

Para esto, acude a referencias intertextuales y las parodia -textos antiguos y modernos-apreciables en el mito edénico del Génesis, «Blanca nieves» de los hermanos Grimm, el mito griego de la manzana de la discordia en la Ilíada de Homero. De estos intertextos, Herra se vale de la «palabra ajena», según las ideas de Bajtín, a partir de imágenes sumamente provocadoras, desde un travestimiento cómico-burlesco -con evidentes tintes políticos, revolucionarios y ecológicos- para manifestar un cuestionamiento contra el trasfondo antropocéntrico con el cual se ha demeritado su ontología y procesos vitales, mereciendo otras representaciones con base en sus cualidades estéticas y biológicas. Así las cosas, a través de la revalorización y resignificación del mito y leyendas, Herra reivindica al mundo vegetal, en procura de subvertir las interpretaciones hacia este fruto en distintos imaginarios para provocar un cierto juego con el lector como concientización antropodecentrada o posantropocéntrica para «ayudarnos desarrollar actitudes más respetuosas, atentas y comunicativas hacia lo vegetal» (Morilla, 2023, p. 36).

Bajo este mismo enfoque ecológico aparece «La cicuta», en donde este motivo vegetal no está enterado de las historias desdeñosas e injurias que se cuentan sobre su naturaleza «venenosa», proyectando así su sentido metaficcional, irónico y humorístico con la muerte de Sócrates: «La cicuta tuvo la suerte de matar al más sabio de los hombres. Pero ella misma ignora este hecho de infamia universal, y ni siquiera sabe que es venenosa» (Herra, 2023, p. 17). Lo mismo sucede con «La yerba loca», en donde se reflexiona metaficcionalmente con la Odisea para cuestionar el discurso antropocentrista, desde la propia creación artística: «Mis detractores no podrían ser más perversos: incluso me atribuyen virtudes venenosas y me culpan de producir el brebaje malvado por el cual la maga Circe convirtió a los guerreros de Ulises en puercos» (Herra, 2023, p. 49; el destacado es mío).

Este y otros microrrelatos que vertebran el libro, como «El fin de todas las cosas» (p. 95) o «El adiós de los narradores» (p. 99), el lector podrá vislumbrar cómo Herra, muy sutilmente, hace uso artificios como la metaficción, la ironía y el humor para engendrar un semillero de signos que propician innovadores espacios dialécticos que nos exige considerar una deconstrucción ontológica y existencial de la «otredad botánica».

Incluso, este posicionamiento crítico se extiende hacia los sesgos cognitivos del propio mirar científico y humanista en su equívoca y esencialista clasificación taxonómica que las considera inferiores frente al espectro de lo animal: «Tolero las ofensas. Solo hieren mis sentimientos cuando me rebajan a la condición de planta común y sin rango; según ellos, y así lo andan machacando para herirme» (p. 49; el destacado es mío).

Este posicionamiento nos enfrenta, de nuevo, a algo que sobrevuela constantemente en el metarrelato de cada uno de los textos botánicos del libro: un giro en la forma de conocer antropocéntrica ante la ceguera de las humanidades y las ciencias experimentales en su incapacidad y desconocimiento hacia las plantas, dada la tendencia a subestimar o pasar por alto su sensibilidad e inteligencia, pues, tal y como lo indica el narrador-protagonista: «según ellos, me pavoneo con indumentaria hedionda y viscosa, hojas ciliadas e inflorescencia escorpioide; insisten en mencionar la garganta nervada de mis flores y las semillas reniformes» (Herra, 2023, p. 49).

Otro microrrelato que ejemplifica sutilmente esta premisa es «La sandía sin más», en la cual dicha fruta tropical, a modo de reclamo contra los ultrajes y violencias cometidas hacia su estirpe y reino, apela a los lectores, receptores y, por extensión, al imaginario moderno hegemónico antropocéntrico que suele verlas y narrarlas desde y por ellas; es decir, a partir de un completo desconocimiento, evocando representaciones sesgadas, falsas en torno a su ontología:

«Dicen que soy rastrera, que no puedo vivir de otra forma; pero callen mis detractores y sépanlo bien, tal y como corresponde a mi dignidad: no me arrastro por pusilánime, ni por humillarme ante las plantas erguidas» (Herra, 2023, p. 28; el destacado es mío).

En este texto, queda patente cómo el autor costarricense buscar derrocar, transgredir el imaginario y el mito de la «superioridad humana» y «excepcionalidad» relativo a la «ceguera vegetal» que tanto nos ha hecho creernos radicalmente distintos a lo no-humano. Hay una inmersión total del antropocentrismo: «Mi fruto apetecible obliga a quienes lo buscan arrodillarse ante mí» (p. 28). En esta personificación y su vertiente irónica y humorística, se cuestiona explícitamente los prejuicios metafísicos sobre las singularidades orgánicas (capacidades de la vida vegetal), tan frecuentes en la filosofía occidental, por pensadores antiguos como Aristóteles, Platón, Teofrasto y modernos, por citar a Hegel, Heidegger, Nietzsche, quienes le restaron importancia frente a lo animal humano (Hall, 2011; Marder, 2014, Nascimento, 2023).

Esto mismo sucede en «La ansiosa lavanda», donde el yo narrador, a través del cromatismo, el aroma y la morfología de las flores, ofrece una mirada radicalmente diferente entre el vínculo de lo humano y lo no-humano, en la que en muchas ocasiones la sonoridad de las imágenes vegetales y valores asignados hacia estos, celebra la existencia de esta, no se le resta valor a sus capacidades estéticas y biológicas, llegando incluso a proponer una estética sensitiva y saber «apologético»: «No hay color más bello que las lavandas florecidas sobre las colinas. Su perfume ennoblece el paisaje y la brisa se solaza difundiéndolo entre los azules del cielo» (Herra, 2023, p. 58).

En este microrrelato, por tanto, se enaltece la vida de las plantas, a modo de protesta contra el imaginario hegemónico humanista y transgresión de lo que hoy el reconocido teórico ecocrítico Simon Estok (2009) cataloga como la «Ecofobia», con la que hemos hecho todo lo posible por ignorarlas y violentarlas desde una óptica antropocéntrica y zoocéntrica. Véase las últimas instancias narrativas de dicho texto: «Como la felicidad nunca es perfecta, las plantas mendigan la inmortalidad, pero nadie las escucha, ni los dioses, ni el perro que anda merodeando por ahí» (p. 58).

En microrrelatos como «La ruina del limonero», «El espárrago quejoso», «Los frutos del frambueso», también resaltan las conversaciones ecológicas más urgentes sobre las consecuencias de la desconexión radical hacia las plantas; es decir, acerca de los efectos de las monstruosidades que la vida vegetal está padeciendo en el Antropoceno. En ellos, las plantas son víctimas de los hongos, quienes devoran la savia, de las tijeras del hortelano, de los insectos malogrando los frutos, de la podadora del jardinero. Una muestra explícita de esto se da de igual manera en «El sacrificado roble», en cuyo caso este motivo dendrológico es violentado por el hacha del leñador: «Soy especie valiosa, lo sé [...]. Pero no soy feliz, insisto en ello con toda sinceridad, lo repito: no puedo ocultar mi desdicha. Bien sé que tarde o temprano caeré bajo el hacha» (Herra, 2023, p.48).

Desde esta perspectiva, se puede considerar, como conclusión de este escrito que Verde bestiario. Microrrelatos vegetales es una magistral contribución, (desde lo literario y lo académico) a los debates amplios de los estudios culturales desde el giro vegetal latinoamericano, en sintonía con lo que filósofos y botánicos han denominado el «pensamiento botánico», lo cual tiene total relevancia en pleno siglo XXI, teniendo en cuenta el contexto de producción y que la actividad antropogénica está provocando una inefable destrucción de los ecosistemas nunca antes vista.

Como tal, a nivel estético-literario, esta nueva producción de microrrelatos de Rafael Ángel Herra, propone repensar desde las prácticas artísticas y el pensamiento ambiental, los paradigmas de la tradición metafísica occidental y comunicación simbólica (la semiótica), a partir de la conceptualización de otras formas de lenguaje.

Por tanto, toda la colección de microrrelatos entreteje una retórica de imágenes que sobrepasa las narraciones ontoepistémicas, al obligarnos a descolonizar el sentido logocéntrico y humanista, en cuanto problematizan la vida vegetal para aprender a tomar conciencia o escucha sobre la expresión no humana y, de paso, reconectarnos «con la inteligencia y la expresividad de las plantas más allá de sus codificaciones convencionales en las taxonomías científicas y las artes decorativas para ver, sentir, saber, y reconectar con las fuerzas botánicas y fomentar mundos habitables» (Blackmore y Heffes, 2023, p. 20).

Este libro es una de las formas no-antropocéntricas de textualización latinoamericana más impactantes y conmovedoras que apunta a revalorizar con frescura e inteligencia, el conocimiento y la sensibilidad no-humana, como proyección textual no mimética, en procura no solo de romper con el marco genérico-literario aceptado en la convención literaria oficial, sino demostrar la trascendencia y los contornos de la literatura ficcional para abrir nuevas hipótesis y evocativas premisas que descentran la figura de lo humano y sacar del destierro simbólico y cultural al mundo de las plantas.

Del dialógico proceso entre lo vegetal y lo literario de las narraciones brevísimas arriba descritas y de las demás que componente el libro, podría decirse que se intenta ver, prestar atención (pensar y reflexionar) sobre la vida vegetal, a modo de escucha de lo que las plantas tienen que decir, expresar sobre sí mismas. Con ello, el autor costarricense, consigue unirse de forma epigonal y renovadora a una extensa producción literaria interesada en dialogar con la tradición botánica, a partir de una propuesta posmetafísica que cultiva el amor y respeto hacia lo vegetal.

De modo que los lectores y lectoras de este texto hallarán un complejo universo botánico que plantea numerosas interrogantes sobre las maneras de conceptualizar la diferencia y las premisas con las que comúnmente explicamos las fronteras entre especies, géneros y reinos entre lo no humano/animal humano.

Por lo cual podrán apreciar un renovado interés acerca de la «escritura botánica pensante», con la crítica ecológica que el autor realiza, como respuesta a la necesidad de plantear nuevas narrativas experimentales, posmodernas con epistemologías emergentes que cuenten «la vida de las plantas de una manera o muchas maneras». Porque hasta hoy no teníamos a ningún escritor hispanoamericano que les diera voz o narrara aquello que la vegetación tiene que decir de sí misma para romper con la cacareada ingenuidad con la que «otros» cuentan las desventuras por las que pasan las plantas.

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1 Para ampliar más esta temática, véase Wandersee y Schussler (1999) y Morilla (2023).

2Conviene señalar que en una que otra narración del libro aparecen las plantas junto con los animales como protagonistas, aspecto que permite reafirmar aún más la justificación del mismo como uno de los textos más explícitos y maravillosos en lo concerniente a la literatura no-antropocéntrica, pues si bien predominan las especies vegetales como protagónicas, estas se interrelacionan con otros que carecen de palabra, ejemplo, «Las flores más bellas del bosque» (p. 18); con la presencia de arañas y en «El naranjo triste» con hongos y musgos, igual que en «La planta rastrera y los hongos» (p 42), «El fin de todas las cosas» (p.95), entre otros que mezclan la vida vegetal y animal no-humana.

3Son prueba de esto «Labios de puta» (p. 21), «La yerba loca» (p. 49); «El manzano infeliz» (p. 53), «La espina y la gota» (p. 64), «Grandes virtudes» (p. 71), «La miel no siempre es dulce» (p. 72), por citar solo algunos.

4Con este nuevo libro, el autor costarricense culmina con una trilogía de microrrelatos que condensa, de manera magistral tres formas de existencia: animal, vegetal, pues no solo se limita a formas de vida, sino que incluye cosas u objetos inanimados, proponiendo nuevos imaginarios alternativos al mundo de lo animal/humano con la fábula La divina chusma (2011) (con actantes protagónicos provenientes de lo animal no-humano) y Artefactos (2016), cuya presencia sobresale por el reino de los utensilios), muy al estilo de la poética sensitiva de la escritora brasileña Clarice Lispector.

5Muy acorde con sus intereses particulares, en especial con su teoría sobre la monstruosidad, recuérdese su canónica teoría Lo monstruoso y lo bello (1988) y más actualmente Monstruo y autoengaño o cuando el mal se documenta a sí mismo (2023) en Radiografías de la monstruosidad insólita en la narrativa hispánica (1980-2022), coordinado por Natalia Álvarez Méndez (Iberoamericana Vervuert).

6Son prueba de esto «Tres tristes tréboles» (p.85), «Los suspiros del loto» (p. 19), el «El repollo pesimista» (p. 93).

Recibido: 02 de Octubre de 2023; Aprobado: 10 de Abril de 2024

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