Introducción
Una de las obras emblemáticas de ciencias sociales del siglo XX, El escape de la libertad, de Erich Fromm, ha alcanzado los 80 años de existencia. A propósito de su indiscutible actualidad y pertinencia histórica, con estas reflexiones se persigue resaltar, con el contexto centroamericano y salvadoreño como telón de fondo, distintos aspectos vigentes de la obra del pensador alemán, especialmente una de las concreciones principales que toma dicho escape de la libertad en la actualidad: el autoritarismo, la sumisión al líder.
Erich Fromm (Frankfurt, 1900 - Muralto, 1980) es una reconocida figura del psicoanálisis y del pensamiento humanista asociada, a su vez, con la conocida Escuela de Frankfurt. Su obra total destaca por su crítica a los grilletes psicológicos, relacionales y sociales que frenan el desarrollo de las potencialidades humanas y por su perspectiva cultural-estructural de los fenómenos psicosociales. De ahí su afinidad con la perspectiva marxista y su visión crítica del capitalismo, así como su distancia con el psicoanálisis ortodoxo con sus claves interpretativas pesimistas y confinadas al mundo psicosexual biologista o intrapsíquico. El escape de la libertad constituye la obra de referencia más citada para fundamentar el estudio de las dictaduras desde un punto de vista psicológico2.
En El escape de la libertad, Fromm recurre a una perspectiva dialéctica para comprender la estructura social (capitalista, moderna) y las disposiciones psicológicas del individuo que se concretan en el «carácter social», algo así como la cristalización en el individuo de las fuerzas y estructuras sociales que, a su vez, contribuyen con la perpetuación de estas. No obstante, Fromm, reñido con determinismos de todo signo, apuesta por la capacidad creadora y transformadora del ser humano para incidir en el devenir social que de otra manera parecería inexorable.
Sin embargo, el progresivo paso de sociedades más simples y tradicionales a sociedades capitalistas modernas no habría traído consigo mayor libertad ni la afirmación de las potencialidades humanas. En cambio, la sociedad actual, justamente porque abre amplias, pero inciertas posibilidades, encuentra personas arrancadas de vínculos significativos, aisladas y temerosas que harán lo que sea para recuperar la sensación de seguridad perdida, incapaces de lidiar con ese miedo a ser libres, a saberse responsables de la propia existencia.
Para Fromm, la libertad es ambigua porque actualiza la tensión entre el desamparo y la necesidad de progresar y afirmar la propia individualidad. De ahí la identificación de la «libertad de» (libertad negativa) y la «libertad para» (libertad positiva). Rotas las ataduras de (convenciones, supersticiones, ignorancia…) se abrirían las posibilidades para ser, para «unirse al mundo en la espontaneidad del amor y del trabajo creador». Pero si estas tareas existenciales atemorizan al individuo como para hacerse cargo de ellas, es probable «buscar alguna forma de seguridad que acuda a vínculos tales que destruirán su libertad y la integridad de su yo individual»3. Los vínculos destructores se refieren a formas de aniquilación mutua, de alienación y, sobre todo, de sumisión a un líder, una suerte de padre protector que se erige como salvador ante el desamparo y el desconcierto de unos infantilizados hijos-ciudadanos.
Por si hubiera que aclararlo, a Fromm -y a la perspectiva psicosocial en general- le interesa especialmente el autoritarismo en tanto que régimen de acción (disposiciones, actitudes, repertorios vinculares y comportamentales), antes que como régimen político (andamiaje institucional y procedimental). Este énfasis, no obstante, como ha sido mencionado, no hace perder de vista al humanista alemán la relevancia de la sociedad, la cultura, el fascismo o la democracia misma. De hecho, los análisis contemporáneos propios de la psicología social y política se caracterizan por su decidida atención a la circunstancia de sentido que propicia el aparecimiento de actitudes autoritarias en una sociedad particular4.
Mecanismos de evasión
El capítulo V de la obra se titula «Mecanismos de evasión»5y, como su nombre sugiere, este expone un conjunto de procesos y estrategias inefectivas o engañosas para enfrentar el desamparo, la soledad y la responsabilidad de la existencia. Fromm identifica tres: el autoritarismo, la destructividad y la conformidad automática. Cada una de ellas encuentra ecos en el presente, pero, dado el interés particular que el libro tiene -al igual que estas reflexiones- sobre el fenómeno del fascismo, la democracia y la sumisión al líder, cabe solo referirse brevemente a la destructividad y la conformidad antes de conceder más espacio al autoritarismo y a su manifestación contemporánea.
La destructividad para Fromm conlleva la destrucción del objeto (cosas, personas) y no una relación, ni siquiera de corte simbiótico o patológico6, como ocurre con el autoritarismo. En la tesitura entre la «libertad de» y la «libertad para», la destructividad supone un déficit de «libertad de» mientras que la «libertada para» se vuelve inalcanzable. Dicho de otra manera, la destructividad para Fromm surge de la carencia -la exclusión, el desamparo, la precariedad- e imposibilita el desarrollo personal. Cabe vincular esta interpretación de la destructividad con la situación actual de violencia y inseguridad de países como los de Centroamérica, fenómenos resultantes de condiciones históricas de carestía y abandono del Estado. Las sociedades centroamericanas, especialmente las de la parte norte del istmo, se caracterizan por cercenar los proyectos vitales de las grandes mayorías, instigan la hostilidad y la violencia y, con ello, como confirman sondeos de opinión recientes7 -dando razón a las reflexiones seminales de Fromm-, vuelven atractiva la opción de un líder autoritario que prometa traer «orden».
La conformidad automática, por su parte, trae a la memoria al brillante Chaplin de la película Tiempos modernos, desquiciado por el ritmo repetitivo y frenético de la producción fabril. La sociedad capitalista habría convertido a la persona en un engranaje más de fuerzas económicas avasallantes, cuestión que resuena especialmente ahora en tiempos de globalización neoliberal y flexibilización laboral. No obstante, Fromm también sugiere el talante autómata del individuo que asume pasivamente las pautas culturales dominantes y deviene en una réplica de los otros desde su infancia (i.e., socialización). Esto parece verificarse con especial facilidad hoy en tiempos de existencia digitalizada. No es difícil constatar una suerte de producción en serie incesante ante la necesidad de figurar, pertenecer y contrarrestar el aislamiento de una vida que, comparada con el ostentoso simulacro edulcorado que se despliega en internet, se experimenta como devaluada e insignificante8.
Autoritarismo
De acuerdo con Fromm, «las principales formas colectivas de evasión en nuestra época están representadas por la sumisión a un “líder'', tal como ocurrió en los países fascistas, y el conformismo compulsivo automático que prevalece en nuestras democracias»9. Claro, las claves explicativas que Fromm emplea -como no podría ser de otra manera- son de corte psicoanalítico. Así, el autoritarismo resulta explicado como el sometimiento o la dependencia del yo a algo o a alguien. Asimismo, como un vínculo parasitario, simbiótico, de corte sadomasoquista, entre el líder y los seguidores, en cuya manifestación el primero «ama» a los otros en cuanto que objetos de dominio y los segundos «aman» al dirigente porque les libra de decidir, de responsabilizarse (del propio yo) y de tener que encontrar sentido a la existencia.
Fromm reconoce que hablar de «sadomasoquismo» connota «perversión» y «neurosis», es decir, manifestaciones clínicas o patológicas. Por ello, más bien enfatiza la existencia de un «carácter autoritario»: «la estructura de la personalidad que constituyó la base humana del fascismo»10. Es decir, la estructura psicosocial básica de personas normales proclives a someterse a autoridades establecidas que a su vez aspiran a someter a otros. Este carácter autoritario se vería especialmente fortalecido por procesos de «autoridad anónima» -de «normalidad», acota Fromm-, cuya influencia invisible esquiva toda sospecha y atisbos de resistencia. El «carácter autoritario» se caracterizaría por una peculiar «actitud hacia el poder»11: el individuo autoritario se ve fascinado por el poder, por obedecerlo, pero también por ejercerlo -incluso por medios violentos12- contra aquellas personas que se consideran contrarias o carecen de él. Así, para Fromm, el carácter autoritario expresa una suerte de determinismo ante el destino, la creencia en circunstancias que escapan al control personal y, por tanto, considera que la virtud o la felicidad se cifran en la sumisión a tales fuerzas, a las que con frecuencia se llega a atribuir propiedades metafísicas o mágicas.
Mucha de la terminología psicosexual o la misma noción de «carácter autoritario», empleados por Fromm, han caído en desuso o resultan anecdóticas en trabajos contemporáneos13. No obstante, el mensaje esencial, así como la evolución teórica y la evidencia empírica producida desde enfoques psicosociales y políticos durante más de medio siglo, respaldan la vigencia de la tesis básica sobre el autoritarismo propuesto en El escape de la libertad (por no hablar de la destructividad y el conformismo como procesos complementarios y paralelos). En la actualidad, el autoritarismo puede ser comprendido, más allá de matices conceptuales y operacionales entre autores, como una cosmovisión que se adhiere, aprecia y promueve la uniformidad, la intolerancia y la obediencia por encima de la diversidad, la inclusión y la autonomía14.
La relevancia del autoritarismo en las sociedades actuales es aún mayor al considerar que se trata de una tendencia global exacerbada por la pandemia15, de la que no escapan países latinoamericanos, incluido el istmo centroamericano, como lo confirma hoy de manera especial el caso salvadoreño16. De hecho, en El Salvador actual mucho del impulso «evasionista» o escapista explicado por Fromm toma forma. El Salvador constituye una sociedad históricamente caracterizada por su punitividad y su favorabilidad hacia alternativas antidemocráticas ante la persistencia de la violencia, por su conformidad autómata (i.e., convencionalismo, verticalismo, resignación religiosa, militarismo) y, en general, por anhelar la llegada al poder de líderes fuertes17.
Por ejemplo, en El Salvador, entre 2004 y 2016, el apoyo popular a un líder fuerte que no tenga que ser elegido pasó de 6 % a 27 %18. Una encuesta con habitantes de la capital, tras un año y medio de gobierno de Bukele19, encontró que 63.9 % de los capitalinos concordaban en algún grado con que la situación de emergencia sanitaria justificaba que las autoridades hicieran uso severo de la fuerza contra quienes contravinieran al gobierno. En esta misma encuesta, 70.2 % de participantes convenía con que el país funciona mejor con autoridades fuertes y 61.5 % se mostró favorable con que las autoridades gobiernen con mano dura. Estos datos son aún más significativos si se considera que San Salvador constituye la región con más alto desarrollo nacional y que casi 8 de cada 10 personas encuestadas (78.3 %) contaban con estudios de bachillerato, técnicos o universitarios20. Otro sondeo nacional reciente confirmó que 55.6 % de los habitantes del país, de 18 o más años, consideran «bueno» o «muy bueno» contar con «un líder fuerte que no obedezca las leyes»21.
La actualidad salvadoreña da razón a las ideas de Fromm mientras ofrece pistas confirmatorias de la vigencia contemporánea de esa cara renovada del autoritarismo: el populismo. En otras palabras, se podría decir que ese líder fascista o autoritario del que Fromm hablaba hace ya 80 años, y al que se sometían las masas como una forma de escapar de su libertad, hoy responde al perfil de un líder populista. Esos que promueven cultos a su personalidad, son ideológicamente camaleónicos y se arrogan la voz del pueblo de forma histriónica, rupturista y enfrentada a enemigos convenientemente creados22. Para Todorov, el principal rasgo formal del discurso populista es la demagogia, esto es, la capacidad de «identificar las preocupaciones de mucha gente y, para aliviarla, proponer soluciones fáciles de entender, pero imposibles de aplicar»23. Precisamente, la realidad actual de El Salvador invita a pensar que todo es mentira porque todo aparenta ser -repentina, conveniente e infundadamente- demasiado bueno para ser verdad.
Reflexiones finales
Como lo comprueba el caso salvadoreño, cabe al menos resaltar dos mensajes fundamentales detenidos en el tiempo en el libro de Fromm: primero, la necesidad de cultivar una actitud vigilante y crítica sobre los procesos que socavan la libertad y las potencialidades humanas (como la violencia y la alienación en todas sus formas y ámbitos). En segundo lugar, evitar que el fulgor enceguecedor del líder -su atractivo, popularidad, demagogia, su narrativa siempre triunfalista-, impida develar los procesos de fondo que instigan la sumisión colectiva a su figura, con los riesgos que ello entraña para que una democracia devenga en un régimen fascistoide o decididamente autocrático.
Las claves actuales para explicar el auge de gobiernos autoritarios o populistas son predominantemente politológicas (e.g., autocratización, vulneración de la separación de poderes, riesgos de la reelección presidencial, erosión de la institucionalidad democrática). Estas llevan razón, pero solo explican una parte de la ecuación autoritaria contemporánea. El autoritarismo no puede ser comprendido sin atender los resortes psicosociales y socioculturales que, fraguados a fuego lento en el horno de la historia de cada circunstancia particular, propician el surgimiento de ese «carácter social», en palabras de Fromm, o de esas disposiciones o actitudes autoritarias, para aludir a los términos de la literatura al uso.
Justamente, en El Salvador, como podría ocurrir actual o eventualmente en sociedades con características similares, un régimen híbrido está dando paso a un régimen político abiertamente autoritario. Y esto, que sin duda responde a deficiencias inherentes a la evolución del régimen político, igualmente responde a la existencia de un no menos añejo sustrato psicosocial autoritario24 sin el que aquel difícilmente podría haber prosperado. Comprender el autoritarismo y el escape de la libertad contemporáneos no se puede reducir a comprobar -«arriba»- las fallas de un sistema. Pasa por considerar el papel que -«abajo»- juegan dinámicas sociales complejas: las deficiencias de la socialización política democrática; la baja ilustración y formación académica de las mayorías; el convencionalismo; el moralismo religioso; la provinciana intolerancia; el aprecio por el verticalismo y el uso de la fuerza en las relaciones cotidianas (e.g., castigo físico en la infancia, agresividad, punitividad penal) o el estado de emergencia vital de buena parte de la población padece y que, en suma, invitan a confiar en promesas de solución aún a costa de comprometer la libertad (y la institucionalidad, los derechos humanos o el aislamiento internacional)25. Después de todo, ni el líder ni la sumisión aparecen de la nada: aquel proviene de esa misma muchedumbre que luego vitorea a uno de los suyos.
En algunos sitios de las Américas (Chile, Honduras, Colombia, Brasil), el péndulo político oscila ahora hacia la izquierda. Esta circunstancia podría debilitar la actual tendencia del populismo de derechas que, según Chaguaceda y Camero, encuentra su base en el divorcio de la derecha respecto a sus convicciones liberales y en «la apelación a la legitimidad electoral contra las instituciones liberales “no electas'', que garantizan la vigencia del Estado de Derecho»26. En otras palabras, la utilización de vías legales -procesos electorales limpios- para luego instituir ilegalidad al interior de la democracia. Justamente el caldo de cultivo de los procesos de autocratización. No obstante, no se puede olvidar que, precisamente, la maleza de autoritarismo y de desencanto que sufren las democracias contemporáneas se ve propiciada, en buena medida, gracias al terreno abonado por la pusilanimidad moral e ideológica, la incompetencia y la desilusión generada por la izquierda27 en la década pasada28.
Bien entendido, Fromm no negaría la importancia del régimen democrático, ni las disposiciones autoritarias de la población ni la relevancia del signo político del partido en el poder. Sin embargo, al final, como no podría ser de otra manera, el pensador alemán invitaría a considerar la importancia de la dignidad de la persona, pues la base del surgimiento del fascismo reside en «la insignificancia e impotencia del individuo»29. Citando en extenso al pensador alemán (comillas y cursivas en el original):
Si nos limitamos a considerar solamente las necesidades económicas, en lo que respecta a las personas “normales'', si no alcanzamos a ver el sufrimiento del individuo automatizado, entonces no nos habremos dado cuenta del peligro que amenaza a nuestra cultura desde su base humana: la disposición a aceptar cualquier ideología o cualquier “líder'', siempre que prometan una excitación emocional y sean capaces de ofrecer una estructura política, y aquellos símbolos que aparentemente dan significado y orden a la vida del individuo. La desesperación del autómata humano es un suelo fértil para los propósitos políticos del fascismo.30
El desconcierto de muchos entre propuestas (aparentemente) de izquierda, de derecha o de lo que haga falta aparentar, o su mayor o menor preferencia por un régimen más o menos democrático o su tribalismo y estrechez de mente, constituyen respuestas ante la humillación, la incertidumbre, la infelicidad o el miedo. Las sociedades que fallan en garantizar el respeto básico, la realización del individuo o, en una frase, condiciones reales de ciudadanía (i.e., derechos, deberes, inclusión, protección y vigencia efectiva del Estado de derecho), lejos de cultivar una vocación democrática entre sus miembros, cultivan en ellas una vocación de siervos amedrentados en permanente búsqueda de brújula existencial y resguardo. Ochenta años después, todavía, El escape de la libertad constituye una alarma histórica en forma de libro, cuyas páginas conviene siempre revisitar con la esperanza de que algún día ya no se llegue tan tarde a sus advertencias y más bien se logre alcanzar algunas de sus aspiraciones democráticas y humanistas.
Formato de citación según APA
Orellana, C. I. (2022). El escape de la libertad, de Erich Fromm: 80 años de advertencia sobre la amenaza autoritaria. Revista Espiga, 22(45).
Formato de citación según Chicago-Deusto
Orellana, Carlos Iván. «El escape de la libertad, de Erich Fromm: 80 años de advertencia sobre la amenaza autoritaria». Revista Espiga 22, n.º 45 (enero-junio, 2022).