Palabras introductorias
El propósito de este ensayo es argumentar la relación que existe entre la industria cárnica y la desigualdad. En un mundo cada vez más asimétrico, don-de muchísimas personas tienen poco y muy pocas tienen muchísimo, es pertinente abrir y ampliar el debate en torno a este tema, relacionado con un hábito cotidiano e interiorizado como normal por la humanidad, como lo es el consumo de cualquier tipo de carne de animal no humano, que, para efectos de este texto, se documenta con datos de la industria bovina. Tres son las partes que constituyen el cuerpo del escrito: I. «Rota la igualdad, nació el desorden», II. «Matadero con paredes de cristal» y III. «¿Quién mató a Chico Mendes?»
Rota la igualdad, nació el desorden
En 2016, los mass media dan a conocer que 26 personas en el mundo acumulan una riqueza equivalente a la de 3800 millones de personas. Según Noticias ONU (2019), Oxfam es la fuente de este desigual dato. Esta situación puede merecer un extenso tratado de economía política o de historia política; a la vez, para efectos de este ensayo, un breve repaso, en diez párrafos de este primer apartado, de lo que en 1755 Jean Jacob Rousseau plasma en su Discurso sobre la desigualdad.
El siglo XVIII es la época en la cual vive Rousseau. Un periodo clave cuando la Ilustración ebulle en la Europa preindustrial. La idea de la igualdad social aparece como relato en las conversaciones de café y en los textos que los ilustrados comienzan a difundir. Es esa la utopía que ilusiona al pensador de Ginebra, quien teoriza profundamente al respecto. ¿Cuál es el origen de la sociedad injusta? Rousseau tenía una hipótesis que le parecía evidente: «(…) el hombre nace bueno, porque la naturaleza humana individual es buena, pero luego las instituciones sociales se degeneran y corrompen por obra de los hombres» (itálicas del original) (Darós 2006).
En el momento que Rousseau publica su texto fundacional, el Nuevo Mundo tenía casi tres siglos de haber sido «descubierto», o, entendido de otra forma, invadido por las potencias europeas. Para entonces, en el continente europeo circulaban textos que referenciaban la vida de los «salvajes» que habitaban las ricas y extensas tierras americanas, escritos que Rousseau leía con sumo interés y convencido de que estos seres vivían en armonía con su entorno natural. También, Darós (2006) afirma que conocía muy de cerca el sufrimiento de los desvencijados campesinos de la Francia rural. Su obsesión era comprender la naturaleza del humano. Es esta idea fija la que lo lleva a darle forma a un punto central de su pensamiento:
El hombre primitivo poseía pasiones buenas como el amor de sí (l'amour de soi) y la conmiseración. De este modo mantenía su individualidad sin dañar a los demás: pero al crearse una interdependencia entre los hombres, y surgir la sociedad, el amor de sí se convirtió en amor propio, naciendo la avaricia, la ambición. He aquí en qué sentido el origen del mal es social: el hombre ya no pudo satisfacerse sino dañando a los demás (ne cherche plus à se satisfaire par nôtre bien, mais seulement par le mal d'autrui). La riqueza de uno comenzó a provenir de la pobreza del otro. Disminuyó la compasión natural y se acrecentaron los sentimientos hostiles (Darós 2006).
Se repite esta frase que resulta neural: «La riqueza de uno comenzó a provenir de la pobreza del otro». Dicho con otras palabras: detrás de toda gran riqueza, hay mucha pobreza; o más llanamente: un rico deja, como estela, a millones de personas en la pobreza.
Darós (2006) expone que, en su largo devenir evolutivo, el homo sapiens encuentra en la vida pastoril una sociedad ideal: no había títulos de propiedad, entre grupos nómadas practican el trueque y llegan a tener un perfecto equilibrio con el medio natural. Mas la agricultura hace el quiebre y un adjetivo posesivo nuevo comienza a utilizarse: «Esto es mío». Darós (2006) lo reduce así: «Antes de este hecho, la tierra no era de nadie y los frutos pertenecían a todos. Los hombres construyeron viviendas (…)». La posesión primero, y luego la acumulación, originan la desigualdad entre esas personas ancestrales, que, miles de años después, persiste exponencialmente al momento de escribir este ensayo.
Rousseau distingue dos clases de desigualdades: la natural y la moral o política (Darós 2006). En esta segunda surge el humano socializado, muy distante al natural. Fue el final de la sociedad ideal de la vida pastoril y el germen de la sociedad injusta
(…) que proporcionó nuevas trabas al débil y nuevas fuer-zas al rico, destruyó la libertad natural y estableció para siempre, como si fuese un progreso civil, la ley de propiedad y desigualdad. La sociedad injusta nació del engaño de los desposeídos y fortaleció las diferencias existentes generando la desigualdad social y política. De hecho, las leyes resultaron útiles solo a los que poseían y dañinas a los que nada poseían.
«Rota la igualdad, nació el desorden» (Darós 2006). Ese caos se manifiesta en: las monarquías feudales de «origen divino» en la Europa occidental duran-te la Edad Media, las transnacionales -al estilo de la Standard Oil de John Rockefeller- en el siglo XIX, o los cinco gigantes tecnológicos en el XXI. Quien más tiene, quien menos tiene. Quien más gana, quien más pierde. La perenne lucha de clases. Para Darós (2006) «surgió el derecho del más fuerte y del primer ocupante, que dio lugar al estado de guerra y que no pudo volver sobre sus pasos».
Una realidad que ilustra esa ruptura de la igualdad es lo que indica Pogge: Los países de altos ingresos, con 955 millones de ciudadanos, en cambio, tienen alrededor del 81 por ciento del producto global (World Poverty and Human Rights 2005). Este dato complementa lo expuesto al inicio: 26 personas en el mundo acumulan una riqueza equivalente a la de 3800 millones.
Matadero con paredes de cristal
En un nivel básico, según el diccionario de la RAE, la desigualdad es la cualidad de desigual, lo cual dice poco o nada para clarificar el concepto. En otro nivel, es la relación de falta de igualdad entre dos cantidades o expresiones, que igualmente no expresa el sentido de la palabra para efectos de este ensayo.
Al buscar una segunda aproximación, Martin et al. (2016) indican que, por lo general, la desigualdad es definida por una combinación de indicadores eco-nómicos referidos a los ingresos y la riqueza. Desde este punto de vista, el término refiere a una vertiente económica que directamente no acerca la definición a la relación que se quiere establecer en este texto de por qué la industria cárnica genera desigualdad.
Antes de dar el salto a esta conexión, es preciso anotar que hay varios tipos de desigualdades: económica, social, educativa, de género y legal, entre otras, cuyas consecuencias (pobreza, hambre, acceso limitado a servicios públicos, etc.) menoscaban directamente la vida de las personas y a la sociedad como un todo. Para la Cepal (2016), la desigualdad afecta al componente social del desarrollo y también es un freno para las dimensiones económica y ambiental.
Estas tres dimensiones (social, económico y ambiental) están estrechamente enlazadas y, desde el desarrollo sostenible1, no deberían disociarse si lo que se busca es una sociedad con un alto nivel de desarrollo humano. Este punto es el enlace de por qué la industria cárnica, es decir, la oferta y la demanda de carne, fomenta la desigualdad2. La siguiente información de Greenpeace España (2019) refuerza el argumento:
La agricultura industrial es uno de los principales causantes de la crisis climática mundial, siendo responsable de dos tercios de la deforestación total en América del Sur y cuyos principales impulsores son el cultivo de soja3 y la ganadería.
Se ha denunciado que el «boom de la soja» en América del Sur está vinculado con el acaparamiento de tierras y otras violaciones de los derechos humanos.
Los efectos negativos sociales y medioambientales de la producción de soja llegan aún más lejos. En Brasil y Argentina más del 95 % de la soja es transgénica, lo que lleva emparejado el uso intensivo de herbicidas y otros insumos químicos peligrosos. El uso de pesticidas por unidad de área se ha incrementado en más del 170 % en ambos países desde los años noventa. El resultado no solo son grandes terrenos de monocultivo con una biodiversidad extremadamente reducida, sino también el uso masivo de pesticidas con una alta probabilidad de perjudicar la salud de las personas trabajadoras del campo y las poblaciones que viven en las inmediaciones.
Es una cadena, un efecto dominó. Greenpeace España (2019) menciona cómo esos terrenos extensos, cuya propiedad recae en pocas manos, son devastados para multiplicar las cabezas de ganado, lo que ha significado una destrucción exponencial de bosques vírgenes y una posible explotación -debido a su carácter extractivista- de personas que laboran en condiciones irregulares en algunos casos. Con el tiempo, devienen tragedias aceleradas por el cambio climático debido a la dinámica antropogénica. Bajo la lógica de mercado, todo tiene sentido desde las tres N: el consumo de carne es natural, necesario y normal. Esto lo postula Melanie Joy, citada por Gil (2017), con base en las respuestas de personas omnívoras al ser interpeladas sobre sus hábitos alimenticios. Como afirman Moulier Boutang y Vidal (2007): «La des-colonización más difícil es la de las categorías sobre las que se orienta el pensamiento».
Para Moyano-Fernández (2018): «La industria cárnica es un fenómeno que provoca diversas injusticias (…) Es menester pensarla como un elemento que opera vulnerando nuestra autonomía y condicionando la salud pública». Al en-tender la salud pública como una acción colectiva del Estado y de la sociedad civil encaminada a proteger y mejorar la salud de la población, según la EGSP (s.f.), entonces es notorio el rompimiento de este «pacto», dado que la industria cárnica es nociva porque irrespeta los derechos de los animales, destruye el entorno natural y ocasiona tragedias que afectan la integridad de pueblos enteros, además de tener en jaque el futuro del planeta.
Es preciso recordar la contundente frase del músico Paul McCartney: «If slaughterhouses had glass walls everyone would be vegetarian». El video en el que McCartney habla, invita -o debería invitar- a una reflexión profunda y a formular cuestionamientos como, por ejemplo, que el maltrato animal y las matanzas diarias de millones de animales son un tipo de desigualdad que, además de la crueldad insondable, profundizan otras desigualdades existentes.
¿Quién mató a Chico Mendes?
En una entrevista que dio en setiembre de 1988 (Ecología Política, 2015), Francisco Alves Mendes Filho explica la génesis de un barrio de los cinturones de miseria del estado de Acre, en Brasil. Sus habitantes fueron seringueiros4 que, entre 1970 y 1975, habían sido desplazados de las tierras donde trabajaban debido a los incendios provocados por ganaderos. Esta situación dejó sin trabajo a cerca de 10 mil familias a inicios de la década de 1970, quienes ter-minaron engrosando las barriadas en Acre, plagadas de tráfico de drogas, de prostitución, de miseria… Un destino que prometía poco para quienes tuvieron que migrar a la fuerza.
Este contexto esconde un trasfondo: desde hace décadas, la selva milenaria de la Amazonia ha venido siendo reemplazada por fincas ganaderas. Se importan vacas de diversas partes de Brasil y de otros países para que «habiten» los terrenos devastados, desde donde saldrán exportadas, por kilos o en forma de torta para hamburguesa, para abastecer restaurantes y cadenas de comida rápida alrededor del mundo.
Francisco Alves Mendes Filho, más conocido como Chico Mendes, fue un seringueiro de tradición familiar. Su padre llegó al estado de Acre en 1926, en donde posteriormente conoció a la que sería la madre de Chico. Este nació en 1944 y, desde pequeño, trabajó en los seringales dado que la escuela no era el destino principal de niñas y niños. La zona se caracterizaba por carencias de todo tipo, debido al aislamiento y al abandono.
No obstante su entorno, Chico llegó a ser un gran activista social y prominente defensor de la Amazonia. En 1987, la ONU lo distinguió como uno de los más importantes defensores de la naturaleza (Ecología Política 2015). Quien solía decir que estaba luchando por la humanidad, fue asesinado en su propia casa en diciembre de 1988, semanas después de la entrevista rescatada para este ensayo. Su familia fue testigo de la muerte del ecosocialista Mendes.
National Geographic reseña que, en los últimos 50 años, se deforestó un territorio equivalente a la superficie de España, Portugal y Francia, lo cual se agravó entre el 2019 y 2020 en la Amazonia, con un 54 % más que el último periodo (Crespo 2020). De lo anterior, se desprende que el incremento en el consumo de carne fue el factor determinante de dicha devastación, que significa más ganadería intensiva y más terreno para el cultivo de soja como alimento base para el ganado.
Como es sabido, en muchos casos el sistema capitalista pondera la producción de bienes a costa del bienestar humano y de la protección del ambiente. Thomas (2000) explica que el proteccionismo es pertinente para «proteger» los elementos de producción (tierra, mano de obra, organización productiva) de los efectos destructivos del «desarrollo» capitalista, sin dejar de referirse a las políticas estatales en pro de las industrias nacionales. En el sistema capitalista, ante todo, importa un estado de resultados sin números rojos en favor de sus accionistas.
La emergencia climática que atraviesa la Tierra, que la sufren todas las especies que la habitan, entre sus causas hay una que es determinante: el origen antropocéntrico, es decir, el humano como combustible acelerador que ocasiona la destrucción de hábitats. Este fenómeno se ve dibujado en el rostro de los osos polares que se desplazan de sus hogares ancestrales porque sus hielos se derriten, esas enormes masas de agua que inciden con las inundaciones en zonas costeras de algunas islas en el Pacífico y que afectan directa-mente las casas de sus habitantes, que, impotentes, tratan de contener la fuerza del mar con sacos de arena. Entre otras causas, la destrucción de los bosques acelera esta penumbrosa situación; masas boscosas que antes res-guardaban vida y la posible cura contra enfermedades como el cáncer, ahora son potreros bañados del estiércol de las vacas para consumo humano, cuyos gases contribuyen con el calentamiento global.
Es este ciclo vicioso en el cual la industria cárnica es parte de la fórmula. A manera de más, a manera de menos, a manera de igual: más destrucción, menos oportunidades, es igual a desigualdad.
Thomas (2000) menciona que el desarrollo alternativo -o centrado en las personas- es una reacción contra lo que él llama «mainstream», es decir, la lógica del desarrollo de la industrialización a gran escala que hoy predomina en el mundo. Es esta actividad la que se ve en las grandes haciendas ganaderas de Brasil, que pondera la cantidad de cabezas de ganado en vez de la cantidad de árboles que otrora enriquecían la selva amazónica. Una vez más se reseña la frase de Rousseau: «La riqueza de uno comenzó a provenir de la pobreza del otro».
¿Quién mató a Chico Mendes? La historia apunta que fueron los millonarios hacendados Darly y Darci Alves (AFP 1996), padre e hijo, pero ante el aumento sostenido en el consumo diario de carne desde hace varias décadas, la pregunta queda abierta.