Introducción
Nuestra existencia es un simple paso del tiempo sobre el ser. En su inevitable transcurrir, vivenciamos los acontecimientos que progresivamente articulan una época, pues nuestra vida se desarrolla dentro de las complejas condiciones de una edad histórica. Esta, compuesta por procesos, favorece a través de los vínculos entre los eventos que la constituyen el desarrollo de una visión de realidad, una racionalidad que al ser predominante se articula por delimitaciones gnoseológicas y epistémicas, que constituyen los referentes desde los que se piensa y actúa. El ser humano responde a las condiciones de su momento al pensarlo de acuerdo con convenciones, censura e instituciones.
La racionalidad hegemónica en un lapso se compone de delimitaciones de conocimiento y reflexión que demarcan el modo de pensar, argumentar, comportarse y existir. Siendo una totalidad predominante, establece tanto los conceptos como las categorías que regulan los procesos lógicos de reflexión, el desarrollo de los discursos y las normativas conductuales. Toda racionalidad es un ''cerco'' gnoseológico y epistémico para nuestra inteligencia.
Entre la época histórica y la racionalidad existe una influencia tanto recíproca como orgánica por la que la época sustenta la racionalidad y la racionalidad justifica la época. Y si bien las épocas pasan, pues los distintos acontecimientos que marcan tanto su comienzo como su final transcurren y eclipsan, la forma de pensar predominante sobre la masa de la población puede perdurar más allá de sus momentos. Entre la época y el pensar existe una autonomía relativa. Esto es lo que ha sucedido en el pensar moderno. Como racionalidad predominante, trascendió una época cronológica específica conformada por la de la expansión comercial de Europa, el surgimiento de los Estados nacionales y monarquías absolutas, y la revolución científica, hegemonizando con sus afirmaciones, gnoseológicas y epistémicas, el pensar, actuar y ser desde el siglo XVII hasta el final de la época contemporánea, en la primera década del siglo XXI. El ser humano constituye su realidad al integrar contenidos, no restándolos.
Nuestro mundo, nuestra realidad afirmada está constituida por lo que nos ofrece algún significado. Fuera de sus límites, todo es solo una ilusión. Un paréntesis en lo que puede ser la realidad más allá de la reconocida, pero que no podemos firmar, sino suponer. Organizada así desde segmentaciones conceptuales que poseen un alcance ontognoseológico, pues al delimitar el objeto como fenómeno lo afirman como real, la racionalidad de la época, la predominante en ella, asegura lo que creemos verdadero y rechazamos como falso. Todo lo que nos es real es una representación mental. Un imaginario que contiene los prejuicios de la época sobre sí misma y su realidad, los cuales nos son necesarios para sobrevivir en sus condiciones, pues con base en ellos asentamos vínculos e intimaciones, acciones elegantes y conductas propias para la correcta convivencia.
De esas convenciones, solo nos separamos cuando la época que las contiene entra en crisis abrumándonos con incertidumbre, pues nadie cuestiona sus verdades hasta que le fallan. Toda crisis en una racionalidad provoca crisis en la cultura y, como tal, descentraciones en la conducta y pensamiento que solo se resuelven tras su colapso. Mientras ocurre el tránsito hacia una solución se genera un desconcierto liminal, pues toda racionalidad configura y culturaliza al lado tanto del pensar como del argumentar la moral y los imperativos que van más allá de la voluntad personal, por ello, su crisis provoca comportamientos desconcertantes. A lo largo de la historia de Occidente, las racionalidades dadas encierran a las personas dentro de la identificación con el momento cronológico que viven, lo cual nos hace prisioneros de los prejuicios que contiene como una delimitación que la justifica.
La racionalidad moderna asumiendo, en su movimiento constitutivo, inicialmente el racionalismo de Descartes y Spinoza nos encerró en una única realidad posible: la comprobable por la razón, por ello, el desprecio a la imaginación, la pasión y, por supuesto, al cuerpo. Mas allá de certeza, la esencia de nuestro mundo es ser imaginado. Desde leyes universales hasta verdades incuestionables, todas son representaciones de la realidad en una época cronológica que contiene la gnoseológica a la cual responde nuestra forma de actuar y los argumentos que estilamos. Surgida de la filosofía que se gesta en la vivencia del tiempo, la racionalidad predominante es su representación íntegra.
Tras el colapso políticoeconómico del Renacimiento europeo, se desarrolló una filosofía de masas racionalista, optimista y, posteriormente, portadora de un ideal de progreso continuo. Esta constituyó una nueva gnoseología que desplaza las antiguas verdades del neopaganismo hermético. Tal fenómeno correspondió a configuraciones políticas desde el surgimiento en la monarquía moderna o absoluta, la unificación de mercados regionales, el desarrollo de nuevas rutas comerciales y el desarrollo del capitalismo manufacturero; entonces, su naturaleza era política y geopolítica, no epistemológica.
En su vínculo recíproco, esos acontecimientos dieron lugar a una nueva situación de poder en el contexto de una realidad ampliada hacia nuevas regiones geográficas y la constitución de los imperios modernos. Desde esa filosofía emergente, se consolidó un nuevo tipo de sujeto humano: el individuo, acorralado por la incuestionable certidumbre de la razón objetiva, finalmente metodológica.
La racionalidad moderna restringió lo que era aceptado como real en el renacimiento y el medioevo. Prejuiciada por argumentos cientificistas, se mantuvo incuestionable hasta que por razones de las crisis económicopolíticas, las más fuertes entre las décadas del 60 y 70 del siglo XX, se da lugar a los primeros movimientos de ruptura con ella. En ese siglo, desde la crisis de los misiles, la guerra de Vietnam, que las convulsiones del mundo renovaron el cuestionamiento del pensar moderno que se había presentado por primera vez en el siglo XVIII con Rousseau.
Pese a ello, no se tuvo en ambos momentos de la época contemporánea la fuerza para colapsar el señorío de lo moderno, pues las tensiones internas en las épocas cronológicas sustentan las revisiones, pero no los cambios de las épocas gnoseológicas. Las críticas a la racionalidad moderna y los intentos de otro modo de pensar desde Rousseau, Kant, Hegel, Horkheimer, Adorno, Foucault y postmodernos, al sustentarse en los parámetros de la racionalidad moderna, solo lograron encerrar a la razón en la razón misma, no transformarla.
No es sino en el pensamiento filosófico latinoamericano que la crítica a la racionalidad moderna alcanza un giro argumentativo que demuestra su naturaleza y alcances, tanto para América Latina como para el resto del mundo, al proponer un nuevo lugar de enunciación y distintas condiciones tanto conceptuales como categoriales de pensamiento. En dos magníficos artículos del profesor Dante Ramaglia 2, se expone una brillante sinapsis del pensamiento del ecuatoriano Bolívar Echeverría, del argentino Enrique Dussel y del filósofo alemáncostarricense Franz Hinkelammert. En todos ellos existe un eje en común, la lectura de la racionalidad occidental desde una geopolítica del conocimiento.
Ramaglia en su brillante argumentación parte de identificar las relaciones históricas existentes entre modernidad y globalización como desarrolladas a través de interrelaciones entre regiones geográficas. En esto se fundamenta el peso hegemónico del pensar moderno como resultado del posicionamiento del pensamiento europeo sobre las distintas regiones del mundo. Con ello, propone la interesante hipótesis de caracterizar la contemporaneidad como una radicalización de la modernidad y destaca, a través de ello, la importancia de las lecturas de Echeverría, Dussel y Hinkelammert.
Bolívar Echeverría tiene como horizonte intelectual la superación de los efectos de la racionalidad capitalista en América Latina, para lo cual parte de lo que denomina Ethos, estructurado históricamente como resultado de un proceso civilizatorio que totaliza la vida humana. Ello transforma las sociedades tradicionales latinoamericanas en sociedades saturadas de cosificación y fetichismo3, lo cual hunde a esta región en un reino de escasez artificial. Frente a esto, se destaca la resistencia que en América Latina produce la persistencia de un ''Ethos Barroco'' desde el que se produce una estrategia de supervivencia. Este Ethos, resultado del mestizaje étnicocultural, permite vislumbrar una alternativa a la racionalidad occidental.
Por su parte, el argentino Enrique Dussel, argumenta Ramaglia, realiza una crítica innovadora a través del concepto de transmodernidad. Por medio de este destaca y reivindica las racionalidades excluidas por el proceso civilizatorio occidental. La racionalidad moderna hegemoniza el mundo mediante el desprecio e ignorancia de las culturas mundiales preexistentes, a través de criterios civilizatorios europeos; proponiendo como alternativa el diálogo intercultural para superar la modernidad capitalista occidental, la propuesta dusseliana de transmodernidad constituye la vía para la constitución de una nueva racionalidad que parta de sujetos subalternos integrados en la alteridad de las regiones periféricas. Dussel propone entonces constituir una racionalidad diferenciada que supere las diversas situaciones de pensamiento creadas por la colonización.
Finalmente, Franz Hinkelammert hace su aporte a la crítica de la racionalidad moderna a través de una análisis concienzudo de los efectos del capitalismo globalizado; destaca una crisis civilizatoria que remite a un examen de su base moderna: la racionalidad moderna, a la cual aplica el concepto de racionalidad instrumental4, desarrollada por los filósofos de la escuela de Frankfurt, pero que reaparece en él delimitada por el cálculo economicista de utilidad y eficiencia según la lógica de mercado. Por ello, Hinkelammert lee la modernidad como un laberinto y le opone una racionalidad alternativa de convivencia, justicia y de reproducción de la vida. Coincidiendo con otros autores latinoamericanos, asocia el surgimiento de la racionalidad occidental a los procesos de conquista y colonización, los cuales son el fundamento conceptual del desarrollo de una teoría de la colonización según criterios de superioridad política y justicia sobre la base tanto del Estado como del mercado. Con ello, la racionalidad occidental moderna desemboca en un cinismo sin límites, asociado al capitalismo salvaje moderno. Hinkelammert integra a esa lectura crítica una singular revisión del sujeto moderno, el individuo cartesiano pensante y racional, desde la cual coloca a la persona en rebeldía contra las objetivaciones que componen el mundo en la racionalidad moderna. Grandes aportes sin duda, pero que logran llevarnos a la superación de la racionalidad moderna, pues su colapso no se da por el ejercicio de la reflexión, sino de los condicionamientos gnoseológicos y epistémicos de la época a la cual se asocia.
Ha sido solo después del final de la Guerra Fría, con el agotamiento de la bipolaridad geopolítica, que aquella racionalidad hegemónica entra en crisis y declive. Y es solo en la constitución de la poscontemporaneidad, ya en el siglo XXI, que esa racionalidad se ve rivalizada por nuevas formas de pensar y actuar en el mundo. No podía ser de otra forma, pues la racionalidad moderna, que se extiende por toda la época contemporánea, fue filosofía del poder imperial y del capitalismo occidental hegemónico, cuyo tiempo ya ha pasado.
A partir de la primera década del siglo XXI, se desarrolla una crisis civilizatoria en el sistemamundo creado por el Occidente. Resulta de procesos diversos como la desarticulación del socialismo histórico, el inicio de una nueva fase de globalización, la aparición y consolidación de la internet, las redes sociales, la crisis financiera del 2008, la pandemia, y las guerras. En su articulación, estos fenómenos permitieron el posicionamiento de nuevos actores emergentes en el escenario internacional y, con ello, la visualización de formas alternativas de pensar no occidental. Frente a esta crisis civilizatoria, la racionalidad occidental, moderna y contemporánea a la vez, por su extensión hegemónica durante cuatro siglos, se muestra insuficiente ante las necesidades de certeza que nos exigen los retos y complejidades de una realidad descentrada por el multipolarismo actual, pues con ello su predominio sobre otras formas de delimitación gnoseológica de lo real y argumentación epistémica se debilitan, a la vez que se hacen porosas.
Lo que llamamos racionalidad occidental es el fruto de la expansión del pensamiento moderno europeo como pensar dominante único por medio de la imposición y desarticulación de otras racionalidades, a través tanto del descrédito como del silenciamiento epistimicida. Esto provocó, en su momento, la aparición y consolidación de nuevas formas de relaciones interpersonales y de interpretación de la realidad de un modo centralizado; por esta misma razón, conlleva una fuerte incomprensión de otras formas de relación social y de representación mental de la realidad.
La Racionalidad Occidental Modernocontemporánea
Las épocas históricas colapsan solo hasta que se rompe la relación de poder que las contextualiza. Esa relación de señorío sobre el otro y lo otro condiciona la delimitación gnoseológica que actúa en el modo de pensar, actuar y argumentar. La historia es una construcción de poder y la racionalidad predominante su reflejo.
Desde el poder, se construye un modo de entender la realidad, una gnoseología, y un modo de argumentar sobre ella, una episteme. Según Horkheimer y Adorno:
La interconexión a partir de un solo principio…produce un orden unitario y deduce el conocimiento de los hechos entendidos ya sea como axiomas determinados como ideas innatas o abstracciones supremas. Las leyes lógicas que constituyen las relaciones más generales dentro de ese orden y lo definen. (1998, pp. 129130).
Toda época cronológica contiene una época gnoseológica que condiciona las expresiones particulares de pensamiento, argumentación y conducta. Se es en la historia del modo en que se vive el tiempo. Cada época histórica ha tenido una racionalidad propia que da forma a modos particulares tanto de ser y pensar, ya sean estos nacionales, regionales, generacionales y culturales. Occidente ha escrito su historia a través de la violencia del poder, forjando por su medio la hegemonía mundial de su racionalidad. La guerra es la única verdad de Occidente, por ello piensa la vida en relación con la muerte; la paz se entiende como conclusión que se impone luego del triunfo en la guerra. En el pensar occidental modernocontemporáneo, el mayor heroísmo no es el noble altruismo del bien común, sino el del furor en el campo de batalla, morir por la patria es el más destacado y profundo acto del héroe.
Forjada con base en tal delimitación del pensar y el hacer, Europa se posiciona sobre el mundo como clímax de civilizatorio e imperio de la razón. Desde entonces, la racionalidad occidental no es más que barbarie educada.
Desarrollada sobre el racionalismo como categoría, sustenta la verdad como resultado de la razón y la ciencia, se le suman luego categorías de actuar y ser antropológicamente individualistas y conductualmente egoístas que desembocaron en una legitimación cultural del dominio sobre otros. Por ello, como si fuese un comportamiento correcto y elegante, el débil se comporta sumiso ante el poderoso, pero poderoso ante quien es más débil. La racionalidad occidental moderna desemboca en el despliegue de conductas de domino ante la sumisión y sumisión ante el domino. Aquel que rechaza ese enunciado civilizado es reducido a la negatividad pura del antisocial, el subversivo o el terrorista, el otro.
Por su origen histórico capitalista en la fase de la producción manufacturera, la época moderna es poseedora de una gnoseología especifica a la cual se le integran, con los años, conceptualizaciones que amplían sus fronteras con discursos articulados durante los siglos XIX y XX. Estas consolidan, al lado de una visión optimista sobre progreso permanente de la humanidad asegurado por la ciencia y el conocimiento racional, la reducción del ser humano a individuo, pero sin corregir; además, superan las limitaciones gnoseológicas y ontognoseológicas modernas desdibujando los retrocesos e incertidumbres que acompañan las épocas, así como la naturaleza comunitaria de la persona, la cual desaparece rápidamente tras el contorno de ese ser metafísico que se piensa como una isla y sobrevive bajo la tortura de pretender que su vida le es solo su asunto propio, que a nadie le interesa ni incumbe, como si en efecto nadie lo amara o estimara, y vive sin familiares ni amigos. El individuo es una minusvalía en el ser, fantasma de la persona comunitaria, que se reduce a un accesorio del mundo que gira en torno a la mercancía, el capital y la ganancia.
La racionalidad moderna conlleva así a la articulación de gestos y comportamientos elegantes como materialización de conductas civilizadas, imposturas articuladas por una separación particular entre lo aceptable y lo repudiable, cercenando a su vez la complejidad de la realidad natural, social e histórica con el objetivo de hacerla manejable.
Ello provocó la reducción del espectro del conocimiento a un único criterio de validación que se fun damenta en el ejercicio de la fría razón, opuesta a las emociones. Junto a ello, por las condiciones geopolíticas dentro de las que se articuló inicialmente, dieron lugar a un criterio civilizatorio sobre la posesión de moralidad y cultura, el cristianismo como referente del ser civilizado5. Bajo esta condición transformó la construcción católica de la religión cristiana en una condición de reconocimiento de dignidad humana, lo cual desembocó no solo en exclusión colonial, sino además en persecución y castigo piadoso que borró civilizaciones autóctonas, sus religiones y ciencia para someterlas tanto a la colonización como a la esclavitud. En Latinoamérica, por medio de la cruz y el sufrimiento, se evangelizó a los ''indios'', asegurando, a través del credo, el poder colonial imperial.
La racionalidad occidental nació de una relación de poder geopolítico propia de la expansión colonial de Europa en el albor del capitalismo manufacturero sobre lo que luego llamaran América Latina. Es de esto que las representaciones creadas dentro de ella reflejan una imaginación exaltada por el poder que crea signos para diferenciar aparentes realidades de ilusiones reales. La racionalidad occidental legitimó el domino de lo otro y, posteriormente, la obsesión por el dinero como criterios de felicidad y vida, así como la destrucción de medio ambiente al reducir la naturaleza a fuente de recursos y materia prima. La racionalidad moderna fue filosofía de la expansión imperial del poder, la filosofía del capitalismo hegemónico.
Esa racionalidad barbárica, pues solo impone no convence, se encuentra en declive. No logra provocar conductas centradas dentro de sus parámetros de moralidad y pensamiento. Decae, sin haber entrado en un colapso y, como si diera lo mismo, sin ser igual, nos enfrenta a un presente que tiene el rostro de un mundo desencantado por haber sido vaciado de complejidad y diversidad.
Historicidad De La Racionalidad Occidental
Si bien la posición hegemónica de la racionalidad moderna ha entrado en declive, por ello se ha permitido la irrupción de nuevas formas de pensar actuar, la recuperación de los saberes precoloniales, la experimentación con otras identidades disociadas de la condición sexual y corporalidad mantiene aún de forma parcial su capacidad determinante. Todavía sostiene criterios civilizatorios, los cuales provocan que las modificaciones gnoseológicas, epistémicas y conductuales, desarrolladas como cuestionamiento a sus reducidos límites de conducta y realidad aceptable durante el siglo XX, se vean como modismos transitorios que no causan por ello cambios profundos en el pensar actuar de masas.
Toda racionalidad es una delimitación gnoseológica de lo que llamamos y aceptamos como verdadero y adecuado. Dentro de ella se articula una episteme argumentativa, delimitada por la diferencia excluyente entre lo real y lo ilusorio, que se valida bajo una categoría general, más bien un prejuicio, el carácter científico y lógicamente riguroso de las afirmaciones. A través de esa delimitación, condiciona el pensar actuar por medio de conceptos vinculantes y categorías de pensamiento comportamiento y se sustenta el reconocimiento de lo que se dice, se hace y se piensa como sensato, correcto y efectivo. Así, el condicionamiento que produce no solo es gnoseológico y epistemológico, sino también moral, retórico y estético. Por ello, a lo que le ''queda afuera'', lo somete a censura, burla y exclusión. Dentro de una racionalidad, toda episteme da una forma de argumentar y cimentar certezas que corresponde a la gnoseología de la época, esto delimita las certezas del pensar y actuar en relación con el momento histórico que se vivencia.
Una racionalidad hegemónica es con ello una forma gnoseológica y epistémica específica cuya particularidad se estructura en un contexto tanto de poder como de geo poder. Emerge de una cronología del tiempo moderno y llega a su clímax cuando posiciona al ''viejo mundo'' como culminación de un proceso civilizatorio iniciado con los antiguos griegos. Una simple ilusión histórica ciertamente, pero sin duda efectiva. La racionalidad occidental contiene así un proyecto civilizatorio que fundamenta el pensar actuar de la época moderna.
Por su historicidad específica articula el uso del poder con la confianza en la razón, la convicción de la ciencia como único medio de acceso a la verdad y el progreso continuo de la humanidad en la historia que aporta cada día mayor bienestar. En su configuración temporal, la racionalidad moderna se asocia cronológicamente con el desarrollo del capitalismo, constituye un tipo de sociedad
Poseedora de un conjunto de conceptos y categorías propias, estas resultaron suficientes durante siglos para mantener la referencia centralizada a significados del contexto cronológico como criterios civilizatorios durante dos épocas. Esta situación se debilita con el inicio de un nuevo momento histórico cuyo protagonista ya no es solo el Occidente y que se caracteriza por una mayor complejidad del escenario mundial: la época poscontemporánea, época del hipercapitalismo tecnológico6, que se consolidó tras la pandemia con el desarrollo de comercio por medio de internet.
En la poscontemporaneidad se operan cambios geopolíticos junto a cambios en la definición del sujeto social humano, su identidad, percepción de género y relaciones interpersonales, exponiendo una racionalidad distinta, aún no consolidada ni predominante, que rivaliza a la anterior racionalidad modernocontemporánea. De manera que esta segunda década del siglo XXI constituye un momento de transición donde las viejas verdades modernas palidecen ante otras afirmaciones sobre el universo, el mundo y el ser humano que las opacan.
Es en esta poscontemporaneidad donde el sujeto moderno o individuo que se vinculaba selectivamente con otro bajo el principio de su egolatría, como un sujeto distinto, reconstituye sus vínculos, experimenta con su corporalidad e identidad, adpercibiéndose en un continuo contacto fugaz con otro por quien siente un interés esquizofrénico, pues le abruma lo constante, pero a la vez el movimiento del cambio lo seduce. La decadencia de la posición hegemónica de una racionalidad modernocontemporánea se refleja en su autodefinición, la persona poscontemporánea se transforma en un YO que se agobia con todo aquello que al individuo moderno le daba estabilidad existencial y conformaba un proyecto de realización personal. La persona en la poscontemporaneidad se desdobla entre pasiones de figuración impersonal. El individuo moderno normaba sus vínculos interpersonales anteponiendo e imponiendo significados para regular la aproximación e intimación con algún otro de carácter estético, ético y epistemológico, con los que pasaba a identificar a un alguien, físicamente presente ante él, como próximo, amigo, amante, o compañero. Por ello, ese viejo sujeto humano creía de manera firme que controlaba y definía su destino. Pero ese otro, siendo también un individuo, lo regulaba con los mismos condicionantes complejos, con lo cual permitía que en este reflejo mutuo se desarrollaran criterios de vínculo que daban seguridad y estabilidad relativa a la intimación, ya que ambos se encontraban sometidos a las mismas condiciones de centralización conductual e identitaria.
Con la decadencia de la racionalidad modernacontemporánea que sustentaba esos significados culturales, el individuo moderno queda sin criterios de sentido, por ello, le resulta imposible delimitar a cualquier otro como buena compañía, o bien, amenaza. El otro se le hace incierto, no puede confiar en él, pero tampoco tiene razón para desconfiar de él. Necesita de la presencia cercana, pero la vive en una constante incertidumbre. Cuando la capacidad normativa recíproca desaparece, la persona queda reducida, por la descentración de los condicionantes, a una aceptación a ''regañadientes'' de la rareza de ser y pensar de aquel otro que, aun siéndole extraño, le resulta necesario; necesita de buena compañía para entender el sentido de su vida7. En esta situación, resulta finalmente que la persona poscontemporánea no puede sustentar la identificación de sí misma como un individuo pleno. El YO es más bien una persona incompleta, pues no se vale por sí mismo ni logra imponerse ante cualquiera.
En esta poscontemporaneidad, el sujeto humano se percibe como distante, pero a la vez cercano; requiere de alguien a su lado, pero que no le implique el riesgo que conlleva la convivencia usual. Esto es efecto de la desarticulación de la capacidad normativa del individuo. El nuevo sujeto es incapaz de limitar los riesgos de la vinculación humana, el rechazo, la burla, el desprecio, la decepción, pero necesita estar con alguien para ser alguien.
Le es imposible condicionar al otro, crea una representación de sí mismo, un personaje tras el que oculta sus limitaciones. Por ello, tiene intimidad; su existir es una ilusión, es un personaje. Nadie debe saber lo que realmente es, pues solo así logra salvaguardar su simpleza de la mala mirada de los demás y la desconfianza que ellos le producen. Las almas más bajas actúan siempre desde la penumbra. En la situación actual de la racionalidad occidental, la certeza del otro y la regularidad de las relaciones no están, no existe más que la incógnita sobre el otro y el imperio de la posverdad8.
Racionalidad E Historia
La racionalidad occidental moderna surge en una época en la que el capitalismo manufacturero se transforma en imperialista. Contiene y responde por ello a un proyecto civilizatorio articulado desde las particularidades de la filosofía racionalista.
Ese racionalismo, consecuencia de la crítica renacentista a la noción escolástica de verdad, es exclyente de cualquier conceptualización que sobreviva fuera de sus límites diferenciados de realidad aceptada e ilusión. Para excluir a eso otro, la racionalidad moderna recurre a la burla de gnoseologías y epistemes existentes en el mundo, sometido a su poder como mecanismo de exclusión por ridiculización, que invisibiliza distintas formas de actuarpensarser al reducirlas al absurdo.
Su cientificismo es reflejo de la eclosión de la alquimia renacentista que desacredita la magia hermética, base histórica real de la revolución científica. La ciencia moderna insiste en diferenciarse y distanciarse dé su base histórica antecedente, por medio de la desacreditación de su origen.
Ya en la época contemporánea integra un optimismo hacia la historia que se deriva del concepto de progreso histórico continuo, originalmente patrístico, en el que se refleja el crecimiento del capital, la expansión imperial europea, el ingreso del oro desde América a Europa y, por supuesto, la constitución de los Estados nacionales europeos.
La racionalidad moderna operó, por ello, a través de criterios de poder impositivo y homogeneizador, la reducción de toda forma de pensar a un único marco epistémico válido, que, bajo mecanismos de exclusión por ridiculización, crea un régimen único y común de verdades; una filosofía, en el sentido que propone A. Gramsci9, ideología de las masas que no distingue entre las particularidades étnicas y culturales de las diversas poblaciones que Europa coloniza. En la racionalidad occidental, la filosofía de la razón da lugar a la razón del poder expansivo e invasor. Pensar de la barbarie que refleja la violencia con la cual Europa se impone sobre las otras regiones del mundo, sometiéndolas a una civilización común. Los actos de violencia, guerras e invasiones, no se pueden separar de su representación de la razón. En su organización moderna, Europa pretendió apaciguar el furor de las pasiones a través de los imperativos de la razón, pero no refrenó su violencia, más bien la refuerza con la fría planificación de los actos. Por ello, es tan efectiva en la guerra, pues la impulsividad de las pasiones siempre desemboca en muerte prematura.
El Occidente europeo escribió su historia con sangre. Sus mayores acontecimientos son las guerras y la muerte del otro su más bello arte. No en vano la destrucción es una fantasía recurrente en la cultura occidental, así es como Occidente piensa el dominio. La violencia es la estética de la racionalidad moderna y la guerra su más bello arte.
Por esto, al extenderse al ''nuevo mundo'' angloamericano, esa racionalidad llevó a Estados Unidos a imaginarse un ''Destino manifiesto'' propio. Con apoyo en él, se posicionó como un nuevo imperio civilizatorio, desplegando la diplomacia de cañoneras durante más de 80 años, interviniendo e invadiendo en 32 ocasiones a los países latinoamericanos.
En términos cronológicos, esa forma de racionalidad occidental hegemonizó dos épocas, la moderna, que se mantiene hasta la última década del siglo XIX, y la contemporánea, desde la Revolución Francesa hasta el final de la Guerra Fría y la disolución de la geopolítica bipolar. En ambas, las distintas crisis provocaron
reacciones filosóficas que solo rasparon su superficie, no provocaron su cambio. La filosofía posmoderna, la crítica, el existencialismo, entre otras, fueron parte de esa reacción que se mantuvo dentro de los límites de la continuidad gnoseológica y epistémica de la modernidad conceptual.
Solo por efecto de una nueva globalización en el siglo XX es que la hegemonía de Occidente y su racionalidad dan paso a una distinta delimitación gnoseológica, la poscontemporánea. Esta aún no se consolida, pero, como resultado de cambios geopolíticos, expone particularidades orwellianas, conspirativas y normalizadoras como las guerras de 6° generación, las ciudades de 15 minutos, de golpes de Estado suave y el lawfare.
En su organización modernocontemporánea, la racionalidad occidental, al poseer colateralmente un proyecto de poder imperial, desembocó en normatividades, exclusiones y homogenizaciones determinantes del comportamiento de la persona más allá de su comunidad. Son estos múltiples condicionantes los que consolidan finalmente la noción de individuo, desarrollado por el Ius Naturalismo renacentista, como un criterio identitario del ser humano. Pese a no ser más que una construcción conceptual metafísizante, desplaza al concepto de persona patrístico, al asentar sus verdades en sí mismo y desde sí mismo. Actuando desde sus intereses, el individuo da solidez tanto a su mundo como a su modo de vivir. Sin embargo, como tal no era el centro de la sociedad, sino un participante del contrato y del mercado, parte entonces de la escenografía de un mundo que gira en el mercado y la ganancia.
Con el cambio en la racionalidad, ese individuo se desplaza, representándose ahora como un ser figurativo e incierto, tanto para él mismo como para otros. Un YO emocional y esquizofrénico, que crea percepciones y autopercepciones desde su endeble emocionalidad. Un nuevo sujeto incapaz de delimitar a otro, pues no predomina en sus vinculaciones e intimaciones. La época poscontemporánea es la de la incertidumbre del otro. Si el individuo era parte de la escenografía, el YO es la escenografía misma del mundo. Tan solo personificación de una marca personal. Un alguien que solo es en tanto su intimidad se haga pública y que solo existe en la singularidad de comercializar al individuo. Este sujeto, distinto y diversificado, únicamente puede se alguien siendo algo en las redes sociales.
Esto es efecto de una reformulación categorial en la primera década del siglo XXI, la cual dio lugar a que las exclusiones y homogenizaciones modernas se disolvieran en una normalización más acorde con la globalización capitalista contemporánea. Desestabilizó al individuo moderno contemporáneo y lo llevó hacia el sujeto actual. La presencia que impone el individuo se desplaza por una figuración que considera la mirada del otro como imposición necesaria. El vínculo humano se desdobla en un reflejo mutuo de imágenes dentro del cual lo trivial se constituye en importante, pues llama la atención del otro y de los demás. El vínculo interpersonal posee ahora otras lateralidades distantes del pudor y la vergüenza, ya que el espectáculo de lo excepcional forma parte de lo normal. Si en la mentalidad moderna se excluía e invisibilizaba al distinto, en la poscontemporánea se lo trivializa, pues es hora de entender que lo más profundo que puede verse de otro es la superficie de su piel.
El Otro
La vinculación humana es una experiencia corporal en la que la intimación crea pasiones y continuidades. Sin la corporalidad, el vínculo entre personas se vuelve efímero y no sustenta alguna vivencia. El individuo formaba a su próximo como parte de su nosotros, enviado, a quien no incluye, a ser parte de los demás. Con esto, el proyecto moderno de realización individual definió la existencia individual a través del logro de un propio hogar, la crianza de los hijos, la casa amplia, el matrimonio, la riqueza material como el horizonte a alcanzar. Con la transformación de la persona de individuo al YO, la anterior intimación, que se definía desde el individuo, da lugar a la preferencia por la relación ocasional; entonces, la mascota sustituye a la persona y la presencia virtual en la red social desplaza la certeza de la compañía física.
En su forma moderna, la racionalidad occidental produjo una disminución ontológica de la diversidad de las personas que las homogeniza. El otro fue visto como distinto y se le redujo a una otredad compuesta por criaturas con carencias, grotescas y exóticas, pero sobre todo peligrosas. Toda época cronológica tiene particularidades gnoseológicas que referidas a la diversidad humana se hibrida en formas múltiples de exclusión.
Ese otro es negativamente, para sí mismo, un nosotros que viéndose en aquellos que lo miran como inferior, siente odio por quienes lo degradan. Esto provocó el incidente de la tajada de sandía en Panamá en 1856, pues la racionalidad moderna no permite más vínculo con el distinto que no sea su trato como desigual. El otro moderno fue solo objeto de sojuzgamiento y diferenciación. No se le reconocía particularidad y cualidad, era solo una bestia carente de civilización y alma. El énfasis en la diferencia permitió desnaturalizar a toda persona. La otredad moderna fue étnica, gnoseológica y socialmente clasista.
Extendiéndose más allá de su época como delimitación excluyente, mantiene su función culturalizante hasta el final del siglo XX, cuando, por razones geopolíticas, decae. Su vigencia dentro de la cronología contemporánea provocó que esta contenga una amplia carga de arcaísmos ideológicos que desfasaron la relación entre el actuar del pensar, rarificando, por diversificación, el contexto de los vínculos humanos. Tras la globalización contemporánea, la visualización de alternativas a las reducciones ontognoseológicas de la globalización moderna normaliza la diversidad del pensaractuar humano. La homogenización normativa moderna deja de ser sostenible. Incapaz de invisibilizar a lo otro, cede lugar a la normalización de lo diverso que antes excluía. El imaginario del otro como incompleto, exótico, peligroso, llámese indígena, negro, asiático, latinoamericano, se desgasta; sin embargo, no desaparece completamente, aún hoy el europeo y el estadounidense nos ven como sus otros, seres empobrecidos y folclóricos. Bajo el peso de la racionalidad moderna, el otro es objeto de poder y exclusión. Tratado el otro con desprecio y perversión por la modernidad, se desacreditó al sojuzgado y se enalteció al sojuzgador.
Hoy, bajo una emergente racionalidad poscontemporánea, nosotros, los otros disminuidos, nos hemos normalizado, ya no somos solo imagen que sobrevive entre sus simpáticas carencias. Sin embargo, la inclusión en el mundo no nos ha integrado de pleno, solo se ha disimulado, con la misma actitud de quien entrando a la casa del pobre ve el estado de las cosas con asco, ya que, si bajo los restos de la episteme moderna, el otro es pobre por su naturaleza, bajo la racionalidad poscontemporánea, lo es por ser parte de un mundo empobrecido.
Solo se superan los límites de la inclusión arrebatando el reconocimiento. No se trata de pensar desde el otro, sino de ser con ese otro: el indígena a quien se le arrebata la tierra, el marginal a quien se le humilla en la calle, el migrante al que se le extradita encadenado como si fuese el más peligroso criminal. Simple cuerpo de desecho, a quien se le viola, roba o asesina en la selva del Darién. Con desvalorización del otro, su aniquilación es solo un asunto de iniciativa.
Épocas Cronológicas Y Épocas Gnoseológicas
A partir de la modernidad, la rapidez con la que se mueven las épocas gnoseológicas se desfasa en relación con la celeridad de las épocas históricas, variando su anclaje material. Esto implica que, durante décadas, en una época cronológica posterior se siga pensando y actuando como se hacía en la previa. Este es el caso de la racionalidad moderna.
Su formulación originaria inicial puede fijarse hacia 1640, con el auge del racionalismo, pero se consolida como hegemónica solo hasta el siglo XVIII, después de que la química de Lavoisier desarticulara el paradigma de los cuatro elementos que hegemonizó el pensamiento y la ciencia en el renacimiento. Por ello, figuras como Galileo, Bruno, Boyle y Newton siguieron siendo, ya entrada la época cronológica moderna, conceptualmente seguidoras de la filosofía hermética y practicantes de alquimia renacentista.
La distinta velocidad de los cambios en las épocas gnoseológicas en relación con la velocidad de los cambios en las épocas cronológicas es altamente significativa para comprender la contemporaneidad y los conflictos de la poscontemporaneidad actual. Iniciada con la toma de la Bastilla, la época contemporánea continuó siendo gnoseológica y epistémicamente moderna hasta su agotamiento, pasando por una crisis de regulación de conductas en la década de los 60 y 70, que produjo la aparición de las tesis posmodernas y, las menos conocidas, transmodernas.
Así, la contemporaneidad cronológica, al haber sido gnoseológicamente moderna, mantuvo prácticas y modos de pensar previos a su momento temporalhistórico; es decir, conservó la gnoseología, ontología y episteme, de carácter normativoimpositiva, de invisibilización, exclusión y violencia educada. A esto se debe que aquella racionalidad diera lugar a argumentaciones funcionales al capitalismo y del poder geopolítico occidental que la mantuvieron vigente hasta el final de la Guerra Fría, entrando en declive solo por razones geopolíticas, no epistemológicas.
Visto así, el mayor déficit que poseyó la episteme moderna, hasta su declive, fue la delimitación de lugares válidos de juicio normados dentro de las reducidas fronteras gnoseológico y ontológicas modernas de lo real. Esto se debió a que sus delimitaciones conceptuales desembocaron en prejuicios sobre la realidad que, como categorías rectoras de los procesos lógicos de nuestra inteligencia, pretendieron erradicar preconcepciones metafísicas, sustituyéndolas por otras cientificistas y prejuiciadamente objetivistas. Cuando el ser humano habla sobre sí mismo y su mundo, no puede ser objetivo. La modernidad creó más que verdades, nuevos prejuicios sobre la realidad, la sociedad y el conocimiento que se consolidan a finales del siglo XIX con la filosofía positivista y el positivismo como cultura. El carácter profundamente normativo de la episteme moderna y ontológicamente reductivo de su gnoseología provocó tanto la aparición como consolidación de lugares comunes de enunciación, tales como: ''es científicamente imposible'', o, ''no está científicamente demostrado'', etc. Con ello, desarrolló un régimen cerrado de validación por medio de ''obviedades objetivas'' opuestas a los ''desórdenes mentales'' y las otras Ídolas medievales, las cuales suelen ser recurrentes. Siendo esas validaciones un prejuicio de la época sobre sí misma, respondían a la definición del margen entre lo real y lo ilusorio, así como de lo correcto frente a lo incorrecto. Esos criterios modernos fueron de origen renacentistas en su concepto. Desde lo claro y distinto de los Ius naturalistas hasta la experimentación de los alquimistas, han de ser destacados y reconocidos por su importancia para el desarrollo posterior de la ciencia moderna como su base y, por supuesto, como asiento del cientifismo occidental posterior. Al aparecer las afirmaciones objetivas y científicas como incuestionables, la persona no se abre a nuevas u otras explicaciones, sino que se mantiene en reiterar las que ha aprendido como lo único aceptable. El rechazo y desprecio a lo que no comprende excluye todo aquello alternativo que supere las delimitaciones de realidad vigentes. Nadie deja atrás sus verdades si aún le bastan para sobrevivir. En el marco del conflicto geopolítico que vive la poscontemporaneidad actual, se provoca el sentido para la adecuación del pensar a las condiciones hegemónicas del poder geopolítico, con ello se niega la enunciación de alguna verdad y se sustituye por la narrativa de la posverdad que produce un placer que goza de la ''verdad'', pues la narración provoca sentido y el sentido produce narración. Así, el vínculo con el otro se da a través de la exposición de lo propio consumido por morbosidad ajena.
El Yo Poscontemporáneo
Toda racionalidad pasa por épocas que poseen distintas implicaciones, pues es la filosofía de su momento, el sentido común de las masas y su ideología. La racionalidad modernocontemporánea no escapa a ello. Siendo que se encuentra en un declive de su posición dominante, arrastra la comprensibilidad de la persona como individuo, los modos de ser identitarios que poseía y el proyecto de realización personal al que se le asociaba hacia lo incompresible e
inefectivo. En las condiciones conceptuales de la modernidad, el sujeto humano se entendió como individuo, pero a partir de la consolidación de las redes sociales alrededor del 2017, en el marco de un hipercapitalismo tecnologizado, esa delimitación de sujeto se ve desplazada por una nueva definición que no corresponde a las condiciones de interacción interpersonal modernocontemporáneas. Con la complicación del escenario mundial, el individuo moderno palidece, y se da lugar a la configuración de un nuevo sujeto social humano que agrupa generacionalmente a los llamados Millennials, Centennials y Alfas.
Sustentando en este YO, ocurre el cambio en la representación de la realidad, que se opera tras visualizar la diversidad de racionalidades en el escenario abierto por la globalización y la eclosión de la unipolaridad geopolítica que ocurre tras el final de la Guerra Fría. Este tipo distinto de definición del ser humano social, su definición de persona, de realización personal y vínculos de intimación, llega a consolidarse con la pandemia a través del aislamiento obligatorio, lo cual refleja, en el contexto de un mundo multipolar y complejo, el declive de la posición hegemónica que la racionalidad occidental mantuvo durante tres siglos. El nuevo sujeto social humano se adpercibe en la relatividad de sus afirmaciones, nada le es concluyente. Surgido de una singularidad que lo hace cualitativamente diferenciable del anterior individuo, ya no se mueve bajo significados conductuales y delimitaciones de sentido del individuo modernocontemporáneo, tales como el egoísmo, el dominio, el pleno resguardo de lo privado y la ambición del poder.
Este nuevo sujeto actúa desde significados culturales diferenciables de los anteriores como la egolatría, la conciliación, la exposición pública de lo privado, la despolitización, y, sobre todo, por el abandono del proyecto moderno de realización personal, asumiendo una actitud de adaptación e indiferencia ante el futuro inmediato. El YO actual es una singularización cualitativa del viejo individuo moderno en el escenario del cosmopolitismo pospandémico hipercapitalista. Por ello, remoza la conducta humana adaptándola a la estética de un mundo maquillado por resiliencias súbitas y contextos licuados.
Con la consolidación de las redes sociales, el nuevo sujeto no logra delimitar a algún otro, pues está física y emocionalmente distante de él. El otro le resulta por ello incierto, se le vincula no con una persona sino con una imagen, un ''performance'' de un personaje. La personificación constituye al YO; un tipo emocionalmente debilitado por la desconfianza. Al carecer de contacto físico interpersonal, hace pública su intimidad, exponiendo, dentro de los parámetros de lo online, los momentos, excentricidades, perversiones y vicios que anteriormente conformaban la intimidad del individuo, pretendiendo con ello convocar a alguien para que le sea al menos un tipo compañía. Necesita exponer su ser para evadir el aislamiento emocional que le ha dejado la ausencia de intimidad con otros, desconocidos y a la vez cercanos, compañía humana simple, como es el escandaloso y entretenido espectáculo de los demás.
El individuo comunica, el YO expone; con ello, lo estrafalario escapa a la norma moral que lo censuraba severamente, pues llama más la atención del ausente. La moral pierde carácter explícito e imperativo, y se relega a las regulaciones de la figuración en redes: una ''moralidad'' morbosa que normaliza cualquier conducta siempre que no afecte el mercado al cual se dirige. Los antiguos efectos del pensar moderno se superan a través de una nuevas prácticas conductuales e intelectuales de visualización no normativa, nuevos géneros y normalidades. Con el desplazamiento de las relaciones tradicionales de vínculo e intimación, el recurso a enunciados culturalmente descentralizados deja las otrora verdades vacías, pues este YO, siendo objeto de la visualización, simula una identidad. La certeza de quién soy y de quién es el otro se disuelve en la sociabilidad digital.
Cada época por la que pasó Occidente provocó una filosofía no académica, un pensar de masas, compuesta por una serie de afirmaciones sabias, o supuestos ''sólidos'', a los que se recurre en los distintos momentos; esto incide en su modo de pensar, valorar y actuar en esos contextos. Toda filosofía de la época suma las verdades del momento y perfila la conducta humana en el devenir de su tiempo, es el sentido común de los que son los muchos y todos. La filosofía moderna constituyó al individuo, la racionalidad poscontemporánea constituye el YO. El anterior sujeto se delimitó con base en dicotomías almacuerpo, masculinofemenino, públicoprivado, realilusorio, verdadmentira, un conjunto de tensiones vivénciales que, si bien en su momento resultaban incuestionables, con el paso a otra forma de pensar, ser y actuar, pierden fuerza, pues la gnoseología poscontemporánea provoca y permite la diversificación de las ''normalidades''. La inclusión de lo inusual en lo normal resguarda lo excéntrico y distinto de las censuras que lo normaban otra época.
Desde las normas de la racionalidad moderna, los tiempos de la época poscontemporánea pueden ser juzgados como años de anomia, y no es incorrecto o prejuiciado concluir de ello, pues si revisamos los momentos de decadencia de las racionalidades anteriores notamos que en su ocaso se reflejan conductas y juicios tan desfachatados como desvergonzados. La ''tranquilidad'' con la cual hoy se puede ser distinto es sintomática de la decadencia de la racionalidad modernacontemporánea y de la transición a una gnoseología poscontemporánea. Por ahora, el mayor gesto de respeto que debemos esperar de quien no nos comprende es que nos trate como personas; mientras que la mayor actitud que podemos esperar de él es que nos ignore, pues así no nos insulta con sus juicios ni ofende con sus miradas. La integración de la diversidad humana en Costa Rica es aún muy distante.
El fenómeno de descentramiento de lo diverso no debe entenderse desde razones relativas al avance del conocimiento, sino más bien por razones externas y múltiples, políticas y geopolíticas. Esto se observó en la transición de la episteme renacentista a la moderna. En esta, se evidenció una tensión entre la amplitud de la realidad aceptada y su reducción. Las lateralidades de mentalidad moderna redujeron e invisibilizaron lo que en la racionalidad renacentista era real y homogenizaron sus entidades como supuestos ilusorios.
En el actual momento histórico, por efecto de la globalización, el desarrollo de la internet a escala mundial en todos sus alcances, desde las redes hasta los tecnofeudos10 y los movimientos políticos posteriores al final de la Guerra Fría, se presenta la transición en la forma tanto de pensar como de ser, que conlleva a pasar de particularidades modernas, normativas y centralizadas a posiciones gnoseológicas diversificadas. Presenciamos una transición en la racionalidad que contiene el declive de su organización moderna. La configuración y expansión de la racionalidad moderna se dio a través de la extensión del poder europeo a otras regiones del mundo. Desde la mentalidad moderna al otro y a lo otro se le negó valor. Como resultado de la centralización de lo diverso para dominarlo, toda inclusión que se da dentro de los parámetros de lo moderno es siempre insuficiente y tan solo paliativa de las tensiones humanas que constituyen su trasfondo.
Con el cambio en la noción de sujeto que se presenta en el inicio de la poscontemporaneidad, el reconocimiento del otro, y la otredad, pasa a ser fruto de la resistencia, y se posiciona como evidencia de la persona real y particular. El sujeto de la poscontemporaneidad desplaza al individuo moderno al representarse como una nueva identidad diversificada y autopercibida. El YO es representación personal del modo de verse para afirmarse como alguien; una convocatoria por medio del espectáculo mediático y virtual, divertido y llamativo sin duda, pero vaciado de intimidad.
Desaparecen así las prerrogativas del individuo y no queda más que su confirmación a través de simples autoafirmaciones emocionales. La verdad moderna se transforma en ilusión poscontemporánea, sometida a la conspiración orwelliana que actúa en la penumbra de las redes como algoritmos que, desde un perfil de gustos, nos invaden con ofertas que golpean el rostro, pues no las estamos buscando.
La moralidad se transforma en argumento que dibuja la frontera de la figuración. El nuevo sujeto social humano requiere de reconocimiento para afirmarse a sí mismo, ya que su mismidad le es aburrida y sus vínculos interpersonales no constituyen la buena compañía que necesita para vivir dignamente sin temores y sin sentidos.
El YO es fruto del aislamiento de la pandemia, logra escapar de ella por medio de las redes sociales; su único objetivo vital es recuperar el necesario contacto humano por medio de complacer a otros exponiendo sus carencias y miserias de manera impulsiva, incitando con ello el placer morboso de aquellos que gozan con la exposición de sus secretos.
Por efecto de la pandemia, ya no puede salir a la calle para provocar encuentros, es una criatura incompleta, carente de afirmación propia, tímido y temeroso. La pandemia asesinó al individuo. Condenado al aislamiento, perdió su capacidad de enfrentar la presencialidad corporal del otro; al no poder condicionar el contacto, le asaltó entonces la limitación del individuo, pues la persona es por sobre todo comunitaria, necesita del encuentro para realizarse y ser alguien, no puede vivir aislado a no ser que page el alto precio de su estabilidad mental.
En su vocación al encuentro y la intimación, el YO como personaje hace una ''puesta en escena'' pensada como estrategia de mercadeo emocional de sí mismo. Crea un personaje que substituye a su persona, para publicitarse por medio de los contenidos, historias y actualizaciones como la única forma de convocar algún encuentro que siempre será insuficiente y vacío. El YO no es un individuo, pues no norma su entorno ni lo controla; con los contenidos de su existencia aislada, solo se llena una página, su currículo es tan delgado que es transparente, por ello, solo es visto si es digital. Es un espectáculo que busca una figuración para sustituir la proximidad de otro, ya que ahora le causa una desconfianza intensificada.
La imagen que sustituye al individuo expone una identidad intencionalmente prefigurada. El YO se confirma a sí mismo en tanto llame la atención, sometiéndose, para ello, a las exigencias de proyección de ese personaje con el que disfraza su persona como una marca distintiva y deficitariamente individualizante, pues cualquiera lo puede imitar y suplantar. Su comportamiento no es más que una exposición ególatra. En tanto influencer, coach de vida o creador de contenido, se adecua a algún otro que lo desconoce como persona, es mercancía sometida a mercadotecnia. Es en redes y se produce a sí mismo, vaciándose de lo propio e íntimo. Desarrolla un narcisismo esquizofrénico por el cual no puede tolerar el riesgo que implica convivir con otro, pero no puede existir sin sus miradas. Teme lo que los demás puedan hacerle, pero a su vez le interesa lo que piensen de él. Padece de un deseo de proximidad distante, tan cercano como para saber qué se piensa y tan lejano como para que no le haga daño. Los demás no deben saber quién es realmente, pues así preserva su simpleza de la mirada de los demás. Por ello, múltiples YO sentados en una misma mesa solo acatan o interactúan con su celular. La interacción humana se ha deformado, es ahora evasión de la compañía cercana.
Por su mismo carácter esquizofrénico obtiene la aceptación y expiación que lo justifica de la ''proximidad distante'' del otro, por ello se transforma en múltiples personajes en multiplicidad de redes, ya que no puede obtener de un solo otro, lo que el individuo obtenía con su sola presencia.
Para este nuevo sujeto humano, el proyecto moderno de realización del individuo se ha agotado. Esto no es asunto de la complejización del mundo, sino efecto colateral de la decadencia de la racionalidad moderna, pues con la ausencia de proyecto de realización individual, vital y propio, las dificultades del mundo y su complejidad se vuelven impedimento y se enuncian como argumento que justifica los abandonos con los que vive.
Con el final de las condiciones de orden geopolítico unipolar, la época contemporánea llegó a su fin. Luego de unos pocos años, una década en realidad, se desarrolla una incipiente nueva racionalidad que responde a las complejidades de un mundo cuya organización geopolítica es ahora multipolar. En ese contexto, la racionalidad antes hegemónica se ve lentamente desplazada por una nueva delimitación gnoseológica y epistemológica de la realidad. Esta racionalidad alternativa se separa de las condiciones conceptuales que delimitaba la racionalidad anterior, lo cual provoca que una nueva generación de personas no responda ya a los condicionamientos que poseía. Con ello, la comprensibilidad del proyecto moderno de realización del individuo y los modos de ser identitario que se establecían de manera sólida se disuelven. A partir de la consolidación de las redes, el viejo individuo moderno palideció, lo que llevó a la persona a adaptarse a nuevas condiciones de encuentro y afirmación, recurriendo a la convocatoria estética virtual, tal vez tan llamativa como grosera y vulgar; vaciada de intimidad. El YO es un proyecto de figuración emocional que desemboca en conductas de visualización comercial, pues no es un sujeto poscapitalista, sino hipercapitalista.
La percepción moderna del modo de realización de personal no es comprensible, pues debe abrirse a la experimentación de nuevas identidades e imposturas por simple modismo o comportamiento reflexivo. Al perderse los significados sociales que anteriormente daban comprensibilidad y aceptación al individuo, el sujeto poscontemporáneo se ve como una persona que no necesita intimidad, pues esta no lo no saca de su soledad; pero incapaz de normar, regular, delimitar las condiciones de su vinculación, teme la proximidad a tal grado que nadie debe saber quién realmente es, en ocasiones ni él mismo, pues así resguarda su simpleza de la mirada enjuiciadora y burlona de los demás. Esos que como individuos marginalizaba, ahora, en su inevitable anonimato, le producen desconfianza, ya que no sabe cómo vincularse con ellos.
Para él no existe más que la incógnita de los demás y no encuentra más verdad que la de las emociones, la ''posverdad'', pues esta es la única verdad a la cual se puede aspirar en la época de incertidumbre del otro. Se piensa a sí mismo en condiciones de una nueva racionalidad que está lejos de ser primordialmente racional, es más bien profundamente emocional, una representación mental de la identidad propia que crea percepciones y autopercepciones desde carencialidad afectiva y débil personalidad.
En la época poscontemporánea actual, la interacción humana se da a través de condiciones de incertidumbre provocadas por representaciones que no pueden ser impuestas entre sujetos. Lo privado es negocio, no comunicación. La persona actual impostura su vida para despertar interés. Su valor como persona se encuentra en la mirada que atrae de los demás, el valor de lo íntimo se ha desarticulado. El vínculo es un desdoblamiento de imágenes que en un reflejo mutuo transforman lo trivial en importante. El vínculo tiene ahora lateralidades en las que el espectáculo de lo excepcional, grotesco y vulgar forma parte de lo normal. La persona ha desaparecido tras el personaje.
Desde su aislamiento emocional, el nuevo sujeto se percibe a sí mismo como élite. Se coloca por encima de la masa de seguidores, pues es capaz de interpretar sus necesidades sin reconocer a las personas, sino sus gustos y morbosidad, por ello, puede crear tendencia en redes. Es para esa masa, sin importarle quiénes la forman. Por lo tanto, sus emociones le son un conflicto. Es esquizofrénico, pues no le importa conocer realmente a los otros, pero le teme a su ausencia. Necesita garantizarse su vinculación constante a través de crear nuevas llamadas de atención despreocupadas de lo vulgares o ridículas que pueden ser. Su vinculación en redes es búsqueda de aceptación, expiación y justificación tanto de sus incapacidades como de sus ausencias personales.
Al no lograr posicionarse por sí mismo ante otros, toda conducta expuesta por él es efímera e impulsiva, encontrando en la red múltiples espacios para ocultar su íntima mediocridad. No prevé las implicaciones de su exposición, pues busca llamar la atención para sentirse aceptado. Una aceptación que vivencia como afirmación, encontrando en la constancia de sus seguidores el reconocimiento que necesita para sentirse seguro en soledad emocional. En su risible impertinencia, pretende reflejar el brillo de su inteligencia demostrando tan solo su estupidez. Por esto, la cultura del YO es cultura de memes. Cultura vacía, más allá de la cultura de masas; pero menos acá de la cultura humanista integral que dignifica a las masas.
El agotamiento del proyecto moderno de realización individual, que delimitaba conceptualmente las conductas de afirmación personal a través del trabajo estable, pareja, procreación de hijos y vivienda propia, provoca que nuevos sujetos, en un rango etario que corresponde a los nacidos después del 2005, no aprecien ni deseen las exigencias de reivindicación personal que poseían, justificando ello en el costo de la sobrevivencia y la complejidad del mundo actual, para cambiar niños por perros, parejas por encuentros casuales programados, casa propia por el desinterés de un techo propio.
A su lado, con las redes sociales, la interacción humana se vació de la necesidad de proximidad física, inhabilitando el desarrollo afectivo por encima de la adolescente ilusión del enamoramiento que no perdura mucho en nuestro cerebro. En la red social, la vinculación se despersonaliza, no contrae relaciones de intimación persona a persona, sino relaciones de espectadorespectáculo. Su posibilidad real de afirmarse como alguien se traslada de la proximidad físicaemocional al despliegue de su personaje en cada nuevo contenido que publica en las redes.
El YO no busca ser ante otro amigo o amante, sino la seguridad de no saber del mal juicio, la burla o el desprecio con el que puede ser visto. La vinculación humana se despersonaliza. El riesgo del contacto con otro cae en la zona de lo que despreocupa. La desestimación del otro es resultado de la ausencia de intimación. El sujeto social humano solo existe en el gusto de un público vacío de afecto y piel. Por ello, la necesidad de la proximidad virtual. Su existencia se reduce a ser percibido sin percibir, por lo tanto, debe crear diariamente contenido y, así, no desaparecer. Al transformarse la afirmación en simple aceptación virtualunidimensional, el vínculo con otro pasa a ser una emoción deficitaria, que carece de certeza, cuerpo y calor. Por ese déficit, el vínculo virtual no posee un único modo, más bien es de múltiples maneras y utiliza medios para desperdigar el riesgo de ese otro que lo sigue desde su anonimato y perversión.
Puede ser un patán en una red social y altruista en otra, un mal encarado en esta o simpático bromista en aquella, no importa en realidad qué es, pues ningún otro sabe quién es. En consecuencia, sus malos juicios y miradas no le pueden resultar una amenaza o un desprecio hiriente. Tan simple como bloquear a quien no le da lo que necesita, así resuelve su conflicto, sin necesidad de excusar su distanciamiento o indiferencia, como debía hacerlo el individuo educado cuando algún próximo u otro le reclamaba su comportamiento.
Al no poder delimitar al otro no puede transformarlo en parte de su nosotros como amigo, compañero o amante, lo único que ocurre es la aceptación de su incertidumbre a través de una personificación, aún y cuando el otro no lo sepa. El YO poscontemporáneo se comporta como un niño bastardo que, deseando cariño, se vincula con algún otro haciendo lo que ese espera de él, pues teme su rechazo. El vínculo en redes es ideal para pedófilos y todo tipo de distintos pervertidos, ya que en estas encuentra a quienes buscan expiación de su miseria e incapacidad. La ausencia del próximo obliga a obtener confirmación por medio de su validación; pues el YO no logra encontrar en una sola situación la reivindicación que obtiene como persona a través de sentarse en la misma mesa con sus amigos y familiares, extraerles risas por sus bromas, afecto, consuelo e interés al comunicar sus emociones con un gesto. Como persona, debe imposturar, aún en la presencialidad física, un modo de ser y actuar atrayente para obtener lo que el viejo individuo conseguía en un momento de vínculo e intimación física con ese que ahora le genera una inmensa desconfianza, no por su presencia, sino por la incapacidad que él tiene de normarlo. Limitado en sus facultades sociales y emocionales, se comporta inseguro de su presente y futuro. Ante las situaciones imprevistas, no logra destacar, ni siquiera está seguro de compartir sus boberías, menos aún liderar las voluntades ajenas de quienes están a su lado en un bar o en una sala de trabajo.
El contacto humano físicopresencial fundamenta el vínculo y la intimación. Toda persona necesita para vivir con seguridad del reconocimiento que extrae de la imposición de su presencia. La cercanía física de un otro nos permite constituir con él nuestro nosotros. Nos autoriza expiar nuestras faltas por medio de la compresión de quien nos ama, como si nuestras torpezas se trataran de simpáticas ocurrencias imprevistas y no de muestras claras de nuestra estupidez e impertinencia.
A Modo De Conclusión
Todo lo que en una época reconocemos como real, incorpora un imaginario. Toda racionalidad, a lo largo de la historia occidental ha delimitado la frontera de lo real; siendo así que es solo una construcción mental con la que rodeamos al objeto para constituirlo en fenómeno.
Para la racionalidad moderna, lo real es solamente aquello afirmado a través de la razón y la ciencia, lo distinto a ello, lo nouménico, es solo un supuesto metafísico. Con esto restringe la realidad aceptada en otra época, pero a la vez amplía la realidad que se desconocía. El movimiento histórico del conocimiento se da como oscilaciones de las dimensiones de la realidad que son, por su carácter histórico, representaciones imaginarias. Lo real es lo que se reconoce dentro de los parámetros de lo confirmable. Fuera de esas segmentaciones, solo podemos aproximarnos a la realidad por medio de la imaginación. Desde los mundos posibles hasta los universos paralelos, desde los 78 demonios medievales hasta los monstruos renacentistas, lo real es solo una representación mental de la realidad que se produce por medio de una afirmación de la gnoseología que la impone. Toda verdad de época es tautológica, reitera las afirmaciones ''verdaderas'' del modo de pensar del momento. Por ello, en la vivencia de las masas modernocontemporáneas, se recurre a argumentar el lugar común: ''es lógico que así sea''. Pero tanto lo gnoseológicoontológico como lo epistémicoargumentativo pueden traspasar su tiempo. La contemporaneidad occidental continuó siendo moderna hasta su colapso y es solamente tras los acontecimientos históricos que precipitaron su decadencia, que dio paso a la poscontemporaneidad actual. En este movimiento, las categorías predominantes del pensar moderno y su definición de sujeto decaen.
La época poscontemporánea está constituida por el paso a la multipolaridad como conclusión posible del proceso de la globalización y un capitalismo tecnologizado. El Occidente capitalista se movió con una intención clara en una dirección que le resultó geopolíticamente equivocada. Aquel otro que la mentalidad occidental moderna creó se desliga en la poscontemporaneidad de su reducción a objeto con deficiencias. El ser humano diversificado rarifica la normatividad moderna con normalización poscontemporánea. Supera el desinterés con que desdeñaba la intimación con otro sustituyéndolo por animales.
El sentido moderno de vivir se pierde resultado de la presión de un vivir entre redes sociales, disfrazando su incapacidad de ser con otros, por ser visto por ellos. Al ser comercialización de la persona, no puede comprender que es mejor despreciar la fama que dejarse embaucar por ella, pues cierra la puerta a quienes lo aman y se la abre a quienes lo adulan.
El interés por el infortunio ajeno da lugar a un morboso gusto por su degradación, brindando oportunidad de lucrar con su miseria, ofreciéndole accesorios para la vida y modelos para seguir. La decadencia de la mentalidad moderna ha dejado como herencia la desarticulación del valor de lo íntimo, pues lo privado es un negocio capitalista en el poscapitalismo tecnológico. La mentalidad poscontemporánea es la filosofía de la globalización en el contexto del tránsito a la multipolaridad.
El proyecto moderno se ha disuelto. El mundo avanza hacia la multipolaridad geopolítica dejándonos ver las insuficiencias de la época anterior, el carácter transitorio de sus verdades, la precariedad de sus definiciones y la multiplicación de sus carencias; sin embargo, el paso de los tiempos no nos da nuevas certezas, pues el pensar hegemónico no cambia por alguna razón gnoseológica ni por nuevos descubrimientos o por el peso de la crítica filosófica a las viejas verdades, sino por razones de diversificación humana a través del reacomodo geopolítico mundial. Todo cambio es lento, con resistencias y retrocesos, hasta que llegue el momento en que no se puede seguir viviendo a la antigua.
El eclipse de la racionalidad modernocontemporánea enfrenta a la persona a un mundo que no comprende y una vida que se escapa de sus certezas. Toda decadencia de una época se acompaña de prácticas de cinismo y anomia; esto solo desaparecerá cuando la época geopolítica que la sostiene desaparezca plenamente, por ello, este es el momento de la posverdad y la psicopolítica11, cuyo máximo logro será la formulación de un algoritmo de conducta humana. En este tránsito que aún no concluye en una afirmación hegemónica, la posverdad logra generar un sentido común social por medio del control de la información a través de las agencias informativas occidentales desde Reuters hasta France Press12, pues la persona media comprende su presente a través de las vivencias emocionales del contexto que enfrenta. Hemos vivido nuestro tiempo con desfases.














