Introducción
El cuidado de la niñez ha sido objeto de estudio y análisis en gran parte de la cultura occidental, respecto de la que se indica que las estructuras sociales, históricas, políticas, demográficas y culturales determinan la configuración de esta etapa de vida.
En relación con lo anterior, existe un amplio debate y cuestionamiento a la participación del hombre en la crianza, específicamente en cuanto al escaso contacto físico y la contención psicoemocional de los infantes, lo cual naturaliza que la mayor sobrecarga del cuidado recaiga en las mujeres1. Asimismo, el modelo social imperante ha generado que esta “naturalización del cuidado” en cuanto a roles predefinidos que favorecen las desigualdades de género y los problemas de salud en este grupo social.
Ante tal panorama, en el año 2012, el programa Chile Crece Contigo lanzó una guía de paternidad activa para el fortalecimiento del rol masculino en la crianza, mas el análisis en que se basa es escueto, por lo que no logra abarcar en profundidad la importancia del cuidado en conjunto. A pesar de las intenciones institucionales en salud para instalar la temática, no existe una política multisectorial que instruya a los varones a construir nuevas masculinidades que impulsen una construcción equitativa de los cuidados en la niñez.
Partiendo de lo expuesto, el siguiente ensayo tiene como propósito reflexionar críticamente en torno al actual escenario chileno de cuidado en la niñez respecto de la desigualdad de género, la perspectiva de masculinidad hegemónica y las estrategias de fomento de la paternidad activa.
Desarrollo
Niñez y adultocentrismo
Según Carina Lupica, la paternidad se define como “las capacidades prácticas y funcionales que tienen las madres y los padres para cuidar, proteger, educar y asegurar el sano desarrollo de sus hijos e hijas y otras personas dependientes en los hogares”2.
En cuanto a la niñez, se trata de un constructo influenciado por múltiples determinantes, los cuales han generado experiencias disímiles de infancia: de acuerdo con el informe “Estado Mundial de la infancia 2005” de UNICEF, corresponde a una etapa de vida integral, multidimensional y permeable a cambios políticos, económicos y sociales3; por tanto, se afirma que las definiciones de infancia son múltiples, máxime al incluirse perspectivas personales.
Actualmente, prima una mirada adultocéntrica (entendida como “la superioridad de los adultos por sobre las generaciones jóvenes y señala el acceso a cierto privilegios por el solo hecho de ser adultos; es decir, ser adultos es el modelo ideal de personas por el cual el sujeto puede integrarse, ser productivo y alcanzar el respeto de la sociedad”4. Este modelo de dominación y potenciador de desigualdades ha sido rector del enfoque que se le asigna a la niñez y en el análisis para la construcción de políticas públicas o intervenciones socio-sanitarias4.
En este sentido, el historiador Jorge Rojas -quien se ha dedicado a la historia de la infancia en Chile- apoya la idea de transformar la relación con la niñez en cuanto a revertir la mirada adultocentrista y señala que: “similar vacío existe respecto de lo que ocurre con la sociedad acerca de la infancia, las percepciones que tienen los adultos sobre esta, así como una efectiva caracterización de las políticas del Estado. Abundan las campañas de difusión y circulan muchas percepciones sobre los cambios que han ocurrido, pero no hay una reflexión seria que explique en qué sentido todo esto ha afectado la imagen y las expectativas que la sociedad tiene respecto de los niños”5.
Además, en una entrevista, el académico hace referencia a la importancia de repensar la niñez en cuanto a que “existe conciencia de que muchas veces hay historias sobre los niños y no historias de los niños”6.
Merece destacar que los primeros cinco años de vida son considerados una etapa frágil y relevante en la configuración de un sujeto en cuantos aspectos psicológicos, sociales y de salud que influirán en etapas venideras.
No cabe duda, entonces, que el cuidado por parte de los adultos en la niñez revierte relativamente el cuadro de fragilidad propia de la etapa7.
Construcción del cuidado y el habitus del ser cuidadora
El cuidado se define como la actividad humana de preocupación de otro sujeto que requiere de acciones para su supervivencia. La construcción del cuidado se desarrolla en el ámbito privado y se reconoce como una actividad subvalorada, económica y socialmente8. Es a través de este cuidado que la mujer ha sido relegada a responsabilidades de cuidado por el compromiso histórico que suponen estas acciones, sobre las que no ha sido valorada ni remunerada, muy distinta a la condición del hombre en el cuido, ya que lo ejercen como una opción o en acompañamiento a lo realizado por la mujer. Por lo anterior, es que distintas vertientes han determinado la existencia de funciones según el género, las cuales impactan lo cotidiano de la sociedad, al punto de convertirlas en un dispositivo de poder social y corporal9.
Dada esta perpetuidad de condiciones, los habitantes de un espacio social convierten las acciones de cuidado en un “habitus” que recrea formas de dominación y subordinación en la concepción clásica del binarismo sexual10. Dicho de otra forma, tanto las funciones de cuidado como los valores que las envuelven son parte de los roles de género asignados a las mujeres: un ejemplo de ello es un estudio efectuado en el país Vasco, el cual concluye que el rol de cuidado en las mujeres se naturaliza y que las obligaciones morales no se evidencian en el relato de hombres cuidadores11.
Consecuencias de salud en las mujeres
La comprensión de las inequidades en salud está determinada por los factores descritos, debido a que las mujeres, con la sobrecarga de trabajo (formal e informal) y la posición social que ocupan, enferman más en comparación con los hombres: al respecto, algunos estudios señalan que el 68% de las mujeres perciben que la acción de cuidar perjudica su salud, mientras que existe una estrecha relación de problemas de salud mental asociados al cansancio y a la depresión12. Asimismo, las mujeres presentan dos veces mayor sobrecarga en contraste con los hombres, lo cual genera una insatisfacción de las necesidades básicas personales tales como el descanso, la alimentación y la actividad física13.
De igual manera, la Encuesta de Calidad de Vida, efectuada en el año 2016- evidencia que las mujeres presentan mayor cantidad de enfermedades diagnosticadas en comparación con los hombres, con una mayor prevalencia de depresión, obesidad y enfermedades cardiovasculares14-15.
Masculinidad hegemónica y nuevas masculinidades
Como bien se ha detallado, la construcción de las desigualdades de género está determinada por una multiplicidad de factores: uno de ellos es la concepción de masculinidad hegemónica definida, según Connel, como “la configuración de práctica genérica que encarna la respuesta corrientemente aceptada al problema de la legitimidad del patriarcado, la que garantiza (o se toma para garantizar) la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres”16. Asimismo, Marqués expone que la construcción de la masculinidad hegemónica considera las siguientes características:
- Fomento de comportamiento propios del hombre
- Restricción de actitudes impropias de los hombres
- Estado de superioridad social en comparación con las mujeres17
En contraposición, existen nuevas corrientes de pensamiento que intentan construir nuevas masculinidades, al suprimir las relaciones de dominación y superioridad, en torno a lo que resulta interesante, pues, las concepciones de nuevas masculinidades ligadas a la educación liberadora, en la cual se reconoce el diálogo como característica fundamental para la deconstrucción de la masculinidad hegemónica, mediante la que fomenta que los hombres se refieran a privilegios y acciones que coaccionan la relación entre mujeres y varones18.
Estrategias de fomento de la paternidad activa
Las estrategias de fomento de la paternidad activa tienen como propósito fortalecer los efectos positivos del involucramiento de los padres en la crianza de sus hijos/as19. En el contexto latinoamericano, Chile y Brasil son los países que han logrado ejecutar políticas integradoras del fomento de la paternidad en cuanto a talleres socioeducativos19.
En consonancia con las demandas sociales de deconstrucción del cuidado y lo beneficioso del involucramiento de los padres en la crianza, Chile ha desarrollado estrategias para el fomento de la paternidad activa, de las cuales se reconocen las siguientes:
Permiso por nacimiento de hijo/a: Se establecen cinco días con goce de remuneración con la posibilidad de distribuirlos en los primeros 30 días postnacimiento19-20.
Postnatal para padres: Establece el acompañamiento de los padres según traspaso de semanas por parte de la madre al padre con ciertas condiciones, dependiendo de la cantidad de semanas y la modalidad de permiso postnatal19-20. A pesar de ser una estrategia que apunta a diversificar el cuidado en la niñez, esta ha sido escasa y de bajo impacto, ya que solo el 0,3% de los hombres ha utilizado este beneficio2.
Guía de paternidad activa: El programa intersectorial de protección social “Chile Crece Contigo” publica el año 2012 la guía de “paternidad activa”, la cual aborda las habilidades de crianza según etapa de vida y los beneficios para infante, entre los que destaca establecimiento de vínculo de apego, la seguridad emocional, cuidado temprano, entre otros tópicos. A su vez, mezcla el relato y la evidencia actual de las desigualdades de género que se relacionan con el cuidado en la niñez21.
Las estrategias señaladas se establecen como pioneras en la región; no obstante, son escasas y, a pesar de contemplar líneas argumentativas que consideran la tríada madre-padre-hijo/a que compromete esfuerzos colectivos en la vida pública/social y privada, no se visualiza articulación desde el desarrollo de otras áreas de relevancia social como la educación, el trabajo o el sector salud. De igual forma, las estrategias tienden a centrarse en las facilidades laborales en los primeros meses de vida y en el análisis descriptivo de las desigualdades de género, pero no logran recomendar actividades concretas que cuestionen la masculinidad imperante en nuestra sociedad y promuevan cambios en esta.
Conclusión
Para concluir, la crianza históricamente ha estado cargada por una perspectiva adultocentrista y, en el plano de cuidado, efectuado por la mujer. La actividad de cuidado es una construcción histórica, social y cultural la cual establece relaciones de poder en las que la subordinación está determinada por el espacio privado de cuidado.
Dado lo anterior, las mujeres son afectadas por la “naturalización del cuidado” y tienden a comprometer de mayor manera su estado de salud a causa del impacto de las actividades en la satisfacción de sus propias necesidades vitales. Lo anterior responde al modelo patriarcal que condiciona que la responsabilidad del cuidado aún no se efectúe en forma igualitaria.
De igual forma, las acciones gubernamentales para disminuir las inequidades de género en el cuidado de la infancia son escasas: se vinculan principalmente al desarrollo infantil y carecen de una mirada crítica en cuanto a la posibilidad de revertir situaciones de injusticia y de mejoramiento colectivo de la calidad de vida. Sin esta perspectiva analítica y de fomento del diálogo como elemento fundamental del problema, no se podrán develar las estructuras sociales “invisibles” que involucran las desigualdades de género y que no permiten el desarrollo de una sociedad justa.
Asimismo, la configuración de las políticas públicas debe ser integral, aspecto que incluye “disminuir la brecha salarial, incrementar la participación de las mujeres en el trabajo remunerado, aumentar la cobertura de jardines infantiles, políticas de trabajo decente y conciliación laboral, permisos para que los papás puedan atender asuntos de salud o educación de sus hijas/os, postnatales masculinos largos intransferibles y pagados por el estado”.
Para finalizar, se recomienda acoger las intervenciones realizadas en otros lugares del mundo respecto del cuestionamiento de la masculinidad hegemónica, de modo que funjan como punto de inflexión para la coconstrucción de nuevas formas de relación social.