Estudios subalternos
en
América latina
Bernal Herrera Montero
Bernal Herrera Montero. PhD.
Catedrático, Sede del
Atlántico, Universidad de Costa Rica.
Dirección de correspondencia.
Abstract
The
essay starts with a brief
survey of the impact exercised by the
Subaltern Studies of Southeast Asia, born in India during the 70s, in
some areas of the Latin American Studies. Departing from this survey,
the author, who is not a historian, proposes that the study of some
Latin American historical realities could benefit from a more intense
interaction with some of the conceptual possibilities posited by the
Subaltern Studies. The essay ends by suggesting some notions developed
by this school that could prove enriching for the Latin American
historiography, as well as some subjects in which their usage could be
useful.
Keywords: Subaltern Studies, Latin
American historiography, theories of
history, Latin America
Resumen
El
ensayo presenta un breve vistazo
al impacto que los Estudios
Subalternos del Sudeste Asiático han tenido, desde su
surgimiento en la India en los años setenta, en algunas
áreas de los Estudios Latinoamericanos. A partir de este
vistazo, el autor, quien no es historiador, propone que el estudio de
diversas realidades históricas de la región podría
beneficiarse de una más intensa interacción con algunas
de las posibilidades conceptuales desarrolladas por los Estudios
Subalternos. Se sugieren algunas nociones de esta corriente que
podrían hacer un aporte a la historiografía
latinoamericana, así como algunos de los temas en que tales
nociones podrían resultar de utilidad.
Palabras claves: Estudios
Subalternos, historiografía
latinoamericana, teorías de la historia, América Latina
La
constitución, a inicios
de los años 90, del Latin
American Subaltern Studies Group, conformado por académicos
latinoamericanos y estadounidenses al interior la academia
estadounidense, señala un posible inicio oficial del proceso de
diálogo entre algunos latinoamericanistas y la tendencia de los
Estudios Subalternos, originada en la India e Inglaterra. Algunos de
los resultados de este diálogo, así como una muestra de
las posiblidades teóricas y críticas que abría,
aparecen plasmados en la antología The Latin American Subaltern
Studies Reader1, aparecida en el 2001, fecha para la
cual la necesidad
del diálogo había sido vista también al interior
de la academia latinoamericana, como lo evidencia la antología
Debates post coloniales: Una
introducción a los estudios de la
subalternidad2, publicada en Bolivia en 1997. Saurabh
Dube, por su
parte, había editado en México, en 1999, la nutrida
antología Pasados
Poscoloniales. Colección de ensayos
sobre la nueva historiografía y etnografía de la India3,
la cual obtuvo una amplia difusión e impacto, la cual si bien no
estaba exclusivamente conformada por ensayos provenientes de la
corriente de Estudios Subalternos, sí tenía en estos una
de sus principales fuentes teóricas y bibliográficas.
Allí, en “Temas e intersecciones de los pasados poscoloniales”,
texto que sirve de introducción a la antología, tras
reseñar la situación del diálogo al interior de la
academia estadounidense, Dube afirmaba que “el debate histórico
y la crítica cultural en el mundo hispanohablante, en particular
en América Latina, han permanecido más o menos
herméticos a estos desarrollos”4. Una
situación
que, más allá de los posibles cambios ocurridos desde
fines de los años 90s, no ha variado sustantivamente.
Así, pese a que diversos intentos de construir nuevas
perspectivas sobre antiguos y recientes problemas planteados por las
historias y culturas latinoamericanas podrían beneficiarse con
el conocimiento de, y la reflexión sobre, los conceptos
teóricos y las tesis históricas producidos por los
Estudios Subalternos del Sur de Asia en sus casi treinta años de
existencia5, este proceso no se ha dado en el grado
deseable. Quien
esto escribe considera conveniente reforzar este conocimiento y
reflexión, y en las pocas páginas que siguen quisiera
explicar porqué.
Los conceptos y
tesis
historiográficos, lejos de ser entidades
fijas que debamos aceptar o rechazar sin más, más bien
suelen constituir elementos plásticos y moldeables, que cada
investigador apropia o expropia según sus agendas y necesidades.
Así, la noción de “subalterno” puede servir como
categoría que agrupa en un mismo concepto diferentes relaciones
de poder y actores sociales, pero también sirve para analizar
líneas de fractura muy específicas al interior de
sociedades concretas. Esta ductibilidad teórica es
particularmente útil para analizar, sin perder de vista las
relaciones macro de poder, los procesos específicos
experimentados por sociedades que, como las antes llamadas
tercermundistas, subdesarrolladas o en-vías-de-desarrollo,
exhiben fracturas sociales particularmente variadas. Tales son los
casos de India y América Latina, ambas muy amplias regiones
caracterizadas por estratificaciones sociales polimorfas que, al tiempo
que se intersectan y traslapan entre sí, también poseen
dinámicas propias muy específicas. El carácter
variable y móvil de tales estratificaciones las hace
irreductibles a cualquier enfoque que pretenda dar cuenta de ellas a
partir de categorías explicativas únicas o fijas, sean
ellas la clase, como en el marxismo, o la etnicidad, como en los
indianismos, indigenismos y nativismos. Los límites que tales
categorías encierran, así como la dificultad de
superarlos al interior de las perspectivas analíticas
estructuradas alrededor de ellas, los ejemplifica en América
Latina el caso de Mariátegui, quien a partir del marxismo
intentó comprender, y cambiar, la historia peruana fusionando o
mezclando la clase y la etnia, un notable esfuerzo que fue, sin
embargo, rechazado al interior del marxismo de la III Internacional.
La categoría
de lo
subalterno permite, entonces, agrupar
teóricamente, pero sin fundirlos y manteniendo su especificidad,
a muy diversos actores sociales actuando en el lado “débil” o
“marginado” de la ecuación, en las no menos diversas
líneas de enfrentamiento social. En un subcontinente como
América Latina la plasticidad de este concepto,
simultáneamente riguroso y maleable, ya es por sí sola
merecedora de atención y reflexión. Pero las
posibilidades que brindan los Estudios Subalternos para quienes
investigan las historias y las culturas latinoamericanas no se reducen
al concepto general de “lo subalterno”, radicando también en
muchas de sus orientaciones concretas, tales como su énfasis
inicial en los campesinos. Este sector, si bien en la América
Latina contemporánea se ha debilitado demográfica y
socialmente, no solo continúa siendo una población de
enorme importancia en varios países de la región, sino
que fue fundamental durante siglos en la casi totalidad de ellos. Una
población, en suma, cuyo accionar pasado y presente debe ser
estudiado desde diversas perspectivas, pues de otra forma resulta
imposible captar y comprender buena parte de la historia
latinoamericana.
Otro aporte de los
Estudios
Subalternos que reviste particular urgencia
en nuestra región es su cuestionamiento de la concepción
eurocéntrica de la modernidad, una concepción en la cual,
como afirma Dube refiriéndose al pensamiento de Chakrabarty,
“Europa sigue siendo reificada y sigue siendo celebrada como el sitio y
el escenario del nacimiento de lo moderno, actuando como un referente
silencioso que domina el discurso de la historia”6. Esta
concepción, aun prevaleciente, define la modernidad como un
proceso unitario, un camino único con etapas más o menos
fijas, cuyo arquetipo es provisto por la historia occidental,
especialmente la de los últimos cuatro siglos, definida como el
único modo válido y “civilizado” de desarrollo. Algunos
de los efectos valorativos de esta concepción se manifiestan en
nociones como “subdesarrollo” o “en-vías-de-desarrollo”.
Investigadores como Dube, trabajando al interior de los Estudios
Subalternos, han planteado un doble cuestionamiento a este concepto
tradicional y eurocéntrico de la modernidad7. Por un
lado, han
cuestionado la reducción de un proceso tan complejo y polimorfo
como la modernidad a una sola de sus grandes manifestaciones
históricas, centrada en lo que llegaría a definirse
primero como “Europa”, y posteriormente como un siempre variable
“Occidente”. Frente a ello postulan la existencia de otras
modernidades, diversamente llamadas coloniales, periféricas, o
simplemente múltiples. Estas modernidades no serían, como
lo quiere la visión eurocéntrica tradicional, simples
versiones degradas, inmaduras o incompletas de la modernidad
occidental, sino procesos insertos en una modernidad concebida como
global, pero con historias y manifestaciones locales
específicas. Por otro lado, han cuestionado también la
visión predominante sobre la modernidad europea u occidental. En
este plano los cuestionamientos apuntan a visibilizar el
carácter complejo y contradictorio de su surgimiento y
desarrollo, muy alejados de la versión idealizada que
privó hasta hace poco, en especial en disciplinas como la
filosofía, para la cual la modernidad representaba, en palabras
de Kant8, la superación de una culpable
minoría de edad
intelectual mediante el ingreso a una edad adulta colectiva concebida
como racionalidad al servicio del progreso.
Esta
concepción de la
modernidad europea, y luego occidental,
como racionalidad y edad adulta, condenó sin más a
numerosas culturas, sociedades e historias no-occidentales, a ser
vistas como irracionales y atascadas en una minoría de edad que,
a diferencia de la biológica y la legal −ámbitos
semánticos subyacentes a la metáfora kantiana−, lejos de
superarse, en muchos casos se agrava con el transcurso del tiempo. Una
visión que ha marcado en profundidad ya no solo la
historiografía, sino la mayoría de los macroproyectos
sociopolíticos en América Latina, con independencia de su
signo ideológico. Conservadores y liberales en el siglo XIX,
marxistas, socialdemócratas y neoliberales en el XX, todos ellos
han querido, en diversos grados y modos, “modernizar” a América
Latina, sacarla de su “atraso”, término que deriva su sentido de
una parcializada comparación, implícita o
explícita, con la usualmente idealizada modernidad occidental.
La metáfora
kantiana, que
condena a una culpable minoría
de edad a todos aquellos sujetos percibidos como no-ilustrados o
no-modernos, reaparece en toda su crudeza en numerosos autores
clásicos de la modernidad occidental. John Stuart Mill, por
ejemplo, clásico del liberalismo, ardiente defensor de la
libertad individual, y también funcionario del colonialismo
inglés, advierte que su doctrina “es solo aplicable a seres
humanos en la madurez de sus facultades. No hablamos de los
niños ni de los jóvenes que no hayan llegado a la edad
que la ley fije como de plena masculinidad o femineidad. (…) Por la
misma razón podemos prescindir de considerar aquellos estados
atrasados de la sociedad en los que la misma raza puede ser considerada
en su minoría de edad. (…) El despotismo es un modo
legítimo de gobierno tratándose de bárbaros,
siempre que su fin sea su mejoramiento, y que los medios se justifiquen
por estar realmente encaminados a ese fin.”9 Pero lo cierto
es que
dicha metáfora no fue creada por Kant, ni por la modernidad
europea tal como es tradicionalmente concebida, pues ya los procesos de
conquista y colonización de América, y muy especialmente
su evangelización, fueron fuertemente marcados por tal
metáfora. Trátese de Sepúlveda, de Vitoria, de Las
Casas o de Acosta, no hay casi tratadista de la época que
teorice la conquista y evangelización de los indios americanos
que no los conciba, desde diversas fórmulas y valoraciones, como
niños a los que hay que educar, cuando no como salvajes que hay
humanizar. Esta impronta religiosa de una metáfora usualmente
vista como filosófica y racionalista, me lleva a otro de los
posibles aporte hechos de los Estudios Subalternos: la
visualización de las complejas relaciones entre modernidad y
religión.
La modernidad
eurocéntrica
suele presentarse a sí misma,
y ello suele ser aceptado por sus estudiosos, como un movimiento
secular y laicizante, cuando no anti-religioso. Y aunque la historia
parece obligarnos a matizar bastante esta concepción, lo cierto
es que tal discurso está bastante diseminado y aceptado. La
supuesta antinomia entre religión y modernidad es un tema que en
América Latina ha ejercido particular impacto y producido
efectos ramificados.
Pensemos en uno
bastante obvio: el
hecho de que se suela descartar, a
priori, cualquier posible modernidad de su conquista y
colonización, por haber sido llevadas a cabo en nombre de un
discurso religioso visto como intrínsecamente medieval.
Es claro que la
religión
constituyó una de las
principales armas en la conquista y colonización de
América Latina, así como en el mantenimiento de la
mayoría de los sistemas de dominio desplegados a través
de su historia a lo largo y ancho de la región. Es igualmente
claro que la religión también ha servido, en muy diversos
grados y formas, como espacio de resistencia subalterna frente a
diversos proyectos de las élites, en particular los planteados
como laicizantes y “modernizadores”. Casos como el de Canudos en el
nordeste de Brasil de fines del siglo XIX, o la Guerra Cristera en el
centro del México post-revolucionario de fines de los
años 20, son elocuentes al respecto. Así, la
religión ha jugado un papel decisivo tanto en los procesos de
moldeamiento cultural como, a veces, de resistencia a estos. Pero la
usual aceptación por parte de la historiografía
latinoamericana de la versión tradicional de la modernidad, en
sus variantes liberal, marxista, socialdemócrata o neoliberal
por igual, de que modernidad y religión están en una
relación intrínseca de oposición, ha obstaculizado
nuevo enfoques. La visión tradicional es tan poderosa, que un
autor como Todorov, aun partiendo de que “el descubrimiento de
América es lo que anuncia y funda nuestra identidad presente”10,
opina que la empresa colombina lejos de pertenecer a la modernidad,
constituye la última gran empresa medieval, por haber sido hecha
desde parámetros religiosos. Aun sin entrar a considerar hechos
como el que en las “Capitulaciones de Santa Fe”, el contrato firmado
entre Colón y la corona española para regir las
relaciones entre ambas partes, no existe ni una sola mención a
la religión, lo que me interesa aquí resaltar es que, en
este punto concreto, Todorov reafirma la concepción tradicional
de la modernidad como un movimiento que se auto-constituye a partir del
enfrentamiento con lo religioso.
La historia, sin
embargo, nos
muestra que lo religioso no sólo
ha sido, antes y ahora, instrumentalizado con frecuencia por las
empresas modernas, algo que la mayoría de los historiadores
admitiría hoy día con facilidad, sino que muchas de las
matrices argumentativas y de las metáforas centrales de la
modernidad derivan del discurso religioso. Tal es el caso, según
vimos, de la metáfora kantiana de la modernidad como
“mayoría de edad” de la humanidad, cuyos numerosos antecedentes
en el mundo colonial hispanoamericano no suelen ser vistos. Pues a
diferencia de la simple instrumentalización, esta otra faceta de
las relaciones entre modernidad y religión no suele explorarse
ni admitirse. Ignoro qué tanta modernidad, si es que tiene
alguna, puede adjudicársele a la religión como tal; de lo
que no tengo duda, en cambio, es de la cantidad e importancia de los
préstamos que la modernidad tomó de aquella. No pienso
aquí en los más visibles, como el conocido ejemplo de la
Diosa Razón del positivismo, sino en aspectos de mayor calado.
Hay en la modernidad, por ejemplo, un impulso a la ortodoxia, a la
conversión voluntaria o forzada del “no-moderno”, del
“subdesarrollado”, cuyo modelo no parece ser otro que la cruzada
evangelizadora, por lo que bien podría ser calificada de
religiosa. Otro tanto podría afirmarse del absolutismo de la
modernidad, ello es, de su tradicional creencia en ser la única
depositaria de la verdad en medio de un mar de ignorancia y
superstición que es necesario vencer, una creencia muy similar a
la que tienen las religiones monoteístas en ser las
únicas que conocen al Dios verdadero, en medio de un mar de
paganismo, infidelidad o simple ignorancia.
Y si bien las
relaciones entre
religión y modernidad no han
estado entre los temas prioritarios de los Estudios Subalternos,
sí lo han sido, en cambio, en el trabajo de algunos de sus
exponentes, tal el caso de Ishita Banerjee, como lo atestiguan varios
de sus libros y ensayos11. Partiendo de los Estudios
Subalternos,
Banerjee ha dedicado una parte significativa de su obra al estudio de
las complejas y cambiantes relaciones que, en el caso de la India, se
han dado entre diversas instancias y actores civiles y laicos,
incluyendo los estatales, y diversas instancias y movimientos
religiosos, un tema que también ha sido diversamente explorado
por Saurabh Dube12. Es este un ámbito, entonces, en
el que la
obra de ambos no solo ha enriquecido la corriente de los Estudios
Subalternos, sino que al estudiar temas como las intersecciones entre
religión, colonización y estado en la India, han
cuestionado los marcos y límites usuales impuestos por la
versión tradicional, y acaso fundamentalista, de la modernidad,
haciendo con ello un aporte de gran relevancia para el estudio del
accionar de los sujetos subalternos en culturas de tan marcada
adhesión religiosa como América Latina.
Otro aporte de los
Estudios
Subalternos que abre importantes
posibilidades teóricas y críticas en diversos
ámbitos de la realidad latinoamericana, son sus posiciones sobre
el accionar del colonialismo en la India. Parece predominar en
América Latina la idea de que por haberse logrado, con algunas
excepciones, la independencia política hace ya casi 200
años, el pasado colonial es eso, pasado, algo que quedó
atrás. La colonia a veces parece ser vista como una etapa
histórica no solo clausurada, sino pre-moderna. Ello hace que
incluso quienes aceptan la persistencia contemporánea de su
impacto, suelan considerar esta herencia no tanto como parte integral
de nuestra historia moderna, sino como un resabio cuasi-feudal, una
anacrónica atadura que impide el desarrollo y la
modernización. Creen, en resumen, que la colonia y la modernidad
son, en América Latina, ajenas o incluso opuestas entre
sí. En la India un distanciamiento tan agudo con el pasado
colonial es, por la mera cronología de su colonización e
independencia, difícil de sostener. La cercanía de los
hechos, sin embargo, no impidió una visión etapista de la
historia que, según vimos, ha sido cuestionada y rebatida por
los Estudios Subalternos, los cuales han hecho hincapié en las
intricadas relaciones entre colonización y modernidad en la
India. Esta articulación de nuevas formas de encarar el impacto
y la presencia/ausencia de la etapa colonial en la historia moderna
bien podría resultar de gran utilidad para cuestionar la imagen
preponderante del tema en nuestro subcontinente. No es de
extrañar, entonces, que los Estudios Subalternos hayan influido
en los esfuerzos emprendidos en América Latina por diferentes
grupos de investigación, entre los cuales sobresale el
denominado por Arturo Escobar13 como Programa
Latinoamericano
Modernidad/Colonialidad, uno de cuyos más distinguidos y activos
integrantes, Walter Mignolo, perteneció al ya mencionado Latin
American Subaltern Studies Group y editó, en conjunto con
Saurabh Dube e Ishita Banerjee, el volumen Modernidades coloniales14
(Dube, Banerjee y Mignolo, 2004).
Otro ámbito
donde las
contribuciones de los Estudios Subalternos
pueden resultar decisivas, lo es el de la sentida necesidad de contar
con nuevas formas de escribir la historia de los movimientos sociales,
emprendidos por muy diversos grupos subalternos latinoamericanos a lo
largo de toda su historia. Nuevas formas de historiar que, como hizo
Guha para los movimientos campesinos de la India bajo el colonialismo,
los considere desde sus propias agendas sociales, políticas y
culturales, y no solo desde las ópticas y agendas del estado, la
nación o las elites intelectuales y sociales. Basta pensar, en
América Latina, en casos como los quilombos, la Cabanada o la
guerra de Canudos en Brasil, o en las revueltas andinas que culminan en
la de Tupac-Amaru y Tupac-Katari, o en la primera insurrección
independentista en México, para citar unos pocos ejemplos. En
este respecto, uno de los principales aportes teóricos de los
Estudios Subalternos es recogido en los textos aquí prologados,
y deriva de dos importantes aportes iniciales de Guha, quien por un
lado dividió la esfera política en dos: una oficial,
estatal y verticalista, y otra subalterna, no-estatal y horizontalista;
y por otro lado afirmó, contra las tradiciones liberal y
marxista, la consciencia política de los sectores subalternos,
en su caso el campesinado de la India bajo el imperio inglés. En
ambos aportes resulta central la afirmación de la consciencia
que tales sectores tienen de la dominación a la que se ven
sometidos, así como su resistencia a esta, una realidad
omnipresente en la mayoría de las luchas de los sectores
subalternos de América Latina, tema en el que aún queda
por hacer mucho trabajo histórico. Un ejemplo de las
perspectivas que los Estudios Subalternos pueden abrir en estos temas
lo es su cuestionamiento del estado-nación como unidad
básica de análisis, unidad cuyas agendas y proyectos
suelen velar las de muy diversos actores sociales que no definen las
suyas propias desde lo estatal-nacional, sino desde ámbitos
eminentemente locales o regionales.
Tras un inicio
marcado por los
intentos de articular una visión
crítica de las luchas nacionalistas en la India colonial, una
visión que cuestionó la supeditación de las luchas
de los sujetos subalternos, como los campesinos, a las emprendidas por
las clases que luego tomarían el poder político del
naciente estado indio, los Estudios Subalternos han venido
cuestionando, con creciente intensidad, la usual supeditación
analítica de las diversas agendas de estos sujetos subalternos a
las del estado-nación que las contiene15. Contrario a
otros
intentos previos de escribir a partir de estructuras o grupos locales,
los Estudios Subalternos han evitado todo esencialismo nativista, con
lo que el valor heurístico de nociones como las de “comunidad
rural” han sido puestas en el tapete de la discusión, pero desde
una perspectiva no menos crítica que la tomada frente al
estado-nación.
Aquí surge
otro
ámbito paralelo al anterior: la necesidad
de hacer nuevas historias de los grupos dominantes locales, para lo
cual la distinción hecha por Saurabh Dube16 entre
sujetos
modernos y sujetos de la modernidad, ambos en plural, representa un
aporte teórico importante, Esta distinción representa una
nueva herramienta conceptual para una de las perspectivas más
importantes en la comprensión de la modernidad, la relativa al
tipo de sujetos que surgen asociados a ella, una comprensión que
ha estado marcada por demasiado tiempo y con demasiada fuerza por la
figura del así llamado “sujeto moderno”. Este sujeto
generalmente ha sido concebido en singular, y como emergiendo a partir
de procesos y discursos intraeuropeos: Renacimiento, ciencia moderna,
filosofías empirista y racionalista, y obteniendo su primera
culminación colectiva culminar en el sujeto ilustrado
burgués y mayoritariamente blanco y masculino. Se le visualiza
alcanzando su mayoría de edad al dominar sus pasiones con no
menos intensidad que a los sujetos no-modernos, e inaugurando una era
de progreso de la cual, una vez aceptada la superioridad
intrínseca de su cultura, bien podrían beneficiarse las
demás. Frente a este arquetipo del “sujeto moderno”, todos los
demás sujetos suelen ser considerados como no-modernos,
primitivos o bárbaros. Dube plantea que la modernidad no solo
engendró este (arque)tipo de sujeto moderno, sino una serie
proliferante de otros sujetos, todos ellos igualmente pertenecientes a
la modernidad, aunque con muy diversas inserciones en ella. De forma
análoga a lo hecho en el caso de los cuestionamientos a la
modernidad, Dube plantea el carácter diversificado de los
sujetos propios de la modernidad en un doble plano. Por un lado,
establece la diversidad del “sujeto moderno” mismo, que ya no
será solo el visualizado con el arquetipo tradicional: hombre,
blanco, occidental, ilustrado y demás, sino que encarnará
en otros avatares, tanto al interior de Occidente (caso de los sujetos
asociados al romanticismo decimonónico), como en las
(ex)colonias europeas. Habría, entonces, diversos sujetos
modernos metropolitanos y periféricos, todos ellos variantes de
una mayor o menor cercanía al arquetipo. Por el otro, postula la
existencia de toda una serie, más proliferante aún, de
“sujetos de la modernidad”, insertos en ésta, pero tan distantes
del arquetipo del “sujeto moderno” que no pueden ser considerados
variantes de este. Todos los sujetos cuyas determinaciones
básicas derivan de su inserción en ese proceso
globalizante que llamamos modernidad, pasan a ser “sujetos de la
modernidad”, pero sólo unos cuantos clasifican como “sujetos
modernos”. Si la historia de los grupos subalternos es, de alguna
manera, la de los “sujetos de la modernidad” que no clasifican ni
siquiera como variantes locales del “sujeto” o “sujetos modernos”, la
historia de las élites y grupos dominantes locales puede ser
vista como la de las variantes locales o regionales de los “sujetos
modernos”. Así, de forma algo irónica, los Estudios
Subalternos, centrados, como su nombre mismo lo indica, en la historia
de los sujetos subalternos, también podría ayudar a
historiar los sujetos dominantes de las sociedades que, a falta de
mejor nombre, podemos llamar periféricas.
En fin, las
posibilidades
implícitas en un diálogo
más sistemático y profundo entre las ciencias sociales
latinoamericanas y los Estudios Subalternos son numerosas. Las
aquí apuntadas se han concentrado en el caso de la historia,
pero bien podrían ser exploradas para casos como la
antropología y la etnografía. Que, como acaso ya se
habrá notado, el autor de estas líneas no pertenezca al
ámbito de las ciencias sociales, sino de las humanidades,
bien podría ser un síntoma de dos fenómenos: por
un lado, de la necesidad de este diálogo al interior de las
ciencias sociales; por otro lado, de la necesidad de fomentar en
nuestra academia formas de trabajo más interdisciplinarias, que
ignoren las tradicionales líneas divisorias.
Citas y notas
1
Rodríguez,
Ileana (ed). 2001. Durham: Duke
University Press. Para una breve historia de este diálogo,
contada por una de sus protagonistas, véase allí mismo,
de Ileana Rodríguez, “Reading Subalterns Across Texts,
Disciplines, and Theories: From Representation to Recognition”, que
actúa como prólogo a la antología.
2 Rivera
Cusicanqui,
Silvia y Rossana Barragán
(edits). 1997. La Paz: Editorial Historias.
3 Dube,
Saurabh
(coord.). 1999. Pasados
Poscoloniales.
Colección de ensayos sobre la nueva historiografía y
etnografía de la India. Trad. de Germán Franco
Toriz.
México: El Colegio de México.
4 Dube, Pasados
Poscoloniales…p. 19.
5 Un
buen recuento,
hecho por el mismo Dube, del
surgimiento de los Estudios Subalternos y de sus perspectivas actuales,
hecho desde dentro del movimiento pero alejado de la
hagiografía, puede consultarse en “Insurgentes subalternos y
subalternos insurgentes”, Capítulo 2 de su Sujetos Subalternos.
Trad. de Germán Franco y Ari Bartra. México: El Colegio
de México, 2001, 39-89.
6 Historias esparcidas.
2007. Trad. Gabriela Uranga.
México: El Colegio de Mèxico, p. 231. La
afirmación se halla en la breve introducción que hace
Dube a su reproducción de un intercambio electrónico con
Chakrabarty en el cual ambos discuten ideas de este último, en
especial las contenidas en Provincializing
Europe: Postcolonial Thought
and Historical Difference. 2001. Princeton: Princeton University
Press.
7
Véase, por
ejemplo, el ensayo de Dube contenido en
este volumen.
8
Immanuel Kant. .1784.
“Was ist Aufklärung?”. Trad.
española en Immanuel Kant. ¿Qué
es la
ilustración? Y otros escritos de ética, política y
filosofía de la historia. Roberto Aramayo (edit. y
trad.).
Madrid: Alianza Editorial, 2002.
9 John
Stuart Mill.
.1859. On Liberty. A Norton
Critical
Edition. New York: W.W. Norton & Company, 1975, p. 11. (trad. de
Bernal Herrera)
10
Tzvetan Todorov.
1982. La conquista de
América.
El problema del otro. Trad. de Flora Botton. Buenos Aires: Siglo
XXI,
2003, p. 15.
11 Ver,
por ejemplo:
“Taming Traditions: Legalities and
Histories in Twentieth Century Orissa”, en en Gautam Bhadra, Gyan
Prakash y Susie Tharu (eds), Subaltern
Studies X: Writings on South
Asian History and Society. New Delhi: Oxford University Press,
1999,
pp. 98-125; Religion, Law and Power:
Tales of Time in Eastern India,
1860-2000. London: Anthem Press, 2007; y Fronteras del hinduismo. El
Estado y la fe en la India moderna. Trad. de Lorena Murillo
Saldaña. México: El Colegio de México, 2007.
12 Ver,
por ejemplo,
Genealogías del presente.
Conversión, colonialismo,
cultura. Trad. de Ari Bartra y
Gilberto Conde. México: El Colegio de México, 2003, e
“Identidad y diferencia”, en Historias esparcidas. México: El
Colegio de México, 2007, 245-258.
13
Arturo Escobar,
«Mundos y conocimientos de otro
modo. El programa de investigación de modernidad/colonialidad
latinoamericano.” Tabula Rasa.
Bogotá, No.1: 51-86,
enero-diciembre de 2003. También disponible en internet.
14 Dube,
Saurabh,
Ishita Banerjee y Walter Mignolo
(coords.). 2004. Modernidades
coloniales. México: El Colegio de
México.
15
Véase, por
ejemplo, de Gyanendra Pandey, “In
defense of the fragment: Writing about Hindu Muslim riots in India
today” en Guha, Ranajit (coord.), A
Subaltern Studies Reader 1986-1995.
Minneapolis: University of Minnesota Press, 1997, pp. 1-33, así
como Chatterjee, Partha, The
Nation and its Fragments: Colonial
and Postcolonial Histories. Princeton: Princeton University
Press,
1993. Del primero hay versión española: “En defensa del
fragmento: Escribir la lucha hindo-musulmana en la India actual”, en
Dube (coord.), Pasados poscoloniales,
pp. 553-592.
16 En
“Sujetos
Modernos, Sujetos de la Modernidad:
oposiciones, yuxtaposiciones, mapeos conceptuales”, ensayo
inédito de posible próxima aparición en la
Editorial de la UCR.
Correspondencia a: Bernal Herrera Montero.
PhD.
Catedrático, Sede del
Atlántico, Universidad de Costa Rica.
Fecha de recepción: 15 de
junio 2009 - Fecha de
aceptación: 12 setiembre 2009