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Revista Rupturas

versión On-line ISSN 2215-2989versión impresa ISSN 2215-2466

Rev. Rup. vol.8 no.2 San Pedro de Montes de Oca jul./dic. 2018

http://dx.doi.org/10.22458/rr.v8i2.2115 

Artículos

Pandillas, cuadrillas y barras de fútbol: prácticas plurales de la juventud

Gangs, Youth Gangs and Soccer Bars: Plural Practices of Youth

Onésimo Rodríguez Aguilar1 

1Costarricense. Doctor en Ciencias Antropológicas por la Universidad Autónoma de México. Docente e investigador de la Escuela de Antropología de la Universidad de Costa Rica. Cuenta con 15 años en el estudio de culturas y procesos juveniles. Sus temas de interés son las culturas juveniles, fútbol y violencia. Correo electrónico: oneboticario@gmail.com

Resumen

El artículo hace una aproximación a los conceptos pandilla, cuadrilla juvenil y barra organizada de fútbol. En la introducción, expongo cómo diferentes sectores sociales, incluso académicos, hablan indiferenciadamente de una y otra noción. En algunos casos se homologan y se piensan como prácticas directamente relacionadas. En un segundo apartado, discutiré una propuesta teórica: prácticas plurales de la juventud, idea que retomo de Zúñiga (2016) y Lahire (2005) para referirme al conjunto de situaciones juveniles referentes a estas asociaciones, las cuales trataré de definir en el tercer apartado para, a su vez, identificar sus diferencias objetivas y similitudes subjetivas. En el cuarto apartado, presento dos casos experienciales que apoyarán la sección anterior (distancias y cercanías entre las prácticas juveniles referidas). Se enfatiza en la pluralidad de sentidos de estas dinámicas. En la quinta y última sección (conclusiones), sintetizaré las ideas esbozadas en el texto.

Palabras clave: Pandillas; cuadrillas juveniles; barras de fútbol; prácticas plurales de la juventud

Abstract

The article makes an approach to the gang concepts, youth squad and organized football bar. In the introduction, I expose how different social sectors, including academics, speak indifferently of one and another notion, not in a few cases, homologous them, thinking them as directly related practices. In a second section I will discuss a theoretical proposal: plural practices of youth, idea that I return from Zúñiga (2016) and Lahire (2005) to try to think about the set of youth situations related to these associations, which I will try to define in the third section thinking, in turn, of their objective differences and subjective similarities. In the fourth section I present two experiential cases that will support the previous section (distances and closeness between the referred youth practices), emphasizing the plurality of meanings of these dynamics. In the fifth and last section (conclusions) I will make a synthesis of the ideas outlined throughout the text.

Key words: Gangs; youth squad; soccer bars; plural practices of youth

Introducción

Algunos sectores sociales asocian, de forma no muy clara en términos analíticos, las pandillas y las barras de fútbol1. Este es el caso de ciertos medios de comunicación que presentan noticias sin contextos de enunciación ni la posición de los directamente implicados. Por ejemplo, esta nota sobre las barras de fútbol titulada: “El País de España compara a las barras bravas de Costa Rica con las maras de Centroamérica”, difundida por el periódico La Nación:

El conflicto desatado por las barras bravas en los estadios de Costa Rica fue comparado con la inseguridad y la criminalidad que se vive en El Salvador, Guatemala y Honduras a manos de las maras, según el periódico español El País.

El rotativo recogió las opiniones de las autoridades del país y algunos testigos, quienes confirmaron que estos aficionados se comportan de manera similar a estos grupos.

‘Ya tienen algunos rasgos (de las maras). Hay algunas semejanzas que podríamos decir que pretenden imitar. Me parece que podrían estar emulando, aunque el nivel de estructura (de las barras) todavía no llega al de las maras’, dijo Juan José Andrade, director de la Fuerza Pública, a este reconocido medio internacional (Altamirano 2014).

Lo anterior resulta interesante, pues se nos muestra una situación de angustia para los diferentes sectores sociales del país, la cual se relaciona con el incremento de la violencia; en este caso, en las acciones de agrupaciones juveniles autóctonas que “se comportan de manera similar” a las pandillas del norte centroamericano; el énfasis encuentra fundamento, únicamente, en las palabras del Director de la Fuerza Pública, pues no hay en el texto otra intervención más que la del policía citado.

Pero no solo los medios exhiben este tipo de comparaciones entre pandillas y barras de fútbol. Algunos investigadores del área proponen miradas similares.

Arboccó de los Heros y O’Brien Arboccó (2013, 158), para el caso peruano, dicen: “el fenómeno de las barras bravas está relacionado directamente con el fenómeno de las pandillas barriales quienes asumen una identidad colectiva ya sea detrás de un equipo o de una zona determinada de Lima, comúnmente el lugar donde viven”.

Además, agregan:

existen sujetos con manifestaciones psicopatológicas claras, personajes con nulo control de impulsos, conducta disocial, con deficiente educación y carentes de un proyecto de vida. Provienen de familias disfuncionales y con otros problemas internos como violencia, adicciones, inmoralidad (Arboccó y O’Biren 2013, 160).

Por su parte, Fernando Carrión, para el caso ecuatoriano, señala un surgimiento paralelo entre barras de fútbol y pandillas juveniles. También, agrega lo siguiente:

(…) las barras de fútbol tienden a convertirse más en organizaciones con estructuras mafiosas, con cabecillas buscados por la policía, asociadas al tráfico de drogas y al comercio de bienes irregulares, cómplices en muchas ocasiones de procesos de extorsión en contra de los futbolistas, todo lo cual provoca, más temprano que tarde, asesinatos de rivales, posesión y uso perverso de armas de fuego y batallas campales entre hinchadas (Carrión 2011, 46).

Miguel Cornejo (2014, 11), para el caso chileno, manifiesta: “el perfil sociológico del hincha radical sería el de un varón, de unos veinte años que asiste a los partidos en pandilla, lo que hace que el fenómeno de la hinchada radical en el fútbol sea una nueva versión del gamberrismo y pandillismo”.

Hay varios puntos críticos en estos acercamientos; por ejemplo, en el escrito de Arboccó y O’Brien las principales fuentes de información para la elaboración del texto fueron videos en internet, entrevistas radiales (de actores importantes asociados al tema) y datos tomados de informes de la Organización Mundial de la Salud; es decir, no hubo un trabajo de campo experiencial directo que evidenciara los sentidos que estos sujetos le otorgan a sus prácticas. Una situación similar sucede con los escritos de Carrión y de Cornejo, los cuales, con la utilización de frases como “relación perversa”, “gamberrismo”, “estructuras mafiosas” y “extorsión en contra de futbolistas”, denotan la ausencia de trabajos de campo densos que procuren una visualización alternativa a la expresada en medios de comunicación.

Una aproximación un poco diferente es la de Interpeace (2014). Para el caso hondureño menciona que los miembros de las barras dicen que existen diferencias fundamentales con las pandillas en cuanto a identidad colectiva, objetivos y fines de la agrupación, territorio y actividades ilícitas. Ello no elimina la posibilidad de que existan incidentes en donde miembros de barras también estén involucrados con pandillas. La experiencia de cercanía metodológica con los actores es relatada:

Un grupo de entrevistadas relató que, al solicitar un empleo, el contratista investiga su correo electrónico y el contenido de las redes sociales. Al iden tificar que la solicitante integra una barra, de manera automática queda excluida de la posibilidad de acceder al puesto de trabajo dado que se le considera como una criminal y pandillera (Interpeace 2014, 14).

Pareciera que los trabajos experienciales posibilitan cercanías a los significados que los sujetos le brindan a sus dinámicas; esto es fundamental para lo que este escrito propone; primero: intentar comprender algunas diferencias objetivas existentes entre pandillas, cuadrillas y barras de fútbol, sin obviar las cercanías subjetivas2 y, segundo, entender ciertas acciones de estos y otros grupos “juveniles” como prácticas plurales de la juventud.3

En el siguiente apartado me detendré en esta noción, con la cual sugiero la posibilidad de que los cuerpos juveniles experimentan un conjunto heterogéneo de afinidades, contradictorias entre sí -y quizás imbricadas-, ubicadas en contextos particulares propios y aprehendidos por cada colectivo, pero cruzados por especificidades históricas.

Posteriormente, a partir de definiciones conceptuales, me referiré a las distancias y las cercanías entre estas formas de practicar la juventud (pandillas, cuadrillas y barras de fútbol4) para después intentar articularlas con dos breves trayectorias juveniles (casos) que se presentarán en la penúltima sección del artículo. Estos dos casos ilustrarán de una forma muy básica: los mundos juveniles suponen una pluralidad de prácticas imposibles de ser encasilladas en concepciones monocausales y unidinámicas.

Finalmente, presento el apartado de conclusiones en donde se sintetizan estas ideas, con la intención de prolongar la discusión sobre el accionar de estas y otras culturas juveniles.

Prácticas plurales de la juventud

Para Mario Zúñiga, los jóvenes, desde la categoría “juventud”, encarnan “simultáneamente la esperanza y el temor del colectivo social”; es decir, son modelos de las aspiraciones en los que la sociedad quisiera reproducirse; a la vez, son “monstruos que personifican los temores” que nacen dentro de la dinámica social. Por lo cual, dicha categoría “habla más de los temores y esperanzas de la sociedad que de los grupos de personas concretos que viven esta condición” (2016b, 3-4).

Zúñiga, para abordar a estos colectivos desde un punto de vista crítico, propone la idea “prácticas de la juventud”, noción que supone que los diferentes momentos históricos producen las condiciones necesarias para que “un sector de la población pueda practicar su juventud” con resultados diferenciados según el grupo, lo cual puede verse a partir de una dimensión sincrónica y diacrónica (2016b, 5).

Intento decir que las vivencias juveniles, en este caso, pandillas, cuadrillas y barras de fútbol, están atravesadas por dinámicas particulares definidas por situaciones culturales, sociales, políticas y económicas propias de cada época; lo cual no deja por fuera las condiciones que precedieron a la conformación de esos colectivos (otras situaciones y momentos históricos).

Lo anterior supone que las diversas experiencias juveniles están necesariamente cruzadas por una serie de contradicciones. Precisamente, por esta última condición, resulta necesario agregar, a esta categoría de prácticas de la juventud, un par de elementos esbozados por Bernard Lahire. Para este autor, varias experiencias socializadoras pueden (co)habitar en el mismo cuerpo de manera duradera e intervienen en los diferentes momentos de la vida social de cada individuo. Lahire advierte que la conformación de la subjetividad es producto complejo de múltiples procesos de socialización.5 Se trata de una pluralidad de situaciones que deben ser abordadas desde un enfoque historicista, que pueda dar cuenta de las biografías y los trayectos de los individuos con el fin de detectar cómo lo social incide en lo subjetivo.6

Para entender el más singular de los rasgos de una persona, según Lahire, es necesario comprender la construcción del tejido de imbricaciones sociales en el cual está inserto (2005, 152).

Como veremos en lo sucesivo, pandillas, cuadrillas y barras no conforman un sistema coherente, esto es, una única forma de ser y de estructurarse, más bien, en dichas corporalidades se articulan múltiples y heterogéneas disposiciones, algunas de ellas contradictorias entre sí; para precisarlas, es necesario reconstruir las génesis subjetivas, las cuales, están mediadas y determinadas por lo social. “Cada individuo singular [es] portador de una pluralidad de disposiciones [atravesado por] una pluralidad de contextos sociales (…) Lo singular es necesariamente plural” (Lahire 2005, 161 y 163) [acotaciones en paréntesis cuadrados y énfasis míos].

La designación prácticas plurales de la juventud permite entender a los sujetos desde un punto de vista historicista y particular (dimensiones diacrónica y sincrónica). Además, nos sugiere la necesidad de pensarlos en sus múltiples facetas y no solo en las de pandilleros, cuadrilleros o barristas. Una pregunta acorde con los elementos esbozados sería la siguiente: ¿Qué hay antes, durante y después de estos grupos? Entendiendo que son individuos multisocializados y multideterminados.

Como las prácticas de la juventud responden a dinámicas heterogéneas y procesos imbricables, de cierta manera se entiende la dificultad mediática y social, como se expuso en la introducción, de diferenciar pandillas de barras de fútbol, porque, en términos subjetivos, hay elementos que las acercan: ciertos usos de la violencia, algunas estéticas y usos del lenguaje; sin embargo, existen elementos objetivos (historias, finalidades, procesos, carácter absoluto, radicalidades, etcétera) que las separan. En este sentido, la diferenciación entre estas agregaciones subyace en sus prácticas, ambas plurales, pero con génesis y fines distintos.

A continuación, presentaré algunas ideas relacionadas con los conceptos referidos; no pretendo ser exhaustivo. La intención sería, primero, mostrar las dimensiones historicista y plural de las prácticas de estos colectivos y, segundo, exponer cómo, desde la teoría y en términos objetivos, estas nociones se distancian y, cómo, en términos subjetivos, se acercan.

¿Qué es una pandilla?

Este concepto se puede rastrear desde los estudios sociológicos urbanos de la Escuela de Chicago. Uno de los autores de esta Escuela, William Foote Whyte (1971 y 2008), describe a la pandilla como la asociación habitual de miembros por un periodo prolongado, cuyos núcleos grupales datan de la niñez, cuando se proporcionaron las primeras oportunidades de contactos sociales. Además, según este autor: “las pandillas nacieron en la esquina” (2008, 61); lo cual posibilita pensar en la profunda identificación de estos grupos con su barrio.

Para el caso latinoamericano, según Valenzuela, el término pandilla aparece como construcción de los sectores medios y altos “para etiquetar la visibilidad de las agrupaciones informales de jóvenes pobres que se reunían en los barrios como único espacio disponible e iniciaban nuevos aprendizajes marcados por la confrontación de sus referentes bucólicos con los nuevos contextos urbanos” (2007, 31).

Estas agrupaciones, también denominadas “bandas”, expresan de manera clara diferentes perfiles de las ciudades: su magnitud cualitativa, su violencia y su miseria; además, la banda es un espacio ocupado por jóvenes que no están ligados formalmente con el proceso de producción y, si lo están, su separación se facilita con un trabajo formal o por el matrimonio; existe, además, una sospecha hacia las narrativas que sobre el porvenir se construyen en la región y se prefigura la vivencia de un presentismo intenso pues, “el futuro es un referente opaco que solapa la ausencia de opciones frente a sus problemas fundamentales”, por esto, para muchos de ellos, “el futuro ya fue”. Así, la calle se presenta como un espacio de “libertad” y se definen en ella relaciones de poder vinculadas con la configuración del liderazgo, el cual se estructura a partir de la fuerza, habilidad física, osadía, capacidad de respuesta a los problemas e iniciativa. Ante estas manifestaciones, surge la represión policíaca que es por lo regular el rostro a través del cual el joven identifica al “sistema” (Valenzuela 2009, 20-326 y 327).

Por su parte, para Urteaga, el término banda “epitomiza el lado oscuro, inestable, impulsivo, desenfrenado, sino delictivo de la representación moderna de la juventud”. Según la autora, “el territorio es el eje articulador de la existencia de la banda, y de la significación de su praxis social y cultural”. De ahí que el Estado intente controlarlas precisamente en el territorio al asumir “que la banda es un fenómeno juvenil que expresa conductas desviadas”. La banda, dentro de esta interpretación, desarrolla prácticas de interacción -modos de conducta y relación afectiva- que les permite reconocerse, aunque no se definan como identidad o movimiento, por tanto, constituyen una forma de agrupación voluntaria y defensiva, “un referente nuevo y distinto de sociabilidad para los jóvenes de los sectores populares” (2007, 204-225 y 241)7 8.

Otra de las nociones frecuentemente homologada a “pandilla” por científicos sociales y diversos sectores de la opinión pública es “mara”:9 organizaciones que tienen su génesis en estados sureños de los Estados Unidos de América y que actualmente se concentran también en los países del norte centroamericano. En algún momento, fueron asociadas a la hormiga marabunta o marabunda (Valenzuela 2007 y Zúñiga 2017), de ahí parte de la estigmatización hacia estos grupos.

En este sentido, Zúñiga prefiere la utilización de pandilla sobre la categoría “mara”; en primer lugar, porque los pandilleros no utilizan la designación marero o marera para referirse a ellos o sus homólogos. Además, porque “mara” convoca una serie de estigmatizaciones que hacen proliferar ideas y estrategias referidas al enfoque punitivo.10 Ahora, pandilla también refiere a estigmatizaciones; sin embargo, como dice el autor, es un “término más investigado y estandarizado, lo cual permite una discusión y profundización en otras dimensiones” (2016a, 7).

Zúñiga, desde una posición diacrónica/sincrónica, comprende a las pandillas como

(…) colectivos de personas jóvenes o que operan con lógica juvenilizada, predominantemente masculinos y masculinizantes, que generan identificación común, que provienen de sectores populares y realizan acciones que riñen con la normativa social establecida11. Estos colectivos comparten una historia que es específica para cada uno y puede ser comprendida dando cuenta del devenir [de] las relaciones sociales que son protagonizadas a nivel personal, de grupo, de comunidad o de país (2016a, 11).

Esta última definición enfatiza en el plano historicista; sin embargo, todas ellas llaman la atención sobre cierta pluralidad encontrada en estas agrupaciones (quizás, no tan determinante como en otros colectivos).

En este sentido, prácticas plurales de la juventud, nos puede ayudar a entender dichos referentes juveniles; en cuenta, la noción “cuadrilla” la cual, como expondré a continuación, también denota pluralidades, además de atributos subjetivos/objetivos que la acercan y, a su vez, la distancian de la pandilla y la barra de fútbol.

¿Qué es una cuadrilla12?

Cuadrilla, categoría nativa, tiene una génesis urbana y ante todo laboral. Refiere a las cuadrillas de trabajadores dedicadas a labores de mantenimiento o diferentes obras públicas: cuadrillas de trabajadores en construcción, mantenimiento de carreteras, soporte logístico en eventos públicos y privados, entre otros tipos de cuadrillas laborales referentes a oficios poco calificados.

Los jóvenes, con la utilización de este término para designar parte de sus vivencias, reivindican los orígenes populares y de clase de sus respectivos barrios (no solo en Guararí de Heredia se utiliza esta designación, sino también la he escuchado de jóvenes de otras geografías urbanas). Las cuadrillas juveniles recrean un imaginario tendiente al fortalecimiento de una identidad popular, urbana y con dificultades de acceso material. La pobreza, bajo un tipo de inversión ideológica, adquiere un carácter positivo que se convierte en emblema y que es asumido como ventaja simbólica y material en la disputa con la clase contraria (“pudientes” materialmente hablando).

Estas cuadrillas son vistas, por parte de la cultura “oficial”, como lo inapropiado, lo decadente y lo amoral: jóvenes cosificados y estigmatizados, sobre todo censurados por cierta sensibilidad pública (medios de comunicación, entes institucionales y diversos sectores sociales).

Según la posición de un funcionario de la Fuerza Pública de Costa Rica, no se podría hablar de la presencia de “pandillas” en todos los barrios populares. Antes bien, existirían:

(…) grupos organizados de jóvenes que se dedican a cometer delitos, que se dedican a hacer daños, sin embargo no podemos calificarlos o, digamos en este caso, etiquetarlos como una pandilla, porque para que una pandilla exista tienen que haber ciertos requisitos, igual que para una mara, que casi casi están a un nivel parecido, igual, entonces están lideradas, está la organización en grupos o clicas, verdad, y todo este tipo de situaciones (Director de la Fuerza Pública de Heredia, representante, a nivel de Centroamérica, de la comisión anti-Maras; entrevista personal, 11 de junio de 2009).

Pareciera que “pandilla” refiere a un término altamente estigmatizado, que no logra englobar las diversas vivencias que cotidianamente reproducen los jóvenes en diversos espacios urbano-populares; puesto que, dicha expresión, se reduce imaginariamente a la acción delictiva y transgresora de lo normativo de parte de personas que viven en situaciones económicamente complejas, en donde se genera una fuerte relación barrial.

Aundado a ello, en las cuadrillas existen fuertes sentimientos de amistad, emocionalidad y espontaneidad, fundados en prácticas relacionadas al no abandono (no dejar abandonado al compañero) y la lealtad (fundada en códigos que penalizan la traición) en donde los jóvenes, como diría “Mori” (joven en cuadrilla de Guararí), “van pa arriba”; es decir, generacionalmente se van apropiando de ciertos códigos relacionados con la aprehensión del conocimiento y la enseñanza dentro de las lógicas cuadrilleras. La agrupación funciona, entonces, como una especie de contención de situaciones externas, en donde el individuo tiene la posibilidad de refugiarse; genera, a su vez, la sensación de alivio en las biografías juveniles para quienes la cultura oficial se torna densa y con poco margen de acción individual.

Como decía antes, en estos colectivos, el barrio es muy importante; sin embargo, los jóvenes no desarrollan sus dinámicas únicamente en estos espacios, también viajan. Se trasladan, cada vez que pueden, a otros escenarios: playas, conciertos, chivos, fiestas, otros barrios, en donde conforman parte de sus subjetividades, incluso, integran otros colectivos, por ejemplo, asociaciones delictivas, grupos eclesiásticos, colegiales o universitarios, barras de fútbol. En fin, sus adscripciones no son totales y absolutas (ver caso de Fabricio más adelante), como sí lo son para las pandillas (Zúñiga, 2009).

Entonces, cuadrilla es una noción surgida de las propias sensibilidades juveniles, la cual reivindica orígenes populares y laborales mediante resignificados procesos de apropiación de las historias del barrio (Rodríguez 2017). Desarrollan prácticas violentas (masculinas y masculinizantes, robos, peleas, venta y consumo de sustancias, tensiones con la policía y vecinos del barrio), que las acerca en términos subjetivos a las pandillas, pero no con la radicalidad o complejidad con que la bibliografía especializada habla de la acción pandilleril.

En este espacio cuadrillero, la problemática de acceso material se vuelve emblema, quizás por eso, entre otras razones, son estigmatizados y satanizados por diversos sectores de la opinión pública. De nuevo, a diferencia de las pandillas, las cuadrillas no son opciones absolutas o totales; estos jóvenes tienen otras alternativas más allá del “quiebre del nexo con el otro” esgrimido por Perea (2007), o la condición de autodestructividad vinculada a la desconfianza en el futuro de Valenzuela (2007 y 2009).

Tampoco riñen siempre con la normativa social establecida como sugiere Zúñiga (2016a); son grupos insertos en tramas sociohistóricas complejas, de lucha y violencia, pero siempre con ciertas oportunidades.13 Las subjetividades de estos jóvenes no están determinadas por la imposibilidad. De hecho, constantemente, negocian con sus otros culturales (policía, instituciones, rivales, vecinos/as) sus estancias en este mundo.

Es importante enfatizar en el conjunto de prácticas plurales expresadas por la cuadrilla; se trata de la heterogeneidad que, a su vez, tiene sentido en un marco de reflexividad historicista, tal como lo muestra Rodríguez (2017) al argumentar que estos grupos tienen una fuerte relación con la historia barrial.

Ahora bien, siendo que pandilla y cuadrilla han sido términos, como lo precisé en la introducción, asociados de manera directa con las hinchadas de fútbol, resulta necesario referirse a las formas que se han empleado, en distintos países de la región latinoamericana, para definirlas. Esto facilitará establecer las diferencias objetivas y cercanías subjetivas entre dichas agrupaciones juveniles.

¿Qué es una hinchada/barra de fútbol?

Son varias las definiciones de hinchada o barra de fútbol en diversos estudios latinoamericanos. En un primer momento, es importante mencionar que, según Castro, en América Latina, la palabra hincha:

(…) se utilizó por primera vez (…) en Prudencio Miguel Reyes, quien se encargaba de inflar o hinchar los balones, con la fuerza de su pulmón, para el equipo Club Nacional de Football de Montevideo, Uruguay. Cuando este equipo competía, Reyes lo animaba con palabras de aliento, desde los límites del terreno de juego. Al parecer desde ese momento se llama hincha a aquel que acompaña y alienta a un conjunto deportivo, especialmente de fútbol (2010, 133).

La narrativa instituyente del “hinchar”, pensando en Castro, es muy sugerente y por supuesto que guarda relación con la forma, en ocasiones incansable, con que las hinchadas apoyan a su club. Segura (2013), también menciona que las “barras bravas”,14 son grupos que dan apoyo a los equipos, pero además agrega que poseen una estructura jerárquica, en donde la violencia se ha vuelto una manifestación común. Aponte, Pinzón y Vargas reconocen a las barras (mayoritariamente compuestas por jóvenes) como “un espacio social” y, en el mismo sentido de Segura, con “sus propias reglas y jerarquías” (Aponte, Pinzón y Vargas 2009, 12).

Por su parte, Arboccó y O’Brien consideran que las barras son “[…] aquellos grupos organizados (…) que se caracterizan por producir diversos incidentes violentos dentro y fuera del estadio” (2013, 156); dicha definición concuerda con la de Ghersi y Cornejo; el primero, al concebir a estos colectivos (principalmente juveniles) como un “problema” y los califica como “exaltados y belicosos” (Ghersi 2003, 40) y, el segundo, aduce que el “hincha radical” (también, un sujeto joven) asiste a los partidos en pandilla, por lo cual es una nueva versión del “gamberrismo y pandillismo” (Cornejo 2014, 8).

Luz Stella Cañón (2012), en una definición más mesurada, define la barra como un grupo afectivo con participación emocional, que maneja sus propias normas y códigos comunicativos; en el mismo tono (una concepción identitaria particular), Recasens (1999) esgrime que los barristas son una subcultura, mientras que Bolaños y Hleap (2007) y Mateus y Mahecha (2002), las consideran como tribus y tribus urbanas, respectivamente.

A su vez, García las caracteriza como una cohesión de jóvenes, fútbol y violencia, que conforman “pequeñas comunidades” juveniles “que se unen por un solo objetivo que es apoyar a su equipo”, que además se caracterizan por su “alto nivel de fanatismo, el amor y los sentimientos hacia su equipo” (2009, 14-15). Esta dimensión centrada en el fanatismo encuentra eco en la perspectiva de Argumosa (2014), quien los identifica como fanáticos que eligen mostrar un apoyo incondicional al equipo.

En relación con la propuesta de García, tenemos la reflexión de Panfichi, quien retoma la clásica contribución de Benedic Anderson acerca de las comunidades imaginadas para elaborar la noción “comunidades de hinchas”. Se refiere a ellas como construcciones culturales imaginadas, cohesionadas por vínculos y sentimientos de identidad: “se dice imaginadas porque sus miembros pueden no encontrarse jamás en persona, pero todos comparten una misma pertenencia a una identidad futbolística bien definida.” El autor aclara que no debe verse a estas “comunidades de hinchas” como constructos homogéneos, porque están formadas por personas de distintas procedencias y con distintos grados de involucramiento, además, estos hinchas tienen adscripciones o militancias múltiples (Panfichi 2016, 19-20)15.

Como vemos, hay definiciones variadas, unas más sofisticadas que otras; pero, independientemente de la concepción, la salvedad por destacar consiste en que la barra o la hinchada (al igual que pandilla y cuadrilla), como categoría analítica, no puede establecerse a priori, máxime pensando en las diferencias tipológicas existentes según el contexto de enunciación, lo cual llama la atención sobre la necesidad de comprender los sentidos que los sujetos dan a sus acciones (¿qué significa para ellos ser un hincha o un barrista?) con el fin de llegar a nociones más integrales y complejas, dejando atrás expresiones que más bien suelen ser estigmatizantes y, finalmente, insuficientes para comprender las prácticas plurales de estos actores.

Entonces, una barra organizada de fútbol es un colectivo que se crea con el objetivo de apoyar a un club específico. Su finalidad está atravesada por un principio deportivo; si bien los jóvenes que integran estas agrupaciones tienen una relación estrecha con circunstancias subjetivas relacionadas a las pandillas y cuadrillas (por ejemplo: las manifestaciones de violencia, algunos códigos de lealtad y algunas dinámicas masculinizadas), su razón de ser, sus procesos constitutivos y fines son diferentes. Aunque el barrio para estos jóvenes es muy importante, no necesitan de él para poder ser o manifestarse, pues no se defiende una subjetividad eminentemente barrial, sino más bien, lo que ellos entienden como “alentar”16 a su club desde la gradería. La barra organizada depende de un espacio localizado en el estadio,17 pues es desde ahí donde pueden demostrar su afecto por la barra y por el club; además, regularmente, los jóvenes que las integran no solo son hinchas, también desarrollan otros tipos de actividades (como también lo hacen los jóvenes cuadrilleros y pandilleros); en consecuencia, la hinchada no es una opción absoluta o total, no para el común denominador de barristas en América Latina. Además, su condición circulatoria (traslados a los escenarios donde juega su club) los hace, en cierta medida itinerantes, por lo cual, deben de negociar constantemente con las autoridades del club y policiales; no riñen siempre con la oficialidad, tampoco viven en un tiempo paralelo como exiliados de los sentidos imaginarios y materiales de la sociedad, no rompen con la perspectiva de futuro; en fin, no devienen pandillas (como sí lo hizo suponer el periódico La Nación en la nota que presenté en la introducción).

Finalmente, los casos que se presentan, a continuación, intentarán, a partir de las experiencias juveniles, ejemplificar las diferencias entre estas agrupaciones de las que he venido haciendo mención; además, estas trayectorias harán pensar en la pluralidad de las prácticas de estos sujetos, en donde siempre son posibles las imbricaciones.

Dos casos experienciales

Enseguida, se presentarán algunos datos biográficos de Fabricio, integrante de una de las cuadrillas de Guararí de Heredia y de una barra organizada de fútbol en Costa Rica (dinámicas imbricadas); luego, parte de la historia de vida de Katia, una mujer salvadoreña, quien, en algún momento, integró la pandilla 18 en su país. Estos dos casos servirán para remarcar diferencias objetivas y cercanías subjetivas entre pandillas, cuadrillas y barras. Además, como he hecho mención anteriormente, mostrarán los múltiples itinerarios y procesos de vida de individuos que no se limitan a la condición de pandillero/a, barrista o integrante de una cuadrilla. Practicar la juventud en algunos sectores de América Latina supone relaciones históricas permeadas de trayectorias plurales: los y las jóvenes no practican una única juventud, más aún, sus prácticas no siempre son juveniles.

Fabricio

Fabricio reside en Guararí. Su padre trabaja en oficios relacionados con la construcción y su madre es cocinera de la Escuela Finca Guararí (primaria), ubicada en el mismo sector herediano. En comparación con otros jóvenes de la comunidad, tiene una condición económica relativamente favorable. Ello le ha posibilitado terminar su secundaria e ingresar a la Universidad (cursa su tercer año de carrera).

Conocí a este joven en el 2004, durante un trabajo de campo etnográfico con barras organizadas de fútbol, específicamente, La Ultra Morada (grupo que alienta al Deportivo Saprissa S.A.).18 Él tenía 14 años en aquel momento, y tres de estar en la barra. Hoy es uno de los líderes de la agrupación. Contabiliza más de 16 años de, como él mismo lo manifiesta, “militar” en ella.

Hace 14 años lo conozco, sin embargo, no fue sino hasta el 2009 cuando se dio la oportunidad de que colaborase directamente en una de mis investigaciones. Por aquel año, estaba desarrollando otro trabajo de campo etnográfico, esta vez para mi tesis doctoral. Tenía pensado conversar e interactuar con jóvenes “pandilleros” de Guararí; pero, no podía localizar a estos sujetos dentro de la ciudadela. Decidí acudir a Fabricio, quien, en aquel momento, además de pertenecer a la Ultra, compartía su tiempo, fundamentalmente, nocturno, con otros jóvenes en las esquinas del barrio. Ellos les llamaban a estas agrupaciones “cuadrillas”; de ahí en adelante, abandoné la noción “pandilla” para hacer referencia a parte de las trayectorias de estos muchachos (Ver: Rodríguez, 2017). Fabricio me ayudó y, gracias a esta colaboración, pude interactuar con él y sus jóvenes amigos de la cuadrilla durante varios meses.

Siempre que Fabricio iba al estadio llevaba su camiseta de La Ultra o del Saprissa; no recuerdo haberlo visto en el barrio con alguna indumentaria referente a su club. Esto claro está, no quiere decir que nunca usara ropa de este tipo en Guararí, pero esta circunstancia me hace pensar que él entiende bien las diferencias entre la barra y la cuadrilla. Varios de sus amigos de la esquina son sus compañeros en la barra, pero no todos los de la agrupación barrial “van a la cancha” como el mismo lo dice. No todos son barristas. Ser barrista es estar dispuesto a seguir al equipo a muchas partes, al menos una vez por semana, desarrollar muchas actividades fuera del barrio, “alentar”, viajar y desplazarse, pues son dimensiones necesarias para ser miembro “militante” de una barra; las pandillas regularmente no hacen estos trayectos. Las cuadrillas sí se movilizan más, pero su centro de operaciones continúa siendo el barrio, no la cancha.

A inicios de este año, después de algún tiempo de no saber de Fabricio, fui a Guararí a hacerle entrega del libro que hablaba sobre sus vidas. Le pregunté si seguía estudiando. Me dijo que sí, “pero al suave” (despacio), porque había tenido que entrar a trabajar a un lavacar (centro de lavado de automóviles). Yo le pregunté: “pero, mae, ¿por qué la lleva al suave, no que sus tatas [padres] lo ayudaban con la harina [dinero]?” “Sí”, me respondió. “Lo que pasa es que voy a ser papá.” ¡Ah, mae! ¿Está loco? No pude evitar el tono trágico, aunque inmediatamente lo felicité. Fabricio me comentaba, y me comenta aún hoy, que está muy contento. Él quería ser padre. La primera razón que me dio fue: “Ya tengo 30 vueltas [años], mae” -en clara referencia a que está envejeciendo.

Meses después, la pareja de Fabricio dio a luz una niña; el tiempo de él se redujo por los continuos viajes a un cantón de la provincia de Alajuela, ubicado a unos 80 kilómetros de Guararí, donde su pareja reside con su hija, razón por la cual se ausentó de algunos encuentros futbolísticos que Saprissa jugó, fundamentalmente, fuera del Estadio Ricardo Saprissa Aymá.

Hoy, Fabricio combina su condición de padre y pareja, con la de hincha y miembro de cuadrilla; además, continúa trabajando y recibiendo el apoyo de sus padres para continuar sus estudios; graduarse de la Universidad, según me lo ha hecho saber, es un objetivo fundamental en su vida, como lo es criar a su hija y seguir yendo a la cancha.

La trayectoria de Fabricio muestra cómo las prácticas de una cuadrilla se cruzan con las de una barra de fútbol. Además, se observa la imbricación de otras situaciones. Se da cuenta de una pluralidad de sentidos que configuran su subjetividad.

A continuación, el caso de Katia confirmará esta idea de la conjunción de prácticas plurales, aunque seguirá señalando las distancias y las cercanías entre pandillas, cuadrillas y barras de fútbol.

Katia19

Katia contó la historia de su vida en dos sesiones en enero de 2007 y hubo una tercera donde se confirmaron algunas narraciones en noviembre de 2008. Según relata, nació en un barrio periférico de San Salvador (ha vivido toda su vida allí salvo un corto periodo). Tuvo una niñez en la que constantemente salía y entraba de la pobreza. Este hecho dependía de si su madre estaba acompañada o no de algún hombre que apoyara el sustento del hogar. Hubo algún periodo de estabilidad económica cuando su madre convivió con un militar, quien posteriormente se dedicó al contrabando de mercancías. Él terminó en la cárcel por este delito y allí lo asesinaron. Su padre biológico, a quien no había conocido, apareció en esta etapa y su madre la forzaba a ir a su casa para que le diera dinero. Esto provocó un intenso desgaste de la relación con su papá y su mamá, que le indujo a una crisis que Katia narra primero como adicción a las drogas y posteriormente con el ingreso de la pandilla. Según cuenta, Katia conoció las pandillas porque varias compañeras que estudiaban con ella conocían o pertenecían a pandillas, también porque junto con otros compañeros participaba en los enfrentamientos violentos entre estudiantes de secundaria (llamados en El Salvador enfrentamientos entre “Técnicos” y “Nacionales”), que se realizaban en el Parque Libertad. Finalmente, luego de conocer varios pandilleros, ingresó a “la 18” a la edad de 13 o 14 años. Este es un momento importante del relato, cuando ocurre su “brinco” (ritual de ingreso a la pandilla) y luego cuando se une a un grupo compuesto por decenas de pandilleros, quienes vivían en un lote abandonado de la ciudad y para sobrevivir pedían monedas en las calles.

Quedó embarazada a los 15 años de otro pandillero con quien sostuvo una intensa relación de pareja, ella como ama de casa, cuidando de la niña y él trayendo el sustento al hogar. Producto de esta relación, Katia tuvo una segunda hija a los 19 años. La casa se mantenía con dinero propio de negocios ilícitos en los que participaba su pareja. Mediante esta dinámica delictiva, él ingresó a la cárcel donde fue condenado a varios años. Ello obligó a Katia a trabajar por cuenta propia en un mercado. Mientras descontaba estos años de cárcel, su compañero fue brutalmente asesinado por un sector de internos -no pertenecientes a pandillas- en una masacre que se suscitó a lo interno del penal. Cuando se le tomó la entrevista, Katia contaba con un poco más de 30 años (Zúñiga 2013) [énfasis míos].

Este extracto de historia de vida de Katia es enfático al señalar las diferencias existentes entre pandillas, cuadrillas y barras de fútbol: la complejidad del uso de la violencia, además de las vivencias individuales en las trayectorias de Fabricio y Katia, marcan dos procesos que se leen y experimentan distantes. Lo que unen estas experiencias de estas dos personas son la pluralidad de situaciones que ambos han tenido que atravesar, lo cual habla de sujetos enmarcados en una variedad de situaciones dadas por sus contextos particulares; también, por las grandes historias referidas a sus universos inmediatos de interacción (comunidad, país, región, etcétera).

Para más claridad, el siguiente cuadro sintetiza las cercanías subjetivas y las distancias objetivas entre estos grupos y sujetos; mi intención es precisar la idea de que no podemos hablar indiferenciadamente de estas prácticas plurales de la juventud, aunque en ocasiones dichas dinámicas se puedan cruzar.

Cuadro comparativo de las prácticas plurales de pandillas, cuadrillas y barras de fútbol 

Dimensión/ práctica plural Pandilla Cuadrilla Barra de fútbol
Categoría Definida externamente por sectores medios-altos. Homologados a “mara” (estigma). Definida por los propios actores (categoría nativa). Aun así, son estigmatizados. Definida por los actores, también por medios de comunicación. Ellos suelen llamarse “hinchas”. Son estigmatizados.
Tipo de asociación Asociación habitual de personas por períodos prolongados. Asociación de personas, ligadas a una identidad popular, urbana por períodos variables. Asociación de personas ligada a la afinidad de un club por períodos variables.
Objetivo/fines Respaldo subjetivo/emocional basado en prácticas violentas. Respaldo subjetivo/emocional donde la violencia no es determinante. Respaldo subjetivo/emocional fundado en el apoyo al club.
Barrio/ territorio Trascendental. Eje articulador. Importante. No están tan anclados en el barrio como las pandillas. Viajan. Importante. No determinante, son circulatorios. Su lugar es el estadio.
Historicidad barrial Comparten una historia común, siempre compleja. Comparten una historia común no siempre compleja. Suelen compartir una historia común, aunque no siempre es así.
Condición socio-económica Carencias materiales, jóvenes pobres/ miseria. Carencias materiales, no para todos los integrantes. Carencias materiales, no para todos los integrantes.
Familia Desintegración familiar Puede o no existir desintegración familiar Puede o no existir desintegración familiar.
Estructura Fuerte estructura de mando. Liderazgo, poder. El liderazgo puede o no estar definido. Existen liderazgos, pero no siempre son impositivos, ni totales.
Visión de presente y futuro Ausencia de opciones, “el futuro ya fue”. Presentismo. Existencia de opciones. No son solo cuadrilleros. Existencia de opciones. No son solo hinchas.
Violencia Violencia institutiva y determinante. Es consustancial al grupo. Códigos masculinizados. Violencia institutiva, aunque no determinante. No hacen uso de la violencia siempre. Es un factor ocasional/espontáneo. Códigos masculinizados Violencia institutiva, aunque no determinante. No utilizan la violencia siempre. Es un factor ocasional/espontáneo. Códigos masculinizados
Carácter juvenil Mayoritariamente “jóvenes”. Mayoritariamente “jóvenes”. Mayoritariamente “jóvenes”.
Relación con institucionalidad/normativa Tensa, riñen con normativa. Tensa, pero suelen negociar. Tensa, pero suelen negociar.
Relación con otros colectivos No suelen integrar otras agrupaciones. Suelen integrar otras agrupaciones (imbricaciones). Suelen integrar otras agrupaciones (imbricaciones).

Fuente: elaboración propia.

Conclusiones

Las prácticas plurales de la juventud surgen como una noción que intenta comprender algunas dinámicas de las personas que integran pandillas, cuadrillas y barras de fútbol; no como una idea únicamente aplicable a estos grupos -se entiende que otras asociaciones juveniles pueden calzar en los énfasis plurales e historicistas de la noción referida-, sin embargo, es un concepto que sugiere la necesidad de pensar a los y las jóvenes desde un estatuto de integralidad. Se les concibe como sujetos, en sus múltiples facetas y trayectorias que no se agotan en la monocausalidad: regularmente, los y las jóvenes no son solo pandilleros, cuadrilleros o hinchas, sino también dirimen sus existencias en otras facetas, iguales o más importantes; incluso, suelen integrar otros colectivos en apariencia antagónicos, precisamente, porque sus vivencias no pueden encapsularse en una sola forma agregativa.

En este punto, es importante volver a acotar que, a pesar de esta pluralidad de sentidos en ocasiones fusionados o imbricados, estas prácticas juveniles manifiestan diferencias objetivas y cercanías subjetivas. Esto quedó de manifiesto en la sección de definiciones conceptuales. Además, los casos experienciales fueron enfáticos en mostrar estas distancias y semejanzas entre estas formas juveniles las cuales, también, fueron precisadas en el cuadro comparativo presentado anteriormente.

Al respecto, las trayectorias de Fabricio y Katia, además de aclararnos biográficamente los contrastes entre estas asociaciones, nos posibilitan pensar en sujetos que entran y salen de la condición juvenil. Sus heterogéneas experiencias de vida apuntan hacia una definición de juventud no acotada; más bien, amplia y diversa.

He apuntado hacia la necesidad de trascender discursos homogeneizantes que no parecen pensar en las trayectorias sociales de los sujetos. Por eso, este texto inició con una discusión de posturas mediáticas y académicas que ofrecían escenarios irreflexivos, cargados de imágenes estigmatizantes, que no ayudan en el afán de aclarar cómo y por qué las personas se comportan de una determinada forma.

Finalmente, para intentar pensar a las personas jóvenes, es necesario seguir sus movimientos; regularmente, sus biografías no están ceñidas a un solo escenario o a un solo momento histórico. Esto, evidentemente, dificulta una analítica de sus prácticas, pero resulta vital considerarla para construir ideas lo más cercanas posibles a sus universos de sentido.

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1En la revisión de la literatura latinoamericana no se encontraron esfuerzos académicos sistemáticos y rigurosos para comprender las relaciones existentes entre pandillas, barras de fútbol y cuadrillas; como se verá en lo sucesivo, se analizaron algunos textos que intentaron alguna aproximación al respecto, pero desde un posicionamiento simplista. El presente documento intenta ubicar la temática desde otro ángulo, el de las biografías juveniles antes que en una retórica de un análisis lineal.

2 Žižek (2009) se refiere a la violencia subjetiva y objetiva. La primera es la parte visible. La segunda se invisibiliza, puesto que sostiene la normalidad de nivel cero contra lo que percibimos como subjetivamente violento. Intento decir que, entre pandillas, cuadrillas y barras, hay diferencias objetivas invisibles para un conjunto variado de sectores sociales, que únicamente ven las cercanías subjetivas o superficiales.

3La primera vez que leí acerca de la noción de pluralidad fue en Cabrera, 2017.

4No sugiero que esta idea “prácticas plurales de la juventud” sea exclusiva de pandillas, cuadrillas y barras de fútbol. Evidentemente, otras agregaciones juveniles podrían calzar en esta definición; digo que es un camino, entre muchos otros, que se podría utilizar para entender las dinámicas de estos sujetos.

5Como se verá más adelante con los casos de Fabricio y Katia. El primero, una persona de 30 años, integra una cuadrilla y una barra de fútbol; a su vez, es padre, hijo, pareja, trabajador y estudiante universitario. La segunda, expandillera, con una condición económica ambivalente, inserta en dramas relacionados con la adicción a sustancias, ama de casa, estudiante, madre, hija y pareja.

6Al respecto, Lahire cuestiona el concepto de habitus bourdiano por considerar que dicho sistema de disposiciones incorporadas (estructuras estructurantes) duraderas y transferibles que narran una interiorización de la exterioridad y la incorporación de las estructuras objetivas, no toma en cuenta esta pluralidad de circunstancias en las que “juegan” los sujetos (imbricación de habitus) (2005, 147-148 y 154).

7La idea final de Urteaga parte del supuesto de que las geografías y vivencias juveniles nunca son una realidad objetiva, estática ni acabada, sino una compleja combinación de subjetividades, condiciones materiales-estructurales e individuos con experiencias diferentes; por ello, propone, para referirse a estos colectivos, un eje heurístico: el espacio social juvenil: “un espacio privilegiado en el cual los jóvenes experimentan y desarrollan su síntesis entre estructura y agencia” (2007, 230-270).

8Otro autor que reflexiona sobre esta categoría es Carlos Mario Perea; para referirse a estos grupos, esgrime la idea de tiempo paralelo, ya que, el sujeto pandillero, “abandona los circuitos que arman la vida corriente (…) la pandilla quiebra el nexo con el Otro, abomina del orden establecido y suprime una historia compartida que es tanto experiencia de pasado como perspectiva de futuro” (2007, 12-13 y 272-276).

9Para Valenzuela, las “maras” son agrupamientos al estilo de las pandillas, son identificaciones límite, atrincheradas, conformadas por fuertes códigos de lealtad y solidaridad, también de violencia y autodestrucción; además, están conformadas por jóvenes pobres. Su nombre significa amigo, gente de uno, nuestra gente. “Mara” es una palabra amistosa que antecede a la raza, el parcero, el homie o la homegirl (2007, 31-34).

10Zúñiga (2016a) repasa las interpretaciones que sobre el concepto de pandilla se han desarrollado en Centroamérica; al respecto, argumenta que existen dos extremos: un enfoque punitivo centrado en la comprensión de estos colectivos desde la comisión de delitos, la peligrosidad y la necesidad de castigo y otro enfoque denominado explicativo se concentra en estos grupos humanos desde diversos factores históricos.

11Zúñiga (2013) explica que una de las razones por las cuales estos sujetos pandilleros integran dinámicas de violencia y agresividad hacia sus otros culturales tiene su asidero en la infancia, la cual siempre fue muy compleja, incluso, desgarradora. Los sujetos abordados por este autor narran crudas vivencias de niñez que hablan sobre el abandono familiar, guerra y desamparo, lo que los lleva a instituir una familia sustituta (la pandilla) en vista de la desintegración de los lazos familiares primarios.

12Esta reflexión es producto de mi trabajo de campo en Guararí de Heredia, barrio urbano popular del Valle Central de Costa Rica. Para una versión extendida, ver: Rodríguez, 2017.

13Por ejemplo, en Guarar, hay dos primarias: una secundaria nocturna, un centro de atención integral de salud (ebáis), varios comercios, una estación policial, un centro comercial y universidades cercanas.

14Según Garriga (2014 y 2015) y Moreira (2008 y 2013), “barra brava” es una designación otorgada desde fuera. No corresponde a una categoría nativa.

15Una propuesta interesante es la de De Toledo (2013), quien advierte, para el caso de las torcidas brasileñas, que están atravesadas por un constructo del cuerpo particular que el autor llama “corporalidad pensada”: un culto al cuerpo estilizado y trabajado en el gimnasio, lo cual se contrapone a la corporalidad “aguantadora” de las hinchadas argentinas de la que hablan Cabrera, 2013 y Garriga Zucal, 2015 y 2016, al referirse a cuerpos con alguna evidencia de exceso u obesidad.

16Alentar: apoyar incansablemente.

17Esto marca una diferencia con pandillas y cuadrillas. Si bien los integrantes de las barras provienen de diferentes espacios barriales, la hinchada no necesita de un barrio específico para poder ser, requieren un lugar localizado (gradería), que, en términos vivenciales e históricos es muy diferente al barrio, porque la gente no vive en un estadio.

18Club de la Primera División de Fútbol de Costa Rica. Uno de los dos equipos de mayor arraigo popular.

19Extracto de relato de vida tomado del texto “Conocer el odio: hacia una interpretación de las pandillas salvadoreñas”, escrito por Mario Zúñiga.

Recibido: 29 de Abril de 2018; Revisado: 18 de Mayo de 2018; Aprobado: 22 de Junio de 2018

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