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InterSedes

versión On-line ISSN 2215-2458versión impresa ISSN 2215-2458

InterSedes vol.22 no.45 San José ene./jul. 2021

http://dx.doi.org/10.15517/isucr.v22i45.47066 

Artículo

Fantasías, mitos y creencias ideológicas en los tiempos de Macri

Fantasies, myths and ideological beliefs in the times of Macri

Hernan Fair1 

1Universidad Nacional de Quilmes Buenos Aires, Argentina hernan.fair@unq.edu.ar

Resumen

El presente trabajo investiga la operación hegemónica de Cambiemos, enfocándose en el análisis de los imaginarios sociales escenificados por el discurso macrista en la esfera pública durante la campaña presidencial del 2015 y en su período de gobierno (2015-2019). A través de herramientas analíticas de la Teoría Política del Discurso, se indaga en las fantasías, mitos y creencias ideológicas difundidas por el discurso macrista y sus usos retóricos para intentar legitimar sus políticas públicas neoliberales y construir un exitoso sentido común en la Argentina. En la segunda parte, se analizan los mandatos superyoicos del discurso de Macri y el robo del goce. El artículo argumenta que el discurso macrista redefinió una serie de mitos y creencias sedimentadas de matriz neoliberal (el Mito del Derrame ligado al crecimiento del campo, y el mito del Estado como homólogo a una empresa privada) para intentar construir una nueva hegemonía. Estos mitos se vincularon a una fantasía consensualista y objetivista, asentada en una gestión tecnocrático-ingenieril del Estado, y una fantasía evolucionista de mejora económica progresiva y gradual, centrada en el significante Cambio. El reverso[1] sintomático de la fantasía ideológica se expresó fenoménicamente a través de la demonización y estigmatización de la alteridad en la figura execrable del kirchnerismo, culpable de todos los males del país.

Palabras-clave: Gobierno de Cambiemos; Neoliberalismo; Construcción de hegemonía; Mitos y fantasías ideológicas; Análisis del Discurso político

Abstract

This paper investigates the hegemonic operation of Cambiemos, focusing on the analysis of the social imaginaries staged by the Macrist discourse in the public sphere during the 2015 presidential campaign and in his government period (2015-2019). Through analytical tools of Political Theory of Discourse, it examines the fantasies, myths and ideological beliefs spread by macrist discourse and its rhetorical uses to try to legitimize its neoliberal public policies and build a successful common sense in Argentina. In the second part, it analyzes the superego mandates of Macri´s discourse and the theft of jouissance. The article argues that the Macrist discourse redefined a series of myths and beliefs based on a neoliberal matrix (the Myth of the Spill linked to the growth of the countryside, and the myth of the State as homologous to a private enterprise) to try to build a new hegemony. These myths were linked to a consensualist and objectivist fantasy, based on a technocratic-engineering management of the State, and an evolutionary fantasy of progressive and gradual economic improvement, focused on the significant Change. The symptomatic reverse of the ideological fantasy was phenomenologically expressed through the demonization and stigmatization of otherness in the execrable figure of Kirchnerism, guilty of all the country´s ills.

Key words: Government of Cambiemos; Neoliberalism; Construction of hegemony; Myths and ideological fantasies; Analysis of Political discourse

1. Introducción

La presente investigación se propone como objetivo general analizar la construcción de los imaginarios sociales en la Argentina de Cambiemos. Los objetivos específicos consisten en analizar discursivamente las fantasías, mitos y creencias ideológicas difundidas en la esfera pública durante el gobierno de Macri, e indagar en sus usos retóricos para intentar legitimar las políticas neoliberales y construir una nueva hegemonía (2015-2019)[2] ¿Qué fantasías, mitos y creencias ideológicas escenificó el discurso macrista en la esfera pública para intentar construir un nuevo orden político y social y un exitoso sentido común? ¿En qué medida el macrismo reformuló y readaptó los mitos y creencias ideológicas sedimentadas durante la etapa de hegemonía neoliberal, para tratar de justificar la aplicación de sus políticas públicas? Para responder a estos interrogantes, el trabajo se estructura en dos partes. En la primera parte, se analizan las fantasías, mitos y creencias que estructuraron a la ideología neoliberal en la Argentina reciente. En la segunda parte, se examinan las fantasías, mitos y creencias ideológicas difundidas por el discurso macrista, y sus usos retóricos para intentar construir un nuevo sentido común de matriz neoliberal.

2. Perspectiva analítica y fuentes de la investigación

Entre las diferentes perspectivas que existen de análisis del discurso político, el presente trabajo se basa en herramientas de la Teoría Política del Discurso de la Escuela de Essex y sus usos en la investigación social, conocidos como Análisis Político del Discurso (APD) (Buenfil Burgos, 2019)[3]. Se coloca el eje en las categorías de hegemonía y discurso y en los conceptos de cadena equivalencial, frontera política, metáfora, metonimia, sedimentación, punto nodal, operación ideológica, mito e imaginario social (Laclau, 1993, 2005, 2014)29 30 [4-6]. Se articulan estas herramientas con las nociones de fantasía, goce, mandato superyoico y síntoma social, que desarrolla Yannis Stavrakakis desde la izquierda lacaniana (Stavrakakis, 1999, 2010)47 [7,8]. El uso de estos conceptos de la teoría lacaniana como caja de herramientas permite profundizar en los aspectos identificatorios y de ligazón afectiva de la operación hegemónica y ahondar en los elementos parcialmente sedimentados y objetivados de las identidades políticas, vinculados a la perspectiva de la tradición (Aboy Carlés, 2001)[9]. Al mismo tiempo, contribuye a fortalecer la dimensión ético-política crítica que caracteriza a la teoría laclauiana de la hegemonía de matriz gramsciana.

La estrategia teórico-metodológica[10] retoma elementos que trabajamos en investigaciones previas, en las que distinguimos dimensiones, planos y niveles internos para el análisis de la operación hegemónica (Fair, 2017a, 2019a)17 [11,12]. El análisis empírico-discursivo se enfoca en la dimensión de la construcción hegemónica y, en particular, en el nivel de los imaginarios sociales, vinculado a las fantasías, los mitos y creencias universalistas y esencialistas. Para examinar los imaginarios sociales desde la dinámica política, distinguimos, de un modo descendente, tres subniveles analíticos:

  1. a. Fantasías ideológicas: corresponde a las fantasías primordiales de plenitud social que estructuran en su conjunto y actúan de sostén imaginario de las ideologías. Se caracterizan por pretender establecer una identidad transparente y plena de la sociedad como unidad homogénea y uniforme, carente de antagonismos y divisiones sociales.

  2. b. Mitos: concierne a ciertas narraciones parcialmente sedimentadas que contribuyen a legitimar a las fantasías ideológicas. Pueden reenviar a un imaginario de unidad plena, transparente y armónica que sutura lo social. También pueden evocar un supuesto pasado glorioso o negado, redefinir algún episodio de la historia a la luz del presente y encadenarlo a un futuro imaginario de grandeza, plenitud y reconocimiento social/nacional.

  3. c. Creencias esencialistas y universalistas: constituyen enunciados imaginarios que evocan una idea ilusoria de homogeneidad, uniformidad, totalidad, esencia y/o naturalización de la realidad social, aunque con un menor grado de estructuralidad que las fantasías primordiales y los mitos. Forman parte del registro de lo imaginario, ya que niegan la contingencia, historicidad, relatividad y precariedad como constitutivas de lo social.

Para analizar las fantasías, mitos y creencias ideológicas, el texto se enfoca en el uso de metáforas y metonimias esencialistas, que son aquellas que niegan la contingencia, relatividad e historicidad de lo social. Además, se examina la noción lacaniana de “robo del goce”. El robo de goce se vincula con la dimensión “paranoica” de la fantasía, que explica “por qué las cosas salieron mal” (Stavrakakis, 2010, p. 225)[8]. Esta dimensión se focaliza en las acusaciones de “robo del goce” por parte de un Otro, al que se considera que “ha sustraído algo que se considera que es esencialmente nuestro” (Stavrakakis, 2010, p. 230)[8]. Como reverso de la fantasía, las ideologías usan de “chivo expiatorio” al Otro (por ejemplo, al judío en la ideología nazi) para proyectar externamente la imposibilidad de eliminar el síntoma social y alcanzar la sociedad plena. Esta herramienta permite abordar tanto las acusaciones de “robo” del goce proyectadas en la alteridad, como los infructuosos intentos de “recapturar” el goce y llenar la falta a través del orden significante (Stavrakakis, 1999, 2010, pp. 225-236)47 [7,8].

Para investigar los vectores de la construcción hegemónica de Cambiemos, se coloca el foco en la figura presidencial de Macri. El Presidente constituye un actor político clave (es decir, un actor de mucho poder) en la operación ideológica, debido a que:

  1. a) Como titular unipersonal del Poder Ejecutivo, es el Jefe de Estado y representa la principal figura de poder del sistema político.

  2. b) Dispone en el sistema hiperpresidencialista argentino de elevados poderes de prerrogativa para el ejercicio de su cargo (entre ellos, escoger y remover a los Ministros de Gabinete, firmar decretos y vetos parciales o totales con fuerza de ley y sancionar el Estado de Sitio), tipificados en la Constitución Nacional.

  3. c) La Argentina contiene una larga tradición sedimentada de fuerte personalización del vínculo político en la figura del Presidente, que se potencia por la creciente mediatización de lo político.

  4. d) Dispone de una legitimidad de origen democrática, producto de la elección por mandato popular.

Estos factores le permiten al Presidente realizar interpelaciones, construir mandatos imperativos, tomar decisiones y efectuar acciones (discursivas) con un alto grado de eficacia performativa potencial (Fair, 2017b)[13].

El recorte del corpus de la investigación empírica se basa en una muestra de discursos representativos de Macri en la campaña presidencial de 2015 y, en particular, durante su período de gobierno (2015-2019). Se toma en cuenta que, como Jefe de Estado en ejercicio de sus funciones, el Presidente acrecienta su capacidad privilegiada de reformular las demandas de los colectivos, redefinir desde esta posición sus dichos de campaña y realizar acciones institucionales con fuerza vinculante. Las fuentes se basan en discursos oficiales (disponibles en la página web de la Presidencia), spots de campaña y fragmentos de alocuciones públicas de Macri reproducidos en la prensa y en formatos audiovisuales interactivos (Youtube).

3. Fantasías, mitos y creencias ideológicas del neoliberalismo en la Argentina reciente

Aunque en la Argentina la aplicación de las políticas neoliberales presenta antecedentes en la última Dictadura cívico-militar (1976-1983), y durante la segunda mitad de los años 80, con el acceso a la presidencia de Carlos Menem, en julio de 1989, se inició una nueva etapa histórica, que profundizó desde el Estado (no sin contradicciones) la implementación del paradigma neoliberal (Rossi y López, 2011)[14]. El gobierno de Menem abandonó el modelo de acumulación centrado en la Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI) y sus políticas redistributivas asociadas al peronismo de posguerra y llevó a cabo, con celeridad, una profunda reforma del Estado1.

Como lo investigamos en trabajos previos, el discurso menemista difundió en la esfera pública dos mitos que se hallaban parcialmente sedimentados en la Argentina y actuaron como condiciones de posibilidad de la construcción de la hegemonía neoliberal: el mito del país potencia y el de la aldea global:

  1. a) El mito de la Argentina país potencia: el relato menemista readaptó un mito evolucionista parcialmente sedimentado, que sostenía que la Argentina constituía un “país potencia”, destinado por la Historia a un futuro de grandeza y protagonismo entre las naciones del planeta.

  2. b) El mito de la aldea global: el menemismo hizo uso de un relato cosmopolita y pacifista de la globalización como una “aldea global” en el que, luego del fracaso del socialismo soviético, la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, las fronteras nacionales desaparecían. Desde el discurso de Menem, la Argentina se insertaba a un mundo pacífico y armonioso, basado en la cooperación y el consenso, y en el que no existían antagonismos, formas de dependencia, ni relaciones desiguales de poder entre los Estados.

El menemismo neoliberal, además, difundió en la esfera pública un conjunto de creencias esencialistas, racionalistas, objetivistas, universalistas y teleológicas:

  1. -Un relato evolucionista, que contraponía a las ideas atrasadas, antiguas y anacrónicas del modelo nacional-popular, a un futuro de crecimiento, progreso y evolución de la sociedad y del mundo. En este punto, el discurso menemista realizó un hábil uso selectivo de la doctrina peronista para sostener que la Argentina debía evolucionar, actualizar sus principios y adaptarse a la inevitabilidad del proceso de globalización.

  2. -Un relato consensualista, en el que la sociedad era percibida como armoniosa y debía unificarse, pacificar los espíritus y abandonar los “estériles” antagonismos del pasado.

  3. -Un relato individualista, en el que los valores comunitaristas y movimientistas del peronismo de posguerra dejaban de tener sentido, y la sociedad era vista como un conjunto de individuos atomizados que debían competir entre sí y convertirse “de proletarios en propietarios”, al compás de una lógica neoliberal del sálvese quien pueda.

  4. -Un relato hipermercantilista y utilitario, en el que las políticas neoliberales, a partir de la “inserción” inédita de la Argentina al “mundo”, promovían la modernización tecnológica y el acceso a una multiplicidad de bienes de consumo popular, asociados a un imaginario de confort, felicidad y libertad plenas.

Desde una perspectiva lacaniana, estos elementos fantasiosos expresan una negación perversa de la alteridad y, por lo tanto, de la castración simbólica, la lógica del no-todo y los límites constitutivos de lo Real.

3.1. La fantasía ideológica del 1 a 1 como eje estructurador de la hegemonía neoliberal

A diferencia de otras experiencias neoliberales, en la Argentina la fantasía de la Convertibilidad constituyó la pieza clave en la estructuración de la hegemonía neoliberal. La Ley de Convertibilidad consistía, básicamente, en un esquema monetario-cambiario de estabilización del tipo currency board a una tasa fija de conversión de la moneda nacional y el dólar, amarrado por una vía legal. La ley obligaba al Gobierno a que hubiere una equivalencia estricta entre la base monetaria y las reservas de oro y divisas del Banco Central. Al mismo tiempo, impedía emitir moneda que superara el respaldo total de reservas. El llamado 1 a 1 (un peso=un dólar), vigente a partir del 1 de abril de 1991, se convirtió en el eje del sistema económico y garante de la gobernabilidad política. Ello porque logró estabilizar la economía luego de dos experiencias hiperinflacionarias (1989 y 1990) y porque, en condiciones de fuerte apreciación cambiaria, fomentó un elevado crecimiento económico y un boom de consumo y crédito popular, que se extendió hasta finales de 1994 (Basualdo, 2000)[15].

Como lo analizamos detenidamente en una investigación empírica que presentamos como Tesis de Maestría (2007), el éxito estabilizador de la Convertibilidad le permitió al discurso menemista consolidar la operación hegemónica, al mostrar con un mayor grado de consistencia la frontera política entre un pasado de hiperinflación, inestabilidad y caos social, y un presente de estabilidad económica y paz social; y entre un pasado de atraso y aislamiento internacional, y un presente de inserción inédita de la Argentina al mundo moderno, en condiciones de igualdad 1 a 1 con la superpotencia mundial. La eficacia del 1 a 1 en estabilizar los precios y reactivar la economía le permitió a Menem profundizar las reformas neoliberales pendientes con un mayor grado de consenso social. Al mismo tiempo, fortaleció la legitimidad de su discurso en torno a la confianza, seguridad jurídica, previsibilidad y reglas claras e inamovibles, que promovía la Convertibilidad para el sector privado (Fair, 2016b)[16].

En una segunda investigación, presentada como Tesis de Doctorado (2013), profundizamos el análisis de la construcción hegemónica, e innovamos a partir del estudio del impacto o la eficacia de la operación hegemónica. Como resultado de la investigación empírica, encontramos que, desde la dimensión de la producción hegemónica, el discurso menemista realizó un doble encadenamiento retórico. Por un lado, ató a la estabilidad con la Ley de Convertibilidad. Por el otro, anudó como un combo a la estabilidad monetaria con las reformas estructurales del paradigma neoliberal, con sus valores adosados de estabilidad fiscal, monetaria y de precios, moneda sana, paz social, acceso al consumo popular, crecimiento, modernización y progreso. De este modo, se constituyó un núcleo nodal, asentado en el valor de la estabilidad y la imposibilidad de devaluar la moneda. Menem, además, asoció a la estabilidad económica con un principio de justicia social para los trabajadores y procuró vincular a su figura personalista como el único garante de la gobernabilidad del modelo (Fair, 2013, 2016a)14 [17,18].

Desde la dimensión de la eficacia hegemónica, un indicador de éxito del neoliberalismo menemista se expresó en las cómodas victorias del oficialismo y los candidatos afines al menemismo en las elecciones legislativas de 1991 y 1993. Pero la eficacia hegemónica excedía a los resultados favorables en las elecciones de medio término. Como resultado de la investigación empírico-discursiva de más de mil discursos correspondientes a una multiplicidad de actores de poder dirigenciales situados en el rol de interpelados (empresarios, sindicalistas, economistas, periodistas, dirigentes de las fuerzas político-partidarios, referentes eclesiásticos y del establishment internacional, analizados en términos individuales y nucleados colectivamente en entidades corporativas) en la prensa nacional, encontramos que, si bien se presentaban críticas puntuales a las reformas estructurales y a sus efectos económicos y sociales regresivos, al mismo tiempo existía un fuerte grado de aceptación del núcleo básico de la hegemonía neoliberal, que permanecía indiscutido. El correlato de este consenso colectivo asentado en la estabilidad monetaria era un desvanecimiento del macrodiscurso Nacional-Popular que a finales de los años ochenta se estructuraba como antagónico al neoliberalismo, del que solo quedaban residuos marginales. Además, como la estabilidad era protegida como una reliquia por los principales actores de poder, devaluación, como reverso del 1 a 1, se transformó en un significante tabú en la esfera pública (Fair, 2013)[17].

En términos de la teoría lacaniana de la ideología, la estabilidad del Plan de Convertibilidad, con sus múltiples significados adosados, funcionó durante los noventa como una fantasía ideológica primordial que estructuró en su conjunto el orden político y social, ocultando los antagonismos y divisiones constitutivos.

3.2. Los aggiornamientos de la fantasía ideológica durante el gobierno de la Alianza, la crisis del 2001 y el fin de la Convertibilidad

El 24 de octubre de 1999 Fernando De la Rúa accedió a la presidencia a través de la Alianza, una coalición entre la Unión Cívica Radical (UCR) y el Frente País Solidario (FREPASO). De la Rúa mantuvo los fundamentos de la hegemonía menemista, condensados en el núcleo nodal (reformas neoliberales + Ley de Convertibilidad + estabilidad). Sin embargo, realizó algunos aggiornamientos, que consistían en emprolijar al modelo económico con una mayor austeridad. Este significante articulaba al mismo tiempo la defensa de políticas neoliberales de ajuste fiscal, con un discurso republicano-honestista contra el despilfarro de recursos públicos y la corrupción, asociado al menemismo y, en particular, a la figura de Menem (Fair, 2017b)[13].

En esta fase observamos, además, algunos cambios en los mandatos superyoicos y en las fuentes de goce (jouissance). En contraste con el mandato de goce obsceno y exhibicionista fomentado por el menemismo y su lógica de frivolidad y “Pizza con champán”, De la Rúa incentivaba un goce austero y castrador. Este mandato superyoico era funcional al discurso de la austeridad. El doble uso retórico del significante austeridad como austeridad monetarista-ortodoxa y austeridad republicana, le permitía a De la Rúa contraponerse al menemismo y, al mismo tiempo, preservar los fundamentos del modelo de Convertibilidad (Fair, 2019b)[19].

Sin embargo, sabemos que todo signo es diferencial y toda metáfora está contaminada por su contenido metonímico (Laclau, 2014)[6]. En este sentido, llegó un momento en el que lo Real se sintomatizó desde el orden significante, se reactivó políticamente la metáfora del 1 a 1 y se logró atravesar la fantasía ideológica. El acontecimiento dislocador que emergió sintomáticamente de las entrañas del modelo para mostrar su estructuración imaginaria fue la restricción de los depósitos financieros de los ahorristas que decretó De la Rúa el 1 de diciembre de 2001. El llamado “Corralito” fue el último y desesperado intento de la Alianza para intentar frenar el drenaje de reservas del Banco Central, necesarias para mantener el esquema convertible. El bloqueo de los depósitos, en condiciones de profunda crisis socioeconómica, generó una intensa y multitudinaria escalada de movilizaciones y protestas sociales contra la “clase política” y el gobierno delarruista en particular. En las trágicas movilizaciones del 19 y 20 de diciembre, la rebelión popular y la feroz represión social, condujo a la renuncia de De la Rúa y al fin de la Alianza (Iñigo Carrera y Cotarelo, 2006; Bonnet y Piva, 2009)[20][21]. Poco después, en enero de 2002, el gobierno interino presidido por Eduardo Duhalde devaluó fuertemente la moneda y puso fin a la fantasía de la Convertibilidad.

4. Las promesas imaginarias de Cambiemos durante la campaña presidencial de 2015: Revolución de la alegría, Pobreza cero y Unir a todos los argentinos

Desde sus inicios en la actividad política, en 2003, el empresario Mauricio Macri estructuró un discurso que negaba los antagonismos constitutivos y las fallas de lo Real, a través de una fantasía consensualista que prometía una gestión eficiente y meramente técnica de lo social. Este discurso tecnocrático-ingenieril se apoyaba en dos elementos. Por un lado, la gestión exitosa como presidente del popular club de fútbol Boca Juniors. Por el otro, una puesta en escena de Macri como Mauricio, un ingeniero outsider de la política partidaria tradicional y ajeno a las luchas ideologizadas (Morresi, Belloti y Vommaro, 2015)[2]. La frase universalista “En todo estás vos”, que usaba Macri desde su candidatura a Jefe de Gobierno porteño, condensa la fantasía ideológica de la sociedad como un todo uniforme y homogéneo, carente de antagonismos sociales y de un resto excluido (Fair, 2012)[22].

En marzo de 2015 el partido Propuesta Republicana (PRO) formalizó una alianza electoral con la UCR y la Coalición Cívica que se autodenominó Cambiemos. Macri fue ungido como candidato de este espacio para las elecciones presidenciales a realizarse en octubre de ese año. En el marco del relato de la “nueva política” ajena a las luchas de poder y los enfrentamientos “artificiales” del kirchnerismo, durante la campaña Macri escenificó en la esfera pública una fantasía consensualista que se condensó en el slogan de la “Revolución de la alegría” y en las promesas incumplibles de “Pobreza cero” y “Unir a los argentinos” (Macri, citado en La Nación, 26/09/2015; Infobae, 22/10/2015; Télam, 03/11/2015). A estas promesas de campaña (construidas como “compromisos”) se agregaban otras de tinte progresista, como eliminar el Impuesto a las Ganancias para los asalariados2, “cuidar a las pymes”, “generar dos millones de puestos de trabajo”, “un millón de créditos” para la vivienda, pagarle bien a los docentes y a los científicos, mantener los subsidios a los servicios públicos y no realizar un “ajuste”, porque “creemos en la expansión de la economía”3.

4.1. Puesta en escena y estética new age de la marca Cambiemos

Desde los aspectos no meramente lingüísticos del discurso, durante la campaña presidencial Cambiemos difundió, a través del marketing político, toda una puesta en escena y un conjunto de prácticas sociales novedosas, afines a su discurso despolitizado. La puesta en escena innovadora se basaba en el uso de globos en actos políticos y el uso distintivo de una marca propia de color amarillo, así como bailes, música pop y cumbia y una estética new age posmoderna. Esta nueva estética -con antecedentes en la constitución de la marca PRO en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires- asimilaba a la política con la alegría y la diversión, propias de una fiesta de egresados o un casamiento (Vommaro, 2017)[23].

Tanto el slogan de la “Revolución de la alegría”, como las prácticas que equiparan a la política con la pura diversión, o la reducen al consenso social y la alegría, son fantasiosos, del mismo modo que lo es la homologación de la actividad política con una gestión puramente racional, objetiva y técnica. Estas fantasías consensualistas y objetivistas son captaciones imaginarias, ya que niegan la lucha de poder, los antagonismos y divisiones constitutivas que atraviesan a lo social.

5. Mitos y creencias difundidas por el gobierno de Macri: usos y reconfiguraciones de la ideología neoliberal

Una vez en el gobierno, Macri dejó a un lado la parafernalia consensualista de la “Revolución de la alegría” y la “Unidad de todos los argentinos”, e intentó legitimarse mediante una estrategia de exacerbación del antagonismo contra el “populismo”, la ineficiencia del sector público y la corrupción estatal, asociadas al kirchnerismo. Desde el discurso macrista, su gobierno había recibido una “pesada herencia”, signado por “instituciones sin credibilidad”, “un Estado enorme que no ha parado de crecer”, “desordenado y mal gestionado” y con “un país lleno de deudas”, producto de “la irresponsabilidad e incompetencia de la anterior gestión” (Macri, 2016a). La “pesada herencia” de los K se condensaba en “una década de despilfarro y corrupción” (Macri, 2017a), la existencia de “un Estado sin planeamiento, desmantelado, desquiciado, cargado de corrupción (y) alejado de poder resolver hasta los problemas básicos de los argentinos” (Macri, 2016b) Con la excusa de la “pesada herencia”, Macri abandonó la promesa de no eliminar subsidios y no ajustar la economía y puso en marcha una serie de políticas públicas[25] de liberalización económica y fuerte incremento en las tarifas de servicios públicos, con una orientación neoliberal (Cantamutto, 2016)[24].

Para intentar justificar el nuevo rumbo y construir una hegemonía exitosa, el gobierno cambiemita resignificó una serie de imaginarios parcialmente sedimentados y objetivados en la cultura política argentina. Analizaremos a continuación los mitos que escenificó Macri, su principal figura y referente político e institucional.

6. El Mito del Derrame y sus usos retóricos en el discurso macrista

La llamada Teoría del derrame (también conocida como “Efecto cascada”, o trickle down effect en inglés) constituye uno de los mitos fundantes del neoliberalismo. Básicamente, sostiene que los trabajadores deben realizar un sacrificio económico en el presente para soportar estoicos el peso del ajuste ortodoxo y las reformas estructurales del paradigma neoliberal. A cambio, promete una mejora de la situación económica y social en un futuro inespecífico, si se aplican al pie de la letra las ideas pro-empresariales. En antagonismo con la visión keynesiana enfocada en la demanda agregada, la estrategia argumental del relato neoliberal sitúa el eje en el factor oferta. De un modo sucinto, sostiene que la aplicación de medidas gubernamentales de incentivo a la oferta, entre ellas la reducción de impuestos y regulaciones (“trabas burocráticas”) a los grandes empresarios, generan confianza (“seguridad jurídica”) en el “mercado”. Ello promueve un aumento de la inversión privada e incentiva el crecimiento del PBI. El crecimiento económico, a través de la “mano invisible” del mercado, luego se “derrama” hacia abajo en términos de más trabajo y mayores salarios para las/os trabajadoras/es4 (Vilas, 1997)[26].

Durante el gobierno de Macri el mito del derrame –asumido previamente por el menemismo, e intensificado durante el delarruismo– se expresó a través de una fantasía evolucionista que exigía un “sacrificio” económico a los trabajadores en el presente, para alcanzar un futuro de felicidad y bienestar social. El corolario de este relato neoliberal se condensó en el uso de frases como “Hay que esperar el segundo semestre” y “Lo peor ya pasó”:

“Dijimos que en el segundo semestre iba a bajar drásticamente la inflación y eso se va a cumplir. Y, sobre el final de este semestre, esperamos empezar a ver de vuelta una recuperación económica” (Macri, 2016c).

“Lo peor ya pasó y ahora vienen los años en que vamos a crecer. Las transformaciones que hicimos empiezan a dar frutos, a sentirse” (Macri, 2018).

Para Macri, las medidas aplicadas por su gobierno iban en el camino correcto y estaban sentando “bases sólidas y duraderas” para alcanzar un futuro de crecimiento sostenido y ascendente de la economía:

“Aparecen las señales de una mejora en la economía. El 2017 será, estoy seguro, mejor que el año anterior. Y más importante aún, lo mismo pasará en 2018 y 2019. Cada año vamos a estar mejor, porque estamos sentando bases sólidas y duraderas” (Macri, 2017a).

“En 2017 la economía va a crecer. Estamos trabajando en las cuestiones de fondo para que sea el comienzo de un período de crecimiento sostenido, año a año” (Macri, 2017a).

Desde el discurso macrista, las opciones de política económica se reducen a un modelo de reprimarización centrado en el agro y la espera de un futuro de derrame de sus riquezas. En este marco, Macri retoma el mito sedimentado de la Argentina como “Granero del mundo”, pero readaptado a las condiciones del presente como el “Supermercado del mundo”, a partir de una economía agroindustrial (básicamente, exportadora de soja transgénica y productos minerales de bajo valor agregado). Como sostuvo el Presidente en su discurso de apertura de sesiones parlamentarias del 1 de marzo de 2017: “Los argentinos que trabajan en el campo tienen potencial para ganar lugar en los supermercados del mundo” (Macri, 2017a).

El relato macrista articula equivalencialmente al campo (como si fuera un conjunto homogéneo y uniforme) con la producción (agraria), y a ambos con la Argentina (como esencia nacional). De este modo, el campo es situado como el motor y eje que mueve a la economía nacional y como símbolo aglutinador de la Nación en su conjunto. Como sostuvo Macri en su discurso de inauguración de la muestra de la Sociedad Rural del año 2017: “Cuando crece el campo, crece la Argentina” (Macri, 2017d).

Este discurso tiene antecedentes sedimentados en el relato que construyó la elite liberal de la Generación del 80 –principalmente, a través de la línea historiográfica de Mitre– para justificar el modelo de economía primaria-exportadora que se inició en 1853 y predominó (con algunas variaciones) entre 1880-1929, en desmedro de los sectores industrialistas, nacionalistas y proteccionistas (Romero, 1987; Ferrer, 2004, pp. 157-158)[27][28]. Sin embargo, en consonancia con la expansión del modelo de agronegocios, el discurso macrista incluye como innovación una defensa de la modernización tecnológica, a través de la incorporación de “tecnología” e “inversión” privada aplicada al “campo”. La aplicación de tecnología en el agro haría posible el esperado cambio evolutivo de “ser el granero del mundo”, a “ser el supermercado del mundo” (Macri, 2017b).

Como el campo era el “gran motor” de la economía y de la innovación “emprendedora”, no debía ser “molestado” por regulaciones “innecesarias” del Estado que le impedían “producir”, “crecer” y, de este modo, poner en movimiento a “todo el país”. Este razonamiento (neoliberal), asociado también a una defensa del federalismo y las economías regionales, explicaba la decisión de su gobierno de eliminar retenciones (derechos de exportación) al trigo y al maíz:

“Les prometí, porque creo profundamente que el campo es el gran motor que tiene la Argentina, a partir del cual todo el país se va a ir poniendo en movimiento, que le íbamos a sacar las retenciones, porque eso era respetar también las economías regionales, el federalismo en el país, y ése era un impuesto que aplastaba a aquellos que pueden producir, que pueden crecer y ayudarnos a todos a crecer” (Macri, 2017b).

Desde esta lógica argumentativa -funcional a la expansión de un modelo de agronegocios en la zona núcleo basado en la concentración económica, la exclusión social de las economías regionales campesinas de subsistencia y la degradación del ambiente y la biodiversidad5- la función de la Argentina debía limitarse a “conquistar espacios en los supermercados del mundo” (Macri, 2017b).

La exaltación del modelo de reprimarización económica se vincula de un modo estrecho con el giro hacia afuera en el orden internacional. En este punto el discurso macrista resalta los beneficios de la globalización y la inserción acrítica al “mundo”. Según Macri, la idea del “cambio” era también insertarse al “mundo de hoy”, que estaba “evolucionando tecnológicamente”, ya que “el futuro es ser parte del mundo” (Macri, 2016e). La alianza con Estados Unidos y los países centrales, así como las visitas protocolares de los líderes mundiales, representaban una señal de este cambio evolutivo de la Argentina. Al mismo tiempo, contrastaban con la alianza con el chavismo y los gobiernos “populistas” de la gestión anterior. Las nuevas alianzas y el giro en materia de política internacional le permitían a Macri afirmar que “Después de tantos años de aislamiento hemos vuelto al mundo”, y crear la “esperanza” que la Argentina pronto “Va a ser protagonista en la región y en el mundo” (Macri, 2017c).

A partir de esta concepción cosmopolita-neoliberal, Macri procuraba justificar el cambio en las políticas públicas hacia un modelo de liberalización y apertura económica al capital internacional, debilitamiento de las funciones de protección de la industria nacional y el mercado interno y aplicación de medidas de endeudamiento externo y ajuste a la baja en la inversión pública en educación, salud, ciencia y tecnología para el desarrollo productivo e industrial de alto valor agregado (innecesarias en el modelo de reprimarización sojero y minero).

6.1. El emprendedor solitario, la meritocracia y el relato individualista contra el Estado

Una de las principales innovaciones del gobierno de Cambiemos consistió en la estructuración de un gabinete basado en CEOs que provenían de las grandes empresas privadas. Junto con los CEOs, se expandieron sus ideas neoliberal-manageriales, inscriptas dentro de la Teoría de la Elección Pública de la Escuela de Virginia. A imagen y semejanza de los CEOs gobernantes, Cambiemos difundió en la esfera pública un relato de los gerentes exitosos que dejaron sus posiciones de poder en las grandes empresas y se incorporaron al gobierno para gestionar de un modo técnico y “desinteresado” los recursos públicos (Canelo, 2019)[29].

En el marco de este relato político, el macrismo desempolvó uno de los mitos fundantes del neoliberalismo, que asume que el productor individual genera riqueza a través de su propio esfuerzo y mérito personal, y que el Estado es un estorbo que interfiere y restringe su libertad individual. Este mito –que toma como base los aportes de Locke sobre los orígenes de la propiedad privada– es readaptado por la escuela libertaria del neoliberalismo para justificar la apropiación ilimitada de los bienes públicos y comunes como un negocio privado, e intentar naturalizar el derecho absoluto a la acaparación de tierras y a la propiedad privada6 (Rothbard, 2013)[30].

La retórica cambiemita resignificó el mito del productor individualista del liberalismo económico, a través de la idea del emprendedorismo. En palabras de Macri: “Necesitamos darle un empuje a los emprendedores” (Macri, 2017a). En esta línea, el gobierno macrista estructuró un relato del emprendedor individual y autónomo que triunfa con base a su mero esfuerzo y éxito personal, sin la ayuda del Estado ni de otras personas (Canelo, 2019)[29].

Este relato se anuda con una creencia fuertemente sedimentada en la cultura política nacional (en particular, en estratos medios urbanos), que reenvía al imaginario del inmigrante europeo del siglo XIX que llegó a la Argentina en barco y sin dinero y logró una movilidad social ascendente, a partir de su esfuerzo y sacrificio personal, y sin que “nadie le regale nada” (Gerchunoff, 2020)[31]. Al igual que el mito del derrame, la creencia en la movilidad social ascendente se asienta en una concepción evolucionista que encuentra antecedentes en el discurso liberal contra el atraso y el caudillismo paternalista, difundido por los intelectuales de la elite dominante desde mediados del siglo XIX (Romero, 1987)[28].

A partir de una novedosa readaptación de este discurso a las condiciones del presente, Cambiemos pretendió contraponer la lógica meritocrática del supuesto esfuerzo individual y emprendedor del sector privado, frente a la presunta ineficiencia, el acomodo, “los atajos que nos han hecho mucho daño” (Macri, 2017b), el “ventajismo”, el “facilismo” y el paternalismo estatal, que caracterizarían al kirchnerismo, a sus aliados políticos, a sectores ideológicamente cercanos (entre ellos, sindicalistas y movimientos sociales) y a los gobiernos “populistas” (nacional-populares) en general.

El relato de la meritocracia de Cambiemos intenta universalizar y naturalizar una concepción individualista, elitista y reduccionista que –además de ser reprochable desde criterios ético políticos democrático igualitarios– es fantasiosa, ya que:

  1. a. Pretende negar o desconocer las múltiples formas de interdependencia social que caracterizan a la vida en sociedad. En ese marco, desconoce, o pretende degradar como irracional, los modos de organización comunitaria, los lazos de solidaridad colectiva y las diversas formas de racionalidad valorativa, que trascienden a la concepción individualista-egoísta, instrumentalista y utilitarista del capitalismo neoliberal.

  2. b. Intenta negar la existencia de condiciones sociales ventajosas de origen de ciertos sectores, provenientes del capital económico acumulado y sus vínculos estrechos con la acumulación privilegiada (principalmente, a través de la herencia) y la objetivación del capital social (contactos sociales) y el capital cultural (condiciones educativas y culturales de privilegio, estrechamente vinculadas al capital económico). Entre estas condiciones desiguales de origen se encuentra, además de la acumulación originaria del capital7 (Marx, 2007)[32], la distribución desigual de la riqueza desde la línea de partida y la ventaja de la herencia económica de las familias acomodadas, que contribuyen a reproducir las condiciones de desigualdad social preexistentes (Bourdieu, 2000; Piketti, 2014, pp. 415-472)[33][34].

  3. c. Pretende negar o desconocer la centralidad del Estado, sus múltiples y variadas formas de intervención social -ya sea por acción u omisión- y sus diferentes capacidades y recursos técnicos y políticos. Ello a través de la promoción e institucionalización de políticas públicas con fuerza de ley, la creación de un marco regulatorio y de toda una infraestructura que delinean y definen las condiciones jurídicas, económicas y sociales básicas para la acumulación del capital (Oszlak, 1984; Oszlak y O´Donnell, 1995)41 [35,36].

  4. d. Pretende negar o desconocer la existencia de relaciones asimétricas y desiguales de origen a nivel económico-social. Por un lado, a partir de la acumulación de recursos económicos desiguales en favor de los grandes empresarios del capital concentrado. La distribución asimétrica inicial de recursos y capacidades les permite a los grandes empresarios tener una capacidad privilegiada para ejercer lobby sobre el Estado, ya sea de un modo individual, o bien nucleados colectivamente en corporaciones privadas (O´Donnell, 1982; Viguera, 2000; Sidicaro, 2003)[37]51 [38,39]. Por el otro, a través de la existencia de diversos “ámbitos privilegiados de acumulación” que el Estado incentiva, por acción u omisión, para favorecer la acumulación del capital de los grandes empresarios, ya sea mediante vías formales (subsidios, regímenes especiales de protección industrial, estatización de deudas privadas) y/o mediante vínculos informales (corrupción, prácticas colusorias) con altas figuras del gobierno (Castellani, 2009)[40]. En el caso argentino, además, debemos recordar las formas no siempre lícitas que caracterizaron la acumulación del capital de los grupos económicos, en el marco de un Estado patrimonialista y colonizado por los intereses corporativos del sector privado (Sidicaro, 2003). El propio clan Macri creció económicamente al calor de múltiples negociados sucios entre el Grupo Socma y el Estado, que se remontan a la última Dictadura cívico-militar (Castellani, 2004; Morresi, Belloti y Vommaro, 2015; Vázquez, 2019)9 [2,41].

En el mismo sentido, la creencia individualista en el emprendedor solitario que triunfa en el mercado con su mero esfuerzo y mérito personal, supone la existencia de un fantasioso mundo robinsoniano de individuos aislados entre sí y que compiten (y además deben competir para ser “mejores”) de un modo permanente, en un mercado en perfecto equilibrio y de competencia perfecta. En esta línea, Macri sostenía que:

“Estamos en un mundo donde nadie te regala nada, que hay que competir, pero compitiendo crecemos, compitiendo somos mejores, haciéndonos cargo de nosotros mismos” (Macri, 2019).

La narrativa neoliberal del emprendedor solitario y que se autoadministra –que reenvía a la idea foucaultiana del “empresario de sí”– tiene varias aristas imaginarias:

  1. a. Pretende universalizar y reducir el mundo a la lógica individualista-egoísta, instrumentalista y basada en la competencia feroz en el mercado y el darwinismo social del capitalismo salvaje.

  2. b. Presupone un mundo de agentes puramente independientes y aislados entre sí, en el que no existirían relaciones de interdependencia y mutua reciprocidad, formas de solidaridad colectiva, organizaciones sociales, ni lazos comunitarios arraigados (Gómez, 2003)[42].

  3. c. Pretende negar o desconocer el rol crucial del Estado en la creación del marco jurídico, económico y social que regula, marca la cancha, delimita las reglas y define las condiciones de funcionamiento de los agentes, en el sistema capitalista (Oszlak, 1984).

6.2. El mito del Estado como una empresa privada

El otro mito que difundió en la esfera pública el gobierno de Cambiemos, hecho a imagen y semejanza de su ethos de clase, es la creencia del Estado como homólogo a una empresa privada. De este mito se deriva la creencia social del empresario como un administrador que viene del sector privado a gestionar los recursos públicos de un modo puramente técnico, racional y eficiente, y a dialogar entre las partes en conflicto para alcanzar acuerdos beneficiosos para todos.

El mito del Estado como si fuera una empresa privada que debe ser gestionada sin la “interferencia” de la política y los antagonismos “ficticios” de las ideologías, tiene antecedentes en la visión positivista de la Ilustración del siglo XVIII, condensada en la famosa frase de Saint Simon “La administración de las cosas” (Torgerson, 2013, p. 199)[43]. En el campo de análisis de las políticas públicas, se remonta a la contraposición entre política y administración y política y economía del presidente estadounidense Woodrow Wilson y, de un modo más reciente, a las teorías gerenciales de matriz weberiana aplicadas a la Nueva Gestión Pública (Aberbach y Rockman, 1999; Thwaites Rey, 2001)[44][45].

En la Argentina, desde la posguerra los intelectuales neoliberales (principalmente, economistas de usinas y fundaciones tecnocráticas) difundieron la creencia mítica que la política se reduce a la administración puramente técnica y racional de los asuntos públicos, en parte influidos por las teorías gerenciales de la New Public Management (Morresi, 2008)[2]. El gobierno delarruista retomó esta lógica del Estado como una empresa y de la política como administración racional, técnica y eficiente de los recursos económicos escasos (Fair, 2017b)[13].

Esta concepción economicista, racionalista y objetivista del mundo de los negocios aplicada a la actividad política –y su intento de homologación a la gestión pública del Estado– es fantasiosa, por varios motivos:

Donec rhoncus

  1. a. Pretende negar o desconocer la existencia de una multiplicidad de conflictos y antagonismos constitutivos e irresolubles que atraviesan al aparato estatal y a la propia sociedad civil. Las pugnas sociales entre diferentes agentes individuales y corporativos en torno a proyectos colectivos con intereses contrapuestos, en el marco del sistema capitalista, hacen del Estado lo que Oszlak (1984) define como una “manta corta”, en el que la decisión política sobre la distribución de los recursos económicos y las disputas por establecer y fijar las prioridades presupuestarias, inevitablemente generan ganadores y perdedores (Fair, 2010)[46].

  2. b. Al homologar al Estado con una gestión meramente técnica y racional, asume a nivel epistemológico una lógica racionalista, que pretende desconocer o negar la centralidad de las pasiones, los deseos, los mitos, fantasías, miedos y otros aspectos valorativos, emocionales e inconscientes, que guían el accionar de los agentes y restringen la racionalidad instrumental en la toma de decisiones (Gómez, 2003; Mouffe, 2007; Stavrakakis, 2010)25 [42,47][8].

  3. c. Desconoce los límites fácticos a la racionalidad pura de los agentes, producto de la complejidad de la vida política, las restricciones contextuales, la incertidumbre y la falta de información situacional, así como la imposibilidad ontológica de prever las condiciones sociales no reconocidas y controlar las consecuencias no intencionales del accionar de los agentes (Giddens, 2006; Torgeson, 2013)[48].

  4. d. Pretende negar o desconocer los diferentes recursos y capacidades que tiene el Estado para eludir, evitar y/o problematizar públicamente ciertos asuntos sociales, su decisión y elección de prioridades presupuestarias y sus políticas públicas con fuerza de ley para regular (en diverso grado) al mercado, promover y garantizar mayor niveles de igualdad social (o bien para mantener, incrementar y perpetuar, por omisión, las condiciones de desigualdad social preexistentes) (Oszlak y O´Donnell, 1995).

  5. e. Pretende negar o desconocer los antagonismos constitutivos en el sistema capitalista entre una mayoría de trabajadores asalariados que se ven obligados a vender su fuerza de trabajo en el mercado para poder subsistir y ocupan una posición subordinada en la estructura de relaciones sociales capitalistas, y empresarios que son dueños de los medios de producción y deciden sobre las condiciones de contratación y explotación de los trabajadores (Marx y Engels, 2001)[49].

  6. f. Pretende desconocer o degradar la existencia de diversas formas de organización, producción y autogestión comunitarias (experiencias de economía social y solidaria, fábricas recuperadas, cooperativas sociales) que cuestionan el individualismo-egoísta y la racionalidad instrumental, eficientista y economicista, y promueven una racionalidad alternativa, centrada en valores colectivos y solidarios (Gómez, 2003)[42].

7. Las fantasías ideológicas de Cambiemos

Los mitos escenificados por Cambiemos se articularon con dos fantasías ideológicas más englobadoras, inscriptas dentro de una matriz neoliberal:

7.1. La fantasía objetivista y consensualista de una gestión tecnocrático-ingenieril de lo social

Desde sus inicios como proyecto político, el macrismo construyó una fantasía objetivista-tecnocrática que considera que gobernar el Estado es igual a gestionar de forma meramente técnica, objetiva y eficiente los recursos económicos. Desde esta lógica, el Estado sería homólogo a una empresa privada que debe ser administrada correctamente. La contracara de este mito es la creencia que la política es nociva y distorsiona el accionar del libre mercado, que los políticos tradicionales son esencialmente corruptos e ineficientes, que el Estado es usado como aguantadero de militantes políticos vagos, ideologizados y sin preparación técnica, y que no existen conflictos ni contradicciones constitutivas dentro del Estado y en la sociedad civil, que hacen del Estado una manta corta y una intensa arena de luchas de poder, en el que se anudan aspectos técnicos y políticos (Fair, 2010)[46].

En consonancia con el mito del Estado como una empresa privada, el empresario Macri hizo uso de su exitosa gestión en el Club Boca Juniors, en el que “ganamos dieciséis campeonatos” (Macri, 2017c), y de su formación como ingeniero, para intentar homologarlo a la capacidad de gestión técnica del país. En el marco de esta fantasía tecnocrática, el Presidente intentó legitimarse posicionándose como un ingeniero eficiente que se limita a tomar medidas de gestión en el Estado. El uso de metáforas ingenieriles como “sentar las bases” y la creencia fantasiosa que existe un único camino válido para resolver los complejos asuntos y problemáticas sociales, le permitieron escenificar en la esfera pública un relato de Mauricio como un ingeniero que administra racionalmente los recursos y establece los cimientos necesarios para construir el país y resolver de a poco –pero con la mira en el largo plazo– los “pesados” problemas heredados por el corrupto e ineficiente “gestor” anterior (el kirchnerismo).

En la misma línea, el uso frecuente de la interpelación a los “vecinos” (en lugar de a los ciudadanos o al pueblo) reenvía a un imaginario de la política como una reunión de consorcio, en el que los vecinos se limitan a votar la mejor alternativa de gestión para solucionar los problemas de la “casa” (es decir, de la Nación en su conjunto). A partir de la creencia de los ciudadanos como si fueran consumidores que eligen un producto en el mercado, el empresario e ingeniero Macri representaba a la figura del administrador del “consorcio”, elegido como representante de los “vecinos” para administrar de un modo eficiente y transparente los recursos de todos (Fair, 2012)[22].

7.2. “Les prometo que cada día vamos a estar un poco mejor”: la fantasía evolucionista del cambio positivo progresivo y gradual

La “ideología del evolucionismo” (Zizek, 1992, p. 192)[50] se caracteriza por creer en un imaginario de progreso histórico evolutivo de las sociedades, de la especie humana y del mundo, hacia una meta positiva de felicidad y prosperidad general. El mito del derrame de la ideología neoliberal es una de las formas que adquiere esta fantasía social. En consonancia con este mito parcialmente sedimentado, Cambiemos construyó una fantasía evolucionista que supone que todo cambio histórico siempre es para mejor. No constituye un detalle menor -ni mucho menos una casualidad- que tanto el principal slogan publicitario, como el propio nombre de la alianza política, se condensen en el significante “cambiemos”. De allí que el significante cambio represente la marca identitaria de Cambiemos.

La fantasía evolucionista escenificada por Cambiemos supone que “cambiar” al kirchnerismo por el macrismo necesariamente implica un avance o progreso evolutivo para el país y para la sociedad en su conjunto, en una línea de tiempo cronológica. La promesa de cambio era indisociable de un avance progresivo de la sociedad hacia un futuro mejor para todos (aunque no necesariamente exento de vaivenes), así como el mito del “país potencia” que edificó el menemismo se vinculaba al “destino de grandeza” de la Argentina, prefijado por la Historia.

La retórica cambiemita, además, diseminó en la esfera pública un relato fundacional y deshistorizado que pretendió negar, a través del uso positivizado del significante cambio, las continuidades históricas entre la política económica del macrismo y las experiencias neoliberales previas de la Argentina reciente (Dictadura cívico-militar, gobiernos de Menem y de De la Rúa). La decisión de cambiar los próceres históricos nacionales por animales autóctonos en los billetes de curso legal, es una muestra de este intento político de deshistorización y despolitización. También la crítica a los “70 años de peronismo”, que niega la existencia de diversos referentes de origen peronista dentro del gobierno cambiemita (Morresi, Belloti y Vommaro, 2015)[2]. La crítica a los “70 años de peronismo” no casualmente se remonta cronológicamente a los inicios del peronismo y de su modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI). La metonimia negativizada del kirchnerismo con el peronismo -que desconoce los diferentes tipos de peronismo que existieron- para englobar a los gobiernos “populistas” de 1945 a la fecha –más allá de ser históricamente falsa– intenta sepultar al modelo nacional-popular y su identificación con la industria nacional, la defensa de los derechos sociolaborales de la clase trabajadora y los valores de independencia económica, soberanía política y justicia social.

En línea con el mito decimonónico del Granero del mundo, el objetivo (y el dilema) del proyecto macrista consistía en cómo intentar regresar al modelo agroexportador del período 1880-1929, pero en las nuevas condiciones de sojización y financiarización del siglo XXI y conservando el apoyo popular de al menos una parte de la clase trabajadora. En este punto, al igual que las experiencias previas de gobiernos neoliberales de la Argentina, la fantasía cambiemita hizo uso del mito sedimentado del campo como la locomotora de la economía y, por lo tanto, precondición para el derrame (mejora) social.

Ahora bien, la particularidad de la promesa de cambio macrista radica en que representa una promesa de mejora económica y social lenta, ponderada y gradual. En palabras de Macri, el cambio evolutivo del kirchnerismo a la nueva gestión técnica implica que “Cada día vamos a estar un poco mejor”. Esta promesa de cambio gradualista, paulatino y progresivo, se articula con una referencia vaga a un futuro de unidad nacional (“nos va a reencontrar”) que, en línea con el Mito del Derrame, beneficiaría a todos los argentinos como conjunto (“la Argentina que queremos todos”):

“Yo les prometo que cada día vamos a estar un poco mejor, y eso nos va a reencontrar, nos va a entusiasmar, eso nos va a apasionar. Esa es la Argentina que queremos todos” (Macri, 2015c).

Lejos de constituir una mejora rápida y fácil, la promesa macrista representa un avance a pasos lentos, a través de mejoras graduales, en el que “cada día vamos a estar mejor”. De lo que se trata, según Macri, es de realizar “pequeños pasos todos los días” en el camino elegido, que además es situado como el único camino posible:

“Estas cosas después del punto de partida no son tan fáciles, no se hacen de un día para el otro, pero sí se hacen dando pequeños pasos todos los días, y estamos dando esos pequeños pasos en la dirección correcta, y eso es lo importante” (Macri, 2016a).

El uso de la metáfora del “camino” hacia el crecimiento y la mejora social progresiva –junto con su construcción como la única opción posible– condensan este relato ingenieril y positivista, basado en un avance positivo y gradual de la sociedad hacia un futuro mejor, y en el que todos ganan.

Sin embargo, el camino a transitar no estaba exento de vaivenes ni de sacrificios. En este sentido, si durante los años ochenta el proceso de “transición” a la democracia debía superar la cultura política autoritaria de la Dictadura, para alcanzar el futuro venturoso de democracia, paz y libertad (Aboy Carlés, 2001)[9], en el discurso de Macri la “pesada herencia” del “gestor” anterior requería también una transición gradual, pero que en este caso debía sufrir en el presente las medidas de ajuste económico, para llegar a la meta deseada por todos.

La escenificación de un pasado ominoso “heredado”, producto del execrable gobierno kirchnerista, le permitía a Macri justificar, a través del uso contrastativo “pero”, lo “dolorosas” que eran las medidas de ajuste que su gestión ingenieril se veía “obligado” a aplicar (”estas medidas que tuve que tomar”) para alcanzar el futuro de “progreso” y bienestar:

“A mí me duelen muchas de estas medidas que he tenido que tomar, pero las he hecho desde la convicción absoluta de que es el camino que nos va a llevar al progreso, es el camino que le va a asegurar a los hijos de cada uno de ustedes que vamos a tener un mejor futuro” (Macri, 2016d).

En el discurso macrista la espera del derrame se expresaba a través de una fantasía evolucionista que exigía un “sacrificio” económico a los trabajadores en el presente, como precondición necesaria para el futuro de felicidad. Este relato neoliberal se condensó en el uso de frases optimistas como “Lo peor ya pasó” (usada para intentar justificar medidas de ajuste económico en el presente) y “Hay que esperar el segundo semestre” (para aguardar las mejoras prometidas):

“Dijimos que en el segundo semestre iba a bajar drásticamente la inflación y eso se va a cumplir. Y sobre el final de este semestre esperamos volver a ver de vuelta una recuperación económica” (Macri, 2016c).

“Lo peor ya pasó y ahora vienen los años en los que vamos a crecer. Las transformaciones que hicimos empiezan a dar frutos, a sentirse” (Macri, 2018).

Según el Presidente, las medidas aplicadas por su gobierno iban en el camino correcto y estaban construyendo los cimientos básicos, estables y duraderos para ir mejorando de a poco y alcanzar el futuro de crecimiento sostenido de la economía:

“Aparecen las señales de una mejora en la economía. El 2017 será, estoy seguro, mejor que el año anterior. Y más importante aún, lo mismo pasará en 2018 y 2019. Cada año vamos a estar mejor, porque estamos sentando bases sólidas y duraderas” (Macri, 2017a).

“En 2017 la economía va a crecer. Estamos trabajando en las cuestiones de fondo para que sea el comienzo de un período de crecimiento sostenido, año a año” (Macri, 2017a).

Dado que el país, lenta pero decididamente, estaba avanzando por el camino correcto –que además era el único posible– sólo se trataba de esperar un tiempo y tener paciencia para ver la prometida mejora económica y social para todos los argentinos.

8. Los mandatos superyoicos del discurso macrista y sus usos para legitimar las políticas neoliberales: “Tenemos que sincerarnos” y “Estamos haciendo lo que hay que hacer”

Los mandatos superyoicos escenificados por el discurso macrista están en consonancia con los ejes de su formación identitaria. Los mismos remiten a un ethos del “sacrificio” económico y el “sinceramiento” de las condiciones de vida a la realidad “verdadera” del país, para realizar el “cambio” evolutivo gradualista. Este relato político, indisociable de la construcción del enemigo (kirchnerista) como execrable, pretende legitimar al mismo tiempo dos aspectos:

  1. a) El rechazo al simulacro K: por un lado, la crítica a la presunta falsedad y artificialidad que englobaría como conjunto al kirchnerismo y la “pesada herencia” de sus doce años de gobierno. En este punto, el discurso macrista se basó en ciertos hechos reprochables del gobierno anterior (en particular, del cristinismo), como los altos índices de inflación y pobreza del segundo gobierno de Cristina Fernández (2011-2015) y la manipulación del Índice Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) que realizó el kirchnerismo a partir del año 2007. Estas condiciones parcialmente sedimentadas fueron usadas por el Presidente para englobar a todo el fenómeno kirchnerista como un simulacro, basado en el uso sistemático de la mentira, el engaño y la falsedad, para ocultar sus verdaderas intenciones. Se trataba de un país que “Venía de años de simulación y de un intento intencional y organizado de ocultar los verdaderos problemas” (Macri, 2017a). También las tarifas subsidiadas y atrasadas de la última etapa de gobierno kirchnerista eran integradas dentro del mismo relato sobre la irrealidad absoluta del gobierno anterior.

  2. b) La necesidad de “sincerar” la economía (aplicando políticas neoliberales): como contracara de la mentira, el ocultamiento y el simulacro kirchnerista, Macri se situaba como exponente de un gobierno que le decía la Verdad a la gente. En este punto, la frontera política frente al simulacro K se condensaba en el hecho de transparentar y aceptar públicamente los índices oficiales de pobreza e inflación, medidos por el INDEC. Según Macri, el hecho de decir “la Verdad” (construida como una verdad objetiva), al mostrar públicamente y ser “transparentes” con aquellos indicadores (pese a que los mismos empeoraban mes a mes con la nueva gestión), era el camino para la solución de los problemas económicos. Al poner en claro las “reglas de juego”, se transformaba mágicamente en “la forma de generar confianza para lograr el crecimiento” (Macri, 2017b, 2017c). De allí que el Presidente sostuviera que “Las dificultades que tenemos tienen solución, sobre todo porque hemos todos juntos decidido encarar las cosas como son, decirnos la verdad, aunque sea exigente, sea dura” (Macri, 2016e).

Sin embargo, la frontera política Mentira K Vs. Verdad M no era gratuita. A cambio de la irrealidad heredada de los subsidios excesivos, las tarifas de servicios tan bajas y un “cepo” cambiario artificial, el Presidente le reclamaba a la sociedad la necesidad perentoria que los trabajadores (principalmente, de los sectores populares y una parte de la clase media) se “esfuercen” y sufran la dureza del ajuste económico, para “sincerar” los precios y las tarifas a la realidad “verdadera” que debía tener el país. En el marco de este relato neoliberal se entiende la frase macrista que, abandonando su promesa de campaña de no ajustar, reclamaba “sincerar la economía” (Macri, 2016b). Sin el maquillaje del marketing político, el eufemismo del “sinceramiento” implicaba un intento de justificar como única opción posible la aplicación de políticas de desregulación económica y ajuste fiscal que reducían la inversión pública en salud, educación, ciencia y tecnología y castigaban principalmente a los trabajadores de clase media y baja. La economía que supuestamente se hallaba “al borde del colapso” y vivía por encima de sus posibilidades “reales”, había “obligado” a Macri a “sincerar” las cosas mediante medidas de gestión que eran “dolorosas” e indeseadas (aunque transitorias, realistas y beneficiosas para todos):

“Tuvimos claramente que emprender un camino duro, difícil, de sinceramiento de nuestra economía. Y yo he dicho que me ha dolido en lo personal, cada vez que he tenido que tomar muchas de esas medidas, porque sé que hay muchos argentinos que hace años están en la exclusión y la pobreza y esto agravaba su situación” (Macri, 2016b).

“Con una economía al borde del colapso, había mucha gente que la venía pasando mal (…). El sinceramiento de muchas cosas hace que estos problemas, en algún punto, le hayan complicado la vida” (Macri, en Página 12, 03/05/2016).

En su discurso de apertura de sesiones ante la Asamblea Legislativa del 1 de marzo de 2017, Macri retomó esta idea de “sinceramiento” y lo que supuestamente “hay que hacer” (“y no se hacía”) para sentar las “bases” del crecimiento, con el objeto de contraponerlo al “facilismo” y el “cortoplacismo” del “populismo irresponsable” del kirchnerismo:

“Juntos estamos sentando las bases sobre las que un país crece: rutas, puertos, agua, cloacas, energía, puentes, aeropuertos. Eso que faltaba hacer y no se hacía, porque nadie se animaba al largo plazo, a cambiar las cosas en serio, a construir las bases para edificar el país que queremos. Era más fácil mirar el corto plazo, que puede ser atractivo, pero se agota y deja a muchas personas peor que antes” (Macri, 2017a).

“Para enfrentar las dificultades de la transición, fuimos tomando las medidas que hacían falta” (Macri, 2017a).

En el marco de la aplicación de medidas racionales de gestión técnica que establecían los cimientos necesarios para resolver a largo plazo los problemas heredados por la corrupta e ineficiente administración anterior y mejorar la vida de todos, desde su acceso a la presidencia Macri apeló con frecuencia a una frase-slogan, ampliamente difundida en la esfera pública, que sostiene que Estamos haciendo lo que hay que hacer. Esta frase formulística, eje de la propaganda oficial, se construyó a través de un nosotros inclusivo que incluía al gobierno nacional [nosotros (“Estamos haciendo”)]. El nosotros inclusivo se articula a un mandato imperativo y prescriptivo, con pretensiones de goce, que se asocia a un deber ser obligatorio (“Lo que hay que hacer”). Según Macri, lo que había que hacer era aplicar las medidas de gestión que se estaban poniendo en marcha, atribuidas como “necesarias” para que el país avance y beneficie a todos (Macri, 2017a).

La forma fenoménica que adoptó el slogan “Estamos haciendo lo que hay que hacer” (durante 2019 reconfigurado como “Sigamos haciendo lo que hay que hacer”) es fantasiosa, ya que:

  1. a. Presupone que existe una única alternativa política válida y legítima para resolver los problemas socioeconómicos del país.

  2. b. Asume, implícitamente, que esta supuesta única y necesaria alternativa se condensa en la aplicación de políticas de liberalización económica, tarifazos indiscriminados y medidas de “sinceramiento” (ajuste) neoliberal del “gasto” (inversión) pública en salud, educación, ciencia, tecnología y seguridad social. Aquí observamos una readaptación del significante “austeridad” que utilizaba De la Rúa en sus discursos, por el de “sinceramiento”, aunque con el mismo objetivo fiscalista. Esta fantasía ideológica pretende negar la capacidad del Estado para aplicar diversas políticas tributarias y regulatorias de redistribución progresiva del ingreso que toquen intereses económicos del capital concentrado, e incrementen la inversión pública en desarrollo científico-tecnológico vinculado a la industria nacional con capacidad exportadora, el crecimiento de las pymes y la dinamización del mercado interno.

  3. c. Asume como un topoi8 que las iniciativas estatales favorecen a la sociedad en su conjunto, sin que haya que tomar decisiones vinculantes sobre los recursos públicos finitos que, inevitablemente, generan ganadores y perdedores.

9. El reverso del relato de Cambiemos: el odio exacerbado al goce del Otro y la demonización del síntoma social

Una vez en el gobierno, Macri realizó una feroz crítica al peronismo en general y al kirchnerismo en particular, estigmatizado en términos morales y acusado de todos los males del país. Dos frases-slogans sintetizan esta descalificación del kirchnerismo como una alteridad execrable. Por un lado, la frase “La pesada herencia”, que pretendía contraponer al supuestamente fracasado modelo económico del kirchnerismo, con la promesa de eficiencia tecnocrático-ingenieril de Cambiemos. Por el otro, la crítica generalizada (y cronológicamente falsa) a los “70 años de peronismo”, que el discurso macrista encadenó equivalencialmente a gobiernos demagógicos, corruptos y cortoplacistas, y a un futuro negativizado de supuesta “chavización” de la Argentina, asimilado al “populismo” kirchnerista.

La construcción macrista del miedo y la proyección del fracaso propio en un Otro estigmatizado (el kirchnerismo), exacerbó los antagonismos y divisiones sociales (la llamada “grieta”) que el gobierno cambiemita prometía eliminar, diseminó el odio irracional e intensificó la polarización en la sociedad. Sin embargo, la gestión de Cambiemos no mostró ser eficiente para cumplir con su compromiso de reducir la inflación a un dígito, alcanzar la pobreza 0, promover el crecimiento económico y el bienestar para todos los argentinos. De hecho, los indicadores mencionados empeoraron durante la gestión macrista. Según datos oficiales del INDEC, la inflación a nivel nacional aumentó un 47,6% durante 2018 y un 53,8% durante 2019. La actividad económica cayó en un 2,6% durante 2018 y 2,1% en 2019. Mientras que el índice de pobreza (en porcentaje de personas) se incrementó a 32% en el segundo semestre de 2018 y alcanzó un total de 35,5% en el segundo semestre de 2019 (INDEC, 2021).

El macrismo tampoco estuvo exento de numerosas y fundadas denuncias de corrupción, colusión y conflicto de intereses y tuvo numerosos intentos de control de los poderes institucionales (Poder Judicial, medios de comunicación, Oficina Anticorrupción). Estas prácticas son contradictorias con su prédica honestista-moralista contra la corrupción K y con su relato dialoguista e institucionalista, que pretendía contraponerse al autoritarismo y la concentración de poder kirchnerista.

En términos de la teoría lacaniana, la imposibilidad constitutiva de la alianza Cambiemos de eliminar el síntoma social y la negación del fracaso del propio relato político, se proyectó externamente a través de la acusación de robo del goce en el Otro. Este reverso de la fantasía ideológica se condensó y personificó en el kirchnerismo y sus aliados (e incluso, en sectores no kirchneristas afines), que fueron estigmatizados moralmente como esencialmente corruptos, ineficientes, vagos, mafiosos, mentirosos, narcotraficantes, entre otras adjetivaciones negativizadas que pretendían contrastar con la supuesta eficiencia, honestidad, pulcritud y transparencia del macrismo. Como lo sintetizó Macri en un discurso de campaña del 2019:

“Los burócratas, los mafiosos, los corruptos, los mitómanos, los vagos, los matones, los coimeros, los delincuentes, los narcotraficantes, los falsos, todos ellos hacen crecer su poder saboteando el progreso. Ellos son los máximos enemigos del cambio” (Macri, 2019b).

Así como el significante “cambio” -nombre de la Coalición- acolchonó el lado interno de la frontera cambiemita, posiblemente el significante “kirchnerismo” se constituyó (ya sea de un modo explícito o implícito) como punto nodal aglutinante de la frontera de exclusión del discurso macrista, en tanto alteridad radical y chivo expiatorio usado para explicar todos los problemas habidos y por haber en el país.

Desde una izquierda lacaniana, la construcción de la identidad macrista expresa el profundo odio de la nueva derecha[51] neoliberal al goce del Otro. Este discurso no solo niega la castración simbólica y pretende eludir el síntoma social a través de la construcción de una fantasía ideológica del empleado público como un vago que vive del Estado, es ineficiente, no quiere trabajar y no se esfuerza. Además, con el argumento simplificado de la “pesada herencia” de los K, la excusa del imperativo perentorio del “sacrificio” superyoico y el “sinceramiento” del ajuste (reducido a una única opción política posible y limitado a los trabajadores, nunca a la clase alta) y la promesa ilusoria del derrame de las riquezas en el futuro (un futuro inespecífico de derrame que sabemos que nunca llega), Cambiemos intentó que los trabajadores se identifiquen con el Discurso del Amo neoliberal y sus voceros políticos (FMI, economistas tecnocráticos, grandes medios de comunicación amigos del gobierno), acepten disciplinadamente sus dictados y naturalicen como propios sus mandatos, funcionales a los intereses económicos particulares del patrón neoliberal.

10. Palabras finales

La alianza Cambiemos intentó realizar una profunda transformación política, económica, social y cultural en la Argentina. En este trabajo nos enfocamos en el análisis de las fantasías, mitos y creencias ideológicas que escenificó en el espacio público, a través del discurso de Macri, su líder y principal exponente. Durante la campaña presidencial del 2015, Macri construyó un relato político que negaba los antagonismos constitutivos y las fallas de lo Real mediante una fantasía consensualista y objetivista que prometía la “Revolución de la alegría”, la “Unidad de todos los argentinos” y una gestión tecnocrático-ingenieril, para alcanzar la “Pobreza Cero”. Una vez en el gobierno, Macri redefinió su discurso para intentar legitimar sus políticas públicas y construir un nuevo orden político y social y un exitoso sentido común de matriz neoliberal. Para ello, readaptó una serie de mitos y creencias ideológicas que se hallaban parcialmente sedimentados. Por un lado, el Mito del Derrame y su vinculación con la fantasía del progreso económico de la Argentina, a partir del crecimiento del campo. Por el otro, el mito del Estado como homólogo a una empresa privada que debe gestionar los recursos públicos de un modo eficiente y meramente técnico.

El discurso macrista también realizó algunas innovaciones, como la estructuración de su identidad política en torno a una fantasía evolucionista condensada en el significante cambio. El uso positivizado del significante cambio intentaba legitimar el rechazo en bloque al pasado kirchnerista, culpable de todos los males del país. Al mismo tiempo, se encadenaba con un relato fundacional y deshistorizado que procuraba negar las continuidades históricas entre la política económica de Cambiemos y las experiencias neoliberales previas de la Argentina reciente. Otra innovación del macrismo era el encadenamiento del mito sedimentado del empresario eficiente y la creencia en la movilidad social ascendente, con un discurso de la meritocracia y el emprendedor individual que crece con base a su mero esfuerzo y mérito personal. Para reforzar este relato neoliberal, Macri apeló a una serie de imperativos superyoicos que invocaban la necesidad perentoria de realizar un sacrificio y aplicar las medidas de liberalización económica y ajuste fiscal. A su vez, pretendió situarlas como la única alternativa posible y como el camino correcto para hacer frente a la pesada herencia de la gestión anterior. La etapa ulterior de la promesa macrista era la espera del futuro venturoso de derrame de las riquezas hacia los trabajadores.

En este punto la particularidad de la fantasía cambiemita radica en que se trataba de un cambio lento, progresivo y gradual. Un cambio evolutivo en el que se avanzaba poco a poco para sincerar la economía, hacer lo que había que hacer y beneficiar a todos los argentinos. Las metáforas de la transición y del camino marcaban las pautas de un avance paulatino y gradual para resolver la pesada herencia recibida, pero que indefectiblemente iban en el camino correcto para estar cada día un poco mejor. Contaban, además, con la dirección de Mauricio, un ingeniero y empresario de la nueva política, que lideraba un equipo profesional con vocación y preparado para administrar de un modo eficiente, transparente y racional los recursos económicos de todos los vecinos, a partir de una gestión ingenieril y técnica. Pese a la necesidad del sacrificio para los trabajadores, la gestión de Cambiemos estaba sentando las bases para alcanzar un crecimiento sostenido y estableciendo los cimientos del progreso y la mejora económica. Una mejora que, con un poco de paciencia, beneficiaría a toda la sociedad.

Sin embargo, con el paso del tiempo, la promesa del cambio que iba a reducir la inflación a un dígito, alcanzar la “Pobreza cero” y mejorar la vida de todos los argentinos, entró en colisión con el aumento fáctico de los niveles de inflación y pobreza, que empeoraron en relación al gobierno anterior. Al mismo tiempo, el supuesto cambio progresivo y evolutivo hacia una gestión tecnocrático-ingenieril y eficiente que beneficiaría al conjunto de la sociedad, en la práctica (discursiva) chocó con un incremento de los índices de desempleo y marginalidad y un crecimiento de los niveles de inequidad social. Además, en contraste con la política de desendeudamiento de los K, el gobierno de Cambiemos inició un nuevo ciclo de acelerado endeudamiento público y timba financiera que –al igual que los tiempos de Menem y De la Rúa– se subordinó a las recetas de ajuste dictadas por el FMI, exacerbó las formas de dependencia, redujo los márgenes de autonomía nacional, desfinanció al aparato científico-tecnológico vinculado a la innovación productiva y, de este modo, restringió las condiciones para generar un desarrollo sostenido. Parafraseando a Macri, los “brotes verdes” y el “segundo semestre” nunca llegaron; y lo peor no solo no pasó nunca, sino que empeoró y se agravó aún más durante su gestión.

En cuanto a la fantasía consensualista de la “Revolución de la alegría” y la promesa marketinera de “unidad de todos los argentinos”, viró rápidamente en el discurso de Macri hacia una estrategia de estigmatización y demonización del gobierno anterior, que exacerbó las divisiones y antagonismos y profundizó la polarización social. El relato moralista-republicano del macrismo también colisionó con la continuidad de prácticas de corrupción en el sector público, fuertes conflictos de intereses y colusión público-privada. También en intentos de Cambiemos de nombrar por decreto a miembros de la Corte Suprema, presiones políticas al Poder Judicial y a la Oficina Anticorrupción, e intentos parciales de censura a los medios de comunicación opositores. Mientras que el discurso liberal-consensualista, basado en el diálogo, la tolerancia y la escucha pluralista de Macri, cambió con el tiempo a la aplicación de una política punitivista e iliberal, basada en la represión policial a las minorías sociales, persecución política a sectores de la oposición y criminalización del derecho a la protesta social. Este discurso neoliberal-autoritario, acentuado en la última etapa del gobierno macrista, intensificó el odio irracional a la alteridad, contribuyó a profundizar el resentimiento social y a debilitar los lazos de solidaridad entre las/os trabajadoras/es.

Otra cuestión que actualmente se muestra muy nítidamente, luego del sombrío gobierno de Cambiemos, es que, con la excusa de la “pesada herencia”, el “sinceramiento” económico, la necesidad perentoria de “sacrificio” de los trabajadores y la supuesta ausencia de alternativas, el gobierno de Macri pretendió naturalizar la implementación de políticas neoliberales de desregulación y apertura económica, explotación laboral y ajuste fiscalista, que reducen fuertemente la inversión pública y social en salud, educación, ciencia y tecnología, destruyen a las pymes vinculadas al mercado interno, deterioran los niveles de vida de la clase trabajadora, e incrementan los índices de inequidad social, pobreza, desempleo, marginalidad y exclusión social. Al mismo tiempo, estas políticas pro-empresariales intensifican la concentración y centralización del capital en un modelo de agronegocios, megaminería y timba financiera que –además de contaminar el ambiente y degradar la biodiversidad– aumentan exponencialmente la deuda externa, destruyen infraestructura estatal básica, erosionan la producción tecnológico-industrial nacional con alto valor agregado, empeoran las condiciones de vida de las mayorías populares y, de este modo, exacerban las formas de dependencia, subdesarrollo e injusticia social.

La derrota del macrismo en primera vuelta en las elecciones presidenciales del 27 de octubre de 2019 no necesariamente implica su derrota como proyecto político-ideológico. Tampoco debería hacernos olvidar las consecuencias nefastas que generan las políticas neoliberales y autoritarias sobre los derechos sociales y humanos básicos de las clases subalternas y su impacto fuertemente regresivo para la consolidación de la democracia y el futuro de nuestro país.

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1Esto no implica que el menemismo haya seguido al pie de la letra los lineamientos neoliberales. Al igual que otros experimentos neoliberales, el gobierno de Menem realizó una readaptación ideológica con sus propias particularidades históricas. Al respecto, se recomienda la lectura de Morresi (2008).

2“El Estado no tiene que quedarse con el fruto de tu trabajo. En mi gobierno los trabajadores no van a pagar Impuesto a las Ganancias. Ese es mi compromiso. Vamos juntos”. Spot de campaña de Macri (29/09/2015). Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=q7htwkzI9k0

3Véase al respecto el debate presidencial Macri-Scioli. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=YZPsPaGsP6k

4Los antecedentes de esta concepción se remontan al gobierno de Reagan en Estados Unidos, a comienzos de los ochenta. Los Reagonomics defendieron los recortes de impuestos a los ricos, lo que daría incentivos a los empresarios para aumentar los ahorros y las inversiones y así crear empleo, lo cual después “se filtraría” a las masas para que se beneficiaran a su debido tiempo. Además, los impuestos más bajos significaban un aumento del salario neto y eso proporcionaría un incentivo para que la gente trabajara más y los empresarios asumieran más riesgos, con lo que crecería la economía y aumentarían los ingresos. Junto con Milton Friedman, Arthur Laffer, exponente de la llamada Economía de la oferta –una de las escuelas neoliberales (Morresi, 2008)– fue uno de los principales defensores de esta concepción del “derrame”, conocida también como la teoría del caballo y el gorrión: “Si se le da avena de sobra al caballo, algo quedará en el camino para los gorriones” (Komlos, 2019, p. 50)[52].

5Sobre las características y efectos del modelo de agronegocios en la Argentina, véase Moreno y De Martinelli (2017)[53].

6La Escuela libertaria del neoliberalismo es liderada por Robert Nozick y adquiere una variante anarcocapitalista más extremista en la obra de Murray Rothbard (Morresi, 2008). Rothbard (2013)[30] sintetiza el “credo libertario” en un individualismo extremo que intenta justificar el derecho “absoluto” a la “propiedad” y a “colonizar” tierras públicas, al sostener que “El núcleo central del credo libertario es, entonces, establecer el derecho absoluto de todo hombre a la propiedad privada: primero, de su propio cuerpo, y segundo, de los recursos naturales que nadie ha utilizado previamente y que él transforma mediante su trabajo” (op. cit., p. 61).

7En el territorio nacional la acumulación originaria del capital se realizó durante el transcurso del siglo XIX –culminando con la “Campaña al Desierto” de Roca de 1879– sobre la base de la ocupación territorial, la expulsión coercitiva y la apropiación privada de millones de hectáreas fértiles de La Pampa húmeda, que fueron arrebatadas a las comunidades originarias y distribuidas por el Estado en un reducido grupo de grandes propietarios terratenientes de la elite local. Al respecto, véase Ferrer (2004, pp. 76-78).

8Los topoi son principios argumentativos implícitos que crean un nexo entre el argumento enunciado y la conclusión. Como señala Montero, los topoi son relevantes para el análisis de la lucha política por los sentidos hegemónicos, ya que “se presentan como lugares comunes universales, esto es, como compartidos y aceptados por una determinada colectividad; como generales” (Montero, 2012, pp. 48-49)[54].

Recibido: 16 de Enero de 2020; Aprobado: 17 de Marzo de 2021

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