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Revista de Estudios Históricos de la Masonería Latinoamericana y Caribeña

On-line version ISSN 1659-4223

REHMLAC vol.10 n.1 San Pedro, Montes de Oca May./Dec. 2018

http://dx.doi.org/10.15517/rehmlac.v10i1.33155 

Reseña

Liberalismo y masonería entre Europa y América. Diego Correa (1772-1843) de Manuel Hernández González. Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Idea, 2017. 245 páginas. ISBN: 978-84-1675950-7

Ángel Guisado Cuéllar1 

1Universidad de Cádiz, España, angelguisado@gmail.com

El historiador Manuel Hernández González, profesor de extensa producción científica y tenaz vocación investigadora, nos presenta un nuevo trabajo que podemos categorizar como ensayo biográfico del personaje Diego Antonio Correa Corbalán tras una primera incursión en su obra Estados Unidos y Canarias. Comercio e Ilustración. Una mirada Atlántica publicado en 2016. Con esta obra - que se añade a sus más de sesenta títulos publicados- profundiza en obras anteriores y continua ofreciendo nuevos datos sobre la interrelación entre Canarias y América en el contexto del siglo XVIII, el liberalismo y las conexiones políticas e ideológicas. Por tanto, estamos ante una obra que es una pieza necesaria para continuar aquilatando en su justa medida la historia común hispanoamericana (y, en concreto, la participación canaria en este pasado común). De la calidad del trabajo de investigación de este autor no puede cabernos duda -a priori- puesto que la presente obra se realiza con cargo al proyecto HAR 2016-76398-P del Ministerio de Economía y Competitividad.

Con precisión académica pero con amenidad y un discurso narrativo que permite su rápida lectura, este ensayo biográfico de Diego Correa, militar liberal exaltado, a medio camino entre masón y comunero, nos lleva a comprender la vida y contexto de uno de aquellos revolucionarios cuya patria fue el mundo y la libertad. Basta observar el índice para comprender los avatares de este militar tinerfeño que estuvo en Cádiz, Filadelfia, Gran Bretaña, Cuba o Filipinas. Es decir, estuvo presente -o exiliado- en los momentos más significativos del final del siglo XVIII y en convulso primer tercio del siglo XIX español.

De humilde familia marcada por la condición de orígenes de esclavos mulatos, quizás Diego Correa vio condicionada su vida por esta circunstancia. Sus hermanos mayores emigraron hacia América en busca de una estabilidad económica que aliviase al resto de la familia y sus propias subsistencias. Diego quizás fuese el hijo que recibió mejor formación además de tomar contactos con otros personajes ilustrados que destacarían posteriormente. Su primer contacto con la masonería lo tendría con dieciocho años en su tierra natal a través de extranjeros afincados en las islas.

Su vida anterior a la invasión napoleónica de la península ibérica transcurriría con su actividad como militar de cierto prestigio y diversos conflictos con la oligarquía local y los diferentes intereses de las clases acomodadas por los efectos de su nombramiento y el ejercicio de guardamontes (a título gratuito). Desencadenada la tormenta de la proclamación de José I como nuevo rey de España, las islas canarias se encontrarán con la misma situación que las provincias americanas: decidir entre aceptar la soberanía bonapartista o actuar por su cuenta creando su propia junta suprema y maniobrando para mantenerse bajo la influencia británica (que era la más propicia para la economía de las islas). Pero Diego Correa irá a la península para sumarse a las tropas españolas contra Napoleón mientras su esposa residiría en Cádiz con los hijos habidos en el matrimonio. Siempre acompañado de sus tres lastres (ser de origen oscuro, ser aventurero y pendenciero). Aunque participase en diferentes combates -junto a sus hijos- retorna a Cádiz y abre una escuela de esgrima para subsistir. Por diferentes avatares, embarca hacia Norteamérica para una misión secreta que debía concluir con el cambio político de Europa tras el hipotético asesinato de Napoleón. La estancia en los EE.UU. será un derroche de dinero procedente de la embajada y enviados españoles así como un constante viajar y presumir de una grandeza, linaje y autoridad que no tenía de ninguna manera. Si había un lugar en EE.UU. Donde confluían patriotas, revolucionarios, comerciantes al acecho de los movimientos de las colonias españolas y aventureros del más diverso pelaje, ese era Filadelfia y allí estaba Diego Correa. Como otros muchos personajes de su tiempo, bascularía entre la fidelidad al rey español, al espíritu constitucional gaditano y la revolución liberal como única salida de futuro.

Tras su azarosa estancia norteamericana, siempre bajo la sombra de la sospecha de ser espía de unos o de otros -cuando no de incierta lealtad a nadie-, vuelve a Cádiz en 1813. En dicha ciudad se introduce en los círculos liberales más exaltados del famoso Café del Apolo. Conocedor de los intereses británicos en influir en las provincias ultramarinas españolas, se dedicará a desprestigiarlos e indisponerse con ellos.

En 1814, tras el Decreto de la abolición de la Constitución de 1812, Correa promueve un motín en Cádiz para defenderla y tratar de resistir a las fuerzas realistas que se aproximaban. Gracias al gobernador de la ciudad, consigue huir hacia Gibraltar para refugiarse mientras tomaba un barco de vuelta a Tenerife. Pero su hostilidad a través de sus panfletos y proclamas publicados en Cádiz contra los británicos hace que sea detenido en la colonia y entregado al gobernador de Algeciras. Desde allí sería conducido al penal de las Cuatro Torres, en San Fernando (Cádiz), donde se encontraba también preso el líder venezolano Francisco de Miranda. Enjuiciado bajo fuero militar, fue condenado a diez años de prisión en Ceuta. Correa, siempre en medio de confusos complots y alianzas políticas, se verá beneficiado por la alianza de la nueva política británica de apoyo al liberalismo, masonería británico e independentistas hispanoamericanos. El nombre de Correa tendrá un lugar en el propio parlamento inglés al tratarse la cuestión de los deportados desde Gibraltar y entregados a las autoridades españolas de forma ilegítima. En 1816, trasladan a Diego Correa desde Ceuta a Gibraltar, comenzando una nueva etapa en la vida de este peculiar personaje.

Tampoco quedan atrás las andanzas del hijo de Diego Correa, Segundo, al que el autor de este ensayo biográfico ofrece suficiente espacio para constatar el copioso material de investigación recopilado y que nos ayuda a entender el contexto temporal y espacial del protagonista de esta obra.

Tres años pasaría Diego Correa en territorio británico e insistiendo en la necesidad de la restauración de la Constitución de 1812. Pasado un tiempo, entenderá que la introducción de las ideas liberales en los territorios sudamericanos servirían mejor a la causa del liberalismo en la España peninsular. No cabe duda de la contradicción entre apoyar la independencia de las colonias americanas con el supuesto avance del liberalismo en la monarquía fernandina. Emplearía la mayor parte de su tiempo en escribir y editar diferentes publicaciones tratando de promover el favor de la opinión británica hacia las bondades de los liberales españoles y de contrarrestar la propaganda absolutista que pretendía neutralizarlos.

Una vez iniciado el Trienio Liberal, Correa solicita un pasaporte para poder volver a España. Le es concedido el permiso y regresa para instalarse en Madrid integrándose en la corriente más exaltada del liberalismo y su prensa más virulenta. Por otra parte, aunque partidario de la confluencia entre masones y comuneros, parece más partidario de la segunda corriente como más útil para la causa liberal. Por otra parte, no cejará Correa en su campaña para la represión de los absolutistas y que se tomaran medidas contra todos los que habían intervenido contra los liberales.

Como premio por su adhesión ininterrumpida a la Constitución liberal, se le confiere un buen cargo en Querétaro que se quedará en nada cuando llega a Cuba y tiene noticia de la independencia mexicana. La sociedad cubana - que prosperó económicamente antes del Trienio Liberal- desconfiaba de los posibles cambios que traerían la política liberal. A los liberales exaltados se les consideraba como elementos perniciosos y contrarios al “buen orden” de la próspera vida cubana así como del riesgo de volcar la situación hacia el independentismo. La oligarquía cubana se tentaba la ropa ante los ejemplos de México, Venezuela o Santo Domingo como un futuro nada deseable para sus intereses. Curiosamente, si antes Correa había defendido la independencia de los territorios americanos como la medicina que sanase a la metrópolis, ahora defenderá la postura contraria desde la experiencia del error de aquellos postulados. Pero el fin del Trienio Liberal con la irrupción de los Cien Mil hijos de San Luis en la península abrirían nuevos temores entre la oligarquía cubana: ser presos de las pretensiones anexionistas norteamericanas o de la ocupación británica. Esta nueva circunstancia, desechará cualquier movimiento independentista y se reforzará el deseo de permanecer bajo la monarquía española. Diego Correa retorna a Madrid en 1823 y redacta diferentes informes tratando de advertir de las peligrosas circunstancias en las posesiones antillanas. Con la caída del régimen liberal, el inconsciente Correa se atreve a afearle al rey su intervención en el cese de los ministros y la vuelta al régimen anterior. Mientras tanto, a punto de volver al exilio, decide liberar a un esclavo que había comprado tiempo atrás, lo cual vuelve a mostrarnos algunas de las contradicciones del personaje liberal. Se traslada a Cádiz y vuelve a las andadas publicando una proclama en defensa de la Constitución de 1812 tratando de alzar a las milicias ante la inminente llegada del Duque de Angulema y los Cien Mil Hijos de San Luis. Vencida la impotente resistencia constitucionalista, vuelve Diego Correa a exiliarse a Londres y reinicia su labor propagandista del ideario liberal. En su exilio, a saltos entre Londres y París ejerce de intermediario del comerciante negrero cubano Juan Manzanos.

Con Isabel II retorna a Madrid y ejerce de jefe de policía como reconocimiento a sus servicios pasados. Posteriormente es nombrado intendente en Filipinas y se le concedería la encomienda de Isabel La Católica. Aunque en Filipinas podía haber disfrutado de una apacible jubilación, su carácter no se suaviza y seguirá mostrando su vehemencia y propensión a los conflictos con antiguos enemigos u opositores que se encontrasen en las islas hasta su fallecimiento.

El autor no escatima tampoco la información sobre los hijos de Diego Correa y sus andanzas, ambos personajes dignos también de otros tantos ensayos biográficos.

Como conclusión no queda otra opinión que indicar que merece la pena destacar el intensivo estudio que realiza el autor sobre la vida de Diego Correa y su época. El protagonista -así como sus hijos- fueron algunos ejemplos de los aventureros de aquel siglo XIX en que abundaban los personajes que oscilaban entre el ideal liberador o la vanidad de obtener gloria por caminos subversivos. Unas veces en la cima y otras perseguidos o en el exilio, fueron inquietos, vehementes, propagandistas, hombres de armas, idealistas o fanfarrones, masones o comuneros, espías o confidentes, etc. nos ofrecen una imagen concreta de una época turbulenta de pasiones y episodios concatenados de política.

Recibido: 15 de Marzo de 2018; Aprobado: 01 de Mayo de 2018

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