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Revista de Estudios Históricos de la Masonería Latinoamericana y Caribeña

On-line version ISSN 1659-4223

REHMLAC vol.6 n.1 San Pedro, Montes de Oca May./Nov. 2014

 

“La iconografía masónica y sus fuentes”

Pere Sánchez Ferré

*Dirección para correspondencia:

Resumen

El  corpus  iconográfico  de  la  masonería  es  un  elemento  esencial  en  las  prácticas  rituales  y  un  soporte privilegiado para transmitir sus doctrinas, su saber y su ciencia. Las imágenes y símbolos masónicos trascienden la experiencia estética para adentrarse en el terreno de lo iniciático, es decir, de lo espiritual; por lo tanto, el legado iconográfico que la Orden ha conservado es una representación del mundo sagrado a la que solamente se accede mediante su propio lenguaje: el simbólico, vehículo y fundamento de su sabiduría. Por ende, el objetivo del  siguiente trabajo es  analizar las fuentes en  las  que se  ha  inspirado el  imaginario masónico a  fin  de comprender su significado primero y radical, su naturaleza original y los elementos que lo componen. Se intentará también poner de manifiesto el itinerario experimentado por este universo iconográfico desde el siglo XVIII hasta la actualidad, lo cual revelará la naturaleza de la metamorfosis experimentada por la masonería moderna desde su fundación.

Palabras clave: Iconografía masónica, simbología, prácticas rituales, imaginarios masónicos

Abstract

Masonic iconography is essential part of its rites and a privileged support to transmit its doctrines, knowledge and science. Masonic Images and symbols transcends the aesthetics to enter the realm of the spirituality. Therefore the iconographic legacy that the Order has preserved is a representation of the sacred world to which
one only has access through its own language: the symbolic one, which is the transmitter and foundation of its knowledge. Hence the objective of this paper is to analyze the sources in which Freemasonry found inspiration in order to understand its first and radical meaning, its natural origins and the elements it is composed of. We shall also attempt to state this iconographic itinerary as of the 18th Century to date, which will reveal the nature of the metamorphosis modern Freemasonry has gone through since its foundation.

Keywords: Masonic iconography, symbolism, ritual practices, imaginary Masonic


Introducción

El  corpus  iconográfico  de  la  masonería  es  un  elemento  esencial  en  las  prácticas rituálicas y un soporte  privilegiado para transmitir sus doctrinas, su saber y su ciencia. Cada pieza,  cada  imagen  es  una  representación  de  algún  concepto,  principio  o  aspecto  de  las doctrinas masónicas y es, al mismo tiempo, una obra de arte de carácter iniciático, por esa razón la masonería define su ciencia como Arte Real, ya que no es profana, sino sagrada. De ello se colige que las imágenes y símbolos masónicos (y la ejecución del ritual) trascienden la experiencia estética para adentrarse en el terreno de lo iniciático, es decir, de lo espiritual; por lo tanto, el legado iconográfico que la Orden ha conservado es una representación del mundo sagrado a la que solamente se accede mediante su propio lenguaje: el simbólico, vehículo y fundamento  de su sabiduría.  Así pues,  es imposible  comprender  el sentido  primero  de la iconografía masónica sin el auxilio de la hermenéutica que le es propia, que es la tradicional2, puesto que la Orden se ha inspirado en las fuentes antiguas para elaborar y fijar su sistema de imágenes  y símbolos.  Si ignoramos  esos orígenes  nos perderemos  en las interpretaciones tardías  -ajenas  al  pensamiento  tradicional-  que  se  han  introducido  en  su  seno,  pues  las presiones del contexto histórico, ideológico y social han marcado la trayectoria cambiante y accidentada de la masonería y han incidido sensiblemente en la concepción que los masones tienen de su institución, así como de su universo iconográfico, de sus principios y doctrinas.

Sin embargo, la masonería es una superviviente nata, pues ha salvaguardado una gran parte del legado antiguo, de manera que en la actualidad es una de las grandes herederas de las ciencias antiguas, propias del humanismo premoderno, como la cábala, la alquimia o la geometría sagrada: ciencias del hombre y para el hombre, representantes genuinas del humanismo antiguo.

Los patrones estéticos del llamado arte masónico también han estado del todo influenciados por las diferentes corrientes artísticas del mundo profano, aunque a partir del siglo XIX, el arte profano se familiariza  con la masonería  y en algunos casos le sirve de fuente de inspiración.

En cuanto a las producciones artísticas propiamente masónicas, son muy plurales, a menudo eclécticas o incluso kitsch, y siempre otorgan la mayor importancia a los contenidos, y no tanto a lo formal, a las tipologías o a los estilos. Por nuestra parte, al igual que otros autores,  consideramos  inadecuado  hablar de “estilo”  o “arte masónico”,  sino más bien de “estética masónica”3, a pesar de las limitaciones que este tipo de definiciones ejercen sobre el objeto   del   presente   trabajo.   Sin   embargo,   son   los   contenidos   de   esta   estética   lo específicamente  masónico,  por  lo  que  el  propósito  de  nuestro  estudio  no  es  abordar  la iconografía masónica en tanto que manifestación artística, sino adentrarnos en los significados originales de este corpus. Nos interesan sobre todo las significaciones y sus orígenes.

Así pues, nos remontaremos  a las fuentes en las que se ha inspirado  el imaginario masónico a fin de comprender su significado primero y radical, su naturaleza original y los elementos que lo componen. Intentaremos también poner de manifiesto el itinerario experimentado por este universo iconográfico desde el siglo XVIII hasta la actualidad, lo cual nos revelará la naturaleza de la metamorfosis experimentada por la masonería moderna desde su fundación.

En primer lugar, debemos buscar los orígenes formales, intelectuales y doctrinales del imaginario  masónico en las fuentes clásicas, y también en obras como la Yeroglyphica  de Horapolo  que  tanto  entusiasmó  a  los  neoplatónicos  renacentistas,  donde  se  explica  el significado de los jeroglíficos egipcios.

 
En 1419 llegó a Florencia este manuscrito griego4, obra del siglo V, que revelaba la sabiduría egipcia, representando   los misterios  y enigmas por  medio de  emblemas,  el equivalente europeo a lo que en su día hicieron los egipcios con los jeroglíficos. La primera impresión se hizo en Venecia, en 1505, aunque la edición ilustrada es de 1543. Su obra sirvió de inspiración a lo que llamamos el emblema humanista, que es de hecho el jeroglífico de Occidente, del que es deudora la iconografía masónica. Imagen 1

La obra de Horapolo supuso para los humanistas del Renacimiento la posibilidad de comprender los jeroglíficos egipcios originales, que eran, según palabras de Ficino, “copias de las ideas divinas de las cosas”5.

Fue Alciato quien, en el siglo XVI, divulgó en Europa el término emblema, como el equivalente   moderno de los antiguos jeroglíficos6. Este tipo de obras se multiplicaron a lo largo de aquel siglo, convirtiéndose en un vehículo privilegiado para transmitir la sabiduría antigua.  La  literatura  alquímica  también  será  deudora  de la  obra  de Alciato, y  de  su antecesora,  la Hieroglyphica  de Horapolo. Fue en los siglos XVI y XVII, gracias en gran parte a la difusión de la imprenta, cuando el género emblemático experimentó un auge sin precedentes7   y  muchos  textos  alquímicos  fueron publicados  bajo  la forma  de  libros  de emblemas8.  El alquimista Michael Maïer será el primero en emplearlos de forma sistemática para revelar  los secretos  de la Gran Obra9. Alguno  de los emblemas  de su obra Atalanta fugiens (1618)10 tienen un estrecho parentesco con la iconografía masónica, como el XXI, De Secretis Natura11. Imagen 2

Aunque normalmente las imágenes masónicas no vienen acompañadas de textos explicativos, el espíritu con que han sido realizadas está embebido de neoplatonismo y hermetismo, por lo que son soportes privilegiados para adentrase en los misterios iniciáticos.

Las fuentes

Examinaremos   a  continuación   cuáles  son  las  fuentes  en  las  que  se  inspiró  la masonería,  así  como  las  múltiples  herencias  que  ha  recibido  e  incorporado  a  su  cuerpo doctrinal, a sus ritos e imágenes.

En cuanto a patrones estéticos y arquitectónicos, la masonería moderna nace a inicios del siglo XVIII mostrando ciertas preferencias por el clasicismo; prueba de ello es la imagen que se reproduce en el frontispicio de las Constituciones de Anderson, publicadas en 1723, donde se puede ver un templo de estilo clásico con el dios Apolo en su bóveda. Sin embargo, el  goticismo   estará   siempre   presente   en  la  Orden,   tanto   magnificando   sus   orígenes medievales,  como cultivando la estética neogótica en la arquitectura12  y en algunos de sus elementos iconográficos, sobre todo a partir del siglo XIX, con la recuperación romántica de lo gótico y de la ruina como elemento filosófico, además de estético. Imagen 3

La pasión del siglo XVIII por el país del Nilo es otro de los elementos esenciales en la configuración  de los orígenes legendarios y doctrinales de la Orden que, desde sus inicios medievales, vincula la tierra de los faraones a Euclides y su Geometría como sinónimo de masonería13. Egipto es para todos la madre del saber, y lo es también para los neoplatónicos, los neopitagóricos, los cabalistas cristianos del Renacimiento y los alquimistas. Estos últimos siempre reivindicaron ser hijos de la “tierra negra” de Egipto y los alquimistas alejandrinos de los siglos III y IV afirmaban que todos los misterios de su Arte estaban contenidos en los
jeroglíficos14.

Otra  de  las fuentes de  las  que  se  nutre  la  masonería  es  Grecia,  en  particular  el pitagorismo, pues la comunidad iniciática que Pitágoras fundó en Crotona es considerada una masonería con nombre distinto. Por otra parte, la Orden se presenta, con justicia, como la legítima heredera de las antiguas iniciaciones griegas: los misterios de Eleusis, el orfismo, los cultos de Atis o de Baco son también masonería, es decir, fenómeno iniciático. Los escasos testimonios fiables que han llegado hasta nosotros de aquellas organizaciones ponen fuera de duda que lo que se practicaba en las llamadas religiones mistéricas15  era, no sólo en sustancia, sino incluso formalmente, lo mismo que se dramatiza en los rituales de la masonería moderna: una muerte iniciática, un conjunto de pruebas, la recepción de la luz y un renacer a la vida nueva.

La  iconografía  masónica  contiene  muchos  elementos  procedentes  del  pitagorismo, como la Tetraktys, en tanto que símbolo del hombre regenerado. En la masonería ha adoptado la figura de un triángulo o letra delta, en cuyo interior encontramos la letra G, el Tetragrama o bien el ojo de Dios.

La  cábala  hebrea,  fundamentada  en  la  Biblia  -fuente  primera  de  la  iconografía masónica- es otro de los elementos genuinos que ha conservado la Orden, y en este caso de forma bien evidente, puesto que la gran mayoría de las palabras sagradas y de paso que se pronuncian en los distintos grados y sistemas masónicos son hebreas y se expresan en lengua hebrea; no han sido traducidas, siguiendo también en este caso el precepto antiguo, que otorga a los nombres de Dios y a ciertas palabras un poder sagrado que nos adentra en el mundo de la teúrgia. Jámblico dirá que las palabras no deben ser traducidas a fin de que no pierdan su poder y su operatividad, para que no sean vaciadas de su médula viva, puesto que según el pensamiento antiguo, Dios es el “primerísimo onomaturgo” (Platón, Crátilo 389a), el creador de los nombres y quien ha inspirado las lenguas y la escritura a los hombres16.

La cábala hebrea también está presente en la Tetraktys, en cuyo interior se inscribe el Tetragrama en hebreo.

La alquimia, ciencia de Hermes, es la primera de las ciencias tradicionales con que se encuentra  el  candidato  a la iniciación.  En  la Cámara  de  Reflexiones,  donde  redactará  su testamento filosófico (puesto que va a morir como profano) contemplará  los símbolos que aluden a los misterios de la palingenesia. Ha comenzado el primer viaje, que le ha llevado a la tierra, a una caverna donde puede leer el conocido acróstico hermético: V.I.T.R.I.O.L.•. Visita Interiore  Terrae,  Rectificando  Invenies  Occultum  Lapidem  (‘visita  el interior  de la tierra, rectificando, hallarás la piedra oculta’). Su significado es alquímico, pero también nos remite directamente a las doctrinas masónicas, en las que se dice que la piedra está oculta dentro del hombre, pues es su alma, la palabra solar que duerme en él; primero es bruta (el Aprendiz), luego cúbica y pura (el Compañero), y finalmente, piramidal (el Maestro). En esa Cámara de Reflexiones  también  encontrará  la trilogía alquímica  del mercurio  (el gallo es uno de sus símbolos), el azufre y la sal.

Otro de los legados de la masonería, en este caso ya tardío, es la incorporación del imaginario de la Revolución Francesa y de algunos de sus símbolos y divisas. En el siglo de la Ilustración, muchos masones galos eran volterianos convencidos, combatían el oscurantismo y la superstición religiosa, también a la infame, es decir, la Iglesia católica. Aunque la Orden no fue, evidentemente, la autora de la Revolución, sino una de sus víctimas, a lo largo de las primeras  décadas  del siglo  XIX  se gestó  entre  los  masones  un  cambio  de signo;  si bien después del Terror los masones franceses afirmaban que la Orden y sus logias habían sido diezmadas,   posteriormente   se   alzarán   como   autores   o   fautores   de   la   Revolución, especialmente la masonería del Gran Oriente de Francia (GOF) y las que seguirán sus directrices, como la española. Esta nueva masonería convertirá el trinomio Libertad, Igualdad y Fraternidad en una de sus divisas más empleadas.

Tardía es también la contaminación  positivista y materialista, propia del siglo XIX, con   cuyos   postulados   una   parte   mayoritaria   de   las   masonerías   llamadas   latinas   se identificaron. Un caso extremo lo tenemos en la organización masónica fundada en Barcelona por el masón  catalanista,  republicano  y filántropo  Rossend  Arús en 1886,  la Gran  Logia Simbólica Regional Catalana Balear, que declaró el positivismo científico filosofía oficial de la  Obediencia  y,  consecuentemente,   suprimió  el  Gran  Arquitecto  del  Universo  de  sus principios, como lo había hecho en 1877 su referente y modelo, el GOF (se le adelantó el Gran Oriente de Bélgica, que lo suprimió en 1872).

Influenciada,  pero también  identificada  con la embestida  materialista,  anticlerical  y posteriormente  antirreligiosa  del siglo XIX, la masonería latina adopta el culto al progreso indefinido y a la razón, combate la intolerancia y a la Iglesia católica. Lejos quedaron los tiempos en que la Orden se presentaba como la religión del porvenir, tolerante y sin dogmas17. El  ateísmo  invade  las  logias  y  el  movimiento  librepensador,  creado  generalmente  por masones, será en la Europa del Sur uno de los instrumentos fundamentales en su lucha por la completa secularización de la sociedad. El caballo de Troya18 de la política había invadido las logias; así fueron las cosas también en España hasta la guerra civil.

Símbolos viejos, significados nuevos

La modernidad  perdió el respeto a la Tradición,  a la que siempre había apelado la masonería, y vivió este abandono del pensamiento antiguo como una gran emancipación. Se había, por fin, liberado de un yugo vetusto y anacrónico, de una herencia incómoda19. Esta transformación  tendrá consecuencias  muy importantes, pues a partir de ahora, todos y cada uno de los símbolos, de las imágenes y de los principios de la Orden podrán ser discutidos, cambiados   e  incluso  eliminados. El  nuevo   paradigma   permitirá   que  todo  pueda   ser reinterpretado de forma más acorde con los nuevos tiempos.

Lo propio del saber no es tanto contemplar  y demostrar,  como interpretar,  así, los nuevos saberes no sólo crearon realidades nuevas, sino que hicieron interpretaciones nuevas de realidades viejas, presuponiendo siempre que lo moderno era superior a lo antiguo. En el caso que nos ocupa, cuando la modernidad abolió la analogía y su mundo de prolíficas correspondencias20, instrumento básico para comprender el imaginario masónico, éste fue amputado  severamente,  de manera que la metamorfosis experimentada por el acervo iconográfico de la masonería fue mayor. Los contenidos sagrados originales de sus símbolos, representaciones  y doctrinas,  expresados  con un lenguaje hermético  muy próximo al de la cábala y la alquimia, derivaron hacia el campo de lo filosófico; de éste se pasó al de la moral (laica, por supuesto), que tanto preocupaba a los nuevos secularizados, y de allí se saltó con facilidad al campo de la política. La mayoría de obediencias latinas se empeñaron en dar un sentido  ético,  astronómico,  moral  o  psicológico  a  los  contenidos  espirituales,  es  decir, iniciáticos de la Orden; todos se afanaron con ahínco en borrar las trazas de espiritualidad de sus símbolos y de sus imágenes, y lo hicieron en nombre de un humanismo reelaborado en el siglo XIX que se reclamaba heredero del Renacentista, pero que nada o muy poco tenía que ver con él. Basta con leer sin prejuicios positivistas el Discurso de la dignidad de hombre, de Pico della Mirandola, para descubrir algo obvio: el cabalista cristiano, hermetista y neopagano Pico afirma que la dignidad del hombre radica en su alma inmortal, y el ser humano es el centro de la creación por esta razón, porque es, como dice, “el himno nupcial del mundo”, ya que en él se realizan las bodas del cielo con la tierra. El humanista italiano denomina al Dios Padre, “supremo arquitecto” y afirma que todos debemos aspirar a las antiguas iniciaciones griegas, aunque para ello debamos renunciar completamente al mundo21.

El universo simbólico de la Orden sufrió tal conjunto de alteraciones que, a principios del siglo XX, sólo una minoría de masones recordaba el significado primero de su corpus iconográfico.  A este enorme  caos hermenéutico  colaboraron,  de alguna forma, los nuevos principios de la lingüística, que postulaban la arbitrariedad de toda relación entre significante y significado. Y los nuevos códigos de lectura de las obras de arte completarán el abandono de los métodos tradicionales, al afirmar que la emergencia del significado es el fruto de la mirada individual,  subjetiva,  al margen de cualquier  regla hermenéutica  clásica. Se podría expresar así, referido al tema que nos ocupa: “Todo el universo simbólico de la masonería significa lo que te inspira tu psiquismo  y tu sensibilidad  en cada momento.  Todos somos hermeneutas”.

Pero ocurre que cuando todo significado es posible, es que nada significa realmente. Michel Foucault nos hizo descubrir que en el siglo XVII las palabras se separaron de las cosas y  desde  entonces,  el  mundo  ya  no  es  inteligible22.  El  siglo  XIX  inauguró  la  era  de  la subjetividad y la volatilidad de significantes, desde entonces, el mundo y el hombre carecen de significado perenne.

Al contaminarse la Orden de estos elementos, meramente profanos y del todo alejados del espíritu de la masonería tradicional, sus símbolos, imágenes, principios y divisas fueron -con algunas excepciones- vaciados de su contenido original y radical (eran su raíz). Además, asistimos  a  un  proceso  general  de  devaluación  del  lenguaje,  por  el  que  se  pierden  los significados primeros, fuertes, en beneficio de otros nuevos, sistemáticamente más endebles, más leves y normalmente sin ningún fundamente etimológico.

Las palabras han experimentado una decadencia sin precedentes en la historia de las lenguas históricas. Leyenda, por ejemplo, (lat. legenda, de lego, ‘leer’), hasta finales del siglo XVIII  significaba  ‘texto  para  ser    (bien)  leído’.  Hoy  significa  cosa  inventada,  historia imaginaria, falsa. Así, los orígenes legendarios de la masonería que se relatan en las Constituciones   de  Anderson,  en  los  que  Adán  es  presentado  como  el  primer  masón, contrariaron de tal manera a los masones latinos, que hasta el siglo XX el texto fundacional de la masonería permaneció prácticamente ignorado23. En España fue publicado por primera vez en 1936, en traducción del destacado masón y teósofo Federico Climent Terrer y editado por la editorial Maynadé de Barcelona, de signo igualmente teosófico. Se comprende que se diera a conocer  en estos  medios,  puesto  que  la teosofía  representaba  por  entonces  la corriente tradicional y esotérica dentro y fuera de la masonería24.

Respecto a la moral, cuando la de naturaleza religiosa ya no gozó de veracidad y fue puesta en duda, se hizo manifiesta la urgencia de ser morales, del discurso ético, pues había que demostrar que la bondad era posible fuera de la religión. Por esta razón, desde el siglo XVIII y sobre todo a lo largo del XIX, los masones se empeñaron -como el socialismo y el anarquismo- en crear una moral natural laica, que debía reemplazar a la religiosa. Hegel ya predijo en su día que, en el futuro, toda metafísica se transformaría en una moral25.

Por su parte, el filósofo de la Tradición, René Guénon, denunciará que la modernidad ha confundido psicología con espiritualidad26. No creemos que todo ello sea fruto del azar, sino  que forma  parte  del proceso  de devaluación  de las palabras,  de la alteración  de los significados y probablemente de lo que Guénon llamó la “contra iniciación”27.

En este naufragio  doctrinal  y conceptual,  la Orden  potenció  al extremo  el sentido moral de sus símbolos  y doctrinas,  puesto que si bien las interpretaciones  morales  de los misterios  iniciáticos  devaluaban  éstos y los vaciaban de contenido  espiritual,  permitían  en cambio  restablecer  una  cierta  coherencia  y  homogeneidad  doctrinal,  pues  amén  de  la necesidad de ser morales, era el lenguaje que todos los hermanos podían entender y asimilar sin esfuerzo, por lo que, desde el siglo XIX, los códigos de moral masónica proliferaron. Aquí viene a colación la preclara sentencia de J. L. Borges: “Siempre somos moralistas  y raras veces geómetras”.

Habrá que esperar al último tercio del siglo XX para que la Orden de la escuadra y el compás recupere el antiguo espíritu de la masonería, restaurando las formas y -en parte- la hermenéutica tradicionales. Francia, que fue en este sentido la abanderada de la antitradición, lo es también de la vuelta a los orígenes.

En cuanto a España, hasta la Segunda República la masonería vivió contaminada por las  luchas  políticas  del  mundo  profano  y  las  organizaciones  (obediencias)  se  implicaron incluso en la lucha partidista, algo del todo contrario a la ortodoxia masónica. Esta postula que son los hermanos, y no las obediencias, quienes deben intervenir en el mundo profano –si esta es su opción–  para divulgar  y defender  el espíritu  de tolerancia,  las libertades  y los derechos de todos los ciudadanos.

Iconografía masónica

El Gran Arquitecto del Universo

Anderson  se inspiró muy probablemente  en Platón cuando acuñó el término “Gran Arquitecto del Universo”, puesto que el filósofo griego denominaba a Dios “Geómetra” y en la entrada de su Academia hizo escribir: “que no entre quien no sepa geometría”. Es sabido que en los documentos masónicos medievales se asimila la geometría a la masonería28. Pero Anderson también debió tener muy presente el neoplatonismo medieval, que sin duda inspiró una cierta proliferación de imágenes de Cristo como arquitecto, con un compás en la mano en el acto de crear el mundo nuevo. Este aspecto hermético  de la Baja Edad Media no debe olvidarse, pues fecunda las mejores doctrinas y plumas espirituales hasta el Renacimiento.

Los esoterismos  florecieron  en la Baja  Edad  Media;  es la época  en que se dan a conocer,  en  el Sur  de Europa,  los textos  fundamentales  de la cábala  histórica:  el Sepher Yetzirah,  el Sepher  Ha-Bahir  y el Zohar (siglo  XIII).  Ramón  Llull,  por ejemplo,  es muy amigo  de  destacados   cabalistas,   discípulos   del  gran  Moshé  ben  Nahman   de  Girona. Recordemos  también  que es la época en que aparecen obras alquímicas  como la Pretiosa Margarita novella de Petrus Bonus o Aurora consurgens, atribuida a santo Tomás de Aquino; ambas ofrecen un comentario hermético de las Escrituras. Hermético es también el Cristo de las biblias iluminadas  de la época, poniendo  orden en el caos con su compás;  creando  el hombre nuevo, dirán los masones adeptos de Hermes, pues todo ello debe comprenderse bien, según  las  reglas  tradicionales  de  la  exégesis,  lo  cual  nos  posibilita  recuperar  el  sentido primero de las palabras, de las imágenes y de los símbolos. Así descubriremos que el mundo es el hombre, y que el hombre es la piedra o el alma inmortal que late en él, por eso es “humano”, porque su cuerpo animal contiene un fundamento divino (al que Platón denomina psyque29),  que actúa como la tumba del alma, de ahí el juego de palabras  soma-sema,  el cuerpo es una tumba para el alma30. En términos masónicos, es la piedra bruta o la palabra perdida, extraviada en la carne del mundo, que debe ser reencontrada y restaurada.Imagen 4

El Gran Arquitecto  es sin duda Cristo, como así lo expresan  las Constituciones  de Anderson, a quien también llama “el Mesías de Dios, Gran Arquitecto de la Iglesia”31. En la edición de 1738, leemos que “el Verbo se encarnó y el Señor Jesús Cristo Emmanuel nació, Gran Arquitecto o Gran Maestro de la Iglesia Cristiana”32.

El origen de esta iconografía dedicada al Dios constructor podría estar en el pasaje de Proverbios 8, 22-28, donde leemos (habla la Sabiduría): “El Señor [YHWH] me poseyó al principio de su camino (...) Cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo...”33.

En hebreo, ‘círculo’ es hug (חוג), pero también significa ‘compás’, lo cual permite leer el pasaje así: “El Señor [YHWH] (...) trazó con el compás un círculo sobre la faz del abismo”. Y añade más adelante: “y las fuentes del abismo se hicieron fuertes”. Es el arquitecto creador quien abrirá nuestro caos abismal, lo ordenará y reconstruirá el templo.

Otros  pasajes  bíblicos  se  refieren  al  Dios  creador  con  términos  tomados  de  la geometría y de la arquitectura, como en el libro de Job (26, 10): “[YHWH] ha trazado un círculo sobre la faz de las aguas, hasta el límite de la luz con las tinieblas”.

También  san Pablo se refiere al Dios constructor,  de quien dice (Hebreos  11, 10): “Porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios”.

Por otra parte, en las logias se trabaja “a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo”, ¿pero a qué alude realmente el término “gloria”? Es una traducción latina del hebreo cabod, ‘gloria’, ‘honra’, y procede del verbo cabad (דבכ) ‘tener peso, pesar, endurecer’. Así pues, la labor del masón está orientada a que el cielo se encarne en él a fin de adquirir “peso”, es decir, corporificarse, pues el cielo es volátil, pero cuando se instala en el hombre, se convertirá en su Gran Arquitecto, constructor del Templo interior que el mismo Artífice habitará, hecho de luz palpable, corpórea, por eso los masones trabajan a su “gloria”34. Se entiende pues que en el Himno de los Compañeros se afirme que el Arte de la Masonería es “revelación del cielo y gloria de la tierra”35.

Salomón ordena construir el templo a Hiram, que en hebreo significa ‘vida elevada’ hiram (םריח), pues la cábala hebrea, del que la masonería está del todo imbuida, dirá que el cielo elevado desciende a este mundo para encarnarse en el hombre y reconstruirlo.

Según la interpretación del hermetismo y de la cábala, que es también la propia de la masonería tradicional, el Verbo o Arquitecto se encarna para crear el hombre nuevo, pues el mundo es siempre el hombre. Y este hombre nuevo es el verdadero Maestro Masón, que de esta manera emula a los grandes sabios de la Humanidad36. Así, según el esoterismo antiguo -y el moderno-  el Génesis de Moisés no relata la creación del mundo exterior, sino la del Mesías, del cuerpo de luz, inmortal, por eso una de las divisas fundamentales de la masonería es Ordo ab Chao.

La geometría,  pues, sería efectivamente  la ciencia sagrada  dada por Dios a ciertos hombres para que el orden se instale en el caos de este mundo a fin de salvarlo; pero -lo repetimos- el mundo es el hombre. Sin embargo, desde el último tercio del siglo XIX, estas interpretaciones pasaron a ser minoritarias, en beneficio de las corrientes cartesianas y materialistas,  que  llevaron  a  cabo  una  sistemática  alteración  y  desnaturalización  de  las doctrinas masónicas.

Como hemos dicho, en 1877 el GOF suprimió de sus principios la creencia en un Dios revelado,  llamado Gran Arquitecto  del Universo, en nombre de la libertad y la tolerancia, destruyendo el pilar fundamental en que se sustenta el edificio masónico tradicional; sin este principio trascendente e inmanente, lo sagrado se esfumaba de la masonería, o por lo menos de este tipo de masonería. ¿Qué se ofreció a cambio? Se procedió a un rápido proceso de abstracción del principio divino, de manera que cada masón se hiciera una idea de Dios a su medida.  Paralelamente,  fueron  devaluados  todos  los conceptos,  principios  y términos  con resabios espirituales o religiosos, como ‘Arte Real’, ‘sagrado’, ‘luz’, ‘iluminación’ y muchos otros, dándoles un nuevo significado laico, moral, psicológico, o como mucho filosófico. Eran los nuevos tiempos en que, por lo menos en los países latinos, la conquista de las libertades pasaba forzosamente por combatir a la Iglesia católica y a la religión.

La piedra

Símbolo  recurrente  en las doctrinas  masónicas,  tiene  un origen  universal,  antiguo, religioso e iniciático. La piedra bruta simboliza el aprendiz, que debe trabajar para pulir su rudeza original,  propia  de la vida profana  y de la imperfección  de la naturaleza  humana. Brutus  en  latín  significa  ‘animal’,  pues  la divinidad  sepultada  en  el ser  humano  ha  sido animalizada por efecto de la caída en este mundo de exilio. Esta piedra informe es como un caos  que  debe  ser  ordenado,  pulido,  purificado  o,  en  términos  masónicos,  convertido  en piedra cúbica y posteriormente  en piedra piramidal.  El Evangelio  dice que esta piedra  es Cristo;  la  alquimia  cristiana,  también,  pues  la  Piedra  Filosofal  corresponde,  en  el  plano teológico, al Mesías.

“Aclamemos la roca de nuestra salvación”, leemos en el Salmo 95, 1. En el Zohar (III, 210b) se dice que “las rocas son los patriarcas”.

Como  la estatua  procede,  por medio  del arte,  del bloque  de piedra  extraído  de la cantera, así el hombre nuevo, es decir, el masón, nace de la piedra bruta. A la manera que lo concebían los antiguos, este nuevo hombre está encerrado en la cárcel del cuerpo y, por medio del Arte Real de la masonería, emerge y se convierte en una piedra cúbica37. Dice un antiguo y recurrente aforismo alquímico: “el Arte ayuda a la Naturaleza”38.

Piedra de fundamento

Corresponde  a  la  piedra  bruta,  convertida  en  cúbica  a  fin  de  ser  útil  para  la construcción  del templo interior. Esta piedra es el fundamento  de la vida imperecedera  en cada hombre. Veamos algunos fragmentos de la Escritura en los que se habla de ella.

Adonay [YHWH] dice: he aquí que yo he puesto en Sión por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable (Isaías 28, 16).


La piedra que rechazaron los constructores, ha venido a ser cabeza del ángulo (Salmos 118, 22-23, citado en Mateo 12, 10-11).


Y la piedra que puse por señal será la casa de Dios (Génesis 28, 22).


Louis Cattiaux, un alquimista contemporáneo, lo expresa así: “La piedra bruta se convertirá en plegaria y la plegaria se convertirá en piedra preciosa”39.

Muy en sintonía con el espíritu del mundo profano, un sector amplio de la masonería ha  convertido  el  trabajo  con  la  piedra  humana  en  una  actividad  moral  y  psicológica, insistiendo  solamente  en la labor  de pulir la personalidad  y enaltecer  los aspectos  éticos, etcétera. El masón inglés Samuel Hemming (1767-1828), dijo que la masonería era un “bello sistema de moral” velado por símbolos. Hasta hoy sus palabras pasan por ser la voz de la Orden40.

La piedra cúbica

La piedra cúbica corresponde al grado de compañero, pues su naturaleza original ha sido pulida gracias al Gran Arquitecto que hace en él los trabajos.

Esta purificación interior, que culmina en la piedra cúbica, siempre fue asimilada por el hermetismo, la cábala y la alquimia, al aspecto femenino del Dios encarnado en el hombre; en términos católicos corresponde a la Virgen María. Los cabalistas la llaman Shejiná.

Tal vez la religión griega pueda complementar esta explicación en la figura de la diosa Cibeles, la Magna Mater de los romanos. Su propio nombre (como ocurre en muchos casos) delata su significado  y su naturaleza. Así, Cibeles, en griego kybelê (Κύβέλη), procede de kybos  (κύβος),  ‘cubo,’  y  laas  (λαας),  ‘piedra’,  lo  que  significa  ‘piedra  cúbica’.  Era representada,  entre otras formas,  como una piedra cúbica  de color negro. Por lo tanto, la Virgen María de los griegos es la piedra cúbica de la masonería. Tal vez muchos masones ignoran que tienen siempre presente en sus templos a la Virgen María.

El  pastor  presbiteriano   James  Anderson   (1678-1739),   el  pastor  anglicano  John Theophilus Desaguliers (1683-1744)  y  el  grupo  fundacional  de  la  masonería  moderna  se empeñaron en borrar todo rastro de catolicismo en ella, sin embargo, sobrevivió en forma de piedra cúbica, siempre presente en todos los ritos y sistemas masónicos modernos.

El delta

Tiene la forma de la cuarta letra griega (delta) escrita en mayúscula (Δ). Su uso como símbolo  de  realidades  sagradas  es  común  desde  la  antigüedad,  en  particular  gracias  a la escuela  pitagórica,  de la que la masonería  es una de las herederas  actuales.  Su forma de triángulo equilátero nos remite al ternario, presente en todos los sistemas religiosos y en las escuelas iniciáticas de todas las épocas, tanto de Oriente como de Occidente.

El  cristianismo  también  lo  adoptó,  transformándolo  en  la  Trinidad:  Padre,  Hijo  y Espíritu Santo, que son tres sin perder su unidad, pues son consubstanciales,  tres aspectos, estados y funciones de una misma sustancia. Sin embargo, modernamente se dice que son de la misma naturaleza, lo cual convierte a los tres aspectos en tres seres diferenciados,  de la manera en que un padre y sus dos hijos son de la misma naturaleza, pero existen como seres diferentes, separados. La alteración y devaluación de los principios espirituales originales no es sólo privativo de la masonería, evidentemente.

El delta masónico, pues, nos remite a la naturaleza triple de Dios y del hombre: alma, espíritu y cuerpo, o azufre, mercurio y sal, los tres principios alquímicos que se encuentran en la Cámara de Reflexión41. Osiris, Isis y Horus forman, dice Plutarco, “el más bello de los triángulos”42.

También alude a la pirámide. En la religión egipcia, la cámara de la resurrección que está en el interior de la pirámide es donde el muerto será resucitado, y la pirámide es una imagen, un símbolo de esta resurrección en cuerpo de luz o cuerpo de fuego (‘pirámide’ es nombre griego y procede de pyros, ‘fuego’).

Asociado  al  delta  masónico  tenemos  la Tetraktys  (Τετρακτύς en  griego significa ‘fundación de cuatro’), que es la misma delta en la que se incluyen diez puntos ordenados en cuatro hileras, con uno, dos, tres y cuatro puntos en cada fila. Era de gran importancia para los pitagóricos,  pues entendían que  todos los  misterios  de  la regeneración  humana estaban contenidos en ella. Uno de estos misterios era expresado por medio de la simple suma de los cuatro primeros  números:  1+2+3+4:  10, la década,  que representa  la suma perfección  del hombre regenerado. El uno corresponde al punto, el dos a la línea, el tres al triángulo y el cuatro al cuadrado. Los cabalistas explican la regeneración humana o creación a partir de las diez sefirots. Moshé ben Nahman y también Azriel de Girona (ambos catalano-hebreos  del siglo XIII) afirman que el mundo ha sido creado con diez palabras, y que las diez son en realidad una solamente: el tetragrama  הוהי)43), que los judíos siempre llaman Adonay, ‘mi Señor’, y se trata del Dios encarnado, del Verbo actuando en el hombre. Imagen 5

El delta con el ojo de Horus (Udyat)

Esta variante, omnipresente en la masonería, es de clara inspiración egipcia, aunque los ojos también están presentes en la iconografía cristiana medieval, y en algunas iglesias figuran deltas rodeados por rayos de luz, con el ojo de Dios en su centro.

En los textos de las Pirámides (declaración 258) se dice, respecto al hombre que será salvado, que gracias al Ojo de Horus: “¡Su mal es expulsado!”

El  ojo  simboliza  la  fuerza  viril  que  purifica,  fecunda  o  quema  al  mirar,  y  debe entenderse en el sentido que lo encontramos en el Cantar de los Cantares 1, 6: “No os fijéis en mí, que soy negra; es el sol que me ha quemado”. Cabalistas y alquimistas de todas las épocas  han  entendido  siempre  que  el  Sol  -la  imagen  más  universal  de  Dios-  purifica quemando, pero que este mirar es también una fecundación, pues la vista es emisora y designa la virilidad de Dios.  Lo corrobora el hecho de que, en el pasaje de Cantares citado, el verbo utilizado (ףזש) significa tanto ‘mirar’ como ‘quemar’. En términos cristianos corresponde a Gabriel, cuyo nombre significa ‘macho de Dios’.

Por otra parte, en lengua francesa, ‘ojo duro de Horus’ (oeil d’Horus dur) es el nombre de un percutor usado por los escultores; así, para esculpir una obra, o hacerla nacer, utilizan un instrumento que ve44. Todo ello está presente en la masonería desde antiguo, y no nos cabe duda  de  que  quienes  introdujeron  estos  símbolos  en  ella  lo  hacían  desde  la  perspectiva  tradicional, conocedores del significado primero de tales enseñanzas.

Delta con el tetragrama

Al Delta masónico también se le incorporó el Nombre de Dios, el Tetragrama, consolidando aún más, si cabe, la influencia de la cábala hebrea en la Orden. La masonería inglesa fue la primera en admitir judíos en sus logias, en la primera mitad del siglo XVIII.

En el siglo XIX, la masonería francesa pondrá en circulación la interpretación cívica y política del Delta masónico,  interpretándolo  como el trinomio  de la Revolución:  Libertad, Igualdad, Fraternidad.

La pentalfa

En el grado de Compañero,  figura en un lugar destacado  una estrella flamígera  de cinco puntas con una letra G en su interior. Para los egipcios, una estrella de cinco puntas significaba Dios, el alma inmortal y el número cinco45. La tradición de Occidente siempre ha asimilado  el  número  cinco  al  hombre  regenerado  y  ha  tomado  de  Vitrubio  el  modelo iconográfico; así lo hicieron Leonardo da Vinci y los hermetistas: un hombre con los brazos extendidos y las piernas abiertas forma la figura de una estrella de cinco puntas, una pentalfa. Es  uno  de  los  significados  que  debería  darse  a la  estrella  flamígera  de la  masonería.  El hombre-estrella de fuego es el hombre divinizado, pues Dios es fuego. Imagen 6


La letra G está presente bien sola, entre una escuadra y un compás, o dentro del Delta. Su primer significado  es Geometría,  pues en los Antiguos  Deberes  medievales  ingleses  la masonería es asimilada a esta ciencia. En las Constituciones de Anderson (edición de 1738), se dice que sin la Geometría,  “los Hijos de Hermes  [los masones]  hubieran  vivido como bestias brutas”46. Como podemos  suponer, esta afirmación  se refiere al sentido “oculto” o sagrado de la geometría, y no al aspecto profano de dicha disciplina. Platón nos habla de la forma ambigua  de  expresarse  que  tenían  los  antiguos  (y  los  textos  herméticos hasta  la actualidad),    de manera  que el lector  atento  y perspicaz  supiera  si se trataba  de ciencias profanas o sagradas. En el Filebo (57d y 61d-e) nos dice que:

… hay dos aritméticas y dos geometrías y otras muchas semejantes que dependen de ellas y tienen esa duplicidad  bajo un único nombre  común.  (…) Y una ciencia  es distinta de otra ciencia, porque una apunta a lo que nace y perece, mientras que la otra atiende a lo que ni nace ni perece.
Imagen 7

Se  comprende  pues que  la  masonería  fuese  asimilada  a  la  geometría sagrada. Señalemos que el lenguaje hermético siempre tuvo presente la llamada Y pitagórica, utilizada para explicar que una misma letra, texto o símbolo tiene siempre dos significados, indicados por las dos aspas de dicha letra. La de la izquierda corresponde a la interpretación profana, exotérica,  histórica  o  moral, mientras que  la  de la  derecha ofrece  el  sentido  esotérico, hermético o sagrado del mismo texto, y el lector debe descubrir el sentido oculto que le abrirá el camino de la correcta interpretación.

La  letra  G también puede  significar  Gnosis,  en  griego  ‘conocimiento’,  y si  nos atenemos únicamente al mundo masónico de habla inglesa, correspondería a la inicial de God, ‘Dios’.

El Templo

El modelo en que se inspira el templo masónico es el templo de Salomón. Según las referencias bíblicas y arqueológicas, podría haber sido construido en el siglo X antes de Cristo (c.960). De  él  procede  una parte  importante  de la  simbología  masónica,  como las  dos columnas, llamadas Yahin (ןיכי) y Boaz (זעב).

El templo masónico está decorado con la bóveda estrellada y los signos del zodíaco porque la fuerza del cielo inspira, dinamiza y preside los trabajos de la construcción interior, pues es en el masón donde debe construirse el templo, que es el cuerpo de la vida nueva.

En el judaísmo  esotérico  el templo es la Shejina y en el cristianismo  es la Virgen María, la  Casa  de  Dios,  pues  el  esposo  entrará en  ella  como  en  una  unión  pura,  una hierogamia, lo cual también está presente en todas la escuelas iniciáticas y, veladamente, en las religiones históricas47.

Como ocurrió con los demás símbolos  de naturaleza  espiritual,  en el siglo XIX se generalizó la idea de que el masón “levanta templos inmateriales a la virtud y al progreso”.48

La escuadra y el compás

Respecto a la escuadra y el compás, se les asocia desde antiguo, no sólo en Occidente, sino también -sirva como ejemplo- en la China del siglo III a. C. La escuadra simboliza la tierra y con ella se dibuja un cuadrado; y el compás, el cielo, pues con él se traza un círculo. Los dos se presentan normalmente unidos, y su primer y más universal significado es la unión del cielo y la tierra49. Imagen 8

El Gran Arquitecto del Universo utiliza el compás para realizar su creación, pues el compás delimita, da  forma, corporifica y  ordena el  caos  del  hombre para  convertirlo  en cosmos, entonces la piedra bruta se convierte en piedra cúbica y posteriormente en piramidal. La escuadra debe asociarse a la piedra cúbica, pues es necesaria para formarla50.

En algunos  rituales  masónicos,  un ángulo recto significa  el corazón;  a este ángulo recto, que está en el fundamento del ser humano, se dirige el compás del cielo para realizar el “trabajo masónico”.

La tradición griega afirma que Pitágoras inventó la escuadra y Platón la define como “ingeniosa” (Filebo 56b).

Finalmente, entre los muchos símbolos masónicos, cabe destacar los guantes blancos que los masones usan en las tenidas. Simbolizan la pureza que deben tener quienes colaboran en la construcción del Templo interior, hecho de materiales puros, incorruptibles, que no son de este mundo.

1. Una primera versión de este trabajo fue publicada en: Masonería e Ilustración: Del siglo de las luces a la actualidad, ed. José Ignacio Cruz (Publicaciones Universitat de València, 2011), 89-106.

2. A. Lynxe, “Exégesis y hermenéutica”, en: Colección La Puerta nº 64, La interpretación de los misterios (Tarragona: Arola Edotors, 2005), 23-42.

3. David Martín López, “Arte y masonería: consideraciones metodológicas para su estudio”, en: REHMLAC 1, no. 2 (diciembre     2009-abril 2010 [citado el 4 de febrero de 2014]): disponible en http://rehmlac.com/recursos/vols/v1/n2/rehmlac.vol1.n2-dmartin.pdf

4. Nombre compuesto de Horus y Apolo, que une en él las religiones griega y egipcia. Esta obra, fechada en el siglo V, parece que fue escrita originariamente en copto, Horapolo, Hyeroglyphica (Madrid: Akal, 1991), 9.

5. Horapolo, Hyeroglyphica, 22.

6. Alciato compuso 99 emblemas para su obra Emblematum libellus, que fue editada en Augsburgo en 1531; la edición española es de 1549. Su influencia en el arte europeo ha sido de primer orden, Emblemas (Madrid: Akal, 1993), 20.

7. Dentro de esta corriente iconográfica cabe destacar igualmente la obra de Cesare Ripa, Iconología, publicada en Roma en 1593, donde la imagen y el texto confluyen para ilustrar y explicar alegorías, atributos, imágenes y símbolos de vicios y virtudes. Hay edición española, Madrid: Akal, 1987, 2 vols.

8. Véase la obra de Raimon Arola, La cábala y la alquimia en la tradición espiritual de Occidente Siglos XV-XVII (Palma de Mallorca: José J. de Olañeta, 2002), 381 y ss.

9. Jacques van Lennep, apunta que tal vez el editor Johann Theodor colaboró también en la confección de los emblemas, Alchimie (Paris: Dervy-Livres, 1985), 174-175.

10. Existe edición española, La fuga de Atalanta (Girona: Atalanta, 2007). En 1618, Maïer publicó Viotarium, “guía para el viajero sobre el océano inmenso de los errores químicos”, Arcana arcanissima y Tripus aureus (El trípode de oro). En 1620 verá la luz Septimana philosophica, donde Salomón, la reina de Saba e Hiram, rey de Tiro, establecen un coloquio sobre los enigmas del oro, van Lennep, Alchimie, 194-195.

11. Hay edición española (Girona: Atalanta, 2007).

12. Véase la obra de A. Sebastián Hernández Gutiérrez, La estética masónica (La Laguna: Ediciones Graficolor,
1998), 55 y ss.

13. Véase los manuscritos Regius (c. 1390) y Cooke (c. 1410), Edmond Mazet, «Les manuscrits Regius et Cooke», en : Travaux de la Loge nationale de recherches Villard de Honnecourt 6 (1983) : 15 y ss.

14. Marcellin Berthelot, Los orígenes de la alquimia (Barcelona: MRA Ediciones, 2001), 35-36.

15. Mysterios significa en griego ‘iniciaciones’ ‘culto o doctrina secreta’, ‘arcanos’, y mystes, ‘iniciado’. El término francés métier, ‘oficio’, procede del latín misterium.

16. Jámblico, Misterios de Egipto, 7, 4-5, (Madrid: Gredos, 1997), 199-200. Véase también Proclo, Lecturas del Crátilo de Platón (Madrid: Akal, 1999), 82, 88, 95 y 101.

17. Uno, entre muchos ejemplos, lo tenemos en  la logia Silencio de Barcelona, en 1875, Pere Sánchez Ferré, La maçoneria a Catalunya (1868-1947) (Premià de Mar: Clavell Cultura, 2008), 81.

18. La expresión es de Jean Baylot, La voie substitueé (Liège : Genf-dervy-livres, 1985), 191.

19. El estudio de Titus Burckhardt, Principios y métodos del arte sagrado, sigue siendo del todo válido; este autor nos recuerda que no existe arte sagrado con formas profanas, y que “su fin último no es evocar sentimientos o transmitir emociones; es un símbolo (…) cuyo objeto real es inefable. Es de origen angélico porque sus modelos reflejan realidades supraformales” (Buenos Aires: Ediciones Lidium, 1982), 1-3.

20. Ananda Kentish Coomaraswamy observa que “el resultado del interés moderno por la abstracción (…) ha sido eliminar la reconocibilidad en el arte (…). Se han desarrollado simbolismos personales que no se basan en ninguna correspondencia natural entre las cosas y sus principios, sino más bien en asociaciones personales de ideas. La  consecuencia es  que  todo  artista  abstracto necesita ser  “explicado” individualmente: el  arte  no comunica ideas, sino que, como el resto del arte contemporáneo, sólo sirve para provocar reacciones”. La filosofía cristiana y oriental del arte (Madrid: Taurus, 1980), 65-66.

21. Manifiestos del Humanismo (Barcelona: Península, 2000), 97, 98 y 109.

22. Michel Foucault, Las palabras y las cosas (México: Siglo XXI, 1974), 48-55.

23. Lo mismo ocurrió en Francia; véase el estudio de Daniel Ligou en su edición Constitutions d’Anderson (Paris: EDIMAF, 1992), 14-15.

24. La Constitución de 1723, presentación y notas de Pere Sánchez Ferré (Barcelona: Alta Fulla, 1998).

25. Citado por Patricio Crespo, “Hegel: dialéctica, ética y estado burgués”, en: Iuris (s.f.): 121.

26. René Guénon, El reino de la cantidad y los signos de los tiempos (Madrid: Ayuso, 1976), cap. XXXV.

27. Guénon, El reino de la cantidad, caps. XXVIII y XXXVIII.

28. Pere Sánchez Ferré, “La geometría en los Antiguos Deberes de la masonería operativa”, en: Axis Mundi 7 (1997): 76-86.

29. Alcibíades 129e; Crátilo 399e, passim.

30. Fedro, 250c; Fedón, 82e; República, X, 611e.

31. La Constitución de 1723, 53.

32. Les Constitutions d’Anderson, ed. Georges Lemoin (Toulouse : SNES, 1995), 134.

33. La versión de Biblia utilizada en este trabajo es la de Reina-Valera, Sociedades Bíblicas Unidas, 1960.

34. En griego es doxa (δόξα), y con ese sentido se usa generalmente en los Evangelios.

35. Les Constitutions d’Anderson, 128.

36. Sánchez Ferré, “La luz en la iniciación masónica”, en: Gran Logia de España. Libro de Trabajos (Tarragona: Arola editors, 2001), 114-115.

37. Véase Erwin Panofsky, Estudios sobre iconología (Madrid: Alianza Universidad, 1992), 249.

38. Su interpretación la encontramos en la obra del hermetista contemporáneo Emmanuel d’Hooghvorst, El Hilo de Penélope (Tarragona: Arola ed., 2000), vol. I, 104.

39. Louis Cattiaux, El Mensaje Reencontrado (Barcelona: Herder Editorial, 2011), III, 33.

40. No creo que este autor inglés diese al término moral una interpretación clásica (Platón, etcétera), según la cual el único ser moral es el sabio filósofo, pues actúa de acuerdo con los designios de la divinidad y no está sometido a las contingencias del hombre vulgar. Los gremios ingleses medievales organizaban piezas teatrales parecidas a nuestros autos sacramentales: eran los “misterios” y los “milagros”, en los que se representan escenas bíblicas y religiosas. A partir del siglo XV nacen las “moralidades” (Morality plays), en las que cada personaje representaba una virtud o un vicio.

41. Véase Guénon, La Gran Triada (Barlona: Ediciones Obelisco, 1986), caps. X-XII.

42. Plutarco, “Sobre Isis y Osiris”, en: Obras morales y de costumbres (Madrid: Akal, 1987), 101-102 (56F).

43. Mossé Ben Nahman, LLibre de la redempció (Barcelona : Biblioteca judaico-catalana, 1993), 125-126. Azriel de Girona, Cuatro textos cabalísticos (Barcelona: Riopiedras, 1994), 140-141.

44. Olivier Jumeau, Le Delta (Fuveau: La Maison de Vie, 2001), 62-63.

45. Horapolo, Hieroglyphica, 94 y 239.

46. Les Constitutions d’Anderson (edición de Georges Lemoin), 103.

47. Véase Arola, El simbolismo del templo (Barcelona: Obelisco, 1986).

48. L. Frau y R. Arús, Diccionario Enciclopédico de la Masonería (La Habana, 1883), voz “Arquitectura”.

49. Guénon, La gran triada, 125-130.

50. Véase Patrick Négrier, Les Symboles Maçonniques (Paris : Télètes, 1990), 114.


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*Correspondencia: Doctor en Historia Moderna y Contemporánea, Universidad de Barcelona. Profesor de la Universidad de Barcelona. Miembro fundador del Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española. Correo electrónico: peresf19@gmail.com

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