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E-Ciencias de la Información

versión On-line ISSN 1659-4142

E-Ciencias de la Información vol.8 no.1 San Pedro de Montes de Oca ene./jun. 2018

http://dx.doi.org/10.15517/eci.v8i1.31664 

Revisión Bibliográfica

A la luz de una candela: aportes de Ricardo Chinchilla a la narrativa costarricense

In the light of a candle: Ricardo Chinchilla's contributions to the Costa Rican narrative

José Ángel Vargas Vargas1 

1Universidad de Costa Rica, COSTA RICA. jose.vargasvargas@ucr.ac.cr

Introducción

El acto de la escritura, y los distintos efectos que ella genera, según el teórico Roland Barthes, es un acto de placer porque le permite al autor crear un texto en el que le es posible liberar sus fantasías, expresar sus ideas en torno al mundo que vive, su opinión respecto de la historia social, política y cultural. La escritura le confiere un lugar específico en la realidad en que se desenvuelve y al mismo tiempo actúa como una especie de catarsis que lo convierte en un ser más sensible y humano. Pero también para este teórico, la escritura es un acto placentero para sus receptores, quienes, a modo de un juego pueden participar en la producción de los sentidos, de tal manera que autor y receptores son convocados por el lenguaje para generar, en una relación conjunta, ese complejo fenómeno que denominamos literatura.

Contraria a esta posición nos encontramos la de Harold Bloom, quien es enfático en afirmar que la literatura siempre debe producir una extrañeza, un mundo extraordinario y excepcional, nunca antes enunciado con las formas y la hondura del nuevo texto. Para él, la creación literaria nos es tanto un acto de placer sino una búsqueda, una lucha intensa del autor por alcanzar una singularidad estética.

En medio de estas dos posiciones, cabe que nos preguntemos cuál o cuáles han sido las motivaciones de Ricardo Chinchilla al escribir su libro A la luz de una candela, publicado en el 2016. En una entrevista que le realicé a este autor el 3 de marzo de 2017, él manifestó que los cuentos de este libro los escribió en una primera versión cuando estaba en el colegio, hace aproximadamente treinta años y habían permanecido inalterados hasta que se propuso publicarlos con el fin de preservar un patrimonio, colocarlos en una dimensión educativa y con ello plasmar su trabajo como escritor. Para él, escribir estos cuentos ha sido una experiencia de placer, placer por transmitir unas historias, por sacarlas de su interior. Esta experiencia la considera muy diferente a la escritura de documentos académicos, a la cual está muy acostumbrado, porque se trata de “desnudarse uno mismo”, de liberar sus ideas e inquietudes (Chinchilla, citado por Vargas, 2017).

Por su parte, en la entrevista que le realiza la casa editora, Chinchilla afirma textualmente:

Estos cuentos son historias que escuché varias veces de mis padres y tíos. Quería preservarlas de alguna manera para que otras generaciones pudiesen conocerlas. De hecho algunas las escribí hace muchos años pero nunca fueron publicadas. Fue hasta hace poco tiempo que en la Escuela de Bibliotecología, dentro del proyecto de investigación “Programa de Alfabetización Lectora mediante el uso de técnicas de animación de la lectura”, se me ocurrió probar los cuentos para fomento a la lectura con resultados muy favorables, sobre todo en población adulta mayor (Club de Libros, 2017).

Es justamente en este marco donde podemos ubicar el trabajo ficcional de Chinchilla, el que se nos presenta como un universo de posibilidades semánticas y juegos retóricos, que dan la imagen de un escritor consciente su oficio. Dado lo anterior, en esta ocasión me propongo realizar una primera introducción al estudio de este libro abordando diferentes tópicos como la relación entre el espacio rural y el espacio urbano y con temáticas como la muerte, la familia y la tradición religiosa. También me refiero a la importancia de las formas enunciativas empleadas por el autor, entre las que destacan la creación del suspenso y el miedo, la apelación al mundo sensorial, las metáforas, la enumeración, la ironía, el humor y la narración objetivamente, las que resultan claves en la construcción de la semiosis del texto y en la conformación de un mundo verosímil.

Del Valle del Sol al caño de la ciudad

Espacial y temporalmente los relatos de este libro se ubican en la segunda mitad del siglo veinte, en la provincia de San José, con una interesante interrelación y representación del espacio rural y del espacio urbano.

Tanto el mundo rural como el urbano pueden articularse de manera dialéctica en este texto, cada uno caracterizado por su propia especificidad. El espacio rural convoca a un contacto más genuino y humano, a las vez que vincula las personas de manera estrecha con la naturaleza, la mayoría de las veces cargada de frescura, dinamismo y esplendor. No en vano el íncipit del libro, presentado en forma descriptiva, destaca la importancia de la naturaleza:

Aún no amanecía. Pero pronto, muy pronto, la suave claridad del alba bajaría apaciblemente por la montaña, derramándose como una silenciosa cascada, creando sombras y contrastes nuevos desplazando poco a poco la oscuridad. Pronto también los rayos del sol empezarían a despuntar e irrumpirían con fuerza sobre el valle. Entonces, toda la belleza de esta tierra se revelaría con todo su esplendor. Así era el amanecer en Santa Ana y por algo todavía se conoce como el Valle del Sol (Chinchilla, 2016, pág. 13).

El autor logra intensificar esta relación estrecha entre las personas y el espacio rural apelando de una manera pensada al mundo sensorial:

Correr por esos caminos de tierra en el campo siempre era una experiencia placentera. La gama de olores que despertaban tantas emociones. El olor de los cafetales, de los cañales y maizales. El olor a madera de las casitas a la orilla del camino, esas casitas de amplios corredores y ventanas de doble hoja abiertas ya de par en par. El olor a humo de las cocinas de leña y de tortilla recién palmeada (Chinchilla, 2016, pág. 43).

El mundo rural se caracteriza además por estar destinado a la agricultura, la cual sirve de trabajo y sustento. Es un mundo donde priva el espíritu solidario y la religiosidad, pero además, guarda un carácter estático y hasta se constituye en un escenario de miedo, como ocurre en el cuento “El pasajero” especialmente en la madrugada cuando se percibe una monótona paz que termina incidiendo en la vida de las personas, pues, según el narrador, de cada piedra, árbol o del aire mismo, se percibían mil sonidos (Chinchilla, 2016, pág. 28). Para las mentes “creyenceras”, las extrañas sombras que de espantos y duendes surgen en esos parajes generan gran temor en los habitantes, como le sucedió a Brenes, el taxista, cuando se dirigía a San Antonio de Coronado.

Chinchilla también realiza una interesante representación del espacio urbano josefino, con las diferentes problemáticas y tipos humanos, siguiendo la línea de narradores como Fernando Contreras, en su novela Los Peor, Sergio Muñoz en Los Dorados o Rodolfo Arias en El Emperador Tertuliano y la legión de los Superlimpios. La ciudad de San José es descrita por el ambiente de ruido y escándalo que predomina en ella, por un maremagnun de personas en las calles, por los bocinazos de los carros, hechos que le permiten al narrador considerarla como una pequeña ciudad subdesarrollada (Chinchilla, 2016, pág. 23-24), la pequeña ciudad de la década de los cincuentas. Es una ciudad llena de peripecias, donde se sitúan y describen los principales lugares como la Avenida Segunda, el Parque Morazán, la Estación de Ferrocarriles al Atlántico o instituciones como el Hospital San Juan de Dios, la Corte Suprema de Justicia, la Clínica Moreno Cañas, y se alude a los vehículos que circulan por sus calles como los viejos Chevrolet o los modernos Renault, proyectando una idea de transición entre lo viejo y la modernidad.

La ciudad también es un espacio sucio y de desorden. La descripción que efectúa el narrador del mercado, en el cuento “Indiferencia” es muy reveladora de este microuniverso:

Ya iba para la casa. Atrás quedaba esa oficina asfixiante, el corre corre del día, las llamadas telefónicas. Por fin el autobús se movía y pronto dejaría atrás ese lugar, ese mercado que tenía en frente, lleno de suciedad, esos tramos llenos de productos, vendedores y clientes. Todo ese montón de personas que caminaban en distintas direcciones, entrecruzándose, empujándose, tratando cada una de ellas de obtener algo de la otra. Lleno de bandidos y hasta borrachos, como el que estaba tirado en el caño y al que en ese momento se acercaban dos policías, seguramente para ir a tirarlo al calabozo. Quién sabe desde qué hora estaba ahí estorbando y ayudando a crear esa atmósfera tan folclórica del mercado. (Chinchilla, 2016, pág. 77).

Esta ciudad agitada e incoherente, constituye un espacio semejante al de una colmena, lo que me hace recordar, guardando las diferencias y la respectiva especificidad, la conocida novela del escritor español Camilo José Cela, que lleva el mismo nombre, y que relata la vida madrileña, con sus calles, bullicio, angustia existencial, bares y cafés.

3. Una visión crítica de la tradición religiosa

En A la luz de una candela el lector puede aproximarse a un enfoque crítico y humorístico de la tradición y de la religiosidad, en el que el narrador va refiriendo las diferentes historias y de manera gradual coloca determinados elementos para que sea el lector quien pueda inferir sus propias conclusiones. Uno de los hechos más importantes que se narran es la procesión del Viernes Santo, que como es costumbre en un país católico, se celebra para recordar el sacrificio que Jesús hizo para salvar y redimir a la humanidad. Esta procesión es preparada por el sacerdote del pueblo y cuenta con la participación de aquellos feligreses que han mostrado disposición para colaborar representando los principales personajes religiosos. La comunidad entera se integra en ella y la aprovecha para hacer algún ofrecimiento o para pedir perdón por sus pecados.

A pesar de este ideal de las personas y autoridades religiosas, en las procesiones generalmente sucede algo contrario a los principios y valores de la Iglesia. En el cuento “Redención”, por ejemplo, Chinchilla nos aproxima a esa realidad concreta donde la ruptura de normas y la transgresión de los valores católicos resultas evidente, aprovechando muy bien lo que le aporta el humor y con éste una significativa dosis de exageración. Así por ejemplo, el narrador con mirada retrospectiva recuerda unos años atrás cuando el vecino que había sido escogido para representar a Cristo lo había hecho de forma excelente, superando las cualidades de cualquier actor de cine, hasta el momento en que el verdugo, que en el fondo mantenía diferencias con él por cuestiones de disputa de mujeres, se excedió propinándole fuertes latigazos, al punto que el Cristo llegó al extremo de lanzar la cruz a un lado y se “lio a golpes con su verdugo con tal violencia que tuvo que intervenir la policía y encerrar a los dos actores en un calabozo por el resto de la Semana” (Chinchilla, 2016, pág. 99).

La procesión es un espacio de encuentro donde las personas pueden compartir sus alegrías, sus penas, conversar sobre fútbol, familia, política, comprar o vender diferentes comidas, disfrutar un copo o comerse una fruta, en fin, es un espacio folclórico, generalmente dominado por un ambiente cálido y soleado. En este cuento el narrador configura este ambiente y destaca que el Cristo de ese año ha efectuado una actuación impecable, generando ternura, llanto y admiración en la feligresía, la cual parece estar totalmente identificada con él. Sin embargo, introduce sorpresivamente un cambio brusco en las condiciones ambientales de temperatura y de una tarde soleada se pasa a un gran aguacero con rayería, que obliga a todos los asistentes a guarecerse de cualquier modo, olvidándose del Cristo a quien tanto habían admirado, dejándolo en pleno abandono, atado en la cruz:

-¡Ayúdenme, bájenme de aquí!- se podía escuchar entre grito y grito de terror que profería cada vez que un enceguecedor resplandor caía acompañado después del terrible trueno. Y en la nebulosa oscuridad producida por el torrencial aguacero, apenas se distinguía la silueta del pobre que se revolvía en la cruz, empapado hasta los huesos y sin un gramo de pintura, aceite o sudor, lavados ya por la lluvia con otros líquidos no tan virtuosos y derramados por la incontensión del esfínter (Chinchilla, 2016, pág. 101-102).

De esta manera, el autor desnuda la tradición religiosa, muy característica del mundo rural, exponiendo a una comunidad y a unas personas que se dicen buenas y religiosas pero en momentos críticos se vuelven mundanas, como por ejemplo en este mismo relato muchos se aprovechan para fijar la mirada sobre las blusas blancas de las muchachas transparentadas por la lluvia.

La justicia divina y el perdón

Asociados a la religiosidad aparecen en este libro los temas de la justicia divina y el perdón. La justicia siempre llega y quien hace mal, la vida o Dios mismo se lo cobra. Así sucedió con Alfonso, personaje del cuento “Perdón”, quien se aprovechó de la bondad, el trabajo y sacrificio de Trina y nunca le pagó los uniformes que le hizo para sus hijos. Alfonso le rehuyó mil veces hasta que un día ella se lo encontró y él se negó descaradamente a pagarle. Trina se dijo “Diosito es muy grande y no dejará sin castigo esta injusticia” (Chinchilla, 2016, pág.18). Tiempo después, cuando se entera de que Alfonso tiene cáncer reacciona del siguiente modo: “Así le contaron el fatídico diagnóstico de Alfonso. Y aunque no le importa la suerte de tan amargo personaje, no dejó de pensar en la justicia divina. Y a pocos meses el redoble de campanas anunciaba la partida de Alfonso, y con ello la deuda no saldada” (Chinchilla, 2016, pág. 19).

El rencor y un cierto sentimiento de culpa no la dejan vivir en paz y solo el perdón la hace libre. Así sucede cuando ella misma, después de ser visitada por el ánima de Alfonso, quien la atormenta y asusta, es capaz de sacar desde lo más íntimo de sus entrañas el grito: ¡Está bien Alfonso, lo perdono…ahora váyase y déjenos en paz! (Chinchilla, 2016, pág. 21).

Para Chinchilla, todos nuestros actos tienen sus consecuencias y las personas deben ser responsables de ella, porque no se puede ir por la vida haciendo lo que dé la gana. Con esto descubre su intención de apostar por un mundo justo y equilibrado (Chinchilla , citado por Vargas, 2017).

5. Muerte, suspenso y miedo

La muerte es uno de los principales ejes semánticos de estos relatos, pues atraviesa la mayoría de ellos, ya sea como un hecho real o como una representación imaginaria encarnada en la mente de algunos personajes. La encontramos como resultado de una enfermedad, como el cáncer por ejemplo, y la podemos hallar también en la presencia de un ánima o en una visión mágica de un hecho; esta última nos recuerda obras como Cien años de soledad de Gabriel García Márquez o La casa de los espíritus de Isabel Allende, ya que configura una atmósfera mágica para expresar qué sucede en el momento de la muerte de un personaje, como es el caso de doña Virginia, quien justamente cuando está muriendo en momento en el hospital llega a su casa, según el narrador, con el objetivo de ver por última vez a su hija Sofía, en “La casona del recodo”: “Llegó doña Virginia hasta el final del corredor y dio la vuelta y comenzó a subir la pendiente, siguiendo a su hija. Entonces todos nos quedamos petrificados. Doña Virginia no caminaba, sino que flotaba. Sus pies colgaban fláccidos a varios centímetros del suelo y avanzaba ojos al frente, con una mirada perdida y lastimera” (Chinchilla, 2016, pág. 45).

Para la elaboración poética de la muerte que realiza el autor, este recurre al miedo y al suspenso como los principales recursos que le permiten intensificar la tensión narrativa, que termina impactando al lector, mediante la presencia de ciertos indicios como puede notarse en el siguiente fragmento, donde Sofía ve a su madre: “Justo por la puerta donde había salido la niña, salió también doña Virginia. Vestía una bata rosa muy desteñida y estaba muy muy pálida. Empuñaba con sus dos manos una candela encendida, a pesar de ser un día soleado. Había algo raro en su andar, ya que no tenía el característico movimiento del caminante” (Chinchilla, 2016, pág. 45).

Es tal el miedo causado en la escena que quienes acompañan a Sofía en ese momento quedan mudos, no pueden articular palabra alguna, permanecen clavados en el suelo y con los músculos “agarrotados”. Además, la construcción de esta atmósfera de miedo se hace progresivamente y va invadiendo la tranquilidad humana. Así por ejemplo, en el cuento “Perdón”, el ánima en pena de Alfonso llega hasta la casa de Trina, demostrando su dolor y angustia: “Un gemido se hizo presente, lastimero, húmedo, terrible y melancólico. Se agitaba con el arrastre, como si cada vez que avanzaba le doliera hasta la última partícula de su ser. A pesar de la agonía que sufría, se aproximaba arrastrándose implacablemente, sin detenerse, sin mermar su dolorosa marcha” (Chinchilla, 2016, pág. 20).

Esta atmósfera de miedo también se da en relación con el trabajo de taxista, concretamente en los cuentos “El pasajero” y “Los bohemios” donde este tipo de trabajador, por la noche transporta muertos y al final del trayecto o en un nuevo recorrido, descubre la verdad y termina temblando, como podemos notar en los siguientes fragmentos:

  1. a) “Se acercó más y pudo distinguir a tres hombres, dos de ellos jóvenes sosteniendo al tercero, un anciano ¿borracho tal vez? No, enfermo. Seguramente acababan de darle la salida” (Chinchilla, 2016, pág. 26).

  2. b) “Sentado, inmóvil y con los ojos bien abiertos y rojos, estaba Brenes, aferrado a una taza humeante y fuerte café recién chorreado, después de estar por primera vez en su vida en una vela completa del difunto, rezando para que el nuevo día le espantara el terror que lo había mantenido allí y poder, más que conducir, volar a su casa, de la que la fuerza humana no lo sacaría por lo menos hasta que el temblor del cuerpo y, sobre todo, de alma se fueran calmando poco a poco” (Chinchilla, 2016, pág. 29)

  3. c)“Valverde, sentado al volante de su taxi, estupefacto palideció mientras un escalofrío le recorrió la espalda y se le erizaban los pelos de la nuca al mirar aquellos rostros recientemente conocidos” (Chinchilla, 2016, pág. 41).

En “El grito”, el protagonista después de dejar el bus y caminar los quinientos metros que le quedaban para llegar a su casa, es asustado permanentemente por un fantasma que lo persigue y aterra a los perros. Al final, el fantasma llega hasta él y con un grito lastimero y doloroso lo hace caer espantado al suelo. Cuando llega a su casa y es recibido por su madre, ella le manifiesta: “Emilse murió hoy por la tarde. Al parecer, después de todo el daño que nos hizo, tenía que venir por última vez a despedirse…” (Chinchilla, 2016, pág. 35).

Retórica escritural

Ricardo Chinchilla, además de abordar desde la ficción temas fundamentales del contexto costarricense y que tienen una dimensión humana muy significativa, lo hace apoyándose en varios recursos retóricos entre los que cabe mencionar la enumeración, la metáfora, la personificación, el humor y la ironía. Todos ellos le permiten un abordaje figurado de la realidad sociocultural.

La enumeración cumple la función de concederle un dinamismo y una frescura al universo narrado, tal como sucede en “Perdón”:

Algo extraño se percibía en el ambiente, pero no era posible identificarlo. Algo sucedía, se sentía en cada latido de corazón. Hasta que lograron entender lo que ocurría. Un aplastante silencio reinaba. Los murmullos nocturnos habían cesado de repente, los grillos callaron su concierto de cuerdas, los insectos dejaron de revolotear alrededor de las luces, los sapos dejaron de croar, los perros primero gimieron y después callaron, como si los hubiesen estrangulado a todos. Era como si una campana de vidrio cayera sobre la casa y la aislara de todo ruido (Chinchilla, 2016, pág.19).

La metáfora, por su parte, tiene la función de aproximar al lector a la realidad específica en que viven los personajes, pero al mismo tiempo le despiertan la imaginación generándole particulares asociaciones con la naturaleza, uno de los elementos fundamentales del libro: “Las formas de las casas comenzaron a recortarse en un hermoso contraluz provocado por los primeros rayos del amanecer que se reflejaban en los vastos rebaños de nubes que pastaban mansamente en lo cada vez más azul del cielo” (Chinchilla, 2016, pág. 29). También la metáfora permite acceder al interior de los personajes y develar sus angustias o penas: “Estas palabras le salieron de lo más profundo de sus entrañas y sintió como si un enorme tapón se soltara y dejara escapar el agua ponzoñosa que la envenenaba. Entonces una paz traslúcida la comenzó a llenar hasta rebozar” (Chinchilla, 2016, pág. 21).

El humor y la ironía le proveen al autor la posibilidad de desplegar una visión crítica de aquellos comportamientos que considera inapropiados para los personajes, pero no haciéndolo de manera directa sino desdoblada, como sucede en el cuento “Los bohemios”: “Bohemios los dos, seguramente en una noche de remembranzas, vestían traje entero de tres piezas, uno azul oscuro, otro negro, con impecables camisas blancas y un suave e inconfundible olor al más popular derivado de la caña de azúcar” (Chinchilla, 2016, pág. 37).

Mediante la personificación Chinchilla logra darle vida a objetos, edificios e incluso logra generar la ilusión de que un muerto tiene vida, como podemos observar en los siguientes fragmentos:

  1. a) “Encendió por fin el carro, que tosió primero al despertarse de su letargo y, después, le saludó con el sonido del motor de esa manera tan particular que tenía, un tanto hosca, pero amistosa a la vez” (Chinchilla, 2016, pág. 25).

  2. b) “Sus pálidas, frías y gruesas paredes trataban de impedir inútilmente que el dolor que guardaban saliera a la calle y corriera a su alrededor, escondiéndose detrás de la indiferencia de los transeúntes…” (Chinchilla, 2016, pág. 25).

  3. c)“El señor dejó que Brenes lo acomodara bien otra vez en el asiento con su mano derecha y continuó escuchando pacientemente el monólogo del conductor, esbozando únicamente una tenue sonrisa de agradecimiento” (Chinchilla, 2016, pág. 27).

Cabe destacar que Chinchilla, además de los recursos ya señalados, emplea en sus cuentos un narrador muy sagaz, ya que domina absolutamente todo lo que va a relatar, dominando perfectamente el espacio, el tiempo y los personajes. Con ello logra un absoluto control de ese “ensamblaje” textual y responder a las exigencias de verosimilitud propias de la narrativa. Produce de este modo una especie de narración objetivante donde se le crea a los lectores la idea de que el narrador ha sido testigo fiel de los acontecimientos y que lo que cuenta es “verdad”:

Pero yo quisiera contarles ahora lo que a mí me pasó y, aunque siempre he creído que todo tiene una explicación razonable, lo que esa escalofriante noche ocurrió no he podido descifrarlo y, mucho menos, olvidarlo. Y allá ustedes si quieren creerme; por mi parte, si me lo contaran no lo haría, pero yo estuve ahí y puedo dar fe de que es totalmente cierto (Chinchilla, 2016, pág. 31).

Una candela que ilumina la vida (a modo de conclusión)

Después de la aproximación que hemos efectuado a este libro podemos concluir que se trata de un texto que contiene un particular enfoque crítico de la costarricense, principalmente la de la segunda mitad del siglo veinte, recreando tanto el espacio rural como el urbano, la tradición religiosa y las contradicciones sociales y políticas. Destaca, además, por el empleo de una retórica muy particular donde figuras como las metáforas, las personificaciones, enumeraciones, la ironía, el miedo, el suspenso y el humor se constituyen en auténticos disparadores de sentido. De acuerdo con lo anterior, concluimos que tanto por las diferentes temáticas abordadas por Chinchilla, así como por la particular forma de enunciarlas, A la luz de una candela constituye un valioso aporte a la narrativa costarricense de principios del siglo veintiuno.

Todas las narraciones de esta obra tienen la intencionalidad de escudriñar en lo más esencial de las personas, en su humanidad y en su sensibilidad, no desde una perspectiva dogmática o simplista, sino profundizando en los errores y en la contradicción misma, la cual en el transcurso de la historia también ha sido muy característica del alma humana. No obstante lo anterior, la configuración de un mundo narrado se sustenta en un eje axiológico estructurante de valores como la familia, la justicia, la solidaridad y el trabajo. No en vano Ricardo Chinchilla se ha propuesto rendir un homenaje a su padre, lo que notamos en el nivel paratextual con la dedicatoria: “A mi padre, protagonista y testigo de muchas de las historias aquí contadas” (Chinchilla, 2016, pág. 7).

También en las palabras introductorias a su libro Chinchilla expone el valor de la familia, sea a modo de ejemplo, sea a modo de una visión crítica. Ella requiere estar unida para lograr la prosperidad, para compartir y disfrutar de los alimentos y también para asombrarse de las historias provenientes de la tradición:

En ese cálido refugio de nuestra casa, estos acontecimientos se cuentan en la sala o alrededor de la mesa de la cocina. Allí, amontonados y a la expectativa, nos deleitamos con un jarro de humeante aguadulce con leche y pan con mantequilla, escuchando embelesados esas fantásticas historias, en la penumbra de la noche recién comenzada y a la luz de una candela (Chinchilla, 2016, pág.12).

Finalmente es pertinente subrayar que con este libro Ricardo Chinchilla incursiona formalmente en las letras costarricenses, destacándose por su capacidad para establecer un diálogo entre un mundo local y unos valores universales, por su excelente manejo de diversas formas y recursos literarios, por legarnos una valiosa obra en la que encontramos a un hombre de palabras genuinas y prístinas, cubiertas de ese aderezo humano que toda experiencia demanda, partidario de edificar un mundo donde son posibles el amor, la justicia, la ternura y la esperanza.

Bibliografía

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Recibido: 28 de Octubre de 2017; Revisado: 06 de Diciembre de 2017; Aprobado: 07 de Diciembre de 2017

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