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Comunicación

versión On-line ISSN 1659-3820versión impresa ISSN 0379-3974

Comunicación vol.31 no.2 Cartago jul./dic. 2022

http://dx.doi.org/10.18845/rc.v31i43.6575 

Article

Huellas cosmológicas en la Teoría General de la Acción, o la influencia filosófica de Alfred Whitehead en la sociología de Talcott Parsons

Cosmological traces in the General Theory of Action, or Whitehead’s influence on Talcott Parsons’s sociology

1CONICET/IIGG/UBA, Buenos Aires, ORCID: 0000-0002-4048-4623

Resumen

El presente trabajo indaga la influencia de la cosmología de Whitehead sobre el realismo analítico de Parsons, perspectiva que vincula la sociología con una serie de problemas filosóficos, principalmente de índole ontológica y epistemológica. Para ello, primero se exhiben los fundamentos del realismo analítico, para después profundizar en las controversias que surgen en torno a este; luego, se exponen algunos lineamientos generales de la cosmología de Whitehead (II); tercero, se cotejan ambos puntos en busca de las repercusiones del pensamiento whiteheadiano en el realismo analítico (III); en cuarto lugar, se retoma el espacio controversial abierto por dicho realismo para observarlo a la luz del cotejo realizado. Finalmente, las conclusiones exhiben los resultados obtenidos y reflexionan sobre la modalidad con la que Parsons vincula filosofía y sociología, y distingue la investigación teórica de la empírica.

Palabras clave: realismo analítico; cosmología; ontología; epistemología; Parsons; Whitehead

Abstract

This work inquiries the influence of Whitehead’s cosmology on Talcott Parsons’s analytic realism, a perspective that links sociology with a series of philosophical problems which are mainly of ontological and epistemological character. To do this, the foundations if analytical realism are first exhibited, along with the controversies that arise around it. Later, some general outlines of whiteheadian cosmology are outlined. Subsequently, both points are compared in search of the repercussions of Whitehead’s thought on analytical realism. The controversies opened by analytic realism are resumed in order to observe them it in the light of the collation made in the previous sections. Finally, the conclusions present the results obtained, and reflect over the Parsonian modality to link philosophy and sociology and to distinguish theoretical from empirical research.

Keywords: Analytical Realism -Cosmology - Ontology - Epistemology - Parsons - Whitehead

Introducción (900)

En La imaginación sociológica (1964), Mills presenta sus conocidos y punzantes embates a la Teoría General de la Acción (en adelante TGA) de Talcott Parsons, centrados en su pretensión de construir una gran teoría con un nivel de abstracción tan elevado que impide su puesta en práctica. Según indica, semejante enfoque imposibilita descender desde las amplias generalizaciones a los problemas reales, con lo que fetichiza los conceptos y dificulta el desarrollo del pretendido pensamiento sistemático. Esa obra, publicada en 1959, inicia un alud crítico que años más tarde pondrá fin a la hegemonía parsoniana y, con ello, al período más estable de la historia de la sociología (Alexander, 2000). Entre las críticas, que durante las décadas del sesenta y setenta no dejan sin sacudir dimensión alguna de su teoría, se le reclama, por ejemplo, ofrecer una imagen de mundo social ahistórica, conservadora y que apoya el statu quo; ser incapaz de dar cuenta del cambio social y subestimar la relevancia tanto de la crítica como del conflicto; restarles importancia al actor y al individuo; y generar explicaciones tautológicas que conducen a teleologías ilegítimas (Alexander, 2000; Bialakowsky, 2013; Burrowes, 1996; Holmwood, 2005; Ormerod, 2019; Sidicaro, 1992; Turner, 2017).

En ese panorama, existe un área sobre la cual, más que críticas consolidadas, impera una serie de debates aún abiertos, sobre los que aquí se pretende exponer. Se trata del realismo analítico, postura con la que Parsons vincula la sociología con problemáticas filosóficas, principalmente de índole ontológica y epistemológica. Entre esos debates, para los fines del presente trabajo, se destaca el que gira en torno a si la mayor influencia filosófica de la TGA es de corte kantiano o whiteheadeano. Inclinándose por la primera opción, Bershady (1973) acentúa algo más que una mera identidad formal entre Parsons y la lógica de Kant, pues ambos construyen un conjunto de categorías a priori, necesarias y universales, sin las cuales no sería posible el conocimiento -el marco espacio-temporal y el acto-unidad, respectivamente-. De manera similar, haciéndose eco de la relectura de Kant efectuada por el último Parsons (Parsons, 1978), Münch plantea volver retrospectivamente sobre su obra para demostrar que el marco kantiano encuadra la estrategia general con la que la TGA se orienta a integrar distintos dualismos -entre otros, positivismo/idealismo; explicación/comprensión; factores condicionales/normativos-. Por su parte, Fararo resalta el ''núcleo whiteheadiano'' (Fararo, 2001, p. 62) del realismo analítico, al evidenciar la imagen orgánica de la realidad que ofrece tanto sus análisis de procesos relacionales como sus formulaciones sobre la naturaleza de la concreción y la abstracción. Atendiendo al contexto socio-intelectual de los primeros escritos de Parsons, Camic (1987) señala que Alfred Whitehead -principal figura académica de Harvard junto a Lewis Henderson- cumple un papel decisivo en su inclinación hacia la perspectiva neoclásica en la disputa con los institucionalistas acerca de la especificidad de la economía; ello explicaría su preferencia por la elaboración de un diseño teórico analítico que, acorde con la metodología de las ciencias naturales, se extienda a una nueva área de interés: la sociología. También, hay miradas que reparan en la influencia del filósofo más allá del realismo analítico: para Wenzel (2005), la concepción sociomórfica -según la cual la sociedad se conforma por un conjunto de eventos o entidades actuales que expresan ciertos valores u objetos eternos-, cala tanto en la resolución parsoniana del problema del orden que la TGA, en su totalidad, puede interpretarse como una aplicación empírica de la cosmología whitehedeana. En esa línea, Weik (2015) afirma que, en la teoría parsoniana, la orientación normativa no refiere a actores orientados hacia normas, en el sentido moral kantiano-weberiano, sino que procura proporcionar un marco teleológico formal, en el sentido whiteheadiano, el cual no implica obediencia a las normas sociales ni interpretaciones morales.

Con el propósito de aportar a la segunda línea interpretativa, este trabajo analiza la ascendencia de Whitehead en el realismo analítico, para luego examinar si la tarea permite dar luz sobre algunos de los aspectos más controversiales de esta postura. En esa dirección, además de relevar la deuda intelectual asumida de manera explícita por el propio Parsons, se avanza hacia la especificación de las huellas whiteheadeanas que a nivel ontológico y epistemológico sigue implícitamente el realismo analítico. En cuanto a la propuesta, se considera que puede aportar a la revalorización de la perspectiva parsoniana -fenómeno que aumenta de forma progresiva desde la década del ochenta (Treviño, 2001)-, atendiendo a un área de la TGA llamativamente poco abordada por sus críticos; a su vez, se entiende que puede resultar útil para reflexionar sobre dos problemas clásicos a los cuales se enfrenta la sociología con frecuencia: la relación entre teoría y empiria, así como los lazos entre filosofía y sociología. Para lograrlo, la primera sección exhibe los fundamentos del realismo analítico, para después profundizar en las controversias que surgen en torno a este; la segunda, expone algunos lineamientos generales de la cosmología de Whitehead (II); tercero, se cotejan ambos puntos en busca de las repercusiones del pensamiento whiteheadiano en el realismo analítico (III); en cuarto lugar, se retoma el espacio controversial abierto por el realismo analítico para observarlo a la luz del cotejo realizado. Finalmente, por una parte, las conclusiones exhiben los resultados obtenidos, por otra, reflexionan sobre la modalidad parsoniana de vincular filosofía y sociología, y de distinguir la investigación teórica de la empírica.

En cuanto a la metodología, corresponde a un trabajo de carácter teórico basado en el análisis de textos seleccionados. En la sección donde se especifica qué es el realismo analítico, se muestran, primariamente, materiales donde Parsons expone los principales fundamentos de esa postura (Parsons, 1961, 1971) y se complementan con algunas obras clásicas del autor. De Whitehead se trabaja con La ciencia y mundo moderno (1949), principal obra referenciada por Parsons. En las secciones dedicadas a los debates, se describen y clasifican textos de analistas especializados en ellos.

El realismo analítico

Las diversas transformaciones conceptuales efectuadas por Parsons en el curso de su trayectoria intelectual se alinean detrás de un propósito maestro: configurar la TGA, sistema teórico diseñado para aportar a la maduración de la sociología. En La estructura de la acción social (Parsons, 1971) -obra que pone en marcha ese proyecto-, a fin de establecer la peculiaridad de un sistema teórico, este autor parte de la indagación de los elementos con los que se interrelaciona, comenzando por fijar las disparidades con respecto a la filosofía. Aunque estas disciplinas comparten finalidad -comprender racional y cognoscitivamente la experiencia humana-, se distancian en cuanto al método que emplean -mientras la sociología requiere la comprobación empírica de sus observaciones, la filosofía no se rige por tal demanda-. Ante ese cuadro, Parsons asevera que la filosofía es una categoría residual y que las conclusiones empíricas de su estudio no dependen de ella; no obstante, insta a sumergirse en sus ''peligrosas aguas'' (Parsons, 1971, p. 55) para resolver dos problemas específicos: uno de carácter ontológico -la existencia de la realidad empírica- y, si eso es factible, otro epistemológico -el examen de la correlación entre realidad y conceptos científicos-.

Ambas cuestiones organizan la pregunta acerca del estatus de los conceptos científicos en relación con la realidad, cuya resolución atañe a la postura realista analítica que juzga la referencia empírica de la propia teoría. Por un lado, es realista porque considera la existencia de ''un mundo externo de la llamada realidad empírica que no es creación de la mente humana individual y que no es reducible a términos de un orden ideal, en el sentido filosófico'' (Parsons, 1971, p. 913). Así definido, lo real guarda cierta congruencia con el orden de la lógica humana, puesto que los sucesos no ocurren de forma azarosa. Por otro lado, supone que la ciencia aborda la realidad fáctica de manera analítica, nunca directamente, por lo tanto, los elementos que utiliza constituyen una representación adecuada de ella, no literal. En suma, debido a que el orden lógico se corresponde con el orden fáctico, plantea que entre ambos existe una relación funcional.

El realismo analítico es producto de la intersección entre dos distinciones: fenómeno/hecho y marco de referencia/sistema teórico. Por definición, los fenómenos son entidades concretas existentes en la realidad y los hechos, afirmaciones empíricamente verificables acerca de los fenómenos. El punto es que los hechos siempre involucran el marco de referencia, un tipo específico de esquema conceptual que configura el campo de observación de la actividad científica. Metafóricamente, se asemeja a un reflector que ilumina los aspectos descollantes y deja a oscuras las categorías residuales sin importancia. Luego, el sistema teórico opera sobre lo iluminado, el espacio seleccionado, que, mediante la interrelación de sus conceptos, tiende al cierre lógico. Si la función del marco de referencia es describir y constituir el objeto científico, la del sistema teórico es explicarlo mediante la formulación y concatenación lógica de proposiciones sobre hechos empíricos observables y verificables. En otros términos, el marco de referencia recorta la realidad, el mundo fenoménico, mientras que el sistema teórico la ordena racional y objetivamente.

La unidad trazada por el realismo analítico no puede comprenderse sin la crítica al empirismo y el ficcionalismo.

Para Parsons, sobre la base de que las condiciones de posibilidad para elaborar conocimiento válido derivan de la correspondencia inmediata entre mundo fenoménico y proposiciones científicas, el empirismo sostiene que un solo sistema teórico resulta adecuado para explicar todos los hechos científicamente relevantes de los fenómenos a los cuales se aplica. Así, propone que la relación entre sistema teórico y realidad concreta es empírica; que convierte un sistema cerrado de manera lógica en uno empíricamente cerrado; y transforma el determinismo lógico propio de toda teoría, en determinismo empírico. El ficcionalismo, por su parte, alude estrictamente a la estrategia metodológica de Max Weber, con énfasis en los tipos ideales. Parsons considera que en ella coexiste una doble irrealidad: la que refiere a la construcción del objeto de estudio y la que atañe a la elaboración de los conceptos para su abordaje. Si bien comparte la idea acerca de que el objeto de estudio constituye una irrealidad, la dificultad surge cuando se avanza hacia los tipos ideales, los cuales dan forma a teorías ficticias de la naturaleza y de las funciones lógicas de los conceptos de las ciencias sociales. Con todo, el realismo analítico pretende eludir los errores ficcionalistas y empiristas: en contraste a los primeros, entiende que algunos de los conceptos generales de la ciencia no son pura ficción, pues en algún punto logran captar aspectos del mundo externo objetivo; distinto a los segundos, descree que los conceptos puedan identificarse linealmente con la realidad.

En el marco de las intensas transformaciones efectuadas con el correr de la TGA, el realismo analítico es levemente revisitado cuando se vincula con el esquema AGIL (Parsons, 1961): a los hechos -enunciados sobre fenómenos empíricos- les incumbe la función adaptativa (A); aunque se orientan hacia los fenómenos, Parsons insiste en recordar que estos se ubican en el entorno de la ciencia. Al logro de metas (G) le concierne la solución de los problemas empíricos; ello informa que, además de ser válidos, los hechos deben conectarse con problemas que sean importantes para la labor científica. Su relevancia la define el tercer componente, el sistema teórico que, al organizar a los hechos en un cuerpo común de conocimiento, se aboca a la integración (I). En cuarto lugar, el sistema teórico solo adquiere sentido cuando depende del marco de referencia, base del mantenimiento de patrones (L), está conformado por premisas de un orden más elevado, que no requieren validación empírica inmediata, pues subyacen a los significados de los problemas investigados. Aunque el planteo no es novedoso, sí lo es la vinculación de sus componentes en torno a la doble jerarquía cibernética. En cuanto a la jerarquía descendente de factores de control (L→I→G→A), el marco de referencia controla al sistema teórico, delimitando su campo de observación; luego, los problemas, una vez que son definidos por dicho sistema, adquieren interés; finalmente, en función del problema empírico seleccionado, se distingue entre fenómeno y hecho. Viceversa, según la jerarquía de condicionamiento (A→G→I→L), en caso de no demostrar la validez de los hechos utilizados para resolver un problema, este no alcanza estatus científico; lo que también aplica a un sistema teórico no orientado por problemas de raíz empírica; consecuentemente, un marco de referencia que no sirva para enlazar teorías con problemas empíricos carece de interés dentro del campo científico.

El realismo analítico y sus controversias

Además de la mencionada discusión concentrada en la identificación del modelo filosófico más influente para el realismo analítico -entre el de Kant y el de Whitehead-, sobresalen otras dos controversias que aquí interesa examinar. La primera indaga si dicha postura es constante frente a los cambios efectuados en el transcurso de la TGA. Según la distinción entre objetivos -epistemológicos- y problemas sustantivos -relativos al análisis estrictamente científico-, Bershady (1973) argumenta que la unidad de la TGA se sustenta en el desarrollo de una estrategia epistemológica para demostrar la factibilidad de concebir una ciencia general de la sociedad y desarrollar las conceptualizaciones adecuadas a incluir dentro de su marco. Al evaluarlo, concluye que existe un abismo entre la intención y su consecución: dado que para resolver problemas sustantivos -por ejemplo, el del orden, el cambio o la integración-, incorpora nuevos elementos conceptuales, y el marco no satisface el criterio de la generalidad y exhaustividad de sus categorías. Contrariamente, para Savage (1999), el realismo analítico no puede tratarse como un árbitro externo determinante del discurso debido a sus contradicciones internas. En contraste a Bershady, indica que los problemas sustantivos no son producto de elementos extradiscursivos -los objetivos epistemológicos-, sino conceptos con peso propio que fundan áreas teóricas vitales del pensamiento parsoniano -teoría de la acción, sistema social, estructural-funcionalismo, cambio social, etc.-. En cuanto a la mencionada inconsistencia, se asienta en la combinación de elementos antagónicos: puede afirmarse que el orden fáctico es condición de todo conocimiento -como lo conciben las posturas dogmáticas que se privan de su demostración- o puede pensarse como producto del conocimiento, por lo que la referencia a una realidad anterior a la teoría no constituye un requisito lógico. Al valerse de ambas alternativas, y entender lo real como condición y a la vez como producto del conocimiento, Savage afirma que el realismo analítico pierde validez. Por su lado, frente a una imagen de continuidad, Habermas (1987) sugiere que la última etapa de la TGA -cuando el primado conceptual de la acción es reemplazado por el sistema- rompe implícitamente con el realismo analítico, el cual pasa a ocupar un lugar retórico dentro de su esquema: según el AGIL, los enunciados sobre normas, valores, fines y recursos lograrían dar cuenta de relaciones empíricas. Por ende, la nueva versión adquiere un componente esencialista, pues ''lo que antes había sido entendido como una proyección constructiva del científico cobra ahora connotaciones de una reconstrucción de las características de sistemas de acción que se estructuran a sí mismos'' (Habermas, 1987, p. 338).

Otra controversia involucra diferentes intentos de caracterizar la ontología y epistemología subyacente al realismo analítico: en Johnson, Dandeker y Ashworth (1984), se sugiere que es posible acceder a la estructura de una teoría social conociendo cómo resuelven el problema ontológico sobre la naturaleza de la realidad social -que abre la dicotomía entre posicionamientos idealistas/materialistas- y la pregunta epistemológica acerca de cómo podemos conocer esa realidad -que abre la dicotomía entre posicionamientos nominalistas/ realistas-. Con esa tesitura, sostienen que, producto de una ontología materialista y una epistemología nominalista, la estructura de la teoría parsoniana es empirista, aunque posee un carácter refinado. Esto porque en función de salvar al empirismo, le efectúa ciertas críticas, traza puentes y propone síntesis con otras estrategias. Sin embargo, dictaminan que las inconsistencias internas a su teoría -evidenciadas en un determinismo cultural, el cual la inclina hacia el idealismo especulativo- provocan fracasos en los intentos sintéticos; además, entienden que el empirismo tradicional aflora en su criterio de validación, según el cual es posible descubrir el mundo social mediante observaciones de la experiencia. Diametralmente opuesta es la lectura de Mouzelis (1991). Según esta, al acentuar las autodeterminaciones de los valores de la sociedad, la ontología de Parsons es de corte idealista y llega a tornarse ultraidealista una vez que ubica al sistema cultural en lo más alto de la jerarquía cibernética. Sumado a ello, para apreciar su epistemología realista y claramente antinominalista, recomienda observar al esquema AGIL, el cual refiere a procesos sociales reales y concretos, que nunca dependen de lo que los teóricos sostengan sobre ellos. En cuanto a denominarlo empirista, supone que en principio es adecuado, pues el propio Parsons plantea que, si el conocimiento avanza, puede aproximarse a lo real. Empero, cree que se trata más bien de una técnica retórica -con carácter metodológico-, el lugar de una práctica efectiva, pues la construcción de su teoría no sigue una línea inductiva ni es producto de acumular investigación empírica, sino que toma la forma de un marco conceptual elaborado para observar el mundo social. Almaraz (1981), por su parte, utiliza la etiqueta nominalismo moderado para caracterizar una perspectiva que entiende que el científico reconstruye la realidad por medio de símbolos que seleccionan ciertos aspectos de ella, pero, a su vez, que tal nominalismo se modera al trabajar con abstracciones analíticas que representan adecuadamente lo real. Así, combina ''carácter heurístico, pero fundado, de los conceptos, abstracción analítica, pero realista'' (Almaraz, 1981, p. 65). Asimismo, apunta que es en el realismo analítico, en general, y en la conceptualización de los elementos analíticos, en especial, donde brota el trasfondo filosófico de Whitehead que Parsons adopta con una leve modificación: lo que para el filósofo es descripción metafísica de la realidad y de la experiencia, para el sociólogo es ordenación metodología de la realidad y de la experiencia.

Esta interpretación permite retomar la disputa centrada en si el núcleo de la TGA es de corte kantiano o whiteheadano. A diferencia de los posicionamientos anteriores, aquí estos no son excluyentes, sino que se observa una diferencia de énfasis. Münch (1987), por ejemplo, no niega que Parsons sea heredero de la filosofía de Whitehead, sobre todo de su creencia metafísica de que el mundo tiene un orden que puede ser comprendido conceptualmente por el propio mundo. No obstante, su principal interés es evidenciar la continuidad de la TGA en el desarrollo de una estrategia general para integrar dualismos -vía interpenetración- y demostrar que dicha estrategia se basa en la filosofía de Kant, primer modelo orientado a la superación de dicotomías. Si bien Fararo (1981) reafirma esta aspiración sintetizadora, cree que su origen es otro: ''Parsons es un analista de procesos relacionales que trabaja dentro de una cosmovisión de procesos de Whitehead'' (p. 204). A sus ojos, la filosofía del proceso2 es en sí misma una síntesis, fundamentada en una metafísica multidimensional que integra materialismo e idealismo. Entiende que cuando estos principios se combinan con un enfoque más empírico del pensamiento sistémico -en gran parte originado por el pensamiento de Pareto-, el realismo analítico toma su forma definitiva.

A fin de aportar a estos debates y con foco especial en el último, en los siguientes apartados se pretende reconstruir la influencia de Whitehead sobre los aspectos filosóficos de la TGA. Para ello, a continuación, se exponen algunos lineamientos de La ciencia y mundo moderno (Whitehead, 1949), obra frecuentemente citada y recomendada por Parsons a sus alumnos (Camic, 1987; Fararo, 2001).

La cosmología de Whitehead

La ciencia y mundo moderno3 relata el proceso de consolidación de la ciencia moderna -producto del desgarramiento de la cristiandad de Occidente-, que comienza en el siglo XVII y encarna en diversas instituciones. Este novedoso estado de ánimo asienta su reacción a los principios medievales sobre tres pilares: el nacimiento de las matemáticas, la creencia instintiva en el orden de la naturaleza y el desarrollo de un racionalismo enfrentado a las explicaciones metafísicas. Esas cualidades dan cuenta del predominio del materialismo que, convertido en ortodoxia, prevalece hasta principios del siglo XX. Para Whitehead, el éxito metodológico de su esquema se afirma en una justificación puramente pragmática: funciona. La teoría mecanicista, máxima expresión de esta corriente, sigue el derrotero iniciado por Bacon, continuado por Galileo y consumado por Newton, quien, al determinar que la masa mensurable es el elemento común a cualquier cuerpo en distinta cantidad, establece la medida con la cual debe proceder la física. Luego, el éxito demostrable y acumulativo de sus experimentaciones estimula el desarrollo de nuevas ciencias, como la astronomía dinámica y la ingeniera. Cuando desagrega el esquema, señala que, en virtud de la dualidad materia/espíritu, opta por la primera: presupone que el hecho último de la naturaleza es la existencia de una materia prima irreductible, la cual sigue siempre una rutina fija e impuesta por relaciones externas y, por fin, postula que la materia en movimiento es la única realidad concreta de la naturaleza. Al evaluarlo, concluye que el fundamento del materialismo reposa en la doctrina de la locación simple, según la cual una porción de materia está donde se encuentra en términos de sus relaciones espacio-temporales; es decir, tiene locación simple en una región precisa del espacio y a través de una duración definida en el tiempo, sin importar las relaciones que pueda establecer con otras regiones del espacio o con otras duraciones del tiempo. Visto así, este credo ortodoxo responde a la pregunta clásica acerca de qué está hecho el mundo, con una simple respuesta: es una sucesión de configuraciones instantáneas de materia.

Aunque el materialismo no es la única corriente dentro del campo científico, domina hasta tiempos recientes, cuando numerosos descubrimientos -principalmente los de la física contemporánea con la teoría de la relatividad y la teoría cuántica, y las nociones de vector, campo físico, evento, proceso, etc.- desafían su alcance explicativo, ponen en cuestión sus supuestos e inauguran nuevas formas de entender la naturaleza. La crítica de Whitehead apunta al corazón del materialismo: la idea de locación simple impide captar el modo primario de implicación de las cosas en el espacio-tiempo, pues incurre en la ''falacia de lo concreto mal ubicado'' (Whitehead, 1949, p. 68), error involuntario que consiste en confundir lo abstracto con lo concreto. Para liberarse de tales limitaciones, elabora una nueva doctrina de carácter organicista, cuyo postulado principal asegura que, por medio de una abstracción constructiva, puede establecerse un conjunto de abstracciones que sean porciones de materia localizadas simplemente y otras que sean los espíritus que figuran en el esquema científico. Así, su perspectiva organicista incorpora la distinción materia/espíritu en tanto componente fundamental de un solo esquema.

Para apreciar los alcances de esta tesis, es preciso revisar algunos de los principios generales que la sostienen. Whitehead cree que la consolidación del campo científico estriba en un imponderable: ''la convicción instintiva de la existencia de un orden de cosas y, en particular, de un orden de la naturaleza'' (Whitehead, 1949, p. 16). La cualidad instintiva refiere al motor que dirige las actividades de los hombres, diferente de las palabras con las cuales ellos intentan explicarlas. La fe en que pueda haber ciencia, entonces, es condición de posibilidad de su surgimiento, lógicamente previa a ella.

Sobre esa base, se asientan los primeros lineamientos de una postura cosmológica basada en la convicción de que hay un orden, esto hace innecesario apelar a una realidad última inexplicada. El objeto de indagación es en tanto en su propio ser la naturaleza no se muestra como explicación de sí misma. Si se opta por este camino, la comprobación de lo que las cosas son provee explicaciones de por qué las cosas son:

Toda explicación tiene que terminar en definitiva en una arbitrariedad, y mi aspiración es que la arbitrariedad última de lo positivamente dado, de que parte nuestra formulación, revele los mismos principios generales de la realidad, que comprobamos confusamente como extendiéndose hacia regiones situadas más allá de nuestras facultades explícitas de discernimiento. (Whitehead, 1949, p. 117

Así, ''la naturaleza se presenta como ejemplificación de una filosofía de la evolución de organismos sujeta a determinadas condiciones'' (Whitehead, 1949, p. 130), como las dimensiones del espacio, las leyes de la naturaleza y los átomos y electrones que las confirman. ¿Qué significa tener fe en la razón? Es la

Confianza de que las naturalezas últimas de las cosas se hallan reunidas en una armonía que excluye la pura y simple arbitrariedad. Es la fe de que en la raíz de las cosas no encontraremos caprichoso misterio y nada más. Brota del examen directo de la naturaleza de las cosas, tal como se revela en nuestra propia experiencia presente e inmediata. No es posible separarnos de nuestra propia sombra. Sentir esa fe es saber que al ser nosotros mismos somos más que nosotros mismos; es saber que nuestra experiencia, aun siendo confusa y fragmentaria, sondea las mayores honduras de la realidad; es saber que los detalles separados, sólo para que sean ellos mismos, deben encontrarse dentro de un sistema de cosas; es saber que, mientras la armonía de la lógica pende sobre el universo como una férrea necesidad, la armonía estética se le aparece como ideal vivo que modela el fluir general en su progreso discontinuo hacia finos y sutiles resultados. (Whitehead, 1949, p. 33

Estas citas evidencian los supuestos de su cosmología en tanto ciencia de las ciencias ideada para superar los vicios del materialismo, eliminar los obstáculos en el camino hacia la razón, emprender una crítica completa de sus propias bases y volverse filosófica4 . Ello significa que la filosofía, el más importante ejercicio intelectual, armoniza las diversas abstracciones de la reflexión metodológica. Dado que ''el pensamiento es abstracto'' (Whitehead, 1949, p. 32) y que no es posible pensar si no mediante abstracciones, la filosofía contribuye a la crítica de estas últimas: las armoniza remarcando su relatividad, las compara con las intuiciones concretas y las incluye en sistemas completos de pensamiento.

Al armonizar y completar el resto de las ciencias, la filosofía asigna a la naturaleza de las cosas su verdadera condición relativa. Específicamente, la cosmología tiene por objeto estimular la fundamentación del conocimiento directo de las ocasiones reales de la experiencia inmediata, ofrecer una base para la sistematización de los diversos tipos de experiencia y proporcionar los conceptos para delinear una postura epistemológica. En ese sentido, elabora un modelo de dos componentes intrínsecamente vinculados -entidades actuales y objetos eternos que son potencialidad pura5 -, de donde se desprende que no hay entendimiento sin su mutua referencia:

En cualquier ocasión de cognición, lo conocido es una ocasión real de experiencia, en cuanto diversificada mediante referencia a un reino de entes que trascienden esa ocasión inmediata en que tienen conexiones análogas o diferentes con otras ocasiones de experiencia. (Whitehead, 1949, p. 192

Lo que distingue a los entes ideales es su naturaleza abstracta; para comprender su esencia, no hace falta referirse a la experiencia, pues ''ser abstracto es trascender las ocasiones concretas particulares del acontecer real'' (Whitehead, 1949, p. 193). Trascender, no obstante, no implica desconexión de lo real. Un objeto eterno es, en primer lugar, una individualidad particular que no puede ser descrita de otro modo -es lo que es- y contribuye de manera única al acontecer real. Además de su condición individual, presenta propiedades relacionales que dan cuenta de la variación del modo en que ingresa en cada ocasión. Por tanto, un objeto eterno es una posibilidad que se actualiza, una selección entre posibilidades que siempre comprende otros objetos eternos. En síntesis, tales objetos deben ser comprendidos en su individualidad, en sus relaciones con el resto de los objetos eternos y en los modos de su ingreso en ocasiones reales particulares. Del estudio de esas dimensiones, deriva una reflexión final: una ocasión real es una selección entre distintas posibilidades, por ello, la explicación última acerca de cómo adquiere carácter general no puede desligarse del análisis del reino de las posibilidades. El vínculo intrínseco entre actualidad y potencialidad revela la paradoja a la que se enfrenta la ciencia: ''las abstracciones máximas son las verdaderas armas para controlar nuestro pensamiento sobre los hechos concretos'' (Whitehead, 1949, p. 49).

Así, Whitehead construye su realismo provisional, fundado en el concepto de organismo (Whitehead, 1949) y elaborado en contrapartida a la hegemonía del materialismo, y tanto al idealismo como a su concepción de que el significado último del mundo de la naturaleza radica en la mentalidad plenamente cognitiva. La filosofía del organismo se nutre de la creencia de que la metáfora de la vida es apta para tratar todo lo concerniente a lo real. Como todos los hechos naturales son orgánicos, en contraste con el materialismo, sostiene que no hay materia inerte, sino naturaleza viva -energía dinámica-. Así, la cosmología whiteheadeana desarrolla una sabiduría inclusiva y omnicomprensiva, fundada en una visión antropomórfica de la totalidad -puesto que su origen es la razón especulativa humana-, según la cual es imposible hablar de una naturaleza en sí.

Cosmología y realismo analítico

El ascendente de Whitehead sobre Parsons ha sido directo, pues este no oculta su deuda con La ciencia y mundo moderno, publicado en 1925, apenas dos años antes de su incorporación al Departamento de Economía de la Universidad de Harvard; pero a la vez, estuvo mediado por las recomendaciones de Henderson, profesor de Biología y colega de Parsons en Harvard, que lo acercan al pensamiento del filósofo, sobre todo a sus críticas al materialismo, y su ignorancia del carácter orgánico de la sociedad y de la experiencia (Camic, 1987; Fararo, 2001). Ahora bien, ¿cuáles son concretamente los efectos de esa relación intelectual? La respuesta se organiza en torno a tres ejes: en los dos primeros, se retoman las referencias directas a Whitehead formuladas por el propio Parsons; el último rastrea los ecos implícitos de la cosmología whitehedeana en la ontología del realismo analítico.

Como se dijo, un elemento constitutivo del realismo analítico es su crítica al empirismo. Tal es así que la comprensión de sus principios resulta incompleta si no se atiende el alejamiento que propone con el modo empirista de concebir la realidad y de vincularla con los conceptos. Para fundamentar dicho apartamiento, Parsons se monta en el cuestionamiento al materialismo en general y particularmente en la ''falacia de lo concreto mal ubicado'' de Whitehead.

Sus objeciones se dirigen, en primer lugar, al ''empirismo positivista'' (Parsons, 1971, pp. 884-885) y a su idea de una materialización de sistemas teóricos generales del tipo lógico de la mecánica clásica. En su versión más radical, considera que los fenómenos a los cuales se aplica la teoría solo son comprensibles en términos de las categorías del sistema. En su faceta más moderada, todo cambio de un fenómeno se torna predecible si se conocen los valores de las variables del sistema; por tanto, toda predicción a partir de leyes funciona solamente cuando las condiciones experimentales están dadas. El ''empirismo particularista'' (Parsons, 1971, p. 885), en cambio, juzga que el único saber objetivo posible es aquel que refiere a los detalles de las cosas y de los sucesos concretos; además, señala que las categorías teóricas pueden observarse, describirse y situarse en una secuencia temporal, si bien no es posible establecer relaciones causales entre ellas. Por último, el ''empirismo intuicionista'' (Parsons, 1971, p. 886) comparte el rechazo de la validez de los conceptos teóricos generales y estima posible la elaboración de elementos conceptuales en el campo de las ciencias sociales, siempre y cuando capten el carácter individualizante de los fenómenos; luego, el estudio debe centrarse en la individualidad y no en el intento de descomponerlos en elementos subsumibles en categorías generales.

Si bien el empirismo, respaldado en los logros obtenidos por las ciencias naturales, goza de centralidad en el campo científico, Parsons subraya que sus inconsistencias lógicas obstaculizan el avance del conocimiento en virtud de su caída en la ''falacia de lo concreto mal ubicado''; esto es, creer que la teoría es un reflejo especular de la realidad, que entre teoría y empiria se verifica una coincidencia punto por punto. Además de restringir el conocimiento a lo puramente concreto y al sostener la existencia de una sola teoría capaz de explicar la totalidad de los fenómenos, esa interpretación culmina en la reificación de los sistemas teóricos (Parsons, 1971).

Esta apreciación también repercute en el postulado parsoniano acerca del carácter abstracto de los elementos de los que se ocupa la ciencia y, consecuentemente, en la epistemología del realismo analítico. La caída en la ''falacia de lo concreto mal ubicado'' no permite advertir que el quehacer científico pertenece a un orden diferente al de la pura empiria. Para salvarlo, la TGA concibe el marco de referencia como elemento iluminador del campo de observación del sistema teórico, cuya función se liga a la formulación y encadenamiento lógico de los problemas a contrastar con los hechos. Apropiándose de las ideas de Henderson, Parsons (1971) define un hecho como ''una afirmación verificable empíricamente acerca de fenómenos, en términos de un esquema conceptual'' p. 79). Los hechos no son los fenómenos en sí, sino afirmaciones sobre ellos realizadas siempre a partir del recorte previo efectuado por el marco de referencia, ese tipo especial de esquema conceptual perteneciente al campo estrictamente científico 6 . En base a ello,

es fundamental el que no hay conocimiento empírico que no se haya, en algún sentido y hasta cierto punto, formado conceptualmente. Cuando se habla de los ''puros datos de los sentidos'' o de la ''experiencia bruta'', o de la ''corriente informe de la conciencia'' no se está describiendo una experiencia efectiva, sino que se trata de una cuestión de abstracción metodológica, legítima e importante a ciertos efectos, pero abstracción al cabo. (Parsons, 1971, pp. 63-64

Por tanto, la descripción de un hecho ''no es una mera reproducción de la realidad externa, sino una ordenación selectiva de la misma'' (Parsons, 1971, p. 64). Un sistema de teoría científica, entonces, suele ser ''abstracto precisamente porque los hechos que engloba no constituyen una descripción completa de los fenómenos concretos implicados, sino que son enunciados en 'términos de un esquema conceptual’'' (Parsons, 1971, p. 79).

En la misma línea que Whitehead, cuando entrelaza pensamiento y abstracción, Parsons asevera que la ciencia es un terreno de abstracciones7 : no alude a fenómenos -''entidades concretas y realmente existentes'' (Parsons, 1971, p. 79)-, sino que trabaja con hechos enunciados sobre los fenómenos 8 . Por último, el realismo analítico se completa cuando propone que los elementos de la ciencia revisten carácter analítico; concepción heredera de Pareto para quien a través de un procedimiento lógico analítico -no experimental como el de la física- se alcanzan los hechos, afirmaciones verificables de una cosa que nunca los describen en su totalidad, que son independientes del observador (Parsons, 1971).

Hasta aquí, se sistematizaron los argumentos que el propio autor asume9 . A continuación, se indaga la posibilidad de extender el análisis examinando si hay huellas del pensamiento whiteheadiano en la concepción ontológica del realismo analítico. En este plano, corresponde hacer algunas salvedades: ni Parsons menciona explícitamente dicho asunto, ni Whitehead se detuvo en la distinción entre ontología y metafísica (González Pazos, 1985).

Cuando Parsons postula la existencia de un mundo externo de realidad -un orden fáctico- que no es creación humana ni puede reducirse a los términos de un orden ideal (filosófico) y sostiene que el orden fáctico es congruente con la lógica humana -los sucesos no ocurren al azar-, define una postura ontológica realista. Luego, plantea que el sistema teórico no representa a la realidad externa directa y literalmente, sino que, en virtud de la relación funcional existente entre ambos, puede representarla de manera adecuada; por ende, si se observa a sí mismo, no se considera una entidad empírica, sino una representación abstracta de ciertos fenómenos empíricos. Sobre esa base, concluye que, a pesar de las limitaciones inherentes al conocimiento humano, las proposiciones de la ciencia son cabalmente relevantes para captar aspectos significativos de la realidad.

A la vez, los elementos con los que trabaja la ciencia no son del todo concretos, sino abstracciones determinadas por el marco de referencia (son elementos analíticos). Sin embargo, Parsons hace hincapié en la necesidad de no confundir abstracción con irrealidad o ficción, ya que los elementos analíticos ''captan adecuadamente aspectos del mundo externo objetivo'' (Parsons, 1971, p. 887). La prueba de su validez se organiza en torno a un principio fundamental: los resultados del análisis científico pueden ser integrados en un cuerpo coherente de conocimiento que tiene consecuencias realistas; sobre la base de que el límite asintótico del conocimiento es la aprehensión de la realidad externa misma y que el progreso implica un mayor acercamiento a ese conocimiento, la acumulación de experiencias de valor refuerza y fortalece al sistema teórico, acercándolo a la asíntota.

Como se vio, el edificio cosmológico whiteheadiano se asienta sobre la convicción instintiva de que en la naturaleza existe un orden armónico, lógico y no arbitrario. Sin esa fe, no existirían condiciones de posibilidad para el pensamiento científico. Luego de comprobar su influencia directa sobre la TGA, cabe inferir que, implícitamente, el polo realista del realismo analítico también es deudor de Whitehead. Si ello es correcto, la coincidencia de que en la naturaleza existe cierto orden sería el supuesto que le permite a Parsons no poner en duda la existencia de la realidad, afirmar que hay un mundo fáctico y acreditar su orden lógico no sometido a variaciones azarosas.

Aunado a lo anterior, Whitehead aclara que dicha fe es una presuposición, por ende, no debe demostrarse: la naturaleza se explica a sí misma en su propio ser. Esa fe, entonces, motoriza la búsqueda de explicaciones sobre la naturaleza, que al originarse revelan principios generales de la realidad. Por fin, no parece osado considerar que sobre esta tesitura se asienta la consideración de Parsons acerca de que los elementos analíticos representan de manera adecuada la realidad y que la prueba de su validez es la posibilidad de integrarlos en un sistema teórico, el cual, al ponerse en marcha, funciona.

Revisitando los debates sobre el realismo analítico

A fin de aportar a la línea interpretativa que acentúa la influencia de Whitehead en el pensamiento parsoniano, el presente trabajo se enfocó en el realismo analítico. Si la relación propuesta es apropiada, pueden revisarse desde otro ángulo las controversias y críticas previamente expuestas.

En primer lugar, en contraposición con Habermas, para quien en el devenir de la TGA se produce una ruptura (implícita) con el realismo analítico, se intentó demostrar que este no solo mantiene su vigencia en el AGIL, sino que, además, una vez incorporado dicho esquema, las relaciones entre sus componentes se definen con mayor exactitud. Si bien esta consideración se acerca a la de Bershady, no se comparte el lazo propuesto por él entre los objetivos epistemológicos de Parsons y su intención de dotar al pensamiento sociológico de categorías a priori, necesarias y universales capaces de explicar el funcionamiento de la totalidad de los objetos sociales -piedra de toque para proclamar el abismo existente entre su intención y su logro-. Por el contrario, se considera que el proyecto intelectual de Parsons está unificado por el interés por construir un sistema teórico calificado para activar la maduración de la sociología (referencia borrada) y no por la epistemología. Las categorías señaladas por Bershady pertenecen al plano del sistema teórico, donde efectivamente experimenta transformaciones: en la teoría voluntarista de la acción, la categoría fundamental es el acto-unidad (Parsons, 1971); en el modelo trisistémico, la acción social es producto de la interrelación entre personalidad, sistema social y sistema cultural (Parsons, 1976); y en el esquema AGIL, hay acción social cuando se satisfacen las cuatro funciones necesarias para su existencia -adaptación, logro de metas, integración y latencia- (entre otros, Parsons, 1974; Parsons et al., 1953; Parsons y Platt, 1973).

Mención aparte merece la crítica de Savage, asentada en las suposiciones de que la ontología debe sostener a la epistemología y no inversamente, y el conocimiento tiene que reproducir el orden real. En base a ellas, sostiene que el realismo analítico cae en una circularidad inconsistente, pues el orden fáctico es al mismo tiempo producto y condición del conocimiento. El punto de discordia es que Parsons no plantea la ontología como una justificación de la epistemología. Aunque no ahonda demasiado en su distinción, el realismo analítico postula la existencia de un orden fáctico, que dicho orden es condición del conocimiento, y que en la medida en que el conocimiento representa de manera adecuada lo real, conoce más la realidad. Este trabajo intentó probar que los tres puntos se encuentran fuertemente influenciados por el principio whiteheadiano de la fe en la razón. Sin embargo, existe una marcada discrepancia que se corresponde con la diferencia entre filosofía y ciencia; según Parsons, la ciencia se distingue de la filosofía porque contiene una prueba de validez: la corroboración empírica. Una teoría, entonces, no es más válida que otra porque represente mejor lo real, sino por haber sido corroborada empíricamente. Luego, la acumulación de experiencias válidas le permite, de cierto modo, acercarse al conocimiento de lo real.

En cuanto al debate sobre la caracterización del realismo analítico, se enfrentó a la perspectiva de Johnson et al. (1984), para quienes la estructura de la teoría parsoniana es empirista -categoría a la que se llega entrecruzando una ontología materialista con una epistemología nominalista-, con la de Mouzelis (1991), quien considera la ontología de Parsons de corte idealista y su epistemología, realista. En principio, el análisis aquí presentado es más cercano al primer juicio, aunque se rechaza la categorización de empirista, en virtud del evidente alejamiento que a nivel filosófico Parsons plantea con esa tradición de pensamiento. No obstante, vale destacar el acierto de Mouzelis en su crítica al planteo de (Johnson et al., 1984): el vínculo propuesto entre estructura filosófica -ontológica y epistemológica- y problemas sociológicos ''no es un proceso equilibrado y bidireccional'', sino que los segundos se subordinan a la primera (Mouzelis, 1991, p. 6). Así, los autores llegan a sentenciar que las categorías sociológicas de la TGA no se ajustan a su estructura filosófica, lo que se evidencia cuando su determinismo cultural llevaría al idealismo especulativo (Johnson et al., 1984). Esto conduce a otro obstáculo, con el cual tropiezan ambas posiciones: lo mismo que Bershady, confunden dos dimensiones que, si bien se encuentran inherentemente entrelazadas, Parsons las distingue de manera analítica. Al respecto, el camino trazado en La estructura de la acción social es preciso: primero, plantea que el realismo analítico atiende al problema filosófico sobre el estatus de los conceptos respecto a lo real; luego, establece que un sistema teórico opera dentro del marco de referencia, interrelacionando conceptos para especificar lo propio de la acción social. En este sentido, cuando Johnson et al. (1984) y Mouzelis (1991) remarcan la relevancia del sistema cultural, sus consideraciones remiten al nivel del sistema teórico, donde, según el esquema AGIL, no caben dudas de que se trata del sistema con mayor peso en la jerarquía de información. Sin embargo, cuando al sistema cultural -lo mismo que al organismo conductual, al sistema de la personalidad o al sistema social- se lo observa a la luz del realismo analítico, no interesa su funcionalidad para el orden social, sino comprender que se trata de un elemento analítico, una hipótesis de trabajo o herramienta conceptual desarrollada para aproximarse a un objeto de estudio directamente inabordable dada su complejidad.

Por último, se considera que la etiqueta nominalismo moderado utilizada por Almaraz (1981) -cercana a la propuesta de Johnson et al. (1984)- resulta adecuada, aunque también se podría afirmar que el de Parsons es un realismo moderado por el adjetivo analítico. Con todo, se concluye que el vínculo con Whitehead permite definir al realismo analítico con mayor claridad: en el plano ontológico, su concepción realista media entre el empirismo -que defiende la homologación entre sistema teórico y sistema empírico en base al juicio de que la realidad posee un orden inmanente- y el ficcionalismo -para el que la realidad es indivisible e infinitamente compleja-. Si es válido reconocer la influencia de Whitehead, puede decirse que Parsons se aleja de la concepción realista defendida por el empirismo, pero no traspasa la línea hacia el antirrealismo del ficcionalismo por su fe en la razón, un imponderable filosófico y, por supuesto, no comprobable empíricamente, según el cual la realidad tiene cierto orden y los sucesos no ocurren al azar. Eso le permite establecer cierta congruencia o relación funcional entre orden fáctico y orden lógico, presupuesto ontológico sobre el que erige su epistemología. En este otro nivel, es evidente que su concepción analítica sigue a Whitehead cuando define que todo conocimiento empírico se forma conceptualmente y que la ciencia es terreno de abstracciones. Los hechos son abstractos, pues ordenan de forma selectiva la realidad y no la reproducen linealmente; en consecuencia, el sistema teórico que los interrelaciona también lo es.

Conclusiones

Este escrito comenzó con la crítica de Mills al elevado nivel de abstracción de la TGA. Realizado el recorrido, puede afirmarse que la teoría parsoniana se ocupa de hechos que no son los fenómenos en sí, sino afirmaciones sobre ellos realizadas según el recorte del marco de referencia de la acción. Así, más que una crítica, la objeción de Mills es una constatación, pues el realismo analítico, lejos de matizar el carácter abstracto de los enunciados, afirma que se limita a observar el mundo transfenoménico. En ese plano, se advierten las repercusiones del pensamiento de Whitehead. Deliberadamente, Parsons incluye la ''falacia de lo concreto mal ubicado'' para elaborar su crítica al empirismo; con ello, admite que la ciencia se mueve en un nivel de la abstracción diferente al de la pura empiria. Por último, pero ahora de forma implícita, su concepción ontológica también es deudora de la cosmología de Whitehead.

Para concluir, cabe preguntarse si la identificación de tales rastros arroja luz sobre los nexos lógicos entre sociología y filosofía, y entre teoría y generalizaciones empíricas. Comenzando por el primero, se resalta que, en el camino hacia la delimitación del campo estrictamente científico, Parsons indaga su conexión con la filosofía, área aledaña con la que mantiene una actitud de precaución: si bien se sumerge en sus peligrosas aguas, evita el naufragio. La sociología, entonces, acude a la filosofía para responder al interrogante acerca del estatus de los conceptos en la realidad; solo allí puede encontrar su respuesta. Sin embargo, aunque juzga que ciencia y filosofía comparten la finalidad de comprender racional y cognoscitivamente la experiencia humana, señala que se distancian en cuanto al método empleado, pues mientras la ciencia requiere la comprobación empírica de sus observaciones, a la filosofía no se le demanda esa tarea; por tanto, concluye que mantienen entre sí una relación de crítica mutuamente correctora, pues las observaciones científicas pueden desestabilizar puntos de vista filosóficos, al tiempo que esos puntos de vista permiten revisar la validez de las observaciones.

De esa manera, la sociología asume su carácter abstracto sin renunciar al compromiso con la empiria. Ese marco encuadra su fundamento sobre la relación entre investigación teórica y empírica: si se sigue la jerarquía de control, el marco de referencia alumbra el campo de observación del sistema teórico, ligado a la formulación y encadenamiento lógico de los problemas a contrastar con los hechos; no obstante, invirtiendo la jerarquía, las corroboraciones empíricas constituyen la prueba de validez de las teorías. Ello ilustra la inconveniencia de separar dos áreas intrínsecamente entrelazadas: una teoría es inválida cuando se desliga de corroboraciones empíricas y, si los hechos no refieren a problemas precisos, son solo acumulación de datos.

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Notas

1Pedro Giordano es doctor en Ciencias Sociales por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Becario post doctoral CONICET, con sede de trabajo en el Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Sus principales áreas de trabajo son la teoría sociológica, la teoría social, sistemas sociales, complejidad, constructivismo. Contacto: pedrogiordano83@yahoo.com.ar

2El propio Fararo (2001) pretende aportar al área de la teoría sociológica al adoptar una cosmovisión basada en la metafísica de los procesos, donde la figura de Whitehead constituye uno de los pilares fundamentales, junto a Hegel, Peirce, James, Dewey y Rescher, entre otros. Sucintamente, argumenta que, en contraste a la filosofía de la sustancia, enfocada a la individualidad y la separación discreta de los fenómenos que estudia, una metafísica de los procesos prioriza las redes de relaciones dinámicas que emergen entre estos.

3Según la clasificación de González Pazos (1979), La ciencia y mundo moderno es la obra medular del período intermedio del pensamiento whiteheadiano que, entre 1924 y 1927, aborda problemas epistemológicos derivados de su filosofía de la ciencia natural; lo antecede un primer período que, entre 1898 y 1924, se concentra en la fundación de la lógica matemática, cuya aplicabilidad universal la vuelve prototipo de todo conocimiento claro y preciso; y lo sucede un último período que, entre 1929 y 1947, desarrolla los principios generales de su cosmología

4Enlazando estos preceptos, González Pazos (1985) argumenta que la tarea fundamental de la razón es la construcción de una teoría cosmológica compuesta por un cuerpo categorial producto de la filosofía especulativa. En consonancia con la presuposición según la cual la naturaleza se encuentra ordenada lógicamente, el único método al que se somete la razón especulativa es el de la lógica.

5Aunque las categorías whiteheadeanas de la existencia llegan a ocho, González Pazos las resume en dos tipos elementales: las entidades actuales o realidades finales -actos de experiencia surgidos de los datos-, y los objetos eternos o potenciales puros -formas posibles de determinación de una entidad actual-. En cuanto al vínculo, las entidades actuales se apropian solo de aquellos objetos eternos relevantes a sus fines, los que le permiten cumplir su designio subjetivo. En este sentido, los objetos eternos son universales que definen a las entidades actuales según como se actualizan (González Pazos, 1985).

6Con esta tesis, suprime la búsqueda de verdades universales de su esquema. Al depender del marco de referencia que restringe la observación, todo enunciado verdadero es relativo (Treviño, 2001).

7Según Treviño (2001), Parsons sostiene una presunción ontológica según la cual todo lo que pertenece al universo social tiene características sistémicas que pueden ser capturadas por conceptos abstractos. De ahí deriva la famosa referencia a sí mismo como un teórico incurable.

8Al respecto, Almaraz se apropia del lenguaje whiteheadiano para sostener que: ''El trascender los casos concretos del suceder real equivale a decir abstracción. Parsons incluye en el concepto mismo de 'hecho’ al elemento de la abstracción teórica, como explicitación de que la teoría analítica trasciende lo concreto sin abolir lo real'' (Almaraz, 1981, p. 52).

Recibido: 05 de Agosto de 2021; Aprobado: 13 de Septiembre de 2022

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