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Comunicación

versão On-line ISSN 1659-3820versão impressa ISSN 0379-3974

Comunicación vol.31 no.1 Cartago Jan./Jun. 2022

http://dx.doi.org/10.18845/rc.v31i43.6281 

Artículo

Lengua, enunciación, discurso. Un estudio sobre la noción de subjetividad en algunas propuestas lingüísticas

Language, enunciation, discourse. A study on the notion of subjectivity in some linguistic proposals

Karina Savio1 

1Universidad Arturo Jauretche, Argentina

Resumen:

Este artículo busca ubicar, interrogar y analizar qué se interpreta por el término subjetividad en determinados enfoques provenientes de los estudios del lenguaje. En este sentido, hemos incluido autores representativos que se inscriben dentro de la tradición enunciativa y algunos procedentes del análisis del discurso, los cuales se valen de la enunciación para problematizar su naturaleza, a saber: Arnauld y Lancelot, Bally, Benveniste, Jakobson, Culioli, Ducrot, Kerbrat-Orecchioni, Maingueneau, y Pêcheux. Nuestro escrito está organizado siguiendo tres ejes: las definiciones de enunciación establecidas en los textos seleccionados, los modos en que en estas elaboraciones se entiende la lengua y su articulación (o no) con el pensamiento, y las formas en que circula(n) la(s) subjetividad(es) y sus implicaciones. Este recorrido nos ha permitido identificar las distintas concepciones relativas a la dimensión enunciativa y a la relación lengua/pensamiento que atraviesan los desarrollos teóricos abordados, asimismo, ha reconocido dos modos de pensar la subjetividad: una constituyente, en la que el sujeto es causa, origen; y otra constituida, donde el sujeto es efecto. Sin embargo, hemos advertido diversos matices que singularizan las distintas propuestas.

Palabras-clave: lengua; pensamiento; discurso; lingüística; investigación lingüística; afectividad

Abstract:

The purpose of this article is to locate, question and analyze what is understood by subjectivity in certain approaches coming from language studies. In this respect, representative authors have been included who are part of the enunciative tradition, and some are from discourse analysis who use enunciation to question its nature, namely: Arnauld and Lancelot, Bally, Benveniste, Jakobson, Culioli, Ducrot, KerbratOrecchioni, Maingueneau and Pêcheux. This paper is organized along three axes: the definitions of enunciation established in the selected texts, the ways in which language and its articulation (or not) along with thought are understood in these elaborations, and the ways in which subjectivity(ies) circulate(s) and their implications. This journey has made it possible to identify the different conceptions related to the enunciative dimension and to the language/thought relationship that cross the theoretical developments addressed, and has recognized two ways of thinking about subjectivity: a constituent subjectivity, in which the subject is cause, origin; and a constituted subjectivity, in which the subject is effect. However, there are various nuances that distinguish the different proposals.

Keywords: language; thought; discourse; linguistics; linguistic research; affectivity

Introducción

El término subjetividad convoca una multiplicidad de sentidos que denuncian su inscripción en los anaqueles de saberes de distinta procedencia. La literatura, el psicoanálisis, la psicología, la filosofía, la antropología, la historia, los estudios culturales, por nombrar solo algunos, demandan a esta noción respuestas a un abanico de interrogantes que nacen en el marco de sus propias preocupaciones. De allí la dificultad de limitar su definición en un único enunciado que logre reunir esta notoria dispersión.

La lingüística no ha quedado al margen de la heterogeneidad constitutiva de este escenario. La subjetividad lingüística, la subjetividad enunciativa, la subjetividad locutiva son denominaciones que buscan especificar esta categoría desde trabajos teóricos cuyo abordaje es la lengua y/o el lenguaje desde la enunciación2. En estas páginas no se intenta emprender un recorrido exhaustivo sobre los modos en que estas propuestas utilizan tales expresiones: sería una empresa inabarcable. El objetivo es, en verdad, ubicar y discutir ciertas tensiones y problemas que emergen al usarlas en las producciones elaboradas por algunos de estos enfoques.

El interés de revisar la noción de subjetividad en su cruce con la lengua y/o con el lenguaje surge a partir de una ausencia. En efecto, la lectura detenida de libros, artículos, capítulos, ponencias e investigaciones que buscan indagar problemáticas asociadas a la enunciación3 y cuyos títulos llevan estos términos evidencia que en la mayoría de ellos no se aclara qué se entiende por esta categoría; en otros, no se la retoma en el cuerpo de sus desarrollos; y, en ciertos casos, se la incluye, en un gesto de distancia e incomodidad, bajo comillas4. Se instituye así en palabra clave abandonada, cuyo significado implícito se reviste de sentido común.

¿Debemos desterrar, entonces, esta noción de la lingüística?

En este artículo, se parte de pensar la lengua desde una perspectiva discursiva, en particular, desde la(s) mirada(s) provistas por el análisis del discurso5. Se entiende que, si bien los enfoques enunciativos postulan diferencias respecto a la relación entre el sujeto y su decir, entre otros elementos, contribuyen a examinar y problematizar las zonas de anclaje de quien enuncia. En este sentido, según Pêcheux (1981), aunque no pueda establecerse un continuum entre estas visiones, el estudio vinculado a las arcas de la enunciación es un punto medular del análisis del discurso.

En numerosos trabajos, el término subjetividad es empleado como sinónimo de sujeto y/o sujeto de la enunciación. También es frecuente encontrarlo junto a figuras que pertenecen a otras posiciones teóricas, tales como las de locutor, enunciador, coenunciador, hablante, sujeto hablante, sujeto enunciador, emisor, destinador, actante y enunciante. Por esta razón, el propósito es ubicar, recuperar y analizar qué se interpreta por subjetividad, por un lado, en determinados enfoques que hacen un uso explícito de esta noción, por el otro, en aquellos que no emplean esta categoría, pero que suelen incluirse dentro de los estudios lingüísticos de la subjetividad. A pesar de adoptar categorías que no le son propias -la de sujeto es una de ellas-, se concibe, siguiendo a Authier-Revuz (1984), que la lingüística no siempre exhibe su relación con el exterior. Sin embargo, es posible deducir las premisas en las cuales se sustenta. En este texto, se pretende determinar la respuesta a una pregunta que retoma aquella realizada por Foucault (2002, p. 53): ¿qué es ese yo que se constituye en estos enfoques?

Son conocidas las teorías que atienden a las múltiples dimensiones de la enunciación en la lengua, de haber sido formuladas en momentos históricos diversos, son ampliamente reconocidas dentro del campo de la lingüística, en especial, en el escenario intelectual francés6 y son referencias ineludibles en los planteos sobre la subjetividad7. Con ello, no ambicionamos agotar el debate, sino, por el contrario, abrir la discusión. Los trabajos previos que han abordado la noción de subjetividad pueden reunirse en dos grupos. Por una parte, aquellos que rastrean este término en algún autor particular; este es el caso de Ono (2012) quien analiza los escritos de Benveniste, y Bertorello (2005) y Donaire (2015) estudian los de Ducrot. Por otra parte, los que despliegan esta categoría articulada con algún eje (Chen, 2008; de Fina, 2009; Finegan, 1995; González de Requena Farre, 2017; Pérez Sedeño, 2001; Serrano, 2014; Zoppi Fontana, 1997). Dentro de este grupo, se destaca la publicación coordinada por García Negroni y editada en el 2015 en Argentina. Sin embargo, hasta el momento no encontramos antecedentes que exploren esta problemática a partir del diálogo entre diversas concepciones teóricas.

El desarrollo de este artículo se encuentra organizado en tres tramos. El primero se detiene en las distintas definiciones de enunciación establecidas por los autores seleccionados, para reseñar sus particularidades y observar sus diferencias. Nos aproximamos, en un segundo momento, a los modos en que en estas elaboraciones se entiende la lengua y su articulación (o no) con el pensamiento. Finalmente, se centra en el asunto aquí propuesto: las formas en que circula(n) la(s) subjetividad(es) y sus implicancias. Se han considerado para esta investigación a Arnauld y Lancelot -puntualmente su Grammaire générale et raisonnée8-, a Bally, a Benveniste, a Jakobson, a Culioli, a Ducrot, a Kerbrat-Orecchioni y a Maingueneau. Asimismo, se incluyen referencias que no solamente se inscriben en el vasto campo de la enunciación, sino que también se valen de ella para problematizar su naturaleza, a saber, los trabajos de Michel Pêcheux. Es fundamental aclarar, por último, que no se busca reponer un panorama exhaustivo de la producción de estos autores, sino que se analizan sus textos más representativos para abrir interrogantes en torno a la noción de subjetividad.

Las múltiples formas de la enunciación

En este apartado presentamos sin atenernos a un orden cronológicolas diversas posiciones plasmadas en torno a la enunciación y que denuncian, ya lo hemos anticipado, la imposibilidad de reunirlas bajo criterios unánimes. Esta breve revisión permitirá recuperar la heterogeneidad teórica de estas propuestas9.

Para comenzar este primer tramo, recordemos que la Grammaire générale et raisonnée (conocida como la Gramática de Port-Royal) de Arnauld y Lancelot (1803), publicada en 1660, no refiere explícitamente a la enunciación: es el lazo entre la lengua y el pensamiento, y entre la lengua y el espíritu, sobre el cual volveremos en los siguientes apartados, el que ubica esta gramática como precursora de los estudios de Bally10. La teoría general de la enunciación aparece nombrada como tal en Linguistique générale et linguistique française de 193211. Bally (1944, 1962) se acera a esta categoría, aunque no la defina con precisión, desde dos vertientes: (a) en su articulación con el modus -lo describiremos cuando abordemos la noción de subjetividad-12 y (b) en su relación con la situación13. Sobre este último punto, ya en 1926 en El lenguaje y la vida (1962), plantea que la realidad extralingüística sostiene el discurso y permite sobreentender la mayor parte de lo que se quiere hacer comprender. El habla, junto a la situación y al contexto, suple las deficiencias de la lengua; provee datos que funcionan como signos.

A finales de la década del cincuenta, la importancia del contexto, entendido en otros términos, es retomada en el esquema de la comunicación diagramado por Jakobson (1985, 1988)14. Su teoría no se inscribe explícitamente dentro de los estudios sobre la enunciación, pero la postulación de las funciones del lenguaje contribuye a horadar la propuesta estructuralista saussureana al desarrollar la existencia de seis funciones (emotiva, referencial, poética, fática, metalingüística y conativa), asociadas a los distintos factores constitutivos de los procesos lingüísticos: el destinador, el contexto, el mensaje, el contacto, el código y el destinatario. En este sentido, dentro de las funciones del lenguaje, la referencial o denotativa privilegia el contexto, concebido como el marco referencial del mensaje15.

Benveniste (2002) es quien, por primera vez, no solo hace uso del término enunciación, sino que también establece su sentido16. La enunciación es pensada, para este autor, como el acto individual de utilización de la lengua en el cual se produce un enunciado. A través de ella, se instituye la conversión de la lengua en discurso. Como se puede notar, esta definición centra su foco en el acto, pero también en el individuo, quien emerge implícitamente en el adjetivo que lo acompaña.

A diferencia de Benveniste, en el planteo de Ducrot (2001) tanto la figura de quien enuncia como la de acto quedan desplazadas17. En efecto, desde la teoría ducrotiana se afirma que la enunciación es un acontecimiento histórico conformado por la aparición de un enunciado, el cual, a su vez, se define como la manifestación particular hic et nunc de una oración. Esta enunciación, de aparición momentánea, es, por otra parte, constitutiva del sentido, conformado por el conjunto de indicaciones que se refieren a este acontecimiento.

A pesar de proponer una teoría general de la enunciación, este término no es el que prevalece en el enfoque de Culioli (2010)18. Por el contrario, el más empleado es el de enunciativo, que integra la denominación de su teoría de las operaciones enunciativas. En esta perspectiva, la enunciación es abordada en términos relacionales y es asociada fundamentalmente con la situación: todo enunciado se localiza en una situación de enunciación que se define con respecto a un sujeto enunciador S0 (primer sujeto enunciador) en un tiempo de enunciación T0. Lo enunciativo, en cambio, remite a tres dimensiones: la construcción de representaciones de orden nocional, subjetivas y culturales; la construcción de un espacio de referencia ajustado entre los sujetos; y una regulación a partir de objetivos de los que se es más o menos consciente, la cual comporta necesariamente interacciones complejas entre categorías heterogéneas. Para este lingüista, la actividad del lenguaje no vehiculiza sentidos previos, sino que produce y reconoce formas en tanto huellas de operaciones enunciativas de representación, referenciación y regulación aprendidas a través de configuraciones específicas. Estas representaciones se organizan en tres niveles, que no se relacionan de forma unívoca. El nivel 1 está compuesto por las representaciones mentales, la cognición; el nivel 2, por representaciones lingüísticas; y el nivel 3, por representaciones metalingüísticas.

Estas divergencias teóricas en cuanto a la enunciación son visibilizadas por KerbratOrecchioni (1997), quien discute con la idea de que pueda ser calificada como acto o acontecimiento: la enunciación, según esta autora, no es pasible de ser estudiada considerando estas variables19. En su libro La enunciación. De la subjetividad en el lenguaje de 1980 distingue la enunciación ''restringida'' de la ''ampliada''. En el primer caso, se analizan las huellas lingüísticas de la presencia del locutor en el enunciado; es decir, se estudian sus lugares de inscripción. En el segundo, se describen las relaciones que articulan el enunciado y los diferentes elementos del marco enunciativo; se toma en consideración a los protagonistas del discurso y la situación de comunicación (variables espaciotemporales y condiciones generales de producción/recepción del mensaje). La autora aclara, asimismo, que las huellas enunciativas no deben confundirse con la enunciación misma.

En los últimos años, Maingueneau (2003, 2009) ha insistido en diferenciar la situación de comunicación, contexto en el que se produce un texto, de la situación de enunciación, constituida por un sistema de coordenadas abstractas, lingüísticas, las cuales hacen que todo enunciado sea posible por reflejar su propia actividad enunciativa20. En sus trabajos emplea la categoría escena de enunciación, a la que caracteriza a través de tres elementos: la escena englobante, la escena genérica y la escenografía. Mientras la primera remite al tipo de discurso utilizado en determinado texto, y la escena genérica, al género correspondiente, la escenografía se elabora y se convalida progresivamente a través de la enunciación misma. Esta última se asocia con una cierta representación del locutor, del destinatario, del lugar y del momento.

Para finalizar esta concisa exploración, concluimos con algunas referencias a Pêcheux21. Este autor, junto a Fuchs (1975), problematiza la noción de enunciación, ya que, según ellos, si se la define como la relación entre el sujeto enunciador y su enunciado, el sujeto se presenta o se identifica en esta fórmula como la fuente de sentido22. De esta manera, las teorías de la enunciación reproducen la ilusión del sujeto. En esta misma línea, en Las verdades evidentes. Lingüística, semántica, filosofía (2016), se plantea que, en el dominio del lenguaje, la enunciación designa los actos de toma de posición del sujeto, en tanto sujeto-hablante. La noción de acto de habla traduce, en esta concepción, el desconocimiento de la determinación del sujeto en el discurso.

A diferencia de los estudios enunciativos, Pêcheux y Fuchs (1975) sugieren que los procesos de enunciación consisten en una serie de determinaciones sucesivas por las cuales la enunciación se constituye poco a poco, y que tienen la característica de plantear lo ''dicho'', por tanto, de rechazar lo ''no dicho''. La enunciación equivale a establecer límites entre lo que se ''selecciona'' y se aclara progresivamente (lo utilizado para constituir el ''universo del discurso''), y lo que se rechaza.

En la década del ochenta, Pêcheux (1981) afirma que en el análisis de la enunciación se combinan los aspectos formales de relacionar enunciado/ enunciación y los efectos subjetivos del acto de enunciación, anclado en una situación de enunciación en la cual los protagonistas pueden conferirse un estatus social. Mientras que el enunciado presenta una existencia material, la enunciación se entiende como la actividad de producción de un sujeto enunciador en una situación de enunciación (ligada a ciertas coordenadas espaciotemporales y circunstanciales, tales como tiempo de la enunciación, lugar, circunstancia). Estos datos constituyen una secuencia discursiva de referencia.

Los bordes de la lengua (y/o el lenguaje)

Antes de profundizar en torno a los modos en que se construyen las distintas conceptualizaciones sobre la(s) subjetividad(es), es preciso esgrimir ciertas observaciones preliminares respecto a qué se entiende por lengua en las elaboraciones de los autores analizados, para enriquecer la discusión23. En términos generales, encontramos, por un lado, diversos enfoques que se preguntan acerca de la conexión entre el adentro y el afuera, es decir, entre el interior del sujeto que enuncia y su exterior, entendido este como la expresión de ese interior; por el otro, aquellos que no buscan responder esta interrogante y que desplazan el foco de interés hacia otros ejes. Sin embargo, este agrupamiento no es uniforme: cada propuesta adopta, como veremos, sus propias particularidades.

La articulación entre lengua y pensamiento se plasma ya desde el preámbulo, incluso desde la primera línea, de la Grammaire générale et raisonnée: ''La gramática es el arte de hablar. Hablar es explicar uno sus pensamientos por medio de signos, que los hombres han inventado para ese fin''24 (Arnauld y Lancelot, 1803, p. 247). Desde este punto de vista, los signos, tales como los sonidos y los caracteres de escritura, no refieren a una realidad exterior a la lengua, sino que significan los pensamientos del hombre25. Esta gramática, de veinticuatro capítulos distribuidos en dos secciones, rescata, en particular en la segunda parte, lo que la palabra tiene de espiritual26. Por ello, se plantea necesario conocer lo que está en nuestro espíritu para entender los fundamentos de la gramática.

Bally (1944, 1962), por su parte, también adscribe al vínculo entre lenguaje y pensamiento, aunque amplía esta definición. Para él, la oración es la forma más simple de comunicar un pensamiento y refleja indirectamente a través de las palabras y la sintaxis la vida social de los individuos en el seno de un grupo (Bally, 1944). Desde este punto de vista, los pensamientos no son percibidos desde un orden puramente intelectual, sino que están acompañados de emoción. Por ello, presentan tres características: no están regidos por el intelecto, son subjetivos y son afectivos. De esta forma, Bally (1962) extiende el modo en que concibe el lenguaje: es un instrumento de acción y una expresión de sentimientos. Se debe destacar dos rasgos sobre los cuales el lingüista no profundiza, pero que evocan y anticipan, de alguna manera, problemáticas centrales en el debate intelectual: la equivocidad de la lengua y el componente inconsciente. El primer punto refiere a la monosemia como un ideal que no se logra alcanzar; la lengua es insuficiente. El segundo recuerda que el funcionamiento del lenguaje es en gran medida inconsciente, pues el hablante a pesar de que se lo define como ''sujeto hablante'' activo no elige de manera consciente las palabras o los giros para persuadir o convencer (Bally, 1962).

Jakobson (1985, 1988) no profundiza en el lazo entre pensamiento y lenguaje, pero establece una conexión entre el destinador y sus emociones, en otras palabras, entre su interior y exterior. En el apartado anterior nombramos las seis funciones del lenguaje de su teoría. Entre ellas, la función emotiva o expresiva, situada en el emisor, se aviene con esta perspectiva, dado que consiste en la ''expresión directa'' (1985, p. 353) de la actitud de quien habla sobre aquello de lo que habla. Las interjecciones son el estrato más puro de esta función. En cuanto al papel del inconsciente en el lenguaje elemento que, como hemos advertido, es mencionado por Bally (1962), Jakobson (1988) recuerda que tanto la actividad consciente como aquella que no llega a la consciencia participan en los procesos lingüísticos, y que el estudio de ambas puede traer en el plano de la lengua nuevas perspectivas y hallazgos.

Benveniste (2002) y Culioli (2010) conservan en sus trabajos la distinción entre pensamiento y lenguaje; no obstante, proponen una relación dialéctica entre ambas nociones en la que una no puede entenderse sin la otra. Por un lado, Benveniste (2002) manifiesta que la facultad simbólica del ser humano configura la estrecha relación entre lenguaje y pensamiento: este se encuentra organizado por el lenguaje, el cual, a su vez, permite que la ''experiencia interior'' (Benveniste, 2002, T.I: 30) de un sujeto sea accesible a otro. En otras palabras, transporta el contenido del pensamiento, que recibe forma de la lengua y en esta: ambos son solidarios y mutuamente necesarios. Las formas lingüísticas, indica el autor, son condición tanto para transmitir ese contenido, como para realizarlo. Así, el lenguaje permite apropiarse del pensamiento, que el cual queda capturado dentro de su marco. De modo similar a Bally (1962) y Jakobson (1988), Benveniste (2002, T.I) destaca que el hablante no tiene conciencia (o esta es muy débil) de las operaciones ejecutadas para hablar.

Por otro lado, en 1971, en una charla denominada ''Un lingüista ante la crítica literaria'', Culioli plantea que el lenguaje es un ''adentro-afuera, un exterior-interior'' (2010, p. 219). Por esta razón, discute con la concepción instrumental y con la ilusión de concebirlo como una exterioridad radical o como un lenguaje plenamente develado. Unos años después, a partir de una crítica que realiza sobre la teoría de la comunicación, afirma que la actividad lingüística no vehiculiza sentido, sino que la significación es (re)construida en el juego intersubjetivo, esto supone la capacidad de ajuste entre los sujetos. Esta construcción puede ser más o menos consciente, pues hay regulaciones no conscientes que operan en el lenguaje.

El caso de Ducrot (2001) difiere de los anteriores: en sus escritos no se pregunta por el modo en que el lenguaje se articula con el pensamiento. Para la lingüística de la enunciación promovida por él, la lengua no es teorizada como aquella que sirve para transmitir contenidos de pensamiento, sino como un código que conforma un repertorio de comportamientos sociales: es un objeto que contiene de manera constitutiva indicaciones que refieren al acto de hablar, que instauran o contribuyen a instaurar relaciones entre los interlocutores.

Kerbrat-Orecchioni y Maingueneau tampoco analizan el lazo entre el adentro y el afuera. En primer término, la lingüista (1997) no acuerda con la idea de que la lengua es un código único y monolítico el sentido no emerge linealmente como lo plantea la teoría del signo saussureana, por lo tanto, caracteriza la antinomia lengua-habla en término relacionales. No existe, según ella, un diálogo ideal en el que cual fluyen las informaciones de manera transparente y armoniosa, en el que no se puede tomar en cuenta el contexto no verbal. En la comunicación, cuyas palabras cargan sentidos más o menos estables e intersubjetivos, hay dudas, ambigüedades y fracasos. Por ello, la intercomprensión es parcial.

Maingueneau (1989, 1999, 2003, 2012, 2014), en segundo lugar, no se cuestiona acerca de la lengua y/o del lenguaje27, ni tampoco de su relación con el pensamiento. Parte de pensar el discurso como objeto de estudio, de allí que no mencione ninguna de estas problemáticas. Comparte con Pêcheux (2016), aunque en sus producciones actuales no ahonde en esta visión, la idea de que el sujeto no es fuente de sentido ni es autónomo. De allí que no exista, para él, el habla libre (Maingueneau, 1989).

Por último, en Las verdades evidentes. Lingüística, semántica, filosofía, Pêcheux (2016) postula que la lengua se presenta como la base material sobre la cual se generan los procesos discursivos. Estos se desarrollan sobre la base de las leyes internas de la lengua y no como la expresión de un puro pensamiento, de una actividad cognitiva que utilizaría accidentalmente los sistemas lingüísticos: no hay contenidos de pensamiento exteriores al lenguaje: ''todo 'contenido de pensamiento' existe en el lenguaje, bajo la forma de lo discursivo'' (2016, p. 96). Discute así con la transparencia del sentido: las palabras, las expresiones y las proposiciones no tienen un sentido propio, sino que lo reciben de la formación discursiva en la que se inscriben, por lo tanto, están en una relación de dependencia respecto del interdiscurso28.

Unos años después, considerando los tres registros lacanianos real, simbólico e imaginario el autor refiere a lo real de la lengua, entendiendo esta dimensión como lo imposible. En La lengua de nunca acabar (1984), junto a Gadet, advierte sobre las fisuras de la lengua propias de lalangue: los equívocos, los juegos de palabras, las homofonías, entre otras29. La lengua se presenta como incompleta, no-toda.

De la(s) subjetividad(es) en tensión

Después de recorrer las distintas maneras en que la enunciación y la lengua son concebidas, destinamos el siguiente apartado a analizar las formas que la noción de subjetividad adopta en los textos que aquí estudiamos. A grandes rasgos, podríamos referirnos a dos modos de pensar la subjetividad que se desprenden de estos enfoques: una constituyente, en la que el sujeto es causa, origen; y otra constituida, en la que el sujeto es efecto30. Sin embargo, como hemos establecido en el punto anterior, encontramos diversos matices que singularizan las distintas propuestas y dificultan la posibilidad de agruparlas a partir de criterios uniformes.

La Gramática de Port-Royal puede situarse entre las producciones que dan cuenta de una subjetividad constituyente, aunque el término aún no circule en sus páginas. La revisión de esta gramática nos conduce, en verdad, a la noción de espíritu y al rol que esta cumple en la palabra. En el primer capítulo de la segunda parte, Arnauld y Lancelot (1803) manifiestan que, para la filosofía, las tres operaciones del espíritu humano son concebir, juzgar y razonar. Mientras que la primera se vincula con una mirada puramente intelectual y juzgar, con afirmar que un objeto tiene determinado atributo o no, razonar implica emplear dos juicios para alcanzar un tercero. Esta última, para ellos, es simplemente un derivado de las dos primeras operaciones, por lo cual, son las únicas que toman en cuenta al clasificar las palabras en dos categorías: aquellas que significan los objetos del pensamiento (nombres, artículos, pronombres, participios, preposiciones, adverbios), así como las que significan la forma y la manera del pensamiento (verbos, conjunciones e interjecciones).

Entre las palabras que significan la forma y la manera del pensamiento, los verbos se encuentran en primer lugar. Un juicio sobre los objetos se efectúa a través de una proposición que incluye dos términos: el sujeto y el atributo. La conexión entre ambos, realizada a través del verbo, es la acción del espíritu que afirma el atributo del sujeto. Así, la afirmación es la forma principal del pensamiento31. Los modos verbales son inflexiones que también pueden inscribirse dentro de esta categoría. En segundo lugar se ubican las conjunciones, palabras que apuntan al funcionamiento mismo del pensar: unen o disocian los objetos, los niegan, los consideran en términos absolutos o con condiciones. Por último, se encuentran las interjecciones, que marcan, según los autores, los movimientos del alma.

Para Bally (1962), ya lo hemos recordado, el lenguaje es una expresión de la vida individual y social, que presenta elementos afectivos y volitivos. Al recorrer sus trabajos se evidencia que el lingüista hace uso del término subjetividad y, a pesar de no referirlo de manera explícita, se advierte que se presenta homologado a la noción de afectividad. No obstante, el propio Bally problematiza esta categoría dada su naturaleza imprecisa. En el capítulo ''Mecanismo de la expresividad lingüística'', el autor (1962) identifica que la emoción de una declaración puede provenir de las palabras de la lengua, del lenguaje del hablante (que incluye gestos, entonaciones, mímica) o de la misma situación. La expresividad puede exhibirse a través de la entonación, las inflexiones de la voz, los acentos que subrayan palabras importantes, el ritmo de habla, las repeticiones, los silencios, la mímica de los hablantes. A su vez, puede resultar de la situación a la que está asociada. Sin embargo, es la lengua la que reproduce la nota emotiva y subjetiva de aquello que se enuncia.

La afectividad se constituye, desde este enfoque, en la expresión de las formas subjetivas del pensar: está ligada a las sensaciones vitales, deseos, voliciones y juicios de valor. De allí que también podamos referirnos a una subjetividad constituyente. Bally afirma incluso que ''en las formas aparentemente más intelectuales se muestra la subjetividad del pensamiento'' (1962, p. 24), lo cual determina que una palabra posea, de acuerdo con el caso, un sentido intelectual y otro subjetivo. Todo pensamiento, al decir del autor, es esencialmente subjetivo: ''El yo imprime su sello en todas partes'' (Bally, 1962, p. 27). Esta afectividad se manifiesta en las palabras y en los giros de la lengua en grados diversos.

En Linguistique général et Linguistique française, Bally (1944) no emplea la noción de subjetividad; en su lugar, remite, en contadas ocasiones, a la afectividad o a la expresividad. Este texto proclama que toda enunciación del pensamiento por la lengua está condicionada por tres órdenes interrelacionados: la lógica, la psicología y la lingüística. Plantea, en esta línea, que la oración está compuesta por dos partes: el dictum, correlativo del proceso que constituye la representación, y el modus, alma de la frase, expresión de la modalidad, que corresponde a la operación del sujeto pensante.

Para no desviarnos de nuestro objetivo no nos extenderemos en la conceptualización del modus. Basta recordar que el lingüista considera que no se puede atribuir el valor de oración a una enunciación hasta no descubrir la expresión de su modalidad, que está conformada por un verbo y un sujeto modal. Mientras que el sujeto, por lo general, es el sujeto hablante (aunque también pueden ser otros sujetos), el verbo modal contiene los diversos matices de juicio, sentimiento y voluntad. Además, la modalidad puede incorporarse al dictum, por ejemplo, bajo un adjetivo de juicio o de apreciación, o bajo la forma de un adverbio.

Jakobson (1985, 1988), por su parte, cuya perspectiva también puede enraizarse dentro de una concepción constituyente de la subjetividad, no emplea este término en sus escritos. Pese a esto, como hemos identificado en el apartado anterior, en su esquema de la comunicación articula las emociones del destinador con una de las funciones del lenguaje. Asimismo, construye una imagen de destinador ''agente'' que codifica y transmite el mensaje y un destinatario, quien lo decodifica, con lo cual anticipa la importancia que adquiere este último en los desarrollos lingüísticos posteriores.

Es Benveniste (2002) quien ensaya, por primera vez, una definición de subjetividad: la caracteriza como la capacidad del locutor de plantearse como sujeto: ''es 'ego' quien dice 'ego''' (Benveniste, 2002, Tomo I, p. 181). A pesar de que no adscribe a una teoría sobre el sujeto -no es el interés primordial para este lingüista-, se puede observar en sus textos el desplazamiento de una concepción cercana a la subjetividad constituyente hacia otra entendida en términos de subjetividad constituida32. En efecto, en sus palabras convive la imagen de un locutor ''activo'', que toma decisiones, con una subjetividad efecto del lenguaje y articulada con la intersubjetividad.

Según Benveniste (2002), el lenguaje funda la subjetividad, ya que contiene las formas lingüísticas apropiadas para su expresión. De esta forma, es en y por el lenguaje que el ser humano se constituye como sujeto: el pronombre personal, la primera persona en particular, es el primer punto de apoyo para que salga a la luz esta subjetividad.

El locutor remite a sí mismo como ''yo'' y, en este mismo movimiento, instituye al otro como ''tú''. Ambos términos son complementarios y reversibles. La subjetividad es correlativa de la intersubjetividad. No puede pensarse una sin la otra. Para que esto ocurra, la lengua debe suministrar a los hablantes un sistema de referencias personales del que cada uno se apropia en el acto del lenguaje. Entre los indicadores de subjetividad, se incluye el empleo de los pronombres de primera y segunda persona, la deixis espaciotemporal, la expresión de la temporalidad, las modalidades y los actos performativos. Estos indicadores son actualizados en la instancia de discurso -constitutiva de las coordenadas que definen el sujeto-, en el que marcan su proceso de apropiación.

En concordancia con lo que estamos afirmando, nos detenemos en dos títulos significativos que figuran en el Tomo I de Problemas de lingüística general: ''De la subjetividad en el lenguaje''33, artículo en el que Benveniste (2002) despliega esta categoría, y ''El hombre en la lengua''34, nombre de la quinta parte del libro. La preposición elegida y adoptada por el lingüista en estos títulos es un claro indicio de que la subjetividad no es, para él, un mero reflejo del interior del locutor, ni el resultado de una mirada psicológica del asunto, sino que queda localizada en la lengua.

La subjetividad constituida en la intersubjetividad la retoman tanto Culioli (2010) como Ducrot (2001). Por un lado, el primero plantea que esta noción es un ''dominio crucial'' (2010, p. 202) para quienes buscan teorizar la relación entre las lenguas y el lenguaje35. Según su enfoque, el enunciador es de origen subjetivo y se construye necesariamente como intersubjetivo. El campo de la intersubjetividad se distingue de la mecánica interlocutora: el enunciador no debe confundirse con el hablante; ni el coenunciador, con el interlocutor. El acto enunciativo no se reduce a la producción, sino que supone un acto disimétrico donde se incluye la producción y el reconocimiento interpretativo: enunciador y coenunciador no son instancias simétricas. La comunicación se basa en un ajuste más o menos logrado o deseado, de los sistemas de referenciación de los enunciadores. La significación de un enunciado proviene de la acomodación intersubjetiva; en el enunciado, el primer sujeto enunciador (S0) provee el origen del espacio intersubjetivo de toda situación de enunciación.

En esta propuesta, la subjetividad constituyente se cuela, no obstante, en algunos intersticios de los escritos de Culioli en los que la figura del enunciador queda revestida de intencionalidad: ''todo enunciado es uno entre otros, que el enunciador 'pesca' en el paquete de los posibles enunciados equivalentes''36 (Culioli, 2010, p. 178). Como vemos en este fragmento, el enunciador elige y selecciona aquello que decide enunciar.

Por el otro, desde la teoría de la polifonía, Ducrot (2001) cuestiona el presupuesto de un sujeto hablante único, pues no acuerda con la idea de que cada enunciado posea un solo y único autor. Por ello, distingue el locutor, quien asume la responsabilidad del enunciado y está presente como el ser a quien se le debe ''imputar'' (2001, p. 259) su aparición, y los enunciadores, responsables de ciertos actos particulares vinculados a la enunciación, quienes se diferencian del sujeto que habla. Como hemos mencionado, la subjetividad que postula está en línea con la intersubjetividad: ''el habla se inscribe dentro de un debate intersubjetivo'' (2001, p. 26). El enfrentamiento de las subjetividades se constituye como la ley fundamental del lenguaje, independientemente de la enunciación. Aunque, al igual que Bally (1962), Ducrot (2001) reconoce que el sujeto de la enunciación se encuentra en todas partes, que esta subjetividad deja marcas, indicios, en el enunciado.

Si bien, como hemos expuesto, la teoría polifónica puede inscribirse en una visión constituida de la subjetividad, en las palabras de este lingüista encontramos elementos similares a los hallados en la elaboración culioliana, a saber, vestigios de un locutor que se posiciona como agente. Este es el caso, por ejemplo, de la definición de la función enunciativa del enunciado a la que describe como el ''conjunto de las conclusiones a las que el locutor pretende apuntar a través de ese enunciado'' 37 (Ducrot, 2001, p. 256). Como puede observarse en esta cita, el empleo de la cursiva opera en dos sentidos: por un lado, le permite a Ducrot distanciarse de la idea de intencionalidad que acarrea el verbo; por el otro, el locutor funciona como el causante de esa acción.

Dentro de los estudios que trabajamos, el de Kerbrat-Orecchioni (1997) es, sin dudas, el que analiza con mayor detalle la noción de subjetividad. Según ella, el sujeto extratextual de la enunciación no es una entidad homogénea y monolítica, sino un objeto autónomo, complejo y determinado a la vez, en el que se combinan rasgos individuales, sociales y universales. No es un sujeto libre, fuente de significado y dueño de significantes, por el contrario, está sometido a restricciones de naturaleza variable. Esta caracterización permitiría calificar su propuesta dentro de la subjetividad constituida. Sin embargo, como veremos, en La enunciación. De la subjetividad en el lenguaje se pueden identificar ciertas reminiscencias de la ilusión constituyente.

Aunque lo considera un término ''peligroso'' (1997, p. 191), la lingüista recupera, en primer lugar, la noción benvenisteana de subjetividad y afirma que, pese a que se pueden localizar puntos de anclaje más visibles, esta subjetividad a la que califica como lingüística es omnipresente: ''todas sus elecciones implican al hablante pero en diversos grados'' (Kerbrat-Orecchioni, p. 42). De este recorte, se desprende cierta tensión teórica entre la figura del hablante, que reenvía a la imagen de un sujeto empírico y no a la del sujeto que se constituye en la enunciación, y la subjetividad calificada como lingüística, en tal sentido, pensada en el dominio de la lengua38. En segundo lugar, siguiendo a Bally (1962) y Ducrot (2001), Kerbrat-Orecchioni (1997) determina que la actividad de lenguaje es totalmente subjetiva, ya que toda enunciación lleva la marca de quien enuncia, en modos y grados diversos: las palabras son símbolos sustitutivos e interpretativos de las ''cosas'' (1997, p. 91).

Por otra parte, para esta autora, los shifters, los modalizadores, los términos evaluativos, entre otros procedimientos, son huellas en el enunciado del sujeto de la enunciación: permiten que el locutor imprima su marca, se inscriba en el mensaje (implícita o explícitamente) y se sitúe en relación con él. Los aspectos del verbo hacen funcionar, por ejemplo, la manera subjetiva en la que el hablante enfoca el proceso. Lo mismo ocurre con los deícticos, subconjunto de las unidades subjetivas que constituyen las unidades enunciativas. Los modalizadores son procedimientos significantes que indican el grado de adhesión (fuerte, mitigado, incertidumbre, rechazo) a los contenidos enunciados por parte del sujeto de la enunciación.

Entre los procedimientos relacionados con la subjetividad, Kerbrat-Orecchioni se centra en los subjetivemas (sustantivos, adjetivos, adverbios, verbos), en particular, en el grupo de los adjetivos. En esta categoría distingue los que involucran rasgos afectivos implican una reacción emocional del sujeto hablante y aquellos que portan rasgos evaluativos ''reflejan'' (1997, p.125) la subjetividad del enunciador. En este último caso, el verbo utilizado reenvía la imagen de un sujeto como causa y no de un sujeto como efecto. Este mismo verbo vuelve a ser utilizado al dar cuenta de la división de los adjetivos evaluativos. Estos se distribuyen entre los subjetivemas no axiológicosque conllevan una evaluación cualitativa o cuantitativa, y los axiológicos, que manifiestan una toma de posición y ''reflejan'' (1997, p. 120) la competencia ideológica del sujeto de la enunciación.

Finalmente, se repara en tres aspectos que desembocan en la ambigüedad del término subjetividad. En principio, la subjetividad deíctica no es similar a la afectiva o evaluativa. En el primer caso, los deícticos tienen en común que toman al hablante en relación con el momento del discurso en que aparecen; por lo tanto, son solidarios de la situación de enunciación. En cambio, la subjetividad afectiva o evaluativa depende de la naturaleza individual del sujeto de la enunciación, es decir, de su naturaleza ideológica y cultural. En segundo lugar, la subjetividad puede ser explícita o implícita. Es explícita cuando se emplean fórmulas subjetivas que se confiesan como tales y es implícita cuando estas se pretenden pasar por objetivas. Por último, el término objetivo es polisémico: su definición refiere tanto a la ausencia de marcas de inscripción del sujeto enunciador, a la adecuación referencial, a la exactitud o a la neutralidad; no obstante, se puede ser objetivo sin ser neutro y ser neutro sin ser objetivo. Según Kerbrat-Orecchioni (1997), mientras que el discurso objetivo se esfuerza por borrar toda huella de la existencia de un enunciador individual, en el subjetivo el enunciador se confiesa explícitamente o se reconoce implícitamente como la fuente evaluativa de la afirmación. A pesar de esta diferenciación entre ambos tipos de discursos, la autora aclara que el eje de oposición subjetivo/objetivo no es dicotómico, sino gradual.

La propuesta de Maingueneau también puede encuadrarse en una concepción constituida de la subjetividad entendida en términos intersubjetivos. No obstante, como veremos, su interés se ha localizado en los últimos años en revisar la noción de ethos. De acuerdo con este lingüista (1999), las teorías de la enunciación son una parte importante de los estudios discursivos, ya que se ocupan de la intersubjetividad: el sujeto de la enunciación articula texto y situación de comunicación39. Advierte, no obstante, que especular sobre la subjetividad sin estar conectado con los fenómenos empíricos es uno de los varios riesgos a los cuales se expone el análisis del discurso. El sujeto de la enunciación lo hemos comentado en el apartado III no es concebido como un sujeto libre, autónomo, portador de ''intenciones'' (Maingueneau, 1989, p. 113) y de elecciones explícitas. No es el punto inicial desde el cual se orientan las significaciones. Su aparición se apoya en el enunciado en los aspectos indiciales del lenguaje, en su relación con el interlocutor (modalidades de la enunciación), y en la actitud del hablante a través de las modalidades del enunciado y del mensaje.

Finalmente, Maingueneau prefiere emplear con cierto reparo40 la noción de ethos: ''a través de la enunciación se muestra la personalidad del enunciador'' (Maingueneau, 2009, p. 90). Este último se constituye como una instancia subjetiva se presenta como una voz asociada a un cuerpo enunciador históricamente especificado que, según el lingüista, desempeña el papel de garante de lo que se dice. Esta imagen del enunciador no se dice en el enunciado, sino que se exhibe en el acto de la enunciación; es diferente de los atributos ''reales'' (Maingueneau, 2002a, p. 2) del locutor y no depende del saber extradiscursivo. Este garante, al que se le atribuye un carácter (haz de rasgos psicológicos) y una corporalidad (asociada a una complexión corporal, una manera de vestirse y de moverse en el espacio social), deja huellas de su presencia en el enunciado, manifiesta su '''subjetividad' en la lengua''41 (Maingueneau, 2009, p. 128).

El autor (2009) diferencia el ethos discursivo del ethos prediscursivo. Mientras que este último se asocia con las representaciones del enunciador antes de que este hable, el discursivo está en relación con el otro y con la situación de comunicación, integrada en una coyuntura sociohistórica determinada.

Para cerrar este apartado, finalizamos el recorrido retornando a la teoría materialista del lenguaje. Una lectura de los trabajos de Pêcheux nos permite conceptualizar la subjetividad, a la que él refiere como una subjetividad constituida, ya no en la intersubjetividad, sino en el interdiscurso. Su propuesta contrasta con el campo de la enunciación que postula la ilusión necesaria que funda al sujeto y que lo configura como enunciador, portador de elecciones, intenciones, decisiones, tal como aparece en la tradición de Bally, Jakobson y Benveniste (Pêcheux y Fuchs, 1975)42.

Un punto clave para aproximarnos a esta perspectiva es a través del olvido n°1 y el olvido n°2 (Pêcheux y Fuchs, 1975; Pêcheux, 2016). El primero -relacionado con el sistema inconscientees constitutivo de la subjetividad en el lenguaje, por lo que es una zona inaccesible al sujeto. Al olvido n°2, en cambio, el sujeto puede penetrar conscientemente, dado que está relacionado con los procesos de enunciación, caracterizado por el funcionamiento del tipo preconsciente/consciente. En este olvido, el sujeto-hablante ''selecciona'', al interior de la formación discursiva que lo domina, tal enunciado, forma o secuencia y no tal otro. La relación entre ambos olvidos se da entre la condición de existencia (no subjetiva) de la ilusión subjetiva, por una parte, y las formas subjetivas y su realización, por la otra. El espacio subjetivo de la enunciación es, por lo tanto, imaginario y asegura al sujeto hablante sus desplazamientos dentro de lo reformulable, para que vuelva incesantemente sobre lo que formula.

La distinción entre ambos olvidos, según Pêcheux (2016), permite comprender que la problemática de la enunciación, con el subjetivismo que la acompaña, remite a la ausencia teórica de un correspondiente lingüístico de lo imaginario y del yo freudianos: ''falta hacer una teoría de este 'cuerpo verbal' que toma posición en un tiempo (modalidades, aspectos, etc.) y un espacio (localización, determinantes, etc.) que son el tiempo y el espacio imaginarios del sujeto-hablante'' (2016, p. 155).

En Las verdades evidentes. Lingüística, semántica, filosofía, Pêcheux (2016) articula la lógica, la teoría del conocimiento y la filosofía del lenguaje a través de la noción de subjetividad, y opone, en Saussure, la subjetividad creadora del habla frente a la objetividad sistemática de la lengua. Según el autor, el habla individual, concreta, es una solución idealista del sujeto, en la que este aparece como punto de partida y de aplicación de operaciones. La subjetividad, por su parte, resulta fuente, origen o punto de aplicación. La teoría materialista de los procesos discursivos, por el contrario, no concibe al sujeto como algo ''siempre-ya dado'', desde la ilusión de la autonomía, sino que se lo inscribe en una relación ideológica de clases. En este sentido, es una teoría no subjetivista de la subjetividad. Siguiendo la mirada althusseriana, Pêcheux (2016) sostiene que la ideología interpela a los individuos en sujetos: el sentido de una palabra, de una expresión, de una proposición no existe ''en sí mismo'', sino que está determinado por las posiciones ideológicas puestas en juego en el proceso socialhistórico en el cual las palabras, expresiones, proposiciones son (re)producidas.

La interpelación del individuo en sujeto de su discurso se efectúa mediante la identificación del sujeto con la formación discursiva que lo domina (donde se constituye como tal). Esta identificación instaura la unidad imaginaria del sujeto, quien se olvida de aquello que lo determina. El ''sujeto del discurso'' se corresponde, entonces, con el ''yo imaginario'' y se apoya de los elementos del interdiscurso. Pero, a su vez, esta identificación es también con el otro: el efecto-sujeto y el efecto de intersubjetividad son coextensivos. Por esta razón, la formación discursiva se configura en un espacio donde se realiza la ilusión necesaria de una ''intersubjetividad hablante'' (2016, p. 153), en donde el discurso de uno reproduce el del otro.

Palabras finales

Estas páginas han permitido interrogar algunas nociones que se presentan como ''ya-sabidas'' dentro del campo de la lingüística, pero que están atravesadas por sentidos y entramados diversos. Hemos observado cómo la lectura de determinados autores y textos representativos nos ha conducido a desnaturalizar ciertas premisas respecto a la subjetividad en la lengua (y/o en el lenguaje) instaladas en esta área del saber y ha visibilizado una problemática que no suele ponerse en discusión. La pregunta por la subjetividad nos ha llevado necesariamente a revisar cuestiones relativas a la enunciación y a los bordes de la lengua (y/o del lenguaje).

Como primer paso, repasamos las distintas concepciones que coexisten sobre la enunciación y sus implicancias. El estudio de los materiales abordados comprobó, una vez más, que no es posible reunir las distintas definiciones formuladas bajo un mismo criterio. En efecto, autores como Benveniste, Ducrot, Culioli, Kerbrat-Orrecchioni y Maingeneau han elaborado acercamientos heterogéneos sobre esta dimensión que no pueden ser agrupados cómodamente. Este artículo ha recordado, incluso, que la enunciación no se menciona como tal por la Gramática de Port-Royal, ni por Jakobson y que no fue explicada por Bally. El pasaje por Pêcheux, por su parte, en el que se valora el lugar de la enunciación dentro de los estudios lingüísticos, introdujo una mirada crítica respecto de estas distintas conceptualizaciones, y ha detectado sus alcances y sus limitaciones.

En un segundo momento, examinar los modos en que la lengua (el lenguaje) ha sido teorizada en su vínculo con el interior/exterior ha ordenado estos escritos en series diferentes. Hemos localizado que, mientras Arnauld y Lancelot, Bally y Jakobson presentan el afuera como una expresión del adentro, Benveniste y Culioli abonan por una relación dialéctica entre ambos. Por su parte, Ducrot, Kerbrat-Orecchioni y Pêcheux desvían el eje de discusión hacia otras preguntas y Maingueneau opta por no emplear la noción de lengua y reemplazarla por la de discurso.

Finalmente, nos adentramos a reflexionar sobre las formas en que la(s) subjetividad(es) circulan. Aquí nos encontramos con un ''yo'' de la lengua reflejo del hablante, un ''yo'' imaginario de la lengua que emerge en el ''entre-dos'' y un ''yo'' efecto del interdiscurso. Si bien hemos acentuado la importancia de reconocer sus particularidades, hemos categorizado la pluralidad de visiones en dos clases: la subjetividad constituyente y la subjetividad constituida. La primera, entendida en términos de un hablante origen, causa, atraviesa la Gramática de Port-Royal, los trabajos de Bally y de Jakobson: en la gramática aparece desde lo espiritual y el pensamiento; en Bally, desde la afectividad; y en Jakobson, desde la emotividad. Los desarrollos benvenisteanos adquieren, en este panorama, un matiz interesante: subyace la imagen de un locutor como punto de partida, pero, también, un sujeto como efecto del lenguaje. Por ello, entendemos que se produce un viraje de una subjetividad constituyente hacia una subjetividad constituida. En Culioli, Ducrot, Kerbrat-Orecchioni y Maingeneau, cada uno con sus características, advertimos la configuración de una subjetividad constituida en la intersubjetividad, en la que el sujeto enunciador43 se constituye desde lo imaginario y en el que el ''yo'' y el ''otro'' conforman un par indisoluble. En algunos de estos casos, esta subjetividad se presenta en tensión con ciertos vestigios de un locutor/enunciador pensado como causa. Por último, la subjetividad constituida en el interdiscurso se plasma en la producción de Pêcheux, en la cual el sujeto es el resultado de las determinaciones históricas e ideológicas que lo conforman.

Sabemos de la dificultad (y también de la necesidad) de distinguir un sujeto lingüístico de un sujeto extralingüístico. No obstante, consideramos que pensar cuál es ese ''yo'' de la lengua con el que trabajamos, cómo está conformado, y cuál es su relación (o no) con el sujeto entendido en términos de efecto son instancias clave en nuestros análisis, que tienen consecuencias en nuestras lecturas. La forma como nos aproximemos a la(s) subjetividad(es) no puede, entonces, aislarse de los modos en que abordamos y concebimos los procesos discursivos

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1 Karina Savio es Doctora en Letras con orientación en Lingüística y magíster en Análisis del Discurso por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Es investigadora del CONICET y se desempeña como profesora adjunta del Taller de Lectura y Escritura de la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Sus áreas de investigación son el análisis del discurso, la alfabetización académica, y el psicoanálisis. Contacto: karinasavio@fibertel.com.ar

2 A modo de ejemplo, Kerbrat-Orecchini (1997) utiliza la noción subjetividad lingüística; Maingueneau (2002b), subjetividad enunciativa; y Lyons (1997), subjetividad locutiva.

3 No existe una única teoría de la enunciación, sino que han surgido diversas perspectivas, las cuales parten de concepciones disímiles en torno a ella, por lo tanto, analizan esta problemática desde miradas diferentes. Flores y Teixeira (2013) plantean que, a pesar de esta dispersión, es posible pensar una lingüística de la enunciación, es decir, un dominio de saber heterogéneo conformado por enfoques que comparten puntos en común.

4 Ducrot plantea esta dificultad que presenta la lingüística: en este campo se utilizan términos del ''lenguaje corriente'' (2001, p. 226) como metalenguaje para explicar el funcionamiento lingüístico.

5 Se hace referencia aquí a la corriente francesa de análisis del discurso que se inicia en la década del sesenta a partir de los trabajos de Pêcheux. Para una introducción al tema, véase Savio (2019).

6 Por una necesidad de acotar los materiales estudiados se ha decidido no incluir en este estudio los desarrollos provenientes de la pragmática.

7 Un ejemplo de ello es el libro de García Negroni y Tordesillas Colado (2001).

8 Como veremos en los siguientes apartados, los planteos de Port-Royal, en los cuales se afirma que en una oración existen elementos que expresan la voluntad de quien enuncia, sirvieron de base a Charles Bally para establecer la distinción entre modus y dictum.

9 Para un análisis de cómo las teorías de la enunciación retoman problemáticas antiguas, véase Fuchs (1981).

10 La Grammaire générale et raisonnée de 1660, escrita por Claude Lancelot y Antoine Arnauld, es una gramática general que, a diferencia de las anteriores, no concibe el latín como modelo de gramática. En efecto, en estas páginas, de inspiración cartesiana, se plantea que las lenguas tienen principios comunes y generales, los cuales pueden deducirse a partir de un estudio razonado. Tuvo una gran popularidad en los siglos XVII y XVIII. Para una ampliación sobre la Gramática de Port Royal, véase Donze (1970).

11 A lo largo del artículo, incluimos el año de la edición con la que trabajamos entre paréntesis y en el cuerpo del texto, el año de la edición original.

12 Desde una lectura actual, podríamos referirnos aquí a la enunciación entendida en términos de inscripción del sujeto en su decir.

13 Charles Bally (1865-1947), lingüista suizo, fue discípulo de Saussure, a quien sucedió en la cátedra de la Universidad de Ginebra. No obstante, a diferencia de su maestro, defendió en sus trabajos la necesidad de estudiar el habla, portador de lo afectivo, a partir de la estilística.

14 Roman Jakobson (1896-1982), lingüísta, filólogo y teórico literario, participó de la creación, entre otros, del Círculo Lingüístico de Moscú. De su prolífica y extensa obra, nos interesa destacar la articulación de sus trabajos con la teoría de la información, que le permite identificar las funciones del lenguaje.

15 Para una ampliación sobre este modelo y su crítica, véase García Negroni y Tordesillas Colado (2001).

16 Bajo el título Problemas de lingüística general (2002) se reúnen, en dos tomos, los ensayos de Émile Benveniste (1902-1976) que se publican entre 1939 y 1972. De sus investigaciones, que versan sobre una gran cantidad de problemáticas lingüísticas, nos enfocamos, para este estudio, en su teoría de la enunciación.

17 Oswald Ducrot (1930), lingüista francés, ha escrito una gran cantidad de trabajos, en particular, sobre enunciación y argumentación. El decir y lo dicho, libro que compila escritos entre 1968 y 1984, es aquel sobre el que nos hemos decidido detener por su relevancia en el campo de la lingüística.

18 En cuanto a Antoine Culioli (1924-2018), creador de la Teoría de las Operaciones Enunciativas, hemos analizado Escritos (2010), que agrupa entrevistas y trabajos que van desde la década del setenta hasta principios del dos mil.

19 Catherine Kerbrat-Orecchioni (1943), lingüista francesa dedicada al análisis conversacional y el análisis del discurso, escribe, en 1980, La enunciación. De la subjetividad en el lenguaje; libro de referencia para abordar la problemática de la subjetividad.

20 Respecto a Dominique Maingueneau (1950), autor de innumerables artículos, libros y del Diccionario de análisis del discurso (junto a Charaudeau, 2005), hemos seleccionado un grupo de textos que versan sobre la enunciación y que se extienden desde fines de la década del ochenta hasta mediados del 2010.

21 De Michel Pêcheux (1938-1983) hemos recuperado diferentes textos, escritos entre mediados de los setenta y principios de los ochenta, en los que discute acerca de la enunciación y se pregunta por la noción de sujeto.

22 Analizamos más detenidamente este punto en los apartados siguientes.

23 En varios de los trabajos analizados, las nociones de lengua y lenguaje son empleadas como sinónimo. En cada caso, utilizamos el término que se usa en el desarrollo teórico en cuestión.

24 La traducción es nuestra.

25 Recordemos que esta gramática busca encontrar los principios generales a todas las lenguas.

26 Ampliaremos este punto en el siguiente apartado.

27 La significativa ausencia de las entradas lengua y lenguaje en el Diccionario de análisis del discurso que coordinó junto a Charaudeau (2005) está en línea con este planteo.

28 Volveremos sobre este punto en el siguiente apartado.

29 Para una ampliación de lalangue véase Savio (2021).

30 Esta distinción entre subjetividad constituyente y subjetividad constituida es retomada de Balibar (2007).

31 Asimismo, se hace referencia a que se desea, se reza y se pide.

32 Para una ampliación de esta problemática véase Savio (2017).

33 El destacado es nuestro.

34 El destacado es nuestro.

35 Para una ampliación sobre la noción de sujeto en Culioli véase Fuchs (1984).

36 La cursiva es nuestra.

37 La cursiva es del original.

38 Esta lingüista emplea indistintamente los términos locutor, hablante, actante y sujeto de la enunciación, pese a que provienen de enfoques teóricos diferentes.

39 Como hemos desarrollado en el apartado II, un tiempo después Maingueneau (2003) distingue situación de comunicación de situación de enunciación.

40 Véase Maingueneau (2014).

41 Nótese que emplea el término subjetividad entre comillas.

42 Como señalamos en este apartado en la propuesta de Benveniste, para nosotros, convive tanto la imagen de un sujeto enunciador que toma decisiones, pero también que es efecto del lenguaje.

43 Recordemos que en cada teoría este adquiere distintos nombres.

Recibido: 02 de Diciembre de 2021; Aprobado: 02 de Mayo de 2022

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