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Comunicación

On-line version ISSN 1659-3820Print version ISSN 0379-3974

Comunicación vol.27 n.1 Cartago Jan./Jun. 2018

http://dx.doi.org/10.18845/rc.v27i1-18.3882 

Artículos

El descensus ad inferos en La Eneida: muerte simbólica de Eneas y legitimación de Augusto

The descensus ad inferos in the Aeneid: symbolic death of Aeneas and legitimation of Augustus

Minor Herrera Valenciano1 

1Universidad de Costa Rica, Costa Rica

Resumen

Este trabajo analiza el descensus ad inferos realizado por Eneas, en el libro VI de la Eneida, a partir de dos perspectivas: por un lado, como la confrontación del héroe con su propia condición mortal, que es superada gracias a la promesa de una gens majestuosa como los dioses, por medio de la cual perpetuará su linaje, mientras que -por otra parte- se analiza en ese mismo descensus ad inferos la legitimación del poder político de Augusto como una legitimación que llega hasta la consagración del Princeps, pues las promesas de una apoteosis del héroe Eneas y sus descendientes están concatenadas en la trama de la Eneida y confieren al linaje de los gobernantes al que pertenece el emperador Augusto una legitimidad divina y ancestral, como ocurre con sus ancestros divinos, Eneas y Rómulo, con lo cual se ganará un espacio entre las deidades olímpicas y pone fin a la batalla encarnizada en contra de la muerte y la posibilidad de ser olvidado. De ahí que la muerte simbólica de Eneas al ingresar al inframundo y surgir de él sea medular tanto en el devenir de las acciones del texto como para las aspiraciones apoteósicas del emperador en la realidad.

Palabras clave: Literatura; historia; religión antigua; mitología; muerte; rito

Abstract

The descensus ad inferos in the Aeneid: symbolic death of Aeneas an legitimation of Augustus

This work analyzes Aeneas’s descendus ad inferos in book VI of the Aeneid, from two perspectives: On the one hand, it deals with the hero’s confrontation with his mortal condition-overcome thanks to the promise of a majestic godlike gens, that will perpetuate his lineage. On the other hand, it analyzes Augustus’s legitimation of political power in the same descensus ad inferos, extending to the consecration of the Princeps, since the promise of an apotheosis for the hero Aeneas and his descendants is implicit in the plot of the Aeneid and confers the lineage of the rulers to whom the Emperor Augustus belongs a divine and ancestral legitimacy.

This is the case of his divine ancestors, Aeneas and Romulus, who are awarded a space within the Olympic deities, thus putting an end to the bitter battle against death and possibility oblivion. As such, Aeneas’s symbolic death when entering the underworld and emerging from it is as central to the development of the action as it is for the Emperor’s true apotheotic aspirations.

Keywords: Literature; history; ancient religion; mythology; death; rite

1. Introducción

En el recorrido que realiza por la Mansión de Dite, Eneas avanza entre diversas regiones, cada una organizada a partir de consideraciones morales y éticas relacionadas con lo deseable y lo repudiable para los romanos (al ser el poema un instrumento propagandístico de las mores maiorum), siendo así que se presentan de manera en forma escalonada que va desde los lugares más abominables hasta los más hermosos, como es el caso de los Campos Elíseos.

Según Toynbee (1996) y Blázquez, Martínez-Pinna y Montero (1993), en Roma hubo dos consideraciones sobre la vida en el más allá. La primera sería la creencia arcaica que imaginaba que el alma permanecía ligada a la tumba. Vayne, citado por Abascal (1991) afirmaba que “la tumba es la morada eterna en que todo se prolonga una vez que ha cesado y donde la nada adopta las apariencias consoladoras de una monótona identidad” (p. 208). La segunda era la creencia republicana, la cual manifestaba que después de la muerte se daba inicio a una nueva vida en el más allá. Al parecer, este cambio de paradigma en torno de la muerte surge gracias a las influencias griegas y etruscas, pues ambas poseían la creencia de un mundo ultraterreno donde iban a parar todas las almas.

Según lo mostrado en La Eneida, el inframundo estaba dividido en al menos cinco diferentes tipos de residencias; la primera era donde se encontraban los insepultos, ya que las almas debían esperar cien años antes de ser trasladadas por Caronte; la segunda donde se encontraban aquellas almas que habían llegado prematuramente, como es el caso de los niños; la tercera era el Tártaro, donde algunas almas iban a sufrir; la cuarta era los Campos Elíseos, donde las almas buenas iban a refocilarse y la quinta era una zona neutra donde los suicidas debían esperar por largo tiempo hasta que Caronte considerara oportuno trasladarlos en su barca.

En cada uno de dichos espacios se ofrece información valiosa al héroe, a partir de la que toma decisiones que lo ayudarán a conseguir sus objetivos.

Además, la información aportada por Virgilio será comprendida como punto de partida para la consagración de la figura del Princeps.

A partir de lo anterior, la importancia de este trabajo radica en analizar el descensus ad inferos realizado por Eneas a partir de dos perspectivas; por un lado, como la confrontación del héroe con su propia condición mortal, que es superada gracias a la promesa de una gens excelsa como los dioses, por medio de la cual perpetuará su linaje, mientras que -por otra parte- en ese mismo descensus ad inferos queda manifiesta la legitimación del poder político de Augusto; pero es una legitimación que va más allá, pues las promesas de una apoteosis del héroe Eneas y sus descendientes están concatenadas en la trama de la Eneida y confieren al linaje de los gobernantes al que pertenece el emperador Augusto una legitimidad divina y ancestral, como ocurre con sus ancestros divinos, Eneas y Rómulo, con lo cual se ganará un espacio entre las deidades olímpicas y pone fin a la batalla encarnizada en contra de la muerte y la posibilidad de ser olvidado.

De ahí que la muerte simbólica que posee Eneas al ingresar al inframundo y surgir de él sea medular tanto en el devenir de las acciones del texto como para las aspiraciones apoteósicas del emperador en la realidad.

2. Descensus ad inferos: La muerte simbólica de eneas

Para comprender el descensus ad inferos, como el realizado por Eneas, solamente puede lograrse relacionándolo con el concepto de κατάβᾰσις, originado en la Grecia Antigua y considerado como un acontecimiento obligatorio dentro de la tradición épica. Fue mostrado por Homero en el texto de la Odisea cuando su protagonista hace una νέκυια para encontrarse con Tiresias y de esa manera obtener información que lo ayudase a retornar a Ítaca.

En oposición a Odiseo, luego de su encuentro con Anquises, Eneas toma consciencia de que no hay vuelta atrás y que su hado (y el de su pueblo) lo impulsan, a la vez que lo obligan a emprender el viaje hacia una nueva tierra, aunque todo esto implique deponer sus deseos ante los de su raza, lo cual pone de manifiesto -una vez más- lo bien atribuido que tiene el epíteto de pius. Unido a lo anterior, es preciso comprender el sentido de la palabra catábasis y para eso hay que recurrir a la etimología de esta. Según el diccionario Liddell-Scott-Jones (1992, P. 302), en adelante, LSJ (1992, p. 302), el verbo griego βαίνω posee los siguientes significados: (1) caminar, marchar, andar, dar un paso; (2) estar de pie, estar en un lugar; (3) irse, salir de algún lugar; (4) venir; (5) seguir, avanzar y (6) montar. Todas las acepciones de la palabra son utilizadas para indicar la acción de moverse o desplazarse. Sin embargo, no indica la dirección del movimiento; de ahí que el griego recurra a los vocablos κατά y ἀνά para indicarla. Ahora bien, de acuerdo con LSJ (1992, pp. 882-884), la palabra κατά indicaría la acción de realizar un movimiento hacia abajo o descendente, mientras que ἀνά tendría el sentido de llevar a cabo un movimiento que se realiza hacia arriba (pp. 97-98).

Atendiendo a la etimología de dichas palabras y lo mencionado por Morales (2012), la ἀνάβασις será aquel desplazamiento que se hace de abajo hacia arriba, lo cual tendrá el mismo significado de la expresión latina ascensus ab inferos (ascenso desde el infierno). Por otra parte, la κατάβασις será el movimiento realizado desde arriba hacia abajo, al igual que la frase latina descensus ad inferos (descenso hacia el infierno). Tales palabras designan una perspectiva binaria del mundo, el cual se dividiría en el hemisferio de los vivos, que sería el que se encuentra arriba y el hemisferio de los muertos, el más allá, que se encuentra en las entrañas de la tierra.

En esa misma línea de análisis, González (1999, p. 130) menciona que “la idea de la «catábasis»; es decir, el descenso al infierno y la posterior salida de él (anábasis o resurrección) aparece inmersa desde la más remota antigüedad, en el marco de las creencias funerarias de casi todas las civilizaciones del mundo”. Así pues, el culto funerario a los muertos ha sido un hecho desde el Neolítico (o desde las fases finales del Paleolítico), tanto por necesidades higiénicas como de piedad hacia los difuntos. Otra de las creencias funerarias que se arraigó durante muchísimo tiempo en la Grecia Antigua y en otras civilizaciones fue la de descender al infierno cuando se requería información sobre el pasado, el presente o el futuro propio o de los pueblos, debido a que con el descenso se buscaba tener algún tipo de relación con los hombres sabios que moraban en el inframundo.

En relación con eso, Eliade (1960, p. 301) menciona que “los muertos conocen el futuro, pueden revelar las cosas ocultas…”. De esta manera, cuando el héroe virgiliano emprende su aventura por el inframundo, además de enfrentarse a duras pruebas, es consciente de que podrá obtener información valiosa a la que, de otra manera, jamás podría acceder.

Estos sabios del inframundo instruyen al héroe y permiten que alcance la sabiduría necesaria para responder a los cuestionamientos que no le permiten tener claridad a la hora de tomar decisiones respecto de sí mismo o su gente. Así, los dioses, semidioses y héroes más importantes de las mitologías (Marduk, Gilgamesh, Heracles, Orfeo, Teseo, Odiseo, Eneas, Jesús, etc.) descendieron a los infiernos, donde todos tuvieron inolvidables experiencias y en muchos casos, obtuvieron información valiosa que les ayudó a alcanzar sus objetivos.

Por otra parte, lo importante era poder imaginar una escapada del mundo de las tinieblas, una anábasis que permitiese al héroe renacer con nuevos conocimientos y la claridad mental necesaria para alcanzar sus objetivos, una salida del inframundo donde los muertos -en el mejor de los casos- solo son sombras o dobles al igual que sucedía en el Hades de los griegos. Con respecto a los dobles, Rhode (2009, p. 85) afirma que desde tiempos prehoméricos existía la creencia de que dentro del hombre se albergaba un ser vivo, plenamente animado, un ente “extraño”, una especie de doble mucho más frágil que el hombre vivo, su otro yo. Asimismo, desde el punto de vista del recorrido mítico heroico, el descenso que el personaje realiza al inframundo se da con la intención de buscar respuesta o consejo ante los problemas que sobrelleva fuera del mundo ctónico. Es necesario afirmar que los conceptos de catábasis y anábasis forman parte de una extensa tradición épica, que ha sido reescrita una y otra vez a lo largo de la historia, y que Mircea Eliade considera una estructura mítica del pensamiento humano.

La realización de una catábasis es un hecho común en el proceso de formación del héroe épico, ya que este ingresa a las profundidades de la tierra pensando de una manera y surge de ella siendo alguien completamente distinto. Es ahora más fuerte, confía en sí mismo y en su futuro. Así pues, la muerte simbólica del héroe representa el término de la condición profana y la adquisición de la sabiduría y en ese sentido, la muerte se convierte en “la expresión paradigmática del ‘final de un modo de ser’: el modo de la ignorancia y la irresponsabilidad” (Eliade, 2001, p. 14). Vale destacar que para Eliade (1960) los seres humanos comparten su destino con el de las plantas y por ello mismo, se integra en el ciclo infinito de nacimiento, de muertes y renacimientos (p. 59).

Este descenso al interior del mundo, a las entrañas de la tierra o de la Tellus Mater, representa la muerte simbólica del héroe, quien al retornar del inframundo se muestra insuperable, capaz de triunfar ante cualquier prueba y contra cualquier individuo que se atraviese en su camino. Se trata de una muerte simbólica, porque la realidad es que el héroe no muere físicamente, sino que lo hace de manera figurativa, debido a que el descenso realizado hacia el inframundo representa el pasaje de las almas en su peregrinar hacia las profundidades del Averno. Sin embargo, el personaje heroico no pretende permanecer eternamente en ese lugar, como lo hacen las almas de los muertos, pues para eso realiza la anábasis, mediante la cual adquirirá la condición de dominador de los dos mundos, el de los vivos y el de los muertos. Es decir, de manera simbólica y gracias a la anábasis realizada ha resucitado o -en otras palabras- ha vencido a la muerte. Eliade (2001) piensa que en la mayoría de los ritos de pasaje o de iniciación la conclusión de estos radica en el ascenso, mediante el cual el héroe se proyecta hacia lo alto, hacia lo etéreo, constituyéndose como un axis mundi, que enlaza los tres espacios en los que se divide el cosmos: infierno, tierra y cielo, con lo que al final logrará resurgir bajo la condición de “consagrado”. Ahora se asemeja a los dioses, ahora es “un hombre que puede comunicarse personalmente con dioses, demonios y espíritus” (Eliade, 2001, p. 134).

Unido a lo anterior, la catábasis que realiza Eneas en el libro VI se posiciona en el poema virgiliano como uno de los pasajes de mayor riqueza simbólica, pues dicho recorrido define la culminación del recuerdo o añoranza de Troya y marca el inicio de la visualización futura de Roma. Simbólicamente, se podría reconocer en el tránsito por el más allá la necesidad de superar la condición mortal de los seres humanos; es decir, se trata de ir más allá de la finitud, de transgredir los límites de la naturaleza humana y conquistar la muerte para alcanzar la inmortalidad. Por su parte, Albiac (1996) aproxima el concepto de katábasis al desenlace de algunas peripecias ocurridas al héroe durante su periplo. Menciona que la antesala del viaje hacia el infierno es el naufragio, cuando las naves en las que va el héroe son derrotadas y él da en una playa ignota, ya que -posterior a eso- las preguntas que le surgen lo llevan a cuestionarse por todo y la búsqueda de las respuestas constituirá la motivación requerida para realizar el descenso.

El descenso al Averno es para Eneas el regreso al útero de la Gran Madre Tierra, es ingresar a las entrañas del mundo y representa simbólicamente que el héroe ha muerto, para renacer como un ser nuevo. Así pues, el descenso significa la autoaniquilación del héroe para su posterior renacimiento, como lo propone Campbell (2008): “el héroe va hacia adentro, para renacer. Su desaparición corresponde al paso de un creyente dentro del templo, donde será vivificado por el recuerdo de quién y qué es, o sea polvo y cenizas a menos que alcance la inmortalidad” (p. 89).

Eliade (2007) concuerda con Campbell cuando se refiere al descenso al inframundo como un rito de pasaje e iniciación heroica. Al respecto afirma que “el regreso a la madre significa regresar a la gran Madre Telúrica. El iniciado vuelve a nacer en el útero de la Madre Tierra” (p. 95) y reaparece más poderoso que antes. En su mayoría, los ritos de iniciación requieren una muerte simbólica, la cual constituye un instante fundamental, seguida de un renacimiento, igualmente simbólico y finaliza con el retorno hacia su pueblo o su gente. Eliade (2001) al respecto afirma que:

La experiencia de muerte y resurrección iniciáticas no solo cambia básicamente el modo de ser fundamental del neófito, sino que al mismo tiempo le revela la sacralidad de la vida humana y del mundo, revelándole el gran misterio, común a todas las religiones, de que los hombres, junto con el cosmos y todas las formas de vida, son la creación de los dioses o de los seres sobrenaturales (p. 43).

Así las cosas, en el proceso de configuración heroica, la muerte simbólica reflejada con la catábasis realizada por el héroe fortalecerá el proceso de configuración o transformación del personaje común en personaje heroico. Además, dicho ingreso al inframundo simboliza la purificación heroica, su punto máximo y el alcance de su madurez plena, pues es dominador de los dos mundos (el de la superficie y el subterráneo).

Pero Eneas no realiza el viaje hacia los rincones del inframundo, porque haya nacido en él el deseo, sino porque su padre Anquises lo exhorta durante un sueño. Al respecto, según lo mencionado por Rhode (2009, p. 52), para los antiguos el hombre que soñaba y lo que veía en sueños hacía que creyeran y confirmaran la existencia de un segundo “yo” con vida propia: “Esto quiere decir que vive en él, alojado en su interior, otro yo, el que obra en sueños, mientras aquel duerme” (p. 12). El pasaje completo es el siguiente:

El espectro de Anquises se manifiesta para aclarar los pensamientos de Eneas, pero su función es más que esa. Lo que pretende es encaminar a su hijo hacia los campos Elíseos para mostrarle el destino de su raza. Es un acontecimiento motivador, pues hace ver a Eneas que su viaje tiene un verdadero sentido y realmente existe una tierra que aguarda por él y su gente.

Al respecto, Campbell (2008) afirma que es en esta prueba, en el reencuentro con el padre, en la que “se abre la posibilidad de que el héroe derive esperanza y seguridad” (p. 123), ante el acontecer aciago de los hechos que le ha correspondido vivir; es decir, que la aparición de Anquises le transmite el empuje necesario para continuar su viaje hasta el final.

Por otra parte, la catábasis realizada por Eneas es muy representativa, ya que tiene dos metas: por un lado saber lo que le espera a sus compañeros, a sí mismo y su estirpe, y por otro, reencontrarse con su padre Anquises, lo cual corresponde a uno de los estadios que según Campbell (2008) el héroe debe completar para lograr su formación y completud:

… para el hijo que ha llegado a conocer al padre verdaderamente, las agonías de la prueba pasa con rapidez; el mundo ya no es un valle de lágrimas, sino la perpetua y bendita manifestación de la presencia (p. 139)2.

Eneas y su padre Anquises tienen mucho tiempo de no verse (desde la muerte del padre, cerca de las costas de Sicilia). En ese reencuentro, el padre le brinda una prospección acerca del futuro de los Dárdanos. El hecho de reencontrarse con Anquises hace que tenga nuevas fuerzas y olvide los trabajos que lo han doblegado; además, conocer su futuro y verlo alentador motiva al héroe, quien luego debe realizar la anábasis -la resurrección simbólica- para volver con sus compañeros.

La siguiente cita es reflejo de lo anterior:

El héroe Eneas está en la obligación de ascender desde el Averno y cruzar el umbral. Es el segundo, solo que esta vez es el que lleva a la salida. Es la puerta que conduce de regreso al mundo de los vivos. De esa manera, como se mencionó, se trata de una resurrección heroica, un renacer en fuerza y destreza que lo prepara para las pruebas que le obstaculizarán su Ktísis (recorrido fundador de una ciudad).

Una vez que el héroe abandona sin daño alguno los aciagos caminos de la muerte, se muestra glorioso y con esto, fortalece su imagen y acrecienta su buena fama, lo cual hará que sus hazañas y su nombre sean recordados eternamente. Tal como lo considera Felton (2007):

… the hero having to face his own mortal nature, overcome his fear of death, and realice that the best way for a mortal to attain inmortality is to achieve a heroic reputation through brave and memorable deeds (p. 94)2.

No solo Eneas es presentado en el poema épico virgiliano como realizador de un descenso al Averno. Antes que él son mencionados, por un lado, Heracles y por otro, Teseo y Pirito; el primero en cumplimiento de uno de los trabajos encomendados por Euristeo y los segundos, producto de sus andanzas amorosas en el temerario afán de librar o secuestrar a Proserpina. Así dice el pasaje:

Al respecto, cabe destacar que según Pirre Grimal (2008): “El undécimo trabajo impuesto a Heracles por Euristeo consistió en enviarle a los infiernos con la orden de que le trajese de allí el perro Cerbero.

Heracles, pese a su valor, no habría podido salir bien de esta empresa, si, por mandato de Zeus, no le hubiesen ayudado Hermes y Atenea” (p. 247). En el caso de esos héroes, el objetivo por el que realizan el viaje al mundo de las sombras no tiene relación con el develamiento de informaciones valiosas, como sí ocurre en el caso de Odiseo y posteriormente de Eneas.

Por otra parte, Felton (2007, pp. 97-98) dice que antiguamente a los muertos se les dotaba de cierto carácter profético, es decir, que guardaban consigo mensajes y conocían sucesos ocultos para quienes se encontraban con vida. Esto conlleva a pensar que el descenso realizado al Averno tiene por finalidad la revelación de los conocimientos hasta entonces vedados. Esta creencia se encontraba en la mayoría de los textos épicos arcaicos y las escenas donde los fantasmas se muestran ante los vivos. Por ejemplo, en su recorrido por las regiones inferiores por el Hades, Odiseo se encuentra con el espectro de Tiresias, quien poseyera la fama de adivino y fue reconocido por ser el único al que se le concedió el derecho de recordar en el otro mundo lo que había vivido y del cual obtiene valiosa información que le permitirá retornar a su patria:

La particularidad de adivinar el futuro o de revelar información valiosa para el héroe también se encuentra en la Eneida, en el momento en que Eneas hace un llamado a las deidades del inframundo y se encuentra con su padre Anquises, quien fue el que le pidió al héroe realizar el viaje al Orco para develarle el porvenir suyo y el de la descendencia de su raza. La invocación a las deidades que imperan en el inframundo es fundamental no solo debido a que esto le permitirá al héroe ingresar a un mundo que le es desconocido, sino porque únicamente con el “visto bueno” de estas podrá transmitir el conocimiento que obtenga:

El libro VI presenta la incursión del héroe virgiliano Eneas en el espacio religioso. Pero para poder ingresar es preciso que purifique su espíritu. Esa religiosidad se acrecienta conforme se adentra en las profundidades del Averno, donde irá para encontrarse con su padre Anquises, quien es la sombra del pasado troyano y fungirá como herramienta fundamental y reveladora del destino de la grey troyana, lo cual hace que el héroe se percate de la magnitud de su misión.

Por otra parte, una vez que ha hecho partícipe del futuro a su hijo, Anquises desaparece del texto y con él desaparece simbólicamente toda alusión al pasado, aplastado bajo la preeminencia de un futuro que, a todas luces, beneficiará a Augusto.

Ahora nada mantiene a Eneas atado al pasado y la tristeza por la antigua Troya queda atrás. Tampoco se encuentra ligado al recuerdo de su padre. Solo importa una cosa: alcanzar el objetivo de su destino sagrado y ver hacia el futuro, en función del establecimiento de la ciudad que daría origen a la magna Roma. En contraste con el Hades homérico, del que no se dice mucho, Virgilio sí realiza una detallada presentación del Averno como un lugar de sufrimiento y lo dota de ciertas particularidades y espacios destinados para cada uno de las almas que ingresan en él.

En su viaje al Averno, Eneas es guiado por la sacerdotisa de Apolo. Esta lo lleva por los distintos caminos donde transitan las almas, los cuales conforman una jerarquía, ya que -según progresan en su caminar- se van presentando las regiones del inframundo, desde las más terribles y deleznables hasta las más confortables, los Campos Elíseos, caracterizados por ser el mejor lugar donde se puede llegar después de la muerte.

En fin, estando en contacto los espacios más terribles del Averno y con los seres que los habitan, el héroe gana virtud; es decir, frente a los modelos negativos del inframundo, el personaje heroico se posicionará como el ideal por imitar y a su vez, al mostrar las malas conductas y el tormento de una vida postmortem, se convierte en una manera fácil para transmitir el comportamiento ideal para un romano.

Ahora bien, dicho recorrido no podía estar completo sin analizar los pasajes en los que se legitima el poder político de Augusto. En el siguiente apartado se presentan los pasajes en los que Augusto es concatenado al linaje de los dioses y cómo esto cimenta las bases para ostentar un poder incuestionable, pero al mismo tiempo cómo se centra en un intento por retornar a las mores maiorum a las que busca regresar y hacer volver a todos los romanos.

3. Descensus ad inferos: camino hacia la legitimación del poder y la inmortalidad de Augusto

En el descensus ad inferos de la Eneida es posible distinguir el uso de la prolepsis como eje central de la configuración temporal de la narración, lo cual genera como consecuencia la intercalación del pasado como presente y del presente como futuro, que -a su vez- se integran el uno con el otro a la perfección, en función de un claro sentido legitimador en relación con el poder de Augusto.

A pesar de que las acciones representadas en la Eneida se encuentran enmarcadas en un contexto anterior (in illo tempore) al levantamiento de la ciudad, el desarrollo de estas se desglosa de tal manera que es posible reconocer en muchas de ellas el futuro de Roma, específicamente en la que Augusto y Virgilio vivieron. Un claro ejemplo de tal progresión de las acciones se manifiesta cuando Eneas, una vez que ha llegado donde se encuentra su padre, distingue a sus ancestros: “Aquí la antigua dinastía de Teucro, hermosísima prole, / héroes magnánimos nacidos en tiempos mejores, / Ilo y Asáraco y Dárdano el fundador de Troya” (“Hic genus antiquum Teucri, pulcherrima proles, / magnanimi heroes nati melioribus annis, / Ilusque Assaracusque et Troiae Dardanus auctor”, Aen., 6. 637-650). Pero sigue su procesión hasta que su padre Anquises le revela con quién finalizará su linaje en el futuro: “Mira cómo llega Marcelo señalado por opimo / botín y vencedor sobresale entre todos los soldados (“Aspice, ut insignis spoliis Marcellus opimis / ingreditur uictorque uiros supereminet omnis”, Aen., 6, 854-859). Estos majestuosos hombres harán que el linaje de los ancestros troyanos se perpetúe y se magnifique en la vigorosa ciudad de Roma.

Las almas de los futuros gobernantes únicamente esperan el momento justo para ocupar los cuerpos que les ayuden a alcanzar la grandeza (en este sentido, el cuerpo funciona como instrumento del alma. Un cuerpo fuerte como roble sería el complemento ideal para un alma como la de Augusto o Marcelo) y entre ellos, destacarán Julio César y Augusto Octavio, quienes serán vistos como los herederos más importantes de la sangre divina de Eneas. Según Duque (1950, p. 80) “la visión de Virgilio es clara y definida respecto a la misión divina de fundar un ‘Imperio Universal’ con esenciales características, y no la de fundar un ‘Dominio Universal’ de Roma, lo cual, si bien es necesario como punto de partida, no es más que el instrumento de esta misión universalista, que reviste todos los caracteres de una inmensa asociación”.

Virgilio no sigue una secuencialidad histórica cuando describe el futuro de Roma, sino que aborda diferentes momentos en la historia de dicha urbs, tal como las pinturas que Eneas observa en el palacio de Dido. Es decir, se pinta con palabras una serie de escenas históricas, solo que -en dicho caso- tales escenas no corresponden a un orden cronológico. Sin embargo, es evidente cómo, mediante el ensalzamiento de los hombres y sus acciones, el poeta de Mantua añade en dicho continuum a la gens Iulia, logrando con esto incorporarla a la historia mítica misma de Roma desde antes de sus inicios y perpetuándola, tomando como base el devenir ininterrumpido de sus generaciones. Gowing (2005, pp. 17-27) menciona que el principal objetivo del periodo en que Augusto estuvo en el poder fue retomar los valores que existían durante la República y tratar de mantenerlos, así como las tradiciones que esta tenía y poseería futuramente en cuanto que implicaba un nuevo comienzo. No obstante, esto constituía una paradoja, puesto que se aferraba al pasado para iniciar algo nuevo. Para él, los constructos sociales como los ritos, la literatura, las fiestas y otras manifestaciones encontraban asidero en la ideología que intentaba implementar, ya que pretendía exaltar las épocas pasadas como modelo de moralidad para su actualidad, todo esto en función de legitimar su régimen político, social y religioso. Además, el hecho de presentar a los ancestros se reviste de un considerable valor simbólico en el sentido evocador de una nueva política y la configuración de un nuevo régimen, pues le otorga un asidero mítico-simbólico-histórico sobre el cual apoyarse. Unido a lo anterior, para comprender en mayor grado la utilidad de textos como la Eneida, en función de justificar el poder divinal de Augusto y su gens, Gowing (2005) afirma:

Vergil’s Aeneid, of course, not only established the divine credentials of the new regime, but also made space, specifically in Book 6 and on the Shield of Aeneas in Book 8, for a survey of memorable characters and moments from the Republic, all part of the ordained plan for Rome. Horace mines Republican history for themes and exempla; even Propertius (but not Tibullus) on occasion drew material from the Republican past. The present typically measures itself against the past. What distinguishes the recollection of the past during the Augustan period from the Republican, however, is the presence of the princeps. Indeed, it becomes seemingly impossible to talk about the heroes of the Republic without prompting, implicitly or explicitly, a comparison with the new emperor (p. 20)3.

Este autor manifiesta que las res gestae (Thus in the Res gestae he baldly claims to have preserved for memory many exempla from Rome’s past. And certainly many Romans living under the Augustan regime would not have imagined, as we do, that the Republic had ‘‘ended’’, Gowing, 2005, p. 19) testimonian de Augusto, así como de las costumbres ancestrales y las tradiciones sociales deseables para Roma; es decir, que estarán siempre en función de las mores maiorum en tanto muestran los ideales que debe seguir la floreciente ciudad. Además, en función de la descripción que se hace de los hombres preclaros del pasado romano y del futuro, se encuentra el hecho de restituir la pureza romana que se ha perdido con el avance de los siglos.

Le Gall y Le Glay (1995 pp. 35-36) afirman en cuanto a los sentidos de mores maiorum que primero radicaba en un sesgo del espíritu antiguo que, en este punto, se oponía al moderno. Cree este autor -por lo general- en el progreso, material, moral y por ende, político. Por el contrario, los antiguos creían de modo igualmente espontáneo en la degenerabilidad material, sobre todo, en el irremediable agotamiento de la tierra, moral y política. La idea cuadró en el tema literario de la “edad de oro” y llevó en política a otorgar un inmenso prestigio a las antiguas instituciones de la Ciudades-Estado, aunque -en general- hubiera grandes dificultades para situarlas en el tiempo y concretar sus rasgos, hasta el punto de que para los revolucionarios antiguos era normal presentarse como reaccionarios preocupados por reconducir las instituciones a su antigua pureza: en Atenas se había invocado la “constitución de nuestros mayores”; en Esparta, la “Constitución de Licurgo” y entre los romanos, se apelaba al mores maiorum (la costumbre de los ancestros), tal y como Cicerón a menudo exhortaba.

Por su parte, Flower (2010) dice que en el momento en que Augusto se encuentra en el poder, la república de los nobles era una realidad sumamente lejana, casi mítica, que se había perdido debido a la gran cantidad de guerras y violencia con las que transcurrían los días:

The previous traditional republics of the nobiles had by now been lost. As a result there was no agreement about a method for restoring a workable republic, or about how such a republic should look. The increasingly violent interventions by ordinary citizens and soldiers in the political process tended only to weaken, rather than to bolster. In that sense, popular politics was not necessarily “republican” in tendency (p. 30)4.

Es interesante que se mencione que Silvio será criado por Lavinia en la selva; esto se debía, según lo manifestado por Dionisio de Halicarnaso (Dion. Hal. Ant. Rom., 1. 70. La edición que se sigue es la de Gredos, cuya traducción es realizada por Elvira Jiménez y Ester Sánchez), a que la esposa de Eneas temía que Iulo, sucesor de Eneas y primer rey de Alba Longa, tomara represalias contra ella y su hijo.

Pero luego de que muriera el primer hijo del héroe troyano, Silvio fue proclamado rey. Anquises es el encargado (por Virgilio) de manifestar la grandeza de Roma: “¡Ah, hijo! Bajos los auspicios de éste aquella ínclita Roma igualará su imperio con las tierras, su espíritu con el Olimpo, y una que es rodeará sus siete alcázares con un muro, bendita por su prole de héroe” (“En huius, nate, auspiciis illa incluta Roma / imperium terris, animos aequabit Olympo, / septemque una sibi muro circumdabit arces, / felix prole uirum”. Aen., 6. 781-784) y la dotará de facultad para dominar sobre el resto de las ciudades. Así es como llegará a ser considerada la Caput mundi. Dichas esas palabras, Anquises otorga la potestad divina a Roma para que esta pueda expandirse en un imperio sine fine amparado en lo establecido con el fatum y legitimado por su estrecha cercanía con los dioses.

Roma tiene todo el derecho, aún más, tiene el deber de imponerse al resto de los poblados del orbe, regirlos bajo su ley, incorporarlos y destruir a todos lo que vayan en contra de su ideología expansionista.

Todas las batallas futuras, así como la integración de otros pueblos al imperio, han sido establecidas por el fatum y por lo tanto, todas están justificadas. Si las profecías apuntan al ensalzamiento del princeps, de la gens Iulia y su sistema de dominación, entonces el dominio y la omnipotencia que irradia Augusto se transfundirá también a la patria que regirá. Un pueblo controlado por un líder, cuyo linaje se puede rastrear hasta los dioses olímpicos, es superior a cualquiera. En consecuencia, los demás deberán respetarlo, pero -sobre todo- obedecerlo.

Seguidamente, Virgilio realiza un salto desde la fundación de la ciudad hacia el clímax histórico de esta, que va desde que Augusto se ubica en el poder y termina con el establecimiento de los llamados “siglos dorados” (llamada también Edad de oro. Fue una época que inicia luego del triunfo que tuviese Augusto en Actium. No hubo guerras y Roma creció política y económicamente como nunca antes lo había hecho):

Este salto en el orden secuencial del texto y el posterior encomio a la época de Augusto, hacen que Eneas tome consciencia sobre la importancia de cumplir con lo que su destino dicta, ya que él será la base o el tronco inicial que sostendrá el resto de la genealogía en el renacer troyano. A continuación de dicho pasaje, se da una alternancia en la cual son presentados los héroes que alcanzaron la fama inmortal gracias a sus hechos y la lealtad que poseían por el orden republicano. Por un lado se muestran los gobernantes que tuvo Roma, mientras que por otro son presentadas las familias y descendencias de algunos hombres ilustres que vivieron y participaron activamente durante la República.

El primero al que Virgilio exhibe es a Bruto, quien derrotó a Tarquino y como producto de la victoria decidió instituir el Consulado y quien -además- será presentado como exemplum de amor por la patria: “Vencerá el amor de la patria y un ansia de gloria sin medida” (“uincet amor patriae laudumque inmensa cupido”, Aen., 6, 823).

Dicho apego por la patria será uno de los componentes esenciales para alcanzar la gloria y la fama inmortal durante la batalla, ya que el héroe accedía a estas por haber entregado su vida en defensa del honor, la grandeza y la libertad de la nación que lo acogió en su seno.

Ese amor por Roma era fundamental para Augusto y sus pretensiones imperialistas, ya que con este se creaba un apego hacia lo nacional y por lo tanto, el asentimiento general hacia todos aquellos proyectos conquistadores que pretendiera. Otro de los que son mostrados, pero esta vez como un héroe que debe escarmentar por la muerte, es Torcuato, lo que le otorga -al igual que a Bruto- un carácter ejemplarizante para las generaciones futuras, precisamente en el instante que se menciona:

Esa imagen es fundamental para comprender el valor propagandístico que poseía la Eneida, ya que el hecho de que Torcuato sufra por la guerra hace referencia al más grande de los proyectos de Augusto, el establecimiento del ideal de pax para el pueblo romano: la constitución de un Estado donde las batallas y las victorias aseguren la paz, por mar, por tierra y donde los hijos puedan ver morir a sus padres y no al contrario, como en los tiempos de guerra. Posteriormente, continúa con la descripción de las hazañas de Catón y Cose, a quienes ensalza con características deseables para todo el pueblo romano, como el cultivo de la disciplina y su aplicación en todas las acciones cotidianas. Estos hombres son inolvidables por lo tanto: “¿Quién dejará de nombrarte, gran Catón, o a ti, Coso?” (“Quis te, magne Cato, tacitum aut te, Cosse, relinquat?”. Aen., 6. 841). Virgilio es muy atinado al mencionar a esos dos héroes, pues ambos fueron reconocidos también por su frugalidad en todo lo que hacían, cualidad digna de ser estipulada para el resto de los romanos.

Por otra parte, es necesario mencionar que las batallas y en fin, todo lo relacionado con lo soldadesco constituyó una manera esencial para la legitimación del dominio romano. El hecho de mostrarse incólume ante el peligro constituía una manera de proporcionar mayor valía al guerrero que -una vez que ha triunfado- sentía una enorme felicidad y un profundo agradecimiento con los dioses.

Así, por ejemplo, en el desfile de héroes, Virgilio no omite mencionar algunos próceres romanos que combatieron contra los cartagineses (los tres grandes opositores de Cartago en las Guerras Púnicas fueron Scipión el Africano, Quinto Fabio Máximo y Marcos Claudio Marcelo), entre los que destaca a Marcelo:

Al recurrir a Marcelo, último de los comandantes romanos, Virgilio, en voz de Anquises, proyecta una línea generacional que va más allá del propio Augusto, lo cual hace que Eneas considere aún más necesario cumplir con la misión de fundar la ciudad. Es posible que, al mostrar a todos esos personajes, Virgilio no pretendiera ensalzar las hazañas de cada uno, es decir, como individuo o como mera presentación de estos. Al contrario, pretendía hacer notar el conjunto de hombres ilustres de Roma y mostrar los ideales que todos los romanos debían igualar. Son enumerados de tal manera que pueden establecerse características en común, aunque distan temporalmente los unos de los otros; sin embargo, el desfile de tales personajes heroicos es la señal de inmutabilidad de estos y de la ciudad, y de que desde Eneas hasta Augusto existió un compromiso con el destino romano, lo cual da legitimidad al poder de este último.

El descensus ad inferos no solo se convierte en un medio de legitimación política por medio del cual se justificaba el poder que ostentaría Augusto durante su mandato, sino que la relación del emperador con la muerte simbólica experimentada por Eneas con la catábasis lo llevará a alcanzar uno de sus más anhelados objetivos: la inmortalidad y la perpetuidad de su memoria y su familia.

Dicha relación entre Eneas, su catábasis y Augusto da comienzo en el instante en el que Anquises, padre del héroe troyano, le hace ver a su hijo -a manera de un desfile- la insigne progenie que poseerá.

Virgilio pone en boca de Anquises el anuncio de que, al igual que Eneas será divinizado y ocupará un lugar en el Olimpo. Sus descendientes, de la misma manera que él, serán elevados a tal condición o al menos, serán catasterizados (se llama catasterismo a la trasformación de un personaje en una estrella).

Es de esta manera que se procede a la legitimación de la familia a la que se atribuía la descendencia directa del héroe troyano como condición prístina, es decir, la gens Iulia, que gobernaría Roma ostentando el poder imperial por mucho tiempo. Teniendo en cuenta que la Eneida se caracteriza por presentar de manera imbricada múltiples temporalidades, lo correspondiente a la divinización de Eneas hace referencia a los hechos principalmente de orden político y religioso que resultarán tanto en la divinización de César como en la estructuración postrera del culto imperial. De este modo, el fatum de la Eneida se congracia con Eneas, Julio César y Augusto, y les promete la bienaventuranza de la superación de la muerte y la promoción al Olimpo.

Para complementar, en cuanto a la relación de Augusto con la muerte y su búsqueda de inmortalidad habrá que aproximarse al tiempo en que la Eneida fue redactada. En el momento en que dicho texto fue iniciado por Virgilio, la apoteosis de César no era un hecho muy lejano, lo que quiere decir que estaba aún vivo en la memoria de los romanos.

Desde el punto de vista político, la apoteosis, más que un bien al muerto, beneficiaría al emperador vivo que -en algunos casos- buscaba legitimidad en la memoria del antecesor. La consagración, además de poseer un tono político, era sobre todo un instrumento de memoria y propaganda de la imagen imperial.

Esto hace pensar que el poeta mantuano no podía pasarlo por alto y más bien retome dicha consagración para ponerla al servicio de los fines de Augusto. En una de las pocas veces que es mencionado en la Eneida, César es mostrado como un ser absolutamente divino, tanto por sus hazañas como por llevar en sus venas la sangre divina de Eneas y la de su madre Venus, y dicha condición es proyectada hacia su hijo adoptivo, Octavio Augusto. Dicha aparición de César se encuentra estrechamente ligada a la narrativa del descensus ad inferos que se ha tratado en este capítulo, específicamente en las profecías de Anquises quien, encontrándose en los Campos Elíseos, empieza a nombrar y a hacer pasar delante de su hijo a todos los varones ilustres de Roma que conformarán su descendencia. La voz profética de Anquises le anuncia su porvenir, trayendo a la palestra varios trozos de la historia romana de distintos periodos, desde la fundación y hasta lo principal de la configuración del imperio y su porvenir, como es el caso de Octavio Augusto y Marcelo, sobrino del princeps.

En ese desfile de renombrados varones, Augusto es designado como parte de la progenie de Iulo, héroe prometido e hijo de un divinizado del imperio, lo cual lo proyecta como ser al que hay que venerar, tal como se muestra en la siguiente cita del acápite 785:

Vuelve hacia aquí tus ojos, mira este pueblo y a tus romanos. Aquí, César y toda de Julo la progenie que ha de llegar bajo el gran eje del cielo. Éste es, éste es el hombre que a menudo escuchas te ha sido prometido, Augusto César, hijo del divo, que fundará los siglos de oro de nuevo en el Lacio por los campos que un día gobernara Saturno.

Así las cosas, en consonancia con la profecía presentada por Júpiter a Venus en el libro I de la Eneida, los versos anteriores se complementan y se unifica la temporalidad mítica que permite la acción textual con el futuro predicho, desvaneciendo de una vez por todas cualquier barrera generacional. Es decir, Iulo, hijo del héroe troyano es recordado en la misma estrofa que nombra su gens divina. César es elevado a la condición de divinidad y Augusto surge como aquel destinado a devolver en el Lacio los siglos dorados, una nueva edad de oro marcada por la cercanía entre los hombres y las divinidades, la ausencia de labores bélicas, la seguridad y la prosperidad, edad de oro que coincide -desde el punto

de vista mítico- con el reinado de Saturno en Lacio. Augusto ascenderá a los cielos prometidos o referenciados en la jornada por el más allá realizada por Eneas. Sus restos serán depositados en un mausoleo magnificente, que se tornará en un santuario dada su condición divina, lugar de memoria por excelencia, en el que se unificarán la ancestralidad de Eneas, los hechos preponderantes de César y el homenaje a sí mismo.

Virgilio pone la divinización de los hombres preclaros de Roma en las profecías dadas en el inframundo, con lo que directamente apunta a la declaración de Augusto como uno más de los inmortales.

Así, igual que sus ancestros divinos -Eneas y Rómulo- Augusto gana un espacio junto a las demás divinidades del Olimpo y triunfa en la batalla contra la muerte y el olvido.

5. Conclusiones

El constante contacto con los muertos hace que, en la Eneida, el mundo de los muertos y el de los vivos no se excluyan simultáneamente. Más bien, existe una dependencia entre estos, ya que los muertos requieren de los vivos para que los ritos funerarios sean dispuestos de manera más atenta y su memoria pueda perdurar a lo largo del tiempo. Mientras, los vivos recurren a dicha memoria en busca de consejo.

En ese sentido, el más allá es un lugar donde las almas no llegan como sombras vacías y desmemoriadas, sino que en la Eneida es un sitio donde las almas cumplen con una función reveladora y legitimadora del poder que Roma tendrá a lo largo de las generaciones.

Uno de los aspectos más importante que se concluyen sobre la importancia del Averno en la Eneida es que estando en contacto los espacios más terribles de este y con los seres que los habitan, el héroe gana virtud. Es decir, frente a los modelos negativos del inframundo, el personaje heroico se posicionará como el modelo a imitar. Eneas es el personaje ideal capaz de ir al más allá y retornar como un héroe. Con el descensus ad inferos se establece finalmente el lazo entre Eneas y Augusto, hecho que le proporcionará al princeps características heroicas y, por supuesto, divinas. Estas mismas lo ayudarán a convertirse en uno de los uiris ilustribus de la mítica y omnipotente Roma. Además, con dicho descenso, las virtudes de Eneas se acrecientan, debido al contraste entre él y quienes se encuentran condenados a sufrir en el Orco, hecho comparable a Augusto, quien se engalana y se glorifica a partir del recuerdo de sus antepasados. Las promesas de divinización de Eneas y toda su descendencia se encuentran engarzadas en el devenir del texto y le atribuye a la gens Iulia, a la que pertenece Augusto, la legitimización de carácter divino y ancestral.

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2Traducción propia: … el héroe tiene que enfrentarse a su propia naturaleza mortal, superar su miedo a la muerte y darse cuenta de que la mejor manera para que un mortal alcance la inmortalidad es lograr una reputación heroica a través de valientes y memorables hazañas.

3Traducción propia: La Eneida de Virgilio, por supuesto, no solo estableció las credenciales divinas de un nuevo régimen, sino que también creó el espacio, especialmente en el libro VI y en la descripción del Escudo de Eneas en el libro VIII, basado en un estudio de personajes memorables y momentos de la República, todo parte del plan ordenado por Roma. Horacio obtiene de la historia republicana temas y exempla, incluso Propercio (pero no Tibulo) en ocasiones sacó material de lo republicano. El presente típicamente se mide a sí mismo contra el pasado. Lo que distingue el recuerdo del pasado durante el período de la República de Augusto, sin embargo, es el presente del princeps. En efecto, se hace aparentemente imposible hablar de los héroes de la república sin considerar, implícita o explícitamente, una comparación con el nuevo emperador.

4 Traducción propia. Las repúblicas tradicionales anteriores de los nobles ya se habían perdido. En consecuencia, no hubo acuerdo acerca de un método para restaurar una república viable o sobre cómo se debía buscar una república. Las intervenciones cada vez más violentas de los ciudadanos comunes y los soldados tendieron solo a debilitarse en el proceso político, en lugar de fortalecerse. En ese sentido, la política popular no fue necesariamente “republicana” en la tendencia.

Recibido: 29 de Mayo de 2017; Aprobado: 12 de Marzo de 2018

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Máster en Literatura Clásica graduado de la Universidad de Costa Rica. Labora en la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura de la Universidad de Costa Rica. Costa Rica Contacto: minorj2007@hotmail.com.

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