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Comunicación

On-line version ISSN 1659-3820Print version ISSN 0379-3974

Comunicación vol.25 n.2 Cartago Jul./Dec. 2016

http://dx.doi.org/10.18845/rc.v25i2-16.3181 

Artículos

La narrativa costarricense ante los nuevos medios de transporte: la experiencia subjetiva del viaje en avión en “Pasajeros al norte”

The Costa Rican narrative in the face of the new means of transportation:

the subjective experience of a plane trip in “Pasajeros al norte”

Dr Dorde Cuvardic García1 

1Universidad de Costa Rica

Resumen

Cuando Yolanda Oreamuno publica este relato en el Repertorio Americano, en septiembre de 1944, los viajes comerciales todavía representaban una experiencia minoritaria para la mayor parte de la población mundial y, particularmente, para la Costa Rica rural del momento. La voz enunciativa de “Pasajeros al norte” ofrece un ejercicio de comprensión, entre psicológico y microsociológico, de una experiencia novedosa, el avión, medio de transporte que trastoca las coordenadas espacio-temporales, incentiva la mirada panorámica hacia la superficie terrestre e impone relaciones distantes -y su posible anulación- entre los pasajeros.

Palabras clave: Medio de transporte; literatura costarricense; literatura de viajes; cuento costarricense

Abstract

The Costa Rican narrative in the face of the new means of transportation: the subjective experience of a plane trip in “Pasajeros al norte”

When Yolanda Oreamuno published this narration in the Repertorio Americano, in September 1944, commercial flights represented an experience for a minority for most of the world’s population, and particularly for the rural Costa Rica at that time. The enunciating voice of “Pasajeros al norte” provides a comprehension exercise, between the psychological and the microsociological of a newest experience: a trip on a new means of transportation: a plane, which goes beyond the time and space coordinates: it stimulates a panoramic view of the earthly surface and imposes long-distance relationships -and their possible annulment among the passengers.

Key words: Means of transportation; Costa Rican literature; travel literature; Costa Rican short story

Introducción

La popularización de nuevos medios de transporte es un proceso asociado a los cambios en la comprensión de las relaciones espacio-temporales. El ómnibus, el ferrocarril y el avión comercial son tres ejemplos. Burton (2009), Kaiser (2008) y Stierle (1993) han investigado, a través del artículo de costumbres y la crónica de viajes, la experiencia perceptiva que onllevó la introducción del ómnibus en el París de 1828. Dickens (1957; 2009a; 2009b; 2009c; 2009d) ofrece sus reflexiones sobre la sociabilidad en el transporte público londinense (cabriolé, ómnibus) desde el género de la escena costumbrista.

Hessel (1997) describe, con un estilo impresionista, el ómnibus berlinés. Stierle (1993, pp. 209-214), a su vez, se acerca a textos que describen el viaje en la cajuela de pasajeros del ómnibus como una ‘sociedad en pequeño’; junto al flaneur y los Pasajes, incorpora a este medio de transporte entre las más importantes figuras de la legibilidad (lesbarkeit) del espacio urbano2. En la práctica literaria latinoamericana han ofrecido el mismo tipo de reflexiones Julián del Casal (1964) desde el género de la escena; Manuel Gutiérrez Nájera (1958) desde el cuento; y Oliverio Girondo (1989) desde la poesía. Asimismo, Wolfgang Schivelbusch (1986) se ha ocupado de las consecuencias traumáticas -el shock traumáticoque provocaron los primeros accidentes de ferrocarril entre los pasajeros.

Los géneros literarios se han ocupado de la novedad que supuso la irrupción y difusión de novedosos medios de transporte y así ha ocurrido en la literatura costarricense. Como ejemplo están los aviones ultra modernos empleados en “La caída del águila” (1920), de Carlos Gagini, con el propósito de conquistar EE.UU. Décadas después, la novelita Un curioso rapto aéreo (1975) firmada por un tal Gasparín, publicada en una autoedición poligrafiada, relata el secuestro de un vuelo de LACSA por extraterrestres.

Asimismo, el cuento “En contra de los aviones”, de Juan Murillo (2011), no solo da nombre al volumen en el que se incluye sino que, además, relata el famoso accidente en el que murieron los críticos literarios Ángel Rama, Jorge Ibargüengoitia, Manuel Scorza y Marta Traba el 27 de noviembre de 1983.

A partir de estos ejemplos se puede iniciar la construcción de una tipología temática sobre la presencia de la aviación en la literatura (en particular, de la literatura costarricense), pues se incluyen, desde el texto más antiguo al más moderno, las siguientes situaciones: guerra, rapto alienígena y desastre aéreo (Alexánder Sánchez, comunicación personal, 15 de noviembre, 2015)3.

Cuando Yolanda Oreamuno escribió el relato “Pasajeros al norte” (1944), el viaje comercial en avión no solo era minoritario, sino únicamente al alcance de un sector ‘exclusivo’ -es decir, adinerado- de la población costarricense. Publicado en la revista Repertorio Americano, este cuento no incentiva ninguna identidad entre la voz enunciativa del cuento y la autora, Yolanda Oreamuno. Sin embargo, si un crítico literario quisiera establecer esta equiparación, podría investigar si la escritora costarricense realizó algún vuelo hacia Estados Unidos a inicios de la década de 1940. En estos términos, se podría considerar un hipotético viaje emprendido por Yolanda Oreamuno desde el Aeropuerto de la Sabana, el cual entró en funcionamiento en la década de 1930 como el primer aeropuerto costarricense, como motivo genético, es decir, como situación originaria o núcleo argumentativo a partir del cual fuera estructurado el cuento.

Décadas después, cuando Samuel Rovinski escribe el cuento “Delicias del vuelo”, de la colección El embudo de Pandora (1991), el viaje comercial en avión supone una experiencia disfrutada por gran parte de la clase media y alta del país, por lo menos una vez en su vida. No es de extrañar, por lo tanto, que “Pasajeros al norte” (1944) describa la experiencia iniciática del viaje en avión, con toda la perspectiva desfamiliarizada de quien por primera vez lo utiliza como medio de transporte. En cambio, décadas después, “Delicias del vuelo”, de Samuel Rovinski (1991) describe en primera persona un acontecimiento que para el narrador ya forma parte de la normalidad.

Esta experiencia singular o excepcional del narrador protagonista se enfoca en la persona que se sienta al lado de una pasajera que no deja de hablar durante todo el vuelo transatlántico, desde el Aeropuerto Charles de Gaulle hasta el Juan Santamaría. La situación es una experiencia ‘límite’ que podría darse en cualquier otro medio colectivo de transporte (bus o tren). En este caso, la convivencia no premeditada con un extraño activa el efecto de la comicidad, analizado desde la ironía de situación (Cuvardic, 2014).

El objetivo de este artículo, partiendo de “Pasajeros al Norte” (1944), consiste en analizar e interpretar la verbalización de la experiencia del viaje -por lo demás, novedosa- en la voz enunciativa de este relato.

Análisis del cuento

“pasajeros al norte”

Cuando el sujeto humano se enfrenta como usuario por primera vez ante los nuevos medios de transporte, se incentiva una percepción desfamiliarizada.

Uno de los canales más pertinentes para registrar esta experiencia es la literatura, a través de distintos géneros literarios y paraliterarios, como ya explicaron los formalistas rusos. En el caso de los medios de transporte aéreos, la novedad de los viajes en globo fue rápidamente ofrecida en informes de viaje, artículos costumbristas y poemas (Romero Tobar, 2010).

La novedad del viaje en avión puede ser analizada tanto en textos de carácter fácticos (artículos periodísticos, autobiografías, diarios) como ficticios. En este último tipo de escritura contamos con “Pasajeros al Norte”, de Yolanda Oreamuno. La experiencia subjetiva del viaje en avión, desde la voz enunciativa en primera persona del relato, será analizada a partir de los siguientes criterios o categorías: la despedida del pasajero del avión (frente a los individuos -familiares- que se quedan en tierra); la experiencia de ser transportado por aire (frente a la de ser transportado por tierra o por mar); la mirada panorámica hacia la superficie terrestre o el horizonte, desde la cabina del avión; y, por último, la creación de lazos afectivos entre los pasajeros del avión.

La despedida del pasajero

El viaje supone la separación entre individuos conectados previamente por diversos vínculos (amistosos, familiares, de pareja). Así lo expresa la voz enunciativa de “Pasajeros al Norte”, desde un nosotros general, aplicable a cualquier viajero ‘obligado’ a despedirse de su familia: “Dilatamos el beso, el abrazo o el apretón de manos de la despedida, para colocarlo justamente al borde del viaje, en la precisa inminencia, como para que algo, cálido aún, nos ate a lo irremisible.” (p. 126)4. La voz enunciativa tiene conciencia de que la separación física se puede convertir, con el tiempo, en distanciamiento afectivo.

Ante esta posibilidad, busca prolongar el contacto táctil, es decir, el contacto físico, que semióticamente supone la expresión gestual de las relaciones afectivas entre sus protagonistas.

Como destaca la voz narrativa, el sentimiento que embarga al ser humano con la separación impuesta por el viaje es diferente, según el medio de transporte utilizado. El viaje en barco supone el mantenimiento de un delgado hilo emocional entre los seres humanos, mientras que el viaje en avión supone un quiebre de este último, desde el punto de vista de la narradora, en los inicios de la aviación comercial costarricense. Son distintas las implicaciones emotivas de la despedida de los seres queridos. El viaje por mar todavía queda revestido de lo que popularmente llamamos una aureola romántica, de la que carece el viaje en avión, como vemos seguidamente:

El lamento nostálgico del barco es cable que no se rompe entre el que se va y el que se queda. El hueco negro y espeso y maloliente entre el tajo del muelle y la panza del vapor es una esperanza tendida horizontal hasta el infinito, que se va haciendo verde, verde, conforme se aleja. Nada queda absolutamente roto cuando parte un barco. Se recuerda con fruición melancólica el último abrazo y la palabra consonante del blanco pañuelo en la distancia (p. 126).

La despedida, ante un viaje en barco, es una experiencia dolorosa que deja un recuerdo melancólico. El mantenimiento del vínculo afectivo y la viva esperanza del futuro regreso del ser querido que viaja en este medio de transporte -tema señalado por la voz enunciativa de “Pasajeros al Norte” - también está presente en la historia de la literatura en los poemas de algunas escritoras románticas. Se expresa, por ejemplo, en el soneto “Siempre tú” (1852), de Carolina Coronado, en el cual el yo lírico espera varios años a su novio Alberto, quien partió años atrás hacia América. También se recurre a la elegía de la separación en el artículo costumbrista “La diligencia”, de Larra (1835), despedida motivada por el viaje en otro medio de transporte, pero con las mismas consecuencias emotivas para el pasajero: “¡Una salida de un pueblo deja siempre cierta tristeza que no es natural al hombre! […] El patio de diligencias es a un cementerio lo que el sueño a la muerte.” (pp. 314-316). De la tristeza en Larra pasamos al lamento nostálgico en Yolanda Oreamuno. En “Pasajeros al Norte” se emplea una metáfora ‘sorprendente’ para aludir al lazo afectivo que no se termina de romper, a pesar de la distancia: el vínculo afectivo es similar a la mancha de aceite que existe entre el muelle y el barco que ha partido, es decir, es similar al ‘hueco negro y espeso y maloliente entre el tajo del muelle y la panza del vapor, esperanza horizontal tendida horizontal hasta el infinito’ que pasa de negro a verde’, en otras palabras, que pasa del dolor desgarrado de la separación a la esperanza del regreso. Más pesimista, en cambio, es la comprensión de esta experiencia por parte del existencialista Larra.

La experiencia subjetiva del viaje por aire frente al viaje por tierra

Desde el siglo XIX, la aparición de nuevos medios de transporte incentivó nuevas experiencias subjetivas, una de ellas fundamentada en la percepción de la velocidad (según sea el caso, negada o hiperbolizada). Puede llegar a ocurrir, por ejemplo, que el viajero ya no cuente con las coordenadas espaciales necesarias para hacerse una idea o imagen de la velocidad del medio de transporte que está utilizando, comprobación a la que llega la voz enunciativa en “Pasajeros al Norte”. La experiencia del movimiento y de la velocidad queda casi anulada, como declara en el momento posterior al despegue, cuando el avión busca estabilizarse a una altura apropiada:

el avión no camina. Ni proporciona, falto de punto de comparación inmediato, la menor sensación de velocidad. Abajo apenas hay un paisaje tambaleante que cambia con lentitud. El paisaje se inclina, casi se voltea, las colinas se pierden en llano, y destacan las montañas, los lagos y los ríos, como únicos personajes del espectáculo. Señoreados por el mar (p. 127).

Predomina la percepción de la lentitud del movimiento del medio de transporte desde el punto de vista del pasajero. En el momento del despegue, se impone la apreciación estática y estética de la naturaleza como un espectáculo en proceso de reconocimiento, en búsqueda de las coordenadas espaciales.

No ocurre lo mismo con los medios de transporte terrestres. Schivelbusch (1986), por ejemplo, habla de las experiencias de ‘shock’ perceptivo que provocaron los primeros viajes en ferrocarril durante el primer tercio del siglo XIX. La alta velocidad del ferrocarril fue y es percibida como tal por el pasajero desde el vagón del tren. A su vez, ya en el siglo XX, Paul Virilio (1998, pp. 11-22) ha acuñado el concepto de dromoscopía para aludir a la velocidad que percibe visualmente el usuario de una autopista desde su automóvil. Son experiencias que no se ‘viven’ en el viaje aéreo.

La mirada panorámica, de larga tradición en la literatura occidental, puede quedar reevaluada cuando es adoptada por el viajero de un avión comercial.

En lugar de incentivar en el observador una actitud de orgullo hacia la Nación que tiene ante sus pies (cuando este último está situado en una colina cercana a una ciudad) desde un avión, cuando ya se ha estabilizado después del despegue, la mirada panorámica suscita en el pasajero otras reflexiones, vinculadas al hecho de quedar transportado por un medio ajeno a las capacidades motrices del ser humano.

El miedo, el terror -y ya no el orgullo o la admiración- es el sentimiento que embarga al observador que ve la tierra a sus pies. Recordemos que Edmund Burke (1757) ya había señalado que la experiencia de los abismos, de los precipicios, de los acantilados, cuando se mira hacia abajo, incentiva más el sentimiento de la sublimidad (en particular, del terror) que la experiencia de las alturas (mirar hacia arriba) y de los horizontes longitudinales (marítimos o terrestres):

El que se sienta engrandecido por la altura, embriagado por el espectáculo y que no vea temblar algo en su ánimo desconcertado por el cambio instantáneo, violento y doloroso de proporciones, es un imbécil o un pedante. Ver para abajo da espanto, y solo la costumbre del aviador que se siente señor de su vehículo puede desvirtuar la vertiginosa impresión (Burke, 1757, p. 127).

La experiencia de la voz enunciativa de “Pasajeros al Norte” está protagonizada por quien realiza su primer viaje en un avión comercial: ver hacia abajo ‘provoca espanto’. Parte de este sentimiento surge del hecho de que, en escasos segundos, el ser humano pasa a estar situado en el aire después del despegue. ‘Estar suspendido en el aire’ debió ser la forma expresiva que tuvieron los primeros pasajeros de comprender la experiencia de viajar en un avión. Parte del terror proviene del hecho de que el pasajero viaja en un medio de transporte cuyo funcionamiento ignora. ‘Sí, vuelo gracias al avión, pero, ¿por qué no cae a la superficie terrestre?; ¿Qué provoca su suspensión en el aire?’, -se dice, por lo común, todo pasajero. Esta incertidumbre, como en tantas y tantas experiencias, es fuente de terror, de temor, de angustia.

Relacionado con este miedo a viajar suspendido en el aire, en “Pasajeros al norte” se expone un tópico ocasionalmente presente en otras partes de la producción literaria de Yolanda Oreamuno: la condición telúrica del ser humano, el ‘llamado de la tierra’. La posibilidad de que el ser humano vuele es ‘antinatural’. El momento del despegue supone un instante de ruptura de un vínculo natural:

Algo muy hondo y vital nos jala a tierra, algo que se descuaja al partir, algo que está más allá del llanto, mucho, pero mucho más fuerte aún que la presión sentimental de las personas que quedan abajo y que se han hecho de pronto, sin transiciones, microbios en la distancia. Es la elemental unión del hombre con la tierra que ha privado hasta entonces en su vida y que solo una situación tan antinatural como el vuelo se atreve, retando el infinito, a romper. Es la tierra pujando contra el vacío que reclama su presa, es la violenta lucha de los elementos por una víctima que pretende, contra todo, escaparse a los dos. La tierra, la que pisamos siempre, la que nos dio comida y sustento, la que nos cubrirá un día, no nos quiere dejar ir, y grita, en un contacto de drama, que se va estirando, estirando hasta romperse, cuando las alas del avión han sobrepasado las más altas capas atmosféricas, y se internan en el aire enrarecido de la altura (p. 127).

Creo que la metáfora maestra que permite encuadrar el conjunto de estas reflexiones es la de la Madre Tierra: sus hijos son los seres humanos, y cualquier separación es entendida como antinatural y como la búsqueda desesperada de las crías por parte de la hembra. Como sucede entre la madre y el hijo, la simbiosis entre la tierra y el ser humano es perfecta.

Prestemos atención al hecho de que la separación entre ambos es comprendida, metafóricamente, como ‘descuaje’. Según el Diccionario de la Real Academia Española, ‘descuajar, cuenta con tres significados: “Licuar; transformar una sustancia sólida, cuajada o pastosa en líquida; Hacer a alguien desesperanzar o caer de ánimo; Arrancar de raíz o de cuajo plantas o malezas” (p. 774). Las tres entradas, más allá de los significados periféricos, cuentan con un sentido nuclear común, en las capas de sentido metafórico que adquiere este término en el texto de Oreamuno. El primer sentido implica, en suma, ‘separar’ o ‘dividir’ en dos una entidad ‘naturalmente’ unida; en el segundo sentido, la pérdida de la voluntad o la energía vital, al separar esas dos entidades “naturalmente” unidas; en la tercera acepción, se habla de una separación entre entidades que, si bien remiten a diferentes materias (la tierra y el mundo vegetal), se encuentran tan inextricablemente unidas que su separación implica la muerte de ambas (sin la tierra, el árbol muere; sin el árbol, la tierra se desertifica). En el presente caso, desprender al ser humano de la tierra supone una pérdida de su vitalidad, una separación de la madre nutricia, la que proporciona cobijo y comida, la que otorga sustento. La experiencia de la voz enunciativa es la de alguien que descubre que, una vez en estabilizado el avión en el aire, forma parte indisoluble del aparato y de su destino, y ya no de la tierra.

Apreciamos en el texto de Oreamuno, una situación alegórica. Se establece una lucha entre dos titanes: entre la tierra, que no quiere soltar su presa, y el cielo. Es un tratamiento poético de la ley de la gravedad, caracterizado en términos de una epopeya primigenia entre dos fuerzas de la naturaleza.

La creación de lazos afectivos en los pasajeros de los medios de transporte

En su ensayo más famoso, Las grandes urbes y la vida del espíritu (Die Grosstädte und das Geistesleben), publicado en 1903, Georg Simmel analiza la actitud blasé del urbanita, la cual se suele extrapolar a todas las relaciones de anonimato de la modernidad, entre ellas, las que se producen entre los pasajeros de los medios de transporte. El sociólogo alemán incorpora dos términos muy importantes en la experiencia cotidiana de los transeúntes: la excitación nerviosa y la actitud blasé. La ciudad es un espacio hostil en el que tiene lugar una serie arrolladora de impresiones, de acontecimientos y de interacciones de carácter transitorio, fugaz y fortuito (Donald, 1999, p. 11), una serie de shocks que constantemente deben ser ‘atajados’. Ante estas condiciones materiales u objetivas, típicas de la modernidad, que inciden en la construcción de la subjetividad del individuo, este último adopta conductas defensivas. La primera de ellas, expresión subjetiva de la economía monetaria, es la famosa actitud blasé -indolente, de reserva externa- del urbanita: “la significación y el valor de las diferencias de las cosas y, con ello, las cosas mismas, son sentidas como nulas.” (Simmel, 1986, p. 252). Se trata de una reserva que se da en las interacciones “como medio de mantenimiento de la distancia social y la propia integridad del individuo amenazado por el tumulto de los estímulos” (Frisby, 1992, p. 148). Esta actitud blasé no solo se da en la calle, sino también en los no-lugares, analizados por el antropólogo francés Marc Augé (2000), entre los que se encuentran las estaciones, los andenes y los espacios destinados a los pasajeros en los medios de transporte (vagones, cabinas, etc.). Mi argumento consiste en plantear que la construcción de lazos afectivos temporales entre los pasajeros de los medios de transporte es una de las tácticas que tiene el sujeto de la modernidad para superar coyunturalmente la actitud blasé impuesta por las relaciones sociales. El individuo considera esta actitud, tarde o temprano, como una práctica indeseable que es preciso ‘eliminar’.

El viaje en avión, en el momento del abordaje y en los primeros momentos del recorrido, se caracteriza por la impersonalidad, la frialdad, en otras palabras, por la actitud blasé entre los pasajeros y entre estos y la tripulación. Se impone la eficacia de la técnica y la cuantificación del tiempo, frente a la promoción de las relaciones afectivas entre los seres humanos, que en algunos sujetos llega a generar desarraigo y angustia. Hablamos de la mutua indiferencia de los pasajeros, ya existente en el siglo XIX en los vagones del ómnibus y del ferrocarril, retratados por Honoré Daumier en sus pinturas e ilustraciones (El vagón de tercera, por ejemplo). Como señala la voz enunciativa de “Pasajeros al Norte”, “la aritmética partida de un avión tiene un crujido de angustia. Casi somos números ante la frialdad elegante de los empleados del aeropuerto. Ni siquiera está enfrente, para irse acostumbrando a ella, la silueta del aparato.” (p. 126). En el mismo momento de la despedida de los seres queridos, el pasajero se enfrenta a la actitud blasé de los tripulantes y los pasajeros del medio de transporte. En los medios tradicionales, el viajero presenciaba la llegada del transporte, lo observaba detenido en un andén (el patio de diligencias, el puerto) o contemplaba su partida. En cambio, en el aeropuerto, el pasajero no observa estas maniobras (la sala de espera del aeropuerto impide ver el avión).

Una vez instalado en la cabina del avión, el pasajero podrá asumir dos actitudes: abstraerse del entorno o buscar relaciones comunicativas con otros seres humanos. La ausencia o el establecimiento de lazos afectivos entre los pasajeros de los medios de transporte es un tópico común en la literatura y el cine. La curiosidad, la indiscreción e, incluso, el voyeurismo, llegan en ocasiones a superar la situación más común, la indiferencia entre pasajeros, la actitud blasé de las relaciones anónimas. Ya formuló esta misma reflexión Mariano José de Larra en el artículo costumbrista “La diligencia” (1835): “¿Cómo no adherirse a la persona a quien nunca se ha visto, a quien nunca se volverá acaso a ver, que no le conoce a uno, que no vive en su círculo, que no puede hablar ni desacreditar, y con quien se va encerrado dentro de un cajón dos, tres días con sus noches?” (pp. 313-314).

Después del ‘descuaje’ (p. 127) del despegue, término que emplea la voz enunciativa de “Pasajeros al Norte”, se produce un nuevo ‘reencuaje’. En el cuento de Yolanda Oreamuno, a partir de la inicial antipatía de la narradora hacia el sujeto que tiene sentado a la par, se desarrolla una progresiva curiosidad que llega hasta el punto de asumir a este pasajero como un enigma por resolver. A la narradora le llama la atención el hecho de que, en el primer día del viaje, el vecino estadounidense tenía abierto su libro en la página 204, mientras que al día siguiente lo estaba en la 83. La narradora busca la mirada del norteamericano, la mirada compartida, cómplice y solidaria entre dos pasajeros en ‘aparente’ peligro, ante los zarandeos del avión5. Pero como ocurre en los mejores cuentos, se eleva la sorpresa, que ya definió en Edgar Allan Poe en su reseña de los Cuentos contados dos veces (1837), de Nathaniel Hawthorne, como el principal efecto que define a este género. El pasajero estadounidense no le confiesa a la narradora su temor por las turbulencias del viaje en avión, sino una experiencia mucho más dolorosa. Este último “todavía presente en cuerpo y alma mientras me mira, todavía con la mano en la página 83, me habla por vez primera en tantas horas de proximidad y, pena que vuela, dice: ‘yo no tiene madre desde antier. Yo voy enterrar madre en California.’// Se va de nuevo a su mundo distante y clava los ojos en la página 83, que no ha variado ni variará durante el viaje.” (p. 130). Un comportamiento absurdo o enigmático para la voz enunciativa -leer hacia atrás- se resuelve en el intento del pasajero -a través de la lectura- por ‘alejarse del dolor’, al tratar -infructuosamente- de identificarse con los personajes del relato que lee, de abandonar su subjetividad dolorida por otra. La voz enunciativa olvida el terror y la angustia que había experimentado en los primeros momentos del viaje y pasa a solidarizarse con el dolor del pasajero.

La curiosidad y el estrechamiento de lazos emotivos con un sujeto masculino anónimo también es planteado por Yolanda Oreamuno en “Valle Alto”, fechado en diciembre de 1958 y publicado en Brecha, donde la mujer protagonista, en este relato en tercera persona, siente el deseo de observar el rostro de un hombre que se ha sentado previamente en el asiento delantero de un automóvil: “Con una urgencia extraña necesitaba mirar la cara del hombre, oír su voz dirigiéndose a ella, y se sentía capaz de hablarle para lograrlo.” (p. 135).

Esta fascinación por los individuos con los que la voz narrativa no ha cruzado una palabra pero con los cuales debe convivir por cortos o largos espacios de tiempo también queda tematizada, en la producción de Yolanda Oreamuno, en el cuento “Un regalo”, fechado en México en junio de 1948 y publicado en el Repertorio Americano. Es un relato en tercera persona. El protagonista, en lo que parece ser un edificio de apartamentos, adquiere un progresivo interés por un vecino, un hombre ‘sin atributos’, descrito como resentido y antipático.

La curiosidad, e incluso la atracción hacia un pasajero o pasajera que se encuentra a la par del protagonista, puede llegar a la obsesión, incluso cuando este último se encuentra dormido, como ocurre en el cuento “El avión de la bella durmiente”, de los Doce cuentos peregrinos, de Gabriel García Márquez, analizado por Poe (2013, pp. 51-60), quien concluye en su estudio que la experiencia tematizada consiste en una versión del motivo literario del amor no correspondido por una mujer dormida, experiencia erótica que excluye el sexo6. En “Pasajeros al norte”, la voz enunciativa no llega a la desarrollar una relación amorosa no correspondida hacia el viajero. Pero a partir de la curiosidad inicial sí hay una relación de empatía o de compasión hacia su sufrimiento contenido, únicamente reconocible por marcas como la ‘aparente’ lectura hacia atrás de la novela.

Conclusiones

La experiencia subjetiva del viaje en avión encuentra una de sus primeras formulaciones en la literatura costarricense en “Pasajeros al Norte”: el dolor de la despedida, el temor del abismo panorámico desde la cabina de avión, la percepción de la espacialidad y la temporalidad desde el aire, las relaciones de anonimato entre los pasajeros y su superación.

Yolanda Oreamuno es maestra en el relato psicológico, en el análisis detenido de las complejas actitudes y conductas que los personajes desarrollan en las relaciones sociales. Este examen detenido de la dimensión psicológica de la sociabilidad humana no solo se circunscribe a las relaciones entre familiares, como ocurre en La ruta de su evasión (1949), sino también a las relaciones entre desconocidos, a las relaciones anónimas de una sociedad plenamente incorporada en la modernidad enajenada, como ocurre en los cuentos “Pasajeros al Norte” (1944), “Valle Alto” (1958) y “Un regalo” (1948). En el primer cuento se representa la empatía con el duelo del pasajero que se tiene a la par; en “Valle Alto”, con un pasajero del mismo auto en el que viaja el sujeto enunciativo; y en “Un regalo”, con un vecino en un edificio de apartamentos.

Por último, creo que sería un interesante tópico de investigación analizar si la lucha de titanes entre la tierra y el cielo ofrecida por Yolanda Oreamuno se produce o no en las descripciones del siglo XIX que aluden al ascenso en globo, o en relatos -autobiográficos o ficcionales- vinculados a otros informes de la etapa ‘primitiva’ de los viajes en avión: la tierra es una ‘madre que grita y se estira, en la expectativa de seguir agarrando al hijo y no desprenderse de él, hasta que dicho contacto termina por romperse.

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1Dorde Cuvardic García es Doctor en Ciencias de la Comunicación y Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona y Magister en Literatura Española por la Universidad de Costa Rica. Labora como profesor de la Universidad de Costa Rica, tanto en la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura como en el Doctorado en Estudios de la Sociedad y la Cultura, de esa misma universidad. Contacto: dcuvardic@yahoo.es.

2Kaiser (2008: 75-85) también ofrece una serie de textos de procedencia alemana que destacan las novedosas relaciones sociales que incentiva este último medio de transporte, como son los informes de viaje de Adolf Lenz (1855), Carl Gustav Carus (1836), August Jäger (1838), Eduard Devrient (1840), Ludwig Rellstab (1844), Ida Kohl (1845) o Wilhelmine Lorenz (1847).

3Agradezco encarecidamente a Alexander Sánchez por ofrecerme la información del presente párrafo, sobre la participación de la aviación en la literatura costarricense.

4A partir de este momento, los relatos de Yolanda Oreamuno serán citados a partir de la siguiente edición: Oreamuno, Y. (2012). A lo largo del corto camino (Tercera edición). San José: Costa Rica.

5Hacia el término del viaje, las turbulencias zarandean el avión. El mecanismo que tiene la voz enunciativa es la de establecer, imaginariamente, una perfecta simbiosis con el avión, muy diferente a la establecida entre obrero y herramienta-máquina en aquel tipo de literatura que ensalza, heroicamente, el trabajo del primero. En el presente caso, la narradora busca, virtualmente, en la esfera del deseo, imprimir fuerza a los motores del avión, temerosa de la posible caída del avión a tierra: “amarrada al asiento me hundo y me levanto con los saltos del avión, con el zumbido del viento, con el tenso rugido de los motores que quiero que no se altere, que deseo que siga impertérrito contra la lluvia, el huracán, las nubes que cortamos y la distancia que vencemos. Pero que siga, sin cambiar de nota, siempre en un bemol agitado y magnífico, que no se rompa, que venza a todo y que nos lleve en su canto monótono, atronador y horripilante.”(p. 29).

6Este motivo literaria también está presente en la literatura japonesa del siglo XX, más específicamente en la novela La casa de las bellas durmientes (1984), de Yasunari Kawabata.

7Dorde Cuvardic García. La narrativa costarricense ante los nuevos medios de transporte: la experiencia subjetiva del viaje en avión en “Pasajeros al norte”. Revista Comunicación. Año 37, volumen 25, número 2, julio - diciembre, 2016. Instituto Tecnológico de Costa Rica. ISSN: 0379-3974 / e-ISSN1659-3820.

Recibido: 03 de Febrero de 2016; Aprobado: 06 de Mayo de 2016

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