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Revista Reflexiones

On-line version ISSN 1659-2859Print version ISSN 1021-1209

Reflexiones vol.101 n.1 San Pedro de Montes de Oca Jan./Jun. 2022

http://dx.doi.org/10.15517/rr.v101i1.43957 

Sistematizaciones de experiencias

Asamblea Nueva Vulva: prácticas de producción de lo común durante el Estallido Social chileno

New Vulva Assembly: common production practices during the Chilean Social Outbreak

María Belén Tapia de la Fuente1 

1Universidad de Chile, Santiago, Chile

Resumen

Introducción En el contexto del Estallido Social chileno, protesta social ocurrida desde el 18 de octubre de 2019, se articuló la organización de resistencia vecinal Asamblea Nueva Vulva, espacio comunitario que subvirtió la violencia ejercida por las Fuerzas de Orden y levantó prácticas creativas e innovadoras de producción de lo común desde la Zona Cero del conflicto.

Objetivo En este contexto, el estudio tiene como objetivo sistematizar y analizar la experiencia de la Asamblea Nueva Vulva desde una perspectiva feminista, profundizando en las prácticas de resistencia desplegadas tanto en el espacio público como en el privado.

Método y técnica Dada la naturaleza cualitativa de este estudio, el método utilizado fue la observación participante, registrando encarnada y situadamente el proceso de entramado comunitario.

Resultados A modo de resultados, se considera que esta experiencia vecinal constituye una praxis sociocomunitaria que devela mecanismos de producción de lo común en medio de la revuelta social, dando luces de la transformación social por la que transita el Chile contemporáneo y del aporte significativo de los feminismos como perspectiva de análisis para profundizar en el cuerpo y el habitar.

Conclusiones El Estallido Social Chileno generó múltiples transformaciones necesarias de visibilizar y analizar, a manera de relevar experiencias comunitarias que se conforman como la base para una sociedad que ponga el cuidado de la vida en el centro.

Palabras clave Comunidad; Movimiento social; Cambio social; Feminismo; Organización comunal

Abstract

Introduction In the context of the Chilean Social Outbreak, a social protest that occurred since October 18, 2019, the organization of neighborhood resistance Assembly Nueva Vulva was articulated, a community space that subverted the violence exerted by the Forces of Order and raised creative and innovative production practices of the common from Ground Zero of the conflict.

Objective In this context, the study aims to systematize and analyze the experience of the Nueva Vulva Assembly from a feminist perspective, delving into the resistance practices deployed in both public and private spaces.

Method and technique Given the qualitative nature of this study, the method used was participant observation, incarnated and situationally recording the community network process.

Results By way of results, it is considered that this neighborhood experience constitutes a socio-community praxis that reveals mechanisms of production of the common in the midst of social revolt, shedding light on the social transformation through which contemporary Chile is passing and the significant contribution of feminisms as a perspective of analysis to delve into the body and living.

Conclusions The Chilean Social Outbreak generated multiple transformations necessary to make visible and analyze, in order to reveal community experiences that are formed as the basis for a society that puts the care of life at the center.

Keywords Community; Social movement; Social change; Feminism; Community organization

Introducción

El 18 de octubre de 2019, tras un alza de 30 pesos en el pasaje del Metro, sistema de transporte público utilizado en Santiago de Chile, estudiantes secundarios saltan los torniquetes[1] evadiendo masivamente el pago. Los 30 pesos significaban entre el 20% y el 25% del ingreso familiar mensual para un grupo importante de la población, reflejo del impacto económico que el alza implicó. Sin planificación aparente, comienza la movilización popular más significativa del último tiempo: el Estallido Social. Rabia y cansancio, no de 30 pesos, sino de más de 30 años de neoliberalismo y abuso de poder por parte de la clase política coludida con las familias más ricas, dueñas de las grandes empresas; contexto en el que la privatización de los servicios y bienes comunes precarizó la vida y fortaleció al orden patriarcal, principal aliado del neoliberalismo y estructura social que articuló la sociedad al servicio de la virilidad, otorgando predominio, autoridad y ventajas a todo lo que se relacione con lo masculino.

Personas cansadas de costos de salud y educación demasiado elevados; de un sistema de pensiones basado en cuentas individuales que generan grandes ganancias para las empresas privadas y retribuciones miserables para trabajadores; extractivismo medioambiental con múltiples zonas de sacrificio; privatización del agua, bien común puesto a merced de la especulación del mercado y su desconocimiento como derecho humano; subordinación y violencia a las mujeres y disidencias, expuestas cotidianamente a los más perversos castigos sin un Estado que asegure sus derechos. La situación explotó en una vociferación clara: vidas dignas y cambiar la Constitución creada en 1981 durante la dictadura militar de Augusto Pinochet y reforzada por la clase política durante la democracia. Una Nueva Constitución construida desde las bases, con participación activa de las personas, vinculante, inclusiva, que fuera el reflejo de una nueva sociedad y símbolo de una cautivante transformación social.

Ante el Estallido, el Gobierno se ha caracterizó por ser políticamente inepto, de actitud gerencialista y con frecuentes declaraciones desafortunadas, que actuando en conjunto con las Fuerzas de Orden Público y los medios de comunicación masivos, confirmó ser el más perverso patriarca; dando respuestas erradas e ineficientes, centradas en asegurar el capital y los privilegios de sus integrantes, y basadas en estrategias represoras que criminalizaron la protesta social y violaron gravemente los derechos humanos a través de amputaciones, torturas, asesinatos y violencia político sexual en contra de cuerpos feminizados. Según el mandatario Sebastián Piñera, el país habría entrado en una guerra (BBC Mundo 2019), por lo que ordenó el envío de militares a la calle y el despliegue de un arsenal armamentista que habría sido habitual ver en tiempos de dictadura, pero en ningún caso en una manifestación social en democracia.

En este contexto surge la pregunta: ¿el Estallido Social es una crisis? Si bien el Estallido Social deviene de una crisis, este no es considerado como tal, ya que surge como una estrategia de autorregulación social que da cuenta del desequilibrio y de la vulnerabilidad en la que encuentran las personas y comunidades. Una crisis es la suma de situaciones de riesgo que aumentan la inestabilidad y que generan un sistema que no puede autogobernarse, que ha perdido su capacidad de autorregulación (Martínez 2020). Esta incapacidad forma parte de la vida social, colectiva e individual, por tanto, el problema no es el aumento de la vulnerabilidad e inestabilidad, si no el no contar con herramientas para enfrentar la crisis. Si bien la crisis social es un problema estructural, orgánico y civilizatorio, surge como una consecuencia lógica del capitalismo; para entenderla hay que orientar la discusión hacia la comprensión del funcionamiento del capitalismo y mirar cómo este sistema económico que promueve la privatización y la importancia del capital como generador de riqueza ha llegado a un punto en que pone en riesgo el cuidado de la vida en varios territorios del planeta y que implicará su desplome masivo (Márquez 2010).

El Estallido Social es un «acto multifacético de alteración del orden preestablecido que congrega a diversos actores, con sus propias dinámicas, que se sabe de antemano que tiene principio y fin, y que en muchos casos representa una oportunidad para hacer justicia por vía práctica y que incluso se puede vivir como un momento de fiesta y de carnaval» (Garcés 2019, 8). El Estallido Social Chileno se expresó de formas diversas, pero con la claridad común del efecto de las propias acciones y de que el gran protagonista era el pueblo, desplegándose en autonomía y horizontalidad y poniendo la vida y los cuidados en el centro; claves feministas que desde hace un tiempo el movimiento venia relevando. De esta manera, la crítica radical al orden patriarcal y la toma de conciencia de las mujeres en lucha, fueron elementos fundamentales para la promoción de la articulación del tejido social, activación democrática anhelada dese los años 90 tras el término de la dictadura de Pinochet. En este contexto surgen las preguntas: ¿el Estallido Social dialoga con prácticas feministas?, ¿de qué manera?, ¿cuestiona las lógicas de poder, los modos de relación patriarcal y propone una impronta interseccional de género, raza y clase en las demandas?

El Estallido Social surge desde abajo, en la coordinación activa de la sociedad civil organizada, poniendo el foco en las personas y las comunidades como sujetos sociales con agencia en los procesos de construcción histórica. El protagonista del levantamiento comenzado en octubre es la comunidad diversa, dialogante y colaborativa, en la que es posible encontrar a estudiantes secundarios, desencadenantes tanto de la resistencia a la violencia policial como de vocerías con mensajes lúcidos y orientadores; movimientos y colectivos de arte, que tapizaron las calles con manifestaciones de protesta diversas y creativas, articulando una estética propia que dio contenido y permitió simbolizar el momento histórico; mujeres, sostenedoras de la mayoría de las asambleas, puntos de salud de emergencia, ollas comunes y cabildos; los barrios, que organizados en cabildos y asambleas, coordinaron de las demandas para construir un horizonte político compartido; y feministas, que visibilizaron la dimensión patriarcal y misógina del Chile contemporáneo, poniendo el foco en el cuerpo como territorio político, receptor de las violencias machistas y fuente de poder para la liberación y la autonomía; además de ser las protagonistas de una de las marchas más masivas realizadas durante el proceso, el 8M de 2020, día internacional contra la violencia hacia la mujer.

Quienes vivían en la calle Nueva Bueras, en el epicentro del Estallido Social conocido como la Zona Cero, salieron de sus casas sorprendidos por la violencia policial y dispuestos a colaborar con las personas heridas a causa de la represión. Más de 60 personas de diversas edades, oficios y clases sociales se congregaron desde el primer día, articulando la Asamblea Nueva Vulva. Se organizaron en ferias libres, almuerzos comunitarios, asambleas, rituales y diversas actividades centradas en el cuidado de la vida.

De esta manera, a lo largo de este artículo se pretende profundizar en la Asamblea Nueva Vulva como espacio territorial articulado para ejercitar la horizontalidad, la participación y la reflexión sobre la producción de lo común; y como contenedor de dinámicas de reapropiación del cuerpo y del modo en cómo se habita el territorio. En este contexto, interesa mirar la asamblea en su dialogo con improntas feministas, para poner el foco en la defensa del cuerpo-territorio, en el acuerpamiento y en la resistencia a la violencia del modelo neoliberal (Cabnal 2018). La asamblea, por tanto, se comprende como una metodología de autoorganización, instrumento práctico y definitorio de estructuras democráticas y manifestación del trabajo en común que favorece el florecimiento de respuestas creativas y cooperativas.

De esta manera, este estudio tiene como objetivo sistematizar y analizar la experiencia de la Asamblea Nueva Vulva desde una perspectiva feminista, profundizando en las prácticas de resistencia desplegadas tanto en el espacio público como en el privado. Para llevar a cabo el objetivo planteado, el enfoque metodológico escogido fue el cualitativo, método de observación que permitió analizar la experiencia vecinal, ordenando y relacionando los acontecimientos y relatos de algunas personas, para dar marco a la sistematización de la experiencia. Para esto, se utilizó la observación participante como técnica de recolección de datos, efectuando una reflexión ordenada y critica de la experiencia vivida, al reconstruir momentos fundamentales para luego analizarnos e interpretarlos. El proceso se llevó a cabo por medio de notas de campo, entrevistas semiestructuradas a vecinos, vecinas, rescatistas, personal voluntario de salud y análisis de registros fotográficos y de documentación.

Para dar cuenta de los resultados, se contextualiza la experiencia de violencia ejercida por las Fuerzas de Orden hacia manifestantes, vecinos y vecinas, para luego dar cuenta de las prácticas de resistencia comunitaria llevadas a cabo por la Asamblea Nueva Vulva, lo que será desglosado en dos ejes de análisis: lo ocurrido en el espacio público: el Estallido Social; y lo que se vivió en el espacio privado: el Estallido Social interno. Este último será analizado en dos categorías, el cuerpo y el habitar.

Para contextualizar la experiencia, es posible afirmar que el principal punto de encuentro del Estallido Social en la capital chilena fue Plaza Italia, reapropiada como Plaza de la Dignidad, ubicada en el centro de Santiago y precedida por la estatua del militar Manuel Baquedano, símbolo del heroísmo de las guerras territoriales, propias de las patrias patriarcales. A 100 metros se ubica el pasaje Nueva de Bueras, Barrio Lastarria, en el que viven más de 120 personas, quienes debido a esa ubicación geográfica se vieron habitando sin previo aviso en la Zona Cero, epicentro del Estallido Social.

En medio del levantamiento, las personas que habitaban en el barrio se encontraron en la esquina del pasaje caceroleando[2]y sobreponiéndose a la angustia del toque de queda decretado por el gobierno de Piñera al segundo día de las manifestaciones. Con el transcurso de los días, cuando las convocatorias en Plaza de la Dignidad se hicieron masivas, el pasaje comenzó a llenarse de manifestantes que, con heridas y cansancio, encontraban un refugio en Nueva Bueras. Los Carabineros (cuerpo policial chileno) al descubrir la eficacia de la protección que otorgaba el laberíntico lugar, decidió entrar y perseguir a todas las personas que ahí se encontraban, el escenario pasó de ser un lugar seguro a un espantoso centro de tortura.

En ese momento, la vecindad instaló sillas en la calle y ayudó a curar las heridas. A los días, llegó un grupo voluntario de salud y rescate, los que trabajaron de manera coordinada para establecer un hospital de emergencia con camillas, insumos médicos y ambulancias, todo generado a través de donaciones que la vecindad guardaba en sus bodegas y habitaciones; departamentos residenciales que se convirtieron en centros de almacenamiento de insumos médicos. Según Tabilo (2019), entre octubre y diciembre fueron atendidos más de ocho mil personas heridas y lesionadas. Entre ellas, Gustavo Gatica, el joven de 21 años que debido al disparo de Carabineros sufrió pérdida total de la visión de ambos ojos. Disponer de un hospital de campaña, permitió, por tanto, apoyar el proceso social, proteger del lugar y colaborar con las personas heridas.

El pasaje se vio continuamente invadido: en el cielo había drones que los observaban; en el aire había gases químicos que les impedía ver y respirar, que mataron las plantas que vivían en sus casas y que enfermaron a sus animales; y en el ambiente había un inminente riesgo de incendio debido al uso del arsenal inflamable utilizado, debiendo evacuar en más de una oportunidad. Niños y niñas empezaron a tener reacciones dérmicas y a manifestar sintomatología ansiosa; el ruido de disparos y explosiones generaba angustia y temor; el riesgo de recibir un impacto de bombas lacrimógenas, chorros de ácido, balines, balas o gas pimienta era tan alto que debieron instalar el uso obligatorio de cascos de protección, máscaras de seguridad y lentes de agua, los que en más de una ocasión no fueron suficientes, afectando gravemente a varias personas. Modificaron sus rutinas para regresar antes del trabajo, hacer las compras hasta ciertas horas y secar la ropa dentro de las casas para que no se impregnaran con el olor a gas.

En ese contexto cambiante y violento se dieron cuenta que, a pesar de vivir ahí hace años, no se conocían. El capitalismo había conseguido su objetivo: tenía a la comunidad distanciada, disgregada, temerosa e individualista. Al paso de los días, la vecindad comenzó a vincularse a través de almuerzos, espacios de contención, distracción y reflexión, se autoconvocaron en la Asamblea Nueva Vulva, ex Nueva Bueras, instalaron una pizarra informativa con las actividades diarias para poner al tanto a otras personas del barrio y crearon una cuenta en Instagram para dar a conocer por redes sociales el contexto que se vivía en el pasaje y un grupo de WhatsApp que favoreció la comunicación interna. Además, elaboraron un comunicado público en contra de los dichos de la alcaldía de Santiago, que aludía a un aparente temor por parte la comunidad vecinal hacia supuestos delincuentes que, en realidad, eran manifestantes. Rápidamente definieron una organización horizontal en la estructura, autónoma en la propuesta política y amorosa en las prácticas cotidianas, para buscar gestionar de manera conjunta la experiencia de represión y tortura ejercida por el Gobierno a través de las Fuerzas de Orden, esto con el fin de organizarse y apropiarse del territorio y construir una nueva propuesta vecinal.

Las acciones desarrolladas por la vecindad hacen que esta se constituya como un entramado comunitario, haciendo un giño a la propuesta de Raquel Gutiérrez que refiriéndose a las “tramas abigarradas y complejas de relaciones sociales que se empeñan en producir lo común” (2020, 24), recupera el concepto de entramado, en tanto trama, que al igual que en el textil permite tejer en la urdimbre para formar la tela. El entramado comunitario gestionado por la vecindad se expresó en la organización de sus experiencias y saberes y en el aprenden de forma colectiva y espontánea, lo cual generó un patrimonio de conocimiento situado, dinámico, no formalizado y muy eficaz por que surge a partir de la práctica misma. El entramado comunitario que encarna la Asamblea vecinal es un sistema intuitivo, basado en experiencias compartidas, conversaciones informales, narraciones e historias con arraigada connotación afectiva y que fueron sostenidas por un territorio común; espacio físico y material que en el contexto del Estallido Social se convirtió en un territorio en disputa. El pasaje, contuvo experiencias contrapuestas, violencia policial por un lado y reapropiación y politización de la calle .

Prácticas de resistencia comunitaria: Asamblea Nueva Vulva

Ante el complejo escenario, la vecindad desplegó acciones articuladas de forma rápida y coordinada, y al mismo tiempo tuvo que aprender a contener la angustia colectiva para sobreponerse al dinamismo explosivo del Estallido Social, prácticas de resistencia y de reapropiación, orientadas a proteger sus vidas de forma colectiva. Dicha resistencia fue entendida por un lado, como un comienzo o una posibilidad que abría manifestaciones creativas y que mostraba el poder de las comunidades de construirse en contra del dominio hegemónico y de relaciones múltiplemente opresivas (Lugones 2008), y por otro, como una crítica a la impronta colonial presente en la vida contemporánea chilena, basada en la afirmación de sí mismo y en la negación del otro, la legitimación del Estado y la violencia, la construcción de saberes y poderes basados en la dominación y el mantenimiento de relaciones sociales desiguales y prácticas discriminatorias (Chirix 2004).

Las prácticas de resistencia desplegadas por la Asamblea Nueva Vulva se sostuvieron en la Asamblea como dinámica de producción de lo común en el ejercicio colectivo de construir vecindad. La producción de lo común entendido como «la acción colectiva de producción, apropiación y reapropiación de lo que hay y de lo que es hecho, de lo que existe y de lo que es creado, de lo que es ofrecido y generado por la propia Pachamama y (…) por el esfuerzo común de hombres y mujeres situados histórica y geográficamente» (Gutiérrez 2017, 75) se expresó en la Asamblea como una dinámica de autoorganización, coordinadora de la participación, la toma de acuerdos y articulación del perímetro que define quienes son parte y a quienes no.

La Asamblea fue el mecanismo contenedor de las reglas, saberes, normas y experiencias en común, las que brotaron a partir de las relaciones y vínculos sostenidos y continuos que componen la vecindad. En ese sentido, la comunidad se vio fortalecida, cohesionada y logró gran vitalidad expansiva sobre todo en los momentos de agresión (Gutiérrez 2017), lo que se configuró como dinámica instituyente de lo común, siendo de uso colectivo por las personas que la componen y no apropiable privadamente ni por el mercado, ni por el Estado. Así, se constituyó una práctica alternativa a la lógica privatizadora neoliberal y un principio de resistencia que releva la cooperación y la utilidad social frente a la rentabilidad económica (Martínez 2020); el trabajo colectivo creó lazos y entramados comunitarios fuertísimos y fue por medio de este mecanismo que la vecindad tomo conciencia del principio de reciprocidad: su bienestar dependía del bienestar de los demás (Tzul Tzul 2019).

De las prácticas de resistencia, desarrolladas por la vecindad, destacan dos frentes. Uno relacionado con el espacio público: el Estallido Social; y el otro en relación a lo que se vivió en el espacio privado: el Estallido Social interno. La impronta de la diferenciación de ambos momentos (privado y público) responde a la necesidad de enfatizar en las vivencias individuales, lo afectivo, lo íntimo, lo doméstico, siguiendo la propuesta de Miller de personal es político (1969) y la idea de que lo público es resultado de las prácticas colectivas que se sostienen en esa intimidad.

En relación a las prácticas de resistencia en el espacio público, la vecindad llevó a cabo acciones para gestionar el cuidado común: en la entrada del pasaje instalaron cuatro estructuras de madera y lata a modo de murallas portátiles que protegen a residentes, personas heridas y personal de emergencia, colgaron las cortinas que transforman la calle en un humilde box clínico y bajaron alargadores eléctricos desde los departamentos que colindan con la calle, para cargar los equipos de radio, computadores y máquinas de telecomunicaciones que mantuvieron al equipo de rescatistas coordinado en cada salida (Tabilo 2019). Además, realizaron un catastro de la situación de cada integrante de la vecindad y cambiaron el nombre a la calle interviniendo la señalización de tránsito e inscribiendo sobre Nueva Bueras el nuevo nombre: Nueva Vulva. La comunidad se apropió del pasaje para bailar, hacer tertulias literarias, bordar, practicar yoga, almorzar y celebrar cumpleaños; articularon una comisión legal, para interponer un Recurso de Protección con más de 40 relatos de experiencias de violencia policial de las que fueron víctimas; constituyeron un Comité de Comunicaciones que gestionó entrevistas con medios de comunicación masivos y alternativos, tanto nacionales como internacionales, y realizaron convenios con instituciones para brindar atención de salud mental y comunitaria a quienes presentaran sintomatología a raíz de la experiencia de violencia.

Los gestos y prácticas de resistencia desplegadas se observan como intentos por construir políticas en femenino (Gutiérrez 2015) o por incorporar contenido feminista a las formas de organización política establecidas por la comunidad. Esto se observa en las recurrentes e insistentes conversaciones sobre el respeto por el uso horizontal de los lugares de poder en torno a quien habla y cómo se toman las decisiones; en el énfasis cotidiano por el rescate de la cultura del cuidado y la autodeterminación; en la elaboración de iniciativas desde experiencias situadas, coherentes, amorosas y atentas a la distribución equitativa de los roles; en la búsqueda de formas no estado-céntricas de satisfacer las necesidades vitales, asentadas en el acuerpamiento vecinal, autoconvocando los cuerpos para proveerse de energía política y para resistir y actuar contra opresiones patriarcales, colonialistas y capitalistas (La Tinta 2020) que permitan avanzar en la desarticulación de añejas relaciones de poder. En esa línea, la Asamblea toma conciencia de las experiencias diferenciadas de acuerdo al género de sus habitantes, politizando vivencias de mujeres en espacios de miedo, visibilizando modos masculinizados de ocupación del espacio público y actuando de forma tajante ante expresiones machistas y patriarcales, tanto de vecinos como de voluntarios de los equipos rescate.

En este contexto, el feminismo comunitario en la Declaración Política de las Mujeres Xinkas propone puntos que sirven como guía para comprender el proceso de resistencia y organización de Nueva Vulva, como son «la lucha y acción permanente contra todas aquellas manifestaciones del Modelo neoliberal de desarrollo patriarcal que atente contra nuestro territorio tierra (…) en acción permanente y en conciencia de la recuperación y defensa de nuestro primer territorio que es el cuerpo» (Gargallo 2015, 166). La posición política afectiva, situada y encarnada se instala como propuesta de lucha contra la violencia estructural institucionalizada y dialoga con la experiencia de Nueva Vulva toda vez que se articula como modo contundente para nombrar y recuperar saberes plurales de protección y acción en red.

Sin lugar a dudas, hay desafíos que aún son necesarios continuar profundizando, ya que a pesar de los ejercicios de toma de conciencia feminista en palabras de Hooks (2017), el patriarcado sigue expresándose en maisplaining[3], en la falta de conciencia sobre la distribución sexual del trabajo y en situaciones de violencia machista entre vecinos y vecinas. Todos estos constituyen episodios que antes habrían quedado en el lugar de lo íntimo, pero que ante la vinculación comunitaria se ven puestos en común y expresados en el lugar de lo público, lo cual evidencia que la división entre lo público y lo privado acentúa la violencia hacia las mujeres y las obliga a replegarse.

Las prácticas de resistencia de lo íntimo será lo que se profundiza en adelante. El giro hacia lo íntimo surge tras la observación de que el Estallido Social irrumpió en las calles, pero también dentro de cada vecino y vecina, transformando la relación que tenían con el lugar en el que vivían, pero también con el cuerpo y los afectos. Lo íntimo se constituye como una práctica feminista que sitúa el foco en gestos, modos y decisiones que han sido puestas en acción en la experiencia y en la vida social, y que están disponibles para superar prejuicios, condicionamientos e interiorizar elecciones que amplían el espacio de libertad para todas personas (Misciagno 1997).

La práctica feminista es afectiva, encarnada y mutua, deviene en relación y conocimiento recíproco y favorece el autocuidado, la propiocepción y el placer. La práctica feminista alimenta un modo particular de configurar la articulación social colectiva, ya que provoca que la inteligencia de pensar de manera conjunta se sienta en el cuerpo como potencia de una idea, lo que en palabras de Gago (2019, 165) se configura como potencia feminista que «anuda elementos diversos, evalúa tácticas, compone estrategia, se inscribe en la historia de luchas pasadas y a la vez se experimenta como novedad».

La reapropiación del cuerpo

En el cuerpo se inscriben y articulan las experiencias, es el límite entre lo público y lo íntimo, es contenedor de memorias y participante activo en la construcción de significados, es el único territorio político con historia y conocimientos, tanto ancestrales como propios en el que realmente es posible habitar, es el único instrumento, como diría Margarita Pisano (2011), con el que se puede tocar la vida. Mirar el cuerpo es un gesto de toma de conciencia feminista, (Hooks 2017) y de resistencia decolonial, en él se develan las experiencias raciales, capitalistas y misóginas que se cargan enquistadas y se constituye como un espacio político situado y sentípensante con el cual es posible transitar por las experiencias afectivas más profundas (Anzaldúa 1987).

El cuerpo, como un primer territorio, informa sobre la contingencia, es el escudo ante la amenaza de una escopeta o de un carro lanza aguas y es el primero que invita al autocuidado, develando dolores, angustias, incomodidades necesarias de escuchar. Durante el Estallido Social, el cuerpo informó sobre sentimientos que resultaron novedosos: la rabia, la angustia, el miedo; como afirma la encuesta Centro de Estudios Público (CEP) de diciembre 2019, el 50% de las personas consultadas indicó que se sentían «muy» o «bastante» enojadas con la situación actual del país, un 31% declaró estar asustada y un 34% señaló sentirse esperanzada (Mac-Clure, Conejeros y Jordana 2020).

Para las personas que constituyen la Asamblea Nueva Vulva, el cuerpo fue un lugar de resistencia y representación, fue el contenedor de las experiencias vividas durante el Estallido Social. Las sensaciones, los olores, las texturas y las imágenes pasaron por el cuerpo y permitieron que la comunidad pudiera construir significados, escuchar, nombrar e identificar las contradicciones del momento histórico, entender que tiene implicaciones para los procesos de memoria corporal y su participación en el desarrollo de malestares. Ver en el hospital de emergencia de forma tan cercana y cotidiana cuerpos sangrantes, heridos, baleados, con amputaciones oculares o quemados con químicos, provocó, por un lado, la naturalización del horror y la violencia; y, por otro, la corporeización de la experiencia al mirar y tomar conciencia del riesgo o al daño que se generaba ante la exposición a escenas de dolor y sufrimiento. Es ahí cuando la comunidad recurre a la Asamblea como eje central de la articulación, y se dispone como contenedor de expresión afectiva de cada integrante de la vecindad, permitiendo que cada persona baje las defensas y pueda mostrarse desbordada, confundida, afectada.

Al participar en una experiencia común, la comunidad desarrolló códigos corporales propios, concordando en la sensación de que era imposible compartir la experiencia con otra persona que no hubiese estado en ese lugar y en ese momento. El cuerpo que se ponía como límite para bloquear el pasaje e impedir la entrada de Carabineros era el mismo que se acomodaba amoroso y respetuoso al cuerpo del otro o de la otra, acompañando y sosteniendo la tristeza, la angustia o la alegría de los procesos compartidos. En el fondo, había una moción clara de que, a pesar de lo violento y terrible, el proceso social de transformación era necesario y urgente, el fin último era manifestar el descontento y la rabia acumulada por años de injusticias y abusos, y para sostenerlo se debía generar cuerpo social.

De la Parra (2002) plantea que el cuerpo social incluye todos los cuerpos, «la sociedad son cuerpos; nosotros somos el cuerpo de la sociedad en la que vivimos, por lo tanto, perder un cuerpo es perder la comunidad, tocarse es encontrarse» (en Espinoza, 2007, 63). El cuerpo social también se ve trastocado y herido por la masacre perpetrada por el capitalismo y el patriarcado que se cuela en cada esquina. La articulación vecinal rompe la fragmentación social, zurce el cuerpo magullado y hace florecer prácticas de reciprocidad y cuidado de la vida. Fortalecer el tejido social a través de la articulación comunitaria es un modo de habitar politizado, anti patriarcal y se constituye como la herramienta más coherente para sostener al cuerpo social.

Cómo estamos habitando

Habitar es un proceso creativo, una práctica en la que conviven múltiples dimensiones: cómo se ocupa la calle, la casa, el cuerpo. No se habita de paso, sino que estando reiteradamente, es un estado de conciencia diaria (Cerda 2017). El habitar colabora con el surgimiento del sentido de pertenencia: establecerse, echar raíces, sentirse parte de un lugar y un momento. Cada lugar habitado es un único para quien habita; el habitar está intermediado por el modo en cómo las personas se sitúan en y a través de una amplia gama de discursos (Brah 2011). La pertenencia a un lugar es mediada por regímenes de poder que diferencian un grupo de otro, se consideran la historia, sus propias particularidades, sus viajes; esto evidencia la articulación de diásporas, es decir, los cruces de múltiples viajes que configuran uno solo a partir de la confluencia de narraciones del cómo se vive, se revive, se produce, se reproduce y se transforma a través de la memoria individual y colectiva (Brah 2011). El colonialismo nos ha obligado a pensar el habitar como un gesto de poder y apropiación territorial asociado a lo privado, pero al habitarlo en comunidad implica desplazar la energía a comprender que lo poseído no solo es compartido colectivamente, sino que también es todo lo que se produce, reproduce y reactualiza continua y constantemente en lo común (Gutiérrez 2017).

Para la comunidad que compone la Asamblea Nueva Vulva, el habitar el territorio en el que viven cambió durante el Estallido Social. La calle, que siempre fue usada como un lugar de paso, se convirtió en la trinchera de resistencia que había que defender y recuperar. Pusieron plantas, guirnaldas, lienzos, intervinieron los muros y limpiaron con agua y detergente las calles inundadas de químicos. Cada gesto develó la dimensión emocional de como sienten su entorno, dinámicas implícitas en la cotidianidad de habitar en un territorio en lucha, donde cada una de las situaciones redefinen su manera de ver el mundo y les permiten habitar politizadamente el territorio para convertirlo en una experiencia emancipadora.

Situarnos desde la vecindad Nueva Vulva invita a pensar en una lógica «desde abajo» en donde, a partir de los hechos vividos en esos meses, emergen otras maneras de vivir, sentir y hacer, poniendo el cuidado de la vida en el centro. Esto representa una oportunidad para construir colectivamente nuevas formas de habitar, en el cual se mezclan saberes y sensibilidades que hacen una crítica al desarrollo desde una perspectiva feminista.

En Nueva Vulva es posible identificar elementos y dinámicas que se han significado como prácticas de cuidado: la autogestión, la participación activa en el proceso social, la construcción de espacios de encuentro, diálogo, debate y toma de decisiones para la definición de estrategias colectivas sobre el contexto que se vive. Es ahí donde emergen prácticas transformadoras de la vida cotidiana a partir de entramados de confianza y motivaciones comunitarias, lo cual trasciende la idea de quedarse en el intento y posibilitando el sentir creativo de forma colectiva.

De esta manera, la fisura que generó el Estallido Social provocó el brote de iniciativas con raíces fuertes y sanas que transformaron para siempre el modo en que esta comunidad ocupó el espacio. Se buscaron estrategias para recuperar el cuidado de la vida como elemento central y articulador de la resistencia organizada, pensando en un habitar creativo, politizado y antipatriarcal.

Resultado y Conclusiones

El proceso sociocomunitario vivido por la vecindad fue un hito que trastocó su modo de vincularse, de comprender el lugar donde viven y de comprobar la potencia organizativa y transformadora del trabajo compartido y organizado. La experiencia significó la traumatización para muchas personas, quienes cargaron con secuelas que generaron malestares de larga data, pero que sin lugar a dudas «la comunidad nos salvó» como afirma Carolina, vecina del pasaje.

Por otro lado, la observación participante como técnica de recolección de datos permitió el involucramiento por medio de la escucha activa y la incorporación en la mayoría de actividades, lo que ayudó a explorar las rutinas para dejar registro de ellas y ponerlas a dialogar con perspectivas de análisis que permitieron releer el proceso. Lo recolectado por medio de esta técnica queda registrado a partir de las narraciones contenidas en este artículo, invitando a impregnarse de la raíz afectiva y transformadora propia de este proceso social, movilizando y trastocando la propia experiencia.

Los feminismos se volvieron una perspectiva de análisis coherente y novedosa, enfocándose en dimensiones que generalmente no son percibidas debido a la visión masculina y androcéntrica en los procesos de producción de conocimiento. Asimismo, permitió criticar el proyecto ideológico del patriarcado e integrar las experiencias y modos de percibir, nombrar y sentir de las mujeres para tomar conciencia de las relaciones de poder existentes y dejar de reproducir discursos hegemónicos patriarcales que han tendido a la uniformidad y a la homogeneización.

De igual manera, la perspectiva de análisis feminista permitió visibilizar el cuerpo y el modo de habitar como ejes de análisis, además de mirar las prácticas que la misma Asamblea consideró como anti patriarcales, tanto en la experiencia intima de cada integrante y el valor por compartir el Estallido Social interno, hasta el cuestionamiento de la práctica asamblearia. Lo anterior permitió revisar los modos de vinculación, las relaciones de poder en las tomas de decisiones, las distribuciones en los roles de cuidado y la definición de una forma particular de dialogar con las instituciones patriarcales como son la alcaldía y las Fuerzas de Orden Público, así se ponen límites ante sus procedimientos y se decide colectivamente mantener la autonomía y la autodeterminación.

Las propuestas surgidas a partir de la Asamblea de Nueva Vulva se vuelven un referente de participación comunitaria, las cuales abren nuevas preguntas y dimensiones de análisis urgentes ante los cambiantes y esperanzadores procesos sociales del Chile contemporáneo, sobre todo ante el proceso de gestación de una nueva Constitución. Surgen preguntas para seguir profundizando y articulando reflexiones, en relación a ¿cómo es posible mantener la articulación comunitaria ante un nuevo escenario de represión y violencia policial?, ¿qué estrategias serán necesarias desarrollar para sostener comunitariamente experiencias de violencia patriarcal entre las personas que integran el vecindario?, y ¿de qué manera los feminismos puede continuar brindando herramientas de análisis y metodológicas para fortalecer una perspectiva anti patriarcal en una Asamblea vecinal?

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[1]Acto de resistencia y critica al elevado costo del sistema de transporte, que implica saltar sobre la barra diseñada para impedir el paso y evadir el pago. Este acto es multado y puede ser castigado por las Fuerzas de Orden Público.

[2]Caceroleo: forma de protesta en la que se utilizan ollas, cacerolas y otros utensilios de cocina para hacer ruido y mostrar descontento.

[3]Comportamientos que tienen en común el menosprecio del hablante hacia quien escucha por el único hecho de que quien escucha es una mujer.

Recibido: 02 de Septiembre de 2020; Aprobado: 16 de Junio de 2021

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