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Diálogos Revista Electrónica de Historia

On-line version ISSN 1409-469X

Diálogos rev. electr. hist vol.23 n.1 San Pedro Jan./Jun. 2022

http://dx.doi.org/10.15517/dre.v23i1.48137 

Historia de Costa Rica

Amigos en las alturas: José Figueres, Estados Unidos y la construcción de la Costa Rica de la posguerra

Friends in high places: the U.S. contribution to Costa Rica state-building in the Figueres years

1Universidad de Illinois, Chicago, Estados Unidos. Profesor distinguido en el Departamento de Historia.

Resumen

El ascenso a la presidencia de Costa Rica de José Figueres en 1953, las actividades de sus enemigos en Nicaragua para darle un golpe de Estado y sus enfrentamientos con Somoza son hechos bien conocidos. En cambio, se conoce menos el papel de ciertos políticos en los Estados Unidos -especialmente “demócratas liberales”- en el sostenimiento y ayuda al gobierno de Figueres en contra de posibles actores hostiles en los Estados Unidos y en la región latinoamericana, así como dentro de Costa Rica. Este artículo se concentra en el papel de amigo de Figueres que tuvo el influyente economista del New Deal y Secretario de Estado para los asuntos latinoamericanos: Adolf Berle.

Palabras clave Costa Rica; Estados Unidos; Posguerra; Crisis; Socialdemocracia

Abstract

José Figueres’s rise to power as president in Costa Rica in 1953, his enemies activities in Nicaragua to overthrow him, and his confrontation with Anastasio Somoza are well known facts. Less well-known, perhaps, is the role of certain U.S. actors -especially “liberal Democrats”- who helped protect the Figueres regime from would-be hostile actors in the U.S. and elsewhere in the region as well as within the country itself. In this paper, I concentrate on the role of influential New Deal economist and former secretary of state for Latin American Affairs Adolf Berle.

Keywords Costa Rica; United States; Postwar; Crisis; Social-Democracy

Introducción

En 1940, el presidente Rafael Ángel Calderón Guardia, con un 80 por ciento de los votos, emprendió un gobierno populista cuyas consecuencias serían de larga data para el país. Con el apoyo crucial del Partido Vanguardia Popular, dirigido por Manuel Mora, y del Arzobispo de San José -, con vocación social-, Víctor Manuel Sanabria, Calderón adoptó un programa de Garantías Sociales y un Código de Trabajo de los más aventajados en el hemisferio occidental. Sin embargo, múltiples acusaciones de fraude electoral y diferentes signos de corrupción política, en los que se incluye incluyendo la amistad personal entre Calderón y el dictador nicaragüense Anastasio Somoza, se constituyeron en el terreno fértil en el que germinó una insurrección popular que derivó en guerra civil en 1948 y que llevó a la fundación de la Segunda República en Costa Rica y a una Junta de Gobierno dirigida por Figueres, hijo de un médico de origen catalán, quien había regresado a Costa Rica en 1928 después de algunos años de vivir en los Estados Unidos, y que construyó una exitosa hacienda productora de cabuya en el sur de San José, a la que bautizó como finca La Lucha sin Fin. Después de 1953 y en los siguientes treinta años, Figueres y su Partido Liberación Nacional dominarían la vida pública de la nación y serían acreditados por la fama que ganaría Costa Rica como el más estable y próspero ejemplo de modernización económica y social a través de medios democráticos. Quizás menos conocido es el papel de actores norteamericanos, especialmente los liberales demócratas, que ayudaron a proteger al gobierno de Figueres de sus hostiles enemigos en los Estados Unidos, en Centroamérica, y el Caribe y en su propio país. Este artículo explora esa relación entre Figueres y sus amigos en el Norte durante un periodo de inestabilidad política regional.

1. La política laboral estadounidense y Costa Rica

Los últimos disparos de la guerra civil en Costa Rica sonaron a fines de abril de 1948, pero la guerra política, que incluía una potencial desestabilización del país, se extendería por los próximos diez años. Pero una duda quedaba sin resolver en ese periodo: ¿cuán viable era desarrollar en la región un modelo de desarrollo “liberal-progresista” (es decir, no comunista pero sí socialdemócrata e inclinado al bienestar social)? Desde el inicioprincipio, los principales perdedores de la “revolución de 1948” fueron los comunistas y los sindicatos que se asociaban con ellos, algo que era predecible si se tenía en cuenta la mano con que los Estados Unidos movía algunos hilos en el proceso post guerra civil. De esa forma, muy temprano, la Junta Fundadora de la Segunda República dejó fuera de la ley al Partido Comunista de Costa Rica (PCCR) y, en clara violación de los acuerdos negociados frente al embajador estadounidense Nathaniel P. Davis, emprendió la persecución de los sindicatos vanguardistas y el asesinato selectivo de algunos de los líderes comunistas que permanecieron en el país al finalizar el conflicto (Bell, 1971: 158).

En contraste, la Confederación de Trabajadores Rerum Novarum fue reconocida como la única federación de sindicatos legítima en el país. Esa confederación, de bases católicas, nunca tuvo la base popular que sí tuvo la del Partido Vanguardia Popular (PVP) y,. a pesar del tremendo apoyo financiero que le dio la gigantesca Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales (AFL-CIO, la cual, en este caso, contradijo sus principios organizativos que se oponían a una organización de trabajadores basada en la fe), la evidencia indica que por muchos años la representación de trabajadores permaneció anémica dentro de esa confederación. Además, la llegada de un nuevo arzobispo, después de la muerte de Monseñor Víctor Manuel Sanabria en 1951, con escaso interés en el bienestar de los obreros, contribuyó a minar el apoyo institucional para la Rerum Novarum.

Por otro lado, la Junta no solo mantuvo las reformas sociales y el Código de Trabajo emitidos durante la presidencia de Rafael Ángel Calderón Guardia (1940-1944), sino que también, bajo la guía del padre Benjamín Núñez como ministro de Trabajo de la Junta, agregó legislación para proteger a los trabajadores rurales, alentó la resolución de conflictos en el trabajo por medio de jueces laborales y se comprometió a otorgarle el derecho de sufragio a las mujeres, lo cual se hizo efectivo con la Constitución Política de 1949. La Junta también avanzó con la aprobación de los decretos-ley número 70 y número 71, que impusieron un impuesto del 10 por ciento a las grandes riquezas y la nacionalización de la banca (Miller, 1996: 190; Bell, 1971: 159). Figueres declaró entonces que “la administración del dinero y el crédito no quedaría más en manos privadas como tampoco el servicio de correo y de distribución de agua estaban bajo el control del sector privado” (Ameringer, 1978: 70). Estas decisiones hicieron que grandes empresarios y algunos sectores militares, incluyendo a Edgar Cardona Quirós, ministro de Seguridad de la Junta, manifestaran enfado y disgusto hacia el programa social de Figueres (Picado, 1989: 29). A pesar de la activa y continua oposición que experimentó, cuando Figueres volvió a la presidencia del país en 1953 (después de la administración de Otilio Ulate Blanco) ya no tenía el ímpetu demoledor y fuerte que sí tuvo durante su periodo como cabeza de la Junta entre 1948 y 1949 (Longley, 1997: 118).

Es cierto que una vez en el gobierno, usando una rebuscada retórica, Figueres clamó a sus amigos estadounidenses por un cese de la ocupación económica y propuso, aunque en vano, una paridad en los precios internacionales para impulsar las economías de los países en desarrollo, pero también es cierto que se movió con timidez y miedo hacia la United Fruit Company al negociar con ella una política confiscatoria que estuvo muy lejana de la desarrollada por Guatemala en ese mismo momento (Ameringer, 1978: 111-114). Quizás más sorpresivo fue que la administración figuerista logró estabilizar las relaciones laborales gracias a un sistema de intervenciones de arriba hacia abajo que podría denominarse como “corporativismo yankee”. Así, no solo el gobierno costarricense y la Rerum Novarum tuvieron logros económicos, sino que también las fuerzas de la Organización Regional Interamericana de Trabajadores (AFL-ORIT) e incluso el Departamento de Estado de los Estados Unidos tuvieron la oportunidad de expandir su injerencia en los asuntos internos de Costa Rica, aunque solo fuera con respecto a asuntos privados. Tan temprano como en diciembre de 1951, por ejemplo, el representante de la AFL, Serafino Romualdi, buscó el criterio del consejero laboral adjunto del consulado de los Estados Unidos, para encontrar una manera por medio de la cual los trabajadores bananeros (políticamente divididos entre un remanente comunista en el suroeste, un grupo en la región central y el poder de la Rerum Novarum en la costa noreste de Costa Rica) adoptaran un “acercamiento más constructivo” en sus negociaciones con la United Fruit Company. En particular, Romualdi quería saber si en el caso de que la Organización Regional Interamericana de Trabajadores (ORIT) enviara a su más experimentado organizador latinoamericano a coordinar a los sindicatos no comunistas, “¿la Compañía honestamente colaboraría con el sindicado y lo ayudaría a consolidar su poder sobre los trabajadores sin pretender que sus líderes actuaran más como agentes de la Compañía que como líderes genuinos de los trabajadores?”. Parecía que, al menos por un periodo, la política internacional del gobierno estadounidense y su política laboral exterior actuaban en sintonía.

Como otra extensión del marco corporativista, al revisar la correspondencia de la AFL se nota que esa organización y el gobierno de Figueres siguieron intentando sostener las siempre escuálidas finanzas de la Rerum Novarum. Al final, en su carrera electoral de 1953, Figueres tuvo éxito en su solicitud a la ORIT para que permitiera el “regreso” de Luis Alberto Monge Álvarez a Costa Rica para ayudar a movilizar votos de la clase trabajadora durante su campaña; hasta entonces, Monge había sido el Secretario General de la ORIT en México. No deja de ser irónico, de alguna manera, para quienes suspiraban por la necesidad de una política de “libertad sindical”, que los futuros avances en esa vía para los trabajadores costarricenses dependieran directamente del poder político y de la patronal.

2. Un gobierno amenazado

A pesar de las iniciativas del gobierno de Figueres y de sus aliados liberal-progresistas en los Estados Unidos, las fracturas políticas internas siguieron amenazando, como lo habían hecho desde 1948, con crecer sin control fuera de las fronteras. Quizás todavía más significativo, el furioso clima anticomunista en la región, posterior al golpe de Estado en Guatemala en junio de 1954, hizo que los enemigos de Figueres se decantaran con gusto por el uso de la entonces inmejorable “tarjeta roja” para desacreditarlo. En protesta contra el dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez, que había exiliado a Rómulo Betancourt, Figueres irritó al Departamento de Estado cuando rehusó asistir a una conferencia en Caracas en marzo de 1954, cuyo fin era darle apoyo a la política anti-comunista en contra del gobierno de Arbenz en Guatemala. A pesar de que no era amigo de Arbenz, Figueres llamó a la calma en la desestabilización del gobierno de su colega guatemalteco democráticamente electo y aconsejó esperar a ver qué ocurría en Guatemala, solicitando al mismo tiempo que la United Fruit desarrollara un amplio contrato regional y que se tomaran acciones en contra de Somoza en lugar de atizar la situación en Guatemala (Schwarz, 1987: 315). El análisis de Figueres, tal y como se lo comunicó a Aldof A. Berle, prestigioso abogado que había sido Asistente del Secretario de Estado para asuntos latinoamericanos (1938-1944), presentó a Arbenz como un líder “débil y comprometido” que debía confiar en los comunistas como una alternativa en un país con “terratenientes reaccionarios que han prosperado a costa de proteger un sistema de peonaje de semi-esclavitud indígena”. Figueres pensaba que si Arbenz emergía victorioso frente a la UFCO, “se convertiría en un político lo suficientemente fuerte como para distanciarse de los comunistas de su país”.

Empero, los enemigos de Figueres rápidamente se percataron que el contexto les favorecía para llevar agua a sus molinos. Por ejemplo, Otilio Ulate, quien fuera aliado de Figueres en 1948, lo acusó de simpatizar con el comunismo (Longley, 1997: 120). El mismo Figueres advirtió públicamente que el embajador estadounidense en Nicaragua, Thomas Whelan, estaba atizando las llamas del intervencionismo contra Costa Rica. Todavía más peligroso era que circulaban noticias sobre unos cientos de soldados insurgentes que entrenaban en Nicaragua y que tenían estrechos lazos de colaboración con los militares rebeldes que desde Honduras habían apoyado la invasión de Castillo Armas a Guatemala. Incluso Mario Echandi, entonces líder de la oposición legislativa a Figueres, se unió a quienes clamaban por una acción armada directa contra el “nuevo dictador instalado en Guatemala”. Como anticipación a una gran invasión, un avión P-51, aparentemente enviado a Managua por el dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez, lanzó ráfagas de balas sobre la capital costarricense. Para mayo de 1954, cuando el embajador estadounidense en San José abandonó el país sin ninguna explicación, y mientras Figueres recibía señales ambiguas de la United Fruit Company sobre su petición de un contrato regional, era palpable en el aire la sensación de pánico alimentado por crecientes teorías conspirativas (Bowman, 2002: 125-126).

Ese escenario fue coronado por un importante acuerdo con respecto a las intenciones estadounidenses sobre la región. Más adecuadamente, se puede indicar que fue el Día-D para los progresistas liberales que querían salvar a uno de los suyos. Así, para su fortuna, Figueres logró ganar el apoyo en los Estados Unidos de un bloque unido de políticos democráticos, anticomunistas y socialmente comprometidos, que incluía a Berle, al gobernador puertorriqueño Luis Muñoz Marín y al Senador por Illinois Paul Douglas, un grupo que sería luego etiquetado como los “liberales de la Guerra Fría” (Ameringer, 1978: 124). Figueres contaba con el fuerte apoyo de la AFL y, dentro de Latinoamérica, de la ORIT, que había sido dirigida por Monge. De esa forma, el apoyo político a Figueres era amplio y profundo. Como lo ha documentado el historiador Kyle Longley, tan temprano como en 1950, Figueres recibió el notable y fuerte apoyo de la Asociación Interamericana para la Democracia y la Libertad, de la AFL y de la Sociedad Americanos por la Acción Democrática, que incluía a luminarias liberales como Arthur Schlesinger, Jr., Robert LaFollette, Walter White de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP), Eleanor Roosevelt y Pearl Buck (Longley, 1997: 117-125). Pero de todos su contactos en los Estados Unidos, es claro que fue Berle, más que cualquier otro, quien emergió como el ángel que necesitaba Figueres.

3. Amigos en las alturas

La amistad entre Berle y Figueres comenzó en marzo de 1953, cuando Berle llegó a Costa Rica para investigar una denuncia inspirada por Somoza que sostenía que Costa Rica estaba caminando por la misma peligrosa vereda hacia el comunismo que llevaba Guatemala; a partir de allí, Figueres y Berle desarrollaron una perdurable amistad. Berle pensaba que había encontrado un espíritu similar al suyo; un político que, en el mar de hostilidades que arreciaba, podía levantar una pancarta de optimismo liberal-reformista. Berle apuntó que don Pepe no era un comunista sino “un liberal anticomunista comparable con el Senador Demócrata Herbert Lehman de Nueva York”. Durante una visita de año nuevo en 1955, la familia Berle, incluyendo a la esposa de Berle, la médica Beatrice Bishop Berle, y a su hijo Peter, no solo recibió todas las atenciones presidenciales de Figueres en San José y en su finca La Lucha, sino que vieron la conexión cotidiana del presidente con los ciudadanos en la calle. Beatrice apuntó en sus memorias que ella le indicó a don Pepe que, “en un pequeño país como Costa Rica, la democracia popular es posible. Ayer por la noche la gente quería tocarlo, platicar con usted personalmente, conocerlo a usted y a su familia y que usted les correspondiera conociéndolos a ellos y sus familias. Ese tipo de trato es imposible en un país grande como los Estados Unidos, excepto quizás a través de los medios de comunicación, que manipulan y alteran los hechos y las personalidades”. Berle mismo, poéticamente, le indicó a don Pepe que Costa Rica “se levanta como una joya resplandeciente que mantiene la fe en un hemisferio unido”. De hecho, la familia Berle quedó tan impresionada con las virtudes del presidente costarricense, que Adolf Berle insistió en que su hijo volviera y pasara el siguiente verano cortando agave como cualquier otro trabajador en la finca de Figueres, “de forma que él pueda penetrar más allá de la superficie de la vida cotidiana”. Las conexiones personales ayudaron a estrechar los lazos en otras direcciones también. Así, mientras Berle ayudaba a proteger a Figueres de los depredadores regionales que lo rondaban, sus vínculos con el presidente costarricense lo ayudaron a invertir en bienes raíces en Costa Rica.

Debido al significado simbólico que había sembrado en la imaginación liberal, no fue quizás sorpresivo que Figueres pudiera contar con sus amigos políticos en los Estados Unidos cuando llegara el momento. De esa forma, entre las nubes tempestuosas que cruzaban por Costa Rica en 1954, Berle trabajó con sus amplios contactos para lograr conectar a Figueres con un emisario de la Casa Blanca, una reunión con el antiguo jefe de acciones de la CIA, Thomas Braden, así como con ejecutivos de la United Fruit Company, con el fin de dejar en claro las “respetables” intenciones políticas de Figueres (Schwarz, 1987: 316). Ese movimiento atrevido funcionó y en el momento crucial en que una fuerza expedicionaria que se trasladaba desde Nicaragua, con la ayuda de las dictaduras de Venezuela y Guatemala, invadió Costa Rica a inicios de enero de 1955, Figueres apeló desesperadamente a sus amigos en los Estados Unidos. Así, una nueva fuerza aérea se formó de la noche a la mañana el 16 de enero, cuando Costa Rica compró a los Estados Unidos, con un costo de un dólar por unidad, cuatro P-51 Mustang figthers, junto con un DC-3 que fue adaptado para fungir como bombardero (Jowett, 2019: 302-304). Los invasores fueron expulsados muy rápidamente.

Así, los Estados Unidos apostaron por la consolidación de la democracia liberal-progresista en Costa Rica. Incluso un sujeto de línea dura como el vicepresidente Richard Nixon, a quien pronto iban a abuchear las multitudes en América Latina, personalmente intervino durante un viaje a la región para acabar con cualquier iniciativa de invasión procedente tanto de Nicaragua como de Guatemala (Ameringer, 1978: 123; Díaz Arias, 2015: 318-320). El escándalo internacional que provocaron las noticias sobre el papel de los Estados Unidos en el golpe de Estado en Guatemala pudo haber servido como una advertencia para los hacedores de la política internacional de Estados Unidos en contra de futuras aventuras. Inesperadamente, la sangrienta intervención en Guatemala pudo haber salvado a Costa Rica de una incursión similar (Bowman, 2002: 129-130). Otro factor, enfatizado por el historiador Kirk Bowman (130-131), también ayudó a evitar una resolución militar en Costa Rica: la ausencia de un ejército eliminó la posibilidad de una efectiva oposición extra-parlamentaria que quisiera tomar el poder.

Luego de las amenazas de golpe de 1954 y 1955, la liberal-progresista Costa Rica experimentó otra crisis en su camino hacia la estabilidad política. Desde el final de la guerra civil de 1948, Figueres había siempre triunfado sobre sus enemigos y rivales, pero esas victorias habían llegado con el costo de una profunda fisura social en el país. Miles de calderonistas habían sido encarcelados, cientos estaban exiliados, y cada nueva elección presidencial animaba más la división y promovía el peligro de un posible caos. Pero entre 1955 y 1958, un inesperado movimiento hacia la amnistía política y hacia la competencia político-partidaria refrescó el clima político costarricense. La división del voto del Partido Liberación Nacional (PLN) entre dos candidatos hizo que, aunque los liberacionistas mantuvieran el control de la Asamblea Legislativa, una coalición de oposición (el Movimiento de Oposición Democrática o MOD) liderado por el archienemigo de Figueres, Mario Echandi, ganó las elecciones con la promesa de permitir el regreso al país de Calderón Guardia desde su exilio. Después de ciertas dudas e incluso el peligro real de anular las elecciones, Figueres y el candidato liberacionista Francisco J. Orlich aceptaron el resultado y dieron los primeros pasos que redundarían en una amnistía total en 1961 (Díaz Arias, 2015: 319).

A partir de ese momento, Costa Rica se calmó. El partido de Figueres dominó las elecciones costarricenses en los siguientes años, incluyendo un gobierno de Monge y dos gobiernos de Óscar Arias Sánchez quien, en 1987, ganó el Premio Nobel de la Paz por su iniciativa por la paz centroamericana. Calderón Guardia volvió al país en 1958 y compitió sin éxito en las elecciones presidencial de 1962 y luego sirvió como embajador en México hasta su muerte en 1970. Su hijo, Rafael Ángel Calderón Fournier siguió sus pasos políticos y se convirtió en presidente en 1990, al mando del Partido Unidad Social Cristiana (PUSC), de tendencia conservadora.

En todo caso, hay que admitir que la Costa Rica posterior a la Guerra Civil de 1948 había ganado una imagen pública internacional no solo como sociedad pacífica, sino como un país progresista y tolerante. Solo los comunistas, y el movimiento obrero de izquierda que habían inaugurado de diversas formas el Estado paternalista, quedaron fuera de ese legado celebratorio de Costa Rica. Pero incluso en eso hay una particularidad costarricense: en 1974 la Asamblea Legislativa le otorgó el título de Benemérito de la Patria a Calderón Guardia, y luego tres prominentes comunistas ganaron ese honor, Carmen Lyra en 1976, Carlos Luis Fallas en 1977 y Manuel Mora en 1998 (Díaz Arias, 2015: 320-330). Figueres fue declarado Benemérito en 1990.

Conclusión

El capítulo de la historia de Costa Rica expuesto en este artículo ofrece evidencia de que una alternativa progresista-democrática, o incluso de una socialdemocracia alternativa al comunismo, era posible de crear en el Tercer Mundo y no solo en el Occidente industrializado. En la medida en que los principales actores políticos de un país pudieran maniobrar sin dependencia de los soviéticos y con cuidado de que quienes tenían esa dependencia no ganaran poder dentro de sus países, era más posible que no temieran por una desestabilización procedente de los Estados Unidos.

Sin embargo, aunque Costa Rica hubiera encontrado la forma de desarrollar una significativa reforma democrática sin invocar el anticomunismo visceral de su vecino del Norte, este país realizó esa transformación de manera tan peculiar, que es imposible utilizar su ejemplo para un uso comparativo más general. En primer lugar, es muy particular de ese país que un líder populista latinoamericano como Calderón Guardia se hubiera aliado con los comunistas y su movimiento sindical y con la jerarquía de la Iglesia católica (antes de la llegada de la Teología de la Liberación), para desarrollar una reforma de justicia social (Miller, 1996; Contreras y Cerdas, 1988). En segundo lugar, se debe dar crédito a la cronología misma, ya que la gestación de un estado de bienestar ocurrió “justo” en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, cuando la política del New Deal estaba todavía en la posición de impulsar posibilidades de desarrollo keynesianas y anti-fascistas y antes de que se desatara la casería de brujas en los Estados Unidos, que hizo que se tuviera temor por la amenaza comunista que se extendía por todo el mundo. Finalmente, los costarricenses disfrutaron de un “regalo” de la oposición anticomunista más vieja (Molina, 2007) como en el caso de Figueres, que se dedicó tanto como los comunistas al desarrollo de una política de redistribución económica, aunque sin un robusto movimiento sindical (Molina y Díaz, 2017). A pesar de todo eso, Costa Rica también necesitó del esfuerzo extraordinario de amigos en las cumbres para defender su régimen democrático.

Como hemos intentado mostrar en este artículo, una combinación de actores políticos internos y externos impulsaron el desarrollo de un Estado de bienestar en Costa Rica que se convirtió en un ejemplo idiosincrático para otros países del Tercer Mundo. Los liberales-progresistas de Estados Unidos habían dado con el hombre, y quizás con el país, pero en ese empeño se aseguraron, también, de que nadie más siguiera este singular ejemplo histórico.

Traducido por David Díaz Arias

NOTAS

1. Los datos de ICFTU para 1959, por ejemplo, indicant un número de 12,000 sindicalistas (o 6.6% of los asalariados) en Costa Rica, una categoría de bajo nivel de sindicalismo como en El Salvador (también de 6.6%) y solamente superado por Panama (1.6%) y la Guateamala posterior al golpe de Estado (0.3%), entre 20 países del hemisferio que fueron examinados. De hecho, para 1971, como lo indica James Backer, había solo 23 convenciones colectivas en todo el país. Rodriguez Garcia, 2010: 143; Cerdas Cruz, 1992: 298-299; Viales-Hurtado y Díaz-Arias, 2017; Aguilar, 1989: 79-90.

2. Serafino Romualdi Papers, 1936-1968. Romualdi a Jay Lovestone, “Report on Costa Rica,” August 30, 1954, Box 3, Folder 5. Figueres presionó por un 50 por ciento de impuestos sobre las ganancias de la compañía bananera (logró un 30 por ciento) y en 1954 ayudó en la negociación de una nueva convención colectiva que incluyó un salario mínimo que incorporaba ajustes en el costo de vida.

3. Serafino Romualdi a Alex Cohen, Dec. 10, 1951. No está claro si o cómo Cohen respondió a la solicitud indicada arriba, pero para 1954, en un informe a su jefe de la AFL, Jay Lovestone, Romualdi se refirió a Cohen como “un poco idiota” y que le había parecido antipático a Figueres y alguien de quien la AFL debería retirar todo tipo de cooperación. Romualdi a Jay Lovestone, “Report on Costa Rica” 30 de Agosto de 1954, Box 3, Folder 5, Romualdi Papers.

4. Ibid. Romualdi a Lovestone. De acuerdo con Romualdi, dentro de la Rerum Novarum solo el sindicato de músicos “cargaba con su propio peso económico”.

5. Adolf A. Berle Papers. Diary, 11 de marzo de 1953.

6. Adolf A. Berle Papers. Diary, 11 de marzo de 1953.

7. “Nicaragua: The Chummy Ambassador”, Time, 16 de mayo de 1960, p. 37; “Romualdi CR 55,” Robert J. Alexander, “Entrevista 25 de enero de 1955 con Serafino Romualdi”, Robert J. Alexander Papers, Special Collections and University Archives, Rutgers University Libraries, Box 6, Folder 61 (cortesía de Jeff Schuhrke).

8. Adolf A. Berle Papers. Diary, March 31, 1953. Herbert H. Lehman (1878-1963) gozó de una larga carrera como colaborador en la firma bancaria de su familia y luego como líder politicopolítico demócrata en Nueva York, incluyendo cuatro periodos como gobernador. Electo dos veces Senador, en su última campaña en 1950, en la que participó como candidato demócrata y del Partido Liberal, venció no solo a un oponente republicano sino también del Labor Party.

9. Adolf A. Berle Papers. Letter to Jose Figueres, Jan. 6, 1956.

10. Adolf A. Berle Papers. Letter to Peter Adolf Berle, Feb. 27, 1956; Berle, 1983: 197-198. Beatrice, quien aparentemente habría aceptado solo después de la insistencia de Adolf a su hijo, escribió que Peter regresó de su estadía “pálido, flaco, cansado” y enfermo de disentería amébica. “Un precio muy pesado de pagar por un curso de sociología práctica, fue mi único comentario”. (198).

11. Adolf A. Berle Papers. Letter to Figueres, AB Papers, 21 de febrero de 1966.

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Recibido: 18 de Agosto de 2021; Aprobado: 29 de Noviembre de 2021

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