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vol.16 suppl.1The population in 20th century Central America: annual vital statistics and total population estimatesComentario al libro: Díaz-Arias, David, (2015), Crisis social y memorias en lucha: Guerra Civil en Costa rica. (Colección Historia De Costa Rica), editorial De la Universidad De Costa Rica author indexsubject indexarticles search
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Diálogos Revista Electrónica de Historia

On-line version ISSN 1409-469X

Diálogos rev. electr. hist vol.16  suppl.1 San Pedro Nov. 2015

http://dx.doi.org/10.15517/dre.v0i0.22014 

Dossier

David Díaz Arias. 2015. Crisis social y memorias en lucha: Guerra Civil en Costa Rica, 1940-1948. San José, Costa Rica: Editorial de la Universidad de Costa Rica

Mercedes Muñoz Guillén1 

1Máster en Historia por la Universidad de Costa Rica. Especialista en temas de Seguridad del Estado Costarricense y de Centroamérica. Correo electrónico: mercedes.munoz@ucr.ac.cr / mercedes@fcs.ucr.ac.cr

El título de este texto anticipa al lector que aborda tres temas: la Guerra Civil de 1948, la crisis social que la antecede y la forma sesgada como la historia oficial -que es siempre la de los vencedores- recoge y recuerda los acontecimientos de esta dramática década. Como sobre este periodo existen trabajos sobresalientes de otros investigadores y del propio autor, era de esperar que el libro que se comenta fuera un esfuerzo por integrar los hallazgos propios y ajenos en una síntesis pacífica y libre de sobresaltos.

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Y aunque efectivamente esta obra constituye una síntesis bien lograda de la historia de esa década, que resalta con colores vívidos la violencia fratricida y su huella en las memorias de los simpatizantes de uno y otro bando, su lectura no está libre de sobresaltos. ¿Por qué? Porque el autor sorprende al lector al atribuir a Calderón Guardia la organización del “más claro movimiento populista del país”.

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A todas luces esto constituye una provocación, no solo porque existe amplio consenso en que el concepto de populismo es vago y también peyorativo, sino principalmente por el momento histórico y el clima político que se vive hoy en América Latina, caracterizado por lo que algunos autores llaman “el giro a la izquierda” de los gobiernos latinoamericanos, esto es, por el acceso al poder de gobiernos como el de Chaves en Venezuela, de Correa en Ecuador, de Evo Morales en Bolivia y de los Kirchner en Argentina, todos estigmatizados por los medios nacionales y las transnacionales de la comunicación con el calificativo de populistas.

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Ahora bien, dada la mala prensa que tiene el populismo y la tendencia a presentarlo como una perversión de la democracia, podría pensarse que cuando Díaz resalta el carácter populista del Gobierno de Calderón Guardia está demeritando su liderazgo y, por tanto, alineándose en el bando de los vencedores. Pero esto es incorrecto. En verdad está cerrando filas en el campo de los vencidos. Así, hace suya la premisa de que el temor al populismo no es más que una reencarnación de un miedo antecedente: el miedo al pueblo, el miedo a la democracia.

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Todo esto supone una verdadera metamorfosis del término populismo. Con ese propósito se adhiere a la visión teórica de Ernesto Laclau sobre el populismo y el término en cuestión deja de representar la oruga rastrera que los demócratas deben despreciar y se transforma en una policroma mariposa alada que estos deben admirar.

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Apoyándose en los esquemas conceptuales contenidos en el libro On Populist Reason, de Laclau, y, en una revisión exhaustiva de trabajos anteriores y también de las fuentes disponibles sobre el periodo, especialmente de las memorias de los vencidos, puesto que estas constituyen uno de los pocos recursos de que dispone el historiador para desmitificar la historia oficial, que siempre la escriben los vencedores, Díaz Arias da cuenta de cómo se construye discursivamente un populismo en Costa Rica en la década de los cuarenta del siglo pasado.

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Este proceso de construcción discursiva “desde abajo” de una identidad popular en torno a un líder carismático (Calderón Guardia), que dividió el campo político nacional en dos bandos antagónicos irreconciliables (pueblo versus elites), puede esquematizarse así:

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  • La emergencia en Costa Rica en la primera mitad del siglo XX de un conjunto de fuerzas y demandas heterogéneas que no pueden ser integradas orgánicamente dentro del sistema diferencial/institucional vigente durante los años cuarenta.

  • Dado que los vínculos entre dichas demandas (salud, educación, vivienda) son diferenciales, solo pueden ser equivalentes porque están emparentadas entre sí por el hecho de que su no satisfacción está asociada a la existencia de un sistema institucional impuesto por un mismo y único enemigo: las elites dominantes.

  • El cuadro de equivalencias alcanza su punto de cristalización en torno a un significante vacío que suministra una identidad a los demandantes.

  • Con el fin de desempeñar ese rol, el significante vacío es reducido a un nombre: Calderón Guardia.

  • Para que ese nombre desempeñe con éxito ese rol, debe estar investido de “afecto” que lo transforma en un líder querido y carismático: el “doctorcito”, al que se atribuye la capacidad para ofrecer solución a cada problema social del país.

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Esta interpretación laclauniana del populismo costarricense privilegia el concepto de significante vacío y, por lo mismo, guarda similitud con otros populismos latinoamericanos construidos discursivamente en torno a los nombres de líderes carismáticos, como por ejemplo: Perón y el peronismo, Chaves y el chavismo, entre otros. Sin embargo, en el caso costarricense el significante vacío no siempre fue asociado únicamente al nombre de Calderón; también lo fue -y quizás con mayor frecuencia- a la denominación de “caldero-comunismo”.

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Así las cosas, este populismo bicéfalo (o tricéfalo si se tiene en cuenta la participación de un tercer actor: la Iglesia) que instala en el significante vacío no solo el nombre del líder carismático, sino también el de una fuerza política dotada de una ideología hegemónica, supone un cierto antagonismo entre dos identidades discursivas que disputan la construcción del pensamiento hegemónico en una sociedad; lo cual obliga a examinar el caso costarricense a la luz de otros conceptos también extraídos de la cantera teórica de Laclau: significante flotante, punto nodal y, por supuesto, ideología hegemónica.

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Al respecto y con base en la siguiente cita, valga reconocer la dificultad que presenta el caso costarricense para englobarlo sin más dentro de la teoría de Laclau:Es común, cuando se debate con un comunista ortodoxo, el acabar encontrándonos con muros que impiden que la discusión avance. Estos muros son la materialización del punto nodal ideológico del comunismo que suele ser el orden capitalista. De este modo, la guerra será fruto únicamente de expansión de intereses capitalistas particulares. La equivalencia aquí es como sigue: lucha por la paz es lucha contra el orden capitalista… Si ajustamos bien nuestra mirilla, veremos que el patrón se reproduce eternamente pues el punto nodal que acolcha la teoría comunista y que la dota de identidad es el orden capitalista. Todos los elementos libres, todos los significantes flotantes, pueden ser reducidos a la explicación del orden capitalista contemporáneo y la lucha contra éste nos dará las respuestas y las soluciones. Aquí radica el éxito de una ideología dominante.1

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Demás está decir que el punto nodal de Calderón y el calderonismo -anticomunista por definición- dista mucho de ser el de sus aliados marxistas de los años cuarenta. Dificultad que se sortea haciendo mención a la existencia de dos programas políticos del Partido Comunista: un Programa Máximo y otro Mínimo.

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El Programa Máximo identificaba a la revolución social como la meta política última, pero los comunistas interpretaron que eso solamente se daría en un proceso de larga duración… Así el PCCR se enfocó en su Programa Mínimo que reunió las demandas sociales de políticas sociales insatisfechas que el Estado costarricense había intentado resolver desde finales del siglo XIX. 2

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Dos testimonios que se recogen en el libro, permiten apreciar que esa interpretación no fue unánime al interior del Partido Comunista (PCCR). El primero se refiere a una intervención de Arnoldo Ferreto en un órgano partidario, hacia 1950, denunciando como un error que durante el gobierno de Calderón Guardia el PCCR no solo no hubiera influido más fuertemente en los seguidores del Presidente, sino que permitiera que parte de sus propios militantes fueran cooptados por el calderonismo.

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El segundo testimonio data de 1990, y consiste en una entrevista a Ferreto en el que este a propósito de un olvido táctico del punto nodal de los comunistas, reprocha a Manuel Mora haberse alejado desde 1943 de los ideales comunistas, promoviendo el cambio de nombre del partido y alentando la pérdida de su identidad comunista por parte de sus militantes.De esta forma no solo resuelve el reto teórico que plantea el caso costarricense de un populismo con más de una cabeza, sino que de paso deja entrever las contradicciones al interior del discurso entre los comunistas.Más relacionado con todo lo anterior, debe tomarse también en cuenta la observación que se hace sobre el uso metodológico del concepto de populismo, el cual le resultó útil como herramienta para establecer las características específicas de la experiencia populista en estudio, sin reducirla, advierte, a las categorías derivadas de la teoría social de Laclau. En esta dirección retoma la recomendación metodológica del historiador A. Knight, quien refiere al potencial uso del concepto sobre la base de procesos históricos en vez de convergencias historiográficas.

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De la Teoría sobre la violencia colectiva de Roberta Senechal de la Roche, resulta clave para orientar la lectura, el uso del concepto de distancia relacional. Este facilita la comprensión del vínculo entre el crecimiento de la distancia relacional entre los bandos en conflicto, con la probabilidad del incremento de la violencia colectiva.

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¿Cómo se construyen esos bandos, cuándo se produce la fractura del discurso nacional, a qué llevó todo esto durante la década y después de ella? Estos son algunos de los aspectos que en este comentario se destacan por lo novedoso del enfoque y de la estrategia metodológica que se sigue.

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La construcción de un gobierno de carácter populista centrado en la figura de Rafael Ángel Calderón Guardia se valió de un significante vacío, al relacionar la reforma social que propuso con la totalidad del pueblo. Así y en adelante, este asumió su defensa como una consigna clave. Por su parte, Monseñor Sanabria contribuyó con los propósitos del gobernante, cuando le da lo que Díaz denomina la bendición a dicha reforma en el marco del socialcristianismo. Tanto la aprobación de esta legislación como del Código de Trabajo dieron una visión social a la historia.La fractura del discurso nacional de la comunidad imaginada se asocia con el acercamiento entre los intereses de los comunistas, con los del gobierno y los de la iglesia. Acercamiento que estuvo mediatizado por las diferencias ideológicas, presentes estas en dos iniciativas de Monseñor Sanabria: la de promover el cambio de nombre al PCCR y la de impulsar una organización sindical alterna, que dio paso a la Confederación Costarricense de Trabajadores Rerum Novarum (CCTRN). Esa organización sindical fue creada con un objetivo muy preciso: “acabar con el comunismo en Costa Rica, acabando con la miseria que es su causa”.

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Otro elemento importante en ese quiebre de la unidad discursiva tiene que ver con la construcción de la violencia, una constante a lo largo del periodo en estudio. Esta se asocia en principio con el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la adopción de medidas por parte del gobierno, basadas en los acuerdos suscritos con los norteamericanos en la lucha de los aliados contra el fascismo. La aplicación de ellas aceleró las diferencias entre quienes fueron sus opositores y los sectores aliados al gobierno. En lo inmediato los más afectados fueron los comerciantes italianos, alemanes, españoles; así como aquellos sectores considerados simpatizantes del fascismo.

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La violencia es un episodio sobre el cual Díaz llama la atención. Hace una nueva revisión de las fuentes periodísticas, que muchos otros hicieron, para demostrar al lector la fuerza que cada bando le impregnó. Un caso detallado, con acierto, es el vinculado con el impacto del hundimiento del vapor San Pablo en el Puerto de Limón el 2 de julio de 1942. Así también muestra la reacción de los manifestantes josefinos dos días después, expresada en la destrucción y saqueo de edificios de los comerciantes extranjeros e inclusive, el llamado a armarse para combatir al lado de los norteamericanos y con la firme convicción de que en suelo costarricense, se libraba una batalla más contra el Eje.Es contundente la relación de estos hechos con la organización e identificación de los opositores al gobierno. Se hace toda una reconstrucción de los intelectuales integrantes de este grupo. Se destaca la imagen de José Figueres Ferrer, de sus antecedentes y planes, a partir del famoso discurso radial pronunciado en contra del gobierno, etiquetado como calderocomunista. El resultado de la comparecencia radial de Figueres provocó su detención y salida del país.Algo notorio que se incluye en esa relación de hechos es el impacto de las subjetividades, expresada en los sentimientos de rencor y odio que orientaron a muchos de los seguidores de la oposición, así como la sed de venganza por las ofensas recibidas. El caso de Figueres Ferrer y de otros de sus simpatizantes ilustra ese afán reivindicativo. Ellos además abrazan la causa política con el firme propósito de instaurar una nueva República a toda costa.Estos actores en suma, rechazaron los actos vandálicos, la discriminación contra los comerciantes extranjeros y se identificaron con el anticomunismo. Cuestionaron la sinceridad del gobernante, denunciaron el intento de Calderón por mantenerse en el poder y de crear una dictadura. Ellos decantaron un discurso sobre el “otro” que busca romper con la imagen de unidad nacional sobre la comunidad imaginada. Recurrieron a una violencia considerada simbólica y aseguraron cumplir un papel de carácter mesiánico y liberador de la democracia costarricense.

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Así queda claro en este libro, cómo se fragua la fractura del discurso nacional ya para 1942. Por un lado, se percibe la existencia de una democracia limitada por la inequidad social existente entre ricos y pobres. Por otro lado, la oposición enarbola como causa, la lucha por la integración de la ciudadanía para combatir al continuismo de Calderón Guardia y romper el lazo que lo unía con la sociedad.

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La distancia relacional se incrementa día con día y los actores políticos insatisfechos y no incluidos en el discurso del gobernante sobre el pueblo, recurrieron a la violencia como recurso para combatir las medidas consideradas populistas. El periodo de Calderón Guardia concluye en 1944, sin lograr la aprobación de una reforma electoral, que le hubiese permitido postularse como candidato y mantenerse en el poder, como sí lo hicieron otros gobernantes latinoamericanos considerados populistas, caso de Juan Domingo Perón en Argentina.Otra evidencia del incremento del clima de violencia fue la organización de las brigadas de choque del Partido Vanguardia Popular y de un grupo terrorista integrado por opositores al gobierno.

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Las elecciones de 1948 y el seguimiento del camino de las armas -la Guerra Civil- son analizados con detalle. Esa confrontación es considerada como un escenario más de la cadena de actos violentos, que se venían dando con mayor frecuencia y que no concluyen con la firma de la paz en abril de 1948.

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Interesante resulta en ese contexto el análisis y las implicaciones de los pactos acordados entre distintos actores, en particular lo referente al Pacto de Ochomogo, entre Manuel Mora, el cura Núñez y Figueres, por las discrepancias sobre su existencia y veracidad. La victoria es vista como símbolo del poder de los vencedores para ejercer la represión contra los vencidos. Diferentes decretos tomados por la Junta Fundadora de la Segunda República, liderada por José Figueres Ferrer dan cuenta de ello; los acuerdos se tomaron bajo la supuesta premisa de resarcir al país de los abusos y la corrupción del gobierno de los ocho años. Así se sostiene que la época de la represión afirmó las memorias partidistas del periodo 1940-1948.El anticomunismo fue un eje transversal que marcó el periodo desde antes de su inicio y después. Las élites gobernantes aseguraron límites al arraigo popular hacia las tesis del Partido Vanguardia Popular. Es en ese sentido explicable uno de los primeros acuerdos de la Junta de Gobierno para ilegalizar al Partido Vanguardia Popular, perseguir y reprimir su base política y a los líderes sindicales. También resulta comprensible la aprobación del artículo 98 en la Constitución de 1949, que impidió la inscripción de ese partido, mientras estuvo vigente el párrafo segundo de ese artículo.

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Sugerente resulta la lectura de lo que se concibe como las batallas de las memorias que se libran en todos los niveles de la sociedad, donde se destacan las diferencias discursivas entre vencedores y vencidos; así como el uso político de las memorias en las campañas electorales y la existencia de un discurso oficial que se apropia de la interpretación histórica de la década, en particular de la Guerra de Liberación de 1948.Las memorias, los testimonios y las entrevistas son fuentes ampliamente explotadas por este joven historiador, para esclarecer algunos mitos, uno de ellos, el creado en torno al Ejército de Liberación Nacional, cuya imagen Figueres reconstruye, para presentarlo con posterioridad al conflicto armado, como un ejército bien organizado y disciplinado. Punto que se rebate cuando señala que esta fuerza irregular, estaba integrada por hombres indisciplinados, bajo los efectos del licor y guiados por sentimientos de odio y rencor contra el adversario. Las evidencias muestran que la guerra no fue siempre planificada y que tampoco estaba bajo control.

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Las observaciones también acerca de la disciplina, la ausencia de un plan estratégico y las pésimas condiciones de las armas de las fuerzas del gobierno y de aquellas otras, lideradas por los comunistas, refuerzan la tesis de que ya para 1948, el ejército costarricense solo existía en la Constitución de 1871 y como un resabio del pasado. El acto simbólico del 1° de diciembre, cuando José Figueres anuncia la abolición del ejército de Costa Rica, obedece a razones muy particulares de ese momento -la amenaza de invasión de las fuerzas calderonistas- y del contexto internacional.

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Se es explícito en poner en evidencia los atropellos y las diversas formas que adoptó la represión contra los llamados calderocomunistas por parte de los vencedores. Uno de los testimonios más representativos es el referente al crimen del Codo del Diablo, en el cual fueron asesinados tres dirigentes comunistas y otras dos personas en diciembre de 1948.Derivado de ese clima de violencia también se rescata el impacto de la represión de las familias calderocomunistas. Se acota cómo eso las marca y traumatiza e inclusive, las lleva a aceptar la marca de “perdedores” y representantes del mal. Una clara muestra de la distancia relacional que se desarrolló en toda la década de 1940 y más allá de esta.

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En suma, queda claro la existencia de tres memorias sobre la década de 1940: la oficial o de los vencedores, utilizada como bandera o símbolo del Partido Liberación Nacional; las memorias de los perdedores, donde figuran por un lado, la de los calderonistas, inclinadas por rescatar la figura de Rafael Ángel Calderón Guardia, el reformador social, sin ningún ligamen con los comunistas y por otro, las memorias de los vanguardistas, seriamente afectadas por las diferencias entre dos de los dirigentes: Manuel Mora y Arnoldo Ferreto.

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Pese a las discrepancias en esa lectura del pasado, las élites acordaron la amnistía, la superación del odio, el perdón y el olvido. Años después inclusive, la Asamblea Legislativa declara beneméritos a tres líderes de la década: Rafael Ángel

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Calderón Guardia, José Figueres Ferrer y Manuel Mora Valverde, sin dejar de lado a otros protagonistas de esos años, a quienes también se les otorga esa distinción. No cabe duda de que el fin de la Guerra Fría algo tendría que ver con todo este proceso.

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Acertado resulta el empleo del método comparativo para observar las diferencias entre el caso costarricense y otros países latinoamericanos, que durante la década de 1980 establecieron políticas de integración, con el fin de sanar las heridas o lograr la justicia de cara a los atropellos y vejaciones de las dictaduras de la década anterior.

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Se recomienda la lectura de este libro, donde Díaz Arias con gran visión de historiador, hace gala de esa triple educación del espíritu que el maestro francés Pierre Vilar exigía a todo historiador:

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  • Una sensibilidad para el factor tiempo que le permite dar cuenta de manera detallada de los cambios ocurridos en la década de los cuarenta, aprovechando creativamente los hallazgos encontrados en las fuentes.

  • Una sensibilidad para la desigualdad de los desarrollos observados que -utilizando el método comparativo- le permite no confundir el caso de Costa Rica con el de otros populismos que surgen en América Latina.

  • Una sensibilidad para examinar críticamente los múltiples factores que dan origen a la ruptura populista y a la Guerra Civil, como también una prudente propensión a rechazar cualquiera idea unilateral de causalidad, tarea que se ve facilitada por las construcciones teóricas en que se apoya: E. Laclau, A. Knigth y otros.

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Recibido: 04 de Agosto de 2015; Aprobado: 25 de Septiembre de 2015

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