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Diálogos Revista Electrónica de Historia

On-line version ISSN 1409-469X

Diálogos rev. electr. hist vol.16  suppl.1 San Pedro Nov. 2015

http://dx.doi.org/10.15517/dre.v0i0.21993 

Dossier

Usos políticos de las batallas de Santa Rosa de 1856 y 1955: o, cómo fallar al inventar tradiciones

Political uses of the battles of Santa Rosa of 1856 and 1955: or, how to fail at inventing traditions

Marco Cabrera Geserick1 

1Doctor en Historia por Arizona State University y actualmente profesor asistente en Augustana College, Illinois. Su investigación se centra en el campo del estudio de la creación de la Nación-Estado y la identidad nacional en América Latina. Correo electrónico: mcabrera-geserick@augustana.edu

Resumen

El uso del pasado ha sido un arma política tradicionalmente utilizada para la formación o reformación de una identidad nacional específica. Basadas en la necesidad política de crear narrativas nacionales que beneficien o sostengan el régimen político dominante, las elites políticas desarrollan tradiciones inventadas para redefinir la memoria colectiva de ciertos eventos históricos con el fin de manipular o aprovechar su mensaje y los valores intrínsecos asociados a estos. En Costa Rica, la guerra filibustera es aceptada como la narrativa nacional por excelencia, esto incluye la Batalla de Santa Rosa de 1856. En 1956, una segunda batalla en Santa Rosa, la de 1955, fue usada por el partido gobernante para apoyar una nueva narrativa nacional que promoviera un nuevo proyecto de nación. El intento, sin embargo, fracasó. Este artículo analiza los conceptos de memoria colectiva y tradiciones inventadas para explicar las circunstancias de este fracaso.

Palabras claves: identidad nacional; tradiciones inventadas; memoria colectiva; celebraciones patrias; guerra filibustera; narrativa nacional

Abstract

The use of the past has been a political tool used traditionally to shape or reshape a specific national identity. Based on the political need to create national narratives that could benefit or support the dominant political regime, political elites develop invented traditions that redefine the collective memory of historic events with the goal of manipulating o taken advantage of its message and the implicit values associated with them. In Costa Rica, the Filibuster War is recognized as the national narrative per excellence. This includes the Battle of Santa Rosa of 1856. A hundred years later, a second battle of Santa Rosa, from 1955, was used by the governing party to support a new national narrative that promoted a new national project. The attempt, though, failed. This article analyzes the concepts of collective memory and invented traditions in order to explain the circumstances of this failure.

Keywords: national identity; invented traditions; collective memory; national holidays; filibuster war; national narratives

Introducción

Pocos eventos han marcado tanto la memoria colectiva costarricense como la guerra filibustera. Las actuales celebraciones del 11 de Abril y lo que este día significa, por ejemplo, son inculcados por el sistema educativo desde los primeros años de primaria, si no desde antes, y reforzados continuamente por los medios de comunicación masiva. Los valores de resistencia y defensa de la soberanía han sido usados por los diferentes gobiernos en varias ocasiones, pero también por la oposición, incluyendo grupos de derecha y de izquierda, así como agrupaciones no partidarias y movimientos sociales. El estudio de este fenómeno se ha enriquecido con las propuestas de académicos costarricenses y extranjeros (Amoretti, 1987; DíazArias, 2006, 2007; Enríquez, 2000; Fumero, 1998; Molina y Palmer, 2004, 2007; Palmer, 1993; Ríos, 2012) basados en aspectos teóricos desarrollados por Benedict Anderson (1983), Maurice Halbwachs (1992), Pierre Nora (1996) y Eric Hobsbawm (1990), entre otros. Este último acuñó el concepto de tradiciones inventadas, que explica la creación de festividades, objetos de culto, estatuas, conmemoraciones, desfiles y otros elementos, que buscan rescatar valores asociados con eventos históricos, especialmente en términos de promoción de una identidad nacional. Este concepto ha sido muy valioso para el estudio de la creación de símbolos y narrativas nacionales debido a su aspecto crítico, ya que define la tradición inventada como una fabricación, parcial o completa, de una interpretación histórica oficial con el objetivo de manipular las masas, dado especialmente durante el proceso de consolidación de la Nación-Estado.

En el caso específico de este artículo, el estudio recae en la fecha del 20 de marzo de 1856, que conmemora la Batalla de Santa Rosa. Esta fecha ocupa un lugar interesante en el panteón de las conmemoraciones nacionales, ya que no es un feriado nacional, pero se ha celebrado en varias ocasiones, principalmente en ceremonias pequeñas a nivel interno en escuelas primarias, y con menor pompa que el 11 de Abril o el Primero de Mayo en su momento. Sin embargo, el Estado costarricense sí tuvo temporalmente un interés serio y directo en la celebración del 20 de marzo. Aunque fue un episodio corto, el intento del Estado de conmemorar la fecha creó una gran controversia debido a la asociación que se hizo con la invasión de 1955, y por ende, con las profundas divisiones en la sociedad costarricense creadas en la década de los cuarenta, que alcanzó su clímax con la Guerra Civil de 1948.

La guerra filibustera y su conmemoración

El Estado costarricense inició su periplo para establecer la guerra filibustera como eje de la identidad nacional muy temprano. De hecho, el presidente Juan Rafael Mora creó el 1º de mayo como feriado oficial en 1857, apenas unos días después de la derrota del filibustero Walker durante la tercera batalla de Rivas. Puesto que Walker continuó atacando Costa Rica y Centroamérica por otros tres años, se puede afirmar que la declaración de la guerra filibustera como motivo de celebración nacional se ejecutó durante la guerra misma. Para finales del siglo XIX, la importancia de la guerra filibustera tomó tal auge que llegó a rivalizar con las celebraciones del Día de Independencia. Para inicios del siglo XX, y como parte de un proceso de reinterpretación de la guerra filibustera por parte del Estado liberal, las celebraciones se trasladaron al 11 de Abril, en conexión con la figura central de Juan Santamaría y la segunda batalla de Rivas. Otras fechas y otros héroes fueron mencionados en algún momento como objetos de interés para la celebración de la guerra filibustera, pero ninguno como el caso del 20 de marzo.

Este artículo se enfoca precisamente en la propuesta para conmemorar la Batalla de Santa Rosa y el intento fallido del Estado por crear un día feriado basado en ese evento histórico. Si bien los estados han sido sumamente eficientes en la creación de tradiciones inventadas, este es uno de esos pocos casos en los que la resistencia popular, la de la oposición y la de los medios de comunicación, echaron por la borda la consagración de un nuevo feriado nacional. La razón fue la extrema miopía del gobierno de turno al incorporar valores alienantes en lugar de valores inclusivos para la creación del 20 de marzo como fecha de culto.

En sí misma, la fecha del 20 de marzo de 1856 debería ser más importante que la del 11 de abril. Por una parte, en Santa Rosa las fuerzas costarricenses debieron combatir en territorio nacional, con la amenaza de que si la batalla se perdía, las fuerzas de Walker hubieran posiblemente continuado hacia Liberia e incluso Puntarenas o el Valle Central. Por ello, tácticamente, la victoria costarricense en Santa Rosa fue fundamental para detener el avance filibustero.

Por otra parte, se encuentra la situación anímica. Es claro, que la victoria de Santa Rosa les enseñó a los costarricenses y a los centroamericanos que los filibusteros no eran imparables. Esto fue importante, pues ya se había creado una leyenda basada en la facilidad con que Walker había tomado el poder absoluto en Nicaragua. Para el bando filibustero, esta batalla también fue una señal de que las cosas con Costa Rica no iban a ser fáciles. No solo sufrió Walker una alta cantidad de deserciones a partir de esta derrota, sino que los mensajes negativos que llegaban a California, Nueva York y Nueva Orleans sobre el resultado de la batalla le negó la posibilidad de contar con más voluntarios que se pudieron haber enrolado en su ejército. Por ello, la batalla de Santa Rosa es clave en la victoria centroamericana sobre Walker. En cambio, la segunda batalla de Rivas, la del 11 de abril de 1856, no fue tan decisiva. Esto explica por qué el presidente Mora se enfocó en celebrar el 1º de mayo como feriado nacional, y no el 11 de abril o el 20 de marzo, ya que al menos la razón era clara y definitiva: la rendición de Walker en la tercera batalla de Rivas en 1857.

El conflicto de 1955

Para la década de 1940, la guerra filibustera ya era totalmente reconocida en la memoria oficial y popular como el centro de la identidad nacional. Al mismo tiempo, la política costarricense se encontraba extremadamente polarizada. La crisis del sistema liberal había producido cambios que las viejas élites y fuerzas políticas no estaban preparadas para aceptar. El proceso se galvanizó con las elecciones de 1947, durante las cuales se dieron varias denuncias por irregularidades. Las tensiones desembocaron en la Guerra Civil de 1948, cuyo resultado fue un cambio drástico del sistema político. José Figueres, presidente de la Junta de Gobierno instalada temporalmente después de la crisis, promovió la creación de una nueva fuerza política: el Partido Liberación Nacional (PLN), que aglomerara a sus seguidores y sirviera de base para consolidar su proyecto político.

Si bien la guerra acabó en 1948, durando solo unas cuantas semanas, las tensiones no se aliviaron tan fácilmente y el conflicto militar volvió a estallar en 1955.1 En 1949, una nueva Constitución fue establecida. La Junta, cumplida su labor técnica, le cedió el poder a un nuevo presidente, el candidato opositor de 1947, don Otilio Ulate. Para las elecciones de 1953, José Figueres decidió lanzar su candidatura a presidente y su victoria revivió los resentimientos de los grupos calderonistas derrotados en la guerra. Durante 1954, un grupo de calderonistas exiliados forjó una alianza con el dictador nicaragüense, Anastasio Somoza, para, en conjunto, invadir Costa Rica por la frontera norte. Esta alianza pareciera bastante impropia de parte de un dictador apoyado por los Estados Unidos y en medio de la Guerra Fría, si tomamos en cuenta que los calderonistas se habían aliado con los comunistas en la década de 1940. Pero hay que considerar que Figueres era uno de los principales líderes de la Legión del Caribe, un movimiento armado no oficial que tenía como objetivo el derrocar las dictaduras de la región, siendo Somoza uno de los blancos principales de la organización, junto a Trujillo en la República Dominicana y Pérez en Venezuela. La extraña coalición de calderonistas con Somoza solo puede ser explicada por el hecho de que ambos poseían un enemigo común: José Figueres.

La invasión finalmente se dio en enero de 1955, aunque rumores de un posible ataque ya se escuchaban desde octubre de 1954 (Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano, 2005). Las fuerzas invasoras entraron por tierra cruzando la frontera norte de Costa Rica el 10 de enero de 1955, seguidas por un bombardeo aéreo sobre San José dos días después (“Incursión aérea”, 1955, p. 1). El 15 de enero, duros enfrentamientos entre los invasores y fuerzas del gobierno se dieron en la parte norte de Guanacaste, en los alrededores de la Hacienda Santa Rosa, el mismo lugar en el que las fuerzas de William Walker fueron derrotadas casi exactamente un siglo antes (“Batalla de grandes”, 1955, p. 1). La confrontación terminó con una victoria de las fuerzas de gobierno después de tres días de lucha y fue inmediatamente bautizada en un artículo de periódico como la Batalla de Santa Rosa, por el periodista Joaquín Vargas Gene, cuyo hermano había caído durante la confrontación (“La Batalla de Santa Rosa”, 1955, pp. 1, 8-9). Presentar el argumento de que el gobierno escogió el lugar de la batalla a propósito para enfrentar a los invasores no tiene fundamento, pero es claro que Figueres no dejó escapar la oportunidad, conectando la batalla de 1955 con la victoria contra los filibusteros el 20 de marzo de 1856, en Santa Rosa.

Uso político de la batalla de santa rosa

Para febrero, la invasión ya había sido detenida y los invasores estaban bajo control. Mientras, el uso de la batalla con fines políticos dio inicio. El periódico La República, por ejemplo, en su edición del 18 de enero describió los eventos de la batalla de 1955 estableciendo una conexión directa con la invasión filibustera de 1856. Su titular de ese día fue inequívoco: “La batalla de Santa Rosa fue tan definitiva como la de hace 100 años” (1955, p. 1). Pocas semanas después, durante las celebraciones del 11 de Abril, el presidente Figueres le recordó a los costarricenses los eventos de enero, nombrando durante la ceremonia de ese día a todos los caídos en Santa Rosa, uno por uno, tres meses atrás. Esta táctica de usar el legado de la guerra filibustera para legitimarse a sí mismo y sus acciones, al mismo tiempo que descalificando a sus opositores, ya era para entonces un arma común en el arsenal político de Figueres, y había sido usada en varios de sus discursos durante la década de 1940 (Figueres-Ferrer, 1989). En estos discursos, Figueres comparaba en forma constante su lucha política con los esfuerzos de la guerra filibustera. En 1944, por ejemplo, en su retorno a Costa Rica profirió un discurso desde el balcón del Diario de Costa Rica, que iniciaba denunciando la violencia política de los últimos días: “Antes que todo, hagamos un minuto de silencio en homenaje a los muertos en la presente campaña nacional… Cayeron en las fosas de sus antepasados del 56…” (Figueres-Ferrer, s.f., p. 7). Igual sucedió en su discurso durante el evento que celebraba la fundación del partido Acción Demócrata en 1945: “Si somos hombres dignos, habremos de devolver el golpe que a la Patria le han dado los irresponsables. Nuestros abuelos del 56 lo hubieran devuelto…” (Figueres-Ferrer, s.f., p. 9). El uso del pasado para glorificar acciones del presente ya era una tendencia clara en Figueres mucho antes de llegar al poder y antes de la invasión de 1955, y lo seguiría siendo en el futuro.

Al año siguiente, 1956, se conmemoró el primer centenario de la guerra filibustera. El gobierno y la sociedad en general prepararon una serie de celebraciones especiales que iniciaron a principios de ese año y que incluían varias actividades que fueron mucho más allá de las ya tradicionales del 11 de Abril. Ese año, el gobierno apoyó toda una serie de publicaciones para honrar la memoria de la participación costarricense en la guerra filibustera.2 Los desfiles del 11 de Abril, tradicionalmente celebrados en la ciudad de Alajuela, se dieron este año en varias partes del país de forma simultánea, por primera vez. Emisoras de radio grabaron y transmitieron horas y horas de historias sobre la guerra filibustera. Los periódicos no se quedaron atrás y publicaron una cantidad nunca vista de artículos que explicaban la importancia histórica de la guerra filibustera. Esto incluyó una serie de entrevistas a parientes de veteranos de esa guerra, así como documentos primarios, narraciones e incluso poesías (“Centenario, armas”, 1956, pp. 4, 8, 11, 13, 16).

Una de esas actividades inusuales relacionadas con la guerra filibustera fue la conmemoración por primera vez de la batalla de Santa Rosa, el 20 de marzo. Si bien, por los motivos antes explicados, la batalla de Santa Rosa de 1856 fue de gran importancia estratégica para consumar la derrota final de William Walker, nunca fue muy mencionada en la prensa costarricense o en los discursos y proclamas gubernamentales después de 1856. De hecho, el 20 de marzo nunca había sido declarado como día feriado ni celebrado, como sí lo había sido con anterioridad el 1º de mayo y el 11 de abril, ni siquiera existía un monumento o estatua conmemorando el evento. Pero, para 1956 esto vendría a cambiar. El gobierno de Figueres Ferrer, entendiendo que establecer una conexión entre las dos batallas de Santa Rosa (1856 y 1955) podría servir para establecer una narrativa positiva que ayudara a la consolidación del proyecto político del recién creado Partido Liberación Nacional, decidió aprovechar la oportunidad política que se presentaba. La lógica a utilizar se basaba en el hecho de que el PLN no había sido solamente el grupo que emergió victorioso de la guerra de 1948, sino que en 1956 se encontraba en el poder por medios constitucionales por primera vez. Como gobierno, además, representaba al principal ente encargado de la defensa de la soberanía nacional. No era, por lo tanto, descabellado asumir que los costarricenses apoyarían una narrativa oficial que hiciera de Figueres y de su partido los líderes indiscutibles de una Nación unida en contra de los invasores de 1955. Como Eric Hobsbawm mencionó, las tradiciones inventadas “son respuestas a situaciones nuevas que toman forma como referencias de situaciones antiguas” (1983, p. 2). La crisis de 1948, precisamente, marcó una ruptura con el pasado. Las élites que controlaban el país hasta entonces, tuvieron que dar paso a nuevos grupos ya desde inicios del siglo XX, pero la guerra de 1948 redefinió las relaciones de poder y el acceso a este de forma definitiva. La coyuntura de 1956 era para los liberacionistas un momento idóneo para imponer una nueva narrativa del pasado. Al tener la legitimidad del poder en sus manos, era lógico pensar que cualquier narrativa creada por el gobierno se convertiría fácilmente en la narrativa oficial, tal y como habían hecho los liberales a finales del siglo XIX. Al ser dueños de la posibilidad de crear un nuevo mito, los liberacionistas tenían ahora la oportunidad de ser dueños de la historia.

El primer movimiento táctico para imponer esta nueva narrativa empezó bastante temprano. El 14 de enero de 1956, se conmemoró el primer aniversario de la derrota de los invasores de 1955 con una ceremonia en la Hacienda Santa Rosa. Allí, se reunieron los veteranos de la batalla mientras el presidente Figueres leía su discurso. En este, Figueres exhortaba a los costarricenses a recordar los sacrificios del pasado, haciendo una sutil referencia a las dos batallas, aquella contra los filibusteros el 20 de marzo de 1856 y la otra entre dos facciones costarricenses en enero de 1955 (“Convocatoria”, 1956, p. 12). Mientras esto sucedía, el Instituto Costarricense de Turismo (ICT), creado por el gobierno de Figueres, envió ese mismo día un equipo para estudiar la posibilidad de establecer un nuevo parque nacional que incluyera a la Hacienda Santa Rosa (“Convocatoria”, 1956, p. 14). El objetivo del parque era establecer una zona de protección a los terrenos donde se dio la batalla de 1856. Lo principal era transformar la casona de la hacienda en un museo, ya que Santa Rosa, de acuerdo con el presidente del ICT, Fritz A. Leer, “evocaba una epopeya de heroísmo y sacrificio, estrechamente ligado a la historia más brillante del país” (“Confío llegue”, 1956, p. 14). La idea de establecer un vínculo entre las dos batallas de Santa Rosa se hizo un poco más obvio cuando el periódico La Nación publicó un artículo dos días después titulado “El orgullo de ser costarricense” (1956, p. 12). En este, el periódico hacía mención de Timoleón Morera, víctima del conflicto político de la década de los cuarenta, y lo comparaba con Juan Santamaría, declarando su parecido al hecho de que ambos héroes nacionales representaban la lucha por la institucionalidad y la soberanía costarricenses.3 De esta forma, se establecía una conexión directa entre Santamaría, el héroe nacional de la guerra de 1856, y una de las víctimas de los conflictos políticos de la década de los cuarenta. Así, una vez más, la guerra filibustera se convertía en un precedente de la Guerra de 1948 y, por lo tanto, de la invasión de 1955. Estos tres elementos sirvieron para calentar motores y como experimentación para lo que vendría en los días venideros, especialmente cuando se acercaban las fechas del 20 de marzo y del 11 de abril.

El 16 de marzo, el gobierno reinició su campaña publicando varios anuncios en la prensa nacional llamando a los costarricenses a participar, por primera vez, en unas conmemoraciones oficiales de la Batalla de Santa Rosa como parte del espíritu de las celebraciones del centenario de la guerra filibustera. La ceremonia estaba planeada para darse el 20 de marzo, en los terrenos de la Hacienda Santa Rosa, en Guanacaste. De acuerdo a uno de los anuncios, la idea era celebrar la batalla “en los propios campos donde se libró la acción contra los filibusteros, el 20 de marzo de 1856, que garantizó la independencia centroamericana” (“El Gobierno”, 1956, p. 8). El mismo anuncio solicitaba a los ciudadanos y a los negocios de todo el país colocar banderas en el frente de sus casas y edificios, así como iluminar las ventanas durante la noche del 19 de marzo. Otros anuncios llamaban a los veteranos que lucharon contra la reciente invasión de 1955 a reunirse para ser transportados a la Hacienda el 19 de marzo (“A los reservistas”, 1956, pp. 10, 12). Lo que no informaban estos anuncios y llamados era que el gobierno, detrás de su convocatoria a celebrar la Batalla de Santa Rosa de 1856, en realidad quería utilizar este día para celebrar la batalla de 1955.

El gobierno contó con aliados en otras esferas de influencia. Rodrigo Facio, rector entonces de la Universidad de Costa Rica, y un amigo cercano de Figueres, organizaron una serie de actividades que fueron más allá del interés meramente académico. Además de apoyar la publicación de un libro sobre la guerra filibustera y una serie de conferencias sobre el tema, Facio organizó un grupo de estudiantes y profesores que fueron enviados a la Hacienda Santa Rosa para unirse a las celebraciones del 20 de marzo (“Universidades, Colegios”, 1956, p. 9).

Pronto, la oposición al gobierno entendió lo que estaba sucediendo y reaccionó ante la apropiación liberacionista de la guerra filibustera. El primero en contraatacar fue el Diario de Costa Rica, periódico que estaba bajo el control de su dueño, el expresidente Otilio Ulate. El 17 de marzo, un día después de que aparecieron los anuncios llamando a los veteranos para la ceremonia en Santa Rosa, el Diario de Costa Rica acusó al gobierno de querer desnaturalizar las conmemoraciones de la guerra de 1856 (“Desnaturaliza el Gobierno”, 1956, p. 1). Con incluir una conmemoración de la invasión de 1955, decía el periódico, el gobierno amenazaba con transformar la celebración del centenario del momento sacro de la nacionalidad costarricense en un acto de demagogia. El diario describió el próximo acto en la Hacienda Santa Rosa como pura propaganda y acusó al gobierno de estar creando una mayor fisura entre las dos facciones que ya dividían a la familia costarricense.

El 18 de marzo, La Nación publicó un editorial que continuaba con las críticas expresadas por el Diario de Costa Rica el día anterior. El editorial, titulado “El centenario de la Patria”, corroboraba una vez más la creencia costarricense de que, si bien la Independencia de España se había logrado en 1821, fue durante la lucha por la sobrevivencia y soberanía del país durante la guerra filibustera en que la nación se había convertido en un proyecto viable. Se sobreentendía que las celebraciones del centenario eran para recordar el sacrificio de generaciones pasadas. Por lo tanto, conmemorar la invasión de 1955 estaba fuera de lugar. La Nación tuvo el tacto de aceptar que los caídos en 1955 merecían respeto, pero criticaba:

El riesgo de parcializar la conmemoración del centenario de una fecha que tiene caracteres de universalidad para los costarricenses, no podemos estar de acuerdo -en forma alguna- que simultáneamente se recuerde ahora a los héroes nacionales de la campaña de 1856 y a los que perdieron su vida en 1955. Conjuntar los dos hechos históricos implica, entre otras cosas, limitar a un grupo una conmemoración que corresponde… a todos los costarricenses sin discriminación alguna, porque la patria configurada por quienes con su sangre nos hicieron realmente libres y soberanos, no entiende de distingos políticos ni de divisiones partidaristas temporales. (“El Centenario”, 1956, p. 6).

A pesar de la elocuencia del artículo de La Nación, el periódico La República, que mantenía entonces relaciones cercanas con el gobierno, se hizo de oídos sordos a las críticas y continuó promoviendo las celebraciones del 20 de marzo, a la vez que conectaba la batalla de Santa Rosa de 1856 con la de 1955. En un editorial titulado “Centenario y Aniversario”, publicado el 18 de marzo, el periódico presentó lo que podría considerarse la posición oficial del gobierno. Primero, recordó la importancia de la batalla de 1856 como un evento que señaló la caída de Walker y la defensa exitosa de la soberanía. De allí, pasó a comentar que las celebraciones eran también un momento para que las nuevas generaciones renovaran su compromiso con la patria. La Independencia y la soberanía de Costa Rica fueron marcadas, decía el artículo, “está ahí confirmado nuestro derecho a ser libres” (“Centenario y Aniversario”, 1956, p. 6). Hasta aquí todo normal, pero el artículo continuó:

Ahí, ahí están los héroes de 1856, y a su lado, resaltando el heroísmo de sus abuelos, está el sacrificio de sus sucesores. Dios quiso darle a Santa Rosa el doble honor de ser escenario de dos batallas en las que, con 100 años de distancia, Costa Rica luchó por el mismo objetivo y adquirió el mismo éxito. (1956, p. 6).

De acuerdo al autor del artículo, la única diferencia entre los filibusteros y los calderonistas es que los primeros eran extranjeros. La República, por lo tanto, igualaba a los calderonistas con el mayor némesis de Costa Rica en su historia, a la vez que los definía como falsos costarricenses, que si bien habían nacido en Costa Rica, eran realmente residentes accidentales del país sin una conexión real con la nación.

La actitud del gobierno se interpretó como peligrosa para la estabilidad de la unidad nacional, pero, por otro lado, para impulsar su proyecto político, las nuevas élites en el poder tenían que destruir la interpretación tradicional del pasado para construir una nueva. Siguiendo la fórmula explicada por Hobsbawm, el establecimiento de un nuevo feriado tiene el propósito de inculcar “valores y normas de conducta a través de la repetición, lo que automáticamente implica una continuidad con el pasado” (1983, p. 2). Si la conexión real con el pasado es irrelevante, afirma Hobsbawm, lo importante es entonces establecer un eslabón que presente una nueva norma o valor que tenga un claro precedente en el pasado. Esto es generalmente más fácil de lograr cuando una sociedad atraviesa por un momento de crisis o de cambio radical. El sociólogo francés Maurice Halbwachs (1992) agregaría de hecho que la memoria colectiva legitima el poder y que esa memoria es maleable; el marco social, los ritos y las ceremonias definen la interpretación del contexto en que vivimos (pp. 121-122). Las crisis y los períodos de cambio social son momentos en los cuales esos marcos sociales se resquebrajan. Algunas veces incluso se rompen irremediablemente y son, por lo tanto, momentos en los que es más fácil establecer nuevos valores y normas. Para hacerlo, siguiendo a Halbwachs, se puede proceder a alterar o distorsionar el pasado a través de la creación de precedentes relacionados con los nuevos valores que se quieren imponer, lo que Hobsbawm llamó una tradición inventada. Otra posibilidad, de acuerdo a Halbwachs (1992), es la limitación del espacio de la memoria colectiva a través del enfoque en un período reciente de corta duración (pp. 134-135). Eventos traumáticos, como las guerras civiles, hacen esto posible, debido a que recordar el pasado trae desilusión y conflictos no resueltos.

La celebración liberacionista del 20 de marzo fue un intento de incorporar estos elementos. Primero, el establecer un nuevo feriado oficial demuestra la intención de crear una nueva serie de valores y normas. Segundo, el hecho de que el 20 de marzo fuera reconocido de antemano como un día de gran significancia durante la guerra filibustera y, por ende, como parte del proceso de creación de la nación y la defensa de la soberanía, hizo más fácil conectarlo con la nueva batalla de Santa Rosa de 1955. Razones que ayudan a establecer esta conexión son la coincidencia geográfica de las dos batallas, así como el hecho de que en ambos casos (1856 y 1955) los invasores vinieron del norte, cruzando la frontera con Nicaragua. Estos son los precedentes de los que hablaba Hobsbawm. Tercero, en el contexto de 1956, Costa Rica acababa de sufrir una seria crisis política que desembocó en una confrontación armada, haciendo los marcos y estructuras sociales mucho más flexibles y maleables. Finalmente, tal y como Halbwachs afirmaba, los liberacionistas podían contar con la existencia de un espacio limitado de memoria colectiva centrado en los eventos traumáticos de la guerra y sus consecuencias, haciendo más fácil la creación e imposición de símbolos conectados con esos sucesos.

Al llegar el 20 de marzo de 1956, las actividades de conmemoración organizadas para ese día demuestran la deliberada confluencia de las imágenes y memoria de las dos batallas de Santa Rosa de 1856 y 1955. A las 8 de la mañana de ese día, el evento inició con una ceremonia para recordar a los caídos en 1955. A esto le siguió un homenaje a la memoria de Álvaro Monge por parte de la municipalidad de San José, donde solía trabajar. Dos monumentos fueron develados en la Hacienda Santa Rosa, con el claro propósito de conectar las dos batallas. Primero, Figueres iluminó la Flama del Patriotismo, un monumento en forma de antorcha, dedicado a los caídos en 1955. Inmediatamente después, se develó un monumento conmemorando el centenario de la batalla de 1856. El simple hecho de que en 100 años no se había levantado ni un solo monumento en la Hacienda, confirma la intención de conectar ambas batallas a través de la develación de ambos monumentos en la misma ceremonia. Esto fue seguido por un discurso protagonizado por Francisco María Núñez, presidente de la Academia Costarricense de Historia. En él, Núñez inició describiendo la batalla de 1856, examinando la importancia estratégica de esa victoria y su significado para las generaciones futuras de costarricenses. Su discurso terminó, sin embargo, evocando la conexión entre ambas batallas: “campos de Santa Rosa, tantas veces regados por sangre Costarricense: benditos serán, por siempre, porque aquí se han escrito páginas gloriosas y aquí se ratificó la independencia política” (“Discurso”, 1956, p. 4).

Al parecer, el gobierno figuerista había logrado su objetivo de establecer la piedra angular de la nueva historia que quería escribir. Sin embargo, la oposición pronto se abalanzó en contra de estas celebraciones. El 22 de marzo, el Diario de Costa Rica publicó una fotografía de las conmemoraciones del 20 de marzo en primera plana. La imagen, titulada “más soldados que estudiantes”, mostró a los presentes de espaldas, con la casona de la hacienda en el fondo (Ver Figura 1). La mayoría de los presentes vestían uniforme militar y cascos en lugar de los estudiantes uniformados que ya eran tradición en las conmemoraciones de la guerra filibustera. Esta imagen retrataba algo ajeno a otro mito muy inculcado en la memoria colectiva costarricense, la idea de ser un país democrático donde la principal institución era el aparato educativo. Lemas como “más maestros que soldados” eran frecuentes mantras promovidos por los gobiernos desde finales del siglo XIX (Acuña, 2001). La fotografía representaba así una crítica durísima contra un gobierno que se había permitido usurpar la tradicional idea de una Costa Rica pacífica y trabajadora. También demostraba una gran contradicción que se podría interpretar como hipocresía. Solamente siete años antes, José Figueres, como presidente de la Junta de Gobierno, había abolido el ejército en una ceremonia en la que él mismo había definido este nuevo símbolo de la colectividad costarricense (la ausencia de ejército), destruyendo con un mazo uno de los muros del cuartel militar más importante e imponente del país, el Bellavista.

Figura 1 Más soldados que escolares [fotografía]. De Diario de Costa Rica, (p. 1), 22 de marzo de 1956. 

Ya desde el inicio del siglo XX, el ejército había sido hecho a un lado cuando se celebraban actividades cívicas y patrióticas, en beneficio de la presencia de escolares (Díaz-Arias, 2006, 2007). Este cambio fue parte natural del proceso de creación de la Nación-Estado en Costa Rica. Si bien el ejército daba un fuerte sentido patriótico a las celebraciones, la inclusión de estudiantes en su lugar promovía una conexión más fuerte entre el Estado y la población, debido a la expansión del sistema educativo y la importancia de esta institución para los habitantes de la República. Los niños, al participar en las ceremonias, representan a todos los miembros de la familia en una actividad de fuerte contenido social, promoviendo al mismo tiempo sentimientos de armonía con las funciones del Estado, creando la sensación de que los estudiantes son el futuro de la Nación a través de su participación en actividades estatales. Por ello, la imagen de militares conmemorando una actividad cívica resultaba impropia en la Costa Rica de 1956.

La fotografía del diariomuestra la casona al fondo, en lo alto de la colina. El presidente Figueres y otros oradores aparecen en el balcón central. El público que los escucha está compuesto casi absolutamente por veteranos de 1955, todos vestidos con uniformes militares, muchos con cascos tipo Segunda Guerra Mundial.

La escena es descrita como una mera celebración militar y política, en lugar de una que se refiera a conmemorar la guerra filibustera. La abolición del ejército en 1948 fue una conclusión adecuada al conflicto, mostrando un contraste con los traumáticos eventos de la guerra. Por ello, la fuerte presencia militar durante las celebraciones del 20 de marzo contradecía los valores aceptados recientemente y fue, por lo tanto, rechazada inmediatamente.

El candidato presidencial por el Partido Liberación Nacional, Francisco J. Orlich, después de atacar a los periódicos que habían criticado las celebraciones en la Hacienda Santa Rosa, defendió la conmemoración conjunta de ambas batallas afirmando que “no eran menos héroes los que en 1955 habían defendido la soberanía patria que los que en 1856 habían hecho otro tanto” (“No fueron menos”, 1956, p. 5). La República continuó defendiendo la posición del gobierno por varios días, basándose en el argumento de que en ambos casos la soberanía y la tradición democrática de Costa Rica estuvieron en peligro (“Dos fechas”, 1956, p. 6). Sin embargo, la narrativa creada por el gobierno no fue muy exitosa, debido básicamente a lo parcializado que significaba el intentar conectar el momento más importante en la formación de la identidad nacional costarricense, con otro momento que formaba parte de un trauma social aún no resuelto.

Las tensiones continuaron. En el parque Juan Santamaría, el Comité Patriótico Nacional, una organización civil sin conexión con el gobierno, decidió hacer un llamado para conmemorar el 20 de marzo en esa plaza. Una vez que el público se acercó y justo cuando los discursos iban a iniciar, el gobernador de la ciudad, Francisco Pol Vargas, envió a la policía para detener el evento (“Prohibido acto”, 1956, p. 38). La excusa del gobernador para prohibir la celebración estuvo fundamentada en que el Comité Patriótico no había solicitado el permiso adecuado, algo que el presidente del Comité, Juan J. Carazo, aseguró haber gestionado varias semanas antes sin respuesta del gobernador (“Carecen de sentido”, 1956, p. 7). En un anuncio pagado, el mismo gobernador aseguro después que la reunión había sido organizada por comunistas, término que obviamente implicaba que no era un evento apoyado por el gobierno, sino por la oposición, llamada entonces despectivamente caldero-comunismo (“Acto a Juan Santamaría”, 1956, p. 6). La población costarricense también reaccionó con disgusto a las pretensiones gubernamentales, mostrado un gran desdén para cualquier tema relacionado con el 20 de marzo. Un artículo corto, enviado por un ciudadano, Virgilio Rodríguez, reclamaba que las acciones del gobierno irrespetaban la memoria de la Batalla de Santa Rosa de 1856 y que los eventos de 1955 eran solo una parodia que apenas llegaba a escaramuza (“Respetemos la memoria”, 1956, p. 2).

La idea de crear un feriado dedicado a la batalla de Santa Rosa se basaba en el concepto de que Costa Rica como nación se había resquebrajado durante la guerra civil. Para sanar las heridas, el gobierno llegó a la conclusión de que el país necesitaba nuevos símbolos que establecieran una continuidad con el pasado. Estos símbolos deberían presentar nuevos valores y narrativas, pero con un referente histórico que los precediera. Esto coincide con las apreciaciones de Pierre Nora en cuanto al uso de la historia. Nora (1996) asume que la creación de nuevos símbolos es pertinente solamente en momentos de crisis durante los cuales la narrativa de la Nación ha sufrido una ruptura irreparable (p. 1). Nora se refiere a momentos en los que las dinámicas sociales experimentan un cambio, como cuando sociedades rurales son amenazadas por la expansión de la industrialización o cuando un cambio de régimen, de la monarquía a la república, por ejemplo, establece una nueva relación entre los que gobiernan y los gobernados.4 En el caso costarricense, si bien la guerra puede crear una ruptura en la continuidad histórica, y la guerra civil costarricense definitivamente merece ser considerada un trauma nacional, esta no fue dirigida a la destrucción de la Nación. De hecho, fue lo contrario, la guerra civil costarricense fue una guerra por la consolidación nacional. Para entender esto, usemos la guerra civil estadounidense como ejemplo. En esa guerra, uno de los dos grupos en conflicto abogaba por la creación de una Nación separada. Esto explica por qué algunos de los símbolos usados por el Sur, tal como la bandera confederada, es también usada para representar disconformidad con las acciones y políticas del gobierno federal.

La guerra civil costarricense, en cambio, siguió una ruta no para destruir la Nación, sino para redirigirla. Por más traumática que fuera, el objetivo de la guerra fue establecer un nuevo sistema político y social que sustituyera al sistema liberal en decadencia. Tanto Calderón Guardia como Figueres, si bien enfrentados, abogaban por el cambio contra fuerzas tradicionales que ya iban en retirada: los liberales tradicionales representados por Ulate y Cortés. Si bien se dieron pérdidas humanas, el objetivo de la guerra civil nunca fue la aniquilación de la oposición. Por ello, fue un error considerar, tal y como lo hizo Figueres, que Costa Rica experimentaba un vacío en su identidad y que, por lo tanto, nuevos símbolos y una nueva narrativa nacional serían fáciles de establecer. Esto explica el porqué de las críticas a las conmemoraciones del 20 de marzo en 1956. Las opiniones de los periódicos y los ciudadanos se basaban en la premisa de que las celebraciones no iban dirigidas a reforzar la unidad nacional, sino que el esfuerzo del gobierno estaba dedicado a la creación de una narrativa específica que apelaba exclusivamente a los ganadores de la guerra civil. La narrativa que celebraba la victoria del gobierno en 1955 y la comparaba con la derrota de los filibusteros en 1856 era fácilmente cuestionada por el lado perdedor, que reclamaba que ellos eran tan costarricenses como los actuales miembros del gobierno y tenían, por lo tanto, el mismo derecho de interpretar los símbolos de la guerra filibustera. Así, en vez de establecer una narrativa única basada en el discurso oficial, la celebración del 20 de marzo reforzó el sentimiento de que Costa Rica se encontraba aún fuertemente dividida, reabriendo heridas sociales todavía frescas que la mayoría de costarricenses buscaban sanar. El trauma de 1948 fue revivido en 1955 y las celebraciones del 20 de marzo no fueron un remedio. En cambio, se burlaban de la Nación costarricense. La celebración del 20 de marzo fue un fracaso porque tenía como implicación el mensaje de que algunos costarricenses no eran costarricenses verdaderos por el solo hecho de poseer una posición ideológica diferente. Este discurso amenazaba el sentido de comunidad nacional y el tejido social. Por ello, la resistencia a esta nueva narrativa nacional fue una reacción obvia.

El 11 de abril

Aun así, todavía faltaba el 11 de abril y con él, una nueva controversia. Después del fiasco del 20 de marzo, las celebraciones centenarias de 1956 se concentraron en festejar el 11 de abril. Para ello, el parque Juan Santamaría de Alajuela fue remodelado. Se abrió, además, un concurso literario con varios premios para poesía, historia y prosa que celebraran al héroe nacional. También hubo un concurso de belleza para elegir a la reina de las festividades y la Asamblea Legislativa sostuvo el 9 de abril una sesión especial dedicada exclusivamente a discursos que celebraban el sacrificio de Santamaría. Tres radioemisoras produjeron y emitieron una serie de episodios dedicados a la batalla de Rivas, lo que incluía además transmitir el himno nacional, discursos, poemas, dramatizaciones y varias canciones patrióticas durante las fechas cercanas al 11 de abril; asimismo, se celebraron desfiles en varios lugares del país además de Alajuela en los días anteriores. La noche del 10 de abril miles de niños llevaron faroles hechos en casa en un desfile que inició en la Fuente de la Libertad en Alajuela, donde se localizaba la casa del héroe nacional, hasta llegar al parque Juan Santamaría. La Liga Deportiva Alajuelense jugó contra el brasileño Bon Sucesso el 11 de abril y la reina del centenario hizo el saque de honor. Parecía que, a diferencia del 20 de marzo, la efervescencia patriótica se había desatado.

El mensaje parcializado que había enviado el gobierno con las celebraciones del 20 de marzo había creado posiblemente cierta indisposición entre los que asistieron a las conmemoraciones del 11 de abril. Sin embargo, el gobierno decidió continuar con el mismo tipo de propaganda. Algunos de los desfiles organizados por el gobierno para el 11 de abril incluían la presencia de elementos militares, como la unidad mecanizada del gobierno, lo cual se había abandonado hace mucho tiempo y era absurdo en un país sin ejército. El 10 de abril, el gobernador de Alajuela decidió dar un discurso en el parque Juan Santamaría al final del desfile de faroles. Su discurso se enfocó en celebrar al candidato presidencial del gobierno, Francisco Orlich, lo que fue considerado de muy mal gusto (“Centenario, armas”, 1956, p. 4). El peor escándalo, sin embargo, vino con el discurso del presidente de la República, José Figueres, el día 11 de abril en el parque Juan Santamaría, justo antes de que se iniciaran los desfiles. El primer desliz que fue censurado fue el de compararse con el héroe nacional, cuando en medio del discurso se volvió hacia la estatua de Santamaría y lo llamó “hermano Juan”. Después, el presidente decidió celebrarse a sí mismo cuando afirmó que si bien Santamaría había incendiado el Mesón, él, Figueres, continuaba los esfuerzos liberadores del héroe quemando el “mesón de la oligarquía” (“El Presidente”, 1956, pp. 1, 4; “El discurso”, 1956, p. 7). Por último, volvió a comparar la guerra filibustera con los eventos de enero de 1955 (“Hombre o mito”, 1956, p. 13). Las críticas no se hicieron esperar. Algunos lo llamaron un hipócrita por definirse a sí mismo como un luchador contra la oligarquía, siendo él mismo un millonario. Otros usaron términos xenófobos contra el presidente, recordando a los lectores que mientras Santamaría era un modelo de los más altos valores costarricenses, Figueres era en cambio hijo de dos inmigrantes españoles y, por lo tanto, no compartía una sola gota de sangre en común con ningún costarricense (“El Presidente”, 1956, pp. 1, 4; “Hombre o mito”, 1956, pp. 7, 13).

El 15 de abril, el Diario de Costa Rica publicó una caricatura que reflejaba la indignación producida por el discurso de Figueres. En esta, Figueres sostiene un rifle mientras mira y le habla a la estatua de Santamaría diciéndole “También nosotros estamos quemando mesones”. La respuesta de Santamaría suena más a advertencia: “Cuidado se quema”, le dice la efigie (ver Figura 2).

Figura 2 De domingo a domingo [caricatura]. De Diario de Costa Rica, (p. 4), 15 de abril de 1956. 

Los periódicos continuaron criticando a Figueres por días, acusándolo de dudar de la existencia del héroe nacional, ya que en su discurso había preguntado si Santamaría no sería solo un mito (La Nación, 14 de Abril de 1956, p. 6). Una carta enviada por un lector a La Nación describía al gobierno como neofilibustero, debido a la promoción de símbolos militaristas. De acuerdo al ciudadano, los estudiantes estaban vestidos como “Prusianos o de galos… llevaban más plumas y adornos encima, que parecían guacamayas” (“Cartas a La Nación”, 1956, p. 8). La carta fue más allá y describió un encuentro ficticio entre el autor y Santamaría, en el cual el héroe le expresaba su disgusto e impotencia, amenazando con tomar de nuevo su rifle y su antorcha, pero sabiendo de antemano que de hacerlo así, el gobierno lo eliminaría de la lista de símbolos patrióticos. Ante estas críticas, el gobierno mantuvo silencio, reconociendo tal vez el error de haber querido imponer un nuevo significado a la guerra filibustera y de pretender comparar las figuras del gobierno con los héroes del 56.

Sin embargo, el hecho de que el gobierno renunciara a celebrar de nuevo la batalla de Santa Rosa y a evitar futuras comparaciones entre 1856 y 1955 promueve a analizar el posible motivo de esta decisión. Después de todo, se han dado muchos casos en los cuales los gobiernos han creado tradiciones inventadas que terminaron por ser impuestas, aun en contra de los esfuerzos de grupos de oposición.5 La representación del pasado es por definición un debate acerca del presente y una batalla de interpretaciones del pasado por dos o más grupos (Cattaruzza, 2007, p. 19). El problema con el caso de Santa Rosa es que los liberacionistas trataron de establecer una tradición inventada con claras intenciones políticas, sin tomar en cuenta que “la gente se indigna cuando la historia es transformada en una parte integral de la política” (Pavone, 2002).

El primer error de Figueres al tratar de conectar la guerra filibustera con los hechos de 1948 fue confundir su propia retórica con la realidad. Para los costarricenses, la guerra filibustera posee un mensaje claro y directo: fue el momento en el que la Nación ganó un lugar en el mundo como un proyecto viable. Es por ello que el elemento más importante relacionado con la memoria colectiva sobre la guerra es el concepto de soberanía. Esta palabra abarca a la vez muchos otros conceptos que forman la identidad nacional costarricense: nación, independencia, antiimperialismo, negociación y no sumisión a países más poderosos, el pacifismo en términos de tratar de evadir la participación en conflictos bélicos, etc. (Acuña, 2001, 2002).

Hay una marcada diferencia entre la guerra filibustera y la Guerra Civil de 1948: los filibusteros amenazaron con destruir el sistema idiosincrático con el que los costarricenses definían su comunidad imaginada, fue un momento de crisis nacional. En cambio, la guerra de 1948 fue una lucha por la consolidación de proyectos e instituciones internas. Es posible que el artículo que renegó de Figueres usando términos xenófobos tuviera razón en algo. Uno de los motivos por los cuales Figueres tomó ciertas decisiones tiene que ver con la influencia de la historia española, específicamente la idea de la creación de una segunda República. Para Figueres, una victoria militar representaba, como lo fue en España, una ruptura con el pasado, lo que le daba la capacidad de crear una nueva identidad nacional basada en los valores de un nuevo sistema. Pero Figueres se equivocó, puesto que el caso costarricense no fue un intento de romper con valores tradicionales, sino parte de una dinámica nacional en desarrollo. Si bien a través de los años Figueres redefinió instituciones y políticas, algunos de los cambios que impuso ya estaban en desarrollo antes de su llegada al poder, como la abolición del ejército y la implementación del sistema de seguridad social. Incluso, la constitución de 1949 fue solo una versión reformada, en forma muy modesta, de la constitución creada por Tomás Guardia en 1871. La política social de Figueres siguió, de hecho, el sistema de reformas creado por sus dos némesis, los presidentes Calderón Guardia y Teodoro Picado.

Por otro lado, pareciera que Figueres no supo entender el apoyo con el que contaba por parte de la población costarricense durante la invasión de 1955 y lo interpretó como un referéndum de su propia persona. Para el proyecto de conectar las dos batallas de Santa Rosa, el presidente apeló a sus seguidores, es decir, creó una situación en la que honraba a aquellos que ya le habían dado su apoyo total. El resto de los costarricenses, en cambio, estaban en busca de un proceso de reconciliación y vieron este intento de crear un nuevo feriado cívico como una amenaza a la unidad nacional. Un Figueres más humilde hubiera utilizado la oportunidad de celebrar el centenario de la guerra filibustera para consolidar la cohesión de los costarricenses, enfocándose en cambio en celebrar la Nación como una unidad.

Estos dos errores resumen las razones por las cuales el 20 de marzo no es aún un feriado nacional oficial y también por qué casi no existe una memoria colectiva de la invasión de 1955: falta de repetición. Hobsbawm (1983) afirma que las transformaciones sociales drásticas pueden debilitar o destruir “los patrones sociales por los cuales las viejas tradiciones han sido diseñadas, produciendo nuevas tradiciones” (p. 4). En otras palabras, una crisis social puede producir un vacío que tiene que ser llenado con nuevas explicaciones y representaciones, llevando a la creación de nuevos símbolos y nuevas tradiciones. Figueres trató de redefinir el significado de la guerra filibustera para llenar el vacío dejado por el trauma de la guerra civil. Creyendo que Costa Rica había experimentado una ruptura drástica con el pasado, propuso una nueva narrativa para una nueva sociedad. Pero, si bien la guerra civil fue un momento de crisis nacional, no fue exactamente un cisma absoluto. La Costa Rica de los cincuenta fue en muchas formas un producto natural de los cambios sociales experimentados desde los veinte, y no un resultado exclusivo de la guerra civil.

El establecimiento de las tradiciones inventadas “busca inculcar ciertos valores y normas de conducta a través de la repetición”, dijo Hobsbawm, y la repetición implica “continuidad con el pasado” (1983, p. 4). Para conectar 1856 con 1955, Figueres trató de establecer una conexión con el pasado para crear una continuidad entre los valores de la guerra filibustera y los nuevos valores que él pretendía asociar con la guerra civil. Este intento, sin embargo, produjo una reacción negativa de tal magnitud que los liberacionistas, una vez llegado 1957, prefirieron no intentar celebrar de nuevo la batalla de Santa Rosa, posiblemente para evitarse más dolores de cabeza. Se puede afirmar también que gobiernos democráticos, contrario a gobiernos de orden más autoritario, lo tienen más difícil a la hora de establecer nuevos paradigmas. Los medios de comunicación masiva, por ejemplo, fueron de los actores más importantes a la hora de rechazar la propuesta liberacionista. En otro tipo de regímenes, es posible que la oposición hubiera sido silenciada. Al final, el problema también fue de percepciones. Primero, Figueres y sus partidarios no entendieron cómo entendía el costarricense promedio los eventos de 1955 y, segundo, el presidente no contaba con el capital político suficiente para efectuar cambios a la narrativa más importante de la identidad nacional costarricense.

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Recibido: 04 de Agosto de 2015; Aprobado: 25 de Septiembre de 2015

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