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Diálogos Revista Electrónica de Historia

On-line version ISSN 1409-469X

Diálogos rev. electr. hist vol.16  suppl.1 San Pedro Nov. 2015

http://dx.doi.org/10.15517/dre.v0i0.21983 

Dossier

Costa rica: la fabricación de Juan Rafael mora (siglos XIX-XXI)*

Costa Rica: the invention of Juan Rafael mora (19th-21st centuries)

Víctor Hugo Acuña Ortega1 

1Costarricense, Doctor en Historia de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) de París (1978). Es Profesor Emérito de la Universidad de Costa Rica.

Resumen

Este ensayo se ocupa de las sucesivas elaboraciones de Juan Rafael Mora Porras (presidente de Costa Rica de 1849 a 1859) como héroe nacional, desde 1856 hasta el presente. Se rastrea el proceso de fabricación de los atributos del personaje y los principales usos políticos de que ha sido objeto en diferentes contextos de celebración nacional.

Palabras claves: héroes; Costa Rica; nación; invención

Abstract

This essay focuses on the construction of president Juan Rafael Mora Porras (President of Costa Rica during 1849-1859) as a national hero since 1856 to the present. It traces how Mora was produced as a hero and the political uses of his memory during different national conmemorations.

Keywords: heroes; Costa Rica; nation; invention

Introducción

Como es bien conocido, Juan Rafael Mora (1814-1860), presidente de Costa Rica entre 1849 y 1859, derrocado por un golpe ejecutado por los principales jefes militares y orquestado por sus enemigos de la llamada oligarquía cafetalera, es el héroe estelar de la memoria nacional costarricense, junto con el héroe popular Juan Santamaría. Durante sus gobiernos, el proceso de centralización política se consolidó de forma irreversible, el café se impuso como monocultivo de exportación y el proceso de invención de la nación alcanzó su primer momento de maduración.1 Pero Mora es reconocido en Costa Rica y en Centroamérica como el líder que condujo la guerra de los estados del istmo contra los filibusteros estadounidenses encabezados por William Walker, quienes llegaron a Nicaragua en junio de 1855 y controlaron ese país hasta fines de abril de 1857. No obstante, este hombre público ocupa un lugar peculiar en la historia y en la memoria costarricenses porque fue fusilado el 30 de septiembre de 1860, tras una fallida expedición armada para recuperar el poder. Es el único gobernante de Costa Rica con una suerte tan dramática, a excepción del líder unionista Francisco Morazán, también fusilado tras gobernar el país unos cuantos meses, en 1842. Por tal razón, las fabricaciones memoriales de las que Juan Rafael Mora ha sido objeto ineludiblemente tienen que abordar las circunstancias de su muerte.

La guerra contra los filibusteros ha servido para alimentar las memorias oficiales de los estados centroamericanos, en especial, Costa Rica y Nicaragua. En el caso costarricense, ningún otro proceso de su historia ha servido tanto como dicha guerra para fines de usos políticos del pasado y para emprendimientos memoriales promovidos tanto desde la sociedad civil como de forma oficial por parte del Estado. Fruto de tales emprendimientos memoriales ha sido la creación de efemérides, monumentos, héroes y una variada nomenclatura de sitios públicos, desde el propio aeropuerto internacional hasta una fallida y controvertida trocha o camino rústico que pretende correr paralela al río San Juan, fronterizo con Nicaragua, perenne manzana de la discordia entre ambos estados. En todas las políticas de memoria relacionadas con la guerra contra William Walker, Juan Rafael Mora es el personaje que más atención ha recibido.

En este artículo me voy a ocupar de las sucesivas elaboraciones de Mora como héroe, desde el propio momento de los acontecimientos, cuando se produjo a sí mismo como gran protagonista, hasta el presente. Las principales coyunturas memoriales en las cuales su figura ha sido exaltada corresponden casi siempre a aniversarios significativos: 1895, inauguración del llamado Monumento Nacional en homenaje a esa guerra; 1914, centenario de su nacimiento; 1929, erección de su estatua al frente de las oficinas centrales de correos; 1956, centenario de la guerra; 2006-2007, sesquicentenario de los acontecimientos, y 2014, bicentenario de su nacimiento. Intentaré rastrear el proceso de fabricación de los atributos del personaje y los principales usos políticos de que ha sido objeto en tales contextos de celebración. Debo advertir que no voy a ocuparme ni de la iconografía, ni de las obras literarias producidas en relación con la figura de Mora. Tampoco me detendré en los usos de Mora en el resto de Centroamérica, ni en la forma en que ha sido caracterizado en las obras estadounidenses sobre William Walker. Aunque fabricado localmente, Mora es un héroe o un villano, según los puntos de vista, cuyas representaciones han circulado en el marco de historias conectadas o entrecruzadas; como es el caso en general de las historiografías de la guerra contra los filibusteros (Acuña, 2014).

Mora por mora

El propio Mora fue el primero en encargarse de producirse a sí mismo como personalidad eminente durante el ejercicio del poder y también fue el primer emprendedor de la memoria de la guerra contra los filibusteros mientras acontecía e inmediatamente después de su finalización. Mora se ocupó de otorgarse reconocimientos a sí mismo desde que asumió el poder. El primero fue el de Benemérito de la Patria, concedido por el Congreso de Costa Rica en junio de 1850; en mayo de 1854, en su honor se denominó Moracia a la provincia de Guanacaste, una parte de cuyo territorio estaba en disputa con Nicaragua. En el transcurso de la guerra, el Congreso le concedió el grado de general de división, en junio de 1856, y de capitán general en octubre de 1857 (Aguilar y Vargas, 2014, pp. 35, 49, 52, 53, 69 y 74). Esta distinción es en la que Mora más conscientemente pretende representarse como héroe de la guerra (República de Costa Rica, 1857/1871, p. 147). Evidentemente, estos reconocimientos estaban encaminados a celebrar su papel en la lucha contra los filibusteros y a acallar a sus adversarios y enemigos políticos. Mora recibió otras distinciones nacionales e internacionales (República de Costa Rica, 1852, p. 206; 1854, p. 28), pero las señaladas expresan claramente su voluntad de producirse, desde el principio, como figura eminente y, posteriormente, como héroe de la guerra. Además, durante los años en que ejerció el poder en distintas ocasiones subrayó que gozaba de las simpatías populares, tema que sus defensores siempre han tratado de poner de relieve (Meléndez, 1981a, pp. 181, 195, 217, 223).

La producción memorial más importante de Mora fue definir el encuadre y el escenario en los que la guerra contra los filibusteros y su papel en ella debían ser recordados en Costa Rica. En efecto, durante e inmediatamente después de los años del conflicto bélico, su gobierno elaboró la narrativa oficial dominante de esos acontecimientos, la cual ha imperado en la memoria costarricense. Según este relato, Costa Rica fue el gran vencedor de esa guerra, principalmente por su exclusivo esfuerzo, sin que mediaran otros agentes, y su intención fue solamente ayudar a Nicaragua, sin ningún apetito territorial. También según esta versión la batalla de Rivas del 11 de abril de 1856, en la que Mora estaba presente como comandante de las tropas costarricenses, fue una gran victoria y si luego su ejército tuvo que abandonar Nicaragua, prácticamente en desbandada, fue por causa de la peste del cólera que se abatió sobre las tropas. La narrativa de Mora silencia aspectos que contradicen lo señalado y hace desaparecer protagonistas de los acontecimientos, el magnate naviero estadounidense Cornelius Vanderbilt y su enviado el marino Sylvanus Spencer, quienes jugaron un papel determinante en el desenlace de la guerra en el río San Juan. En este sentido, la narrativa de la guerra es un recurso para exaltar las virtudes de la nación costarricense y de su líder. En el último siglo y medio, ha sido repetida por historiadores profesionales y aficionados, por simpatizantes y detractores de Mora, y por quienes han hecho de él diversos usos políticos, desde la derecha hasta la izquierda (Acuña, 2009, pp. 129-158).

Mora fue también el fundador de los emprendimientos memoriales relativos a la guerra, los cuales centró alrededor de la batalla de Rivas. Así declaró el 11 de abril como efemérides y bautizó el único y malogrado navío armado que tuvo Costa Rica durante la guerra con el nombre 11 de Abril. Las políticas de memoria de Mora en relación con el 11 de Abril tenían como objetivo obliterar el carácter más o menos catastrófico para las fuerzas costarricenses de esta batalla y contrarrestar a sus detractores. También el gobernante declaró efemérides el 1° de mayo de 1857, fecha en que Walker, tras un largo sitio de los ejércitos centroamericanos, se entregó a fuerzas de la marina estadounidense en la ciudad de Rivas y decretó erigir un memorial de la guerra, proyecto que no se hizo realidad en tiempos de Mora.2

En fin, se debe señalar que fuera de Costa Rica, tanto en Centroamérica como en otros países latinoamericanos Mora fue elevado al nivel de héroe por sus contemporáneos (Vargas, 2014). Sus principales críticos fueron el propio Walker y sectores de la opinión pública estadounidense, exaltados por las ideas del Destino Manifiesto y simpatizantes de la causa de los filibusteros. Específicamente, a Mora y al ejército costarricense se le acusó de un comportamiento sanguinario, irrespetuoso de las leyes de la guerra, en particular durante el periodo de la primera expedición de tropas costarricenses a Nicaragua, en marzo-abril de 1856 (Walker, 1860/1971, pp. 193, 210). En fin, en Nicaragua Mora fue admirado, pero también execrado y temido porque, según el consenso de los contemporáneos y de todos los historiadores nicaragüenses, pretendía despojar al país vecino de la región del paso interoceánico (Acuña, 2013, pp. 499-513).

El último acto del proceso de autofabricación de Mora está ligado a su caída en agosto de 1859 y a su fusilamiento en septiembre de 1860. En efecto, Mora consideró que su derrocamiento y su condena a muerte fueron consecuencia de lo que denominó una traición y un engaño. Al hacerse reelegir en 1859, circunstancia determinante en su caída, Mora consideró que su continuidad en el poder era algo natural y necesario, dadas sus condiciones de héroe de la guerra contra los filibusteros y de constructor del Estado costarricense. Su principal problema con los otros grupos de la llamada “oligarquía” consistió en sobrepasar los límites de los usos patrimoniales del Estado, práctica que, obviamente, no era exclusiva suya. En todo caso, asuntos de negocios y la circunstancia de que fuese uno de los hombres más ricos de Costa Rica, aunque acosado por dificultades financieras que fue acumulando a lo largo de sus casi diez años de gobernante, fueron determinantes en su caída, en la cual se ha considerado desempeñó un papel protagónico su antiguo socio y acérrimo enemigo Vicente Aguilar. En suma, en la caída de Mora confluyeron conflictos por negocios privados, disputas por usos patrimoniales de los bienes públicos y el rechazo de sus adversarios a sus pretensiones continuistas, para hacer uso de un término de nuestros días.3

Así, el héroe antes de enfrentar el pelotón de fusilamiento cerró su ciclo de fabricación presentándose como víctima, preocupado por que se arreglasen cuestiones relativas a sus finanzas privadas y contradictoriamente, para su atribuida condición de héroe, renegando de la política y aconsejando a amigos y parientes nunca inmiscuirse en ella.4 Interesante que en ese momento final tras haber consagrado mucha energía en producirse como figura política eminente y como héroe, Mora se piense como individuo privado y lamente con amargura haber sido un hombre público. En ese sentido, en el último instante no tuvo la altura de miras para dirigirse a la posteridad, como sí lo hizo, valga la comparación, Francisco Morazán, quien reafirmó lo que consideraba su legado como político y militar antes de ser ejecutado, como consta en su testamento (Santana, 2007, pp. 150-151).

Tras la muerte de Mora quedó ya establecido lo que podríamos llamar el kit memorial con el cual se procedería a hacer las fabricaciones subsecuentes. En este kit habrá un conjunto de elementos de consenso junto con algunos puntos de conflicto, relacionados más bien con lo que se podría llamar su continuismo, autoritarismo y patrimonialismo estatal. A la luz de estas críticas, sus adversarios fundamentarán su fusilamiento y sus defensores pondrán más bien el acento en lo que algunos han llamado asesinato de Estado y minimizarán o silenciarán todo lo que se refiere a los aspectos oscuros en su desempeño como gobernante.5

El fusilamiento de Mora fue casi una disputa familiar en la medida en que quienes lo condenaron eran familiares suyos; además, en general, la llamada “oligarquía” era un pequeño círculo muy vinculado por relaciones de parentesco. Así, la estrategia que adoptaron sus adversarios, una vez denunciados lo que consideraron fueron sus arbitrariedades y excesos, fue el silencio en relación con su gobierno y en relación con la guerra. Además, como ha sido señalado por varios autores, se creó un héroe popular sustituto para rescatar el recuerdo de la guerra, pero que relegara a un segundo plano a Mora. En efecto, en la década de 1860 se creó la figura de Juan Santamaría, humilde soldado costarricense y el nombre Mora fue convertido en tabú (Palmer, 2004; Méndez, 2007).

No obstante, con la llegada de los liberales al poder y en particular con el ascenso del dictador Tomás Guardia (1870-1882), veterano de la guerra contra los filibusteros, la figura de Mora fue progresivamente emergiendo. En 1875, el presidente Tomás Guardia, sin nombrarlo, recuerda a Juan Rafael Mora cuando se refiere a un conato de revolución que ha tenido que enfrentar recientemente. En ese texto simultáneamente rinde homenaje a Mora como hombre con antecedentes gloriosos y señala su error al intentar volver al poder en 1860, mediante su desembarco en Puntarenas, uno de los lugares en el cual había ocurrido el conato citado. Esta es la primera vez, tras los sucesos de 1860, en la cual se hace referencia a Mora y a la guerra contra los filibusteros en un mensaje presidencial al Congreso (Meléndez, 1981b, pp. 101-102).

Al año siguiente, el recuerdo de Mora regresó a la esfera pública, cuando el Congreso decretó que se le hiciesen funerales solemnes y se edificara un mausoleo en el que fuesen depositados sus restos, los del general José María Cañas, su cuñado, héroe de la guerra contra los filibusteros quien también murió fusilado en 1860 por haber participado en la expedición de Mora, y los de su hermano José Joaquín Mora, comandante en jefe de los ejércitos centroamericanos en la fase final de la guerra contra William Walker. También debía enterrarse en ese mausoleo a Braulio Carrillo, destacado gobernante costarricense (1835-1837 y 1838-1842), quien murió en el exilio en El Salvador. Al final el mausoleo no llegó a construirse (República de Costa Rica, 1876, pp. 58-59).

En la década siguiente, los liberales continuaron con el proceso de visibilización de la figura de Mora. Así, en 1885, los vapores guardacostas de Costa Rica fueron bautizados con los nombres de Mora y Juan Santamaría. En ese mismo año, el cantón de Pacaca fue rebautizado con el nombre de Mora en honor de Juan Rafael Mora y de Juan Mora Fernández, primer Jefe de Estado de Costa Rica. En fin, la voluminosa obra del historiador guatemalteco liberal Lorenzo Montúfar -colaborador cercano de Mora durante el periodo de la guerra contra los filibusteros y, en consecuencia, testigo de los acontecimientos-, Walker en Centroamérica, encargada por el gobierno de Costa Rica y publicada en 1888, vino a rendir amplio homenaje a Mora (República de Costa Rica, 1885, p. 122; Montúfar, 2000).Las subsecuentes obras de la historiografía costarricense, una historia general de Costa Rica y un folleto sobre la guerra contra los filibusteros publicados a fines del siglo XIX, también elevarán a Mora a la dimensión de héroe nacional por su papel en la guerra, evitarán referirse a los aspectos más polémicos de su gestión como gobernante y no profundizarán en las razones y circunstancias de su fusilamiento, junto con el de su pariente político, José María Cañas, quien fue también colocado en la dimensión de héroe nacional por su desempeño en el conflicto bélico de 1856-1857 (Montero, 1894; Calvo, 1895/1909). En suma, al finalizar el siglo XIX, Juan Rafael Mora comienza a destacarse como héroe central de la memoria costarricense, al lado del héroe popular Juan Santamaría, cuyo monumento en Alajuela fue inaugurado en 1891.

Mora y la inauguración del monumento nacional en 18956

Como ya se indicó, dentro del kit memorial elaborado por el propio Mora durante y después de los acontecimientos, estaba incluida la erección de una estatua en homenaje a la guerra contra los filibusteros. La iniciativa fue retomada por los liberales, en el gobierno del presidente Bernardo Soto, en 1888. El monumento nacional fue inaugurado con gran pompa y circunstancia el 15 de septiembre de 1895 durante la administración del presidente Rafael Iglesias. La nota característica de las ceremonias de este evento oficial es lo que podríamos llamar la apoteosis de Mora. A partir de 1895, en el plano de las políticas de memoria del Estado y de las elites costarricenses, el olvido y las negaciones en relación con Mora desaparecen, a costa de algunas omisiones y silencios con respecto a su trayectoria histórica.

El libro conmemorativo de estos eventos refleja bien lo que fueron las ceremonias y algunos de los textos que incluye expresan esa apoteosis de Mora; por ejemplo, la breve historia de la campaña contra los filibusteros, de Joaquín Bernardo Calvo, con la cual se abre el volumen, y que presenta en forma sintética la versión costarricense de la guerra contra los filibusteros, versión, como ya se dijo, establecida en sus líneas centrales por el propio Mora; y la colección de documentos casi todos producidos por Mora durante los eventos de la guerra, que aparece como apéndice al final del volumen. También el discurso de Antonio Zambrana, famoso orador de la época, pronunciado en un acto de conmemoración de la guerra, realizado el 1 de mayo de 1895, se sitúa en los parámetros de la versión costarricense de la guerra.

Las ceremonias de inauguración del monumento estuvieron dominadas por los honores que se le rindieron a Juan Rafael Mora, a José Joaquín Mora, a José María Cañas y a los oficiales y soldados veteranos de la guerra, todos los cuales recibieron condecoraciones. Camilo Mora Aguilar, hijo de Juan Rafael Mora, recibió la de su padre y la de su tío, y Rafael Cañas, la de su padre. Este acto simbólico parece expresar voluntad de la llamada oligarquía cafetalera de superar sus divisiones heredadas tras el fusilamiento de Mora y Cañas en 1860. Al respecto, es sintomático que en todos los textos publicados en este álbum no hay una sola palabra sobre este suceso y, en general, nada sobre el lado menos luminoso de Mora como gobernante.

Las ceremonias tuvieron un carácter totalmente oficial, orquestadas y presididas por el gobierno costarricense, y los militares con sus bandas, paradas y tiros al blanco fueron los principales protagonistas. Conviene agregar que, para subrayar el carácter oficial de estos eventos, estuvieron presentes delegados de los gobiernos de los otros países centroamericanos. No hubo participación directa de sectores de la sociedad civil, salvo el Colegio de Abogados y la Facultad de Medicina. Algunos escolares y colegiales participaron en el acto cívico principal del 15 de septiembre, ya que, según se consigna en el programa, la Compañía de Infantería de estudiantes del Liceo de Costa Rica encabezó el desfile con una banda de clarines y los himnos nacionales de los países centroamericanos fueron entonados por alumnos de las escuelas de varones de San José. Además, según Fumero, los delegados extranjeros visitaron los principales centros educativos de la capital y muchachas colegiales participaron en un evento el 12 de septiembre en el cual cantaron los himnos de las repúblicas centroamericanas. En todo caso, las ceremonias tuvieron un tinte eminentemente militar y las personas del público en general, fungieron únicamente como espectadores.

Aparte de la apoteosis de Mora y de la exaltación oficial de la nación costarricense, las ceremonias de 1895 estuvieron marcadas por una atmósfera y una pretensión centroamericanistas. La iconografía y el lenguaje simbólico del conjunto escultórico del monumento nacional dan testimonio de esa voluntad de conjuntar a los estados centroamericanos. En las ceremonias y en el libro no hay referencia alguna en términos negativos a Estados Unidos y se separa cuidadosamente a Walker del gobierno de su país. Este procedimiento ha existido en las políticas memoriales oficiales de la guerra desde la época del propio Mora y ha exigido, hasta el presente, malabares retóricos por parte de quienes han intentado encuadrar o regimentar esta memoria. En 1895, la tarea parecía menos difícil porque era previa a la guerra hispano-estadounidense de 1898 y a la difusión de las ideas antiimperialistas y del arielismo.7 No obstante, en ese año ya estaba plenamente establecido el poder de la United Fruit Company en Costa Rica y el magnate Minor Keith era ya un personaje muy influyente en la política local.8

Las celebraciones del centenario del nacimiento de mora en 19149

El sentido de las fiestas del centenario del nacimiento de Mora fue similar al de las del año 1895, es decir, rendirle homenaje como máximo héroe y proclamar y enfatizar los méritos de la excepcional nación costarricense. No obstante, ambas conmemoraciones contrastan en algunos aspectos: en primer lugar, aunque formalmente respaldadas por el gobierno del presidente Alfredo González, las celebraciones de 1914 fueron ante todo una iniciativa de sectores de la sociedad civil; en segundo lugar, sacaron a relucir la cuestión de la caída y el fusilamiento de Mora; en tercer lugar, estuvieron marcadas por una tensión entre quienes hicieron de ellas un uso político en el marco del nacionalismo gubernamental costarricense y quienes intentaron inscribirlas en un discurso antiimperialista.

La lectura antiimperialista era inevitable en ese momento, ya que Estados Unidos tenía plenamente establecido su sistema imperial de estados-clientes en el Caribe y América Central; había finalizado las obras del canal de Panamá y había establecido un protectorado de facto sobre ese país; en fin, había ocupado militarmente Nicaragua y ya había expresado sus pretensiones de dejar para sí la eventual construcción de un canal en Nicaragua.10 Ideas arielistas ya circulaban por Centroamérica, lo mismo que críticas contra las políticas imperiales estadounidenses y contra las compañías bananeras. En Costa Rica, Ricardo Jiménez, futuro presidente de Costa Rica, había denunciado a la UFCo a fines de la década anterior; en síntesis, este tipo de ideas empezaban a difundirse en los círculos de obreros y artesanos urbanos costarricenses.

La celebración del centenario del nacimiento de Mora fue un verdadero emprendimiento memorial del joven, según propia definición, Octavio Castro Saborío. Se puede sostener que Castro fue por antonomasia el emprendedor de la memoria de Juan Rafael Mora en el siglo XX, ya que también participó en la iniciativa de erigirle la estatua, ubicada frente a las oficinas centrales del correo en San José, en 1929, y formó parte de la comisión oficial que organizó las actividades conmemorativas del centenario de la guerra contra los filibusteros, en 1956-1957. De igual manera, Castro fue un arduo y perpetuo defensor de Simón Bolívar. Por último, durante casi medio siglo, fue el director del Teatro Nacional de Costa Rica.

La obra que compiló en 1915 sobre las ceremonias del centenario del nacimiento de Mora celebradas el 15 de septiembre de 1914 presenta gran interés porque recoge algunos de los trabajos que previamente se habían escrito sobre el personaje y otros que fueron publicados para esa ocasión; también incluye los principales discursos pronunciados durante la conmemoración y transcribe las crónicas periodísticas que dieron cuenta de esos acontecimientos. Todos estos materiales dejan bien en claro que Mora ya había quedado entronizado como héroe de la nación costarricense. Al respecto es interesante constatar que Castro (1915) es plenamente consciente de su emprendimiento memorial cuando define la función y el sentido del héroe. Dice:

Desde que un pueblo tiene su héroe, ya consagrado por el tiempo y glorificado por los hombres, ese pueblo vive y adquiere personalidad propia en el concierto de las naciones civilizadas. Porque en el héroe no sólo está el ciudadano, sino el país, no está sólo el hombre, sino el pueblo. El héroe constituye algo así como la estereotipia gigantesca de las costumbres, de los amores, de la religión y del patriotismo del conjunto social en cuyo medio vivió, creció y conquistó su gloria. Cuando el pueblo va a depositar sus coronas de laurel al pie de las estatuas queridas, rinde culto a su propia grandeza. (pp. 93-94).

Como se observa, Castro es plenamente consciente que el culto al héroe es un rito mediante el cual la nación, consciente y explícitamente, se rinde homenaje a sí misma. Además, confirma la percepción de que a estas alturas Mora está totalmente entronizado en la memoria oficial costarricense, lo cual no da fundamento a quienes recientemente han sostenido que Mora ha sido una figura ocultada o ignorada.11

Como ya se adelantó, estas celebraciones no fueron financiadas ni convocadas oficialmente por el gobierno de Costa Rica, aunque sí prestó su apoyo a los organizadores. De este modo, fueron esencialmente una iniciativa de sectores de la sociedad civil, en la cual participaron intelectuales, notables y grupos de obreros y artesanos urbanos. El punto de partida de la iniciativa fue un artículo periodístico que el entonces expresidente e historiador Cleto González (1906-1910 y 19241928) publicó en julio de 1913, en el cual proponía que se celebrase el centenario de Mora y su propuesta encontró gran eco en la prensa. El Ateneo de Costa Rica acordó secundar la iniciativa y en febrero de 1914, el Poder Ejecutivo integró una comisión responsable de realizar la conmemoración. Otras iniciativas surgieron al calor de la propuesta, entre ellas denominar una escuela de la capital con el nombre de Juan Rafael Mora (República de Costa Rica, 1915, p. 132).

En todo caso, fue el joven Octavio Castro Saborío quien asumió el liderazgo en las tareas de preparación de los eventos. La celebración tuvo un componente principalmente militar, aunque en los desfiles participaron escolares y grupos de la sociedad civil, por ejemplo, las asociaciones obreras, y público en general. También ocuparon un lugar destacado en la actividad los biznietos y las biznietas de Mora. Los dos principales eventos fueron la colocación de una placa de mármol en el sitio en donde Mora había nacido y la develización de su busto al frente de su tumba en el cementerio. Al evento asistieron en calidad de invitados especiales veteranos de la guerra contra los filibusteros, algunos miembros del gabinete y los presidentes Cleto González y Bernardo Soto. Según las crónicas de la prensa, la asistencia popular a los desfiles fue muy nutrida. También fueron organizados concursos literarios en el marco de estos eventos. Además hubo un acto conmemorativo en el Teatro Nacional, al cual asistieron notables y personalidades nacionales y extranjeras, el mismo 15 de septiembre en la noche. Es interesante señalar que comisiones similares a la costarricense se crearon en los otros países centroamericanos.

Los atributos del héroe Mora singularizados y retenidos en el contexto del centenario fueron los siguientes: héroe del progreso, héroe de la guerra contra los filibusteros y víctima de la oligarquía. Debe subrayarse que fue en el marco de esta conmemoración cuando, por primera vez, se denominó a Mora Libertador, apelación resucitada en los emprendimientos memoriales recientes, y en varios de los textos producidos en ese momento se le comparó con Bolívar. Una pequeña diferencia se puede observar entre quienes como Castro dicen que fue víctima de los militares y otros, más radicales, que sostienen que fue sacrificado por la oligarquía.

Es en los usos políticos de Mora en donde se observa una oposición más marcada entre quienes con prudencia se mantienen en los parámetros del nacionalismo oficial gubernamental y cuidadosamente disocian al gobierno de Estados Unidos de la empresa filibustera de William Walker y aquellos que adoptan un discurso más claramente antiimperialista. Por ejemplo, Leonidas Pacheco, ministro de Relaciones Exteriores de Costa Rica, en el discurso pronunciado en la velada realizada en el Teatro Nacional, afirmó en forma categórica que Walker “ultrajaba con sus torpes manos, el pabellón de las barras y las estrellas, el pabellón que es emblema de un gran país, en donde Costa Rica siempre encontró respetado su derecho y amparada su justicia” (Castro, 1915, p. 87). Similar circunspección se observa en las palabras pronunciadas en los desfiles del 15 de septiembre, ya que denunció “la tiranía y la invasión bucaneras”, pero no nombró el país del cual procedían. Además, sintomáticamente, guardó silencio sobre la circunstancia de que Nicaragua estaba ocupada militarmente por Estados Unidos en aquel momento.

Una postura claramente antiimperialista se manifiesta en un texto escrito por el político, periodista y escritor hondureño, residente en ese momento en Costa Rica, Augusto C. Coello (Tegucigalpa, 1883-San Salvador, 1941), quien critica tanto el entreguismo de las elites centroamericanas como el imperialismo estadounidense. De este modo afirma:

Pavoroso rumor, como de torrente despeñado, se avecinaba desde las regiones del Norte. Era la conquista de los aventureros rubios: era la invasión del filibusterismo audaz, que resucitaba las hazañas de los piratas de Sir Drake. Nicaragua había caído bajo la doble red de la fuerza y el engaño: entonces -ay! como ahora!- las pasiones criollas y el odio aborigen de las tribus fueron ancho campo para la entrada gloriosa del conquistador. (Castro, 1915, p. 64).

Como se ve, Coello denuncia las divisiones de las elites de Nicaragua que han facilitado tanto la llegada de Walker como la ocupación de los marines en el presente. Más adelante agrega en forma aun más explícita: “Así entró Walker en suelo centroamericano entre los repiques de las campanas liberales de Chinandega, como años más tarde sus herederos galoneados, los bucaneros de la marina americana, entrarían a Managua entre los acordes marciales de las músicas conservadoras” (Castro, 1915, p. 64).

Una lectura similar de la expedición de Walker y sus filibusteros a la luz de lo que acontece en esos momentos en América Central en relación con Estados Unidos, se encuentra en el discurso pronunciado durante la ceremonia en el cementerio por Camilo Cruz Santos (1890-1960), escritor y dramaturgo costarricense. El tono es de una denuncia amarga, aunque cargado de pesimismo:

Presagios siniestros estremecen los amplios horizontes de la América Hispana; ya perfilan sobre las crestas de los montes sus ávidas siluetas las águilas del Norte. El futuro está preñado de sombras. Óyense los aletazos de conquista que anuncian la pérfida cohorte… Oh Mora! No despiertes! Ya no habrá en tu nativo solar quien la resista! Nadie empuña el fusil!... Vivimos en el reinado del Silencio, y nos ordenan el miedo por consigna.

Tu sangre, oh Mora! No engendró varones fuertes que empuñaran cual tu nuestra Bandera. Nuestros hombres, en vez de las espadas que esgrimieron antaño los abuelos, arrastran por tierra las rodillas! Ya no verán nuestros jocundos campos la lucha abierta en épico palenque; que esta generación sin fe, ni ideal, ni gloria, desdeña los patricios homenajes, y recibe a los Bárbaros con flores!” (Castro, 1915, p. 108).

En la misma vena, aunque con menos lirismo y pasión, Gerardo Vega, representante de la Sociedad Federal de Trabajadores, denuncia a “los bucaneros, cuya águila se percibe en el horizonte en actitud amenazante” (Castro, 1915, p. 111). En suma, a diferencia de los festejos de 1895, los de 1914 estuvieron marcados por el contexto de las relaciones entre los clientes y el coloso, es decir, América Central y Estados Unidos, y los participantes de la celebración se sintieron impelidos, sea a guardar prudencia y a no hacer paralelos entre pasado y presente, sea precisamente a establecer tal conexión. Desde 1914 y hasta la fecha, en los emprendimientos memoriales y en las políticas de memoria en relación con Mora y la guerra contra los filibusteros, esta tensión siempre ha estado muy presente.12

La inauguración de la estatua de mora en 192913

En línea de continuidad con las celebraciones de 1895 y 1914, el 1° de mayo de 1929 se inauguró la estatua de Juan Rafael Mora, situada al frente de las oficinas centrales de correo y telégrafos en San José. Este homenaje había sido precedido, en 1918, por la inauguración de un monumento a Mora y Cañas en Puntarenas, lugar donde habían sido fusilados (Aguilar y Vargas, 2014, p. 93). Las festividades fueron formalmente organizadas por el gobierno y para tal efecto se estableció un comité organizador, presidido por el historiador Ricardo Fernández Guardia. La erección del monumento fue idea del emprendedor de la memoria de Mora, Octavio Castro Saborío, y fue asumida por el diputado Aristides Baltodano, quien la convirtió en proyecto de ley, aprobado por el Congreso en 1926 (“El monumento”, 1929, p. 4).

La celebración estuvo integrada por dos actos principales: uno de carácter militar, es decir, una misa de campaña en el parque Nacional frente al Monumento Nacional, en presencia de autoridades civiles y eclesiásticas, del cuerpo diplomático y con asistencia de colegiales, escolares y público en general. Al finalizar la misa los presentes desfilaron hacia el parque Morazán y de allí al monumento de Mora que se iba a develar. En la segunda parte de las ceremonias, pronunciaron discursos el secretario de Educación, el presidente del Congreso y un representante del Poder Judicial. El presidente de la República, Cleto González, develó la estatua, las bandas ejecutaron los himnos de Costa Rica y los de otros países centroamericanos y el propio presidente condecoró a unos veteranos que habían sido invitados a la ceremonia; algunos de ellos debieron ser llevados alzados a recibir su medalla de oro. Posteriormente, desfilaron ante la estatua escolares, colegiales y distintos grupos de la sociedad civil. Un avión de la Pan American Airways sobrevoló a baja altura y arrojó flores en el lugar de los actos. Nietos de Mora y Cañas entregaron un pergamino a Octavio Castro, firmado por todos los descendientes de Mora, en reconocimiento por haber sido el gestor de la iniciativa de la estatua. La asistencia a ambos actos fue masiva, según señalan las crónicas periodísticas. Según nos dice el Diario de Costa Rica, la terraza y los balcones del Club Unión fueron invadidos por “la sociedad”, es decir, por personas de clase alta. En la noche hubo una retreta en el parque Morazán, con las bandas de San José, Cartago, Heredia y Alajuela, fuegos pirotécnicos y una función cinematográfica en la plaza González Víquez.14

Como titula el diario La Tribuna, los actos fueron cívicos y militares, aunque los protagonistas principales de los desfiles fueron escolares y colegiales.15 Ciertamente que destacó la presencia de las escuelas y colegios públicos y también privados, pero un grupo de estudiantes del Liceo de Costa Rica y otro del Instituto de Alajuela formaron parte de la parada militar y ejecutaron ejercicios y evoluciones de tipo castrense. Aparte de escuelas y colegios, participaron en los desfiles delegaciones de muchas municipalidades del país, los colegios profesionales de Medicina, Farmacia y Abogados, la Cruz Roja, estudiantes de las escuelas de Derecho, Farmacia y Agricultura, y representaciones diplomáticas y consulares. También desfilaron sectores de la sociedad civil como la Cámara de Comercio, la Sociedad Española de Beneficencia, del Club Internacional y representantes de las colonias extranjeras, la colonia nicaragüense, la colonia alemana y la colonia italiana, la cual desfiló dividida en dos grupos: los fascistas y los antifascistas, circunstancia que fue objeto de polémica en la prensa (“Campo ajeno”, 1929, p. 3; “Vibrantes declaraciones”, 1929, p. 4).

Llama la atención la total ausencia de las asociaciones de obreros y artesanos en estas ceremonias. Cabe mencionar la participación de dos grupos nacionalistas antiimperialistas: la Liga Cívica y la sección costarricense del APRA.16

La participación del APRA, asociación explícitamente antiimperialista, estuvo acompañada de algunos incidentes. En efecto, sus integrantes portaban pancartas con lemas antiimperialistas como, por ejemplo, “Al filibustero lo combatió Mora en 1856. El APRA lo combate en 1929” y “Si queremos ser libres, no más empréstitos, no más concesiones”. Algunos consideraron que esta organización había aprovechado la ocasión para hacer política y había dado una nota discordante; otros opinaron que le confirió dignidad al acto. Los incidentes se suscitaron porque había una persona que por medio de dos megáfonos colocados en la azotea del Club Unión narraba lo que acontecía. Cuando procedió a leer lo que las pancartas del APRA decían fue mandado a callar. Hubo protestas, pero se dijo que era por orden superior. Además, la policía decomisó uno de los volantes que los integrantes del APRA distribuían. La medida fue tardía porque ya se habían distribuido muchas octavillas. Este volante denunciaba las concesiones de tierras a la UFCo y la complicidad de los gobernantes costarricenses, incluido el propio presidente González Víquez. Debe señalarse que la prensa no indica que haya habido detenidos por estos incidentes, quizás porque como advierte La Tribuna entre las personas del APRA había “no pocas mujeres” (“La participación”, 1929, p. 2).

La participación de colegiales en forma militarizada suscitó polémica en la prensa, ya que para algunos, como Luis Felipe González Flores, no era apropiada con lo que llamó “nuestra cultura escolar”, mientras que Tomás Soley Güell se manifestó de acuerdo. Para el primero, era preferible que los estudiantes desfilaran con banderas y estandartes en vez de rifles en los hombros, mientras que para el segundo era bueno para su salud y para formar su disciplina (“El profesor”, 1929, p. 1; “Don Tomás”, 1929, p. 5). Algunos escolares sufrieron insolación y se desvanecieron, lo cual provocó también comentarios críticos. La directora de la Escuela Perú decidió retirar las niñas de los actos para proteger su salud, ya que el inicio de los desfiles se atrasó por las maniobras de las tropas. Un psicólogo dijo que era contraproducente hacer participar a niños y niñas menores de diez años en esos actos porque no tenían aún capacidad para comprenderlos y la experiencia podía resultarles traumática, con lo cual podían desarrollar una animadversión contra el personaje objeto del homenaje (“Varios niños”, 1929, p. 5). De todos modos, un comentarista del Diario de Costa Rica insistió en que “los desfiles escolares [son] número obligado de nuestras fiestas patrióticas” (“Comentario”, 1929, p. 4).

Una particularidad de esta celebración fue el relieve que se quiso dar a un grupo de veteranos de la guerra contra los filibusteros, por insistencia de Fernández Guardia. Eran ocho veteranos, varios de ellos originarios de Guanacaste, mayores todos de noventa años y de salud precaria. La prensa se ocupó ampliamente de ellos a tal punto que se dijo que habían sido más bien acosados por los periodistas. Se les entrevistó y sus declaraciones fueron publicadas bajo el supuesto de que eran vivos portadores de los sucesos de la guerra, con lo cual se intentó hacer confluir la memoria colectiva de los sobrevivientes con la memoria oficial gubernamental. No es casual que en el Congreso se propusiera un proyecto de ley para aumentar la pensión de los veteranos a 100 colones mensuales, proyecto que fue aprobado el 6 de mayo de 1929 (“Crónica parlamentaria. Aumentado”, 1929, p. 1; “Crónica parlamentaria. Quedó”, 1929, p. 1). Cuando fueron entrevistados fue poco lo que dijeron y los periodistas, enmarcados en la memoria oficial, insistieron en preguntarles si habían conocido a Mora y a Juan Santamaría. En las declaraciones de los veteranos es difícil discernir lo que es su recuerdo propio de lo que sería repetición de la memoria oficial dominante aprendida. En fin, como con gran decepción señaló el Diario de Costa Rica: “Estos ancianos han perdido todas sus facultades; en sus relatos hay incoherencia; comienzan a decir algo y luego confunden las épocas. Es imposible reconstruir ningún hecho histórico por sus palabras” (“Los soldados”, 1929, p. 1). En suma, el intento de poner en sintonía la memoria colectiva de los testigos y protagonistas con la memoria nacional oficialmente establecida tuvo poco éxito.

Posiblemente, funcionó mejor la confluencia entre memoria colectiva y memoria nacional oficial con el protagonismo que la prensa le dio a los descendientes del general José María Cañas, su hija Mercedes y su hijo Rafael, quienes presentaron recuerdos más articulados; en particular la hija, quien era adolescente en la década de 1850. Ambos sacaron a flote la atrocidad del fusilamiento de su padre en 1860. Rafael Cañas declaró que su madre, hermana de Mora le decía que la política es cruel y le aconsejaba no meterse en ella (“Con el hijo”, 1929, p. 6; “Con la hija”, 1929, p. 8). Recordemos que palabras similares escribió Mora antes de ser fusilado. En términos más generales, parece evidente en el clima de los festejos de 1929, la voluntad de rescatar la figura de Cañas y la intención de colocarlo junto a la figura de Mora, casi en pie de igualdad. Por eso también se propuso la erección de un monumento a Cañas y que se aumentase la pensión a dos de sus hijas (“Será aumentada”, 1929, p. 8).17

Los veteranos sin darse cuenta fueron materia para la escenificación de las relaciones de clase de la Costa Rica de aquellos años, ya que tras las ceremonias fueron invitados a un “suculento almuerzo, apropiado para el caso” en el Club Unión. Se les sirvió arroz con pollo y sopa de frijoles “en la vajilla de lujo del Club”. A nombre de ellos dio las gracias Octavio Castro. Según afirma el gacetillero: “Fue esta una nota simpática, una lección de democracia, de fraternidad”. A continuación agrega: “En las horas de la tarde hubo un te danzante, al cual concurrió lo mejor de nuestra sociedad”. Posiblemente, algunas de estas personas de “la sociedad” habían estado en los balcones del Club Unión siguiendo las ceremonias horas antes. La escena no puede ser más elocuente: la nación y sus clases reunidas alrededor del recuerdo de Juan Rafael Mora, aunque cada uno en su lugar (“En el club”, 1929, p. 5).

En las publicaciones de la prensa en los días previos y posteriores a las ceremonias de inauguración de la estatua y en los discursos pronunciados el día de los eventos por el secretario de Educación Pública y por el vicepresidente del Congreso se reiteraron los rasgos ya conocidos de la figura de Mora, según la mirada del nacionalismo gubernamental. Posiblemente, en relación con las celebraciones de 1914, fue mayor la insistencia en el martirio de Mora y Cañas y en la injusticia y arbitrariedad de su fusilamiento. Como es la norma en esta versión, no hubo alusiones a Estados Unidos, ni en tiempos de la guerra, ni tampoco en el presente. Un recurso retórico para abordar esta cuestión fue homologar a Mora con Lincoln, ambos héroes en pie de igualdad y codo a codo en lucha contra los esclavistas del sur estadounidense. En los actos frente a la estatua de Mora, solo en el discurso de Matías Trejos, representante del Poder Judicial, en el que predominó un tono conservador y clerical, parece criticarse en forma críptica los empréstitos extranjeros.

Como ya se dijo, fueron los miembros del APRA quienes con sus pancartas introdujeron el elemento crítico a las políticas estadounidenses y también con su sola presencia las personas integrantes de la Liga Cívica. Esta visión aparece también en una caricatura publicada en La Tribuna en la que aparece la estatua de Mora y dos personajes campesinos que parecen ser veteranos; estos suspiran por la resurrección de Mora para que venga a sacar a “los filibusteros de adentro que son los que le dan la entrada a los de ajuera” (“Ante el bronce”, 1929, p. 5). En fin, en un artículo de opinión de tono pesimista se estableció un paralelismo entre Augusto Sandino, quien en esos momentos había abandonado Nicaragua aparentemente derrotado y Juan Rafael Mora el vencedor de Walker (Caldera, 1929, p. 4). En medio del predominio del nacionalismo oficial y de la veneración unánime por Mora, encontramos a la única persona que formuló críticas explícitas a la figura de Juan Rafael Mora: Jorge Volio, quien escribió en un suplemento de homenaje a Mora del Diario de Costa Rica que reconocía los méritos del personaje en la lucha contra los filibusteros, para luego agregar: “Los otros aspectos de la vida pública de este hombre eminente son muy discutibles, por más que no puedan perfilarse bien entre la humareda de los incensarios que agitan solemnemente sus interesados panegiristas de hoy” (“Don Juan Rafael”, 1929, p. 3).

En fin, distintas personas, como el propio presidente González Víquez, observaron que Mora era una figura no solo costarricense, sino centroamericana. Para el periodista Modesto Martínez (1929):

Si meditamos en la historia de aquellos tiempos, en los sucesos que se desarrollaban, tendremos que comprender que el gesto de Mora sobrepasa los límites de una gloria nacional para convertirse en un fasto continental que decidió no solo la suerte de Costa Rica y de Centro América, sino la suerte de muchos países y muchos hombres y que influyó notablemente en la orientación de los futuros destinos de gran parte del Continente Americano. (p. 5).

Universalizar de esta forma la figura de Mora permite darle aún más relieve como héroe y de paso ignorar o silenciar la cuestión del expansionismo de Estados Unidos en tiempos de Walker y en el momento de aquellos homenajes.

En el marco de estas conmemoraciones, la Secretaría de Educación Pública convocó a un concurso, dotado con un premio de 500 colones, para que se escribiese una biografía de Juan Rafael Mora. El jurado estuvo integrado por Justo A. Facio, destacado intelectual y hombre público, Alejandro Alvarado Quirós, quien formó parte del comité de los festejos de 1914, y Ricardo Fernández Guardia, el historiador costarricense más importante de la primera mitad del siglo XX. El jurado premió dos obras por igual, una escrita por Ricardo Jinesta, historiador aficionado, y otra por Lucas Raúl Chacón profesor de secundaria y quien luego fue director del Liceo de Costa Rica entre 1936 y 1940.18 Chacón rechazó el veredicto del jurado, refrendado por el gobierno, el cual consideró ilegal y arbitrario porque el jurado debía haberse decantado por una de las dos obras, como lo establecían las bases del concurso. Con el apoyo de un grupo de amigos, Chacón publicó también su biografía de Mora.19

Aunque ambos textos son breves pues apenas sobrepasan las 30 páginas, posiblemente un lector imparcial de nuestros días opinaría que el trabajo de Chacón es muy superior al de Jinesta. En efecto, el texto de Jinesta es más bien un material didáctico o pedagógico y se dirige explícitamente a lectores jóvenes. En su folleto volvemos a encontrar los elementos con los cuales se compuso el retrato de Mora en 1914: abanderado del progreso, héroe en la lucha contra los filibusteros y derrocado por los militares y lo que llama “la aristocracia”. En este espinoso asunto el autor tiene un tono mesurado. Jinesta es fiel a la narrativa convencional de la guerra, establecida, como se ha indicado, por el propio Mora. El texto tiene un apéndice con proclamas y un discurso de Mora del periodo de la guerra. En suma, la biografía de Jinesta no destaca particularmente ni por su originalidad, ni por su manera de abordar los asuntos conflictivos de la vida de Mora.

Por su parte, Chacón compone el retrato del héroe con los elementos ya conocidos, aunque advierte que aceptar su reelección fue un grave error, por el cual terminó siendo víctima de la traición. Además, en forma explícita denuncia su ejecución y la de Cañas como un acto reprobable. Este autor tiene más en cuenta el contexto internacional de la presencia filibustera y la rivalidad anglo-estadounidense por la cuestión del paso interoceánico en Centroamérica. El aspecto más sobresaliente de su texto es su crítica acerba de las elites nicaragüenses, las cuales por sus divisiones han posibilitado en varias ocasiones la intervención extranjera, crítica que comparte con el historiador Fernández Guardia. Este tema abre la puerta para que Chacón exprese una posición antiimperialista, ya que, nos dice, por sus luchas fratricidas “el filibustero moderno” no sale de Nicaragua. El autor, no obstante, no alude directamente a Estados Unidos.

No hay duda de que en las celebraciones de 1929 predominó la perspectiva del nacionalismo oficial gubernamental sobre Mora y la guerra contra los filibusteros. Sin embargo, también ha quedado claro que existía una lectura antiimperialista del personaje y de la guerra, expresión de personas y grupos existentes en Costa Rica y en los otros países centroamericanos. En ese momento, la ocupación militar de Nicaragua por parte de Estados Unidos y la voracidad de las compañías bananeras de ese país establecidas en el istmo provocaban el rechazo de sectores de la opinión pública, minoritarios posiblemente. La peculiaridad de la celebración de Mora en 1929 es que ya existían en el país fuerzas sociales y políticas más consolidadas que en 1914, dispuestas a hacer de él usos políticos en una vertiente antiimperialista. En este contexto y en la crisis económica que pronto estallaría surgirá el Partido Comunista de Costa Rica en 1931, expresión de círculos de intelectuales, estudiantes y grupos de obreros y artesanos urbanos, inevitable portador de una lectura crítica de la guerra contra los filibusteros a la luz de la situación de ese entonces.

Las celebraciones del centenario de la guerra en 1956:

En las celebraciones del centenario se pueden identificar tres momentos importantes: la conmemoración de la batalla de Santa Rosa del 20 de marzo de 1956, los festejos de la batalla de Rivas del 11 de abril de 1956 y el Primer Congreso Centroamericano de Historia, actividad menos masiva, realizada del 16 al 20 de septiembre de 1956 en la ciudad de San José. Todas estas actividades tuvieron un carácter oficial y fueron organizadas por el gobierno de Costa Rica, presidido por José Figueres Ferrer, el vencedor de la guerra civil de 1948, por medio de una comisión que había sido formada para tal efecto. Las conmemoraciones del centenario fueron coordinadas por los estados del istmo en el marco de la Organización de Estados Centroamericanos (ODECA), organismo ya desaparecido típico de la época de la Guerra Fría y extensión del llamado panamericanismo y de la OEA, dominados por Estados Unidos. Como es bien conocido en los estudios de la memoria y de los usos políticos del pasado, la rememoración y la conmemoración siempre constituyen una mirada del presente sobre el pasado, de modo que nos dicen quizás más sobre lo que viven los conmemorantes, valga el término, que sobre lo que vivieron los conmemorados. Esto es particularmente cierto en el caso de estas conmemoraciones.

Las celebraciones de la Batalla de Santa Rosa se realizaron en Peñas Blancas, frontera con Nicaragua y en la propia hacienda. En Peñas Blancas se organizó un “homenaje a los caídos en la emergencia de 1955”; es decir, durante la invasión de fuerzas calderonistas en los meses de enero y febrero de ese año. En Santa Rosa en el marco de la conmemoración del centenario de la batalla, se hizo un homenaje por parte del gobierno y de la Municipalidad de San José a Álvaro Monge Chavarría, caído en esa llamada emergencia. Una misa de campaña fue la ceremonia principal de esta actividad. Allí pronunció un discurso el presidente Figueres. En estos actos predominó la presencia de miembros de la Fuerza Pública y de la llamada Reserva Nacional, y escolares y colegiales no tuvieron protagonismo alguno.20

En esta celebración y en la del 11 de abril aparecen nuevos elementos y actores en el ceremonial conmemorativo: en primer lugar, destaca la presencia de la radio como medio de comunicación, en la cual se trasmitieron radioteatros en los días de las celebraciones tanto sobre Juan Santamaría como sobre Juan Rafael Mora;21 en segundo lugar, en la prensa se publicaron mensajes publicitarios de empresas privadas y de empresas públicas en los cuales se saludaban las conmemoraciones y se invitaba al público a sumarse a ellas;22 en tercer lugar, la Universidad de Costa Rica se integró a las festividades y aportó un elemento nuevo con una visión más reflexiva y menos puramente laudatoria de los eventos conmemorados. En efecto, en el marco del centenario dicha institución publicó el libro de Rafael Obregón sobre la guerra contra los filibusteros, primera obra de historia profesional sobre la guerra, y organizó un ciclo de conferencias sobre el tema y sobre otros asuntos.23

En 1956, las heridas de la Guerra Civil de 1948 estaban aún abiertas y, en consecuencia, el uso político que Figueres hizo de la conmemoración en Santa Rosa, mediante el cual presentó a sus enemigos calderonistas como los nuevos filibusteros, fue severamente criticado por la prensa y sus adversarios políticos. Así, el Diario de Costa Rica (1956) censuró la “mixtificación” de la conmemoración en la cual se amalgamaron los sucesos de 1955 con los de 1856, proceder que, en su opinión en lugar de fomentar la unión promovía la desunión de los costarricenses (p. 4).24 Por su parte, el diario La Nación (1956) se sumó a las críticas y en un editorial afirmó:

Sin desconocer el valor intrínseco que tienen las gestas realizadas en los mismos campos de Santa Rosa en años recientes, para no correr el riesgo de parcializar la conmemoración del centenario de una fecha que tiene caracteres de universalidad para los costarricenses, no podemos estar de acuerdo -en ninguna forma- que simultáneamente se recuerde ahora a los héroes nacionales de la campaña del 56 y a los que perdieron su vida en 1955. Conjuntar los dos hechos históricos implica, entre otras cosas, limitar a un grupo una conmemoración que corresponde, por legítima herencia, a todos los costarricenses sin discriminación alguna, porque la patria configurada por quienes con su sangre nos hicieron realmente libres y soberanos, no entiende de distingos políticos ni de divisiones partidistas temporales. (p. 6).

Los actos en Santa Rosa suscitaron otra crítica por parte de los adversarios del gobierno de Figueres: lo que consideraron su militarización. En efecto, el Diario de Costa Rica publicó en primera plana una vista panorámica de las ceremonias con el titular “Más soldados que escolares” y con un pie de foto que dice que la imagen prueba que esas ceremonias “tuvieron más carácter político militar que cívico” (Diario de Costa Rica, 1956, p. 1). En la misma vena, este diario publicó una caricatura en la cual un reservista le dice a Mora que tras la celebración de Santa Rosa están mano a mano.25 En suma, en Santa Rosa el gobierno de Figueres hizo una amalgama entre el pasado y el presente con claros fines de uso político muy caricatural o más exactamente de abuso de la memoria.

Las celebraciones principales de1 11 de Abril se realizaron en la ciudad de Alajuela y se extendieron durante tres días. Fueron organizadas por el Comité Alajuelense pro Centenario de la Batalla de Rivas, filial de la Comisión Nacional del Centenario.26 Indiscutiblemente los actos tuvieron un componente castrense, pero escolares y colegiales tuvieron una participación destacada. En el marco de esta conmemoración se celebraron concursos literarios en las ramas de poesía, dramaturgia e historia, en los cuales se presentaron 111 trabajos.27 Además, los festejos incluyeron elección y coronación de una reina, corridas y bailes sociales y populares, según el formato conocido de fiestas cívicas. Una novedad en estas celebraciones fue la participación de la Orquesta Sinfónica Nacional en las actividades (“Libro de Oro”, 1958).28

Con motivo de los festejos del 11 de Abril, la oposición al gobierno volvió a plantear el tema de la militarización de las ceremonias y su manipulación político-partidaria. En su editorial del número en que informó sobre esas ceremonias, en el que afirma que las celebraciones oficiales han sido frías e inocuas con el pueblo ausente, el Diario de Costa Rica (1956) señaló:

El auténtico sentido histórico de la gesta cívica de 1856 está siendo desnaturalizado por los que le dan un carácter militar que no tuvo, porque fue la explosión de santa ira de un pueblo de vida puramente civil que empuñó transitoriamente las armas en defensa de la soberanía y de la independencia de la América Central para despojarse de ellas después de la victoria y volver a las herramientas de trabajo, que no se habían herrumbrado durante el turbulento periodo de la guerra. De los mismos reductos oficiales han salido voces reconociendo que la guerra de 1856 la ganaron generales sin espada y sin uniforme. Contrasta penosamente esta civilidad de que el pueblo costarricense ha dado abundantes pruebas, tanto en la guerra como en la paz, con el despliegue de fuerza que se ha hecho en estos días con el evidente interés de mostrar superioridad de las armas y atraer hacia ellas la simpatía por el conducto del recuerdo de las glorias de 1856. (p. 4).

Como se observa, la atmósfera castrense que el gobierno de Figueres imprimió a los actos era un mentís al secular pacifismo costarricense, uno de los pilares fundamentales de la identidad nacional, como se recuerda en este texto mediante una paráfrasis de las estrofas del himno nacional. El asunto no es solo de juegos de símbolos, sino de ejercicio del poder, ya que el despliegue castrense pretendía seducir, disuadir o, quizás más bien, intimidar a la población y, en especial, a los adversarios derrotados en la guerra civil y al ulatismo, aliado fugaz en 1948 y adversario feroz en ese presente. Inmediatamente, el citado editorial agrega:

Las calles de las ciudades San José y Alajuela se han visto, desde el último domingo, atestadas de coroneles y soldados con armas relucientes, de tanques con armas poderosas, cuya exhibición les ha parecido inconveniente a los ciudadanos, cruzadas de jeeps en los cuales las ametralladoras están colocadas como para acciones de armas; y el rugir de los cañones ha apagado las voces de los estudiantes que les han cantado himnos a los héroes. Por la primera vez -y el síntoma es desalentador-, los desfiles militares se han sobrepuesto a los desfiles escolares. Es de desear que sea por la primera vez y también la última. (p. 4).

En otras palabras, las ceremonias de Figueres vienen a poner en entredicho una arraigada señal de identidad de la nación costarricense sintetizada en la expresión “más maestros que soldados”. De paso cabe señalar que según lo que nos dice este editorial la abolición del ejército, otro signo de identidad básico de esta nación, en la coyuntura del centenario de la guerra era más discurso que realidad.

En las celebraciones del 11 de Abril, Figueres volvió a hacer un uso político de la conmemoración cuando se comparó con Juan Santamaría y dijo: “Si quemaste el Mesón de Rivas, yo estoy quemando el mesón de la oligarquía”, expresión que escandalizó a sus enemigos, quienes la consideraron “un nuevo alarde de autobombo” y un comentarista acusó a Figueres de megalómano, incoherente y extranjero. Como se observa, la atmósfera de las conmemoraciones del centenario estuvo muy lejos de ser una comunión de la nación congregada en torno a la memoria de un pasado heroico (“El Presidente”, 1956, p. 4; “El discurso”, 1956, p. 7).29

También hubo celebraciones en San José y la más importante de ellas fue la inauguración del parque José María Cañas, previamente conocida como la plaza del Pacífico, organizada por la Comisión Nacional de Festejos del Centenario de la Guerra 1856-1857 y la municipalidad de San José. Como en 1929, pero quizás con mayor relieve, durante esta conmemoración se buscó realzar la figura de Cañas. A los actos de inauguración de ese parque asistieron descendientes del general y uno de los ellos, Alberto Cañas, miembro del gabinete del presidente Figueres, pronunció el discurso principal. También fue orador destacado Octavio Castro Saborío, en representación de la Academia Costarricense de la Historia, quien hizo un panegírico del personaje, y el presidente Figueres. De nuevo en este acto tuvieron protagonismo la Fuerza Pública y la Reserva Nacional, pero también hubo un desfile de escolares y colegiales desde el citado parque hasta el parque Nacional. Para el Diario de Costa Rica,una vez más resultó chocante el excesivo despliegue militar.30 Conviene señalar que las celebraciones del aniversario de la Independencia en septiembre de ese año tuvieron un marcado componente militar, lo cual volvió a encender la polémica entre el gobierno y sus adversarios.31

Llama la atención un elemento de “crítica social” que apareció en estas conmemoraciones, pues un grupo de “padres de familia de escasos recursos”, para los cuales la miseria se estaba apoderando de Costa Rica, invocó a los héroes de 1856 para demandar que se restableciera la práctica de dar un vaso de leche a los niños en todas las escuelas, suprimida desde fines de 1953. Según este grupo de personas:

Para los niños de Costa Rica, en este gran centenario, los padres de familia de escasos recursos de toda la República, pedimos en memoria de los héroes y como una consagración a su memoria, se restablezca el vaso de leche en todas las escuelas del país. Las celebraciones del Centenario que hemos visto desde lejos se han concretado a vistosos desfiles militares. Espadas, entorchados, cañones y tanques. En el día de hoy, en los suculentos banquetes oficiales, correrá el champaña en las mesas de los altos funcionarios y de sus invitados extranjeros, que han hecho llegar desde Bolivia para que participen en el derroche. Pero, mientras tanto, no hay leche en las escuelas. (“Por los niños”, 1956, p. 9).32

Aparte de esta demanda, en este campo pagado, estos “padres de familia” solicitan un aumento de la pensión para los descendientes de los “héroes de 1856”. Como se observa, quienes reivindican el vaso de leche para los niños de las escuelas son opositores al gobierno de Figueres que coinciden con las críticas que este diario ha hecho a las celebraciones y que se expresan en un tono claramente demagógico.

Para analizar la figura de Juan Rafael Mora que circuló durante la coyuntura del centenario, me voy a detener en las actas de un congreso centroamericano de historia, celebrado en San José en 1956, y en una biografía de Mora escrita por Octavio Castro Saborío, en 1953, y publicada en 1955. El texto se originó en una charla que su autor impartió en la Escuela Juan Rafael Mora, en septiembre de 1953. Es la biografía más extensa sobre Mora escrita hasta ese entonces. El retrato que este gran emprendedor de la memoria compone es el ya conocido de Mora: adalid del progreso, héroe de la guerra y mártir de la traición (Castro, 1955).

No obstante, en esta obra se permite denunciar como malvado a Vicente Aguilar, socio de negocios y luego acérrimo enemigo de Mora. De igual forma, relata en detalle la historia un tanto sórdida de los ires y venires de los restos mortales de Mora, historia que refleja el odio y la mezquindad de sus enemigos, en opinión del autor. Quizás por el tiempo transcurrido desde los acontecimientos, Castro ya no se circunscribe al silencio y a la discreción con los que usualmente se había abordado el fusilamiento de Mora. De igual manera, por primera vez reconoce sus errores y admite que cometió “actos violentos” contra la institucionalidad; es decir, Mora ejerció el poder en forma autoritaria en determinados momentos. Sin embargo, en su opinión, esos errores no opacan en nada su grandeza.

Este texto apologético de este emprendedor de la memoria en donde ya se da espacio a una mirada más crítica a la figura de Mora, confluye con el surgimiento de una historiografía más profesional en Costa Rica, tras la fundación de la Universidad de Costa Rica, en 1940. Como ya se dijo, fue en el marco del centenario de la guerra cuando se publicó el primer libro propiamente universitario y más acorde con las reglas de la disciplina sobre la guerra contra los filibusteros, es decir, La campaña del tránsito de Rafael Obregón. En esta obra Obregón es prudente y discreto frente a Mora, ya que se ocupa solamente del personaje en la época de guerra de 1856-1857, cuyos méritos reconoce, no del que había gobernado el país desde 1849, ni del que sería derrocado en 1859 y fusilado al año siguiente. En otras palabras, el autor se enfoca en su fase gloriosa y heroica (Obregón, 1956).

Previamente, otras dos obras de historiadores profesionales, la de Armando Rodríguez Porras, presentada como tesis de licenciatura en Letras y Filosofía con especialidad en historia en la Universidad de Costa Rica, en 1946, y publicada como libro en 1955, y la de Carlos Meléndez, también presentada como tesis de licenciatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Costa Rica, en 1951, y publicada como libro en 1968, se habían ocupado de Mora en una perspectiva crítica y habían señalado los rasgos autoritarios y los actos de corrupción de sus gobiernos. Meléndez utiliza el término revisionismo para caracterizar la perspectiva historiográfica de ambos estudios.33 En suma, a partir del centenario la mirada sobre Mora ya no estará dominada por la de los aficionados a la historia patria emprendedores de la memoria, sino que frente a ella surgirá una historiografía académica más objetiva y reflexiva, más dispuesta a atenerse a las reglas de la disciplina que a las demandas sociales de memoria y de usos políticos del pasado.34

La fundación de academias de geografía e historia en los países centroamericanos, desde la década de 1920, abrió el camino, no en todos los casos exitoso, a una práctica un poco más profesional de la disciplina. Así, la Academia Costarricense de la Historia contribuyó a los festejos del centenario mediante la convocatoria a lo que denominó el Primer Congreso de Historia de Centro América-Panamá, realizado en San José, en septiembre de 1956.35 El congreso fue convocado con el fin de analizar la guerra, su dimensión centroamericana, sus antecedentes y consecuencias. Al evento asistieron delegados de las academias de Centroamérica y Panamá y participaron en calidad de observadores representantes de la academia de Ecuador, de la ODECA y del Instituto Panamericano de Geografía e Historia. Se puede afirmar que la atmósfera de la actividad fue centroamericanista, como lo prueba que se acordara la creación de un instituto de investigaciones históricas del istmo y la fundación de una academia de la historia centroamericana.

Se presentaron ponencias sobre diferentes dimensiones de la guerra en las cuales se puede observar una voluntad de hacer un trabajo más propiamente de historiadores que apología memorial. No se puede decir que Mora fuese el centro de la actividad, pero es claro que su evocación tuvo una presencia destacada a lo largo de las sesiones. Así, en la introducción de la memoria de la actividad se dice lo siguiente:

La delegación costarricense se sintió conmovida ante el gesto espontáneo, noble y fraternal de las demás delegaciones las que, reconociendo los méritos indiscutibles de don Juan Rafael Mora, tuvieron palabras de justa alabanza a su obra de gobernante patriota que supo eliminar fronteras y llevar al pueblo de Costa Rica a la defensa de la libertad de Nicaragua y del resto del istmo. Costa Rica, si bien ha levantado un monumento al grande hombre, no ha logrado que de su ambiente desaparezcan muchas de las pequeñeces que posteriormente a la derrota de Walker y sus mercenarios, trataron de empequeñecer su figura y su gesta. Pero la Historia, maestra de verdad, no puede antojadizamente alterar los hechos y tarde o temprano da su fallo y ya parece que en cuanto a don Juan Rafael Mora se refiere se ha pronunciado categóricamente al consagrarlo como uno de los valores humanos más señalados de Costa Rica. (Academia Costarricense de la Historia, 1957, p. 5).

Aquí se observa esa centralidad de Mora en la memoria oficial costarricense de la guerra contra los filibusteros, aunque parece persistir dentro de ciertos círculos difíciles de identificar una actitud de reparo hacia su figura. No es posible saber si la alusión se refiere a los trabajos, recientes en aquel momento, de los historiadores Rodríguez y Meléndez, revisionistas en relación con la gestión de Mora como gobernante. En todo caso, conviene decir que Meléndez tuvo una participación activa en el congreso como integrante de la Academia Costarricense de la Historia.

Sobra decir, que el tono del encuentro fue, acorde con su carácter oficial, aséptico políticamente y las únicas notas que alteraron un poco la atmósfera fueron una intervención de la delegación panameña que dejó consignada su protesta ante las declaraciones de John Foster Dulles, secretario de Estado de Estados Unidos, en las cuales reivindicaba la soberanía de ese país sobre la zona del Canal de Panamá, y un voto de simpatía propuesto por el delegado de Nicaragua Sofonías Salvatierra a favor de la arqueóloga y antropóloga Doris Stone por lo que se había dicho de Estados Unidos en el evento cuando se había tratado el tema de las relaciones de ese país con América Latina. Stone manifestó que, independientemente de su pasaporte estadounidense, debía considerársele únicamente como ciudadana centroamericana (Academia Costarricense de la Historia, 1957, pp. 43-46). Debe recordarse que Stone, vicepresidenta de la Academia de la Historia Costarricense, era la hija del magnate de la UFCo Sam Zemurray. En fin, el congreso aprobó un acuerdo a favor de la soberanía de Guatemala sobre Belice. El acuerdo sobre la ocupación británica de Belice en aquel contexto en donde aún estaba presente la intervención de Estados Unidos contra el gobierno del presidente de Guatemala Jacobo Arbenz, en 1954, es representativo de la prudencia con la cual se evitó hacer referencia a los problemas más candentes de la presencia estadounidense en la región centroamericana.

Uno de tales problemas era la desconfianza estadounidense en relación con el presidente de Costa Rica, José Figueres Ferrer, a quien había visto como filocomunista desde la época de la guerra civil y hasta poco antes del centenario.36 Es interesante que Figueres fue menos tímido que los participantes de este congreso, ya que abordó explícitamente la cuestión del expansionismo de Estados Unidos, quizás a la manera propia de los discursos del nacionalismo oficial costarricense. En su opinión, el episodio de Walker fue consecuencia de políticas internas equivocadas en los países centroamericanos y del hecho de que siempre había habido en Estados Unidos defensores de políticas expansionistas, los mismos que habían estado a favor de la esclavitud y de la secesión. La relevancia de la lucha de Costa Rica contra los filibusteros, según Figueres, radicó en que se sumó a los combates estadounidenses contra los esclavistas. De este modo, se presenta como el enemigo algo que dejó de existir hace mucho tiempo, es decir, los estados sureños, y se exime a los Estados Unidos de ese momento, 1956, y de un siglo atrás de sus intervenciones e intromisiones en la política de los estados centroamericanos.

Según Figueres, “Costa Rica, la tradicional amiga de los Estados Unidos, salió a detener a sus hijos descarriados de entonces” e hizo causa común con “quienes en el Norte combatieron la esclavitud y se opusieron a la Secesión”. En el presente, continúa, esas políticas equivocadas han sido superadas mediante la cooperación entre las dos Américas y la integración de Centroamérica, gracias a la acción de organismos como la OEA, la CEPAL y la ODECA. En un arrebato de inspiración Figueres concluye: “Así avanzan simultáneamente en nuestro tiempo la idea morazánica, centroamericanista; la idea bolivariana, hemisférica; y la idea lincolniana, libertaria”. En suma, el expansionismo es un pecado de algunos “malos hijos” de Estados Unidos, y Costa Rica tiene el mérito de haber colaborado con su “gran amigo” estadounidense en el combate contra esos “descarriados” y a favor de ideales y valores universales (Figueres, 1956, p. 12).37

Con el centenario tenemos al fin un retrato completo de Mora en el cual ya no resulta necesario recurrir a omisiones o silencios. El héroe mítico puede sobrevivir al fin a los lados oscuros de la persona real porque la posteridad está dispuesta a perdonárselos. También a partir del centenario van a coexistir dos tipos de escrituras sobre el personaje: la tradicional producida por los emprendimientos memoriales y una nueva surgida en el marco del reciente despegue del proceso de profesionalización de la disciplina de la historia en Costa Rica, a partir de la fundación de la Universidad de Costa Rica; ambas ciertamente se mantendrán en el género de la historia patria y en los parámetros del nacionalismo metodológico.38

Evidentemente, estas celebraciones destacaron por los usos políticos del pasado o por los abusos de la memoria y por el tinte militar de sus ceremonias, impuestos por el gobierno de Figueres. A diferencia de 1929, la sociedad civil parece haber desaparecido para convertirse en público espectador de las paradas de la Fuerza Pública junto con la Reserva Nacional y de los desfiles de estudiantes de primaria y secundaria. No obstante, según inferimos de un anuncio publicado en La Nación, a pesar de la represión que padecían, a nombre de un Comité Patriótico, los comunistas convocaron a un desfile de antorchas el 10 de abril, el cual recorrería del parque Cañas a la estatua de Juan Rafael Mora, donde participarían como oradores Carlos Luis Fallas y el joven Humberto Vargas Carbonell. En el anuncio se indica que hay permiso del Ministerio de Gobernación.39Recordemos de nuevo que el contexto de los festejos de 1956 fue el de la Guerra Fría a nivel internacional y el de un clima de anticomunismo exacerbado a nivel local.40 En el centenario, Mora y Santamaría gozaron de un glorioso consenso dentro de la comunidad nacional costarricense, pero la forma de celebrarlos puso en evidencia conflictos y tensiones de una nación profundamente dividida por su pasado reciente.

Sesquicentenario de la guerra y moramanía (2006-2014)

Con el desarrollo de los estudios históricos en Costa Rica, en el último medio siglo han ido apareciendo trabajos profesionales sobre distintos aspectos de la guerra contra los filibusteros. El fenómeno se incrementó, como era natural, en el marco de los festejos del sesquicentenario de la guerra. Los festejos oficiales conmemorativos no fueron particularmente lucidos, porque el gobierno del presidente Óscar Arias enfrentaba un conflicto y una fuerte oposición en relación con la aprobación del tratado de libre comercio de Centroamérica y República Dominicana con Estados Unidos. No obstante, el sesquicentenario fue ocupado en la opinión pública y en la esfera mediática por un fenómeno que he llamado moramanía, producido y orquestado por un nuevo emprendedor de la memoria de Mora, el periodista y asesor internacional en telecomunicaciones, Armando Vargas Araya.

Así, en este contexto se ha publicado un grupo de estudios en los cuales prevalece el uso político del pasado sobre la investigación histórica, de modo tal que amalgaman la memoria con la historia. Tales estudios pretenden rejuvenecer el desfalleciente excepcionalismo costarricense y exaltar a escalas míticas la figura de Juan Rafael Mora. Estos trabajos aportan también nuevo conocimiento al fenómeno de la guerra. Así por ejemplo, Raúl Arias Sánchez (2007) presenta una base de datos con los nombres de los soldados que fueron enlistados o movilizados en esa guerra. La lista está estructurada por provincias y localidades y clasifica los soldados entre ilesos y caídos. Por su parte, Juan Rafael Quesada (2010) ofrece una útil edición facsimilar del Clarín Patriótico y una colección de canciones y poesías escritas en tiempos de la guerra, publicada en 1857 por el guatemalteco Tadeo Gómez. Este documento está precedido por un ensayo en donde el autor, inscrito en la corriente llamada primordialista en los estudios del nacionalismo, trata de mostrar el carácter ancestral y plurisecular de la nación costarricense.41 Cabe agregar que ambos trabajos pretenden también denunciar el expansionismo de Estados Unidos.

De todos estos estudios, destacan los trabajos del citado Armando Vargas (2010) porque se inscriben en un proyecto más amplio y ambicioso de emprendimiento memorial en relación con la guerra y con la figura del presidente Mora. En efecto, en su primer libro este autor construyó un panegírico de Juan Rafael Mora, en un estilo acorde con su propósito, en el marco de una voluntad de revitalizar la ideología del excepcionalismo costarricense y también en la perspectiva primordialista de los estudios sobre las naciones y el nacionalismo. La parte más interesante de la obra es su presentación de la dimensión diplomática de la guerra y del alcance que tuvo a nivel internacional. El autor recuerda también lo ya señalado por otros, que la invención de la idea de América Latina fue consecuencia inmediata de la guerra contra los filibusteros.42 Pero lo más relevante es que el trabajo de Vargas forma parte de un emprendimiento de la memoria en el cual asoció al Estado costarricense para sacralizar la figura de Mora, a tal punto de haber creado el fenómeno que he llamado moramanía, un afán por rendir homenaje al personaje en cualquier lugar, ocasión y circunstancia. En este menester ha contado con el apoyo de los historiadores Arias y Quesada y de otras personas también emprendedoras de la memoria que se autodenominan moristas.

En el proceso de puesta en marcha de la moramanía se distinguen dos momentos principales: el primero se centró en la declaratoria de Mora como “héroe y libertador de Costa Rica” por parte de la Asamblea Legislativa en el año 2010, y el segundo se ocupó de la celebración del bicentenario, en 2014, del nacimiento de Mora.43 Vargas ha documentado detalladamente ambas iniciativas memoriales mediante un libro consagrado a cada una de ellas, obras cuya utilidad es indiscutible. Además, ha complementado su obra sobre Mora con dos trabajos, ya citados, que recogen sus escritos del personaje y una colección de artículos escritos sobre su figura en el último siglo y medio, tanto en el país como en el extranjero. También estas compilaciones pueden ser muy útiles para quienes quieran abordar el estudio del personaje, sea con fines memoriales o con propósitos de investigación científica (Aguilar y Vargas, 2014; Vargas, 2014).

Los componentes básicos del emprendimiento memorial de Vargas serían los siguientes: la oficialización de Mora como “héroe y libertador”; la invención de un nuevo vocabulario para referirse a la guerra antifilibustera, por ejemplo Gran Guerra Patria; la creación de algunos monumentos; la acuñación de la figura jurídica de asesinato de Estado para tipificar la ejecución de Mora, por lo cual el Estado costarricense ha debido pedir perdón, y la instauración de una nueva ortodoxia alrededor de la figura de Mora, que debe ser enseñada en el sistema educativo formal a nivel secundario, por medio del uso de su libro sobre Mora y de otros libros de algunos de sus asociados en este emprendimiento memorial. De este modo, en su papel de emprendedor de la memoria, Vargas logra que lo que empezó como un panegírico a Mora haya culminado en su declaratoria oficial como “héroe y libertador” por parte de la Asamblea Legislativa en septiembre de 2010 y con la imposición de una ortodoxia sobre cómo debe ser presentado Mora a los colegiales costarricenses. En fin, en complemento de lo anterior, Mora se ha convertido en un gran autor, el “primer gran ensayista” de Costa Rica, según consagrada expresión de Juan Durán Luzio, crítico literario y ferviente morista (Vargas, 2014, pp. 375-378).

Evidentemente que este “encuadramiento” de la memoria, en donde se decreta institucionalmente lo que es legítimo e ilegítimo decir sobre Mora, ha encontrado críticos y opositores en la opinión pública y en el mundo universitario, los cuales han señalado, en términos de las políticas de memoria, la hiperbolización y la unidimensionalización de la figura de Mora y, en términos de las políticas de investigación, los peligros que corre el estudio crítico y desapasionado de la historia ante tales abusos del pasado.44 Este problemático y sesgado emprendimiento memorial, que se toma amplias libertades con la investigación científica en el campo de la historia y que evade el debate crítico mediante la atribución al adversario de falta de patriotismo, ha dado como paradójico resultado el fenómeno de lo que llamaría Mora a la carta.

Efectivamente, como queda bien documentado en el libro de Vargas sobre la declaratoria de Mora como “héroe y libertador”, su emprendimiento memorial autoriza, con lo cual el autor está de acuerdo en nombre de lo que denomina curiosamente pluralismo, que cada uno haga el uso político en el presente que coyunturalmente le convenga de la figura de Juan Rafael Mora. Así, para algunos “el héroe y libertador” debe ser considerado un “empresario globalizador” y un precursor del TLC con Estados Unidos y para otros un apóstol del antiimperialismo y un mártir nacionalista. El fenómeno de Mora a la carta es una muestra muy clara de los extravíos de los abusos de la memoria, en los cuales contextos, actores, eventos y procesos históricos son convertidos en caricaturas y fantoches al gusto y conveniencia de los interesados. De esta manera, la proclamada intención de rendir reverencia al pasado se trastoca en una manipulación pedestre y de corto plazo de ese pasado supuestamente sacro. En este caso no puede ser mayor el divorcio entre la memoria, como uso político del pasado, y la historia, como disciplina con “pretensión veritativa”, cuya sola aspiración es y será tratar de saber quién era Juan Rafael Mora, pregunta para la cual nunca tendrá una respuesta definitiva, por la condición provisoria e inacabada que es consustancial a la investigación histórica.

El emprendimiento memorial de Vargas ha sido particularmente exitoso en las esferas gubernamentales y en el conjunto de la clase política, tanto por su consagración formal como “héroe y libertador” como por la declaratoria oficial del año 2014 como año del bicentenario. Los gobiernos de Laura Chinchilla y de Luis Guillermo Solís han sido acríticamente receptivos a la propuesta de Vargas y a su kit memorial que impone un vocabulario, una determinada narrativa y una cierta manera de ver al personaje. En este kit todo espíritu crítico ha desaparecido y una visión sesgada y mitificada de Mora se hace circular como verdad incólume en el sistema educativo y en los medios de comunicación. Respecto al Mora presentado durante el centenario y los años posteriores, la moramanía constituye un retroceso. No deja de resultar contradictorio y problemático que en una sociedad que se piensa como democracia ejemplar se promueva la idolatría de una figura histórica, algo más bien propio de regímenes políticos estigmatizados por los autodenominados demócratas costarricenses.

No hay duda de que notables, políticos, intelectuales y algunos empresarios se han convertido en seguidores del evangelio morista en la versión de Armando Vargas. El fenómeno no representa nada nuevo en lo que ha sido desde fines del siglo XIX la mirada del nacionalismo oficial gubernamental costarricense en relación con Juan Rafael Mora. No obstante, surge la pregunta sobre cuál sería la vigencia de la figura de Mora en el conjunto de la población costarricense. En primera instancia hay una respuesta evidente: durante los debates alrededor de la aprobación del TLC impuesto por Estados Unidos, en el 2007 y en los años previos, Mora y en general la memoria de la guerra contra Walker fueron utilizados profusamente por quienes se movilizaron en contra de la aprobación de dicho tratado; es decir, un gran sector de la población convirtió a Mora en símbolo de resistencia a Estados Unidos. Ahora bien, el proyecto memorial de Vargas, una nueva versión del viejo nacionalismo oficial gubernamental, a pesar de disponer de la maquinaria estatal, en particular el Ministerio de Educación Pública, y los medios de comunicación no parece tener gran eco en el conjunto de la población. El problema tiene que ver tanto con el desprestigio de la clase política en su conjunto y del sistema político como con los cambios sociales y culturales experimentados por el país en el último cuarto de siglo y que implican que la nación costarricense pase por un periodo de dudas existenciales y atraviese una etapa en la cual pareciera necesitar nuevos signos de identidad.

De todos modos, a la luz del libro conmemorativo del centenario y dada la circunstancia de que el emprendimiento memorial de Vargas ha tomado nuevas iniciativas como la fundación de una academia morista, del mismo modo que la llamada Tertulia del 56 ha sido revitalizada y que ahora los llamados moristas proponen la erección de un mausoleo para los hermanos Mora y para Cañas, podría ser que el emprendimiento termine siendo un fin en sí mismo en el cual lo que importa es el quehacer de los conmemorantes antes que el culto de los conmemorados.45

Conclusiones

Tras este recorrido por los procesos de fabricación de la figura heroica de Mora parece quedar claro que los elementos básicos que integran su retrato fueron establecidos en tiempos del propio Mora: abanderado del progreso, héroe de la guerra y víctima de una traición. También el escenario narrativo en el cual se debía colocar su figura fue construido por el propio Mora. Por otra parte, tras un momento de silencio y olvido en la esfera pública, desde fines del siglo XIX y principios del siglo XX y hasta el presente los usos políticos de Mora han sido básicamente de dos tipos: por un lado, los que se inscriben en un nacionalismo gubernamental que reconoce en él la defensa de la soberanía de Costa Rica y Centroamérica, pero que cuidadosamente no extrapola aquellos eventos hacia una lectura en términos del expansionismo territorial y la construcción imperial de Estados Unidos; por otro lado, están las lecturas que hacen de Mora y de la guerra contra los filibusteros una lectura antiimperialista y de denuncia de la política exterior de Estados Unidos y de las actividades de sus empresas, como las compañías bananeras.

Es interesante agregar que otra forma de uso político de Mora y de la guerra circuló en Costa Rica a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, tras la derrota de los comunistas costarricenses en la Guerra Civil de 1948 y en el contexto de la Guerra Fría. Según esta lectura, se colocaba a Mora y a Juan Santamaría en oposición a los “comunistas criollos” porque estos eran considerados agentes del “imperialismo soviético”. Esta visión fue promovida por distintos actores y sectores, pero en forma muy especial por el Movimiento Costa Rica Libre, agrupación de extrema derecha con fuertes tendencias militaristas, al menos en su discurso. Como es de suponer, esta lectura se fue desvaneciendo en la década de 1990 tras la caída del Muro de Berlín. Es posible que haya sido revivida, pero sin el vigor de antes, apelando al espantajo del presidente de Venezuela Hugo Chávez y al de su epígono Nicolás Maduro, quienes supuestamente habrían tenido oscuras injerencias en la política local. Como ya se dijo, otro uso o abuso de la memoria de Mora ha surgido recientemente alrededor de los conflictos limítrofes entre Costa Rica y Nicaragua, en la región del río San Juan.

Aquí no se ha abordado la cuestión de las relaciones entre los héroes Mora y Santamaría. En mi opinión han terminado coexistiendo pacíficamente desde al menos los albores del siglo XX. No obstante, el fenómeno de la moramanía y los debates alrededor del TLC han dado más protagonismo a Mora que a Santamaría. Posiblemente, esto tenga que ver con los cambios socioeconómicos y socioculturales de Costa Rica, desde hace medio siglo, en los cuales un mundo rural y supuestamente idílico ha ido desapareciendo para dar lugar a una sociedad urbanizada, marcada por la desigualdad y preocupada por el tema de la violencia. Aparentemente, en la época de la globalización tendría más posibilidades de sobrevivencia Mora que Santamaría, aunque de todos modos no es claro que esta época dé fácil cabida a políticas memoriales establecidas en tiempos de la formación del Estado y de la invención de la nación en el siglo XIX.

Para terminar, aunque en el presente en la historiografía costarricense es clara una diferencia entre quienes se ocupan de la guerra y de Mora como historiadores profesionales y quienes escriben libros en el marco de emprendimientos memoriales y con fines de usos políticos del pasado, es interesante señalar que el encuadre narrativo codificado por Mora sigue delimitando tanto a los historiadores profesionales como a los emprendedores de la memoria. En este sentido, ambos grupos siguen siendo fieles, conscientemente o inadvertidamente, al nacionalismo metodológico, el cual impone como necesidad insuperable un enfoque nacional cuando se analiza la guerra. Persiste entre ambos grupos un desinterés por la historiografía de la guerra producida en los otros países centroamericanos y hasta cierto punto por la producida fuera del istmo. Una historia conectada de esta guerra está aún por escribirse, así como la de los héroes centroamericanos fabricados en relación con ella.

Por tal razón, no deja de llamar la atención el siguiente texto escrito por el profesor Jesús Murillo, uno de los premiados en el concurso literario organizado en Alajuela, en el prólogo del citado Libro de Oro de 1958:

No sabían aquellos hombres [los soldados costarricenses], hombres en toda la extensión de la palabra que estaban llevando a cabo el primer acto de un drama que iba a terminar en el escenario de los Estados Unidos de Norte América. Efectivamente, nuestra Campaña Nacional debe ser considerada como la primera victoria de los abolicionistas que llevaron al poder a Abraham Lincoln, gestor máximo de la Guerra de Secesión. Cuando en 1859 llegó aquel insigne ciudadano al Poder, ya en Costa Rica había recibido la esclavitud el primer golpe en la persona de William Walker. Es por esto por lo que la Campaña Nacional reviste mayor grandiosidad y sus héroes no sólo lo son de esta tierra, sino que pertenecen a la historia de la humanidad. (p. 14).

Como hemos visto, la idea no es original, ya que había sido usada en otras ocasiones, pero no deja de sorprender en este cándido despliegue de lirismo nacionalista un atisbo intuitivo de gran agudeza sobre las conexiones y las dimensiones globales de la guerra de los estados centroamericanos contra los filibusteros, tanto en lo que se refiere a la formación de imperios como a la construcción de los estados y la invención de las naciones en el siglo XIX, obliterados por las historias patrias y los usos políticos encuadrados en el nacionalismo metodológico.

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44Véanse: Don Juan Rafael Mora. El proceso parlamentario de su proclamación como Libertador y Héroe Nacional, por A. Vargas (Ed.), 2011, Costa Rica: EUNED; Comisión Nacional del Bicentenario Morista. Informe Final. Bicentenario del Padre de la Patria, por Vargas, A. (Ed.), 2015, Costa Rica: Imprenta y Litografía LIL. Esta obra se presenta en una edición muy lujosa con abundantes ilustraciones y fotografías.

Recibido: 04 de Agosto de 2015; Aprobado: 25 de Septiembre de 2015

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