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Diálogos Revista Electrónica de Historia

On-line version ISSN 1409-469X

Diálogos rev. electr. hist vol.14 n.2 San Pedro Sep./Dec. 2013

 

Londres, capital de América: Francisco de Miranda y sus proyectos emancipatorios

London, capital of America: Francisco de Miranda and his emancipatory projects

Francisco Martínez Hoyos1*

*Dirección para correspondencia:


Resumen

A principios del siglo XIX, Londres se convirtió en el refugio de numerosos patriotas sudamericanos. Sin duda, Francisco de Miranda fue el más ilustre de todo ellos. Este artículo explora como el precursor venezolano procuró influir por diversos medios en la opinión pública británica, con el objetivo de ganar apoyos para la causa de la independencia de Hispanoamérica. Para ello, tuvo contactos al más alto nivel y se dedicó a la propaganda, con iniciativas como el periódico El Colombiano. A los gobernantes ingleses, sin embargo, no les interesaba tanto la causa de la libertad como debilitar al imperio español.

Palabras claves: Francisco de Miranda, William Pitt, Latinoamérica, independencia, Londres, Venezuela, El Colombiano.

Abstract

In the early nineteenth century, London became the refuge of many American patriots. Undoubtedly, Francisco de Miranda was the most illustrious of them all. This paper explores how the Venezuelan precursor sought by various means to influence British public opinion, in order to gain support for the cause of independence in Latin America. To do this, he had contacts at the highest level and devoted to propaganda, with initiatives such as the newspaper El Colombiano. A British rulers, however, were not interested so much the cause of freedom as to weaken the Spanish Empire.

Keywords: Francisco de Miranda, William Pitt, Latin America, independence, London,  Venezuela, El Colombiano.


“Desde las orillas de Inglaterra, diste aliento al clarín, que el largo sueño disipó de la América”. Estos versos, extraídos de la Alocución a la Poesía de Andrés Bello, reflejan la profunda vinculación de Francisco de Miranda (1750-1816) con Gran Bretaña. Este país no fue solo su base de operaciones, desde donde trazó sus planes para independizar de España los territorios americanos. También, le proporcionó una tradición política y cultural en la que reconocerse, un modelo alternativo al absolutismo hispánico. El sistema parlamentario, como bien sabía el Precursor, garantizaba una libertad única en el continente europeo. Por eso, al aconsejar a Bernardo O’Higgins, le dice que no existe otro país, a excepción de Estados Unidos, donde se pueda hablar libremente de política. En todos los demás, tratar ciertos temas exige interlocutores de probada lealtad si uno quiere estar a salvo de los traidores.

Miranda, al igual que San Martín, inició su trayectoria profesional como militar en el ejército español. En 1776, un “favor especial” le permitió visitar durante tres meses Gibraltar, en calidad de invitado. En la Roca profundizó en sus conocimientos sobre Inglaterra, país al que ya admiraba por su régimen liberal. Ansioso por enriquecer su formación, en Madrid adquiere todo tipo de libros, entre ellos obras de importantes autores ingleses como Hume y Locke. Ellos, junto a ilustrados franceses como Rousseau o Voltaire, le llevan a poner en cuestión el pensamiento tradicional en el que ha sido educado.

El estallido de la guerra de independencia de Estados Unidos le conduce de vuelta a América, donde participará en diversas operaciones militares, la toma de Pensacola entre ellas. Su carrera, sin embargo, se vio truncada a raíz de una denuncia por contrabando, seguramente el pretexto para una venganza personal. Para evitar el juicio, deserta e inicia un viaje por tierras norteamericanas, donde permanecerá año y medio. Él, como otros europeos de ideas avanzadas, identifica a la naciente República con la “tierra de la libertad”.

Las cartas de recomendación que le proporcionó Cagigal, su antiguo superior, le abrieron las puertas de círculos influyentes. Su viaje por Norteamérica, según Mario Hernández Sánchez-Barba, “constituye la expresión más acabada de la curiosidad de un hombre en su deseo de penetrar hasta la más íntima raíz: el conocimiento de una sociedad nueva y de los supuestos políticos, sociales y económicos que la configuran”.

El sistema democrático americano, tan distinto al absolutismo europeo, le suscita en principio simpatías. Las Cortes de Justicia, por ejemplo, le producen una admiración entusiasta. “No puedo ponderar el contento y gusto que tuve al ver practicar el admirable sistema de la constitución británica. ¡Válgame Dios! ¡Qué contraste con el sistema legislativo de la España!”. Pero, también, expresa su disconformidad con la Constitución de Massachusets de 1780. No aprueba que las leyes concedan todo el poder a los propietarios sin tener en cuenta la “virtud”, es decir, el mérito. Los que gobiernan deben ser la minoría estudiosa, no los ignorantes. “(...) y si consideramos que toda la influencia estando dada por su Constitución a la propiedad, los miembros principales no deben ser por consecuencia los más sabios, ni los senadores y miembros de Asamblea otra cosa que gentes destituidas de principios ni educación”.

Tampoco le agrada la promiscuidad entre las clases sociales. Por eso comenta despectivamente que en la Asamblea legislativa de un Estado “uno era sastre hace cuatro años, otro posadero, otro herrero”.  No le parece bien que todo el mundo pueda sentarse a la misma mesa, como muestra la siguiente anécdota acaecida en Springfield, Massachusetts: “El espíritu de republicanismo es tal en este país que el mozo de mulas que gobernaba el carruaje y todos los demás nos sentábamos juntos a la mesa, y no fue con poca pena que hube de conseguir el que a mi criado le diesen de comer separadamente”.

Hacia finales de 1784, Miranda está cansado. Su salud se ha resentido ante los continuos viajes de los dos últimos años. El esfuerzo, por suerte, no ha sido en vano. Tanto desplazamiento le ha dado fama y le ha contribuido a relacionarse con personas importantes. En Estados Unidos ha comprobado como un sistema liberal favorece la economía y tiene efectos benéficos sobre las costumbres, de ahí que admire cada vez más “el arcano maravilloso de la Constitución británica”1.

La idea de convertirse en el Washington de América Latina todavía resulta prematura, pero se le antoja a cada paso menos irrealizable. Según John Adams, su tema permanente no era otro que la independencia de la América española. Pero, para cumplir este sueño, aun tiene que completar su formación. Compra un pasaje del Neptuno, el barco que le llevará desde Boston a Londres, y se prepara para nuevas aventuras.

Los Inicios de un Conspirador

Es fácil imaginar la emoción que Miranda debió sentir cuando pisó por primera vez territorio británico, el 31 de enero de 1785. Londres, con su opulencia, le impresionó. Creía que en el Támesis había tantos barcos y tanto comercio como en todos los demás ríos del mundo juntos.

Por suerte, sabía donde dirigirse. Sus amigos norteamericanos le había provisto de abundantes cartas de presentación para personalidades inglesas. Una de ellas, destinada a introducirle en el círculo de Lord North, le presentaba como un ciudadano del mundo que viajaba para ampliar su caudal de conocimientos. Consiguió así nuevas relaciones que le guiaron en su nuevo hogar, el paraíso de los ilustrados de la época. El rey, lejos de ser un déspota como en otros países, tenía que sujetarse a una constitución y acatar las decisiones del parlamento. El ciudadano corriente, mientras tanto, no estaba sujeto a las arbitrariedades del poder.

Alojado en un hotel londinense, vivió con cierto desahogo para extrañeza del embajador español, que no acertaba a saber de donde sacaba fondos. Con tiempo y dinero, podía dedicarse a hacer turismo y aumentar su instrucción. Como buen admirador de la cultura británica, no tardó en acudir como espectador a los debates del parlamento. La Cámara de los Comunes no le debió defraudar, ya que se refirió a ella como una “sublime escuela de política y de legislación”.

Compartía sus aspiraciones de libertad con políticos e intelectuales ingleses. En the Political Herald and Review, un artículo anuncia que en Londres se encuentra un “hispanoamericano de mucha valía” que aspira a “la gloria de ser el libertador de su país” (Citado en Antepara 2006, 24-25). Se trata de un hombre de penetrante entendimiento y sublimes puntos de vista. El texto no va firmado, pero los lectores avisados saben perfectamente a quién se refiere. En Estados Unidos, el editor de un periódico comenta que la descripción que ofrece corresponde con mucha exactitud a la del coronel Francisco de Miranda, el mismo que había pasado varios días en New Haven, en agosto de 1784.

El gobierno español temía sus planes, por lo que ordenó a su embajador en Londres, Bernardo del Campo, una estrecha vigilancia de sus movimientos. Un tal Joaquín de Quintana, comerciante que vivía en Filadelfia, había comunicado a Madrid que el caraqueño pretendía “dar ideas y proyectos al Gobierno Inglés contra la España”2. La metrópoli estaba, pues, alerta. Aquel prófugo podía ocasionar graves contratiempos, sobre todo por los muchos e interesantes documentos que llevaba consigo, relativos a las colonias americanas y al estado de sus fortificaciones. En caso de guerra, esta información se revelaría crucial. El enemigo podría utilizarla para planificar sus ataques, conociendo de antemano los puntos más débiles de las defensas. Tres cofres, dos grandes y uno pequeño, guardaban estos papeles. Su dueño dedicaba parte de su tiempo a copiar los más importantes, seguramente para entregarlos a los británicos.

La diplomacia española observaba con inquietud sus influyentes aristócratas del país, como lord Howe o lord Sydney. El peligro, desde el punto de vista de Madrid, no podía resultar más evidente. Miranda, sin embargo, no guardaba la discreción que sus planes requerían. En un intento de atraer la atención, hablaba más de la cuenta, presumiendo de la importancia de sus documentos y de que él solo podía hacer más daño al imperio español que un ejército enemigo. Como es natural, este tipo de comentarios llegaba a oídos de la embajada española. Su jefe, Bernardo del Campo, consideraba a Miranda capaz de sacar adelante cualquier proyecto audaz. Aquel era un hombre “de mucho talento, de gran travesura y de una instrucción más que mediana; pero que es fanático en sostener los principios de libertad contra todo gobierno”.

Pero Inglaterra, en esos momentos, no se mostraba receptiva a los sueños mirandinos. Según el propio Precursor, explicaría años más tarde, el país no estaba aun preparado para apoyar la libertad de las colonias españolas porque hacía muy poco que acaba de perder las suyas, en una guerra que había suscitado cuantiosos gastos al erario.

Por tanto, dada la imposibilidad de encontrar interlocutores que le respalden, nada mejor que iniciar un viaje por todo el viejo continente con vistas a adquirir conocimientos sobre los diversos sistemas políticos. Sin embargo, el tiempo transcurrido entre los británicos no ha sido en vano: la red de contactos que establece entre políticos, militares, periodistas y reformadores, entre ellos John Turnbull, Jeremy Bentham o Lord Shelburne, justifica por sí sola la estancia.

Tras abandonar la isla, pues, será el primer latinoamericano en realizar un viaje a través de países como Prusia, Austria, Hungría, Italia y Grecia. En el setecientos, viajar es una herramienta de formación cada vez más valorada por la aristocracia y la incipiente burguesía, sobre todo en la industrial Gran Bretaña, donde existen círculos ilustrados con suficientes recursos económicos para permitirse los dispendios que ocasiona ir de acá para allá.

Con Pitt,  Frente a Frente

Tras su largo periplo europeo, Miranda regresó a Londres  y aprovechó, una vez más, para realizar actividades culturales de todo tipo. Va a pedir al gobierno británico que le ayude a independizar América, pero no es el primero en sugerir al gobierno de Su Majestad un proyecto de este tipo. A lo largo del siglo XVIII, Inglaterra, por su rivalidad con España, se presentaba como la aliada natural para los americanos descontentos con el yugo hispano. Dejando aparte algunos antecedentes más o menos dudosos para emancipar el Perú, el Río de la Plata o la Nueva España, hay que citar el intento del antiguo jesuita chileno Juan José Godoy. Parece ser que este, en 1781, solicitó el apoyo naval de Londres para independizar Chile, Perú, Tucumán y la Patagonia. Al no encontrar una actitud receptiva se marcha a Estados Unidos. Capturado por los españoles, morirá en prisión. El paralelismo con la biografía del Precursor, como puede fácilmente observarse, es sorprendente.

Más o menos por las mismas fechas otro jesuita, el peruano Juan Pablo Viscardo y Guzmán, pide a Gran Bretaña que intervenga en apoyo de la sublevación de Tupac Amaru, enviando una fuerza militar al Río de la Plata. El propio Viscardo se ofrece para tomar parte en la expedición. Los ingleses, sin embargo, acaban de firmar con España el tratado de Versalles. No entra en sus horizontes más inmediatos embarcarse en un nuevo conflicto.

Por fin, el 14 de febrero de 1790, se enfrenta a una auténtica prueba de fuego. William Pitt, el primer ministro, lo recibe en Hollwood. Se encontraban frente a frente dos hombres totalmente opuestos. El venezolano era ante todo un personaje mundano, con más talento para sobresalir en las reuniones sociales, que en el mundo frío y despiadado de la política. Para mostrar su capacidad de persuasión, el Precursor necesitaba interlocutores que gustaran del placer de una buena conversación y supieran apreciar una personalidad apasionada y brillante como la suya. El inglés, en cambio, era un estadista frío y calculador.

Diferencias de carácter aparte, Miranda y Pitt miraban la realidad política con muy distintos ojos. Para el primero, la revolución francesa que había estallado el año anterior era un acontecimiento positivo, expresión de unos valores de libertad, igualdad y fraternidad que todavía no se habían visto contaminados por el terror de Robespierre ni por el imperialismo de Napoleón. Para el segundo, en cambio, las ideas de la Francia revolucionaria se extendieran a otros países, con imprevisibles consecuencias.

Miranda salió muy satisfecho del encuentro y, tres semanas más tarde, dirigió al mandatario inglés una propuesta para que Inglaterra ayudara a la América española a independizarse de su metrópoli. En primer lugar, el caraqueño justificaba la emancipación por la “opresión infame” que la Península ejercía “negando a sus naturales de todas clases el que puedan obtener empleos militares, civiles o eclesiásticos de alguna consideración”. Además, el tribunal de la Inquisición, con su férreo control de la producción editorial, impedía el progreso de la cultura y degradaba el entendimiento humano, “haciéndole supersticioso, humilde y despreciable”. En esta situación, los latinoamericanos tenían derecho a sacudirse dominación tan tiránica, para constituir entonces “un gobierno libre, sabio y equitable; con la forma que sea más adaptable al país, clima e índole de sus habitantes”.

Decía el Precursor que, por su mayor población y sus superiores riquezas, América hubiera podido por sí sola expulsar a los españoles. El problema estribaba en la inmensidad del continente y sus más que deficientes comunicaciones. La ausencia de caminos imposibilitaba el desplazamiento por tierra y forzaba a efectuar viajes marítimos, aunque ni así era posible divulgar una noticia de un lugar a otro, porque, según nuestro amigo, no existía en todos los dominios españoles “una sola gaceta por donde comunicar las ocurrencias de una a otra Provincia”. De esta forma, una acción mancomunada contra el enemigo resultaba totalmente imposible.

¿Cómo convencer a Inglaterra, primera potencia naval del mundo, para que apoyara la causa? Miranda tentó a Pitt con promesas de carácter económico:

La América tiene un vastísimo comercio que ofrecer con preferencia a la Inglaterra; tiene tesoros con qué pagar puntualmente los servicios que se le hagan, y aún para pagar una parte esencial de la deuda nacional de esta nación; por cuyas razones, juzgando de mutuo interés estos importantes asuntos, espera la América que uniéndose por un pacto solemne a la Inglaterra, estableciendo un gobierno libre, y semejante, y combinando un plan de comercio recíprocamente ventajoso, vengan estas dos naciones a formar el más respetable y preponderante cuerpo político del mundo3.

La prosperidad mercantil se vería acrecentada por una audaz empresa que a Miranda, como buen visionario, se le antoja “sin mayor dificultad”. Anticipándose en un siglo a su realización material, plantea la posibilidad de construir “un Canal de navegación en el Istmo de Panamá, que facilite el comercio de la China, y del Mar del Sur”4.

Para llevar a buen término las operaciones militares, solamente serían precisos unos 15 navíos de línea y entre 12 y 15.000 soldados de infantería.

Con el fin de convencer a los británicos de lo viable de su propuesta, Miranda entregó a Pitt diversos informes de alto valor estratégico, entre los que sobresalía el dedicado a la población y situación económica y militar de la América española. Se equivocó totalmente, ya que a cambio de estos valiosos documentos no recibió contrapartida alguna. Como señala Manuel Lucena, el caraqueño no supo estar a la altura de las circunstancias: “Cuando debió haber sido un político, Miranda se comportó como un mero aprendiz”.

Pitt supo manipularle hábilmente y alimentar sus esperanzas sin comprometerse a nada en concreto. En aquellos momentos, el Precursor solo era un peón en el complicado juego de la diplomacia internacional. Inglaterra y España estaban entonces al borde de la guerra a raíz del incidente de Nootka (Canadá, cerca de Vancouver), donde navíos españoles habían sido apresados por balleneros ingleses. Mientras duró la tensión entre ambos países, Pitt pareció dispuesto a financiar un ataque contra las colonias españoles. En cambio, cuando Londres y Madrid llegaron a un acuerdo, Miranda dejó de ser necesario. Este, al darse cuenta de que había sido utilizado, sintió una furia incontenible. “He sido vendido por un tratado de comercio con España”5, comentó amargado.

Instrumento de la Política Britanica

Decepcionado con las autoridades británicas, Miranda parte hacia Francia, entonces inmersa plena efervescencia revolucionaria para disgusto de los gobernantes ingleses, que miraban con aprehensión lo que a sus ojos constituía un exceso de radicalismo. Como señala una de sus biógrafas, Karen Racine, cambiar de país debió ser una decisión difícil para un hombre que admiraba el parlamentarismo inglés por encima de cualquier otro sistema político y que no conseguía empatizar con los franceses, a los que consideraba un pueblo inmaduro.

Será aquí donde viva uno de los periodos más intensos de una vida ya de por sí repleta de aventuras y emociones fuertes. Se convertirá, ni más ni menos, en uno de los generales de la República francesa. En calidad de tal, su nombre aparece en el famoso Arco del Triunfo de París, como cualquier observador atento puede comprobar, al lado de grandes figuras militares como Lafayette, Pichegru, Bernadotte o Carnot. Encarcelado durante el Terror, consigue salvarse in extremis y acaba regresando a Inglaterra.

De sus problemas financieros se encarga su amigo John Turnbull, un capitalista que le adelanta las considerables sumas que necesita para vivir y desarrollar sus planes. No por altruismo, ciertamente, sino como inversión. Está seguro de que una América independiente será un gran negocio, del que se beneficiará tanto Inglaterra como él. Seguramente esperaba, a cambio de su apoyo, que la Turnbull and Forbes recibiera concesiones o monopolios cuando las colonias dejaran de ser españolas.

Aficionado a las reuniones en Petit Comité, Pitt recibe al Precursor el 16 de enero de 1798, de nuevo en su casa de campo de Hollwood. El inglés aparenta estar muy interesado en los proyectos secesionistas del venezolano ya que, en esos momentos, Gran Bretaña está en guerra con España, país que desde hace dos años va a remolque de la gran enemiga de Londres, la Francia revolucionaria. A Pitt, por tanto, le preocupa la forma de gobierno que tendrán las colonias.

En cualquier caso, tenía muy claro lo que no deseaba: que en América Latina se reprodujera el sistema revolucionario francés. Con tal de evitar tal posibilidad, prefería que ésta permaneciera cien años bajo “el opresivo gobierno del rey de España”. Para disipar sus temores, Miranda le respondió que implantaría un régimen muy similar al de Gran Bretaña, es decir, una monarquía constitucional en la que el jefe del Estado sería un Inca o soberano hereditario. El poder legislativo estaría en manos de una Cámara de Comunes y otra de Nobles. Una vez libre, si así lo exigieran las circunstancias, América se aliaría con Inglaterra y Estados Unidos para luchar contra los odiosos principios de la “pretendida Libertad francesa”.

Astuto y manipulador, Pitt le hace ver a Miranda que la ayuda inglesa que él busca puede hacerse realidad. Una vez que este se siente confiado, satisfecho por las atenciones que le dispensa su interlocutor, el británico entra en materia y le pregunta sobre lo que verdaderamente le importa. ¿En que situación se encuentra Francia? ¿Es cierto que París proyecta ocupar Inglaterra? ¿Estará el general Bonaparte al mando del ejército invasor? El Precursor, por su parte, intenta hacerse perdonar su etapa al servicio de la revolución gala, y responde que Napoleón es partidario de atacar la Isla, convencido como está de que la conquista no planteará mayores problemas si el desembarco tiene éxito.

A Pitt  le  interesaba  obtener  información  sobre  sus  enemigos  galos.  La suerte de América Latina, en cambio, distaba de ser una de las prioridades de su agenda. De hecho, ni siquiera se molestó en tratar el asunto con los ministros de su gobierno. Una cosa era escuchar con educación, otra muy distinta tomarse en serio a un criollo fantasioso que le pedía, ni más ni menos, 27 barcos y 12.000 hombres, que actuarían conjuntamente con otra fuerza, esta norteamericana, compuesta por 5.000 soldados. Mientras los españoles mantuvieran sus territorios a salvo de la influencia francesa, el gobierno de Su Majestad no vería necesidad de intervenir.

Refugio de Patriotas

A la hora de valorar este tipo de gestiones, hay que tener muy presente que el venezolano no era, ni mucho menos, el único latinoamericano que buscaba el respaldo británico para sus proyectos secesionistas. Como dice Nelson Martínez Díaz, el Londres de principios del siglo XIX se convirtió en el centro de una auténtica internacional revolucionaria. En diferentes momentos, pero siempre con la compañía de algún correligionario, llegaron a la capital del Támesis fray Servando Teresa de Mier, José de San Martín, Simón Bolívar, Andrés Bello, Antonio Nariño y Bernardo O’Higgins.

Todos llegaban a Londres en busca de lo mismo, respaldo económico y militar. Los ingleses alientan sus aspiraciones, pero lo que de verdad buscan es la forma de servirse de unos exiliados que tal vez les puedan ser útiles en su lucha contra España. Por aquello del divide y vencerás, les mantienen aislados. Así, al no conocerse los unos a los otros, resultan más fácilmente manipulables. Miranda, por ejemplo, ignoraba que viviera también en Londres el jesuita peruano Juan Pablo Viscardo. Cuando éste falleció, en febrero de 1798, dejó entre sus escritos su famosa Carta a los Españoles Americanos, en la que abogaba por la independencia de las colonias.

Miranda traduce al español este importante documento, escrito originalmente en francés, lo hace imprimir y manda enviarlo a Trinidad, para que desde allí se distribuyera por Venezuela.

Los británicos, en 1797, arrebataron Trinidad a los españoles. ¿Iba a convertirse la isla en una base de futuros ataques británicos contra los territorios hispanos continentales? La posibilidad era muy real, sobre todo con el nuevo gobernador de la isla, Thomas Picton, alentando a los caraqueños a rebelarse con la promesa del libre comercio. Para las autoridades coloniales, no cabía duda de que Miranda, el temible prófugo, se colocaría a la cabeza de una hipotética fuerza agresora. Sabían perfectamente que se dedicaba a difundir propaganda subversiva contra el gobierno, difundiendo unos “libritos de 30 hojas” llenos de “infernales ideas”. Es decir, la carta de Viscardo.

En Londres, el Precursor mantenía correspondencia con los criollos revolucionarios de América, y centralizaba los informes relativos a la situación de las diferentes provincias. Su casa y su biblioteca estaban a disposición de todos aquellos que trabajaban “por la independencia y las libertades del continente colombiano”. Sus colaboradores recorrían el viejo mundo y el nuevo, tanto en busca de apoyo para sus proyectos como para transmitir informaciones confidenciales. María Teresa Berruezo León señala que Miranda había congregado a su alrededor a unos cuantos jóvenes hispanoamericanos que se reunían en la magnífica biblioteca de su casa, a los que relataba sus experiencias mientras hablaban de política internacional y empresas bélicas.

Sus relaciones con el gobierno británico, como siempre, evolucionan al compás de la política internacional. En Londres existe, en palabras de John Lynch, un lobby integrado por políticos, hombres de negocios, militares y marinos, dedicados a presionar a favor de una intervención en América Latina. El secretario de guerra, Henry Dundas, es la cabeza visible de este grupo. Junto a él encontramos al abogado Nicholas Vansittart, secretario del Tesoro y buen amigo del Precursor. Con esta red de contactos, Miranda, como bien dice Lynch, estaba en su elemento.

En 1801 presenta a Henry Addington, el primer ministro que ha sucedido a Pitt, un proyecto constitucional para la nación de sus sueños: una América unida, desde México a la Patagonia, que tendría su capital en Panamá, una ciudad que se llamaría Colombia en honor del descubridor.

En una primera fase, un gobierno provisional regiría las antiguas colonias hasta que lograran su plena independencia. Todos los ciudadanos con un determinado nivel de renta tendrían derecho al sufragio; la discriminación se establecía en función de la posición económica, no del color de la piel. El catolicismo romano sería aceptado como la religión oficial, pero las otras confesiones serían respetadas.

Consolidada la libertad de la nueva nación, se repartirían tierras entre los indios casados para que pudieran disfrutar del derecho al voto. La participación política va indisolublemente ligada al disfrute de la propiedad; no se trata de una disposición arbitraria: como tiene algo que perder, el propietario es más conservador ante los cambios políticos. El poder legislativo será ejercido por una cámara que recibirá el nombre de Dieta Imperial. Este órgano elegirá a los dos Incas que integrarán el poder ejecutivo. Mientras uno permanezca en la capital, el otro recorrerá las provincias.

Mientras Miranda soñaba, sus amigos ingleses estaban más preocupados en apoderarse de bases navales que les permitieran desarrollar su comercio en América, fuera legal o clandestino. Incluso consideraron la posibilidad de, simple y llanamente, anexionarse los dominios españoles. A veces fingían que estaban realmente dispuestos a pasar a la acción y hasta daban esperanzas concretas, pero la finalidad última de su proceder era asustar al gobierno español para arrancarle así concesiones.

Para Lourdes Díaz-Trechuelo, el Precursor libra aquí, sin otras armas que su astucia, la campaña más dura de su vida; tiene en su contra a unos políticos muy hábiles que “le invitan a comer para hablar de planes de acción, pero dejan que una y otra vez todo quede en palabras”. En 1801, cuando todo parecía dispuesto, una nueva demora: Londres pretendía que un comandante británico figurase en la expedición independentista, intromisión que Miranda no estaba dispuesto a tolerar. De esta forma, nuestro amigo se convirtió en un simple instrumento de la negociación que culminó con Paz de Amiens, en 1802, entre Gran Bretaña y Francia. Lo único que le quedaba era criticar la perfidia de los ingleses.

Este en sustancia es el resultado de nuestro asunto al cabo de tanto tormento y véanos Vd. aquí a la disposición de Inglaterra, que nos entregará a la España o a la Francia, según le acomode para sus intereses, no obstante la estipulación formal que hicimos a mi arribo de que si la Inglaterra no nos podía ayudar nos iríamos a nuestro país para hacer por sí mismos lo que pudiésemos... ¡Válgate Dios por la mala fe! ¡Y los pobres americanos, en que tumbo de dados está vuestro destino futuro!6.

Propagandista de América

En 1806 conseguirá, por fin, pasar de las teorías a los hechos. Intenta por dos veces invadir Venezuela, pero, falto de apoyo, tiene que retirarse. No todo, sin embargo, es negativo. The Times ha prestado una cobertura excepcional a su iniciativa, con más de ciento ochenta artículos, en su mayoría favorables al proyecto libertador. Esta repercusión mediática, en opinión de Maria Teresa Berruelo, se debió a un conjunto de razones:

Tanto la prensa inglesa como la norteamericana reservaron grandes espacios a esta expedición. La mayoría de los periódicos elogiaron a Miranda y simpatizaron con su plan. Esta buena acogida fue debida al apoyo que le prestaron los liberales de entonces, al proyecto de liberación hispanoamericana y también a que la figura de Miranda era bastante conocida en Inglaterra y Estados Unidos7.

Hay que tener en cuenta, además, que en aquellos momentos España era aliada de Napoleón, y que este era el mortal enemigo de Gran Bretaña. Por tanto atacar a los españoles y arrebatarles sus colonias resultaba necesario para vencer el poderío de Francia. Sobre todo teniendo en cuenta que la Corte de Madrid se caracterizaba por su exagerado seguidismo respecto a la política de Bonaparte. Esta era la idea que expresaba The Times en su edición del 3 de julio de 1806: “mientras España permanezca en su actual estado de subordinación al querer del Corso, cada disminución de su territorio y de sus recursos puede considerarse como un golpe dado al poder de Francia y un ataque a la ambición del tirano que la gobierna” (Citado en Rosas 1964, 21).

De 1807 a 1810, según María Teresa Berruezo, tenemos al Miranda propagandista y periodista por excelencia. Es en el primero de esos años cuando colabora con su amigo William Burke para publicar un folleto titulado South American Independence. Para convencer al gobierno inglés, sus argumentos dan una especial importancia al comercio. Gran Bretaña, según ellos, tiene que abrirse hacia el Nuevo Mundo si no quiere que el bloqueo de Napoleón la estrangule económicamente. En las complicadas circunstancias del momento, América podía convertirse en el mercado alternativo que el país necesitaba.

La intervención inglesa, además, debe frenar la temida expansión de la Francia bonapartista en el Nuevo Mundo Naturalmente, Burke, que es quien firma el panfleto, presenta a Miranda bajo la luz más favorable.   Es el héroe que ha emprendido la gesta de liberar su tierra natal de la opresión española, una misión que culminará con éxito, sin duda, “si el Gobierno británico le asiste a tiempo con
4.000 soldados”8.

Pareció, en un primer momento, que las cosas progresaban. Le reciben en el Foreign Office y alientan sus esperanzas, hasta el punto de hacerle creer que sus proyectos van a llevarse a cabo con prontitud. Miranda lanza las campanas al vuelo y escribe a sus contactos en Trinidad, anunciando las buenas noticias. Se ha precipitado. El jarro de agua fría se lo lanza Castlereagh, que le dice claramente que él no es nadie para ir anunciando según que decisiones. Con todo, aun quedan posibilidades abiertas. Se entrevista entonces con el futuro duque de Wellington, sir Arthur Wellesley. Son dos hombres muy distintos y no llegan a entenderse. Mientras el venezolano se pierde en sus ensoñaciones sobre la constitución de un estado latinoamericano, el inglés se interesa por los detalles prácticos. ¿Qué posibilidades hay de que una expedición al Nuevo Mundo alcance el éxito militar? Aquí es donde el Precursor no sabe proporcionarle información en profundidad, más allá de comentarios superficiales. No le convence, por tanto, cuando le dice que los venezolanos estarán dispuestos a sublevarse en cuanto llegue un ejército de Su Majestad.

Pese a estas reticencias, la expedición se prepara de todas formas. Miranda se siente feliz, entusiasmado, sin advertir que no es más  que un peón secundario en la estrategia británica. Los motivos de Londres, por supuesto, distan de ser filantrópicos: conseguir bases navales y desarrollar el comercio, legal o de contrabando, en un momento en que la situación económica es cada vez más crítica como resultado del enfrentamiento con Francia. En ningún momento se ha pensado en instaurar un nuevo sistema de gobierno. De talante profundamente pragmático, Wellesley no cree que América Latina pueda alcanzar la libertad por medio de una intervención exterior. Solo existe, a su juicio, una vía, la revolución interna y el consiguiente establecimiento de un gobierno independiente en las colonias.

El plan, sin embargo, pronto iba a truncarse. En 1808, las tropas francesas invadieron España con el pretexto de dirigirse a Portugal. A partir de ese momento, la prioridad de Gran Bretaña será combatir a Napoleón en la península, no alentar la independencia de sus colonias. El proyecto de invasión de Miranda quedaba, por tanto, en agua de borrajas. Sir Arthur Wellesley tuvo que pasar por el mal trago de comunicar al caraqueño el abandono de los planes. Como preveía la reacción iracunda de éste, prefirió darle la noticia durante un paseo “para que la explosión de cólera encontrase un freno”.

En esos momentos, el Precursor estaba ultimando la edición de otro folleto, Additional Reasons, for our immediately emancipating Spanish America, también firmado por Burke. Como en el trabajo anterior, los dos amigos intentaban convencer a Inglaterra para que interviniera en Hispanoamérica. En esta ocasión, sin embargo, su estilo, es mucho más agresivo y detallado.

Mientras tanto, Miranda desarrolla una intensa actividad periodística. No podemos, por desgracia, identificar todos sus trabajos ya que muchos iban firmados con seudónimo. Destacan sus colaboraciones en The Edinburgh Review, conocida por su sensibilidad hacia los temas latinoamericanos. En aquel momento, la prestigiosa publicación escocesa constituía una caja de resonancia desde donde dirigirse a todo el viejo continente. Su primer escrito, en colaboración con su amigo James Mill, fue un ensayo de 34 páginas, donde incluía una reseña de la Carta a los Españoles americanos del abate Viscardo.

Tomando este documento como excusa, se defendía la independencia hispanoamericana con los argumentos que más fácilmente podían atraer a los británicos: en un período de enfrentamiento bélico con la Francia bonapartista, América ofrecía un inmenso mercado, hasta entonces bajo monopolio español. Si incluso la independencia de los Estados Unidos, con sus 6 millones de habitantes, había resultado económicamente fructífera, la libertad de las colonias hispanas beneficiaría todavía más a los británicos al ofrecerles 16 millones de potenciales consumidores. Además, si finalmente se materializaba el proyectado canal de Panamá, las ventajas para la navegación hacia Oriente serian inmensas.

El Colombiano

En los primeros meses de 1810, el caraqueño pone en marcha su esfuerzo mediático más sobresaliente. Se trata de un periódico quincenal compuesto de ocho páginas, a dos columnas. El Colombiano, pues ese es su nombre, tiene que llevar al público americano las noticias del viejo continente, sensibilizar así a la opinión pública a favor del proyecto secesionista. En el primer artículo, Miranda expresa el deseo de proporcionar a sus conciudadanos elementos de juicio suficientes acerca de la crítica situación de la metrópoli. Con estos datos, ellos podrían obrar en consecuencia.

Las circunstancias críticas en que deben hallarse las posesiones españolas de América en consecuencia de los desgraciados eventos ocurridos últimamente en la Península, eventos que probablemente serán seguidos de la entera subyugación de la España Europea; la necesidad que los habitantes del Nuevo Mundo deben tener (a lo que creemos) de conocer el estado de las cosas de España para, según las ocurrencias, tomar el partido que juzguen conveniente en tan peligrosa crisis; el deseo que tenemos de ser útiles a aquellos países y de contribuir a su felicidad, todo esto nos ha impelido a comunicar a los habitantes del Continente Colombiano las noticias que creemos interesantes para poderlos guiar en tan intrincada complicación de objetos y para ponerlos en estado de jugar con rectitud y obrar con acierto en una materia que tanto les interesa, pues debe ser el origen de su futura felicidad9.

Se inspiraba, en parte, en El Español, un periódico de ideas liberales que por entonces publicaba en Londres un exiliado hispano, Blanco White. El Precursor no solo elogia su buena información acerca de lo que sucede en España: además de proporcionar datos exactos, ofrece unas interpretaciones convincentes: “Este papel hace honor su autor por sus sentimientos de patriotismo, por su conocimiento del estado de España y por el modo juicioso en que hace conocer las causas principales del mal suceso de los españoles en la presente lucha contra sus enemigos”. El comentario laudatorio nos da una pista de la gran influencia que ejerció Blanco White en América Latina y que a juicio de Enrique Gandía fue olvidada, de forma inexplicable, por los historiadores americanos.

Ante las autoridades inglesas, hizo ver que se trataba de una iniciativa de particulares latinoamericanos que costeaban la impresión de su propio bolsillo. En realidad, como señala Pedro Grases, Miranda era quien recibía el presupuesto con los gastos y dirigía a José María Antepara (1770-1821), el redactor principal, un ecuatoriano que había llegado a Gran Bretaña para dedicarse al comercio y al que aguardará en un papel destacado en las luchas por la independencia suramericana. Una vez confeccionado el periódico, el Precursor se encargaba de distribuir los ejemplares en Londres y al otro lado del Atlántico.

Una publicación tan abiertamente proclive a la libertad de las colonias suscitó una fuerte oposición tanto entre los políticos ingleses como por parte de la representación diplomática española, que se encargó de elevar encendidas protestas. Tenía que contrarrestar, lógicamente, una voz que cuestionaba el punto de vista oficial transmitido por las autoridades de la Península. No es de extrañar, por tanto, la corta vida que tendrá El Colombiano: únicamente cinco números. En ese tiempo, sin embargo, lo recibirán en puntos tan distantes como Buenos Aires, Caracas y la isla de Trinidad. Queda constancia, asimismo, de su envío a La Habana, México y Río de Janeiro.

Antepara, mientras tanto, publicará South American Emancipation, un libro, aunque firmado por él, seguramente escrito a cuatro manos con Miranda. Éste prefirió que su nombre no saliera a luz, ni aquí ni en El Colombiano, por razones de prudencia elemental, por una parte, ya que seguía siendo un prófugo para las autoridades españoles, y, por otro lado, por razones diplomáticas. En unos momentos en los que intentaba convencer a los británicos para que apoyaran sus planes independentistas, no le convenía poner en evidencia a Londres ante Madrid. Dado que Inglaterra y España luchaban contra Napoleón, la primera hubiera quedado en mal lugar si se probaban sus tratos con alguien a quien su aliada consideraba un traidor.

El Cicerone de Bolívar

Miranda pronto encontrará la oportunidad que tanto ansía para entrar en acción y cambiar la pluma por la espada. El 19 de abril de 1810, los criollos de Caracas habían formado su propia Junta y obligado a dimitir al capitán general. En esos momentos, la mayoría aún pensaba en defender los derechos de Fernando VII, en nombre de la patria española. La Junta, en una de sus primeras decisiones, envió representaciones diplomáticas a Estados Unidos y a Inglaterra.

La más relevante de estas embajadas, la destinada a Londres, la formaba un trío de excepción, Simón Bolívar, Luís López Méndez y Andrés Bello en calidad de secretario. Bolívar, al disfrutar de una cuantiosa fortuna personal, pudo permitirse pagar los gastos del viaje. Curiosamente, López Méndez estaba casado con una sobrina del Precursor, Josefa María Rodríguez y Miranda, hija de su hermana Micaela Antonia. Novatos en las lides diplomáticas, los tres hombres tendrían que vérselas con los hábiles políticos ingleses.

El 10 de julio llegaron a Porthsmouth, tras treinta y un días de navegación a bordo del bergantín Wellington. En teoría, y según sus instrucciones, su objetivo no era defender ninguna independencia. Tenían que explicar a los ingleses que los venezolanos no querían constituir un Estado: se habían limitado a no reconocer a las autoridades peninsulares, ilegítimas a sus ojos. De hecho, su iniciativa de formar una Junta no era original. Hacían lo mismo que el resto de las provincias españolas. ¿Acaso no tenían el mismo derecho? Y, por si Napoleón acaba imponiéndose en la península, buscaban la alianza británica.

Las órdenes de la Junta respecto a Miranda eran claras: los tres comisionados debían tratarle con precaución. No en vano se trataba de un famoso conspirador contra la Monarquía “que tratamos de conservar”, a cuya cabeza había puesto precio el gobierno de Caracas en 1806. Había que considerarle, a todos los efectos, en rebelión contra Fernando VII. Por tanto, si intentaba entrar en contacto con ellos, su reacción tenía que ser coherente con la fidelidad a la Corona.

La desconfianza, sin embargo, se desvaneció enseguida. El Precursor no tardó en conseguir una entrevista, expresándoles sus ansias de pisar de nuevo Venezuela. Bolívar, López Méndez y Bello, desorientados en un país que desconocían, encontraron en él al cicerone experto que necesitaban. Con múltiples contactos entre los círculos del poder, por lo que no tuvo problemas para concertarles entrevistas con personalidades diversas, al tiempo que les aleccionaba sobre los argumentos que podían resultar más persuasivos. “Nos convencimos de que sólo por medio de Miranda, única persona a quien podíamos consultar con franqueza, nos sería fácil adquirir los conocimientos preliminares que necesitábamos”10.

Si Bolívar ya era partidario de la independencia total, el encuentro con Miranda le reafirmó en su postura. Anta la Junta, tanto él como sus dos colegas abogaron por su regreso. Se trataba de una cuestión de justicia. No se debía negar este derecho a un hombre que había dedicado toda su vida a la libertad de los venezolanos, en medio de múltiples persecuciones. Habían visto en él no sólo un gran político y a un general experto, también a un hombre consagrado al estudio, austero, franco y honrado, todo un arquetipo de ciudadano.

Para tranquilizar a los oligarcas caraqueños, precisaban que el ilustre exiliado, una vez de vuelta, no se mezclaría en asuntos políticos ya que solo aspiraba a una cosa, morir “con la satisfacción de haber visto amanecer en su Patria el día de la libertad”. Por tanto, en lugar de entregarse a actividades subversivas, acataría el régimen constituido. Miranda, según ellos, no había luchado contra la monarquía, contra lo que ellos denominaban “los derechos del trono”; sino contra la opresión de los burócratas españoles.

El Precursor pidió autorización a las autoridades venezolanas para volver a su tierra, al tiempo solicitaba permiso a los ingleses para salir del país. Únicamente se le indicó que partiera en un barco distinto al de Bolívar y sus dos compañeros, para no despertar las suspicacias de España. Emprendió el viaje tras hacer testamento y encargar al Libertador el traslado de los sesenta y dos volúmenes de su archivo.

Luces y Sombras

Nunca regresaría a Gran Bretaña. Vencido y apresado, moriría pocos años después en una prisión española. Los ingleses, como hemos visto, no llegaron a comprometerse con él. Alimentaban sus esperanzas en función de la coyuntura política, sin abrigar intenciones serias. María Teresa Berruezo señala acertadamente que cada vez que había una guerra con Francia, y por tanto con su aliada, España, “el gobierno inglés intensificaba sus contactos con los revolucionarios americanos”.

Después,  cuando  la  situación  se  calmaba,  el  Precursor  veía  como  sus aliados se echaban para atrás. Más de una vez se llevó una decepción tremenda al comprobar que sus ideales resultaban completamente secundarios en el tablero de juego internacional. Con todo, los años del Precursor en Londres dieron fruto. El caraqueño colocó la independencia latinoamericana en la agenda política de la época y sensibilizó a un sector del público británico acerca de la problemática de las colonias españoles.

Tal vez unos le consideraran un aventurero y un playboy, y otros un traidor a su patria, pero, como señala John Lynch, en los círculos más serios de la capital británica se le tenía en una alta consideración. Miranda aparecía como un soldado profesional con experiencia en combate, una fuente de información de primera mano sobre el Nuevo Mundo, y, factor no desdeñable, un amigo merecedor de confianza.



Citas y Notas

1. Bohórquez Morán, Carmen L, Francisco de Miranda. Précurseur des indépendances de l’Amérique latine. París, [Éditions L’Harmattan], 1998, 95.

2. Grisanti, Ángel, Miranda juzgado por los funcionarios españoles de su tiempo. Caracas, [Editor Jesús E.Grisanti], 1954, 42-45.

3. Zeuske, Michael, Francisco de Miranda y la modernidad en América. Madrid, [Fundación Mapfre Tavera], 2004, 11.

4. Miranda, Francisco De, Documentos fundamentales. Caracas, [Biblioteca de Ayacucho], 1992, 54.

5.  Rodríguez De Alonso, Josefina, El siglo de las luces visto por Francisco de Miranda. Caracas, Presidencia de la República¨], 1978, 514.

6. Díaz-Trechuelo, Lourdes, Bolívar, Miranda, O’Higgins, San Martín. Cuatro vidas cruzadas. Madrid. [Encuentro], 1999, 58.

7  Berruezo León, María Teresa, La lucha de Hispanoamérica por su independencia en Inglaterra. 1800-1830. Madrid, [Ediciones de Cultura Hispánica], 1989, 42.

8. Según Mario Rodríguez, Burke era en realidad el filósofo escocés Jamés Mill. Véase Rodríguez, Mario, William Burke and Francisco de Miranda. Lanham, MD, [University Press of America], 1994, 58-9, 123-53.

9.  El Colombiano, 15 de marzo de 1810, [422]. En Citado en Miranda, Francisco De, América espera. Caracas, [Biblioteca Ayacucho], 1982, 422.

10. Jaksic, Iván, Andrés Bello. La pasión por el orden. Caracas, [Bid & co editor], 2007, 77-84.

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*Correspondencia:
Francisco Martínez Hoyos: Revista Historia, Antropología y Fuentes Orales (España). Se doctoró por la Universidad de Barcelona con una tesis sobre la JOC (Juventud Obrera Cristiana). Desde entonces, ha dedicado numerosas investigaciones al progresismo cristiano. En los últimos años, sin embargo, su interés se decanta hacia América Latina. Entre sus trabajos destaca la biografía Francisco de Miranda, el eterno revolucionario (Arpegio, 2012). Ha coordinado Heroínas incómodas (Rubeo, 2012), acerca del protagonismo de la mujer en las independencias hispanoamericanas. Es miembro del consejo de redacción de la revista académica Historia, Antropología y Fuentes Orales. Colabora como articulista y crítico en publicaciones como Cultura/s (suplemento cultural de La Vanguardia ), Historia y Vida, El Ciervo o Spagna contemporanea. fmhoyos@yahoo.es
1. Revista Historia, Antropología y Fuentes Orales (España). Se doctoró por la Universidad de Barcelona con una tesis sobre la JOC (Juventud Obrera Cristiana). Desde entonces, ha dedicado numerosas investigaciones al progresismo cristiano. En los últimos años, sin embargo, su interés se decanta hacia América Latina. Entre sus trabajos destaca la biografía Francisco de Miranda, el eterno revolucionario (Arpegio, 2012). Ha coordinado Heroínas incómodas (Rubeo, 2012), acerca del protagonismo de la mujer en las independencias hispanoamericanas. Es miembro del consejo de redacción de la revista académica Historia, Antropología y Fuentes Orales. Colabora como articulista y crítico en publicaciones como Cultura/s (suplemento cultural de La Vanguardia ), Historia y Vida, El Ciervo o Spagna contemporanea. fmhoyos@yahoo.es

Fecha de recepción: 17 de enero, 2013 - Fecha de aceptación: 10 de mayo, 2013

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