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Diálogos Revista Electrónica de Historia

On-line version ISSN 1409-469X

Diálogos rev. electr. hist vol.12 n.1 San Pedro Aug. 2011

 

 La economía de enclave forestal: la configuración capitalista del paisaje en Puerto Morelos, Quintana Roo, México (1902-1936)

Erika Cruz-Coria
Lilia Zizumbo-Villarre
Neptalí Monterroso Salvatierra


Becaria del Doctorado en Ciencias Ambientales de la Universidad Autónoma del Estado de México. Facultad de Química de la UAEMex. Email: ecoria84@hotmail.com.
Doctora en Sociología por la Universidad Nacional Autónoma del México. Profesora-Investigadora de Tiempo Completo,  Centro de Investigación en Estudios Turísticos UAEMex. Email: lzv04@hotmail.com.
Maestro en Sociología por la Universidad Autónoma del Estado de México, egresado del Doctorado en Sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Catedrático e investigador de la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública en la Universidad Autónoma del Estado de México. Email: n.monterrososalvatierra@gmail.com.

Dirección para correspondencia


Resumen

La explicación de la configuración paisajística de Puerto Morelos que se presenta en este trabajo abarca las primeras tres décadas de existencia de este poblado (1902 -1936), las cuales  corresponden al periodo en el que el capital -vía las compañías extranjeras explotadoras de chicle-  pone en marcha dinámicas de penetración y subsunción sobre el espacio puerto morelense que desencadenaron procesos de producción material y de reproducción social que dieron lugar a la configuración de un paisaje con características propias al enclave forestal que venía gestándose en el territorio federal de Quintana Roo desde finales del siglo XIX.

Palabras claves: Espacio  social,  penetración  del  capital,  subsunción  del  espacio,  paisaje,  Puerto  Morelos, Quintana Roo.

Abstract

The explanation of the landscape configuration of Puerto Morelos that is presented in this paper covers the first three decades of existence of this town (1902 -1936), which correspond to the period in which the capital -by means of foreign companies exploiting gum- launched dynamic penetration and subsumption on this town that triggered processes of material production and social reproduction that led to the configuration of a landscape with characteristics of forest enclave that have been simmering in the federal territory of Quintana Roo, México from late nineteenth century

Key words: Social space, capital penetration, subsumption of space, landscape, Puerto Morelos, Quintana Roo.


Introducción

El presente trabajo deja de lado el estudio de aquella versión absoluta del espacio aportada por las ciencias físicas a la geografía para darle importancia al estudio de la espacialidad de los fenómenos sociales, porque como señala David Harvey (1969) “el simplista punto de vista del espacio entendido como contenedor, no puede ser aceptado”1, pues limitarse al estricto concepto absolutista sería omitir otros elementos que sabemos que lo conforman.

Por tanto,  no se aborda aquel espacio contemplado como la arena en la que se desarrolla la vida social sino el medio a través del cual las formas de producción y las relaciones sociales se producen y se reproducen. El estudio del espacio que aquí se presenta incluye al hombre “con sus realizaciones de aprovechamiento o de transformación de la naturaleza, de construcciones humanas, de articulación del propio espacio”2, es decir, el espacio que incluye los procesos económicos pero también los sociales.

Desde  esta  perspectiva,  se  aborda  un  espacio  conformado  por  tres  dimensiones: por un lado, la dimensión física, material u objetiva la cual se refiere a la superficie terrestre donde las condiciones naturales permiten la organización de la vida en sociedad, aquel soporte de los elementos del medio físico (clima, vegetación, relieve). Por el otro, la dimensión económica que se encuentra conformada por el proceso de producción y, propiamente por los elementos que conforman las fuerzas productivas. Y finalmente, la conformada por las relaciones técnicas de producción que dan lugar a la división social del trabajo y a su proyección sobre el espacio, porque aquello que adquiere espacialidad no sólo son las cosas físicas.

Se plantea la relación dialéctica de las dos últimas respecto a la dimensión material, con la intención de explicar ese “mosaico de espacios naturales y antrópicos que definen patrones espacio-temporales como resultado de las complejas interacciones entre factores físicos, biológicos, sociales y económicos”3 al que en conjunto se ha denominado paisaje.

Asimismo, se concibe el paisaje como producto de la penetración y subsunción del capital sobre las dimensiones del espacio. Por lo menos en los últimos dos siglos, han sido las relaciones propias del sistema capitalista las que han predominando sobre el espacio y las configuraciones paisajísticas4; de ahí que se identificaron tres dinámicas que se considera han sido a lo largo del proceso de dominación capitalista las que han protagonizado la transformación del espacio y, por consecuencia, la configuración del paisaje, las dinámicas de las cuales se habla son: la penetración del capital en el espacio, la subsunción de éste al capital y, finalmente, la dinámica de apropiación, sin embargo, para fines de este trabajo sólo serán abordadas las dos primeras.

Pensemos en la penetración capitalista como aquella dinámica en la cual  las actividades económicas, bajo el modo de producción capitalista, se van colocando como dominantes en aquellos espacios donde predominaban procesos de producción tradicionales; en realidad, se trata de un proceso en el que el capitalismo tiene como fin la destrucción de las formas y relaciones de producción previos para sustituirlos por sus propios procesos de producción5.  

Y, en la subsunción del espacio al capital como el proceso mediante el cual el hombre va añadiendo, a través del trabajo, una serie de valores al espacio enfocados a facilitar el proceso de producción capitalista. Los valores añadidos al espacio son el “conjunto de las condiciones espaciales universales de reproducción de los modos de producción…”6, lo anterior puede ser interpretado como la creación de las condiciones para el desarrollo de determinadas actividades productivas al capital, al mismo tiempo que el propio espacio se convierte en parte de esas condiciones, es decir, también es objeto del consumo capitalista bajo una forma improductiva.

El estudio de las dinámicas de dominación capitalista en la configuración del paisaje estará centrado en Puerto Morelos, un pueblo costero localizado en la zona Norte de del Estado de Quintana Roo, actualmente forma parte de la región denominada Riviera Caribe Norte7.

Al igual que otros poblados de la costa quintanarroense, éste surgió gracias a la presencia de las compañías explotadoras de chicle y maderas preciosas: la Compañía Colonizadora de la Costa Oriental de Yucatán y la Compañía de Santa María propiedad del Banco de Londres y México. Durante el periodo de 1902-1936, la explotación chiclera transformó el paisaje original de ser un lugar inhóspito,  poco  poblado  por  rebeldes  mayas  y  carente  de  toda  infraestructura  pasó  a ser uno de los centros productores de chicle y uno de los puertos más importantes establecidos por dichas compañías sobre el territorio federal de Quintana Roo.

La  intervención  del  Estado  sobre  el  espacio  puerto  morelense  a  través  del otorgamiento de concesiones forestales a compañías extranjeras se fundamentó, por un lado, en la imperante necesidad de evitar la creciente autonomía de los mayas sobre el Territorio. Y por el otro, en el interés de colocar capitales que pudieran lograr la explotación forestal de ciertos recursos -maderas preciosas, palo de tinte, chicle, entre otros- que estaban teniendo una amplia demanda en mercados internacionales como Inglaterra y Estados Unidos8.

La  penetración  del  capital  y  la  subsunción  del  espacio  -vía las compañías explotadoras  de  chicle-  permitieron  el  desarrollo  de  un  entramado  económico  y social que dio lugar a una variedad de procesos espaciales tendientes a facilitar la reproducción capitalista en este poblado.

Es así que, encontramos que las formas de producción preexistentes en Puerto Morelos fueron permeadas por procesos de producción capitalistas que vinieron acompañados de la diversificación económica, la expansión del comercio y de un cambio en la lógica de producción (valores de uso-valores de cambio). Al tiempo que el espacio social puerto morelense fue penetrado por la lógica del capital, éste también fue sometido un proceso de subsunción que implicó tanto la creación de las condiciones (infraestructura) para el desarrollo de  la actividad chiclera como la transformación de la estructura social, misma que se manifestó con el surgimiento de una masa de trabajadores asalariados y mediante la división del trabajo.

Ambos procesos, dieron como resultado la configuración de un paisaje que estuvo económica y espacialmente aislado y, heterogéneo y estratificado desde la perspectiva social; características que tuvieron correspondencia con la economía de encave forestal que se desarrolló en la mayoría de los poblados, que al igual que Puerto Morelos, contaban con recursos naturales de interés para el mercado internacional.

La intención de este trabajo es destacar la inseparabilidad y la mutua relación entre el espacio y la sociedad, en este caso entre la estructura socioeconómica, la organización espacial y la configuración paisajística puerto morelense. De ahí que, se reúnan una serie de planteamientos que enfatizan en la producción y reproducción de la sociedad sobre el espacio: se propone que la sociedad, bajo la lógica del modo de producción capitalista se confronta con el problema de garantizar su existencia material y la del mercado, para ello establece procesos y relaciones sociales que dan lugar a la conformación de ciertas estructuras espaciales, pero sobre todo a formas paisajísticas que representan en sí mismas "la semiótica del capitalismo" en el lugar.

En este sentido, se trata de explicar la configuración paisajística puerto morelense como producto de las dinámicas de dominación impuestas por el capital sobre la  dimensión económica, social y material del espacio durante el periodo que va de 1902 a 1936.

Este objetivo nos condujo al reconocimiento histórico del lugar y a la comprensión de la configuración del paisaje como el producto de los procesos económicos, sociales, políticos y culturales que se produjeron en el espacio durante el periodo en el que las compañías explotadoras de chicle se establecen en el lugar. Lo anterior llevó a establecer algunas preguntas de investigación: ¿cuáles fueron las dinámicas de penetración y subsunción del capital que dieron lugar a la transformación espacial y paisajística de Puerto Morelos durante el enclave forestal?, ¿cómo se manifestaron sobre el espacio y el paisaje éstas dinámicas de dominación capitalista? ¿cuáles fueron los actores sociales y cómo contribuyeron a afianzar esa organización espacial y configuración paisajística impuesta por las compañías explotadoras?.

En este trabajo se utilizan cuatro categorías: espacio social, penetración del capital, subsunción del espacio al capital y paisaje, siendo ésta última la categoría central. El análisis de cada una de ellas así como la selección de elementos estructurales y coyunturales en la historia del lugar dio como resultado un planteamiento propio que permitió la explicación de las formas paisajísticas durante la época de conformación y consolidación del enclave forestal. Se trata de un trabajo apoyado fundamentalmente en la etnografía, diacrónico y sincrónico, basado en  el análisis de  datos  primarios  (entrevistas  a  actores  representativos  e  historias  de  vida)  y secundarios (información histórica, demográfica, sectorial y local).

Las dinámicas de penetración y subsunción sobre el espacio Puerto Morelense: la configuración del paisaje.

Puerto Morelos es una población costera localizada geográficamente en la zona norte del estado de Quintana Roo, México; pertenece al municipio de Benito Juárez, limita al norte con la ciudad de Cancún, al sur con la de Playa del Carmen (municipio de Solidaridad) y al este con el poblado de Leona Vicario también perteneciente a este municipio. Sus coordenadas geográficas son 20°50’50.5” latitud norte y 86°52’30.6” longitud oeste9.

Para finales del siglo XIX, tanto la zona costera como continental de Puerto Morelos eran espacios poco poblados, incomunicados, insalubres e incluso hostiles habitados por los mayas rebeldes cuya base de su estructura productiva era la auto-suficiencia, con una escasa o mejor dicho nula circulación monetaria y donde el trueque constituyó un elemento importante para el comercio.

El área continental de este poblado se distinguía por presentar amplias zonas de selva mediana subperennifolia y subcaducifolia, aunque también de selvas bajas inundables y selvas bajas subcaducifolias, donde se podían encontrar árboles de palo de tinte, cedro rojo, caoba, chicozapote para la extracción de chicle, ceiba, entre otras. En cuanto a las especies animales el venado rojo, tapir, tepezcuintle, nauyaca, boa, olpoch y faisán eran las especies más comunes.

“… había carne de monte, jabalí, de vez en cuando un venadito, que chachalacas, que faisanes, lo que había mucho era faisán…faisán había bastante, pavo de monte, cojolite, todo eso ya casi no eh! …plantas, como le digo que no era un lugar agrícola pues en Vallarta había naranjas agrias, unas matas de café, ciruelas…era toda la plantación del poblado” (Onorio Herrera antiguo chiclero, 93 años).




La primera gran pretensión del capital sobre el espacio puerto morelense, fue la valoración de su espacio tanto por sus características naturales como por su ubicación y potencialidad estratégica. La extraordinaria riqueza forestal de Puerto Morelos propició que el capital extranjero centrara su atención en este pequeño poblado costero: el chicle -materia prima que se extrae del árbol de chicozapote- adquirió funcionalidad y valor en la producción de países como Estados Unidos e Inglaterra.

La concesión forestal otorgada por el gobierno federal a la Compañía Colonizadora de la Costa Oriental de Yucatán y, posteriormente, a la de Santa María y a la compañía compradora estadounidense United Fruit, constituyeron la estrategia inicial que permitió la inserción del capital en el espacio puerto morelense y, por consiguiente,  el control férreo sobre la explotación y venta de la producción chiclera10. Con esta figura jurídica, las compañías explotadoras no sólo lograron ejercer  control  sobre  los  recursos  naturales  sino  también  se  les  concedió  plena libertad para moldear el espacio mediante la creación de infraestructura tanto para la producción como para la reproducción social y así para favorecer  el proceso de acumulación de capital en este espacio.

Aunado a sus riquezas naturales, su ubicación cercana al centro de transacciones comerciales más importante del Territorio (isla de Cozumel) permitió que no sólo este poblado, sino también otros cercanos a éste se convirtieran rápidamente en una extensión de la economía capitalista estadounidense e inglesa.

Lo anterior, simplificó el despliegue de un entramado económico y social por parte de las compañías explotadoras sobre el espacio puerto morelense para desarrollar y consolidar también una economía de enclave forestal en este poblado; dicho proceso de transformación dio como resultado, entre otras cosas, la configuración de un paisaje fragmentado: por un lado, se conformó el paisaje de la explotación chiclera que constituyó el centro de la expansión capitalista y, por el otro, el paisaje costero que fue básicamente una extensión de la dinámica económica y social del enclave forestal.

El paisaje chiclero

De la presencia de dichas compañías en el espacio forestal de Puerto Morelos, es que se va generando un uso, una organización económica  así como una estructura social que van en función de las principales actividades económicas desarrolladas por éstas en el área continental: la explotación y extracción de palo de tinte (a principios de la primera década del siglo XX), chicle y en menor medida tabaco y vainilla11.

El paisaje del “zapotal” se convirtió en el centro de la producción capitalista sobre el espacio puerto morelense, sus recursos naturales fueron el origen y la razón de la penetración y subsunción del espacio por parte de las compañías explotadoras.

Se cuenta que año con año por el  mes de julio iniciaba la temporada chiclera y el paisaje del “zapotal” se transformaba debido al arribo de centenares de hombres provenientes de Yucatán, específicamente de un pueblo llamado Chemax y, de otras partes de la República (principalmente de Veracruz) para realizar el “monteo” o exploración previa del terreno con la finalidad de identificar los “manchones” de árboles de chicozapote más adecuados para ser trabajados y, de esta manera, esta-blecer también el lugar para el campamento chiclero12. Se dice que para la explota-ción de 1000 quintales (46, 000 kg) de chicle se necesitaba hacer un monteo de 50, 000 hectáreas de terreno en el que podían establecerse hasta cinco campamentos chicleros.
 
“Podían picarse hasta 18 árboles, según dependiendo la madera, dependiendo el árbol… porque hay árbol de diferente espesor, grosor  para extraer la resina. Puede uno en diez, quince minutos, veinte minutos, media hora ya terminar, dependiendo. Mire... yo llegaba a sacar hasta unos quince o dieciséis kilos de resina al día…” (José Montoya Montoya, antiguo chiclero, 89 años).

Las compañías explotadoras operaban a través de contratistas y subcontratistas; eran los intermediarios entre las compañías y los trabajadores que explotaban el área concesionada a dichas empresas y, por tanto, los responsables en gran medida de la transformación del paisaje del “zapotal”. De la fuerza financiera que éstos tuvieran dependía tanto el número de campamentos que instalaban así como la cantidad de trabajadores que se contrataban, éstos eran generalmente personas en condiciones económicas prósperas en comparación con otros trabajadores, eran dueños de un buen número de mulas que ayudaban en la transportación de víveres y del chicle, así como de los instrumentos utilizados para extracción de esta resina13.

Por trabajar casi siempre en esta misma región, poseían importante información sobre la calidad y la historia de “sangrado” de los árboles, además de que conocían la disponibilidad de los campamentos de otros contratistas y su radio de acción para no interferir. De acuerdo a lo mencionado por algunos entrevistados, los contratistas tenían que ser gente cooperativa, de confianza y comprometidos con el trabajo, pues eran ellos quienes contraían ciertas responsabilidades tanto con las compañías como con los trabajadores chicleros.

Los  chicleros  eran  la  mano  de  obra  más  importante  de  los  campamentos, se cuenta que en Puerto Morelos muchos de los que llegaron a trabajar en esta actividad se dedicaban en sus lugares de origen a actividades muy diferentes, por ejemplo, hubo quienes habían sido trabajadores de los campos petroleros, soldados, cargadores, ferrocarrileros e incluso gente sin oficio y quienes habían tenido todos e incluso aquellos quienes habían dejado sus lugares de origen por haber cometido algún delito. A pesar de ello, aprendieron a trabajar en la selva, a “picar” los árboles y recoger la resina para después cocinarla y, una vez que se enfriaba, enmarquetarla y marcarla con las iniciales del contratista, del capataz y del chiclero14.

La explotación depredatoria de la selva impuesta por el proceso de producción capitalista, generó entre la población chiclera un estilo de vida y apropiación del medio marcada por la trashumancia entre los campamentos chicleros y sus lugares de origen. Sin seguridad, sin las comodidades del hogar, la familia y bajo precarias condiciones de trabajo, la vida cotidiana de los chicleros se desarrollo en torno al campamento chiclero. A manera de estrategia las compañías explotadoras, a través de los contratistas, les proveían de lo necesario para que hicieran de este espacio su lugar de convivencia, de satisfacción de necesidades básicas, de quehaceres domésticos y por supuesto de trabajo y, de esta manera aseguraban la permanencia de la fuerza de trabajo necesaria para el laboreo de la selva. Se dice, que entre los chicleros se desarrollo el alcoholismo, los juegos de cartas y sobre todo las enfermedades venéreas, pero no era algo inherente a ellos sino fue producto de las mismas condiciones en las que vivían y el lapso de tiempo que permanecían en la selva.

La  cocinera  era  parte  importante  de  la  vida  en  los  campamentos,  a  ella  le correspondía cocinar para todos los integrantes del mismo. Desde muy temprano el paisaje del zapotal comenzaba a cobrar vida, la cocinera a muy temprana hora se levantaba a prender la leña para calentar café y poner el nixtamal para las tortillas, buena parte del día lo utilizaba en la preparación de la comida y en lavar la ropa de los trabajadores. Doña “Chanita” es una indígena maya proveniente del poblado de Chemax (Yucatán), según cuenta ella misma fue una de las primeras cocineras contratadas  para  los  campamentos,  cobraba  aproximadamente  sesenta  centavos diarios por comida.

“La alimentación de aquellos tiempos era pus nomas ora puro frijol y tortillas, y después café… lo sancochaban con las pailas de café para que tomaran, hasta cuando comían a medio día pus tomaban café… no había refresco, no había nada…” (Feliciana Herrera Hau “Doña Chanita”, ex-cocinera, 90 años).

Los víveres era llevados hasta el campamento por el arriero, quién salía aproximadamente cada quince días de la central chiclera con cuatro o cinco mulas  llevando víveres –frijol, arroz, manteca, queso, etc.−  al campamento y de regreso transportaba el chicle ya cocido.
 
“Central Vallarta es pus la central donde juntamos toda la producción… tiene su bodega de víveres, tiene de todo, es como un… vamos a decir como una tienda, pero entonces allá no se vende y con puro lomo de caballo que le dicen arrias, mandábamos que maíz, frijol, azúcar, café, laterías, arroz, chiles secos, todo eso para que preparen a los chicleros…” (Onorio Herrera, antiguo chiclero, 93 años).  
  
El  capital  junto  con  el  Estado,  procuraron  no  sólo  la  separación  del  trabajador respecto a la tierra sino también la de éste respecto a los medios de trabajo; la concentración de los medios de producción en una minoría provocó que entre los  trabajadores  del  chicle  no  existiera  una  apropiación  de  las  condiciones  objetivas de su vida y de las actividad de autoreproducción aunado al ciclo natural de regeneración de los árboles de chicozapote, propiciaron un paisaje con una población sumamente itinerante. Lo anterior tiene implicaciones paisajísticas, pues nos encontramos con un paisaje forestal sumamente cambiante: durante la temporada de producción chiclera, el paisaje del zapotal se transformaba en un auténtico núcleo económico del que se desprendía un considerable número de campamentos chicleros, la vida cotidiana de los trabajadores se desarrollaba en torno a éstos y a la central chiclera. Pero cuando la temporada chiclera finalizaba, la gran mayoría de los chicleros emigraba hacia sus lugares de origen haciendo nuevamente del  bosque un lugar inhóspito, peligroso y solitario.

Ante la necesidad de mantener protegidos ciertos espacios de producción en contra de hurtos y fenómenos naturales, las compañías explotadoras destinaron un área en torno a la central chiclera - mejor conocida como Central Vallarta- para que tanto los trabajadores como sus familias pudieran conformar el espacio de la reproducción social.

El establecimiento de "Central Vallarta" y la zona habitacional,  constituyó la segunda transformación espacial y paisajística más importante producida por las compañías en el espacio forestal: además de contribuir a proteger los bienes materiales de las compañías, su  construcción respondió a la conveniencia de mantener la mano de obra cerca del centro del trabajo y así evitarse los costos que implicaba el traslado de trabajadores hasta este lugar cada temporada.
Durante estas primeras tres décadas, las familias que aquí se asentaron fueron configurando un paisaje conformado en su mayoría por casas, que a diferencia de las instalaciones de la central chiclera, fueron construidas en su totalidad con materiales que se obtenían del entorno, a base de madera y bajareques15  con  huano, mismos que se caracterizaron por su duración y resistencia ante fenómenos naturales como huracanes.

Si bien la ocupación de los jefes de las familias asentadas en este lugar giraba en torno a la actividad chiclera, las mujeres junto con los hijos realizaban algunas actividades domésticas de subsistencia que consistían en el cultivo principalmente de maíz y frijol, pues las características del suelo no permitían la siembra de otro tipo de productos; la cría y la caza de algunos animales (gallinas, pavo de monte, venado, etc.) complementaban la alimentación de las familias así como también la compra de pescado salado el cual era vendido por algunas familias asentadas en la franja costera pero sólo durante ciertas temporadas.

Sin calles bien trazadas y sin servicios de educación, salud, comercio o recreación, las familias que aquí se asentaron hicieron de este espacio, el espacio de la reproducción biológica, cotidiana y social, lo que para el capital representó fundamental-mente una estrategia para generar el espacio de la producción de fuerza de trabajo.

Por otro lado, podría pensarse que la subsunción del espacio puerto morelense al capital traería consigo el desarrollo de una amplia infraestructura de servicios en beneficio tanto de la explotación chiclera como de la población asentada en este lugar. La realidad es que éstas sólo suministraron al poblado de una infraestructura mínima tendiente a facilitar el proceso de producción chiclero, por ejemplo, para el transporte del chicle hacia la costa, sólo bastaron el lomo de mula y el posterior desarrollo de las vías Decauville16 para introducirse en la selva y sacar la producción hacia la franja costera donde era despachada en pequeñas barcas rumbo a Cozumel por ser un puerto de gran calado17.

Y aunque para concederles la concesión, el gobierno federal las condicionó a la construcción de, por lo menos, seis kilómetros de carreteras cerca o al interior del área de bosque explotada, éstas sólo se limitaron a la construcción del ferrocarril Decauville por ser el medio más útil y barato; la precariedad del sistema de explotación del chicle no llevó tampoco al desarrollo de una amplia red de caminos18.

“Viví primero en Vallarta (Central Vallarta) entonces…cuando yo llegue acá ni en sueños pensamos esto. Nuestro medio de comunicación a Puerto Morelos era una línea Decauville…¿conoce usted la línea Decauville?, bueno por Yucatán todavía quedan pequeños tramos de donde salen unos… con un caballo jalando una estructura de madera con cuatro ruedas de fierro, como… vamos a decir como un ferrocarrilcito pero no es motor, un caballo lo jala. Lleva hasta ocho y diez personas, era el medio de comunicación que teníamos de Central Vallarta a Puerto Morelos y de Central Vallarta para salir y para buscar la civilización salíamos a Leona Vicario…muchos años estuvimos viviendo de esa forma” (Félix Canché Herrero, antiguo chiclero, 87 años).

La  infraestructura  económica  y  social  en  el  espacio  forestal  tuvo  un  bajo desarrollo durante esta época debido a la falta de interés por parte de los empresarios por generar una inversión en infraestructura social, aunado a la reducida organización administrativa del Estado que dio lugar al contrabando y a la explotación forestal ilegal provocando que los beneficios para el territorio fueran mínimos en comparación a los generados hacia afuera. Las grandes limitaciones en infraestructura hicieron de este un poblado dependiente de Yucatán en materia de servicios de salud, educación, político-administrativos, entre otros. 

Es así como las dinámicas de penetración y subsunción impuestas por el capital sobre el espacio puerto morelense dieron lugar al despliegue de un entramado económico y social que configuro un paisaje compuesto por la centralidad; las formas paisajísticas del espacio forestal fueron configuradas básicamente por la actividad productiva dominante: la explotación chiclera.

Desde el punto de vista económico, la monoproductividad a la que fue sometido el espacio forestal configuró un paisaje especializado, poco fragmentado y homogeneizado. Si bien, este poblado se encontraba bajo cierta clausura espacial originalmente provocada por las condiciones agrestes del entorno y por la falta de infraestructura (caminos, carreteras, transporte), ésta condición fue plenamente aprovechada por las compañías explotadoras para producir un aislamiento respecto a la economía y la vida urbana de otras regiones del territorio.

El acaparamiento de los recursos naturales de la selva por parte de las compañías explotadoras  así como el control férreo sobre los bienes de consumo de los campamentos, impidió la posibilidad de generar eslabonamientos productivos tanto a nivel local como regional que pudieran configurar un paisaje que denotara mayor diversidad en cuanto al uso del espacio y  en el que predominara un conjunto relativamente menos homogéneo de relaciones sociales de producción.

En resumen, el paisaje forestal de este espacio fue configurado, fundamentalmente, por la importación de un modelo de producción enfocado a satisfacer las demandas  del  mercado  internacional  a  partir  de  la  explotación  de  determinados recursos naturales, dicho proceso vino acompañado de la acción concentradora del capital en grupos minoritarios, la separación del hombre con sus medios de producción, una lógica para producir “mercancías preñadas de valor”, una tendencia a la acumulación de capital,  de la creación de espacios de producción y de reproducción social, de la transformación de la estructura social tradicional, de la división del trabajo y del trabajo asalariado.




Paisaje costero

Al igual que el paisaje del chicle, el de la franja costera formó parte importante en el desarrollo y consolidación de la economía de enclave. No obstante, las características del entorno natural como su ubicación estratégica propiciaron la conformación de un paisaje heterogéneo que, a diferencia del paisaje del “zapotal”, reveló diferentes usos del espacio y sus recursos naturales así como diferentes  formas y relaciones de producción.

Desde que la actividad chiclera comenzó a desarrollarse en el territorio quintanarroense, el espacio costero de Puerto Morelos empezó a ser considerado por el capital extranjero un punto estratégico para darle salida a la producción chiclera de la región; además de sus recursos naturales, su ubicación geográfica (frente a la isla de Cozumel) constituyó una de las principales razones que dieron lugar a la penetración del capital sobre el espacio costero. 

El comercio de cabotaje que se dio entre este poblado y la isla de Cozumel, dio lugar al desarrollo de una de las actividades más importantes a las que se dedicaron los habitantes de la costa: alijadores o estibadores. Esta actividad consistió en descargar los pequeños buques que venían cargados desde la isla con provisiones para los campamentos chicleros, para cargarlos posteriormente con la producción chiclera que provenía del espacio forestal.

El muelle cobraba vida por lo menos dos veces a la semana, cuando pesca-dores, chicleros e incluso copreros se reunían para trabajar como estibadores en el muelle; pero no sólo eso, en este lugar también se generaba el comercio basado en el trueque, los habitantes de la costa intercambiaban copra, pescado salado, tortugas, esponja, etc., por los productos que las compañías proveían a los chicleros en los campamentos (quesos, telas, pan, leche, etc.).

Las compañías explotadoras también pusieron en marcha un proceso de subsunción sobre la franja costera que implicó la construcción del muelle, bodegas, vías de Decauville, entre otras infraestructuras útiles a la producción chiclera, mismas que lo convertirían más tarde en el puerto de cabotaje más importante de la zona norte del territorio.

El despliegue de la infraestructura que facilitó la salida del chicle no sólo garantizó a las compañías explotadoras el acaparamiento parcial de la franja costera sino también el del comercio marítimo. La presencia de las compañías explotadoras sobre el espacio costero trajo consigo el control absoluto del intercambio de mercancías, del dinero y la economía monetaria, lo cual impidió que la actividad comercial se convirtiera en una vía para la acumulación de capital a nivel local. El control del comercio aunado a la falta de vías de comunicación frenó el surgimiento de empresarios locales con perspectivas reales de fortalecimiento que pudieran generar  vínculos con otras regiones del territorio, lo cual contribuyó a mantener un paisaje aislado no sólo desde el punto de vista económico sino también social.    

Tras la infraestructura costera útil a la producción chiclera, se desplegó el espacio de la vida cotidiana, la expansión de  ésta actividad así como la construcción del faro permitió la llegada de los primeros pobladores que en aquel tiempo incluyó a la familia del guardafaro (Don Gregorio Mendoza Martín) además de otras cinco familias de chicleros (Aladino Polanco,  Ignacio Martín Vázquez, Maurilio Sánchez Jiménez, Benjamín Sabido y Joaquín Zetina Gazca), mismos que conformaron el segundo asentamiento al que denominaron Puerto Morelos ( franja costera), el cual más tarde estaría también conformado por áreas improvisadas de uso público (campo de beisbol, restaurante-cantina “La Petita”, la primera tienda, entre otros).

Las familias que aquí se asentaron vivían de los salarios obtenidos por la extracción  de  esta  resina,  el  trabajo  en  el  muelle  y  de  las  actividades  de  autosuficiencia, la naturaleza les daba lo necesario para complementar la alimentación familiar. El manglar, el mar  y, en general, el paisaje costero se convirtieron en espacios valiosos en la vida cotidiana de los puerto morelenses de la costa no sólo por su contribución a la alimentación familiar sino también por los materiales que de éstos se extraían para la construcción de las casas.

Al igual que en el paisaje del zapotal, la zona habitacional de la franja costera jugó un papel importante no sólo por su contribución al aseguramiento de la fuerza de trabajo sino también porque permitió darle continuidad a la existencia de este pueblo. A pesar de la posterior desestructuración del enclave, éste poblado sobrevivió gracias a las relaciones sociales que surgieron y se fueron consolidando durante este periodo y, por supuesto, a la diversificación económica desarrollada por sus habitantes.

Si bien la explotación chiclera fue la vía a través de la cual el capitalismo penetra y subsume la dimensión económica y social del espacio puerto morelense, específicamente en el paisaje costero surgieron  otras formas y relaciones de producción que, bajo la lógica de producción precapitalista, contribuyeron a mantener las formas de producción predominantes y la estructura social desarrolladas por la presencia de las compañías explotadoras en el lugar.

Por tanto, la explotación, ocupación, uso y organización del espacio costero, así como las formas paisajísticas que aquí se configuraron no sólo estuvieron determinadas  por  los  ciclos  económicos  y  la  relaciones  sociales  establecidas  por  la explotación chiclera, sino también por aquellas formas y relaciones de producción generadas en la producción de la copra y la pesca y, en la práctica de algunas otras actividades como el trabajo en el muelle y el faro.

Se dice que la gente no tenía ni siquiera que salir a pescar a largas distancias por lo que la actividad no requirió de un despliegue de infraestructura importante; quien realizaba esta actividad se valía del muelle y de algunos otros instrumentos rudimentarios, ni siquiera se requerían pequeñas barcas ya que especies marinas como la langosta o el mero eran fácil de pescar a las orillas del mar.

La pesca, al igual que otras actividades, fue una actividad de autoconsumo, lo que la gente pescaba era compartido con las otras familias asentadas en el lugar; es importante mencionar que quienes se dedicaron a la pesca hicieron de ésta una actividad comercial durante algunas épocas del año. Se dice que llevaban pescado salado a los campamentos  así como otros productos del mar, por ejemplo, en la década de los veinte el caparazón de la tortuga de carey fue un producto ampliamente demandado no sólo por los chicleros sino también por algunas cooperativas de puertos cercanos (Isla Mujeres, Cozumel, etc.) quienes los vendían a un precio más alto a compañías extranjeras, igualmente sucedía con la langosta y el caracol19.
 
“…comíamos…todo lo que estaba aquí en la playa, de langosta, la langosta iba yo…, porque no había electricidad, no había hielo, no había nada, entonces se pescaba lo que se iba a comer ese día o de lo contrario se salaba, pero aquí bajo el muelle veía usted a la langostas prendidas en los postes del muelle, en los postes del muelle ahí estaban prendidas…con una varita las agarrábamos y las  jalábamos o íbamos aquí por donde está el Cid, más acá del Cid a una profundidad de dos, tres metros…menos!, había cuevas del langosta… ahí estaba la langosta…”(Joaquín Zetina, antiguo chiclero, 89 años).   

Respecto a otros alimentos como la carne, la gente cazaba algunos animales como el jabalí, venado, pavo de monte, etc., mismos que también eran compartidos con las otras familias pues a falta de refrigeradores para conservar y almacenar el alimento era mejor compartirlo. Para obtener ciertas mercancías que no se podían encontrar en el poblado, la gente recurría al trueque o en su defecto, a la compra de productos con aquellos barcos que llegaban de Cozumel; a excepción de la actividad chiclera, el dinero no era un elemento tan significativo en la dinámica económica de este lugar pues a pesar de la penetración de empresas extranjeras al espacio costero, la economía de mercado aún no había podido trastocar totalmente algunas actividades económicas como el “comercio local” (trueque) y la pesca.

El desarrollo agropecuario fue prácticamente escaso debido la baja fertilidad del suelo para poder cultivar, los suelos de tipo tzelkelque predominantes en esta zona no son aptos para la agricultura debido a su poca profundidad, alta pedregosidad y escaso contenido de materia orgánica20.

La construcción de la red de faros y señalamientos de la costa Caribe por el gobierno federal, requirió de la contratación de por lo menos tres guardafaros quienes junto con sus familias se establecieron en la franja costera.  La tarea básica de un guardafaro consistía en prender y apagar el faro, darle mantenimiento y llevar en orden ciertos datos que tenían que ver con el estado de la temperatura y vientos, entre otras cosas.

El poco tiempo que demandaba el cuidado de éste y la disponibilidad de tierras sobre la franja costera, llevaron a algunos de ellos a inclinarse por la práctica de algunas actividades, entre ellas la pesca, caza y recolección, además de vender su fuerza de trabajo en los ranchos copreros que comenzaron a establecerse a lo largo de la costa.

Éstos últimos, que funcionaron bajo la figura de jurídica de arrendamientos de predios agrícolas21 fueron una acción que, aunque fue diseñada para beneficiar al mexicano sin tierra, permitió la penetración del capital que en su mayoría fueron minifundistas provenientes de otros poblados cercanos; es así como la franja costera comenzó a tener una creciente importancia económica.

Los ranchos copreros fueron pequeñas unidades de producción administradas y trabajadas por sus propios dueños con el apoyo de entre cuatro a seis peones, quienes regularmente realizaban actividades en común.

Durante los primeros años, los cocales no requieren de muchos cuidados ya que la planta tarda de siete a ocho años en estar en producción comercial, mientras esto sucedía, los aspirantes a rancheros se dedicaban a otras actividades como la pesca o se empleaban en otro cocal como peones.

Pero una vez que el cocal estaba en producción, el paisaje costero se transformaba por las actividades arduas y diarias que tanto el ranchero como los peones tenían que realizar para recolectar los cocos que caían de la planta para posteriormente continuar con el pelado y quebrado del mismo, según cuentan algunos pobladores, que los buenos copreros llegaban a pelar hasta 2500 cocos diarios. Estas tareas eran realizadas en los cocales, por lo que un vez terminadas, el coco era llevado al rancho donde se tendían en los secadores, y se les daba un primer calor por medio de fuego, luego se exponían aproximadamente cinco días al sol y la copra estaba lista para ser sacada de la cáscara. La copra seca y descascarada se guardaba y después se embarcaba para ser vendida en los puestos de venta. Este proceso se tenía que realizar lo más rápido posible ya que terminando una cosecha ya venía la otra y no podía esperar, se dice que un cocal llegaba a producir hasta dos cosechas por mes.
 
“Cuando veían a uno que quería tener terreno, agarraba uno pues que le diré… vamos a hablar de…o hectáreas o metros… tres, cuatrocientos, quinientos metros de la costa por lo que tenga el manglar, ahí hacían sus cocales. Según mi papá, porque también mi papa también tuvo un terreno aquí, era un decreto…decreto que se llamaba el decreto del 2 de agosto, entonces sobre ese decreto todos trabajaban su copra… todos” (Joaquín Zetina, antiguo chiclero, 89 años).

En este poblado fueron dos ranchos los que formaron parte importante del paisaje: uno propiedad del farero (Gregorio Martín) y, el otro de una familia que provenía de Punta Brava, pueblo costero ubicado al sur de Puerto Morelos. A diferencia de otras unidades de producción, los ranchos copreros constituyeron en sí mismos el espacio de la producción y el de la reproducción social: los espacios estuvieron estrechamente ligados porque en la mayoría de las ocasiones era la propia familia la que luchaba por el sostenimiento y la reproducción del grupo de pertenencia. Algunas unidades familiares además de participar en la producción coprera lograron diversificarse, en algunos ranchos era posible encontrar chiqueros de tortugas para la venta y pequeñas barcas de madera para la pesca.

Debido a esto, se dice que eran los rancheros quienes tenían mejor posición económica, misma que les permitía mandar a sus hijos a las escuelas en Yucatán o  poseer otro tipo de bienes que la mayoría no lograba tener con los salarios percibidos por la práctica de otras actividades.

A diferencia del paisaje del “zapotal”, la configuración del paisaje costero estuvo indirectamente relacionada con la presencia de las compañías explotadoras. Si bien, este se convirtió rápidamente en una extensión de la expansión capitalista sobre el espacio puerto morelense, tuvo mayores posibilidades de diversificación económica a partir de actividades que estuvieron directa o indirectamente relacionadas  con  la  explotación  chiclera.  Las  diferentes  actividades  económicas  practicadas por la población de esta área permitieron la configuración de un paisaje más fragmentado, heterogéneo e incluso disperso que reveló a lo largo de la costa un uso más diversificado de los recursos naturales.

Asimismo, el desarrollo de una economía del tipo mercantil en el paisaje costero dio lugar al surgimiento de una masa de trabajadores asalariados visiblemente marcada por las diferencias sociales, mismas que se vieron principalmente reflejadas en el consumo: con  el salario percibido por el trabajo en el muelle, chicle y copra, la gente podía adquirir desde productos de primera necesidad hasta algunos que para esa época eran considerados como de lujo -quesos holandeses e incluso telas que embarcadas con destino a la isla Cozumel-. No obstante, la subsunción de estructura  social  puerto  morelense  aunado  con  las  condiciones  de  aislamiento  no produjeron un paisaje socialmente polarizado ni mucho menos una jerarquización de los espacios de reproducción. Si bien, se puede hablar de una población heterogénea en cuanto al origen, usos, costumbres y, en general prácticas culturales; en cuanto a la acumulación de capital las condiciones fueron bastante homogéneas, a excepción de los rancheros, las condiciones de vida de quienes habitaron el espacio costero fueron muy similares22.




Consideraciones finales

A lo largo del presente trabajo, se sostuvo que la configuración paisajística puerto morelense durante las primeras tres décadas de existencia de este poblado, fue resultado de las dinámicas impuestas por el capital sobre el espacio. La  organización que adquirió el espacio y las formas del paisaje estuvieron relacionadas con la política agroexportadora adoptada por el Estado Mexicano para satisfacer las demandas de las economías centrales -Inglaterra y, posteriormente, Estados Unidos-. El modelo de "crecimiento hacia afuera" permitió que este poblado se integrara al esquema capitalista de desarrollo que se estaba gestando a principios del siglo XX en los países Latinoamericanos.

La  presencia  del  capital  en  Puerto  Morelos,  es  un  claro  ejemplo  de  cómo durante por lo menos los últimos dos siglos el capital -con  ayuda  del  Estado- ha  venido  vinculando  numerosos  espacios  rurales  a  la  económica  mundial.  La presencia del capital en espacios con características similares a las de este poblado ha venido a revolucionar el desarrollo técnico, las formas de organización interna y las relaciones sociales de los espacios rurales. De ahí se afirma que dicho sistema económico, se reprodujo bajo un doble y dialéctico proceso de reproducción material y social, mismo que se fundamentó en la transformación de la Naturaleza y en la sociedad como dos manifestaciones del mismo proceso.

El sistema capitalista en Puerto Morelos ha conllevado a la construcción de un orden económico, social, espacial y paisajístico dirigido a facilitar su expansión a través de la acumulación de capital. Se ha encargado de eliminar aquellas barreras espaciales objetivas y subjetivas impuestas por formaciones sociales anteriores  y,  a  sobreponer  sobre  el  espacio  social  construido  en  otros  tiempos,  bajo otras relaciones sociales y bajo otras condiciones técnico científicas el "edificio espacio-temporal capitalista"; produciendo con ello nuevas infraestructuras, espacios de relación, una organización espacial acorde a las necesidades del capital, una distribución funcional adaptada a la división del trabajo, etc., y en general, la conformación de un espacio y la configuración de un paisaje  que es favorable al proceso de acumulación y al ciclo de realización del capital.

A lo largo del periodo estudiado, se identificó que el capital puso en marcha ciertos procesos tanto de valorización instrumental como cultural sobre el espacio puerto  morelense,  a  los  cuales  se  les  denominó  dinámicas  de  dominación  del capital. Después de un largo proceso de reconstrucción histórica se identificaron tres dinámicas que se considera han sido las que han protagonizado la transformación del espacio puerto morelense y, por consecuencia, la configuración del paisaje en Puerto Morelos, estas son: la penetración del capital en el espacio, la subsunción de éste al capital y, finalmente, la dinámica de apropiación; para fines de este trabajo sólo fueron abordadas las dos primeras.

En el caso de Puerto Morelos, las concesiones forestales otorgadas a compañías extranjeras para la explotación del chicle constituyeron el elemento clave que permitió la penetración del capital en el espacio puerto morelense. Dichas compañías fueron colocando sobre un espacio donde predominaban procesos de producción tradicionales, ciertas actividades económicas que bajo pautas de producción capitalista se fueron consolidando como dominantes en la estructura económica.

Se trató de un proceso en el que el capital tuvo como fin la erradicación de las formas y relaciones previas para sustituirlos por sus propias formas y relaciones de producción. Dicho en palabras de Quijano (1970), se trató de un "proceso de reorganización capitalístico de modos de producción precapitalistas"23 en el que las actividades  económicas  anteriores  fueron  desarticuladas  y  sustituidas  por  estructuras productivas integradas con fragmentos estructurales precapitalistas y capitalistas. Fue un proceso que consistió en la inserción del proceso de producción capitalista  sobre  las  formas  de  producción  preexistentes  mediante  la  implementación e nuevas actividades económicas, lo cual se manifestó en las fuerzas productivas a través de la introducción de nuevos instrumentos, sistemas de producción, etc.

La dinámica de la penetración del capital sobre el espacio puerto morelense fue más allá de una simple evolución económica, ésta también vino acompañada de la integración de este espacio al llamado circuito comercial: el intercambio natural o trueque es penetrado por los dominios del comercio. Asimismo, hubo un cambio de lógica en el proceso de producción, la población puerto morelense que en sus lugares de origen se organizaban en su mayoría alrededor de la producción de valores de uso, con la diversificación productiva y la expansión del comercio en Puerto Morelos, comenzaron a organizarse en torno a la producción de valores de cambio, es decir, a la producción de mercancías. 

Al tiempo que la estructura económica del espacio puerto morelense iba siendo penetrada por el sistema de producción capitalista, también se fue generando una dinámica de subsunción del espacio al capital. Hasta aquí cabría enfatizar la naturaleza dual de esta dinámica que, por un lado, incluyó la forma en cómo el capital fue transformando la dimensión material del espacio puerto morelense a través de una serie de valores enfocados a facilitar el desarrollo de la actividad chiclera como actividad dominante y, por el otro, comprendió la transformación de la estructura social expresada mediante la división del trabajo y el trabajo asalariado.

En  este  sentido,  el  capital se  volvió  simultáneamente  extensivo e  intensivo sobre el espacio de este poblado debido a la acumulación de trabajo sobre el mismo (vía de Decauville, central chiclera, bodegas, espacios de reproducción social, muelle, etc.). Las compañías explotadoras emprendieron un proceso de conquista territorial en la que sobre la “primera naturaleza” se fue gestando un proceso de transformación del espacio original hasta que se fue conformando lo que Marx (2005) denominó como la “segunda naturaleza”24; es decir, la naturaleza humanizada, modificada y/o transformada por  la subordinación del ésta al capital.

Ahora  bien,  como  se  mencionó  anteriormente  no  sólo  lo  económico  y  lo espacial  puede  ser  subordinadas  al  capital  sino  también  la  dimensión  social  del espacio; dentro de los cambios fundamentales en este aspecto encontramos el surgimiento del trabajo asalariado. La proletarización de la población fue un proceso que provocó por un lado, la destrucción o transformación de las estructura sociales tradicionales y, por el otro la instauración de una estructura social cuyas características respondieron al modo de producción capitalista. A medida que los individuos fueron incluidos al sistema capitalista, se fueron gestando en ellos ciertas prácticas, gustos, aficiones y, en general, manifestaciones culturales de diversa índole que también contribuyeron en la configuración del paisaje.

Las compañías explotadoras en el espacio puerto morelense, importaron esquemas de producción, organización social y espacial que dieron como resultado un paisaje aislado respecto a otros centros productores, especializado desde el punto de vista productivo aunque ligeramente diversificado en algunas áreas y fragmentado en dos áreas plenamente identificables: el paisaje del zapotal y el paisaje costero.

En el primero, el capital representado por las compañías explotadoras propicio la configuración de un paisaje en donde los recursos naturales, específicamente el chicle, se convirtieron en  el origen tanto de los procesos productivos como de la estructura social que ahí se desplegó. La separación del hombre respecto a los medios de producción, la concentración de las ganancias, división del trabajo, una fuerza de trabajo migratoria, la creación de espacios de reproducción social, la inexistente propiedad sobre la tierra, las pocas posibilidad de acumulación, etc., fueron  dinámicas  tanto  de  penetración  como  de  subsunción  impuestas  sobre  el espacio que dieron lugar, entre otras cosas, a la configuración de un paisaje donde el principal elemento que lo configuró fue la actividad chiclera.

Y por otro lado, encontramos el paisaje costero que, en definitiva, fue un espacio económica y socialmente más diversificado. Si bien, las dinámicas de dominación del capital transformaron la sociedad y el espacio, esto no quiere decir que en la nueva estructuración económica y social no existieran elementos y procesos de la anterior. En la franja costera hubo formas de producción y de organización social precapitalistas que permanecieron, sin embargo, éstas tuvieron una función importante que fue la de contribuir a la reproducción del capital en esta zona.

El capital en el paisaje costero se caracterizó porque tuvo varías vías de penetración (venta de chicle, copra y algunas veces productos de la pesca) que generó distintos usos de los recursos naturales y del propio espacio así como un despliegue de infraestructuras tendientes a facilitar la producción, de ahí que se haya configurado un paisaje diverso, disperso y fragmentado.

La  presencia  del  capital  en  la  franja  costera  propició  de  manera  directa  o indirecta el desarrollo de una masa de trabajadores asalariados ocupando diferentes posiciones en la estructura social, lo cual produjo un paisaje que en lo social fue bastante heterogéneo, incluso aun  más que en el paisaje del zapotal. Las diferencias sociales no tuvieron plena expresión en lo espacial: sin importar la posición en la estructura social de clases todos tuvieron derecho a ocupar los mismos espacios, existió una propiedad colectiva de aquellos recursos naturales poco atractivos al capital,  adaptada  a  las  condiciones  de  vida  y  a  crear  sus  propias  condiciones  de vida, las diferencias sociales radicaron en las características inherentes a los individuos (origen, costumbres, tradiciones, conocimientos) en su capital económico y en el consumo.

Y finalmente, se puede afirmar que las dinámicas de dominación del capital no sólo se extendieron sobre la relación del hombre con la naturaleza y sobre las relaciones que se establecieron entre los hombres en el proceso de producción; éstas también vinieron acompañadas de una valorización cultural que se manifestó a través de una adecuación de los hábitos sociales, las formas de pensar y, en general, de las prácticas culturales.

La penetración del capital, la subsunción pusieron en marcha ciertos procesos de transformación del espacio no sólo sobre la estructura económica sino también sobre la estructura social tradicional que, al igual que lo económico, también fue adquiriendo cierta espacialidad, proporcionando con ello un perfil propio al espacio casi una personalidad que también se vio reflejada en el paisaje.

En resumen, las dinámicas de penetración y la subsunción fueron factores clave en la construcción de un orden espacial apropiado para la reproducción del sistema capitalista. Por un lado, generaron el desencadenamiento de procesos tanto de reproducción material - reestructuración productiva del espacio y la acumulación de capital fijo en forma de infraestructura de diverso orden, que dieron lugar a la conformación de un paisaje que representó la espacialidad de las transformaciones producidas por las dinámicas de dominación capitalista sobre las dimensiones del espacio social.

Desde esta perspectiva, podemos concluir que paisaje es el aspecto visible de ese espacio social, el paisaje será el resultado y expresión de las transformaciones que el despliegue de las fuerzas productivas, de las relaciones de producción y de las formas ideológicas capitalistas produzcan sobre un espacio preexistente.


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Citas y notas

1  Harvey, David. 1969. Explanations in Geography. Londres: Arnold. P.45.

2  Sánchez, Joan. 1991. Espacio, economía y sociedad. España: Siglo XXI. p.5.

3  Peña, Eduardo, et al. 2006. “Dinámica del paisaje para el periodo 1980 -2004 en la cuenca costera del Lago Budi, Chile. Consideraciones para la conservación de humedales.” Ecología Austral. P. 183-196.

4  Romero, Joan. 2007. Geografía humana: procesos, riesgos e incertidumbres en un mundo globalizado. España: Editorial Ariel.

5  Martínez, Ubaldo. 1990. Antropología económica: conceptos, teorías, debates. México: Icaria Editorial.

6  Robert, Antonio y Wendeley Da Costa. 2009. Geografía crítica. La valorización del espacio. México: Itaca.

7  Instituto Nacional de Ecología. 2001. Programa de manejo Parque Nacional Arrecife de Puerto Morelos, México; Gobierno Municipal de Benito Juárez. 2008. Actualización del Programa de desarrollo urbano del centro de población de Puerto Morelos, Municipio de Benito Juárez, Quintana Roo 2008-2030, México.

8  César, Alfredo y Stella Arnaiz. 1985. “El Caribe mexicano: hombres e historias,” Cuadernos de la Casa Chata: 19-40.

9  Instituto Nacional de Ecología. 2001. Programa de manejo Parque Nacional Arrecife de Puerto Morelos, México.

10  César, Alfredo y Stella Arnaiz. 1985. “El Caribe mexicano…

11  Centro de Investigaciones de Quintana Roo. 1986. Estudios socioeconómicos preliminares de Quintana Roo. México.

12  Pérez, Raúl. 2002. “Léxico de los chicleros en Chetumal.” Nueva Revista de Filología Hispá-nica 50, no. 1: 15-41.

13  Chenaut, Victoria. 1989. Migrantes y aventureros en la frontera sur. México: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.

14  Menéndez, Gabriel. 1989. “Cómo se explota el chicle y cómo viven los chicleros.” En Lecturas básicas para la historia de Quintana Roo. México: Fondo Editorial del Gobierno de Quintana Roo.

15  El bajareque es un procedimiento que consiste en una hilera de horcones hincados en el suelo que forman la pared y entre éstos se coloca un entramado de varas entretejidas que después se rellenan por uno o ambos lados con un aplanado de barro ó lodo, mezclado con zacate o paja para darle mayor consistencia.

16  También conocido como “truck”, el cual que iba desde Puerto Morelos hasta  otro poblado conocido como La Hacienda de Santa María mismo que dejó de funcionar en la década de los cincuenta.

17  Centro de Investigaciones de Quintana Roo. 1986. Estudios socioeconómicos…

18  Chenaut, Victoria. 1989. Migrantes y aventureros… P.42.

19  Instituto Nacional de Ecología. 2001. Programa de manejo..

20  Gobierno de Quintana Roo. 1987. Monografía Municipal de Benito Juárez. Centro Estatal de Estudios Municipales de Quintana Roo, México.

21  La legislación que pudiera llamarse complementaria de la Reforma Agraria, en el aspecto distributivo de la tierra tuvo cierta importancia después del triunfo de la Revolución Mexicana. El decreto del 2 de agosto de 1923 contemplaba la ocupación de tierras nacionales para producir lo que fuera necesario para la satisfacción de las necesidades familiares; para ello facultaba a los mexicanos mayores de dieciocho años, carentes de tierras, para adquirir limitadas extensiones de tierras nacionales o baldías, sin más requisito que ocuparlas y acotarlas personalmente y dedicarse a la explotación de las mismas.

22  La información que se presenta en este y otros apartados se obtuvo a partir de las historias de vida realizadas  a actores representativos de la comunidad que participaron en la actividad chiclera o que desarrollaron su vida en la franja costera.

23  Quijano, Aníbal. 1970. Redefinición de la dependencia y marginalización en América Latina. Chile: CEPAL. P.28.

24  Marx, Karl. 2005. La Tecnología del Capital Subsunción Formal y Subsunción Real del Proceso de Trabajo al Proceso de Valorización (Extractos del Manuscrito 1861-1863). México: Itaca. P.25.

Correspondencia a:
Erika Cruz-Coria. Becaria del Doctorado en Ciencias Ambientales de la Universidad Autónoma del Estado de México. Facultad de Química de la UAEMex. Email: ecoria84@hotmail.com.
Lilia Zizumbo-Villarre. Doctora en Sociología por la Universidad Nacional Autónoma del México. Profesora-Investigadora de Tiempo Completo,  Centro de Investigación en Estudios Turísticos UAEMex. Email: lzv04@hotmail.com.
Neptalí Monterroso Salvatierra. Maestro en Sociología por la Universidad Autónoma del Estado de México, egresado del Doctorado en Sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Catedrático e investigador de la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública en la Universidad Autónoma del Estado de México. Email: n.monterrososalvatierra@gmail.com.


Fecha de recepción: 18 de febrero, 2011 - Fecha de aceptación: 4 de mayo, 2011.

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