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Adolescencia y Salud

Print version ISSN 1409-4185

Adolesc. salud vol.1 n.1 San José Jan. 1999

 

 
Cultura y violencia
 
Marco Vinicio Fournier, M.. Sc.
 
A la memoria del colega y maestro, el sacerdote jesuita Ignacio Martín-Baro, quien murió en el Salvador víctima de la violencia, violencia que tanto analizó y tanto combatió.
 
I. Introducción
 
Existen múltiples estudios y ensayos que tratan con suficiente profundidad aspectos puntuales de la cultura y su relación con la violencia. Así por ejemplo, la influencia directa de los medios de comunicación, y en especial la televisión (Mediascope, 1996, UCLA, 1995); podríamos citar también los estudios sobre patrones de crianza y conductas antisociales posteriores (Straus et al., 1997, 1996); tenencia de armas y homicidio y suicidio (National Center for Injury Prevention and Control, 1997; Carranza et al., 1997); consumo de alcohol y drogas (National Leage of Cities, 1994; Nadelmann et al., 1994); y pobreza. exclusión y desarrollo humano (Population Action International, 1990; Canadian Centre for Justice Statistics, 1993; Crime Prevention and Criminal Justice Branch, 1995).

El tratamiento de uno o varios de estos factores en programas preventivos ha dado resultados muy esperanzadores alrededor de todo el mundo (cf. Centro Internacional para la Prevención de la Criminalidad, l995). El análisis de estos estudios o de las estrategias concretas que se han desarrollado podría generar un seminario para cada uno, pero desgraciadamente solo cuento con 15 minutos para exponer la relación entre cultura y violencia.

A causa de lo anterior, se ha decidido plantear un análisis más global de la cultura actual, como se ha ido definiendo la misma en el proceso de globalización de la última década, y cómo esta cultura de fin de siglo constituye la raíz fundamental del fenómeno de la violencia. Una vez desarrollada esta descripción, se intentará proponer algunas líneas de acción para enfrentar la violencia desde sus raíces culturales.
 
 
II. Las grances transformaciones mundiales

 
En la década de los ochenta el mundo experimenta una serie de tranformaciones radicales que modifican profundamente todos los ámbitos de nuestras sociedades: política, economía, cultura, estado, sistemas de comunicación, etc. (Tamames, 1991). Especial interés asume dentro de estas transformaciones el agotamiento del modelo de socialismo real en Europa del Este y la consecuente finalización de la guerra fría. Esta situación, unida una serie de coyunturas especiales, tales como la crisis económica provocada por la imposibilidad de pago de las deudas externas de muchos países del tercer mundo, o el rápido desarrollo de las tecnologías y los servicios de comunicación, favorece el desarrollo de lo que se ha dado en llamar la filosofía neolileral, que bajo la presión de los organismos internacionales, se implanta en forma acelerada en la inmensa mayoría de los países a través de todo el mundo.

No hay duda de que estas transformaciones han producido efectos impresionantes en el desarrollo tecnológico y en las estructuras productivas a través de todo el orbe.  Liberado de los controles del estado y potencializado por la paulatina eliminación de barreras arancelarias, el sector productivo se ve directamente impulsado hacia el desarrollo máximo y expansión permanente de su capacidad competitiva. Sin embargo, aun cuando en principio se trata de un fenómeno de tipo económico, como en cualquier fenómeno social, las consecuencias son amplias en todos los ámbitos.
 
 
III. La lógica del mercado

 
Al liberarse paulatinamente del control social del estado, el aparato productivo se rige actulamente en forma prioritaria por las reglas del mercado. Este proceso tiene un impacto directo sobre la estructura de nuestra sociedad, sobre nuestra cultura y sobre el comportamiento cotidiano de los ciudadanos. Conviene por lo tanto, detenernos un momento para resumir estas reglas, antes de poder analizar sus consecuencias:
La tendencia hacia el debilitamiento de las barreras arancelarias proteccionistas y los rápidos avances tecnológicos en el área de las telecomunicaciones convierten al globo terráqueo en una gran aldea.  Dentro de esta apertura, la comercialización de los productos tiende a regirse principalmente por las reglas del mercado internacional, en donde precio y calidad definen la velocidad con que pueden reproducirse los capitales. Este último principio es de fundamental importancia puesto que es precisamente a través de la reproducción rápida del capital que las empresas pueden adaptarse al acelerado avance tecnológico, adaptación que a su vez les permite producir más rápido, en mayor cantidad y, en principio, con mayor calidad. Se crea así una situación circular, en donde a mayor producción y mayor comercialización, mayor capacidad de crecimiento productivo.
 
 
IV. Consecuencias sociales

A. Estructuración social

La necesidad de dotar al sector productivo de una adecuada competitividad que le permita desenvolverse tanto a nivel nacional como internacional, impulsa al estado en dos direcciones fundamentales: por una parte, debe generar las condiciones necesarias para una reconversión industrial que facilite la modernización del aparato productivo, pero para lograr este cometido, debe también generar los recursos necesarios que, por una parte financien la modernización de la infraestructura, pero también para estimular a aquellas empresas que mejor se ajustan a las exigencias de la globalización. Por otra parte, debe también modernizarse a sí mismo, de modo que garantice mayor eficiencia en la gestión, menores entrabamientos a la libre circulación de las mercancías y reducción de gastos que no redunden directamente en el desarrollo al máximo de la productividad.
Al lado de estos objetivos dirigidos hacia el mejoramiento de la competitividad, se producen una serie de consecuencias directas o indirectas sobre la estructuración de la sociedad:
 
a) Debilitamiento del estado: El ámbito de control social por parte del Estado se reduce, cediendo el espacio a las reglas del mercado (Garnier et al, 1991; Dobles et al, 1996).

b) Reducción de los mecanismos de redistribución de la riqueza: El Estado se ve obligado a reducir los programas de seguridad y bienestar social, para concentrar los escasos recursos en el proceso de modernización y estimulación del aparato productivo. Muchos de estos programas se debilitan en su calidad y cobertura o se eliminan, y otras pasan al sector privado (Garnier et al, 1991; Morales, 1994).
 
c) Deterioro en la calidad de vida: La reducción de los programas de bienestar social produce inexorablemente un deterioro en la calidad de vida de la mayoría de los ciudadanos, en sectores tan importantes como la educación, la salud y el trabajo (Rosenbluth, 1994; Proyecto Informe Estado de la Nación 1995,1996,1997; Morales, 1994)

d) Concentración de la riqueza: El debilitamiento de los mecanismos de redistribución de la riqueza y la concentración de la capacidad productiva en aquellos sectores con mayor disponibilidad de capital y con mejores posibilidades de reproducción rápida de éste, generan una situación en donde cada vez son más los que ganan menos y cada vez son menos los que ganan más (Altimir, 1994; MIDEPLAN, 1993; Feliciani, 1994).
 
 

B. Cultura

Estas transformaciones en los planos económico, político y sociológico, generan, a su vez, modificaciones sustanciales en la cultura; modificaciones que nacen tanto como resultado del actuar e interactuar cotidiano de los ciudadanos bajo las nuevas reglas del juego, sino también bajo el influjo de un aparato publicitario desplegado con el fin explícito de legitimar el nuevo orden mundial:

a) Del bien común a la productividad: La búsqueda del bien común como objetivo primordial de la sociedad pasa a un plano secundario, y se entroniza de manera prioritaria la productividad (Alfaro, 1992).

b) De la solidaridad a la competitividad: La lógica de las relaciones interpersonales se rige ahora por el principio de competitividad, y valores tales como solidaridad o lealtad entran en franca contradicción, puesto que no son eficientes dentro de las leyes del mercado (Fournier, 1988; Fournier et al., 1994; Díaz, 1994).

c) Debilitamiento de la identidad cultural: El avance en las comunicaciones, la eficiencia de los medios de comunicación de masas y la apertura comercial de las fronteras generan un debilitamiento de la identidad cultural, en especial en los países del tercer mundo (Fournier, 1989; Robert, 1994).
 
d) Exaltación del individualismo: La transformación de la estructura axiológica y el debilitamiento de la identidad cultural exaltan y refuerzan el individualismo (Fournier, 1988).
 
e) La capacidad de consumo como como criterio último de "status" y felicidad: La necesidad de incrementar permanentemente el consumo hace que nuestra cultura centre cada vez más los criterios de evaluación del "status" social y la realización personal en la cantidad y calidad de bienes y servicios que cada persona puede adquirir (Durning, 1991).
 
f) Los medios de comunicación como agentes primordiales de la socialización: Ante los vacíos que produce un estado debilitado, un decadente sistema educativo, el desmembramiento de la familia, la paulatina desaparición de la identidad cultural, y la creciente relativización de los preceptos religiosos, los medios de comunicación de masas han sabido rellenar cada uno de estos espacios, colocándose no solo como una de las instituciones con mayor credibilidad, sino también como el principal agente socializador de las nuevas generaciones (Robert, 1994; Bryant et al, 1994; Mediascope, 1996; UCLA, 1995).
 
 

C. Características psicosociales

Obviamente, los cambios en la estructura social y en la cultura producen a su ver transformaciones importantes en la conformación de las características psicosociales de la población:

a) Frustración: Puesto que los bienes y servicios son escasos, los nuevos ideales de "status" y felicidad solo son alcanzados por una pequeña minoría de los ciudadanos, para los demás, es fuente contínua de frustración y desilusión. Pero de todas maneras, la mayoría de aquellos que sí logran acceder a una alta capacidad de consumo, rápidamente descubren lo lejos que se encuentran de la auténtica felicidad (Fournier et al., 1993; Carranza, 1994).

b) Estrés: El ambiente de competitividad y la carga de trabajo que demanda mantenerse al día y con eficiencia en un mundo cambiante y exigente, produce en la mayoría de la población exceso de trabajo, ansiedad e hipertensión.
 
c) Debilitamiento de los lazos afectivos: La competitividad, el estrés y el exceso de trabajo debilitan la calidad de las relaciones interpersonales, tanto a nivel primario como secundario (Campos et al., 1994).
 
d) Corrupción: El viraje en los criterios de evaluación del "status" social y las demandas crecientes sobre la capacidad de consumo debilitan los controles éticos y legitiman conductas ilegales (Hardinhaus, 1989; Fournier, 1988).

e) Desilusión y desconfianza: El debilitamiento del estado, la decadencia en la calidad de vida, los escándalos de corrupción, y la frustración debilitan la legitimidad del sistema político (UNIMER, 1995).
 
f) Autoritarismo: El ambiente de desconfianza y la incertidumbre hacia el futuro facilitan el desarrollo de una personalidad autoritaria en sectores cada vez más amplios de la población (Adorno, 1969; Campos, 1991; Solano, 1991, Fournier et al., 1993; Fournier et al., 1994).
 
g) Impulsividad e irreflexión: Uno de los avances tecnológicos más impactantes de nuestros días, es aquel que permite el desarrollo del aparato mercadológico y publicitario. La necesidad de incrementar constantemente el consumo, ha generado técnicas altamente complejas de manipulación del consumidor, logrando reducir o reorientar cada vez más el proceso de toma de decisiones, de modo que los clientes actúen principalmente guiados por sus impulsos y en donde el proceso posterior de evaluación conlleve el menor grado posible de reflexión (Fournier, 1988; Loundon et al, 1995).
 
h) Cortoplacismo: La lógica del mercado en donde la rentabilidad está determinada por la celeridad con que pueda reproducirse el capital, la creciente rapidez con que se desarrolla y transforma la tecnología, y la consecuente obsolescencia de los bienes y servicios, tiende a reforzar en la población una mentalidad centrada en los resultados a conto plazo, debilitando la viabilidad y conveniencia de la planificación a mediano o largo plazo (Dierckxsens, 1997).
 

V. Violencia

Las características sociales y culturales descritas hasta aquí constituyen el contexto ideal para el desarrollo de la violencia. Recordemos que este fenómeno se encuentra íntimamente asociado con la frustración, la impulsividad, y la irreflexión. A esto agreguémosle un sistema que genera y favorece la exclusión en todos sus ámbitos, que refuerza la competitividad en detrimento de la solidaridad, el individualismo por encima del bien común, y la capacidad de consumo independientemente de la honorabilidad y la honestidad. Sumemos a esto, los medios de comunicación de masas que adquieren un papel protagónico en el desarrollo, transformación y transmisión de la cultura, y cuyos contenidos se saturan cada vez más de violencia. Por último, no debemos olvidar que este caldo de cultivo tiene como contexto una larga historia de explotación, pobreza, machismo, violación impune de los más fundamentales derechos humanos, y en muchos de nuestros países, militarismo, autoritarismo, represión y cruentas guerras civiles. Ante este panorama, lo extraño sería que viviésemos en un ambiente pacífico.

La violencia tiene una dinámica con estructura espiral, ya que cualquier acto violento posee una alta probabilidad de generar como respuesta otro acto violento. De este modo, mientras la estructura social y la cultura sean en sí violentas, el resultado inevitable será un conjunto de individuos violentos. Del mismo modo, si las soluciones se concentran en la represión, y por ende en la violencia, el producto final será la estimulación de la misma, nunca su reversión o contención.
 
 
VI. Algunas sugerencias de intervención

 
Al pensar en soluciones, obviamente la tendencia principal de muchos de nosotros se dirige inmediatamente hacia la utopía de una sociedad realmente igualitaria, constituida por ciudadanos libres, independientes, reflexivos, respetuosos y amorosos, al estilo del cristianismo original o como soñó John Lennon en su canción Imagine, o Marcusse en su "Final de la Utopía".

Sin embargo, mientras nos esforzamos por acercarnos a ese sueño, podemos pensar en algunas acciones concretas que permitan aquí y ahora frenar y revertir la espiral actual de la violencia. Bajo los principios enunciados en este ensayo, se hace evidente de que cualquier intervención efectiva para detener la escalada de violencia pasa por una transformación de nuestra cultura. Cualquier intervención a nivel microsocial, sin un contexto macrosocial favorable, terminará siendo un simple remiendo que se rasgará fácilmente de nuevo; y cualquier programa macrosocial que no tome en cuenta y permita la participación activa de la mayoría de la población terminará siendo otra buena intención que se diluye en una realidad contradictoria y en la contracultura.
 
Mientras exista exclusión, ignorancia y alta frustración, existirá violencia, por lo tanto, cualquier esfuerzo para enfrentar el problema debe iniciarse con un proceso que garantice mejores estrategias de redistribución de la riqueza. Concretamente, se hace necesaria una reestructuración del sistema fiscal, de modo que la carga tributaria se concentre en aquellos sectores que tienen mayor poder adquisitivo. Esta redistribución deberá estar dirigida de manera prioritaria hacia la educación, la salud y la promoción de los derechos humanos en todas sus dimensiones. Por otra parte, se hace necesaria una mejor legislación laboral de modo que puedan garantizarse mejores condiciones de trabajo, mejores salarios, mejores oportunidades de capacitación y desarrollo, y mejores facilidades para la recreación sana.

Al lado de esta reestructuración social, debe iniciarse pronto un programa de promoción de valores acordes con la coexistencia pacífica y la resolución de conflictos. Utilizando las mismas estrategias que han resultado tan eficientes para la promoción de bienes y servicios, debe desarrollarse una amplia campaña dirigida primordialmente a modificar la dimensión afectiva de las actitudes violentas. Literalmene se trata de poner de moda la paz, el amor y la resolución pacífica de conflictos, y hacer afectivamente incompatibles las conductas y actitudes agresivas. Para ello podría utilizarse, por ejemplo la participación de los grandes modelos de jóvenes y viejos (cantantes, actores deportistas, etc.), pero en donde también participen y coordinen todo tipo de organizaciones estatales y privadas.

Este primer paso a nivel afectivo, deberá acompañarse inmediatamente de un proceso más prolongado y complejo, en donde las dimensiones cognitivas y conativas puedan transformarse y desarrollarse hacia modelos de interacción más solidarios y mejor centrados en el bien común. La población debe comprender e introyectar los costos negativos a mediano y largo plazo de actos de violencia y corrupción, así como de las tendencias hacia el individualismo, la impulstividad, el consumismo, etc. Para ello se hace necesario un proceso educativo dirigido a toda la población, pero también un programa de reforzamiento de conductas opcionales e incompatibles, tales como incentivos a programas de desarrollo comunal, promoción de organizaciones populares de bien social, estrategias comunales de seguridad ciudadana, etc.

Resulta en esta etapa de vital importancia el desarrollar en la población la conciencia de las consecuencias a mediano y largo plazo de la lógica del mercado. Ya el BID ha iniciado un proceso importante, en este sentido, al contabilizar los costos de la violencia; sin embargo el esfuerzo debe ser más concreto. Esta contabilidad debe reflejarse directamente en los costos de producción. Existen diferentes mecanismos para lograr esto, por ejemplo:

-Prohibición o regulación de aquellos bienes y servicios, cuyas consecuencias sobre el ambiente o sobre la cultura sean altamente perjudiciales.
-Retribución a la población, mediante sistemas fiscales específicos, de los costos negativos a mediano y largo plazo.
-Publicación permanente de las consecuencias en cada producto y bien comercializado.

Solo habiendo logrado las tres etapas anteriores, podrán tener un efecto duradero y profundo las estrategias concretas que hasta ahora se han utilizado, y que, por supuesto, son de enorme importancia y deben acompañar el proceso más general. Solo para citar algunas:

            -Control de los contenidos de la televisión
            -Control en el uso y portación de armas.
            -Control del consumo de alcohol y drogas.
            -Transformación de la legislación penal.
            -Mejores sistemas de readaptación social.
 
 

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