Aunque uno tenga muchos años de escribir y sea de ahí de donde deriva el sustento, siempre las primeras líneas de una nota entrañan todo un reto, es como la puntada inicial de la que saldrá un tejido, que en el caso de un artículo nos puede mover a la alegría, a la preocupación, al desencanto, a la tristeza, o en el peor de los casos dejarnos igual.

Entonces la pregunta que surge cuando se nos encarga esta tarea es: ¿qué decirle a ese compañero que conozco y también a quien no sabe de mi existencia?

Voy a retomar algunos conceptos de un comentario que emití hace poco en Radio Reloj, donde gentilmente me conceden un espacio el día martes y antes del Ave María, si lo tiene a bien, podrá escucharlo.

El asunto es que un viernes cualquiera, despedíamos a un compañero de la Dirección de Comunicación, quien se jubilaba luego de más de 42 años de servicio y paradójicamente, le dijimos: ¡hasta pronto! a la persona equivocada, no porque careciera de méritos, más bien porque la vida nos jugó una pasada.

En la noche los teléfonos de muchos de nosotros se activaron para correr la voz de alarma, otro compañero de poco más de 50 años, en apariencia de los más sanos de todos, en virtud de una vida ordenada, desprovista de excesos, atleta consumado de largas jornadas de triunfos, fue llevado de urgencia al Hospital México, el corazón que había bombeado tanta sangre forzado por las competencias, dejó de latir, de nada valieron los esfuerzos de los mejores cirujanos.

Traigo el tema a colación, porque el trabajo de funcionario público, máxime ahora cuando se nos coloca a todos bajo la lupa para escudriñar cada uno de los actos, no deja de ser una tarea gratificante por un lado, pero ingrata por el otro, pues poco sirve un expediente limpio ante el más mínimo tropiezo.

Si hay algo cierto es que aquí en la tierra nadie es imprescindible, si por una u otra razón nos bajamos o nos bajan del vagón de la existencia, el mundo sigue su curso. El país y las instituciones no sucumbirán porque esa pequeña y frágil pieza que somos cada uno de nosotros, se estropeó. Luego de los naturales lamentos pasamos al archivo hasta de aquellos que nos aman. ¡Pero cómo nos cuesta entender esta enorme e incuestionable verdad!

A la par de un trabajo de excelencia, propongámonos vivir con alegría, sin derroches ni excesos, pero conscientes, que igual que una vela, cualquier pequeña ventisca nos apagará para siempre. Nada nos llevaremos de este mundo tal y como lo afirmó con sabiduría una de mis tías, a quien oí decir: ¡NUNCA HE VISTO A UN MUERTO CON UN SACO EN LA ESPALDA!

La Revista Gestión que me honro en presentar, es un importante instrumento para el crecimiento intelectual, recoge lo mejor del pensamiento y la experiencia de distinguidos profesionales de la institución, quienes con desprendimiento y altitud de miras la comparten con nosotros.

El buen funcionario debe ser íntegro en cuerpo y alma. A la par de la inteligencia debe cultivar el espíritu y por sobre todo, estar consciente que sólo una vez se nos permitirá transitar por estos sitios.

Ralph Waldo Emerson, el sabio que inspiró a tantas personas a lo largo de la historia dijo: "Las instituciones son la sombra que proyectan los hombres" y yo agrego las mujeres. Entonces, el Seguro Social es grande, porque refleja la silueta de quienes ayer y hoy la sirven y prestigian. Ahí está impresa la huella de cada uno de sus funcionarios (as) como un legado indeleble a la posteridad.

Gracias a los articulistas de esta y de las ediciones anteriores de la Revista Gestión. Estoy seguro que su esfuerzo será apreciado hoy, en algún momento será repasado por quienes nos sucederán, a sabiendas que al igual que una fotografía de hoy recoge un retazo de la historia, que en el caso del Seguro Social, como bien se afirma, es: "Una obra para siempre que nos pertenece a todos".