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Revistas de Ciencias Administrativas y Financieras de la Seguridad Social

Print version ISSN 1409-1259

Rev. cienc. adm. financ. segur. soc vol.8 n.2 San José Jul. 2000

 

Discurso del Presidente de la República, Miguel Angel Rodríguez Echeverría, en el acto a sanción de la Ley de Protección al Trabajador

Desde nuestra independencia, los fundadores de la Patria tuvieron un gran sueño: una sociedad de oportunidades para todos y solidaria con los más necesitados. En palabras de nuestro primer Jefe de Estado, Juan Mora Fernández:

    "Deseamos que el Estado sea feliz por la paz,
    fuerte por la unión, y que sus hijos corten cada día
    una espiga más y lloren una lágrima menos. "


Y construyeron paulatinamente esa sociedad cimentándola en los más nobles principios, en los principios de libertad, solidaridad, justicia y equidad. Fueron nuestros antepasados, aquellas mujeres y hombres del siglo XIX, los que supieron ver más allá del horizonte, y trabajaron para asegurarle a sus hijos, y a las hijas de sus hijos, las oportunidades necesarias para creer, crear, crecer y progresar.

Estos principios nutrieron la sociedad previsora que construimos los costarricenses. Una sociedad de reglas generales y claras, que le daban al ser humano libertad para crear, libertad para innovar, libertad para actuar y libertad para reproducir las creaciones positivas para el bienestar de las personas y de la colectividad. Y estos principios son los que deben sustentar a la Costa Rica del siglo XIX, una Costa Rica nuevamente previsora y más solidaria, en un marco de libertad y de responsabilidad.

Por eso, hoy, en esta mañana, en la Plaza de las Garantías Sociales, en el año del centenario del nacimiento del Dr. Rafael A. Calderón Guardia, seguimos su ejemplo y somos consecuentes con nuestros antepasados, y así, volvemos a soñar en grande, volvemos a encauzarnos por la senda de la previsión: volvemos a ser sociedad previsora.

Hoy, les presentamos a los costarricenses la reforma social de nuestro tiempo: la Ley de Protección al Trabajador.

La Ley de Protección al Trabajador es una ley para el bienestar de la familia costarricense. Es producto de una gran cruzada nacional por la justicia en el régimen de pensiones y por los derechos de los y las trabajadoras. Es el resultado de un proceso de Concertación Nacional en el que todos los grupos sociales, con espíritu de unidad nacional, vencieron los obstáculos y alcanzaron un desarrollo próspero, participativo: un desarrollo con rostro humano.

La Ley de Protección al Trabajador es una ley para volver a ser previsores. Una ley fruto de la unión de la gran familia costarricense.

La Ley de Protecciónal Trabajador es sinónimo de unidad nacional, de diálogo, de participación y de concertación exitosa.

Y esto debemos agradecérselo a las universidades estatales, al apoyo de sus Rectores. Agradecemos a los cooperativistas, a los sindicalistas, a los solidaristas, a los partidos políticos, a las mujeres, a los pueblos indios, a los ambientalistas. Debemos expresar nuestra admiración por la forma generosa y patriótica con la que nuestros empresarios, unidos en UCCAEP y bajo el liderazgo de don Samuel Yankelewitz, estuvieron dispuestos a contribuir al financiamiento de esta nueva y muy trascendental conquista social.

Nuestro reconocimiento y admiración a las señoras y señores diputados de los diversos partidos políticos, que sin egoísmos partidistas ni cegueras electorales, le dieron su apoyo y contribuyeron a mejorar esta iniciativa. En especial, mi gratitud al Partido Unidad Social Cristiana, al Partido Liberación Nacional, al Partido Fuerza Democrática, representados hoy aquí por los jefes de fracción, Diputado Eliseo Vargas, Diputado Daniel Gallardo y Diputado José Merino.

Muchas, muchas gracias, Monseñor, porque como Monseñor Sanabria en los cuarenta, usted ha demostrado una vez más el compromiso de la Iglesia costarricense con el progreso social. Gracias a todos los sectores de la sociedad. Muchas gracias costarricenses.

Gracias, porque producto del pensamiento y la voluntad de todos, hoy ve la luz que representa con claridad la solución costarricense. Una vez más demostramos que nuestra fórmula se basa en la discusión racional y civilizada. La solución costarricense implica dejar de lado el espíritu de enfrentamiento y prepararse para oír al compañero y al adversario, evaluar sus planteamientos, rectificar los propios, hacer concesiones, encontrar la verdad juntos y construir instrumentos satisfactorios para los costarricenses. La solución costarricense es unirnos para juntos encontrar las mejores respuestas a nuestros problemas de hoy y de mañana.

Eso fue, efectivamente, lo que hicimos durante el Proceso de Concertación Nacional a principios de nuestro Gobierno.

A todos aquellos que dudaron de la efectividad y legitimidad de este proceso de construcción de consensos; a todos los que le restaron importancia, a quienes lo pusieron en entredicho y no le tuvieron fe, los hechos les demuestran que se equivocaron, porque cuando un pueblo habla con claridad, con honestidad y comprometido, sus palabras se escuchan y su voluntad se respeta.

Claro que después fue indispensable, como debe serlo en nuestra democracia, la contribución patriótica y sin mezquindad de los diputados y los partidos políticos.

La Ley de Protección al Trabajador nos demuestra que, con unidad nacional y concertación, podemos vencer el miedo al cambio, el miedo al progreso. La Ley de Protección al Trabajador es la superación del temor para hacer realidad aspiraciones de los trabajadores y familias costarricenses. Por décadas, se habló en Costa Rica de la necesidad de reformar las pensiones y de convertir el auxilio de la cesantía en un derecho real, pero el miedo al cambio no permitió concretar reformas inminentes que hoy, ya son una realidad.

Hemos podido vencer al miedo porque toda la sociedad costarricense se unió en un esfuerzo nacional; porque actuamos por amor a la Patria, con sentido de responsabilidad ciudadana y con apego a los principios de la solidaridad cristiana. Vencimos al miedo porque creímos en Costa Rica. Porque comprendimos que el desarrollo y la búsqueda del bien común son tareas que sólo pueden ser enfrentadas si los costarricenses nos unimos.

En la unidad nacional encontramos la fuerza para asumir riesgos y cambiar, cambiar para utilizar los nuevos conocimientos y vencer los viejos problemas; cambiar para lograr con los nuevos instrumentos alcanzar nuestros valores de siempre.

En la unidad nacional para el bienestar de la familia costarricense encontramos la fortaleza para enfrentar los más extraordinarios retos.

En la unidad nacional para el bienestar de la familia encontramos el remedio para la desesperanza y el miedo.

En la unidad nacional para el bienestar de la familia costarricense redescubrimos el valor de la dignidad de las personas, y recordamos, una vez más que nuestro ideal nacional, como bien lo señala nuestro Himno Nacional, se inspira en el trabajo y la paz.

La Ley de Protección al Trabajador es fundamental para el bienestar de nuestras familias. A un grave problema le estamos dando una maravillosa solución. Haberlo hecho es honrar un compromiso histórico con la familia y su bienestar presente y futuro. Un compromiso con nuestros jóvenes, niños y niñas y con las generaciones que están por venir, que nos pedirán cuentas por el estado del sistema de previsión social costarricense del siglo XXI.

A ustedes jóvenes, niños y niñas de hoy que se pensionarán dentro de treinta, cuarenta o cincuenta años, puedo decirles que no les hemos fallado. Hoy ustedes pueden tener certeza de que la cesantía será un derecho real y que el régimen de Invalidez, Vejez y Muerte les cumplirá al momento de jubilarse, porque tomamos las decisiones a tiempo para evitar su colapso. Con esta reforma lo fortaleceremos para asegurarnos una mayor cobertura, para que sea la gran plataforma de nuestras pensiones, y no suceda como hasta ahora, que el 45% de las y los trabajadores no cotizan para ningún régimen.

Complementaremos esa pensión con una pensión adicional sin costo alguno para el trabajador, reasignando cargas sociales ya existentes, con la cual, todos los trabajadores tendrán asegurada una segunda renta para garantizar la dignidad de su retiro.

Y todos los adultos mayores en situaciones de pobreza, que no pudieron cotizar para asegurarse un ingreso en su vejez, tendrán una pensión, porque esta reforma los ampara y les brinda una mano solidaria, al procurar los recursos necesarios para que el Régimen no Contributivo de Pensiones sea universal y brinde pensiones más altas.

No podemos permitir que adultos mayores pobres que perdieron ya su capacidad física para trabajar y generar ingresos, vivan en la indigencia, sin poder al menos satisfacer sus necesidades básicas. Por eso, con mucho sacrificio, hemos venido recortando gastos en ministerios e instituciones públicas para liberar recursos, y poder dar más pensiones del Régimen No Contributivo, como las que reciben hoy don José Ávalos, don Ramón Virgilio Miranda, don Elías Ramírez y doña Marta Dominga Obando, vecinos de Villa Esperanza y Lomas del Río de Pavas.

Pero no ha sido suficiente todo ese esfuerzo, y muchos adultos mayores que viven en situaciones difíciles aún están desamparados. Pensando en ellos, impulsamos la reforma social de nuestro tiempo, y gracias a que hoy es una realidad, 29.000 adultos mayores que viven en la pobreza recibirán su pensión, al igual que don José, don Ramón, don Elías y doña Marta.

Por ellos y por sus familias, por los trabajadores de hoy que aún están desprotegidos y por nuestros jóvenes, niños y niñas, esta reforma no podía esperar más. Ahora podremos edificar un sistema de pensiones más sólido, solvente, sostenible y solidario que garantice a toda la población el derecho humano a una vejez digna.

Además, logramos los acuerdos para que el auxilio de cesantía sea un derecho real para cada trabajador, y no una mera expectativa que no se cumple en la mayoría de los casos. Cada trabajador va a poder disfrutar de ese beneficio, sin importar la razón por la cual concluya la relación laboral y sin límites en el tiempo. De ahora en adelante, quien renuncie a su puesto para alcanzar otros objetivos, no perderá sus derechos de cesantía. De ahora en adelante, quien tenga más de ocho años de trabajar para el mismo patrón no se verá privado del aumento en su cesantía.

Por muchas razones, esta es una ley que refuerza la solidaridad social entre los costarricenses y que protege al trabajador sin perjudicar a los empresarios, porque es equilibrada y responsable, sustentada en principios cristianos de justicia social y pensada para el bienestar de todas las familias.

Así, las pensiones promoverán una reducción sostenida de las tasas de interés, impulsarán la reconversión productiva y las inversiones en nuevos proyectos, con lo cual, se mejoran los procesos productivos, se crean nuevos empleos, y se propicia una mayor democratización de los frutos del crecimiento económico al permitir que los trabajadores se conviertan en dueños de muchas empresas. En efecto, los fondos de pensiones de los trabajadores serán dueños de inversiones en las empresas y de esta manera, estamos democratizando la propiedad de los medios de producción.

Con esta reforma ganamos todos. Logramos armonizar en una sola ley, dos objetivos claves para alcanzar mayores niveles de desarrollo humano: impulsar el crecimiento económico y fortalecer la solidaridad social.

Por todo esto, la Ley de Protección al Trabajador es una auténtica solución costarricense: es previsora, es producto del diálogo constructivo entre los más diversos grupos sociales; es solidaria y garantiza la paz social, está basada en los nuevos conocimientos y en nuestros perennes valores.

¿Cómo describirían la actual realidad mundial, a nivel continental, desde el punto de vista cultural, político, económico y religioso?

La sociedad actual espera cambios importantes, no solo desde el punto de vista tecnológico y económico, sino humano. Un mundo que tienda a la solidaridad y a la equidad en vez de la individualidad y la desigualdad, es una tarea de todos los pueblos para sentar las bases de esa humanización, la cual ha de manifestarse en la cultura, la política, la economía y la religión.

La realidad actual se presenta particularmente adversa a muchas poblaciones que aún carecen de los servicios básicos de subsistencia, a pesar de que en otras latitudes del mundo se prepara a la población para recibir un nuevo milenio revestido de tecnología, sistemas de comunicación al instante y en el cual se incita al consumo innecesario.

A hoy en los albores del siglo veintiuno, millones de niños mueren cada año de hambre o por enfermedades prevenibles como las infecciones intestinales, las infecciones respiratorias o la desnutrición. En las puertas de un nuevo milenio muchos seres humanos mueren en guerras de carácter ideológico o económico, como las provocadas por alcanzar primacía en el manejo de recursos como el petróleo, o como las guerrillas que siembran la destrucción y la muerte entre personas que viven en un mismo territorio.

En estos años, la cultura imperante es la que pregona un ser humano uniforme, interesado solo en sí mismo y en conseguir bienes materiales a toda costa, olvidándose de las necesidades de sus semejantes en su cotidiana carrera contra el tiempo para no llegar a ninguna parte.

La política como expresión noble del arte de hacer lo me . or posible por el bien público, se ha venido convirtiendo en escenario de luchas ideológicas que han causado más rupturas que unión entre los pueblos. Hoy se ha convertido en una fuente para alcanzar poder económico aplicando el precepto de que el fin justifica los medios. Ya la ciudadanía ha perdido confianza en sus gobernantes y ello se muestra en el poco interés en participar en procesos de elección, los cuales últimamente han venido cediéndole campo al abstencionismo u optando por grupos políticos no tradicionales en los cuales se apuesta por la honestidad y la transparencia en el manejo de la cosa pública.

No obstante, existe la esperanza, la esperanza que nace de la unidad, de la relación amistosa entre seres humanos y la que es fruto de la convivencia y de la hermandad. Esa esperanza que se cristaliza en dar la mano a quien necesita, en apoyar en los momentos más difíciles, pero también en reír con quien está alegre y congraciarse con quien, gracias a su esfuerzo, alcanza una meta, por más sencilla que aparezca a nuestros ojos.

El mundo no lo debemos abarcar en lo grande de sus dimensiones, sino en lo pequeño de lo cotidiano: el compartir con el forastero que necesita abrigo y amistad, el dar consuelo al que sufre o el hacer el camino más fácil al que lucha, es un deber de cristiano comprometido.

Primero en el individuo, luego en la familia, pasando por la comunidad y el país, es como se construye un continente más justo que le va a dar soporte a un mundo más humanitario.
 

(Miércoles 16 de febrero de 2000, Plaza de las Garantías Sociales, San José.)