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Revista de Biología Tropical

On-line version ISSN 0034-7744Print version ISSN 0034-7744

Rev. biol. trop vol.66 n.3 San José Jul./Sep. 2018

http://dx.doi.org/10.15517/rbt.v66i3.34304 

Reseña de libro

Isla del Coco / Cocos Island: la isla que hizo grande a Costa Rica

Carlos O. Morales1 

1Escuela de Biología, Universidad de Costa Rica

Ross Lemus, Jazmín, Salguero Moya, Karina & Parra, Ana María; fotografías por Luciano Capelli, Pristine Seas y otros. 1a. ed., San José: Producciones del Río Nevado, Colección Ojalá Ediciones. 2017. 232 p., il., 25 x 27 cm. ISBN 978-9930-9529-9-3.

Unos 500 km al SW de la península de Nicoya, frente a las costas de Ecuador y Colombia, se halla la Isla del Coco con 24 km², abundante agua dulce y vegetación exuberante, que incluye árboles y dos especies de palmeras: Cocos nucifera L. y Euterpe precatoria Mart. Durante siglos fue refugio de viajeros, piratas y balleneros de las naciones que dominaron los océanos entre los siglos XVI y XIX: españoles, ingleses, franceses y estadounidenses.

Que la Isla del Coco pertenezca a Costa Rica es uno de esos hechos extraños de la historia colonial y poscolonial de América, cuando vemos que islas mucho más remotas del Océano Atlántico (ejs. Ascensión, Santa Helena, Tristán da Cunha y Georgia del Sur), del Océano Índico y de todo el Pacífico fueron tomadas por ingleses, franceses y estadounidenses. En algunos casos son solo poco más que rocas inhóspitas y gélidas, donde habitan solamente animales muy resistentes, como pingüinos, focas y alrededor cetáceos. Por eso es sorprendente que ninguna de esas potencias coloniales y oceánicas haya reclamado esta isla para sus dominios.

En la bahía Chatham de esta isla, Costa Rica estableció un presidio entre 1879 y 1881, pero afortunadamente fue abandonado y esta medida política absurda desechada para siempre. Muchos habrán olvidado que ciertos políticos de EE.UU., con notable prepotencia, opinaron que la isla podría convertirse en una base militar de ese país. Afortunadamente el Gobierno de Costa Rica la declaró parque nacional en 1978 y la UNESCO le otorgó la categoría de Patrimonio Natural de la Humanidad en 1997.

El formato de esta lujosa publicación es muy atractivo, con cubierta gruesa que tiene troquelado el mapa de la isla, papel grueso y brillante de gran calidad y caracteres fácilmente legibles de varios colores, con predominio del negro. El texto es completamente bilingüe (español-inglés), dividido en capítulos impecablemente ilustrados, con fotografías cuya calidad es poco común en publicaciones de Costa Rica. La lectura es amena, porque los párrafos son sencillos y concisos. Entre los créditos es evidente que esta obra es el producto de un arduo trabajo colectivo, artístico, editorial, estilístico y, desde luego, también científico. La Fundación Amigos de la Isla del Coco (FAICO), MarViva, Undersea Hunter y el personal del Parque Nacional Isla del Coco aparecen en un lugar destacado como colaboradores del proyecto.

El subtítulo “La isla que hizo grande a Costa Rica” se refiere a que, al formar parte de este país, la isla duplica la extensión de las aguas exclusivas con 250 000 km². Se nombran 31 asesores científicos, la mayoría biólogos de diversas instituciones, sobre todo universidades de Costa Rica y otros países americanos y europeos; entre ellos destacan 12 de la Universidad de Costa Rica (UCR). En los créditos de investigaciones científicas se incluyen tres personas (no enumeradas entre las 31 anteriores): Jorge Cortés Núñez, Michel Montoya y Kimberly García.

La diversidad marina del Parque Nacional Isla del Coco se halla en este libro elegante, bella y abundantemente descrita e ilustrada. Allí se conocen más de 1 700 especies de organismos marinos, desde animales invertebrados diminutos hasta tiburones y cetáceos, pasando por peces que avanzan en cardúmenes gigantes.

Algunas especies de tierra, aire y mar (sobre todo plantas, aves y algunos peces pequeños de arrecifes) llegaron como náufragos, enfrentaron y superaron procesos evolutivos de modificación y adaptación, e hicieron de la isla su único mundo posible; entre estas especies endémicas podemos mencionar el pinzón del Coco (Pinaroloxias inornata Gould), el pez trambollín cirripedio del Coco (Acanthemblemaria atrata Hastings & D.R. Robertson) y el pez murciélago del Coco (Ogcocephalus porrectus Garman). El biólogo marino y especialista en tiburones Mario Espinoza (UCR) dijo que para él “... la Isla del Coco es como una ventana en el tiempo, es como ir 100 años atrás...” (Semanario Universidad, 2018a); en otras palabras, bucear junto a la Isla del Coco es como viajar a una época cuando la influencia de la sobrepoblación, la tecnología y la contaminación humanas en los océanos no eran tan dramáticas.

Aunque existen distancias de 700 km o más entre la Isla del Coco y las Islas Galápagos, no hay duda de que ambos sistemas se comunican mediante corrientes marinas y por la abundante fauna que viaja en este corredor marino; como ejemplos se citan tiburones, delfines, ballenas, tortugas y otros animales que pueden cubrir distancias de miles de kilómetros (Semanario Universidad, 2018b). El libro indica que, en escala mayor, las islas Clipperton (Francia, poco más de 1000 km al SW de México), del Coco, Malpelo (Colombia) y Galápagos (Ecuador) conforman el único grupo de islas oceánicas del Pacífico tropical oriental (p. 90).

Entre los asesores científicos del libro no figura ningún botánico; en consecuencia, allí encuentro poca información sobre la diversidad vegetal. En la Isla del Coco, a solo 300 m de altitud la vegetación ya semeja el bosque nuboso, mientras que en la Costa Rica continental este tipo de bosque se desarrolla por encima de 1500 m. El primer costarricense que hizo y publicó un inventario preliminar de la flora isleña fue Luis A. Fournier (Fournier, 1966). El inventario de flora más reciente y completo enumera 263 especies de plantas vasculares, de las cuales 37 son endémicas (ca. 20 % de la flora nativa; Trusty, Kesler & Haug-Delgado, 2006); sin embargo, expediciones botánicas más recientes (ejs. Rojas-Alvarado, 2011; Rojas-Alvarado & Chaves, 2011; Rojas-Alvarado, 2017; Sánchez-González & Rodríguez, 2017) han hallado más especies, tanto conocidas previamente en áreas continentales americanas como endémicas en la isla, nuevas para la ciencia. Así, es probable que la cifra real se acerque a 300 especies de plantas. El libro anota que el árbol dominante es Sacoglottis holdridgei Cuatrec. (Humiriaceae) (p. 62-63), sin mencionar que es una especie endémica en la isla (Zamora, 2007); pero sí lo indica en el caso del árbol Cecropia pittieri B.L. Rob. (Cecropiaceae) (p. 52-53).

Es aterrador pensar que un nuevo cataclismo, como el que dio origen a la Isla del Coco a partir de un volcán de una cordillera submarina, podría acabar con animales y plantas que son únicos e irrepetibles, porque no existen en ninguna otra parte del planeta. El drama vital y evolutivo de una isla oceánica es, en escala mayor, el de todo el planeta Tierra, visto como una enorme isla o una gran nave vagando por el Cosmos, siempre expuesta a peligros inminentes.

En la pág. 39 se lee que “La única variedad de ficus [sic] (higo) de la isla, cuya semilla sin duda fue transportada por aves, logró milagrosamente encontrar su propio polinizador, una minúscula avispa que, muy probablemente, llegó también abalanzada por los mismos vientos”. Esta hipótesis es muy poco probable. Según Ramírez-B. et al. (2011) y W. Ramírez B. (comun. pers., 2015, especialista en polinizadores agaónidos de Ficus, Moraceae), probablemente árboles con higos maduros y en desarrollo fueron arrastrados por corrientes marinas desde el continente, junto con troncos de árboles hospederos; en los higos viajó el polinizador y, en el caso de F. trigonata, también otros insectos pequeños, un ácaro y un nematodo. En palabras de Ramírez, a la isla llegó “un paquete biológico completo”. Además, en la isla no hay una sola especie de Ficus, sino dos bien documentadas (Grayum, Hammel & Zamora, 2013): Ficus pertusa L. f. y F. trigonata L.

Respecto a epífitas, en la isla habitan cinco especies de orquídeas (Orchidaceae); tres de éstas, del género Epidendrum, son endémicas allí, mientras que solamente se ha hallado una especie bromeliácea, pero muy abundante: Guzmania sanguinea (André) André ex Mez, distribuida desde Costa Rica hasta Ecuador. En tierras continentales lluviosas ambas familias son muy diversas y su biomasa es considerable en los árboles, por lo que en sentido evolutivo y biogeográfico es difícil explicar por qué en esta isla habita una sola especie de Bromeliaceae y no hay ninguna endémica.

A diferencia de otras islas oceánicas, afortunadamente en la isla del Coco fallaron todos los intentos para establecer una población humana duradera. Quedan plantas (71 especies o 27 % de la flora isleña, según el estudio de Trusty et al., 2006) y animales introducidos; entre éstos cerdos ferales (Sus scrofa L.) y venados (Odocoileus virginianus Zimmermann), que eventualmente podrían ser erradicados, pero este sería un trabajo difícil e ingrato para nosotros, los conservacionistas.

Como se esperaba, el libro menciona a los buscadores de tesoros (p. 223), que fueron muchos. Todos me parecen seres ingenuos, que subestimaron la astucia de los pillos más exitosos que han visto los mares. Sin embargo, en la p. 217 leemos que los piratas “… encontraron en la Isla del Coco algo parecido a un ‘hogar’… la convirtieron en un lugar seguro para ‘establecerse’, repartirse fortunas robadas y, lógicamente, enterrarlas. Dice la leyenda que...” (y en seguida se mencionan varios de los tesoros ficticios enterrados). ¿Cómo pudo ser que piratas violentos y experimentados enterraran tesoros y los dejaran abandonados? No hay nada lógico en este asunto; eso no pudo ocurrir con pillos hábiles para engañar, robar y saquear, que incluso fueron condecorados por la Corona inglesa; con toda probabilidad lograron desviar la atención, haciendo creer a sus adversarios que habían enterrado sus ganancias, que en Inglaterra y posiblemente también en América del Norte dieron origen a grandes fortunas. Uno de los buscadores fue August Gissler, que entre 1889 y 1908 mantuvo en la isla una colonia agrícola con trece familias alemanas, mientras desperdició años valiosos de su vida haciendo excavaciones inútiles en busca de tesoros inexistentes. Antes de eso, en 1869, el Gobierno de Costa Rica había enviado una expedición para tomar posesión oficial de la isla; sospecho que en gran parte fue un pretexto de varios políticos de aquella época para buscar los famosos tesoros durante tres semanas infructuosas. ¡Qué poderoso fue ese mito!

Queda la esperanza de que en el futuro cercano políticos y conservacionistas de Costa Rica y el mundo aprendamos a trabajar juntos para garantizar la protección de esta isla y sus aguas adyacentes, durante mucho tiempo asediadas por piratas, buscadores de tesoros, balleneros y pescadores con lanchas y barcos de todos los calados, que hacen su trabajo legal o ilegalmente y en todo caso pagan miserablemente a este país y al mundo natural. Como implica esta obra, el verdadero tesoro de esta isla es su existencia, que permite una biodiversidad única e irrepetible, que en otras latitudes el ser humano ha destruido irremediablemente. Aquí termino citando palabras poéticas y casi mágicas de las autoras del libro reseñado, para quienes un viaje a la Isla del Coco “Es un viaje al pasado, a los mares llenos de vida que existían hace un siglo; a la isla paradisíaca y casi intacta que todos deseamos visitar una vez en la vida, un laboratorio natural que guarda numerosos enigmas para la ciencia y para el estudio de los procesos ecológicos y evolutivos” (p. 24).

Ver Apéndice 1

Referencias

Editorial Océano. (2005). Historia Universal. Barcelona: Grupo Océano. [ Links ]

Faber, K. (1916). Unter Eskimos und Walfischfängern. University of Michigan Library. http://gutenberg.spiegel.de/buch/-5216/1Links ]

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Grayum, M.H., Hammel, B.E. & Zamora, N. (eds.). (2013). Leaps and Bounds: Moraceae. The Cutting Edge 20(1). http://www.mobot.org/MOBOT/research/Edge/jan13/jan13lea.shtmlLinks ]

Ramírez-B., W., Gómez-L., J., Salazar-F., L. & Aguilar-P., H. (2011). Ficus trigonata (Moraceae) and associated invertebrate organisms living in its syconia in Cocos Island, Costa Rica. Brenesia 75-76, 16-22. [ Links ]

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