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Acta Médica Costarricense

On-line version ISSN 0001-6002Print version ISSN 0001-6012

Acta méd. costarric vol.54 n.4 San José Oct./Dec. 2012

 

Biografía

Dra. Marie Christina Cameron McLean


La Costa Rica de principios del siglo pasado trataba de consolidar las bases de un Estado moderno, apostando a la educación y la solidaridad como motores de una sociedad que recién se despertaba y asomaba con timidez a la gran explosión industrial liderada por Henry Ford, y que deslumbraba al mundo.

Campesinos -fundamentalmente dedicados al monocultivo del café- mantenían la pobre economía nacional en medio de las guerras y las crisis económicas que nos golpeaban. La vida era sencilla, pero dura; las condiciones eran difíciles y el entorno sanitario revelaba apenas los grandes esfuerzos de una incipiente aunque creciente sociedad médica que, con mucha capacidad y preparación, trataba de mitigar desde los hospitales de caridad, las crecientes demandas de salud de la población. La mortalidad general mostraba el patrón de una sociedad agrícola pobre; la mortalidad infantil era dantesca y los médicos no daban abasto para atender a dicha población.

El Teatro Nacional era la joya donde se resumía la vida cultural, con la presentación de las compañías itinerantes de zarzuela que periódicamente pasaban por aquí, y solo en alguna que otra cabecera de provincia existían las filarmónicas, las cuales dependían del Ministerio de Guerra y eran más bandas militares que otra cosa, y los domingos ofrecían las retretas en los kioscos de los parques.

Con este panorama, debemos preguntarnos sobre los motivos para que una doctora canadiense, especializada en ginecología y obstetricia, con una consulta privada incipiente en su nación de origen, viniera a dedicar 40 años de su vida profesional y ayudara a desarrollar un hospital privado con filosofía evangélica, en un país con profundas raíces católicas, y valorar los logros que obtuvo durante esos 40 años, para que dejara huella en la vida médica de nuestro medio y hoy, en esta edición, presentemos una semblanza de su vida.

La Dra. Marie Christina Cameron nace en Winnipeg, Canadá, en 1898, en el seno de una familia muy honrada y trabajadora, de Manitoba, poseedora de profundos principios cristianos. Su tío era un prominente cirujano canadiense y dos hermanos suyos fueron también médicos, circunstancias que quizás facilitaron su decisión de estudiar Medicina.

Su secundaria discurrió en el prestigioso Brandon College, y ya en 1923 recibió su título de Doctor en Medicina de la Universidad de Manitoba. Inicia su práctica clínica en el Hospital General de Winnipeg y luego pasa al Hospital Grace, institución del ejército de salvación, donde se especializa en ginecología y obstetricia, e inicia su práctica privada en Winnipeg. 1

En un artículo hecho en un homenaje por su retiro, en 1968, por la revista “The Evangelist”,1 de circulación continental, se refieren a un acontecimiento acaecido en 1926, y que definiría su vida y quehacer futuros: ocurre al asistir a una conferencia del evangelista T.T. Fields, de Toronto, actividad en la cual, conmovida por la profundidad del mensaje y su identificación con él, la hacen prometer dedicarse de por vida al prójimo y ser consecuente con su fe y mensaje de amor y solidaridad cristiana.

Dos años después, en la iglesia a la que asistía, escucha un encendido sermón de don Enrique Strachan, misionero evangélico, que hablaba de la misión que estaban llevando a cabo en Costa Rica, pequeño país de Centroamérica, donde la mortalidad infantil y la desnutrición campeaban inmisericordemente y hacían estragos en la salud de todos, y donde, además, se requería médicos y funcionarios que sirvieran en el nuevo y moderno Hospital Clínica Bíblica, el cual es estaba construyendo para suplir en parte esas necesidades de la infancia y de las madres gestantes en riesgo social, y con ello ser consecuentes con el espíritu cristiano del amor al prójimo y la predicación del evangelio.


Según lo hiciera saber, la doctora manifestaba que “mucho antes que terminara su discurso el señor Strachan, ya ella sabía en su corazón que su destino era este pequeño país y, sin más papeleo, tres semanas después estaba en un vapor con rumbo acá.

A su debido tiempo, la doctora presenta sus exámenes a la junta designada por el Colegio de Médicos y Cirujanos de Costa Rica, y es distinguida con una aprobación unánime con felicitación de los miembros del tribunal, situación casi inédita hasta entonces y por varios años posteriores, tratándose de una mujer y, sobre todo, extranjera.

Sus cualidades profesionales la llevaron a recibir y compartir pacientes con lo más selecto del cuerpo médico nacional, por lo que llegó a ganarse el afecto y amistad profesional, y a consolidar una distinguida clientela entre la que se contaba gente de recursos y de influencia, lo que le permitió generar recursos que utilizaba para atender a sus pacientes pobres y enfermos, práctica que normó toda su vida.

Varias inquietudes llamaron su atención desde el principio: por un lado, la necesidad de capacitar enfermeras, por lo que se fundó la segunda escuela de enfermería del país, pero con una orientación latinoamericana, capacitándose personal de toda Centroamérica y de Colombia, Ecuador y Venezuela, durante un gran periodo; esta labor la compartió con doña Susana de Strachan, esposa de don Enrique, quien era enfermera profesional, y contó con el aporte que las enfermeras misioneras canadienses y norteamericanas brindaron a este sueño conjunto.

A los cinco meses de arribar a Costa Rica, la doctora escribe un artículo en el que deplora las condiciones económicas y sociales en las cuales vivían los niños huérfanos y abandonados, situación que encaminó sus esfuerzos hacia uno de sus proyectos más queridos, y escribió en esa oportunidad acerca de las “madres solteras”: “…tienen que trabajar en cualquier cosa que se les presente, por sus largas horas de trabajo, no les queda tiempo para cuidar a sus niños y estos están tan descuidados por alguna vecina a quien se les ha encargado darles de comer. Los niños malnutridos pronto están en necesidad de internarse en un hospital y se nos vienen a la clínica tan enflaquecidos, extenuados, enfermizos-pequeñas criaturas sin esperanza y sin ayuda.

Vez tras vez, los chicos se internan, reciben cuido cariñoso, se mejoran en salud y al fin son dados de alta, y uno siente que se ha logrado una buena obra. Pero ¡qué desengaño! Cuando dentro de un par de semanas o de meses, hay que readmitirlos en condiciones iguales o peores que las de la primera instancia….” 1

Su gran sensibilidad hacia los niños propicia que en su mente científica se empiecen a producir los cuestionamientos que llevarían a la aparición o concepto de la medicina integral, buscando una solución completa, lo que se puede plasmar en el siguiente extracto de uno de sus escritos:

“En esta visita, el Dr. Luján y yo hemos examinado a 14 niños, doce de los cuales están realmente bien como para mandarles a casa… si tuvieran casas seguras a las que regresar. Pero no podemos dar de alta a ninguno, porque sabemos sin sombra de duda que cada cual nos volvería luego en peores si no en fatales condiciones. Aquí pues tenemos 14 niños que ocupan 14 camas que otros niños enfermos necesitan con tanta urgencia. ¿Cómo podemos remediar esta situación? Yo creo que el Señor nos va a proveer de una finca, suficientemente grande en donde podremos tener un orfelinato y podremos cuidar a estos niños y cuantos más en forma permanente”1

Con este pensamiento inicia una campaña que culmina con la construcción del Hogar Bíblico donde se encuentra la granja y campamento Roble alto, institución pionera en el campo del cuido a la niñez abandonada, y que se localiza en las zonas altas de San José de la Montaña.

Su compromiso con los pacientes la conduce a desarrollar programas de visitas rurales a diversos sitios, como Guanacaste y Santa Bárbara de Heredia, donde era muy bien recibida por los lugareños y muy comentados los servicios que prestaba; curiosamente, esta vocación la extendió hasta Colombia, donde durante un mes al año realizaba una extensa campaña en la que atendía entre 500 y 600 personas en cada visita.

Es frecuente encontrar testimonios de pacientes a quienes hacía visitas domiciliares, tanto en los barrios de gente acomodada como de personas muy humildes, ya fuera en su vehículo o a caballo.

En 1933 es nombrada superintendente médica del Hospital Clínica Bíblica, cargo que desempeñó hasta 1968, cuando se pensionó merecidamente, siendo parte fundamental del desarrollo de la mística de trabajo, así como de la modernización y permanente vocación de servicio en el personal de la Clínica Bíblica.

Cuando la doctora se acoge a su retiro, la nueva Junta Directiva del Hospital Clínica Bíblica la invita a seguir viviendo en su apartamento ahí, y se bautiza con su nombre las salas de cirugía. Después de algunos años se traslada de nuevo a Canadá y se establece en un hogar para ancianos en la ciudad de Chatam, Ontario, Canadá, cerca de su familia, donde fallece plácidamente el 30 de marzo de 1990.1

La Dra. Cameron fue una mujer profesional en Medicina, que rompió paradigmas: dejó la estabilidad y seguridad de una profesión en su país de origen, y partió a tierras desconocidas para ser consecuente con sus principios e ideales; desarrolló una práctica médica amparada en los más altos estándares científicos y trascendió la parte biológica de los pacientes para luchar en el campo social y económico, procurando el mayor bienestar de los desposeídos, y fue líder en su campo, innovando con instituciones educativas. Su quehacer científico le permitió codearse en la práctica diaria con los colegas connotados de la época. Sentó las bases de lo que se convertiría en la institución de salud privada más avanzada de Costa Rica, con un modelo de solidaridad cristiana con los menesterosos, lo que generó un beneficio inconmensurable para la sociedad costarricense y sus miembros más necesitados.

Dr. Jorge Cortés Rodríguez

Director médico Hospital Clínica Bíblica

Figura 2


Referencias

1.Nuestra Clínica, Una reseña Histórica, recopilación de Franklin Cabezas B, 1 Edición, San José, Litografía Tibás, 1996, 140p.         [ Links ]

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