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Acta Médica Costarricense

versión On-line ISSN 0001-6002versión impresa ISSN 0001-6012

Acta méd. costarric vol.52 no.3 San José jul. 2010

 

Biografía

“El mejor Presidente de la República”

Empresario millonario, cafetalero y comerciante, sin educación formal pero viajado por América y Europa, globalizador que insertó la economía nacional en los mercados mundiales, cuidadoso del equilibrio entre el Estado y la iniciativa particular, poco ideológico y muy pragmático, conocedor de la psicología popular por su afición a las peleas de gallos y la práctica del comercio al menudeo, buen católico y mejor padre de familia. Así era el mejor presidente que ha tenido Costa Rica.

Iba a cumplir los 36 años de edad cuando asumió el mando, que ejerció constitucionalmente durante una década de excepcional progreso.

Creyó en la educación para la niñez y la juventud, apoyó siempre a la universidad a la que dotó de edificio propio. Fomentó la cultura, trajo instrumentos musicales para las bandas, construyó un teatro en la capital. Fijó impuestos destinados a financiar la educación primaria, declarada, a la manera de Suecia, «obligatoria en todas las clases de la sociedad»; planeó crear un liceo de humanidades, se redactaron nuevos estatutos para la universidad, la cual abrió cursos de Derecho Público, Economía Política y Práctica Forense. Favoreció la inmigración y aprovechó el conocimiento y la experiencia de alemanes, ingleses o franceses. La prensa floreció en su periodo de gobierno. Hablaba en sus discursos de las modernas corrientes de pensamiento que informaban el desarrollo de la humanidad.

La salubridad fue uno de los nortes de su administración. Construyó el Hospital San Juan de Dios y el Hospital San Rafael de Puntarenas. Estableció el protomedicato y la sociedad médica para velar por la salud pública. Afrontó la peor crisis epidémica en la historia del país: la mitad de la población infectada, casi 10 de cada cien habitantes muertos por el cólera asiático. Puso a andar el acueducto de San José con tubería metálica. El célebre Alexander von Humboldt lo distinguió con una carta personal, presentándole a dos médicos y naturalistas. Nombró a un médico como Ministro de Relaciones Exteriores.

Fijó los precios de los productos de primera necesidad. Eximió de derechos a la importación de harina, trigo y arroz. Decretó el valor de la moneda frente a las divisas extranjeras. En tiempos normales, mantuvo al Estado libre de deudas nacionales o foráneas. Animó el ahorro popular y el mutualismo. Distribuyó tierras a los pobres. Creó un banco nacional de capital mixto, con capacidad de negocios en el exterior, decisión en el cual, según el académico don Rodrigo Facio, «sobrepuso su amor a la patria y sus anhelos democráticos, a los intereses de su propia clase, faz brillantísima y aún no estudiada de la vida del gran Presidente».

Amparó la expansión del cultivo del cafeto y protegió la diversificación agrícola. Abrió las puertas a la industria nacional: losa vidriada, fabricación a máquina de teja y ladrillo, fundición de bronce y de hierro. Acordó implantar el sistema métrico decimal. Ordenó construir aceras y calles en pueblos y villas. Reguló la exportación de madera del Guanacaste; prohibió la corta y la exportación de madera de la costa caribeña, asimismo el comercio de cuero de venado.

Dispuso que el Gobierno asumiera la construcción y el mantenimiento de carreteras y puentes. Concesionó el servicio de diligencias a Cartago, Heredia, Puntarenas y el transporte fluvial por el San Carlos y el Sarapiquí; así como una red telegráfica que atravesaría el país de frontera a frontera y una carretera de San José al Sarapiquí. Se promovió en Inglaterra el financiamiento del ferrocarril interoceánico. El desarrollo de la infraestructura estaba al servicio de la producción exportable, sobre todo del «grano de oro» de altísima calidad muy apetecida en Europa.

Puso al país en el mapamundi. Logró el reconocimiento de la joven nación por el papa Pío IX, la reina Isabel II de España, el rey Fernando II de las Dos Sicilias y el rey Federico Guillermo IV de Prusia. Bajo su conducción se negociaron el concordato con la Santa Sede y tratados con el Reino Unido, Francia, los Países Bajos, los Estados Unidos y el Perú. Se aprobaron las proposiciones de Londres y Washington para solucionar el diferendo limítrofe Costa Rica-Nicaragua, traídas por delegados británico y usamericano, cuyo recibimiento dio origen al Himno Nacional. Se aprobó el Tratado Cañas-Jerez de límites con Nicaragua. Condecorado por el Sumo Pontífice, a juicio de Monseñor Víctor Sanabria «aquella cruz de San Gregorio estaba muy honrada en el noble pecho» del Presidente de la República.

Su administración fortaleció el poder central del Estado, reorganizó las fuentes de ingresos del Gobierno, desarrolló instituciones jurídicas y políticas, amplió la capacidad del aparato público como agente eficaz en la expansión de la agricultura de exportación. De él dijo The New York Times: «Es el más sabio y el más honesto de los gobernantes de la América española. Como hombre de negocios, su reputación de persona derecha y honorable es reconocida por todos los que han tratado con él. Costa Rica ha prosperado inmensamente desde que él asumió la Presidencia y, no obstante su escasa población, se considera que esta pequeña república está a la cabeza de Centroamérica».

Se cubrió de gloria al organizar el ejército nacional y comandar personalmente las tropas en la defensa de la independencia nacional, la integridad territorial y la soberanía política amenazadas por la invasión del filibusterismo procedente de Estados Unidos. El designio invasor era erradicar la raza mestiza, restaurar la esclavitud y explotar las ricas tierras del istmo con siervos negros manejados por capataces blancos. Fue al combate por la libertad de Nicaragua, laindependencia deHispanoamérica,la defensade lalatinidad: lengua, religión, cultura. La gesta del pueblo de Costa Rica influyó en el proceso genésico del nombre y la identidad de Latinoamérica. La Guerra Patria, en opinión de don José Figueres, «tiene más importancia americana de la que hasta ahora se le ha dado en la Historia».

Reelecto para un nuevo periodo, fue derrocado por un puñado de adinerados recelosos de que sus intereses financieros particulares resultaran constreñidos por el banco tripartido (empresa privada, capital extranjero y aporte estatal) establecido en aras del desarrollo nacional. Veinte mil dólares invirtieron en el soborno de media docena de militares traidores. The New York Times reportó que «los cuarteles fueron tomados no por hombres sino por el capital», not by men, but by capital; un corresponsal informó que «la aristocracia de San José» fue la que asestó el golpe de Estado.

En visita de descanso fue a Nueva York y el Presidente de Estados Unidos lo invitó a la Casa Blanca, ofreciéndole encabezar una Federación Centroamericana diseñada y hecha por Washington. Respondió el mandatario depuesto:

«Agradezco infinito la alta idea que el señor Buchanan tiene de mí y la altísima honra que me brinda, pero no puedo aceptarla sin ser un mal costarricense. Centro América en general ganaría mucho con la unión de las cinco Repúblicas, pero Costa Rica lo perdería todo: su tranquilidad, sus hábitos de orden y trabajo, y hasta su sangre que estaría en la necesidad de derramar sofocando revoluciones y procurando un acuerdo imposible… Sé que para muchos mi patriotismo es estrecho y mezquino, pero mi conciencia, quizá por mi ignorancia o poca ilustración, me obliga a proceder así».

Erró al prestar oídos a los cantos de sirena de los malcontentos que lo embaucaron en la aventura mortal de desembarcar en Puntarenas para encabezar una supuesta insurrección popular que restauraría el imperio de la Constitución y le devolvería el mando. Vencido, se entregó para salvar la vida de sus compañeros. A las tres horas fue fusilado por orden del Gobierno. Aquel crimen de Estado se perpetró hace ciento cincuenta años, el 30 de setiembre de 1860. Es la página más negra en la historia de Costa Rica cuyo recuerdo todavía nos llena de vergüenza.

Editorializó The New York Times: «Era emprendedor, inteligente, liberal, dio nuevos impulsos a la industria y una nueva dirección a los capitales nacionales, alentó la agricultura y otros medios pacíficos de adquirir riqueza, y salió a la defensa contra las amenazas de Walker. Con esos y otros rasgos semejantes de política, raras veces vistos en países hispanoamericanos, colocó a Costa Rica al frente de todos ellos por la prosperidad y los resultados sociales de la riqueza nacional». La tragedia de Puntarenas representa «una regresión sangrienta del progreso a la reacción, del pensamiento libre a la superstición, [y] el espectáculo extraordinario de un pueblo en el alba radiante de la civilización que retrocede a las tinieblas».

Aquel hombre grande fue don Juan Rafael Mora Porras.

Armando Vargas Araya

Escritor y periodista, miembro de número de la Academia Costarricense de la Lengua, autor de “El lado oculto del Presidente Mora” (San José: Juricentro, 2007).

Correspondencia: vargas@tisigal.com

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