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Acta Médica Costarricense

On-line version ISSN 0001-6002Print version ISSN 0001-6012

Acta méd. costarric vol.51 n.2 San José Apr. 2009

 

OBITUARIO

Dr. Carlos Prada Díaz
(QdDG)

La Revista Acta Médica Costarricense se enluta ante la partida del Dr. Carlos Prada Díaz. Hemos perdido a un profesional excelente, a un académico en toda la extensión del término, a un luchador incansable por la seguridad social y la educación médica de este país, así como a un hombre valiente, esforzado y honorable.

Cursó su carrera en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de México, donde se distinguió como estudiante. A su regreso a nuestro país inició su ejercicio profesional en el Hospital San Juan de Dios, y desde sus primeras actuaciones como médico manifestó una actitud valiente y sin temor para enfrentar los riesgos que la defensa de sus ideas le pudieran ocasionar. Fue lo que había sido como deportista: un luchador nato que no temía el tamaño de su oponente, ni daba por perdido el partido antes de que terminara.

Hacer un recorrido por los puestos que Carlos desempeñó durante su vida sería muy extenso, pero no se le puede recordar sin hablar de las pasiones que tuvo durante su existencia. Desde muy temprano le surgió el interés por el estudio para perfeccionar sus conocimientos, tanto en la cirugía general como en la ginecología, su especialidad, y como su personalidad no era pretenciosa, nunca usó esos conocimientos para engrandecer su ego, sino que los compartió con sus alumnos. Tenía por ellos un profundo respeto; les brindaba lo que había aprendido con el estudio y, sobre todo, les enseñaba con su ejemplo de hombre trabajador, ordenado y cumplidor de su deber, como médico y como empleado. Esto lo condujo a ocupar los más altos cargos dentro de la Escuela de Medicina de la Universidad de Costa Rica y a ser uno de los académicos de número de la Academia Nacional de Medicina.

Su actuación dentro de la Caja Costarricense de Seguro Social, donde formó parte de múltiples comisiones y desempeñó cargos en su especialidad y en la docencia de la institución, es bien conocida y está documentada en muchas publicaciones. Todo lo anterior sería suficiente para considerarlo un empleado ejemplar; su papel como defensor de la institución fue tan meritorio y cabal, que Costa Rica le tendrá que estar siempre agradecida.

El Hospital México fue otra de sus grandes pasiones; quienes lo conocimos bien, sabemos con certeza que este se encontraba incrustado en sus órganos, lo llevaba en las venas, lo anteponía a todo, tanto que fue ahí donde quiso estar al despedirse de este mundo. Su paso por la Dirección marcó una huella que se sentirá siempre, como la que dejó también en el Servicio de Ginecología, que fue su última morada.

Esta intensa actividad profesional no fue un obstáculo para formar una familia ejemplar, de manera que con su esposa, sus hijos y sus adorados nietos, disfrutaba los ratos libres. Allí era otro: chiquillero, juguetón, consentidor, con un cariño entrañable por su perro, como debe ser… por eso ellos lo apoyaron siempre y comprendieron que lo tenían que compartir con los enfermos,con el Hospital,con la Universidad y con la Caja. Todos, en especial su esposa, fueron la estructura donde descansaba su fortaleza.

Como apasionado lector, le robaba horas al sueño para leer; era impresionante lo que sabía de mitología y de historia. Disfrutaba de las reuniones y era un buen conversador, que se alegraba en las fiestas, con la música como su compañera inseparable. Fue amigo de sus amigos, en forma incondicional. Siempre podían contar con él. También era temido por sus adversarios, pues nunca fue de dos caras ni de paños tibios.

Gozó de paz interior y sus actuaciones religiosas lo llevaron a encontrar la tranquilidad espiritual que le permitió enfrentar sus enfermedades con valor y con entereza, sin perder su espíritu de lucha. Había que combatir, pero aceptaba la voluntad Divina.

Afortunadamente para él y para sus familiares, recibió en vida los más altos honores a los que pudo aspirar como médico, como académico y como persona. Los emblemas de la Universidad de Costa Rica adornaron su féretro y el estandarte de la Academia Nacional de Medicina hizo guardia de honor en el altar del templo. Pero su mayor homenaje fue una iglesia totalmente abarrotada de familiares, amigos y pacientes que acudimos a darle el último adiós, y quienes al salir en hombros su ataúd, aplaudieron de pie, como merecido tributo a un hombre ejemplar.

Sus restos regresaron a la tierra con los acordes de Las Golondrinas, ejecutados por un violín, y desgarradora como es esa música, nos embargaba de resignación. Esta fue su última voluntad. Paz a sus restos y fortaleza a sus familiares.

Carlos Arrea-Baixench
Miembro de número de la Académia Nacional de Medicina

 

 

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